Compañera de piso: Capítulo 5.

Todo jugador sabe que cuando se juega se puede ganar o perder. Ambas opciones son de lo más recomendables si está cerca María.

  • ¿Y cómo lo hacemos? – Javi temía más por la integridad de su hombría que la de su ano.

  • Tranquilo, hombre. ¿Tienes prisa?

  • Para nada.

  • Veamos un poco más la peli. La tarde es muy larga.

  • ¡Y más que se me va a hacer a mí!

  • No seas llorica. Verás como te gusta… tendré cuidado, te lo prometo.

  • No creo…

  • Si te portas como un hombre, haré una visita al profesor ese… ya verás como vale la pena.

  • Por lo menos no hay mal que por bien no venga.

Ahora vuelvo.

Javi esperaba aterrado el regreso de María. En su fuero interno tenía la vaga esperanza de que todo fuese una broma, una burla, nada serio. Pero cuando vio que la chica volvía con una enorme colcha, un bote de crema y el frasquito de vaselina, esa esperanza se esfumó.

  • No te quejes, de haber sido un chico habría ido al grano de inmediato, sin lubricación ni leches. Os gusta hacerlo así, os pone cachondos si la chica grita y se retuerce de dolor, por eso cuando intentáis darnos por detrás sois tan torpes.  La mayoría de las veces no es que a las chicas no nos guste, a mí me gusta, lo que pasa es que sois tan brutos que nos hacéis daño. Esto requiere preparación; un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.

  • Si tú lo dices.

Ven aquí. Desnúdate, túmbate boca abajo y relájate ostia, que no voy a comerte.

  • ¡Vas a romperme el culo!

  • Voy a hacerte un masaje.

  • !Ya!

  • Toma, muerde esto si te duele mucho – dijo entre risas lanzándole a la cara las bragas húmedas que acababa de quitarse.

Javi no estaba relajado ni mucho menos. Pensaba que aquella tarde iba a ser la peor de su vida. Podría haberse revindicado en su condición de macho y utilizar la fuerza para evitar el castigo, pero no lo hizo. Era un jugador y los de su condición comprenden que es tan importante saber ganar como perder, aun a costa de su hombría... y su trasero.

De reojo vio como la chica también se desnudaba. Era preciosa, no cabía duda. Cuando notó sobre su espalda un abundante chorro de crema corporal decidió que lo mejor sería cerrar los ojos, apretar los dientes y afrontar la tortura con la mayor entereza posible.

María era una experta. Se sentó sobre las desnudas nalgas de Javi y comenzó a masajear la zona dorsal, la nuca y los brazos del chico. Se trataba de un tipo de masaje muy profesional, nada erótico, más bien terapéutico.

El universitario tuvo que reconocer la María sabía lo que hacía. Al fin y al cabo era una profesional del masaje según les había dicho. No resultó tan convencional cuando se acercó a la oreja del chico y comenzó a lamerla. Una corriente recorrió la espalda de Javi. Aquello no estaba tan mal., notaba el roce de los pechos de la chica sobre su espalda. Estaba tan resbaladiza que los pezones se deslizaban vertiginosamente por todo su dorso.

Después de frotarle con tan delicadas esponjas todo su cuerpo la chica se sentó a horcajadas sobre una de sus piernas y comenzó a mover su pelvis lentamente.

Un gemido apenas imperceptible le hizo saber que la chica se estaba masturbando con el roce. Cuando ella satisfizo sus instintos se volvió a abalanzar sobre el cuello del chaval y que comenzaba a perder los estribos ante tal cantidad de estímulos sobre su cuerpo.

María lamió, mordisqueó y besó  tanto el cuello como la espalda de un sobreexcitado Javi. Él dejó sus perjuicios a un lado y pensó que la lengua se introdujese dentro de sus glúteos era un paso lógico, y que lamiese su esfínter con deleite, lo más natural del mundo.

Javi quería morirse, pero no de dolor sino de gusto. Solía tener muchas cosquillas pero estaba tan excitado que ni se acordaba de ese pequeño detalle.

María le apretaba las cachas, separando sus glúteos, y metía y sacaba la punta de su lengua de interior de su cuerpo. La jodida chica tenía toda la razón, aquello era lo mejor que había sentido nunca.

