Compañera de piso: Capítulo 3.

Siguen las andanzas de la joven María con sus tres compañeros de vivienda. Espero que les guste.

Capítulo 3: De compras con María

Toño abrió los ojos. El día era tan plomizo y gris que parecía que todavía era de noche. Miró el reloj de su mesilla y se sorprendió. Casi las once.

Hacía años que no se levantaba tan tarde. Le dolía un poco la cabeza.

El cava barato tiene esos efectos secundarios en alguien que no acostumbra a beber. Dudó un poco, no sabía si lo que recordaba había sucedido o era simplemente un sueño. La braguita sonrosada que pendía graciosamente de su lámpara le sacó de la incógnita. Era un hombre nuevo. Ya no era virgen, y todo gracias a María.

María… lo último que recordaba de ella era que le había suplicado que la sodomizara de nuevo antes de dormirse. Había sido indescriptible. Cualquier otro día hubiese estado más de media hora recordando cada detalle de lo ocurrido la noche pasada. Pero pronto cayó en la cuenta de que es mucho mejor vivir una nueva experiencia que rememorar la anterior, por muy placentera que esta hubiera sido. La buscó inútilmente en su cama. La chica se había ido.

Se levantó resacoso y anduvo por el pasillo. Se oía algo en la cocina. Después del obligado paso por el baño, se dirigió a desayunar. Estuvo tentado de llamar a la puerta de la habitación de ella pero pensó que todavía estaría durmiendo. Sin embargo, se dio cuenta de lo equivocado que estaba en cuanto llegó a la cocina.

María estaba sentada sobre la encimera y, entre sus piernas, Gorka. Le estaba dando un soberano repaso. La follaba sin piedad por el coño que la noche anterior no había podido disfrutar. Se le notaban todos los músculos en tensión. Ella se aferraba al chico como si le fuese la vida en ello. Los ojos cerrados y la expresión de su cara hacían sospechar que no lo estaba pasando demasiado mal.

Toño se los quedó mirando apoyado en el dintel de la puerta. Apretó los puños en señal de rabia, pero no dijo nada. Tenía que aprender a superarlo.

  • Pasa y siéntate, semental. ¿Café?

Toño ni se enteró de lo que un Javi sonriente le ofrecía desde la mesa.

  • ¡Toño, baja de la nube! ¡Te digo que si quieres café!

El greñudo del corazón partido asintió. El café era su vicio. Era capaz de meterse entre pecho y espalda dos litros diarios.  Quizás fuese por eso que apenas dormía.

Resignado, se encogió de hombros y se sentó a la mesa. No le costó mucho darse cuenta de que Javi no llevaba pantalones. Seguro que había sido el primero en disfrutar de los encantos de María aquella lluviosa mañana.

Cuando mojaba una magdalena en el oscuro líquido, el grito de Gorka le indicó que había terminado. Alzó la cabeza y  observó a una María satisfecha, con el cabello recogido en una funcional coleta y una camisetita de tirantes negra que se pegaba a su cuerpo sin ropa interior ninguna. La erección de sus pezones y un pequeño gesto con la lengua le hicieron saber al muchacho que su amada estaba todavía excitada.

Cruzaron las miradas y ella ofreció su sexo sin cerrar las piernas. Toño, orgulloso y dolido, le hizo un gesto de negación con la cabeza. La chica se sintió incómoda. Habían hablado tanto la otra noche a solas en la habitación del chico que no esperaba esta reacción tan pueril.

  • Bueno, pues a desayunar… - dijo bajando de su atril y dirigiéndose a la nevera – veamos que tenemos por aquí…¡cereales con leche! ¿dónde están?

  • En el armario de abajo…

La chica se dirigió al lugar indicado y cuando se agachó mostró a los presentes su culito en todo su esplendor.

  • ¡Menudo culo tienes! ¿dónde lo tenías escondido hasta ahora? – dijo Javi.

  • ¿Te gusta, eh? – dijo ella insinuante, contoneando las caderas sin levantarse.

  • ¡Si no tuviese que reservarme, te enculaba ahora mismo!

  • Cuando quieras.

Al pasar junto a él recibió un sonoro cachete que le hizo reír.

