Compañera de piso: Capítulo 6

Una compañera de piso como María puede ser una auténtica bendición.

  • ¡Que no voy, joder!

  • ¿Por qué? Tampoco es para tanto

Gorka y Elena estaban en su enésima discusión semanal. Aquella pareja pasaba del odio más visceral al enamoramiento más absurdo varias veces al día. Eran tal para cual.

  • Llevamos saliendo toda la semana. No me importa, podemos ir a donde te dé la gana pero ahí… ahí no. Sabes que no me gusta, no estoy cómodo.

  • ¡Pues no parecías muy a disgusto cuando aquella pelirroja te montaba como una loca!

  • ¡Cállate, van a oírnos!

  • Que se jodan. Me importa un huevo que se enteren. Me apetece ir al sitio ese y punto.

  • ¡Pues vete de una jodida vez!  Y no vuelvas – al mencionar esas palabras Gorka ya se estaba arrepintiendo.

  • ¿Qué no vuelva? ¡Eso es lo que voy a hacer! Voy a salir por ahí y tirarme al primero que encuentre, o aún mejor, me lo llevaré al bar de intercambios de parejas, que es lo que me apetece…

  • ¡Haz lo que te dé la gana!

  • ¡Me voy, calzonazos.!

  • ¡Puerca!

Maria oyó como se abría la puerta de la habitación de Gorka y como, dando un portazo, la enfurecida Elena dejaba el piso y a su novio con un palmo de narices.

  • ¡Me cago en su puta madre! ¡Que le den!

Al poco tiempo María intuyó que Gorka abandonaba su cuarto. Pensó que, como un perrito faldero, iría en busca de su novia. Se sorprendió bastante cuando, sin ni siquiera llamar a la puerta, entró en su habitación, le arrebató la revista de moda que estaba ojeando, le arrancó el tanga y se la folló sin decir palabra. Tan sólo murmuraba juramentos e insultos que tenían como destino a su novia Elena.

Aquello no era lo acordado, pero el chico estaba tan cabreado que María no dijo nada. No era el momento. Esperaría a que se desahogase.

Cinco minutos después, un Gorka arrepentido comenzaba a abrocharse los botones del pantalón.

  • Lo… lo siento.

  • No pasa nada. Lo entiendo. Pero que no vuelva a repetirse. Ya sabes…

  • En tu habitación no. Lo sé. Perdóname.

  • Tómate una ducha y vete a dormir.

  • ¿Crees que debería ir a buscarla?

  • No soy la más adecuada para dar consejos pero, si lo haces, siempre serás un pelele en sus manos.

  • ¿Tú crees?

  • ¡Volverá!

  • ¿Si?

  • Seguro.

La intuición de María no le falló.  Un par de horas después sonó timbre del portero automático. Le faltó tiempo a Gorka para abalanzarse sobre el teléfono y abrirle la puerta a su amada. Un par de minutos después, el colchón chirriante de Gorka fue testigo de nuevo de la enésima reconciliación de la pareja.

  • ¡Qué par de gilipollas! – pensó María justo antes de quedarse dormida.

A la mañana siguiente una somnolienta Elena entró en la cocina. Su aspecto no era nada apetecible. Ojerosa y con el pelo alborotado se la veía menos segura de sí misma. Se sorprendió un poco al ver a María preparándose el desayuno. Normalmente la mosquita muerta se levantaba temprano, iba a correr por el parque y después se largaba en busca de un trabajo que nunca llegaba.

Apenas habían cruzado algún que otro saludo y por supuesto era la primera vez que estaban juntas a solas.

  • Hola, errr… María. Bu… buenos días.

  • Buenos días Elena, ¿quieres café?

  • Sí, gracias.

María se sorprendió. Era la primera vez que había oído de la boca de aquella rubia un  mínimo gesto de educación para con el resto de la humanidad. Algo raro le pasaba a la chica. Prudentemente la morenita guardó silencio.

