Compañera de piso: Capítulo 11 (fin)

Último episodio de las andanzas de María. Gracias a todos por su paciencia.

Capítulo 11 y último: Una boda y un funeral.

  • ¡Me cago en la leche! ¿y quién dices que te ha hecho esto?- una nube de algodón servía a Toño para restañar las heridas de su amigo.

  • Y yo que sé. No le había visto en mi vida. Se abalanzó sobre mí y comenzó a darme de ostias, sobre todo en la cara.

  • Pues sí que te ha dejado guapo. Y nada menos que a cuatro días de tu boda…

  • Calla, calla. No me lo recuerdes… - Gorka estaba muy cabreado

  • Pues vas a salir de miedo en las fotos. Yo que tú retrasaría la boda…

  • ¡Imposible! Está todo preparado, la iglesia, los invitados, en convite… ¡todo! Además, Elena me mataría. Pensaría que era una excusa para no casarme…

  • Pues no creo que estos moratones pasen desapercibidos…

  • ¡Tú cúrame como puedas y punto! Tengo un montón de cosas por hacer esta mañana. No tienes ni idea de cuántas tonterías hay que tener en cuenta para casarse unooooo. ¡Leches, cómo escuece!

  • Por lo menos el otro tipo habrá recibido lo suyo.

-¡Qué va! No veas cómo sacudía el enano ese. Bastante tenía yo con protegerme hasta que pude levantarme y  salir corriendo. Casi no lo cuento…

  • ¿Enano? ¿te ha dado una paliza un enano? - Toño no daba crédito - ¡Es para morirse!

  • Y encima me robó la cartera, el reloj y las zapatillas. No sé para qué cojones querrá un enano unas Adidas del 45.

Agarró a su amigo de la muñeca y le miró fijamente.

  • ¡Ni se te ocurra contar por ahí que un enano me ha partido la cara! ¿Estamos?

  • No te preocupes - dijo Toño muy serio - Mi boca estará sellada. Permaneceré como… ¿cómo se llama ese dibujo de Disney?  Sí hombre, el que tenía otros seis hermanitos…. ¡Gruñón!...

Gorka lo miró furioso. Agarró el frasco de agua oxigenada y lo lanzó contra un Toño que se partía de risa mientras huía.

  • ¡Mudito! Eso es. Mudito, el enano de Blancanieves.

-¡Me cago en tu puta madre! - pero Gorka estaba muy dolorido como para perseguir al fugado.

Sonó el timbre de la puerta. Se extrañaron un poco. Nadie solía venir a aquellas horas.

  • ¡Menudo escándalo! - dijo Javi después de abrir la puerta de su habitación - ¡Aquí no hay quien duerma!

Rascándose la entrepierna con una mano y mirando el reloj de su muñeca en la otra murmuró.

  • ¡Pero si aún son las once! Menudo madrugón - y como un alma en  pena se dirigió hacia la puerta de la casa.

Ni se preocupó en mirar a través del visor. Abrió directamente sin mayor dilación.

Ante él apareció una señora algo mayor. Bajita y regordeta, de cabellos negros bastante descuidados salpicados por infinidad de canas. Vestía un conjunto algo pasado de moda, aunque muy limpio y bien planchado En sus manos apretaba algo que el adormilado Javi no acertó a distinguir. En la cara se reflejaba el sufrimiento pasado. Cientos de arrugas surcaban su antes delicado rostro. Pero por encima de todos aquellos rasgos el chico se fijó en aquel par de ojos azules que lo miraban llorosos. Eran increíbles. Jamás había visto nada igual a excepción de los de…

  • ¡Bu… buenos días!  Busco a mi hija… se llama Eva…- dijo en tono suplicante, casi llorando.

Javi se rascó la cabeza negando.

  • Lo siento, señora. Aquí no vive ninguna Eva…

  • ¡Pero el portero me dijo que estaba aquí!

  • Ese carcamal dirá lo que quiera pero aquí no…

Se quedó de piedra. La mujer le mostró lo que sus manos sujetaban tan fervorosamente. Se trataba de la fotografía de una adolescente. Con el pelo rubio, coletas, uniforme escolar y mirada triste. Pero sin duda era ella.

  • ¡María!

  • ¿Está aquí?

  • Pase - es lo único que acertó a decir.

  • ¿Qué pasa? ¿Quién es? - preguntó Toño acercándose junto con Gorka.

  • La señora - les anunció Javi estupefacto- la señora dice ser la madre de María.

  • ¿Dónde está? ¿Cuál es su cuarto?

A Toño se le encendió la sangre. Estaba convencido de que aquella señora de aspecto frágil en realidad era una especie de monstruo  que consentía la violación sistemática de sus hijas por parte de su marido. Le daban asco. Así que decidió proteger a su amiga.

  • ¿Qué pasa? ¿Ahora se preocupa por su hija? ¿Acaso no es usted la madre de ella y de sus hermanas? - su tono era bastante enfadado y, ante la atónita mirada de sus amigos, continuó - No sé cómo tiene vergüenza de presentarse aquí. Dejar que su marido… haga eso con sus propias hijas. Me dan ustedes asco. Pedófilos de mierda, debería llamar ahora mismo a la policía.

  • Bueno, bueno. Ya está bien - intervino Javi.

  • ¡Déjela en paz! Aquí está bien, nosotros cuidamos de ella. Es mayor de edad y ya no puede obligarle a nada…

La señora no parecía muy sorprendida ante la reacción de Toño. De lo más recóndito de su ser apareció algo de energía para interrumpir al muchacho de larga melena.

  • Espera un momento, hijo - dijo en tono firme pero sin alzar la voz - Aclaremos las cosas. Primero, Eva es hija única, lo sé yo porque soy su madre, así que no sé que me estás contando de unas hermanas. Segundo, mi marido adoraba a su hija y te juro por mi madre que en gloria esté de que jamás hizo otra cosa que amar a su niña con toda su alma. Tercero, mi marido está muerto. Murió cuando Eva apenas tenía cinco añitos, así que difícilmente pudo hacerle nada a mi pequeña, y te aseguro que jamás entró otro hombre en mi casa.