  • ¡Venga, Toño! No remosquees. - dijo Gorka al ver la cara de su amigo menor – Este fin de semana vas a poder disfrutar tú solito de María…¡Joder, qué tarde es! Tengo que irme…

Y bebiéndose el café de un trago, recogió su vajilla y se largó hacia su cuarto.  Gorka era de un pueblo no  muy lejano y regresaba a su casa casi todos los fines de semana. Elena era mucha Elena como para dejarla desatendida durante demasiado tiempo.

María tenía una extraña manera de sentarse. Con una pierna encogida sobre el asiento, devoraba el enorme cuenco de comida que se había preparado.

Se notaban los chorros de esperma de sus amantes todavía recorriendo sus piernas.

  • Se nota que has pasado hambre. Podrías haber cogido de lo mío cuanto hubieses querido… - fue lo primero que le dijo Toño aquella mañana.

  • Gracias, pero no me gusta mendigar. Y menos a la gente que conozco…- dijo con la boca llena- ¡Oye, Javi!

  • Dime, princesa.

  • ¿Qué es eso de que tienes que reservarte?

  • También tú eres curiosa, María. Pero yo no soy tan cruel como tú y te lo contaré. Hoy viene a la ciudad la hermanita pequeña de la viciosa de Jaén.  Se prepara una timba que hará que la del año pasado parezca una misa. Su hermana tiene tantas deudas que la chiquilla se pasará toda una semana saldándolas. Pienso ser el primero en degustar ese culito adolescente…

  • ¡Pervertido! – dijo Gorka que, ya listo, se acercó a despedirse.

  • Espera un momento, no te vayas. Creo que lo mejor será organizarnos, dos días para cada uno… – salió la vena práctica de Javi – Como Toño está aquí los fines de semana, para él el sábado y el domingo, Para mí el lunes y el miércoles estará bien…

  • ¡Para, para, para! Ni se te ocurra seguir por ahí -  le cortó una enfadada María – Soy una persona, no un cachorro que hay que sacar al parque todos los días. Aclaremos las cosas antes de que esto se descontrole. Nada de calendarios, reservas, cambios de día ni nada de eso. Follaré con quien me lo pida cuando nos venga bien a los dos y punto. Mi habitación es sagrada. Nadie, y digo nadie – miró a Toño de reojo – dormirá conmigo por la noche. Esta noche ha sido una excepción. Vosotros me pedís lo que queréis y ya me encargaré yo de satisfaceros. Si estoy ocupada con otro, pues simplemente esperáis y punto. ¿Vale?

Los chavales asintieron. Lo encontraban justo.

  • A mí no me importa hacerlo con dos o tres a la vez. Si a vosotros os apetece, por mí no hay problema. Pero sólo con los tres. Ni hablar de amigos, parientes ni cosas por el estilo. ¿Sí?

  • Vale

  • Ok

  • Y sólo en casa. Nada de llevarme por ahí a escondidas de los  otros. Para que esto funcione no hay que complicarse demasiado. Hay que hacerlo todo natural, como buenos amigos. Nada de celos, envidias ni chorradas por el estilo. Otra cosa, cuando tenga el periodo, por la boca y punto ¿eh? A mí no me suele doler la cabeza, pero si os digo que me duele, me duele ¿vale?

  • ¡Sí, mi sargento!

  • ¡Tonto! – dijo entre risas – y lo último y más importante.

Se calló un instante dándole solemnidad a lo que iba a decir.

  • Esto es algo temporal, hasta que consiga un trabajo con el que poder pagar el alquiler. ¿Estamos? – dijo mirando fijamente a los ojos de los chicos – si esto pasa, todo volverá a ser como antes. Es muy importante que lo tengáis claro para que luego no haya malos entendidos.

  • ¡Vale! Por mí todo de acuerdo. Me voy volando, que pierdo el bus.

  • ¡Y que no se os ocurra dejarme a medias! – le gritó María intentando aliviar la atmósfera que ella misma había creado.

  • ¡Ya te enterarás cuando vuelva!

  • Recuerdos a Elena.

  • ¡Cabrona!.

Cuando se cerró la puerta del piso, los tres que quedaban rieron con ganas.