Sin duda la paciencia de María era una de sus mayores virtudes.

Elena mojaba una magdalena en el café. No se pudo morder la lengua.

  • Que sepas que no tengo ningún problema con ninguna de vosotras.

María no sabía de qué narices iba todo aquello, aunque las siguientes frases de la panadera le disiparon las dudas.

  • Me parece perfecto que te gusten otras chicas. Pero no te equivoques, ese rollo no va conmigo.

Después de zamparse de un bocado la magdalena, prosiguió su perorata con la boca todavía llena.

  • En realidad no entiendo porqué os lo montáis entre vosotras. Donde esté un buen rabo… que se quite todo lo demás.

  • Entiendo – María pensó que tenía que decirle cuatro verdades a Gorka.

  • Mi padre dice que sólo sois unas… ¡espera! ¿Cuál es la frase exacta – otro bollito empapelado se introdujo en el fluido negro – “Mal folladas”. Mi padre dice que sólo sois todas unas “mal folladas”.

  • Y tú ¿qué piensas? – dijo María en tono burlón.

  • Me parece de puta madre. Cuantas más tías se dediquen a meterse caña entre sí, a más hombres tocamos las demás.

Un razonamiento tan simple como irrefutable.

  • Te confieso que al principio no me hacía gracia que compartieses piso con mi hombre. Hay mucha lagarta suelta, te lo digo yo que las detecto a la legua. Pero como eres... lesbiana, no hay problema.

María comprobó algo que ya sabía, que el día que explicaron en clase qué es la sutileza, Elena no estaba demasiado atenta.

  • Claro, claro – decidió seguirle la corriente para ver a dónde quería ir a parar aquella mente tan simple.

  • ¡Cómo seré de tonta que el otro día me dio la impresión de que…! – pareció entrarle de repente algo de pudor.

  • Sigue.

  • ¡Creí que se la estabas chupando a Javi! ¡A Javi, ese gilipollas!

  • ¿De veras? No me lo puedo creer – sonrió cálidamente María -. ¿Y qué pasa con Javi? ¿no te cae bien?

  • ¡Pero qué dices! Ni él ni el otro friki, con esas greñas y su cara de amargado. Alguien debería decirle que el heavy ha muerto…

  • Pues no se te ha notado nada – María hacía grandes esfuerzos por no reírse de aquella desgraciada.

  • En fin. Son los amigos de Gorka y supongo que tendré que aguantarlos, de momento.

  • Son buenos chicos…deberías conocerlos un poco más profundamente.

A la rubia esta última frase le dio qué pensar. Se le ocurrió una idea genial.

  • ¿Por qué no damos esta noche una fiesta aquí, los cinco? ¿Qué te parece? Así podré darles la oportunidad de demostrarme lo interesantes que son.

  • ¡Perfecto!

María estaba encantada con este cambio en la actitud de Elena. Como dice la canción, algunas veces, cuando menos te lo esperas el diablo va y se pone de tu parte. Este suceso le vino de perlas para sus propósitos. Todavía no le había dado tiempo de pensar cómo demonios iba a convencer a Elena para que se lo montase con Javi. Casi todos sus planes solían estar muy pensados y meditados, calculados hasta el último detalle.

Pero aquella cena entre amigos le podía proporcionar una situación inmejorable para que la fantasía de Javier se cumpliese.

  • Lo que me voy a reír. Te darás cuenta de lo que digo, unos perdedores…

  • Oye, Elena.

  • Dime, cariño.

  • Ese chupetón que llevas en el cuello… ¿te lo hizo Gorka? – dijo la más joven señalando con el dedo.

A la mujerona se le cambió el color de la cara.  A penas acertó a cubrirlo con su cabello, justo en el instante que su adormilado novio entraba en la cocina.

  • Buenos días chicas. ¡Pero bueno!,¿a qué vienen tantas prisas? – exclamó al sentir como Elena pasaba a su lado como un huracán.

