Compañera de oficina
Por la mente de él pasaban pensamientos de todo tipo, había algo en ella que le atraía de forma especial, pero ella siempre frenaba cualquier intento de aproximación.
Desde que la conocí la deseé.
Estaba casada y tenía un hijo cuando la vi por primera vez. Al poco tiempo apareció embarazada y lo envidié al marido porque tenía la impresión de que cogían de vez en cuando y ésta había sido una de esas veces. Siempre me atrajo. Me calentaba verle sus esbeltas piernas cuando las cruzaba (cosa que hacía en forma frecuente dejando a veces ver su portaligas e incluso su bombacha). Siempre supuse que no lo hacía adrede pero mostrar mostraba. Solía usar blusas con transparencias y a través de ella se podían ver sus diminutos pero bien formados senos. Me calentaba de tal modo que se me paraba. En los corrillos de la oficina se decía que se acostaba con uno de nuestros compañeros con quien ella tenía gran afinidad ya que su marido no la atendía cómo correspondía. Le empecé a tomar bronca a mi compañero. Nunca lo pude comprobar aunque mis dudas crecían día a día. Sobre todo cuando él se fue a otra empresa y la llamaba para verla y ella dejaba todo pendiente y corría a su encuentro. Se ausentaba por más de dos horas (¿un turno?) y hasta las secretarías sonreían y decían que cuando volvía había cambiado el carácter. Estaba más sonriente y no las trataba mal. Su mal humor desaparecía cuando salía con éste y cómo lo hacía seguido dejaron de llamarla "malco" (sobran las palabras).
Mis pretensiones eran tenerla entre mis brazos algún día pero nunca me daba pie para iniciar una conversación que derivara en ello. Era y es muy seria y ante cualquier intento de avance me paraba de inmediato con la mirada. No aceptaba palabras con doble intención y era y es esquiva a los besos que solemos darnos en la oficina cuando se cumplen años o se celebra algún acontecimiento o simplemente cuando uno sale o vuelve de vacaciones.
Era una mujer normal, no se podría decir que fuera una de esas hembras voluptuosas o espectaculares. Sin embargo había algo en ella que me atraía en forma especial. Nuestra relación de trabajo a lo largo de los años se fue transformando. Poco a poco empezó a gestarse una camaradería que acabó en una buena amistad. Incluso con mi esposa. Sobre todo luego de quedar viuda.
Buscábamos momentos del día para poder hablar de diferentes cosas de la vida y poco a poco entramos en conversaciones sobre nuestra vida personal y, cómo no, acabamos entrando en las conversaciones que rozaban temas de sexo. Por mi mente pasaban pensamientos de todo tipo pero ella siempre frenaba cualquier intento de aproximación. Cuando teníamos alguna reunión fuera de la oficina siempre nos ibamos juntos (en mi auto o en taxi) pero acompañados por una o dos personas a las que ella proponía llevar, así que la dejaba en su casa y con toda la bronca seguía repartiendo gente.
Lo que pasaba era que el compañero de quien hablé al principio y que suponíamos era su amante seguía dando vueltas por ahí y la llamaba muy seguido. Ella, disimuladamente siempre hablaba loas de él. Lo respetaba como profesional y como persona. Decía que era muy inteligente y se ponía nerviosa cuando hablaba de la esposa de él. De ahí mis sospechas.
Un día, de repente y cuando yo menos lo imaginaba me propuso ir a su casa a cenar, aclarándome que por cuestiones de trabajo sus hijos no se quedaban esa noche en la casa. La llamé a mi mujer poniéndole una excusa aceptable y le dije que sí. No me podía perder esta oportunidad. Nunca se me había presentado algo igual y empecé a ratonearme con ello.
Pasé el día muy nervioso. En la oficina casi no nos hablamos y viajamos por separado, llegando yo alrededor de una hora más tarde para darle tiempo a preparar todo. Aproveché tomarme una cerveza y comprarle una botella del whisky que le gusta tomar.
Cuando abrió la puerta de su casa quedé agradablemente sorprendido, nunca la había visto vestida de aquella manera. La encontré con un vestido estampado con flores que le quedaba muy bien. Tenía un escote generoso que dejaba adivinar el principio de sus pequeños pero bien proporcionados senos. Lucía sandalias con taco muy alto lo que le resaltaba aún más sus piernas.
La cena fue fantástica. Comimos, bebimos, hablamos de muchas cosas y nos contamos otras que en el trabajo no nos hubiéramos atrevido a decir. Al final -supongo que a causa del vino y de los whiskys que habíamos tomado- terminamos hablando de sexo. Fue en ese momento que pensé en lanzarme para ver cómo respondía. Me levanté y me situé detrás suyo. Ella no dijo nada así que supuse que aceptaría mis intenciones. Lentamente apliqué un suave masaje en su hombros, que poco a poco fue descendiendo por su espalda. Me percaté que era algo que ella aceptaba de muy buena gana ya que poco a poco fue distendiendo sus músculos y se iba acomodando en la silla.
Cuando vi que aquello iba en serio comencé un suave besuqueo por su cuello y los lóbulos de las orejas. Poco a poco empezó a respirar de una forma que me indicaba que iba por buen camino. Mis manos pasaron de su espalda a sus costados y, siempre por encima de su vestido, acaricié sus menudos pechos, notando una creciente erección de sus pezones.