  • ¡Mierda! Se me ha olvidado otra cosa. Es una lástima que este se haya ido…

  • Suéltalo, pides más que el gobierno.

  • Sólo un pequeño detalle sin importancia. El que se ponga cachondo a las cuatro de la mañana, que me deje dormir y se haga una paja… ¿estamos?

Toño no entendía nada hasta que a Javi tosió discretamente.

  • ¡No sabes ni guardar un secreto! Eres un poquito bocas.

  • Ya dije que nada de secretos. Contaré todo lo que me hagáis tanto uno como otro.

Gorka volvió a entrar en la vivienda.

  • No sé que tengo en la cabeza. Se me olvidaba. Toño, en mi habitación hay una caja con papel de regalo. Es un ordenador portátil que me regalaron mis padres por navidad. ¿Podéis hacerme el favor de descargar las fotos de la cámara y grabarlas en un disco aparte? Si Elena ve esas fotos, me la corta…

  • ¡Un portátil! Que suerte.  A mí, un par de calcetines y colonia barata. Si ahorro me compraré uno. Eso del poker por Internet me parece interesante….

A Toño se le cambió la cara.

  • ¡Joder, mierda! Quedamos en que nada de ordenadores.

María se sorprendió como el resto. Ya se había dado cuenta de ese detalle. En la habitación de Toño no había ni  un triste equipo portátil, ni impresora, ni nada por el estilo. ¿Qué estudiante de informática no tiene ordenador?

  • Ostia, tío. Ya sabes que soy un negado con eso de la informática. Si tengo que hacer algún trabajo, prefiero ir a la biblioteca de la facultad. Hay un ganado de primera. Me lo regalaron mis padres y ni siquiera lo había estrenado. Elena es la que me descarga la cámara, yo no tengo ni puta idea de cómo hacerlo…

  • ¡Me cago en mi puta madre! Como me pillen, se acabó…

  • Tranquilo Toño. Compréndenos. No tenemos ni idea de lo que estás hablando.

  • Sí, tío. Aclárate. Es sólo un puto portátil.

Tras respirar hondo el chico analizó su situación. Sus compañeros eran sus únicos amigos. Merecían conocer su  secreto. Por lo menos lo más importante.

  • No puedo permanecer a menos de diez metros de un ordenador. Si me pilla el vigilante de mi libertad condicional… me encerrarán… otra vez.

  • ¡No jodas!

  • Nos estás vacilando…

  • Lo dice en serio – dijo María mirando a los ojos de un desconsolado Toño.

  • ¡Pues claro que lo digo en serio, joder! No es coña. Es algo muy grave. Por eso no voy a clase los primeros viernes de cada mes. Tengo que ir al centro y presentarme en comisaría. Estoy en libertad condicional. No puedo ni saltarme un semáforo cuando camino por la calle. Y todo por el hijo de puta de mi padre… - no aguantó más y comenzó a llorar como un niño.

Sus amigos no insistieron en pedir explicaciones. Intentaron cambiar de tema y animar al chaval, que agradeció el intento. Gorka tuvo que largarse pero Javi y María le mimaron tanto que hicieron que  Toño volviese a sonreír. Al cabo de un rato, el futuro economista, dijo:

  • ¡En fín! Yo también os dejo. Voy a ducharme y prepararme. No tengo ni idea de cuándo volveré. Con esas chicas, nunca se sabe.

  • Que disfrutes, semental.

  • Se hará lo que se pueda, princesa.

Y diciendo esto se levantó de la silla. Cuando pasó junto a la chica, blandió su espada descaradamente. María, sin inmutarse, dejó los cereales por un momento y mamó aquel flácido pito media docena de veces.

  • ¡Para, para!  Si la zorrita esa es la mitad de buena que tú en la cama, voy a pasar un fin de semana de puta madre.

Cuando Toño y María se quedaron solos ella preguntó

  • ¿Querrás acompañarme? Voy de compras.

Toño recordó la manera mediante la cual la chica obtuvo el dinero.