  • Aparta, gilipollas. Voy a bañarme.

  • Vale, vale. Menudo genio.

  • Buenos días, Gorka.

  • Hola María, ¿cómo tú por aquí tan tarde? ¿hoy no buscas trabajo?

  • Pues no. He decidido tomarme un día de descanso. Iré a la universidad. Quiero ver dónde estudia Toño…

  • Bien – se notaba que a Gorka le importaba un pimiento lo que le contaba María.

Se había servido un buen tazón de café y buscaba en el frigorífico algo más contundente que llevarse a la boca. No pudo evitar un respingo cuando notó la manita de María que se introducía por debajo del pantalón de su pijama y comenzaba a acariciarle la verga.

  • ¡Así que lesbiana! – le susurró al chaval al oído.

  • Elena es una bocas… por favor no te enfades.

  • ¿Enfadarme? Ni hablar. Es perfecto.

  • ¿Perfecto?

  • Así la engreída de Elena no me verá como una amenaza y podrás follarme cuando te venga en gana.

  • Sí, pero otro día. Ahora puede pillarnos.

  • Está en la ducha, ¿no oyes lo mal que canta?

  • Pero puede salir en cualquier momento…

  • Ayer por la noche te portaste mal. Tengo derecho a un desagravio…

  • Entiendo… ya te dije que lo siento.

  • Sentirlo no es suficiente. Mereces un castigo… y te lo voy a dar ahora mismo.

Agarró al musculitos de la mano y lo llevó justo a la puerta del lavabo.

Al otro lado, Elena seguía berreando.

  • ¿Qué… qué vas a hacer?

  • ¡Calla, tonto!

Sin darle más respiro al asustado muchacho, se arrodilló lentamente al tiempo que le bajaba los pantalones hasta los tobillos. Comenzó a mamarlo con maestría, como sólo ella sabia hacerlo.

La mente del chico suplicaba que parase pero su cuerpo expresaba todo lo contrario. La situación era de lo más excitante. Un par de metros detrás de él, la futura madre de sus hijos canturreaba torpemente bajo una cascada de agua. En el pasillo, su amor prohibido le realizaba una de las  mejores felaciones que había disfrutado en su vida. La sensación de peligro acrecentaba  sus sensaciones. Estaba a punto de estallar cuando, de improviso, la canción cesó y oyó como su novia abría la mampara de la ducha.

Intentó inútilmente separar la cabeza de María de su entrepierna pero la chavala no estaba dispuesta a soltar el anzuelo sin catar el cebo.

Sentir unos dientes afilados alrededor del nabo fue lo suficientemente persuasivo como para que Gorka desestimase la idea de tirar del pelo de la chica.

Se resignó a su destino.

  • ¡Gorka! ¡Gorka! Ven aquí, tonto del culo – Elena había nacido para mandar – Se bueno y tráeme una toalla para el pelo…

El chico intentó contestar pero de su corpachón apenas salió un hilito de voz.

  • ¡Gorka, joder!

  • ¡Siiiiiiii! – gimió él al tiempo de se derretía en la boquita de María.

  • ¡Qué me traigas una toalla, leches!

  • Vo….voy.

  • ¡Vuela!

Un azorado Gorka se subía los pantalones e intentaba inútilmente bajar su erección mientras se dirigía a su cuarto en busca de lo que su dominante novia le había pedido.

En sentido opuesto, una satisfecha María se sonreía para sí. Un pensamiento recurrente le asaltaba cada vez que su mente se centraba en aquellos dos tortolitos.

-¡Qué par de gilipollas!

  • Te has pasado. Casi nos pilla.

María estaba a punto de irse, cuando un enfadado Gorka la asaltó en el pasillo.

  • Tu polla sabía raro. ¿Sabes que es peligroso follar a pelo cuando se tiene la regla? Puedes dejar a Elena preñada.

