Compañera de colegio

Como me encantas, mi linda compañera de clases. El vaivén de tus caderas al acercarte a mí, me hipnotiza y me moja por si solo.

He llegado temprano al colegio, como todos los días desde que se, que tú también lo haces. El sol aún no ha salido, la luna ocupa su lugar en el cielo. El personal del aseo, aún no ha terminado de medio limpiar los patios. Se les ve con prisa, moviendo la escoba de un lado a otro al darse cuenta de que los alumnos empiezan a llegar. Atravieso el estacionamiento principal, y entro al edificio en el que se encuentra nuestra aula. Subo las escaleras. Abro la puerta del salón, está vacío. Afortunadamente, tú no estás, y no lo digo porque no me agrade verte, sino porque me gusta más hacerlo cuando vas entrando, al igual que ahora yo lo hago. Me siento en la butaca doble que también es tu lugar. Miro el reloj, ya falta poco para que cruces la puerta. Me parece que hasta puedo escuchar el sonido de tus tacones, chocando contra el mosaico.

Mi oído no me ha fallado, estoy tan enamorada de todo lo que tenga que ver con tigo, que he memorizado hasta el ruido de tu respiración. Dos pasos más, y finalmente te apareces, con tu porte de reina, con tu personalidad avasalladora. Los pocos segundos que tengo para contemplarte, me bastan para recorrer tu figura en mil y un ocasiones. El rubio de tu cabellera, contrasta con el negro de la flor que llevas en la cabeza, la cual sujeta la media cola en que has peinado tus caireles. A cada paso, tu pelo se balancea, iluminando la oscuridad que aún domina el ambiente. Se mueve al igual que lo hacen tus senos, libres de sostén y cubiertos por una pequeña blusa rosa de tirantes. La firmeza y perfecto tamaño de estos, te hace posible no usar sujetador, es como si la fuerza de gravedad funcionara al inverso con tigo.

Tu estómago plano está al descubierto. Tu ombligo, atravesado por un piercing de piedritas, coquetea con mis ojos, bombardeándome con su destello multicolor. La falda holgada azul pastel que llevas, apenas y cubre parte de tus piernas, que se extienden largas y bien formadas. Calzas un par de zapatillas abiertas, puedo ver que tus pies, de la misma forma que tus manos, están adornados por un femenino pedicure francés, del mismo tono que el labial que usas en tus labios carnosos. Para que el cuadro termine de ser perfecto, ahí están tus ojos, tan verdes como hermosos, tan cautivantes como misteriosos, tan grandes como mágicos.

Como me encantas, mi linda compañera de clases. El vaivén de tus caderas al acercarte a mí, o más bien hacia donde estoy, me hipnotiza y me moja por si solo. Y es que desde que te conocí, me enamoré. Por eso te molesto cada que tengo oportunidad. Por eso te crítico y contradigo siempre que abres la boca para dar tu opinión. Eres tan inteligente, bella y popular, que la única forma que encuentro de llamar tu atención, es volviéndome tu enemiga. ¿De qué otra forma podrías notarme?, si lo único bueno que hay en mí es éste amor por ti. Soy tan poca cosa, que debo conformarme con soñar que también me quieres. Cuando tu trasero redondo y respingado se posa sobre el frío metal de la silla, como ahora, imagino fantasías que mataría por ver hechas realidad.

Imagino que en cuanto te sientas, una de mis manos toca tu muslo. Lo recorre con la yema de los dedos, de arriba a abajo, de un lado a otro, con dulzura, con calma. Los finos y casi transparentes vellos de tu pierna, se erizan con mis caricias. Tu piel se pone chinita, y el primer suspiro de placer sale de tu boca. El simple contacto de mi mano sobre tu pierna, es suficiente para hacerte gozar, no se necesita más cuando el amor es tan grande como el que existe entre nosotras. No me cansó de recorrer la derecha de tus extremidades inferiores, sigo con ello varios minutos más, mientras me acercó a tu oído y te susurro lo mucho que te deseo, para luego morderlo con mis labios y aumentar tu excitación, y por consecuencia también la mía.

Mi lengua humedece toda tu oreja, por dentro y por fuera. Sigo diciéndote cosas lindas en bajito. Mi mano se ha movido un poco, está ahora en tu ingle. Aún a la distancia, percibo el calor que emana de tu sexo, demandante de cariño. Bajo lentamente mi cabeza y es tu cuello el que ahora beso y muerdo. Tiemblas como si tuvieras miedo, miedo de que te dejara sola y a medio calentar. ¿Cómo podría hacer eso? ¿Cómo, si me vuelves loca? ¿Cómo, si muero por hundirme entre tus piernas? Vuelvo a llevar mi mano a otra posición, la colocó justo encima de tus bragas blancas de encaje. Por arriba de la tela froto tu entrepierna, mojada y palpitante. Me imitas en esa tarea, y metes tu mano bajo mi falda, acariciando mi concha con cierta timidez, la que te da el nunca antes haber experimentado lo que ahora sientes.