  • Yo también había pensado en comprarte algo…

  • Ni hablar. Nada de regalos ni dinero. Comida y alojamiento…

  • Lo decía por lo de tu cumpleaños…

  • ¡Ah, bueno! … mi cumpleaños… claro.  Está bien… pero sólo una tontería… no te ofendas pero prefiero el dinero…

  • Nada de eso. Será un regalo en toda regla…

  • Deja al menos que yo lo elija. Necesito cosas más útiles que una caja de bombones o unas flores.

Toño frunció el ceño pero accedió. Además, no tenía ni idea de lo que podía gustarle a la chavala. Eso había pensado regalarle. Bombones y flores. Nada original, por lo que se veía.

María volvió a sorprenderle, se sentó sobre sus piernas y  desnudó su busto completamente. Estaba claro lo que necesitaba. Lo que Toño tenía entre sus piernas. Al chico tampoco le iba a venir mal soltar un poco de tensión. Se entretuvo de nuevo acariciando el cuerpo de la chica. Ella le lamía el lóbulo y susurró.

  • ¡Dímelo!

  • ¿Qué?

  • Lo que me dijiste ayer

  • ¡Te quiero!

  • Eso no, tonto. Lo otro… me pone como una moto.

Toño sabía a lo que se refería, pero no se atrevía. Se había arrepentido al instante de pronunciar aquella palabra.

-¡Puta!

-¡Otra vez!

La chica ya había liberado la serpiente del chico y la acariciaba en toda su extensión.

  • ¡Puta!

  • ¡Más fuerte!

  • ¡Puta! – gritó cuando su verga se introdujo en su amada.

  • ¡Mírame a los ojos y dímelo otra vez!

  • ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta!

De un zarpazo tiró al suelo la vajilla que todavía estaba sobre la mesa, lanzó sin miramientos a la zorrita sobre la tabla, le abrió las piernas hasta casi desmembrarla y la cabalgó hasta desfogarse. En cada embestida no dejo de pronunciar tan fea palabra. María eyaculó casi al instante, Javi y Gorka habían sido un buen calentamiento. El enorme aparato de Toño había terminado la faena.

Tras una reparadora ducha, la pareja abandonó la vivienda entre risas y jugueteos. Bajaron las escaleras de dos en dos y dejaron el edificio cogidos de  la mano, sin ni siquiera saludar al barrigudo conserje que los miraba de mala gana.

El hombre se sonrió cuando los chavales no pudieron verle.

  • Otro que ha caído. Joder con la pequeña María.

Se sentó a ojear la prensa del día, pero sus recuerdos pronto volvieron a aquella tarde del pasado otoño, cuando se le apareció aquella viciosa ninfómana por primera vez.

  • Buenas tardes señor. Vengo a ver a unos chicos para alquilar una habitación con ellos.

  • ¡Ah sí! Los chavales… son muy majos… y bastante responsables… al menos para su edad.

El  hombre estaba encantado con la presencia de aquella muchacha en su portería. A pesar del frío, vestía una minifalda que apenas tapaba sus muslos, unas caras botas de cuero negro la hacían parecer más alta de lo que en realidad era.  Bajo una torera corta, del mismo color y material, un minúsculo top apenas tapaba el generoso busto de la chica. Don Manuel ni siquiera podía mirar a la cara de la chavala, sus ojos se le iban hacia el escote que se le presentaba ante él.

  • Cuando deje de mirarme las tetas, ¿me podría decir algo más acerca de ellos? – le dijo haciendo una mueca

Ni se alteró lo más mínimo al saberse descubierto. Se limitó a resoplar y mostrar su nauseabunda dentadura.

  • ¿Eres policía?- le dijo en tono burlón - Perdone agente. No tengo ni idea de dónde puedes guardar la pistola, putita… debajo de tan poca tela…

  • No se pase de listo. Sólo quiero que me cuente todo lo que sepa de ellos…

  • ¿Sólo eso?  Ni pensarlo. No quiero problemas… ¡joder!…

La chica, sin cortarse un pelo, se había subido el top y le mostraba las tetas sin ningún miramiento.

  • Me lo tiraré a pelo si es bueno y me lo cuenta todo. Además, si me gusta lo que me dice… quizás sea su nueva vecina…ya me entiende.