Gorka se quedó con un palmo de narices. No salía de su asombro. No quiso ni pensar cómo era posible que aquella jovencita reconociese el sabor de los líquidos menstruales.

María salió del edificio. El señor Manuel estaba de baja, así que se ahorró el paso por la portería. Lo de Javi ya estaba en marcha. Ahora era Toño el que necesitaba un empujoncito para ligarse a esa ayudante suya que tanto le gustaba.

Por lo poco que Toño le había contado, suponía conocer algo de la mentalidad de la chica. Debería ser humillante para toda una licenciada como ella acabar de secretaria de un chaval de segundo curso. Y encima por cuatro cochinos euros.

Sabiendo de la torpeza de Toño, seguro que la moza se había dado cuenta de que le gustaba al greñudo tontorrón y jugueteaba con él. María conocía de sobra aquella estrategia, a veces hacerse la dura, otras veces mimosa, pero la mayoría del tiempo indiferente. Como el perro del hortelano que ni come ni deja comer. María estaba dispuesta a darle una lección.

Decidió tomar el metro e ir al centro a una boutique no muy cara pero con ropa muy sugerente. Si la becaria era tan bonita como Toño la había descrito, debería emplearse a fondo para ponerla celosa. Durante el trayecto un hombre trajeado no dejó de sobarle el culo. Inconvenientes de la hora punta.

Sin embargo, María se cobró con creces aquel sutil magreo. Aquel tipo estaba forrado, hasta tenía visa oro. Seguro que el asqueroso tomaba el metro solamente para sobar a las jovencitas.

Pues aquel día el toqueteo le había salido caro de narices.


Al menos una docena de hombres debieron pasar por la enfermería de la facultad de informática aquella mañana. Todos con el mismo diagnóstico.

Tortícolis.

La entrada de aquella chica en el vestíbulo principal se había acompañado de varios silbidos de admiración. Aquello era un terreno casi exclusivo para los hombres.  El alumnado femenino apenas rozaba el diez por ciento.  Y una hembra como aquella no se veía todos los días. Y menos así vestida… por decir algo.

María estaba irreconocible. Perfectamente maquillada, sus ojos azules resaltaban como aguamarinas en su rostro. Su cabello brillaba más que nunca pero a buen seguro que ninguno de los hombres se había fijado en él.  Con una gabardinita fina en una mano y un discretito bolso en la otra entró en el edificio con la seguridad que da el saberse divina. Todo el conjunto era blanco nuclear. De haber llevado ropa interior a buen seguro hubiese sido de aquel color.

Botas altas de tacón de aguja, minifalda ceñida y  top de punto grueso, demasiado grueso, parecía una malla.  Esa última prenda era lo que habría hecho revolverse en su tumba a cualquier muerto.

No es que el top fuese escotado. Más bien todo lo contrario, se unía al delicado cuerpo de la chavala hasta casi la nuez de la garganta.  El problema no estaba arriba, sino abajo. En efecto, aquella peculiar prenda dejaba ver buena parte de la delantera de la chica. Apenas escondía de los pezones para arriba.

La ausencia de ropa interior era más que evidente y aquel par de meloncitos se bamboleaban al rimo que María caminaba por aquel bosque de lobos hambrientos.

Todos deseaban que, por un movimiento brusco, aquellos pezones endurecidos por el fresco de la mañana se zafasen de su yugo y ondeasen al viento cual bandera nacional.

Hasta tres veces tuvo que preguntar a aquel anonadado bedel por la situación del Departamento de Análisis de Procesos. Y ni siquiera obtuvo una respuesta clara, tan solo un dedo tembloroso le indicó la dirección a seguir.

Escuchó a un par de profesores que, tras cruzarse con ella comentaron en voz baja.

  • ¡Mira,  mira! ¡Menuda loba!

  • ¿Está en tu clase?

  • ¡Qué más quisiera!

  • Pues en la mía tampoco.