Toño deseaba que la tierra le tragase. Estaba totalmente perdido. Se suponía que conocía cada gesto, cada reacción de todo aquel al que le rodeaba. Solía saber muy bien cuando le mentían. Si era cierto lo que aquella mujer contaba, María le había engañado como a un niño.

  • Y cuarto - a la señora comenzaron a fallarle las fuerzas - ¿qué tontería es esa de su edad? Mi pequeña, mi  Eva tan sólo tiene…

A Toño se le resbaló la jarra de cristal que llevaba en su mano al oír la verdadera edad de su compañera de piso. El recipiente chocó contra el suelo y estalló en miles de trocitos brillantes sobre las baldosas que navegaban en el oscuro líquido.

A Javi se le quitó la resaca de un plumazo. Envejeció diez años en segundos. Movía la cabeza como negando la evidencia. Tras la primera impresión no paraba de pensar en lo que habría llevado a María a actuar de aquella manera.

Gorka se quedó petrificado. No daba crédito a lo que oía. Tan sólo acertó a pensar una cosa. Debería deshacerse de aquel montón de fotos eróticas que tenía en su ordenador y en su cámara fotográfica. Podrían llevarlo directamente a la cárcel

-¿Cuál es su habitación? - insistió la señora muy nerviosa.

  • Esa - acertó a señalar Toño.

Ni aunque los tres lo hubiesen intentado, jamás hubieran podido detener a aquella madre en busca de su hija. Les apartó de un manotazo y abrió la puerta de aquella alcoba con la mayor ilusión del mundo. Se le hizo trizas el alma cuando descubrió la estancia vacía, aunque repleta de detalles y signos que le confirmaron que la habitante de aquel cuarto era sin duda su hija pródiga.

Tragó saliva, y entre lágrimas procedió a registrar la habitación en busca de alguna nueva pista acerca del paradero de su niña.

  • No, ahí no abra - intervino Toño ante la extrañeza de sus amigos.

Se trataba del cajón de los juguetitos sexuales de María. La mujer no se alteró demasiado cuando vio todo aquel arsenal erótico.

  • ¿Dónde está? Dios mío ¿dónde está? - la señora lanzaba los trastos por los aires como si buscase un tesoro.

  • Pero señora. María no está aquí - dijo Toño mirando al resto - ¿hace cuánto no la veis?

  • ¡No está aquí! Dios bendito. Se ha marchado…

No pudo aguantarse más. Aquella pobre mujer se derrumbó en el hombro de Toño.

  • No se preocupe, señora. María está muy bien. Seguro que vuelve pronto…

Ella en cambio negaba con la cabeza.

  • ¡Se lo ha llevado! Y sino está aquí, significa que… que se ha ido…

  • Pero señora, ¿qué es lo que busca exactamente? - intervino Javi muy intrigado.

  • ¡El consolador negro! ¡El de dos puntas!  - el llanto de la mujer era cada vez mas intenso - ¡No está!

Todos lo conocían perfectamente. Había sido compañero de juegos del cuarteto desde que María se había ofrecido a pagar el alquiler con su cuerpo.

Tan sólo Toño lo sabía. La chica tenía una extraña costumbre, una especie de ritual erótico cuyo protagonista era aquél pene sintético. No importaba cuántos polvos hubiese echado aquel día. Su último orgasmo siempre estaba provocado por aquel enorme falo negro. También la había oído llorar muchas veces después de hacerlo pero jamás se había atrevido a preguntarle el motivo de su desconsolado llanto.

  • Perdone pero no le entiendo - dijo Javi siempre tan pragmático - ¿porqué es tan importante?

La mujer se controló un poco. Llevaba mucho tiempo queriendo contárselo a alguien y estalló.

  • En el interior de ese… ese… ese artefacto… están… - sopló fuerte como recogiendo energía para soltarlo - están las cenizas de mi difunto esposo. El padre de Eva.

Diez minutos más tarde, algo más tranquila Ana, la madre de María permanecía sentada en el sofá, junto a ella Javi y Gorka escuchaban su historia. Toño se las había ingeniado para poder hacer café para todos y se disponía a servirlo. La mujer se aferraba a su taza y negaba con la cabeza mientras hablaba.

  • No sé qué es lo que os habrá contado mi hija… - su tono era apesadumbrado - pero os aseguro que si se parece en algo con la realidad será por pura coincidencia.

  • Lo cierto es que sabemos muy poco de ella realmente.

  • Desde niña es muy fantasiosa. Inventaba historias constantemente. Es muy lista, pero su cabeza soñadora le impide centrarse en los estudios.

  • Apenas nos contó nada… tan sólo que su padre le pegaba - dijo Gorka

  • Entiendo.

  • Pues a mí me dijo que el asqueroso de su padre se la cepillaba casi todas las noches, y que usted lo sabía todo - a la vez que hablaba Toño se daba cuenta de que aquella historia no encajaba con lo que la señora Ana les había contado - También que tenía dos hermanitas pequeñas, que seguramente ocuparían su sitio en la entrepierna de su marido una vez María faltase.

  • ¡Jodo, tío! Lo tuyo es la diplomacia… - le reprochó Gorka - podías haberlo dicho de otra forma…¡Que es su madre, ostia!

Un silencio frío recorrió la estancia.

  • Mi marido era militar. Sargento del ejército de tierra. Estuvo destinado en la guerra de los Balcanes. Volvió condecorado y, es inútil negarlo, muy trastornado. Lo que allí vio le superó por completo. Volvió pero ya no fue el mismo. Yo intentaba animarle, decirle que tenía una hija, un buen motivo para tirar para adelante - la mujer volvió a llorar amargamente.- ¡y se pegó un tiro. La pobre Eva lo vio todo. Por lo menos el muy…- su tono denotaba cierto resquemor con su difunto esposo-  cabrón podría haber esperado a que la niña no estuviese en casa.

  • ¡Joder!

-Volví… volví de la compra y allí estaba ella, llorando, intentando que su papi… que su papi le contestara.

  • Menudo palo.