El abuelo no se había visto en otra igual en su vida. Pensaba que le estaba vacilando pero no tenía mucho que perder. Desembuchó todo lo que sabía de los tres amigos.  Solía rebuscar en la basura de los vecinos, así que le contó hasta las veces que compraban papel higiénico. Le habló de Gorka y la calentorra de Elena, de Javi y su ludopatía. De Toño en cambio apenas le pudo contar nada, tan sólo que nunca se iba a casa por algún lío con  su padre.

  • Bueno, lo prometido es deuda.

Se dirigió a la puerta del pequeño habitáculo, bajó la persiana y cerró con llave.

  • Tan sólo hay un pequeño problema. Tengo la regla y sangro bastante. ¿Le importaría metérmela por el culo? – dijo alzando su falda, mostrando un pequeño tanga insertado en sus carnes.

Don Manuel estaba tan excitado ante tal ofrecimiento que apenas acertó a meter su pequeño pene por  aquel agujerito un par de veces. Eyaculo torpemente en un instante.

  • Menudo campeón está hecho. Espero que me trate mejor la próxima vez que baje a visitarle.

  • ¿Vas a quedarte? – su tono, lejos de ser desafiante, parecía suplicar a la muchacha.

  • Bueno. Dependerá de esos críos..,.

  • Si vas así vestida… ni lo dudes…

  • Ni hablar de eso. Les asustaría – la viciosa mente de la chica se había puesto en marcha analizando la próxima jugada – necesito un cambio de imagen.

  • Pues yo creo que estás de muerte…

  • En fin, me largo. No se apure, luego vuelvo. La cita es mas tarde. Sólo quería tantear el terreno – apretó con el dedo la barriga del hombre – ni se le ocurra descubrirme. Usted no me había visto en su vida, ¿eh?. Sea bueno y lo de esta tarde se repetirá bastante.

  • Soy una tumba.

  • Más le vale.

La chica abandonó el portal con cuidado de que no le viese nadie. Aquella fue la primera vez que don Manuel disfrutó de los encantos de la joven. Pero no la última. No menos de dos veces por semana, la chica le visitaba en su portería, y no precisamente para pedirle azúcar. De hecho, incluso aquel primer día la volvió a degustar cuando, poco antes de las ocho de la tarde volvió a entrar en su cuchitril. No la reconoció, su aspecto era tan sensual como el de un saco de patatas. No obstante, cuando le mamó la polla con tremenda pericia, comprobó el placer que una lengua experta, coronada con aquel piercing juguetón podía proporcionar. Putero reincidente, sabía reconocer a una profesional en cuanto la veía. Aquella chica era la mejor, nada que ver con todas esas putas extranjeras a las que había follado. Se notaba que aquella princesa hacía aquello por puro vicio.


Cuando María y Toño salieron a la calle, había parado de llover. La temperatura no era demasiado baja dada las fechas en la que estaban.

Cogidos de la mano pasearon por el parque, el chico intentó besarla pero ella le recordó el pacto que habían sellado con sexo y cava la noche anterior.

Entre ellos nada de amor, sólo sexo, y sólo en casa. Él no tuvo más remedio que resignarse. María ponía las reglas. Mejor eso que nada.

  • Primero, la farmacia.

Toño se moría de vergüenza cuando la chica le preguntó al boticario acerca de la píldora del día después y otro tipo de pastillas anticonceptivas. Se sintió culpable. Ni él ni sus amigos habían reparado en la posibilidad de dejar preñada a la chica. Ella invirtió casi todo su escaso presupuesto en aquellos menesteres.

  • María, eso lo pagamos nosotros – le dijo en cuanto estuvieron en la calle.

  • Ni hablar…

  • No me perdonaría que la mamada al asqueroso don Manuel  fuese la que pagase nuestros vicios…

  • No insistas…

  • ¡Joder! – esta vez Toño se mosqueó bastante – El cliente tiene que ponerse el condón, incluso creo que las putas les cobran un suplemento si son ellas las que le suministran el preservativo…

  • Bueno… - dudó ella – creo que eso es cierto…

  • ¡Pues claro, ostia! No se hable más. Las pastillas  corren de nuestra cuenta, y si quieres condones… pues también. Los chicos estarían de acuerdo conmigo. Seguro.

  • Claro tonto, no te mosquees – le dijo María estirándole un poquito de pelo – Pero ni un euro más.