  • Es una lástima

  • Ya te digo…

Sin embargo, fue una chavala la que, ya próxima a su objetivo se decidió a hablarle. Era tan evidente que María no pertenecía a aquel ambiente que sin duda su presencia allí sería por algo personal.

  • Buenos días ¿por quién pregunta?

María agradecida por la amabilidad le indicó el nombre completo de su compañero con la mejor de sus sonrisas.

  • ¿Toño? ¿Buscas a Toño? – no pudo evitar sorprenderse por el simple hecho de que semejante loba tan siquiera conociese al chaval - ¡Qué casualidad! Ahora mismo iba hacia allí

  • Soy María, su compañera de piso. Y tú debes ser…

  • Elba… su… asistente.

  • ¡Ah, sí! Esa chica tan guapa y simpática que le ayuda con ese rollo de los ordenadores…

Elba se sintió halagada por la opinión que supuestamente tenía Toño sobre ella. Justo antes de entrar por una pequeña puerta perdida en un laberinto de pasillos le comentó a la recién llegada.

  • Toño es bastante agradable. Sobre todo si lo comparas con el resto del personal  que pulula por aquí…

  • ¿Agradable? – María sonrió maliciosamente justo antes de traspasar la entrada – Bueno…supongo.  Lo que tiene es un pedazo de rabo tremendo…

Elba, muy cortada, siguió a María al interior del despacho. Observó como la chica correteaba hacia el alucinado Toño y le estampaba un beso en la mejilla que le dejó marcada con restos de lápiz de labios.

  • ¡Hola, Toño!

  • ¿Ma…. María? ¿Qué… qué… - Toño tartamudeaba como hacía tiempo.

  • He venido a verte. Pero casi no te encuentro. Este sitio es enorme. Si no llega a ser por esta chica tan simpática…- dijo dirigiéndose a Elba – perdona, reina… ¿te llamabas?

  • Elba.

  • Disculpa Elba. Tengo muy mala memoria…

  • Bueno… mejor será que os deje.

  • No… no te vayas.

  • En media hora vuelvo y acabamos eso, Toño.

  • De… de acuerdo.

  • ¡Qué sea una hora! Si no te importa – intervino María.

Era evidente que la zorrita aquella quería quedarse a solas con Toño. Una mezcla extraña de sentimientos pasaron por la cabeza de Elba cuando abandonó la estancia. Sentimientos que se vieron incrementados con el sonido del cerrojo apenas hubo traspasado el dintel.

Toño estaba enojado.

  • ¿Pero se puede saber qué narices haces?

  • ¿Qué pasa? ¿No te gusta el modelito? – contestó introduciéndose juguetonamente un dedo en la boca. y arqueando la espalda para resaltar su busto.

  • Errrr… pues… pues claro que sí. Pero no me líes. ¿Qué pretendes presentándote aquí con semejante pinta?

  • Espera un momento. Voy a quitarme estas botas, me están matando. No sé cómo narices pueden esas golfas caminar con estos tacones… ¿tienes algo de comer? Tengo hambre y en una hora no podemos salir de aquí.

  • ¡Pero por Dios! Menudo espectáculo. Lo has estropeado todo. Ahora Elba no querrá ni hablarme…

  • ¡Pero qué tontito eres! En una semana está comiendo de tu mano.

  • ¿Qué?

  • ¡Que sí, bobo! Las chicas como esa juegan con pardillos como tú. Saben que estáis colados por ellas y se divierten así. Un día te dan esperanzas y  al día siguiente, ni puto caso… ¿a que sí?

Toño asintió. Era exactamente lo que le pasaba con Elba.

  • Esa lo que necesita es un poco de competencia. Saber que no es la única mujer en este mundo dispuesta a estar contigo.  Verás como a partir de ahora todo es distinto. Es posible que se enfade contigo unos días, pero pronto cambiará de actitud y será un corderito en tus manos.

  • No creo.