  • Después creció, y no dejó de inventarse cosas. Sobre todo acerca de su padre. Que si era un capitán de barco y por eso casi no estaba en casa. Que si estaba en África cazando leones. Que si agente secreto. Todo mentiras, una detrás de otra. La gente que la conocía se reía de ella, pero eso jamás le importó. Cuando creció, sus amigos escuchaban sus historias con aparente interés con tal de meterse en sus bragas. Yo tenía que trabajar catorce horas al día para sacarnos adelante, apenas le hacía caso a la pobrecilla.

  • No se torture - intervino Javi - seguro que lo hizo lo mejor que pudo.

-Se pasaba horas mirando la puerta de casa, esperando un imposible. Esperando que entrase por ella su padre, con un montón de regalos y una sonrisa en la boca. Eso jamás sucedió, obviamente.  Después de su fuga, me entere que ofrecía su cuerpo a todo aquel que demostrase un mínimo interés por ella. Al parecer se tiró a medio barrio y yo ni siquiera sospeché nada. Habréis comprobado que mentir se le da muy pero que muy bien.

  • Desde luego - murmuró Toño.

  • Tiene que estar muy desesperada como para hablar así de su niña - pensó Javi.

Ana bebió un poco de café y continuó con la historia de su hija.

  • Buena culpa de todo esto la tiene ese sinvergüenza… ese mal nacido…

  • ¿Quién? ¿Su marido?

  • Ese desgraciado desde luego que sí. Pero  yo me refiero a otra persona, a ese psicólogo famoso que trata trastornos en la adolescencia. El doctor Méndez ese. En lugar de ayudarnos, se dedicó a… - tragó saliva, no pudo decir lo que en verdad pensaba- a hacer con ella lo que le vino en gana, sesión tras sesión, semana tras semana, mes a mes.  Me lo recomendaron en su instituto cuando la expulsaron un tiempo al “ofrecerse” al profesor de gimnasia con las bragas en la mano… en mala hora les hice caso. Fue peor el remedio que la enfermedad.

Aquello era muy fuerte. Sentían lástima de la pobre María.

Intentando buscar otro tema, Gorka preguntó acerca del misterio del consolador.

  • Me da un poco de vergüenza contarlo pero a estas alturas ya no me importa. Según su voluntad, lanzamos parte de las cenizas de mi marido al mar. Aún no sé porqué, pero me guardé una pequeña porción para mí. Las guardaba en una pequeña urna, escondida entre mis cosas.

Respiró hondo y continuó.

  • Mi esposo me había regalado un consolador negro antes de su última misión. Me dijo entre risas que así no le echaría tanto de menos mientras estuviese en el frente. Yo jamás lo usé mientras estuvo vivo pero lo guardé como si se tratase de una joya tras su marcha. Cuando murió… a pesar de todo yo seguía amándole… así que no se me ocurrió otra cosa que meter sus restos dentro de aquel… aquel juguete.  Tenía la ilusión de que era mi esposo el que me poseía. Aún no sé exactamente cómo pero María se enteró de todo. Seguramente leyó mi diario.

Los chicos escuchaban muy atentos. La historia mejoraba por momentos.

  • Hace un par de años - dudó en seguir pero al final lo hizo - hace un par de años la descubrí desnuda con ese maldito cacharro… ensartado en su culo. Me volví loca. Le dije de todo. Ella tampoco se calló nada. Nos peleamos como jamás lo habíamos hecho. Se vistió con lo que tuvo más a mano, agarró el dichoso consolador y se largó por la puerta. Pensé que volvería cuando se le pasase el enfado, pero jamás lo hizo. Desde entonces no paro de buscarla. Le he seguido la pista por media España, hasta aquí…

  • No se preocupe, seguro que viene enseguida.

La mujer negó con su cabeza.

  • Es inútil. Se ha marchado… otra vez.

Hacía unos días que María se sentía inquieta. Tenía la sensación de que algo no marchaba del todo bien. El curso se acababa y el verano se presentaba como una auténtica incógnita. Gorka se casaba y volvía al pueblo con Elena. Toño y su novia Elba cada vez estaban más unidos y apenas veía al semental greñudo. Javi también había cambiado, no lo confesaba pero su relación con Lepra se estaba consolidando a base de polvos.  No quiso tampoco darle excesiva importancia, seguramente los preparativos de la boda le estaban afectando demasiado. Estaba tan nerviosa como si fuese ella la desposada. Lo cierto es que jamás había asistido a ninguna ceremonia nupcial, por extraño que pareciese.

Se bajó del taxi unas manzanas antes de su domicilio. Seguía con eso de aparentar no tener un euro. Caminaba por la acera cargada de paquetes. Había invertido un montón de tiempo en adquirir un atuendo apropiado para el evento. Las dependientas se asombraban cuando les pedía unas tijeras para cortar las etiquetas de aquellas lujosas prendas. Normalmente sus clientas solían mostrar con orgullo sus carísimas  vestimentas y sin embargo, aquella jovencita se esmeraba en disimular su glamoroso origen.

María llegaba tarde a su única cita del día. Había pedido un tiempo de descanso a su Madame para preparar los esponsales, sin embargo esta le había suplicado que atendiese al dichoso Cónsul Japonés. Se había encoñado con María de manera casi obsesiva y pagaba cantidades astronómicas por hacerle de todo a  aquella jovencita tan complaciente.

Cargada de bolsas, entró en el vestíbulo. Tan absorta estaba en inventar una nueva mentira para justificar el origen del dinero con el que había comprado aquellos abalorios que no reparó en el baboso don Manuel que la observaba desde la puerta de su cueva.

  • ¡Buenos días, princesa!

  • Mejor lo dejamos para otro rato, ahora tengo mucha prisa, señor Manuel.

  • Tranquila, tranquila… María - hizo una pequeña pausa, recreándose - ¿O quizás debería llamarte… Eva?

Se paró en seco. Apenas había comenzado a subir las escaleras cuando oyó su verdadero nombre por primera vez en mucho tiempo. Notó como sus piernas le fallaban. Tuvo que apoyarse en la baranda para no caer escalones abajo.

  • Ha subido una señora preguntando por ti. Estará arriba, con tus amigos. Te parecerá extraño pero me ha jurado que tu verdadero nombre es Eva. ¿Curioso, verdad? - su tono era de lo más jocoso - Por sus ojos creo que es tu madre ¿Eh? Son iguales que los tuyos. Se diría que lleva mucho tiempo sin verte ¿Cierto?