  • Bueno, falta mi regalo. Dijiste que preferías el dinero. Toma.

  • ¡Ni hablar! ¡Ciento cincuenta euros!  ¡Estás de coña! Ahora la que me enfado soy yo…

  • Tampoco es tanto… es de parte de los tres. Lo hablamos ayer por la noche… mientras te duchabas… - balbuceó.

  • Mientes fatal, Toño. Te recuerdo que tú estabas conmigo en el baño…

El chico reconoció que había pillado su inocente mentira, pero no siguió insistiendo.

  • ¡Que sí, mierda! Seguro que Gorka y Javi estarán de acuerdo…

  • No insistas. Es demasiado dinero.

  • Por favor María, acéptalo. Tú lo necesitas más que yo… - pero cuando observó la cara de mosqueo de la chica hizo su último esfuerzo – por lo menos acepta cien de mi parte…

  • Es mucho para una amiga. Con veinte es suficiente.

  • ¡De cojón! No valores mi amistad con el precio de… - se quedó callado, avergonzado,

  • Dilo, con el precio de una mamada.

  • ¡Cien!

  • ¡Cuarenta!

  • ¡Ochenta!

  • ¡Sesenta! – sonrió – esto parece el mundo al revés. Normalmente la puta es la que pide más y el cliente es el que rebaja.

  • De acuerdo. Sesenta. Y con lo de las pastillas… ochenta. ¿Vale?

  • Vale… pesado.

  • Te recuerdo que aquí no eres una puta, eres mi amiga. Este es el regalo a mi mejor amiga.

  • ¡Vamos a chafarlo!

  • ¿A dónde?

  • Pues al Mercadona, claro.

  • ¿Mercadona? – de cien sitios que hubiese dicho él, no hubiese acertado el lugar dónde María quería comprar su regalo.

  • Necesito cosas. Cosas realmente importantes…

Lo que quedó del resto de la mañana lo invirtieron los dos como si fuesen una pareja joven haciendo su compra semanal. María eligió sobre todo productos de higiene personal de lo más variados como tampones, jabones y cremas. Siempre lo más barato.

Donde invirtió más tiempo revisando los componentes fue con las leches corporales. Eligió la que más le satisfizo dado su escaso presupuesto.

Toño compró comida, sobre todo a gusto de María.

  • Por favor, compra esta mermelada de frambuesa. Me vuelve loca. Hace siglos que no como…

  • ¿Por qué?

  • Es un poco cara.

Cuando Toño miró el precio, este no subía de los cinco euros. Entonces comprobó cuál era realmente el estado financiero al que había llegado la chica. Bajo cero.

Comprendió su desesperación y el porqué había llegado a ofrecer su boca al portero. Pura necesidad. La perdonó por ello internamente.

  • ¡Tengo un hambre que me muero! – dijo María.

  • Es muy tarde para ir a casa… te invito a comer. Es lo mismo que lo hagamos aquí o en casa, ¿no?

  • Bueno.

  • ¿Qué te apetece?

  • Chino

  • ¿Chino?

  • Me encanta, la comida es barata… y abundante,

  • ¡A ver si ahora te vas a poner como una vaca! – dijo Toño ensanchando los brazos.

  • ¡Chaval, no te pases! – respondió ella haciéndole cosquillas en un costado – Dejemos todo esto en consigna y vamos.

La comida, deliciosa. Pero más por la compañía que por los manjares. Toño odiaba todas aquellas cositas partiditas en trozos pequeños pero María disfrutó tanto que no se arrepintió de haber accedido a su sugerencia. Ella parecía otra, más liberada, mas relajada, feliz.

  • Ahora vendría bien una buena siesta.

  • Si quieres, vale. Lo cierto es que yo suelo dormir más bien poco…

  • En la cama se pueden hacer otras cosas aparte de dormir…

  • ¡Camarero, la cuenta!

Se dirigían en busca de sus artículos comprados cuando la chica se detuvo delante de un local del centro comercial. Tenía muchas luces rojas en su fachada y un nombre de lo mas explicito. “Venus: artículos eróticos. Prohibida la entrada a menores de 18 años”

Si en la farmacia Toño estaba muerto de vergüenza, cuando María le agarró de la mano y lo introdujo en el establecimiento quiso salir corriendo. Sin embargo, el interior del local era muy diferente a lo que él esperaba. Nada de un antro lúgubre, oscuro y furtivo. Era una tienda convencional. Muy iluminada y bastante concurrida.