De repente sentí la mano de ella que subía por mis muslos hasta llegar a la entrepierna, donde una creciente excitación causada por las caricias mantenía mi miembro aprisionado en los pantalones. Poco a poco le fui sacando el vestido dejándola en ropa interior y pude observarle su cuerpo de piel blanca, tersa y suave. Las caricias se hicieron más intensas y empezaron a recorrer toda su anatomía. Mis manos iban desde los pechos -ya le había sacado el corpiño- hasta su vientre y bajaban despaciosamente hasta acariciarle la rubia mata de su Monte de Venus, lo que le producía pequeños espasmos de placer.
Me interné en su entrepierna y noté una humedad que denotaba el estado de excitación al que estaba llegando. Paré unos instantes en su clítoris, notándolo hinchado y una pequeña caricia hizo que su cuerpo temblara de placer.
La di vuelta. Entre nosotros se había creado una atmósfera de placer y deseo que hacía tiempo no había notado. En esa posición ella aprovechó para desabrochar mis pantalones y dejar libre toda mi virilidad. Sus manos acariciaron mi verga produciéndome una sensación maravillosa.
El suave masaje recorría toda su longitud y se paraba breves momentos en mis testículos, consiguiendo que por mi espalda recorrieran pequeños espasmos eléctricos.
Al cabo de un momento de este suave vaivén se inclinó y aplicando sus labios sobre mi pene empezó una delicada mamada. Su lengua recorría mi virilidad mientras sus manos masajeaban mis testículos, no podía creer lo que me estaba sucediendo. Vivía una situación inexplicable.
El efecto de la acción fue instantáneo: mi pija se hinchó hasta límites insospechados y las sensaciones recorrían mi cuerpo, sintiendo cómo espasmos de placer empezaban en mi nuca y después de recorrer mi espalda llegaban hasta mi verga, que no paraba de ser atendida por los solícitos labios de ella.
Después de un instante la carga de esperma pugnaba por salir y, avisando de la circunstancia, asistí con estupor y placer a una más excitante succión que denotaba las ganas que tenía de beber mis jugos. No aguanté más y exploté en su boca. La leche rebosaba por sus labios, mientras me afanaba en evitar que no se escapara ninguna gota que con avidez relamía. Después de limpiar con la lengua toda la longitud de mi aparato y dejarlo reluciente se recostó en la mesa y reclamó mi atención, que inmediatamente fue puesta en práctica. Todavía no la había liberado de su bombachita blanca, de encaje semitransparentes así que delicadamente se la fui sacando de a poco para que gozara más del momento. Tenía sus pezones erectos y desafiantes que rápidamente procedí a acariciar y lamer.
Mi lengua y mis manos sorbían y masajeaban sus carnes, haciendo que la excitación aumentara por momentos en ella. Después hundí mi cabeza en su entrepierna y noté que estaba toda humedecida. Los jugos se le escapaban de su interior y dejaban sus labios brillantes, labios que separé suavemente con mi lengua hasta dejar al descubierto el pequeño botón de su clítoris que se estremecía de placer en cada uno de mis lengüetazos. Poco a poco, con suaves movimientos rotatorios de mi lengua, conseguí arrancar de su garganta suaves gemidos de placer que llenaban de sensualidad en lugar en que estábamos.
Mis caricias se prolongaron a lo largo de unos momentos, desplazándome de su concha hasta su ano en el cual estuve entretenido un tiempo. Los suaves gemidos se convirtieron en poco rato en grititos que intentaba ahogar mordiéndose el labio inferior. Sin embargo, mi trabajo obtuvo su premio y al cabo de unos instantes explotaba en un largo orgasmo que hizo que todo su cuerpo se arqueara sobre mí.
Después de unas contracciones se relajó y se abrazó fuerte, susurrándome en la oreja, mientras me besaba delicadamente, que quería ser penetrada por lo que la tomé por el culo y, levantándola en vilo, coloqué mi verga en su entrada embistiéndola de una sola estacada. Noté como todos sus músculos se ponían en tensión y proseguí mi tarea mientras ella se agarraba a mi espalda y me arañaba salvajemente demostrándome así el placer que sentía.
Cuando vislumbré que estaba a punto de llegar al climax me retiré y la tumbé sobre la mesa, dejando todo su culo a mi vista. Ella, intuyendo mis intenciones, se puso de rodillas y se acomodó para recibir mi pija sobre su negro orificio. Se lo besé para que estuviera más lubricado y suavemente fui entrando todos mis centímetros en su interior mientras ella susurraba palabras ininteligibles para mí. Cuando logré establecer en su interior mi pija, comencé un lento vaivén que nos llevó a los dos hasta límites insospechados de placer. Finalmente descargué mi leche dentro de ella y quedamos los dos tendidos uno encima del otro, agotados por la experiencia. Poco a poco nos fuimos recuperando y después de unos momentos nos abrazamos durante largo rato y nos vestimos para despedirnos.
A la mañana siguiente en el trabajo no cruzamos ninguna mirada. La verdad es que tardamos varios días en volver a hablarnos. Sin embargo nuestra relación laboral ya se ha normalizado, aunque nunca más hemos hablado del tema, pero, en secreto, siempre deseo tener otra ocasión para poder volver a cenar con mi compañera ya que aún no me explico porqué después de tanto rechazo accedió a acostarse conmigo.
Euge