A María se le vino el mundo encima. Le entraron unas ganas tremendas de subir corriendo aquellas escaleras, entrar como un torrente en la casa de sus amigos, abrazar a su madre y comerla a besos. Le pediría perdón hasta gastar las palabras, volverían juntas a casa, volverían a ser una familia. Sin su padre pero una familia al fin y al cabo.

Ni ella misma daba crédito a lo que estaba haciendo cuando lentamente descendió por las escaleras y se dirigió a la salida lentamente.

  • ¿Qué pasa, bonita? ¿No quieres ver a tu mami?

  • ¡Sí… sí, claro! - respondió María en tono vacilante - es que olvidé comprar algo.

  • ¡Seguro, princesa! - dijo el barrigudo mientras observaba como María salía de nuevo a la calle con lágrimas en los ojos - ¡Seguro que vuelves enseguida!

El sonido de unas pisadas bajando alegremente por las escaleras le hizo desviar la mirada de la puerta. El buen tiempo había llegado y de qué manera. El minivestido que lucía Bianca era buena prueba de ello. No podía ser más corto, ceñido y escotado. El viejo verde se olvidó de María en cuanto la vio. Sin duda la chiquilla tendría grandes posibilidades en esta vida.

  • ¿Qué pasa? - dijo la jovencita mientras devoraba un chupa chups  de forma lasciva.

  • María, que se ha marchado.

  • ¡Ah, bueno! Seguro que vuelve luego - sabía que su compañera tenía trabajo pendiente.

  • No lo creo - murmuró el conserje - en fin, ¿qué se le ofrece a la señorita? Ayer volviste muy tarde…

  • Estuve en el cine con una amiga y su papá…

  • ¿A las cuatro de la mañana?

  • ¡Era una sesión golfa…! - intervino entre risas

  • ¡Menuda golfa estás hecha tú¡ ¡Pasa para adentro, que me parece que ya sé lo que quieres!

Una vez cerrada la puerta, el hombre preguntó

  • ¿No viene tu madre?

  • ¿De verdad quiere que venga? - contestó la chica haciendo pucheros - ¿qué pasa? ¿acaso no tiene suficiente conmigo? Hoy tengo algo nuevo que sin duda le gustará - dijo girando la cabecita hacia su apretado trasero.

  • ¡En fin! ¡Qué sacrificios tiene que hacer uno en esta vida! - dijo mientras se soltaba la correa de sus pantalones - A ver, mi vida, veamos qué es eso tan interesante que me has traído.


Hacía bastante calor en el ambiente, pero no era eso lo que ahogaba a María. La congoja le comía por dentro. Intentó recordar el plan de fuga. Se acercó a uno de los contenedores de basura. En ellos tiró todas las bolsas que llevaba. Ya no iba a necesitarlas.  Sentada en un parque analizó la situación. Le fastidiaba bastante tener que salir a la carrera en aquel momento, lo había pasado bien en aquella ciudad.

Decidió atender por última vez a su pervertido cliente de ojos rasgados. Iba a ser un gran fin de fiesta. Le daría una lección  a aquel hijo de puta de una vez para siempre. Después, tenía otros flecos que aún estaba a tiempo de atar.


La campanilla de la puerta tocó su musiquilla característica

  • ¡Espere un momento! Ahora salgo… Ahora le atiendo - dijo Elena mientras intentaba bajar una caja del estante del obrador - siempre tiene que venir alguna de esas viejas chochas a la hora de cerrar - murmuró.

De repente notó como unas suaves manos femeninas le nublaban la vista y una voz conocida susurraba a su oreja.

  • No deberías hacer esfuerzos, mamita. Tu niña nacerá cansada o aún peor, antes de hora.

  • ¡María! - se giró la muchacha rubia - ¡Qué ganas tenía de verte!

De nuevo las dos frente a frente, no sabían exactamente cómo saludarse.  María tomó la iniciativa, como siempre, y de puntillas rodeó el cuello de la otra con sus manos y la besó tiernamente en los labios.

-¿Estamos solas? - dijo entre beso y beso.

  • ¡Sí! Mi padre está en la ciudad… no vendrá hasta la noche.

  • Perfecto… ¡Vamos!

  • ¿A dónde?

  • A tu cama, por su puesto.

Elena obedeció. Cerró el establecimiento y subieron las dos sin dejar de toquetearse hasta la alcoba de Elena.

  • Esta cama es muy pequeña.

  • Si. Apenas la uso…

  • ¿Y eso?- inquirió María curiosa.

  • ¡Júrame que guardarás el secreto! - dijo Elena mirando a la otra a los ojos

  • Lo juro - dijo María sin parpadear.

  • Normalmente duermo ahí… en la otra cama… con mi padre.

  • Entiendo – María se imaginaba algo parecido- pues vamos a hacer lo allí

  • No… no me atrevo.

  • ¡No querrás que me enfade!

  • ¡No, no! - rió Elena - ¿pegarías a una embarazada?

  • ¡Antes preferiría morirme!

  • ¡Vamos!

Ni tan siquiera almorzaron. Pasaron la sobremesa en la cama, bebiéndose sus jugos, acariciándose mutuamente, esta vez sin testigos, violencia ni vejaciones. El inevitable consolador negro hizo las delicias de ambas hembras. Se regalaron placeres infinitos con aquel falo sintético de oscuro secreto. Enroscadas como serpientes recorrían sus cuerpos desnudos sobre el lecho incestuoso, como queriendo borrar el pecado que cada noche tenía lugar sobre él.

Una ved saciada su sed de lujuria, conversaron en la penumbra de aquella habitación.

  • Elena, ¿te ha pegado alguna vez Gorka?

  • ¿Te lo ha dicho él?

  • No hace falta. Un día entró borracho en casa. Me culpó de tu embarazo. Me dio una paliza de muerte. Se notaba que no era la primera vez que le partía la cara a una mujer…

  • Vaya…no sé que decirte. Alguna vez se le ha ido la mano, pero siempre ha sido por mi culpa…

Aunque Elena no le vio, María volvió a mirar al techo. Jamás hubiese pensado que la chica fuese de esas.