Chicas preparando una despedida de soltera elegían un disfraz picante para la homenajeada, parejas maduras cogidas de la mano rebuscaban entre las películas eróticas de los años setenta. Algún que otro marido compraba un regalo especial para su mujer o amante. Todo muy normal.

Cuando la dependienta dejó a una pareja de gays  eligiendo un consolador acorde con sus preferencias se les acercó amablemente.

  • ¿Puedo ayudaros?

  • ¿Cuánto cuesta? – Dijo María señalando a la pared.

  • Todo el conjunto, ciento cincuenta.

Toño creyó desmayarse. La chavala señalaba un conjunto de corpiño, liguero, medias y botas rojo de lo más sugerente. Imaginó a la pequeña María con aquello puesto y algo importante comenzó a crecer en su entrepierna.

  • Es muy caro.

  • Son las botas. El resto a penas cuesta sesenta…

  • Perfecto. Me quedan cincuenta y nueve. Supongo que será suficiente.

  • Por supuesto. ¿Te lo pruebas? Tengo que deciros que a los probadores sólo puede entrar una persona. Son las normas.

  • Claro, claro.

Veinte minutos después la compra estaba hecha. La dependienta estuvo dentro del probador con María durante casi todo ese tiempo. A Toño le pareció un poco raro pero no dijo nada.

  • ¿Te lo envuelvo para regalo?

  • Me gustaría llevármelo puesto pero no es posible. Sí, gracias.

  • Son… cincuenta y nueve euros… y una sonrisa.

A Toño le pareció entender que la dependienta le estaba echando los tejos a María. Un montón de monedas cayeron sobre el mostrador.

  • Aquí hay nueve euros. Faltan cincuenta, cielo.

  • Por supuesto.

De un bolsillito pequeño de su cartera sacó un billete marrón muy doblado. Lo desplegó con paciencia y lo entregó, sonriente, a la cajera. Antes de salir, Toño descubrió un consolador doble negro, similar al que María guardaba en su cajón.

  • Venga, pervertidillo. Vamos a estrenar tu regalo.

De camino a casa Toño no pudo reprimirse y preguntó.

  • ¿Y esos cincuenta euros?

  • Son los del billete,

  • ¿Qué billete?

  • El de la vuelta a mi casa.

  • ¿A casa?

  • Sí, a mi casa. Me fui de ella con todos mis ahorros y me prometí a mi misma que, si todo no me funcionaba tal y como esperaba, con mis últimos cincuenta euros compraría un billete de autobús para volver con mis padres.

  • Entiendo. Y te los has gastado en lencería en lugar de algo más útil.

  • Desde ayer tengo claro que no los voy a necesitar. No volveré jamás. Haré lo que haga falta

  • Entiendo – Toño sabía hasta dónde ella era capaz de llegar.

Antes de llegar a casa, María hablaba distraída y tropezó con un señor mayor, muy trajeado y acicalado.

  • ¡Niña, mira por donde vas!

  • ¡Perdón, señor!

  • ¡Esta juventud, está siempre en las nubes!

  • Menudo genio, tiene el viejo- comentó Toño al llegar a casa

  • ¡Pues no veas cómo se pondrá cuando se entere de esto! – dijo la chica enseñando una cartera de cuero.

  • ¡María! ¡Se la has robado!

  • ¿Siiii? ¿de veras? No me había dado cuenta…

  • ¡María, joder!

  • ¡Joder, qué! No te enteras, Antoñito… ya os dije que no tenía un duro… y que haría lo que fuese por subsistir…

  • Pero ¿robar?

  • ¿Prefieres que el portero me dé por detrás?

  • ¡No, por supuesto!

  • Pues eso – rebuscó entre los bolsillos.

  • ¿Y las huellas?

  • Tú ves mucha tele, Toño – y continuó mirando - menudo rata, sesenta euros y calderilla… putas tarjetas…¡y un condón! Caramba con el abuelo.