María lo estaba pasando de lo lindo. Hacía tiempo que no degustaba un culo virgen. Sus clientes eran casi siempre viejos verdes, con sus traseros flácidos y penes impotentes. Sin ser gran cosa el ano de Javi era el mejor que se había trabajado en meses. Pensó que el chaval ya estaba listo. Sobre todo por su forma de mover el culo ya que  lo arqueaba ligeramente. Consciente o inconscientemente buscaba algo más que una pequeña lengua en su interior. La joven desestimó la idea de la vaselina. Javi estaba tan excitado y su dedo era tan pequeño que no iba a necesitarla. Lanzó un escupitajo que alcanzó su objetivo, con aquello sería suficiente. Se chupó el dedo más largo y lo introdujo un par de centímetros. Notaba el latido del corazón del chico, a cada movimiento cardiaco la abertura se dilataba o se contraía rítmicamente.

  • ¿Paro? – dijo María en tono burlón.

  • ¡Ni…  se… ni se te ocurra! ¡Sigue!

  • Como ordene el señor…

-¡Me cago en mi padre!

  • Te dije que te gustaría.

  • ¡Es.. increíble!

  • ¿Metemos otro?

  • ¡Sssssssiiiiii! Pero ten cuidado.

  • ¡Marchando!

Con suaves movimientos rotatorios, poco a poco los dos apéndices se internaron por el oscuro agujero todo lo que su corta longitud les permitió.

  • Pues si esto te ha gustado, no veas cuando te roce… ¡Aquí!

  • ¡Aaaahh! – gritó Javi apretando los puños.

  • ¡El famoso punto G existe! ¿qué dices ahora, putito?

Pero Javi no pudo decir nada. Le hervía la sangre y sólo gemía y gritaba de placer.  Era todo un escándalo, tanto que Toño se asustó al oír el griterío, acercándose al comedor al ver qué pasaba. Se quedó mudo.

María lo detectó al instante, bajo el dintel de la puerta y le hizo una señal de que permaneciera callado con la mano que tenía libre. Desde aquel lugar Javi no podía saber de su presencia pero él podía verlo todo.

María sonreía maliciosamente. Era una expresión distinta, Toño la descubrió por primera vez y le dio miedo, mucho miedo.  Viciosa, con su mirada fija en el genio informático, chupó uno de los dedos que tan profundamente habían penetrado en el trasero de su amigo. Cuando iba a por el segundo se lo pensó mejor. Decidió dar una nueva vuelta de tuerca a la situación y dárselo a degustar al sudoroso Javi que, fuera de sí, ni siquiera reparó en el sabor nada agradable que tenía.

María observó su obra con detenimiento. El ano estaba dilatado pero no lo suficiente. Por mucho que le pesara debía utilizar la vaselina. De debajo de la enorme tela que cubría el suelo sacó un consolador rojo, con una serie de elásticos en forma de arnés. Rápidamente se lo colocó, no quería que la excitación de Javi disminuyese. Era importante si quería sodomizarlo.

  • ¿Qué… qué vas a hacer?

  • Tranquilo, que vas a pasar un buen rato.

  • ¿Me lo prometes?

  • Te lo juro.

Una vez colocado convenientemente, la chica embadurnó el ariete con abundante lubricante. El consolador no era demasiado grande. No quería lastimarlo en su primera vez.

Javi dio un respingo cuando notó el puñal que lo penetraba. Se metió bragas de María en la boca, apretando los puños sin motivo alguno. Él mismo fue el más sorprendido cuando noto que aquella sórdida maniobra, lejos de dolerle, le proporcionaba un placer infinito.

María notó que el chico lo estaba pasando de miedo. Era un pasivo nato, como la mayoría de los homosexuales recién salidos del armario. Progresivamente fue incrementando el ritmo y la profundidad de las embestidas al tiempo que los gritos de Javi fueron aumentando en volumen. Ella también contribuía con sensuales sonidos a aumentar la excitación del macho.

Cuando tensionó el cuerpo y dejó de moverse María supo que el chaval había llegado al clímax. Ella también estaba exhausta y tras unas cuantas penetraciones secas y violentas se tumbó junto a él mirando el techo.

Toño se comprendió que debía irse. Javi se hubiese muerto de vergüenza al saberse descubierto en tan incómoda situación.

  • ¡Qué pasada!  - comentó el chico una vez repuesto.

  • Te lo dije…

  • Es increíble. Jamás podría habérmelo imaginado.

  • ¡Eh! No le vayas a coger gusto y te cambies de acera.

  • ¿Yo? ¡Ni hablar! – su tono ya no era tan convincente.

La película ya hacía tiempo que concluyó.

  • Oye, María ¿de dónde has sacado eso?

¿Qué?

  • El… consolador.

  • Pues de debajo de la colcha. Lo traía escondido para que no salieses corriendo…

  • ¡No… graciosa! Que dónde lo has comprado.

  • Es una larga historia. Hace un mes intenté vender artículos eróticos casa por casa.