  • Otra tonta - pensó al tiempo que preguntaba en voz alta - ¿Y eso?

  • Le hincho mucho las narices. Le llevo constantemente la contraria, incluso le pongo los cuernos luego se lo cuento y cosas así. Es normal que me cruce la cara de vez en cuando.

  • Entiendo.

  • Pero desde que estoy embarazada, no me ha puesto la mano encima. Ni para bien ni para mal, ya me entiendes.

  • ¿Y tu padre?

  • El lo lleva fatal. Te parecerá extraño, pero mi padre me quiere mucho.

  • ¡Sí claro! Para montarte.

  • ¡No, no! No es eso. En verdad me necesita. Es como un niño grande. Echa mucho de menos a mi madre. Se largó y jamás volvimos a saber de ella.

  • ¿Y desde cuándo - María no encontró ninguna manera suave de expresarlo -  te folla?

-  ¡Uf! Casi ni me acuerdo. Desde que me salieron las tetas… Pero lo hace con mucho cuidado, con mucho mimo, como si temiese romperme.  Aunque no te lo creas, es muy, muy bonito. Es más, me pondría celosa perdida si alguna otra quisiese ocupar mi sitio en esta cama.

  • ¿Nunca ha pensado en casarse de nuevo?

-¿Para qué? Conmigo tiene, mejor dicho tenía la mejor mujer que podía soñar.

  • Cierto - María besó a su amante en el cuello mientras le acariciaba su incipiente tripita - pero entonces…

  • El niño podría ser suyo – adivinó la pregunta de su amiga - apenas duermo pensando en ello. Sería horrible ser la madre de mi propio hermano…

  • No te tortures, seguro que es de Gorka.

  • Lo cierto es que podría ser de cualquiera, no creas que he llevado una vida muy ejemplar últimamente.

  • Eres un poco pendona, Elenita - comenzó a hacerle cosquillas a la rubia.

  • Pues mira quién fue a hablar, la mosquita muerta - contraatacó la otra de igual forma.

Después de un buen revolcón, sin saber muy bien como, el rostro de María apareció en las cercanías de la vulva de Elena. Suavemente, apartó los labios vaginales de su amiga y comenzó de nuevo a juguetear con aquel botoncito carnoso que tanto placer podía proporcionar. Succionaba con deleite cada gota de néctar que de tan bella flor nacía. Había degustado cantidad de coños en su corta vida, pero jamás el de una embarazada. Elena apretaba los puños, su orgasmo era casi continuo. El botoncito metálico que coronaba la lengua de su amante le volvía loca.

María intentaba encontrar algo diferente en las entrañas de Elena. Cerraba los ojos, imaginando a la rubia cabalgando sobre el rabo de su propio padre. Se moría de envidia. A ella también le hubiese gustado poder hacerlo. Se tenía que conformar con masturbarse con el consolador en el que estaban depositados sus restos, tal y como le había indicado el doctor Méndez. Entendía a Elena y la devoción que por su progenitor profesaba. Se asemejaba mucho a lo que ella misma sentía por su padre muerto.

Si su vida cambió desde que descubrió el cuerpo ensangrentado de su papi, todavía se produjo un giro más radical en su existencia el primer día que leyó la carta de suicidio que dedicó  su madre. Gracias a ella supo que su padre no había sido el hombre ejemplar que siempre había creído. La guerra saca lo peor de las personas. Al parecer, durante su estancia en la antigua Yugoslavia se dedicó a violar adolescentes que se abrían de piernas por un puñado de comida. Al volver y darse cuenta de lo que había hecho, se quitó la vida en un arrebato de remordimiento. Temía que su hija siguiese el mismo camino que aquellas jóvenes desgraciadas. Prefirió morir antes de que creciese en él el deseo irrefrenable de abusar de su hija.

María se sentía culpable de la muerte de su padre. Leyó la epístola demasiado pronto, su mente inmadura todavía no estaba preparada para una  información tan trascendente. Hubiese dado lo que fuera por poder decirle, poder suplicarle a su papi que hiciese con ella lo que quisiese, pero que no la abandonara. Que se quedase con ella y su madre toda la vida. Sería para él la mejor de las hijas y la más complaciente de las putas.  Es por eso por lo que se dejaba hacer todas aquellas aberraciones, para que su padre viese desde el cielo lo que su hija estaba dispuesta a hacer por volver a tenerlo a su lado.

  • ¿Porqué lloras, María?

  • Por nada… una tontería. Me acordaba de alguien.

  • Espero que todo salga bien. El embarazo, la boda…

  • Elena…

  • Dime…

  • ¿Estás enamorada  de Gorka?

La rubia tardó demasiado en contestar.

  • Hace mucho tiempo que estamos juntos…

  • Yo no te he preguntado eso…

Elena no dijo nada. Mejor callar que mentir.

  • ¡Vamos! - dijo María levantándose de un salto.

  • ¿A dónde?

  • Primero una ducha rápida. Sin tonterías, que nos conocemos y después… después quiero conocer a ese futuro suegro tuyo. El de la lengua larga.

  • Entiendo - contestó Elena - pero te puedo asegurar que es lo único que tiene largo en su asqueroso cuerpo.

  • Habrá que darle un escarmiento, por chivato ¿no?

  • ¿Qué te propones?

  • ¿Qué tal eres haciendo fotos?

  • Pues no sé.  ¿De qué tipo?

  • Tipo paparazzi

  • Jamás he espiado a nadie.

  • Pues alguna vez tiene que ser la primera.

Media hora después, María estaba en frente de la casa de los padres de Gorka.  Se desabrochó un botón más de la blusa blanca, de tal forma que sus bonitos senos se mostrasen generosamente a través del escote. Su faldita de vuelo rosa era lo suficientemente corta como para levantar a un muerto y sus coletitas adornaban graciosamente la cabecita bien amueblada de la joven.

Antes de hacer sonar el timbre, se acarició discretamente los pezones, que casi inmediatamente mostraron su erección a través de aquella fina tela.

  • Ese cabrón se va a poner como un burro en cuanto te vea - le dijo Elena cuando se despidieron un par de minutos antes.

  • Esa es la idea. ¿Seguro que estará solo?