  • Y más aún cuando compruebe que lo que le he dicho acerca del tamaño de tu pene es totalmente cierto.

  • ¡María!

  • ¿Qué?

  • Eres… eres…eres. Eres tremenda.

Los dos comenzaron a reírse. Eran dos buenos amigos que se preocupaban el uno por el otro. Compartieron un par de donuts que Toño se había comprado para el desayuno.

María se chupaba los dedos. Era una lástima no tener dónde mojar la rosquilla.

  • ¡Qué hacemos!

María no pudo evitar sonreír. La candidez de Toño rozaba el ridículo. Así vestida y con su pie acariciándole el paquete, ¿qué narices pretendía que hiciesen? Al chico había que dárselo todo mascado.

  • Podríamos echar un polvo… - al tiempo que hablaba abrió las piernas, mostrando su sexo y liberó uno de aquellos senos juguetones que tanto revuelo habían creado.

  • ¿Aquí? ¿fuera de casa?

  • ¡No, en el pasillo!  - contestó ella ligeramente molesta.

  • No te enfades… pensaba que… tú nos dijiste que sólo…

  • ¡Que sólo sería vuestra puta en casa! Lo sé. Pero esto es diferente… me muero por tu polla. Con esa engreída gritando por la casa apenas me hacéis caso. Y una tiene sus necesidades.

  • Pero…

  • ¡Cállate, por favor! Hoy me toca a mí.

Ya no había nada más que hablar.  Arrastró a Toño hacia un sillón de oficina que había junto a la mesa, no sin antes bajarle de un tirón los pantalones al muchacho. Ella ni se desnudó.

  • Dios mío. En  verdad que es lo más bonito que he visto en mi vida. Menuda suerte va a tener Elba. Se va a llevar el premio… gordo.

  • ¡Ahhhhh! – Toño estaba en la gloria cuando sintió el botoncito metálico de la lengua de Maria que jugueteaba con sus testículos

  • ¡No aguanto más! Estoy más caliente que el palo de un churrero.

Se subió a horcajadas sobre el muchacho y guió la manguera de carne hacia la entrada de su cueva. Se autoinmoló hasta el fondo. Alcanzó su primer orgasmo en sus primeras ensartadas.  Sería el primero de tantos.

  • ¡Dios…! Menuda polla tienes. Me vuelves loca – dijo completamente desmelenada, sabía perfectamente qué decir para calentar a los chicos.

Toño comenzó a moverse pero su situación no era de lo más adecuada.

  • ¡Quieto, quieto! No te muevas, por favor. Déja… déjame sentirla así… adentro. ¿Lo notas? ¿notas cómo baja el fluido?

Toño no acertó más que a asentir.

  • Ya me he corrido. Tenía unas ganas tremendas…- poco a poco comenzó la danza, hablaba despacio, casi susurrando - ¡Estrújame las tetas y cierra los ojos! ¡Imagina que soy Elba y que te la estás follando! Menudas botijas que tiene. Ya me contarás cómo son sus pezones… me muero por chupárselos…

El informático no contestó. Ya no estaba allí. Su mente volaba imaginando que otra mujer era la que subía y bajaba por su palo erguido. Notó como su amante le clavaba los dientes en el cuello y comenzaba a succionar hasta casi hacerle gritar de placer. Y si no lo hizo fue por que la chica, previsora, le tapaba la boca con una de sus manos.

María estaba disfrutando. No es que en casa no lo hiciese pero en ella siempre intentaba satisfacer los deseos de sus tres amigos. Allí, en el despacho de la universidad, sí que era realmente ella la que buscaba su placer. Incrementaba o disminuía su ritmo según los dictados de su cuerpo. Toño era simplemente un objeto más para obtener su clímax. Una especie de consolador con patas.

Eyaculó de nuevo, y a ese orgasmo siguieron media docena más, a cual más intenso. Hasta que se detuvo, totalmente extasiada.

  • ¿Ya?