  • ¿Sí? ¿Te fue bien? ¿Qué pasó?

  • Evidentemente no me salió como esperaba. Llegué a vender algo, lubricantes sobre todo pero un día entré en casa de una señora…

  • ¿Sí…?

La pobre mujer me entendió mal. Pensó que se trataba de cajas de plástico para guardar comida.

  • ¡No jodas!

  • ¡Se desmayó al grito de “Dios bendito” cuando le saqué un cipote así de largo de mi bolsa!

  • ¡Qué bueno! ¿Y qué hiciste?

  • Recogerlo todo, llamar a una vecina y largarme corriendo. Casi me muero de miedo.

  • ¡Increíble!

  • Decidí dejarlo. Como ya tenía todo el género comprado, me lo quedé.  No veas el montón de juguetitos que tengo debajo de mi cama.

  • ¡Enséñamelos!

  • No… otro día. Vamos a bañarnos…

  • Estamos asquerosos.

  • ¡Hombre!, gracias por el piropo…

  • Corrección. Estoy asqueroso. Tú estás estupenda…

  • Eso está mejor.

Cuando se levantaron se hizo evidente la enorme mancha que había quedado en la colcha.

  • ¡Qué cabrona! ¡Es la  mía…!

  • ¡Toma, no!  ¿Te crees que soy tonta o qué?

  • ¡Te vas a enterar! Como te coja…

María comenzó a corretear desnuda por el pasillo

  • ¡Socorro! – gritaba entre risas

Javi la atrapó a la entrada del baño. Se fundieron en una guerra de lenguas  tórrida, sensual y lasciva.

Después de un reparador baño, al cabo de una hora ya estaban otra vez en el salón.

  • ¿Y ahora qué hacemos? – dijo él una vez recogido todo el tinglado.

  • ¿Otra peli?

  • Por supuesto


  • ¡Se la estaba chupando! – Dijo Elena cuando entró en la habitación de su novio.

Gorka suspiró. Su novia había decidido por sorpresa irse con él una semana. Solía hacerlo. La temporada alta de la panadería todavía no había llegado.

Se habían presentado aquel domingo en el piso de estudiantes más temprano de lo habitual. Ni siquiera había caído en la cuenta de que María podía estar en plena faena con Toño o Javi cuando abrieron la puerta del piso.

  • Que no, mi vida.

  • No me digas que no te has dado cuenta.

  • Son imaginaciones tuyas.

  • ¡Una polla!, ¿imaginaciones? Tú eres gilipollas – Elena, cuando se enfadaba, era capaz de hablar como un camionero y tratar a cualquiera que se le pusiese por delante como una basura.

  • Nena, no te pases.

  • Pero si ni siquiera llevaba pantalones, tan sólo una sudadera… menuda pájara. ¡Qué callado se lo tenía!

  • Menuda cabecita fantasiosa tienes.

  • Y hasta me pareció que lo que veían era una película de esas… una porno.

  • ¿Porno? ¡Venga ya!

  • Que sí, joder.

Si tú lo dices.

  • Y esa sudadera ¿no tienes tú una igual?

  • Eh… - no supo que decir – Se la regalé a Javi, a mí me iba un poco holgada…

  • ¡Ya! – Elena no estaba muy conforme con la explicación- te recuerdo que la casa es tuya. No sé qué narices haces compartiéndola con esos fracasados. Y mucho menos con la mosquita muerta esa…

  • ¡Cállate! Sabes que es un secreto… -

Era cierto. El piso era de la abuela de Gorka, que al morir se la había dejado como herencia a su único nieto al finalizar el curso pasado.

  • Son mis amigos – continuó – y me gusta vivir con ellos. Además, ¿de dónde crees que sale el dinero para comprarte esos trapitos caros que te gustan?

  • De tu padre – dijo Elena en tono despectivo.

Conocía a su futuro suegro. Lo conocía demasiado bien.

  • Bueno… sí. En parte. Pero la mayoría lo saco de lo que les cobro por alquiler…

  • ¿Y era necesario meter en este agujero a esa chica? Conozco a las de su clase. Parece que no han roto un plato y… ¡zas!, te la pegan.

El chico tuvo una idea feliz para que cesase el interrogatorio. De seguir por aquel camino la pelea era segura.

  • Que no. Que no es de esas. Tienes tú más posibilidades de ligarla que cualquiera de nosotros.

  • ¿Qué?

Que le gusta el rollo bollo.

  • ¿Lesbiana? Me estás tomando el pelo…

  • ¡Qué va!  Si hasta se ha traído alguna chica un par de noches… - para que una trola suene a verdad, hay que adornarla un poco.