  • ¡Que sí! Mi querida suegra está con el párroco, decorando la iglesia. Conociendo lo pesada que es seguro que está allí toda la tarde…

  • ¡Oye, oye! ¿Tu suegra y el cura…?

  • No creo. Tiene casi noventa años, apenas oye y chochea…

-¿Tu suegra?

  • ¡Qué graciosa!

María dibujó en su cara la sonrisa de niña buena cuando sintió unos pasos que se acercaban a la puerta de la casa.

  • Hola, bonita ¿qué se te ofrece? - el hombre no se esforzó demasiado en disimular el repaso que sus ojos hicieron al espectacular cuerpo de la jovencita que le sonreía en el portal de su casa.

  • Hola, soy una amiga de Gorka. Le traigo…

El sobre que llevaba en su mano se resbaló sospechosamente de entre sus dedos. Rápidamente se arrodilló a recogerlo, dejando una impresionante panorámica de sus tetas libres de ataduras a su complacido interlocutor que no perdió ocasión de admirarlas.  Ella pareció no tener prisa, incluso alzó la cabeza para facilitar la tarea al mirón.  Su cara quedó a unos centímetros escasos del paquete cada vez más agitado del papá de Gorka.

  • Le traigo el regalo de la boda… - los infalibles ojos de María se clavaron en los del afortunado aquel - ¿puedo? - le susurró con tono meloso y esa cara de puta que tan ensayada tenía.

  • ¿Qué dices, pe… pequeña? - el hombre estaba confuso.

  • Que si puedo pasar - contestó incorporándose poco a poco - para darle… mi regalo.

Elena sabía muy bien dónde colocarse. Se había colado infinidad de veces en la casa de Gorka durante las noches de verano. El chaval era un cobarde y no se atrevía a entrar en la casa del panadero por temor a que este le descubriese y se armase un  buen follón. Así que, si algo quería la buena de Elena, debía ser ella misma la que profanase la lujosa morada de su novio, trepase por la enredadera y se colase en la habitación del acomodado Gorka.  Infinidad de polvos clandestinos habían tenido idéntico comienzo. Un par de veces estuvieron a punto de pillarles pero aquello tenía su encanto, su morbo. Al regresar a su casa su padre ni siquiera le preguntaba dónde había estado. Le ponía a cuatro patas y le sacaba los restos de esperma de su novio con su propia herramienta. Después, los dos al obrador, a preparar la masa para el pan del día siguiente. Entre hornada y hornada, le comía la polla a su papá. Era habitual que el sol del amanecer la sorprendiese con la verga paterna entre sus labios.  Después él se iba a dormir y ella… ella despachaba el pan durante toda la mañana. Pero primero, antes de abrir, los proveedores solían pasar un buen rato entre los sacos de harina del almacén. Su vida había discurrido así, casi exactamente igual que la de su madre antes de largarse con aquel comercial de tres al cuarto, entre panes y pollas.

  • ¡Ahí está! Esta María es infalible - murmuró mientras comenzó a lanzar fotos como si su vida dependiese de ello.

Al jardín salió su futuro suegro dando tumos y enroscado a él, como una anaconda, María comiéndole la boca frenéticamente, Su blusita estaba totalmente levantada, dejando al descubierto sus juveniles senos. El hombre no perdía el tiempo. Sus manos buceaban por debajo de la faldita, sobando el trasero de la ninfa que se dejaba hacer sin problema alguno. Ella hacía equilibrios para que su minúscula braguita no cayese al suelo, colgada como estaba de su delicado tobillo.

Las fotografías eran de lo más evidentes. Se distinguía claramente la identidad de los dos amantes.

  • Ya es suficiente – murmuró Elena.

Se sentía incómoda. Una sensación extraña le salía del estómago. Si no eran celos, algo muy parecido. Y no precisamente por aquel desgraciado, sino porque sus asquerosas manos recorrían la suave piel de María. La noche de la orgía en casa de su novio había tenido funestas consecuencias en sus convicciones sexuales. Despertaron en ella sentimientos lésbicos que jamás había sentido y que ahora, con la presencia de María, habían vuelto a aflorar.

Pero una vez puesta en marcha, la morenita era una máquina de follar. Imposible de parar. No le quedó más remedio a Elena que seguir disparando instantáneas una tras otra.

María liberó a su presa, que apareció frente al objetivo con la cara manchada de carmín, se derramó hasta el suelo y buscó, frenética el miembro viril de su amante. Cuando lo descubrió se relamió como si fuese un niño frente a un helado. En verdad su amiga tenía razón. Pequeño y curvo, con una manchita lechosa en su punta, no era el mejor rabo que se había trabajado la lolita. Decidió no meterle mucha caña, tenía la impresión de que el artista aquel no aguantaba demasiado con el pincel en plena forma.  Un par de profundas engullidas y listo. Chiquito, pero duro. Perfecto.

El hombre estaba en la gloria, no le hubiese importado fallecer en aquel momento divino. Menuda suerte tenía su hijo. Rodeado todo el día de aquellas complacientes hembras. Hasta ahora estaba convencido que Elena sin duda sería la mejor de todas ellas, pero la presencia en su casa de aquella otra presunta compañera de facultad de Gorkita comenzaba a hacerle dudar. Imaginaba a aquella  ardiente jovencita que le comía fervorosamente la polla con una batita de enfermera. Estuvo a punto de correrse con tan sólo esbozar aquella fantasía.

Todavía satisfizo más sus oscuros deseos cuando, guiado por aquella experta amazona, se tumbó en el suelo y la ninfa le agarró su estilete. Anonadado, observó como ella se giró sobre él y sin problema alguno se ensartó su miembro en el esfínter trasero. Jamás nadie le había ofrecido semejante manjar de manera altruista. Ni la novia de su hijo, ni su amante, la mejor amiga de su mujer ni  por supuesto ella misma habían dejado sodomizarse de ninguna manera. Tenía que pagar una fortuna en el burdel de la capital para que alguna puerca extranjera le dejase taladrar su trasero a su gusto.

No es que María tuviese intención alguna en complacer los gustos sexuales de su nuevo amante. Lo que pasaba es que, de aquella manera ocultaba a los ojos de aquel desgraciado la posible visión de Elena. Además, ofrecía a esta una espectacular toma de su ano completamente penetrado. Necesitaba que su cara se distinguiera claramente. Era importante.