Recorro hacia un lado tus pantaletas e introduzco un dedo en tu vagina. Das un pequeño brinco al sentirte por primera vez penetrada, te calmo con más palabras tiernas. Tu mano ha dejado de moverse, el placer que inunda tu cuerpo, es demasiado como para que puedas hacer algo más que permitirte gozar. Muevo el dedo dentro de tu raja de adentro a afuera y viceversa. Cuando ya no encuentra resistencia, lo acompaño con uno y dos más. Los meto con más rapidez y fuerza. Tú has dejado tu recato a un lado y jadeas como hembra en celo, yo voy subiendo al cielo con cada uno de tus gritos.

Sin sacar mis dedos de tu sexo, te levanto y te pongo contra la pared. Con mi mano libre rasgo tu blusa. Tus pechos quedan desprotegidos, toda su redondez, firmeza y blancura quedan a mi merced. Los devoro calmando mi ansiedad, me lleno de su sabor y su frescura. Mis dientes se apoderan de uno de tus pezones color marrón, erecto ya por mis caricias previas. Lo aprieto suavemente, dándole jaloncitos y vueltas.

Mis dedos se mueven más aprisa dentro de tu cueva. Con tus manos empujas mi cabeza hacia abajo, quieres que te coma el coño, según tus sucias palabras, que me causan una gran impresión y excitación, no es que no las haya escuchado antes, sino que nunca de tu santa boca, acostumbrada a un lenguaje propio y elegante. No te hago sufrir, después de todo yo también lo quiero.

Me pierdo bajo tu falda y empiezo a chupar tu entrepierna, saboreando los jugos que ya salen de ella. Mi lengua pasa por tu raja, sin cansarse o aburrirse, la meto entera en tu cuerpo, robándote palabras de satisfacción, de esas que ya no me sorprende tanto escucharte. Con una de mis manos y a ciegas, busco entre mis cosas el plátano macho que sería mi desayuno, y que ahora será para los dos. Penetro tu concha con él para luego hacer lo mismo con la mía.

Como si fuéramos dueñas de una verga, nos follamos una a la otra, con rudeza y desesperación. El morbo de que alguien pueda llegar y sorprendernos, es un detalle que multiplica nuestra calentura. Ambas necesitamos un orgasmo que calme ese cosquilleo tan placentero como insoportable después de un largo tiempo de sentirse. Nuestros cuerpos chocan sin descanso, unidos tanto por la fruta como por la sed insaciable de tener una a la otra.

Mis ojos se cruzan con los tuyos, se miran fijamente para después cerrarse y dejar que nuestros labios también se unan. Nuestras lenguas también lo hacen, se entrelazan como dos serpientes en plena lucha, acelerando el momento del clímax. Nuestras manos no son suficientes para recorrer todos los rincones de nuestro cuerpo, nos hacen falta instrumentos para darnos más placer.

Como última opción utilizamos la voz como estimulante. Me recuerdas lo puta que soy, lo zorra que fui al aprovecharme de tu inocencia. Te repito una y otra vez, para no dejarte duda, que desde ese instante eres tan guarra como yo, y que eres mía y de nadie más. Nuestros lubricados y abiertos orificios continúan uniéndose, ocultando al plátano en su interior. Nuestro ritmo es cada vez mayor. Ya puedo sentir que se acerca la hora culminante, el calor de todo mi cuerpo se concentra en mi sexo, se que tú también lo sientes, porque tu mirada está fija en ningún lugar. Nuestras respiraciones se aceleran y el latir de nuestros corazones es más frecuente. El color rojo dibuja nuestra piel, es hora ya. En medio de fuertes exclamaciones de placer, las dos explotamos en un orgasmo simultáneo e impresionante. Nuestros jugos resbalan por nuestras piernas, son tan abundantes, que han formado un pequeño charco en el piso. Las dos estamos cansadas y satisfechas. Nos sentamos de nuevo en la butaca, no sin antes sacar el plátano de nuestras conchas.

Me agradeces por haberte quitado la inocencia y la virginidad. Yo te beso en la boca, con más ternura que la vez anterior. Te digo que te amo y tú me respondes diciéndome lo mismo. Es en ese momento que vuelvo de mi sueño, justo para darme cuenta de que todo fue real. Tu blusa está rasgada, nuestras piernas y sexos mojados y viscosos, el plátano está afuera de mi mochila, tirado en el piso, y tú me miras con amor, como nunca antes lo habías hecho. La sorpresa y la alegría son tan grandes que no se que hacer.

La más perra de todas las chicas del colegio, se ha quedado paralizada ante la hasta hace unos minutos, más casta y bien portada. Asimilar el que no haya sido un sueño, no hoy, es difícil, me toma unos minutos, y cuando finalmente lo he conseguido, no se me ocurre otra cosa que lanzarme de nuevo en contra de ella, sin importar que de un momento a otro nuestras demás compañeras entraran al salón.

Acaricio sus tetas, sus nalgas, y su clítoris, quiero aprovechar el tiempo perdido. Ella parece más desenvuelta, juguetea con un dedo en mi ano. Ambas gemimos y sudamos como bestias, tiradas en el piso del aula. No nos preocupa ser descubiertas, con un poco de suerte, puede que alguien más se nos una.