  • ¿De verdad?

Te lo juro.

  • ¡Joder!

La discusión terminó pronto como casi siempre. Una Elena triunfante y un Gorka resignado. Afortunadamente para él, la chica tenía ganas de sexo. Pronto Toño tendría un concierto de gritos y golpes en la habitación de al lado.


  • Creo que nos han pillado –dijo Javi.

  • La culpa es de Gorka. Parece bobo. Debería habernos avisado.

  • Ya no podemos hacer gran cosa. Menuda es Elena… y qué pedazo de cuerpo tiene… - no había dejado de mirarle el trasero mientras desaparecían Gorka y ella por el pasillo.

  • ¿Te pone?

  • ¡Y a quién no!

  • Te gustaría tirártela ¿a que sí?

El chico miró a María.

  • Pues claro. Pero eso no va a pasar. Y sólo no por que sea la novia de uno de mis mejores amigos sino que tipos como yo son invisibles para diosas como esa…

  • Ya veremos…

  • ¿En qué piensas?

  • En una nueva apuesta.

Ni hablar – aunque no lo había pasado nada mal se había dado cuenta que apostar con María era derrota segura.

  • No es una apuesta, es una especie de intercambio…

  • ¿Intercambio?

  • Si consigo que te cepilles a Elena… harás un trío conmigo y… otro chico.

  • Sin problemas – Javi no observó inconveniente alguno. Ya había compartido a María con sus otros dos amigos.

  • No te equivoques – le interrumpió viendo que no la había entendido – Tendrás que tener sexo… conmigo y con el otro muchacho…

Javi se quedó mudo. María decidió darle un empujoncito más.

  • Podrás partirle ese culito que tanto te pone a la creída esa…

El chico sonrió aliviado. Eso era imposible.

  • De acuerdo. Tu ganas, pero te adviento que ni borracha como una cuba ha conseguido Gorkita meter su pajarito dentro del nido posterior de Elena. Además, está Gorka, que como se entere…

  • ¡Tú déjame a mí! Gorka lo sabrá todo y no dirá ni mu.

  • Seguro – Javi pensó que la chica deliraba - ¿Seguimos? Esos dos ya no saldrán en toda la noche.

  • Eres un pervertido…

  • Eso es un sí ¿verdad?

Como única respuesta María se abalanzó de nuevo sobre la entrepierna de Javi. Le gustaba juguetear con los penes flácidos.


De haber estado Toño en su habitación no hubiese podido pegar ojo hasta que Elena y Gorka se hubiesen desfogado. Pero Toño no estaba. Se había escabullido fuera de la vivienda sigilosamente. Ni siquiera encendió la luz de la escalera.

Diez minutos después volvió a entrar tan silenciosamente como había salido.  Ya en su cuarto, introdujo en uno de sus cajones un pequeño estuche de destornilladores. Sonreía cuando apagó la luz y comenzó a recordar cada una de las palabras que había leído aquella tarde.

A don Manuel, el conserje, lo encontraron a mitad de la mañana del lunes. Tuvieron que rescatarle los bomberos. Según comentó alguna vecina el hombre había tenido un percance a la hora de recoger la basura de todos los rellanos como solía hacer cada noche.

Bajar todos los desperdicios de los vecinos era una tarea agotadora para un hombre tan pesado, sobre todo por la ausencia de ascensor.  Sin embargo, un pequeño montacargas le facilitaba la tarea. El hombre lo hacía subir hasta el último piso y poco a poco iba descendiendo recogiendo cada bolsa de basura.

A pesar de estar prohibido, don Manuel se metía dentro para ahorrarse el esfuerzo de subir y bajar. Sobre todo los fines de semana, en los que había pocos inquilinos y menor cantidad de deshechos.

Pero algo no funcionó bien aquella noche. Cuando las bolsas del primer piso estuvieron en el artefacto el hombre dudó un poco. Estaba tan lleno que no iba a caber él. La vagancia le pudo y, en lugar de bajar una veintena de escalones, se apretujó contra las bolsas y pulsó el botón de descenso. Craso error. El montacargas no se detuvo en la planta calle sino que descendió dos niveles más y no se movió de allí. Era la antigua carbonera, una parte del edificio en tan mal estado que nadie estaba autorizado a entrar. Para colmo de sus males, la portezuela que podía liberarle estaba cerrada por dentro con candado.

Se hartó de gritar inútilmente. Atrapado, a oscuras y rodeado de malolientes restos pasó la noche echando pestes por la boca. Creyó que iba a morirse. Tuvieron que hospitalizarle cuando lo encontraron.

Una crisis de ansiedad, según comentó alguien.