La chica notó como  su intestino se anegaba. Se notaba que el hombre aquel estaba muy desatendido. Su eyaculación era la mar de abundante. Él se mantuvo inerte sobre el césped, a María se le ocurrió otra nueva perversión para despertarle de su letargo. Decidida, se levantó de un salto y miró hacia donde su amiga se escondía. Le guiño un ojo y se colocó en posición sobre el semental. Sin mayor preámbulo, comenzó a mearle en la cabeza.

  • ¡Pero qué narices…! – dijo cuando sintió el tibio líquido sobre su cara.

  • ¡Abra la boca! Ya le dije que tenía ganas de ir al baño…

  • Serás cochina. Verás cuándo te coja… - se levantó entre risas y comenzó a perseguir a la jovencita.

María se dejó atrapar pronto. No quería que aquello se alargase demasiado. El hombre la abordó por la espalda, magreándole los senos sin delicadeza alguna. Buscó con su boca el cuello de la meona y le clavó los dientes hasta casi hacer brotar la sangre.  María cerró los ojos cuando notó el característico  movimiento de succión de aquel baboso. Le encantaba cuando le hacían aquello. Dejaba marca durante varios días pero no por eso dejaba de gustarle. Le recordaba a los gemelos de la Kueva, pero aquellos tenían mucho más peligro, a veces se metían demasiado en su papel y la sangre era real.

Cuando el papá de Gorka y María cayeron a la piscina, Elena abandonó su puesto. Ya no valía la pena seguir, desde su atalaya no se podía distinguir nada nuevo.

  • Debería haberme quitado toda la ropa – le dijo María cuando se volvieron a encontrar en la panadería – Mira cómo me ha puesto.

Elena asintió, la telita mojada se transparentaba de tal forma que las tetas de María eran visibles a todo aquel que se encontrase.

-Te dejaré algo de mi ropa. Te estará un poco grande pero no te queda otra alternativa. No creo que en esa pequeña bolsa de deporte tengas mucho dónde escoger.

Elena secaba con ternura el cuerpo de su compañera de juegos. Lo hacía sin prisa, recreándose en las reacciones de aquel sensual cuerpo frente al roce de la suave toalla.  Acompañaba sus atenciones con besitos cortos a lo largo y ancho de la anatomía de María.

María se lo jugó el todo por el todo. No tenía nada que perder,  no había vuelta atrás. Ya no podía volver al piso junto con Javi, Gorka y Toño. Su madre la había descubierto. Bastante se había arriesgado al presentarse frente a Elena. Gorka podría haberla llamado incluso antes de su llegada y desmontarle su última jugada, su último intento por que aquella fantasía no acabase.

Abarcó con sus manos la cara de la futura mamá. Le miró fijamente a los ojos y puso en sus labios aquellas palabras que todo el mundo que conocía a María deseaba oír de ellos y que tan pocas personas habían escuchado.

  • ¡Elena! -  exclamó con voz trémula - ¡Te amo!

  • ¡Joder, joder! – don Manuel meneaba la cabeza mientras leía la edición vespertina del periódico digital en la pantalla de su ordenador.

  • ¿Qué pasa? – dijo la chica mientras se quitaba varios pelos rizados del interior de su boca.

  • ¡No pares de chupar, princesa! Lo estás haciendo muy… muy bien

Al hombre le encantaba navegar por Internet mientras la hija del bigotudo vecino le limpiaba los bajos. Solía preferir páginas con contenidos de dudosa legalidad pero había escuchado algo muy interesante en las noticias de la COPE

  • ¡Menuda movida en el centro! Ha habido un muerto y todo. Han encontrado a un tipo con una bolsa de plástico alrededor de la cabeza. Al parecer estaba atado de pies y manos con la pija al aire. Estos japoneses son la bomba, unos asquerosos pervertidos. Se comenta que ha sido víctima de alguna práctica sexual que no había salido exactamente como estaba previsto. Lo han encontrado fiambre en un burdel de altos vuelos. Y encima… ¡de puta madre!... ¡Cónsul Honorario!. Deja mujer y tres hijas adolescentes…¡Habrá que consolarlas!

Un golpe seco se oyó debajo del escritorio del conserje.

La vecinita salió de ella rascándose la dolorida cabeza con cara de susto tremendo.

  • ¿Ya te cansas, zorrita? Tan solo me he corrido una vez…

  • ¡Cállese y déjeme ver eso! ¿Dicen algo de… la chica? – dijo arrebatándole el ratón del aparato y buscando frenéticamente nuevos datos sobre el suceso.  El hombre no sabía nada del porqué de tanto revuelo. No era más que otro puto extranjero muerto. Aprovechó la coyuntura y la postura de la jovencita para sentarla sobre sus caderas.

Bianca apenas notó que estaba siendo penetrada. Se alivió bastante cuando supo que no había más víctimas ni pista alguna acerca del paradero de la prostituta de lujo causante de semejante desaguisado.


A las doce de la noche, María contemplaba las luces de las poblaciones que pasaban veloces a lo largo de la ventanilla de autobús. Sobre su hombro, dormitaba una agotada Elena. Había sido un día de emociones fuertes y decisiones trascendentes. El cuerpo se mantiene en tensión hasta que se toma una determinación, pero una vez la cosa está decidida en conciencia, se relaja y busca el sueño reparador.

María besó la frente de su compañera. Le acarició la tripita con mucho cariño.

Suspiró y volvió a perder su mirada hacia lo más negro de la noche.

  • Habrá que darse prisa – pensó – la carrera de una actriz  porno embarazada es intensa pero muy corta. Si consigo que haga un lésbico con la hermanita de Toño, sería la ostia.

Un año después de la desaparición de María de su vida, Toño repasaba antes de dormir lo ocurrido durante el día. Aquella jornada no había sido como las demás. Ya era un hombre casado. A su lado descansaba Elba, su esposa, con una sonrisa en los labios. Había sido sin duda la novia más bonita del mundo. Todo había salido a pedir de boca. La ceremonia, los invitados, el banquete, el baile y, porqué no decirlo, la consumación del matrimonio durante la primera noche de bodas. Los nervios, las dudas y las prisas de los preparativos habían tenido su recompensa. Todo había resultado perfecto.