Se sorprendió bastante al ver que Toño la miraba divertido sin apenas inmutarse. Era un amante excepcional, con un aguante tremendo.

  • S… sí – contestó María un tanto descolocada.

  • ¡Pues María, creo que ahora me toca a mí!

  • Eeeeeelbaaa

  • Lo que quieras, Elba. Te voy a dar un rato… por detrás…

El chico era más fuerte de lo que su apariencia escuálida hacía prever.

A María le fallaban las piernas pero Toño la llevó en volandas hasta la mesa.  La tumbó delicadamente boca arriba y le alzó las piernas de manera que el ano de la chica quedase a su disposición.

María se llevó el puño a la boca. Sabía que aquello iba a dolerle. Pero no imaginaba hasta qué punto. Gracias a Dios, los restos de su excitación resbalaban hasta la entrada de su culo, lo que de alguna manera lubricó la sodomización. Aun así, creyó que perdía el sentido.

El bueno de Toño no tuvo compasión ninguna. María se retorcía de dolor mientras notaba cómo sus carnes se abrían. En su desespero agarró un lapicero que se encontraba sobre la mesa y lo rompió de tanto apretarlo.

Toño desde el principio impuso un ritmo frenético que no descendió en los siguientes diez minutos durante los cuales no dejó de castigar el dolorido trasero de María.

  • ¡Zorra! Vienes a verme vestida como una puta y como a una puta voy a tratarte.

Cuando sintió que la llegada de su momento era inminente, agarró a la chica de las muñecas, la obligó a arrodillarse sobre el suelo, le sujetó firmemente la cabeza entre sus manos, le metió el pene en la boca y comenzó a brotar de su ariete un torrente de líquido viscoso que rellenó la cavidad bucal de María.

  • Toma leche, Celia. Eres una puerca.

La chica sabía de lo que era capaz su amante y comenzó a tragar y tragar el esperma como si le fuese la vida en ello. Intentó hacerlo lo más rápido que supo pero no pudo evitar que unos cuantos borbotones se escapasen de entre sus labios y manchasen su camisita corta de manera más que generosa.

Pasada la tormenta, ambos intentaron reponerse a su modo. Toño se apoyaba sobre la mesa, intentando controlarse. Se maldecía en voz baja una y mil veces. Esperaba que la chica no se hubiese dado cuenta de su lapsus.

María estaba tirada en el suelo. También respiraba trabajosamente. Dolorida pero satisfecha., muy satisfecha. Por fin había logrado lo que se proponía. Lentamente,  reptó hasta el sillón y comenzó a ponerse las botas que tanto erotizaban su figura.  Como si no tuviese la menor importancia procedió a asestar a Toño el golpe de gracia.

  • Has estado tremendo. Menudo trago. Podrías ser un actor porno con esa herramienta y el control que tienes de ella…

-Supongo que será cosa de familia…

  • Por cierto. Hablando de eso… ¿te has dado cuenta? No me llamaste ni María ni Elba…, dijiste Celia al tiempo que te corrías. Me llamaste con el nombre artístico de  tu hermana.

El chico comprendió que sus esperanzas de que la perspicaz María hubiese pasado por alto tan importante detalle eran una quimera.

  • Ha… ha sido un error…

  • Tranquilo, pequeño – le dijo mimosa abrazándole fuerte – te guardaré el secreto ¿vale?

  • Vale.

  • ¡Bueno! Una hora y cuarto. Seguro que la chica esa se está comiendo las uñas al otro lado de la puerta.

  • ¿Tú crees?

  • En seguida lo sabremos. Pero antes tengo que arreglarme un poco. Mira cómo me has dejado. Era nuevo y… ahora… parezco una golfa con estas manchas de semen.

  • Me da miedo preguntar ¿de dónde sacaste la pasta?