El día había estado cargado de emociones y sorpresas. Sin duda una de las más sonadas fue la presentación en sociedad de Leonardo, el novio formal de su buen amigo Javi. Él ya lo conocía porque su anterior compañero de piso le había pedido permiso para salir del armario el día de sus esponsales. Toño se sintió muy halagado y por supuesto animó a su amigo a tomar tal trascendente paso.

Otro plato fuerte había sido la reconciliación pública con su progenitor. Padre e hijo se habían fundido en un sincero abrazo durante la ceremonia nupcial. Los invitados que conocían sus desavenencias no pudieron evitar un aplauso ante la incrédula mirada del párroco que no sabía nada de las rencillas entre el padre y su vástago. Incluso conoció a su nueva compañera. Una impresionante Ucraniana un palmo más alta que él y a la hija de esta, una veinteañera de enormes pechos que sin duda no tardaría en hacer diabluras en la cama de su padrastro. Tenía serias dudas de que este encuentro no se hubiese producido ya después de observar como la mano de su progenitor se deslizaba peligrosamente sobre las nalgas de la hija de su novia mientras bailaban algún que otro pasodoble.

Si otra hembra había podido rivalizar en belleza con Elba, había sido sin duda su hermana. Para él ya siempre sería Julia, su hermana mayor. La que cuidó de él cuando su mamá no estaba y no esa Celia que se dedicaba a suplantar su cuerpo haciendo mil y una diabluras frente a las cámaras.  Había elegido un vestido de lo más discreto pero ni aún así su sensualidad había dejado indiferentes a los presentes.  Los jovencitos  la miraban curiosos, e incluso algún que otro solterón le pedía hacerse una foto con ella para enseñarla en el bar a los amigos. La sonrisa jamás había abandonado su cara, se había portado como siempre, como la estupenda hermana que en realidad era, independientemente del camino más o menos recto que había tomado en su vida. Si el primer baile había sido con Elba como era preceptivo, el segundo vals lo bailó Toño íntegramente con su hermana, no en vano había sido ella el que le había enseñado a bailarlo hacía mucho, mucho tiempo.

Lo cierto es que no todo había sido tan perfecto como a Toño le hubiese gustado. Las ausencias, aunque pocas, habían sido de lo más significativas. Echaba mucho de menos a su madre. Pero aquello no tenía remedio. Elba guardaba las flores de su ramo para ofrecérselas al día siguiente a la tumba de su suegra fallecida.

Tampoco Gorka había asistido a la ceremonia. El chico no había levantado cabeza desde que Elena lo plantó unos días antes de casarse con ella en verano anterior. La vida de su amigo iba de mal en peor. Sus padres se habían divorciado. Al parecer su madre recibió anónimamente un montón de fotos en las que su marido lo pasaba estupendamente con una jovencita en su propia casa. Para más INRI, acompañaba a las instantáneas una copia del DNI de la joven con lo que la infidelidad se convirtió en estupro. La víbora aquella no necesitaba más. Se quedó con todo lo que aquel desgraciado tenía y se lió con su profesor de aerobic, veinte años más joven que ella pero, eso sí, mayor de edad.

También supo Toño que Gorka había abandonado sus estudios. Al parecer la facultad de enfermería estaba literalmente empapelada de fotografías de Elena luciendo una enorme barriga siendo triplemente penetrada por vigorosos mulatos y la cara rebosante de esperma. Por otro lado, Toño sabía que aunque el musculitos hubiese querido asistir no hubiese podido. Cumplía condena por tres años por dar una soberana paliza a una de sus compañeras de clase. Se quiso pasar de lista y se le había acercado con una fotografía de su ex-prometida embarazada con el puño de una despampanante rubia insertado en el coño. Drogado y desesperado, casi la mata. Toño conocía muy bien aquella foto dado que era su propia hermana la que escarbaba en las entrañas de la pobre Elena. Se preguntaba si María tendría algo que ver con todo aquello. Estaba casi convencido de ello.

  • ¿Y María? – divagó Toño casi a punto de encontrarse con Morfeo - ¿qué habrá sido de ella?

Se levantó como un resorte.

  • ¿Qué… que pasa? – murmuró adormecida Elba.

  • ¡No puede ser! – exclamó Toño.

  • ¿Qué  tienes?

  • ¡Nada, nada, mi amor! Ha sido un…- Elba volvía a respirar rítmicamente -  un sueño.

Toño volvió a tumbarse, necesitaba todos sus sentidos para volver a revivir  cada uno de sus pasos a lo largo del día. Apenas había sido un instante, un momento, un suspiro. Se concentró en lo sucedido durante los esponsales. Al final de la iglesia se agolpaban unos pocos curiosos de esos que suelen asistir a las ceremonias a pesar de no haber sido invitados.

Se hubiese dejado matar, tan seguro que estaba de la verdadera identidad de aquella joven. Sostenía una bonita niña entre sus brazos, su cabello era mas claro y corto, sus ropas le hacían parecer mucho mayor, pero aquellos ojos llorosos… aquellos ojos azules, aún bañados en lágrimas, eran inconfundibles.

María, por fin había asistido a su primera ceremonia nupcial.


Una mano temblorosa se acercó al timbre.

  • ¡Ya va! ¡Ya va! Una no está ya para estos trotes.

La señora casi se le paró el corazón cuando abrió la puerta.

  • ¡Mira, mi niña! Esta señora es tu yaya.

Tras unos segundos de alegría contenida, la buena mujer tan sólo acertó a decir.

  • ¿Cómo te llamas, tesoro?

  • Todavía no habla pero se llama Ana, como su abuela – mintió de nuevo su hija – Sosténmela un momento, no podía con todo. He tenido que dejar el equipaje en el taxi. Enseguida vuelvo, te lo prometo.

Sin darle tiempo  a reaccionar, la mujer observó estupefacta como su hija bajaba las escaleras de dos en dos.

A los quince minutos cerró la puerta con los ojos completamente empapados y el corazón roto de nuevo.

Sabía que la probabilidad de que su hija cumpliese su promesa era nula.

FIN