  • Ventajas de ir en metro en hora punta. Veamos – dijo sacando una espectacular cartera – sólo me dio tiempo de sacar el dinero  y las tarjetas. - Casi seiscientos euros. Ahora sabremos un poco más del generoso caballero que me ha regalado estos bonitos trapitos.

  • Cualquier día vas a tener un disgusto.

  • ¡Eh! No creas que no me lo he ganado. No ha parado de sobarme y pellizcarme el trasero durante más de un cuarto de hora.

Metió su naricita hasta el último de los compartimentos.

  • Pedazo de pervertido. Mira – le dijo enseñándole una foto familiar – si hasta podría ser su hija. Es mona la niña. La mujer es un cardo… ¡lo ves! Lo que yo te decía. Un putero. Será estúpido, si hasta guarda las tarjetas de los clubes en su propia cartera. Putero y gilipollas, se lo tiene bien merecido.

Volteó una de aquellas cartulinas y dio un respingo.

  • ¡Ostia!

  • ¿Qué?

  • Este es de los míos…

  • ¿A qué demonios te refieres?

  • Que a ese baboso le gusta la carne y el pescado… “Vuelve pronto. Con cariño, Hector”

¿Bisexual?

  • Supongo – dijo María encogiéndose de hombros

No pudo aguantarse y comenzó a reírse.

  • ¡Es que no escarmiento! ¡Me estás tomando de nuevo el pelo! ¡Soy un pardillo de la ostia! – María mentía con una facilidad pasmosa.

  • No te mosquees. Eres un cielo. Por lo que se ve el tío es solamente un agente de seguros o algo así. Tiraré la cartera por ahí. Solo me quedo con el dinero, si te pillan con el resto es peligroso.

  • Mejor será.

  • ¡Ah!, Se me olvidaba. Esta noche la Duquesa de la Tahona, doña Elena a tenido a bien obsequiarnos con su presencia durante la cena. Ha prometido ser buena y no castigarnos con sus impertinencias.

  • ¿Y eso?

  • El cabrón de Gorka, que le dijo que yo era lesbiana.

  • ¡No fastidies!

  • Tendrá curiosidad. El los pueblos no hay de esas… al menos que lo confiesen.

  • Oye, espera. Hablando de eso. Lo que hacíais el otro día Javi y tú.

  • Eso le pasa por jugar con fuego. ¿Quieres probarlo? Él se lo pasó de puta madre.

  • No, gracias.

  • Pues tú te lo pierdes. No puedo quedarme más. Todavía tengo que hacer una cosa en el campus.

  • ¿Aquí? ¿Vas a matricularte?

  • No seas curioso. Mira lo que le pasó a Javi…

  • ¡Qué dolor!

  • Si tú lo dices… Un beso, guapo. Y no te exprimas demasiado. Se prometen emociones fuertes esta noche.

María conocía a las mujeres. Era un hecho.  A pocos metros de la puerta, Elba disimulaba torpemente. Seguramente habría escuchado que María todavía estaba dentro y no se había atrevido ni siquiera a llamar. María se dirigió a ella directamente. Las manchas de lefa se veían a una legua. Por si quedaba alguna duda se limpiaba descaradamente las manchas blanquecinas que rodeaban sus labios.

  • Todo tuyo, Elisa…

  • ¡Elba! – contestó la otra visiblemente contrariada – mi nombre es Elba.

  • Si tú lo dices… ¡hasta otra! – le contestó sin ni siquiera mirarla.

María sonreía mientras volvía a calentar al personal caminando por el pasillo.  Oyó como el pestillo de la puerta se cerraba apenas un instante después de que se cerrase la puerta.

  • Pobre Toño – pensó María – primero la nena, después la becaria y quién sabe… quién sabe lo que pasará esta noche…

La facultad donde estudiaba o por lo menos decía que estudiaba Javi estaba al otro lado del complejo universitario.  Ya era tarde y María quería dormir una buena siesta. No tenía tiempo de tonterías.

Decidió no andarse con demasiados rodeos.