Cómo unos años después me vengo de mi profesora.

Estando en la universidad, me encuentro con una antigua profesora a la que odiaba. Esta es mi venganza.

Capítulo 1.

No me lo podía creer. ¡Si era Laura! ¡Joder! Cómo odiaba a esa mujer. Llevaba tres años sin verla y mi desagrado no había menguado ni un ápice. Estaba en la cafetería de costumbre desayunando, y la vi sentada al lado de la puerta, tomando un café. Sin querer, en unos segundos, por mi cabeza pasó la etapa más desagradable de mi vida.

Laura era profesora de Educación Física en el colegio en el que estudié hasta segundo de bachiller. Todos los chicos estábamos colgados con ella. Era guapísima y tenía un cuerpo que hacía que no pudiéramos dejar de mirarla. En clase hacíamos apuestas acerca de quién de nosotros se tropezaría o chocaría con alguien más veces por estar mirándola. Así de flipados nos tenía.

Recordé que durante el primer curso de bachiller era una profe alegre y simpática. Fue al poco de empezar segundo cuando su carácter cambió. Se volvió huraña y severa. Se la notaba triste y apagada. Más o menos por entonces fue cuando empecé a odiarla.

Fred. Alfredo Barragán. Ese fue el tipejo que me amargó los dos últimos cursos. Entre él y sus dos vasallos me putearon todo lo que quisieron. Durante la secundaria acosaron a Jorge, compañero de clase. Éste se marchó del cole para hacer bachiller en otro sitio y Fred y sus adláteres eligieron a otro al que martirizar. A mí.

Por entonces yo era bastante tranquilo y apocado. Ya medía más de uno ochenta, pero tenía un cuerpo delgaducho y débil. A ellos les hacía gracia meterse con el más alto de la clase y me hacían lo típico : me daban collejas por la espalda, me robaban el dinero, me empujaban por los pasillos derribándome al suelo. En fin, todo lo que ahora se llama bullying.

Algo tengo que agradecerles, al terminar el colegio me apunté a un gimnasio, empecé a correr por las mañanas y recibí clases de defensa personal. Ahora, cuatro años después, tenía un cuerpo fuerte y bien proporcionado de metro noventa. Algún compañero de esa época con el que me había encontrado no me había reconocido. Claro que el pelo largo y la barba recortadita que me había dejado no ayudaba mucho. Le vi a Thor así en una peli y me gustó, así que me la había dejado igual.

Mi odio a la profesora venía del día en que sorprendió a Fred y sus dos esbirros dándome una paliza. Estábamos a mediados del último curso. Siguiendo el estúpido consejo que un sensei imbécil había dado a su pupilo en una película, me enfrenté a él. Solo pude rozarle el hombro. Se cabreó, claro. Estaban los tres sacudiéndome en el vestuario cuando entró Laura al oír el jaleo.  Lo recuerdo como una secuencia fotográfica. Los chicos se detuvieron, Laura nos miró. Fred sonrió con desparpajo a la profesora. Ésta se dio la vuelta y se fue sin decir nada.

Cuando se marcharon dejándome contusionado y dolorido, la odiaba más a ella que a ellos. Dada la positiva manera de ver la vida que tengo ahora, he de agradecer algo a lo que pasó a ese día. No volví a tropezarme en clase. Dejaron de interesarme las magníficas tetas y el perfecto culo de la profesora Laura. Mi odio aumentó todavía más cuando volviendo un día al vestuario a recoger la bolsa de gimnasia que había olvidado, vi que Fred metía mano a la profesora en su pequeño despacho. Pasé de largo la puerta entreabierta sin que me vieran, me dio tanto asco descubrir el motivo por el cual la profesora no había defendido a un alumno suyo que no la volví a dirigir la palabra

En los segundos que pasé reviviendo todo otra vez, me entró tal mala leche que tuve que hacer un esfuerzo para no levantarme y abofetearla. Me tragué el café que me acababan de poner abrasándome la boca. Apenas lo noté. Cuando Laura se levantó y salió de la cafetería la seguí. No tenía claro por qué, pero según andaba tras ella dejando una distancia prudencial, un plan empezó a fraguarse en mi vengativa mente.

La seguiría, localizaría su domicilio, con quién salía, qué hacía en el tiempo libre. Averiguaría todo de ella hasta descubrir algún punto flaco, alguna debilidad, algo reprochable. Si tenía novio o marido y le ponía los cuernos lo descubriría. Si robaba en las tiendas obtendría pruebas. Si maltrataba a su gato lo sabría. La conocería mejor que ella misma.

Así, en apenas unos minutos, me convertí en espía. Mi mal humor se había tornado en emoción, en una ilusión quizá algo malsana pero muy estimulante. No dejé de reírme de mí mismo, haciendo de James Bond, aunque quizá fuera más exacto imaginarme como el inspector Clouseau siguiendo a la pantera rosa. Pero acababa de empezar las vacaciones de verano y tenía tres meses para pergeñar mi venganza. Me quedaba un año para terminar la universidad. Disponía de dinero de sobra gracias a la herencia de mi abuela. Tenía las ganas y los medios para cumplir mi nuevo objetivo en la vida.

La seguí mientras en mi cerebro burbujeaban las ideas como si fueran un caldo en el fuego. En unos diez minutos se metió en un portal. Esperé a que saliera un vecino y me colé directo a los buzones. “Laura Gutiérrez Espejel”. Vivía en el tercero derecha. No había más nombres en el buzón, por lo que era probable que viviera sola. Salí del portal y me dirigí ufano y creo que un poco emocionado a una tienda por la que pasaba a menudo y, aunque siempre me daban ganas, nunca había entrado. “La Tienda del Espía”. Ahora tenía excusa para saciar mi curiosidad. Compré dos cámaras. Una aparentaba ser un reloj deportivo. Tenía 32 Gb. y no demasiada calidad de grabación. Otra, mucho mejor pero más incómoda, era una minicámara parecida a un botón con un cable que llevaba a una petaca que debía guardar en un bolsillo. Ésta tenía mucha más capacidad y resolución. Después de dejarme casi mil euros en las cámaras me compré tres gorras y unas gafas de sol. Iría alternando las gorras para no cantar mucho si Laura se fijaba en mí. También compré un periódico, jajaja. Imprescindible para el espía. Cuando me preguntó el señor del quiosco cuál quería le dije : “el más grande”. Me miró raro el tío.

Ya estaba pertrechado con lo que pensé que era el “kit completo del buen espía”. Deseché incluir en el paquete los zapatos negros con suela de goma, me pareció demasiado retro. Tampoco le vi la utilidad al zapatófono ya que trabajaría solo y no me llamaría nadie, aunque por un segundo se me pasó por la cabeza, solo hasta recordar que llevaba el móvil en el bolsillo.

Fui a casa corriendo, por suerte vivía cerca, para dejar las compras. De momento me puse el reloj y la gorra roja, que era la más chula. Volví a salir, con las gas de sol, claro, y regresé al domicilio de Laura. Había una cafetería en la acera de enfrente, así que me senté, pedí un café y abrí el periódico. Iba a vigilar la casa de Laura hasta que saliera, luego la seguiría. Llevaba tres cafés y más de dos horas, cuando pensé que si mi investigación iba a llevar varios días o semanas necesitaría una grabadora de voz. Tenía que documentar lo que observara, y sería la forma más fácil. También tuve una idea genial, tenía que conseguir meterme en el piso de Laura y poner micrófonos y cámaras ocultas. He de reconocer que ahí me paralicé. ¿Cómo iba a entrar en su piso? Quizá pudiera grabarla desde enfrente. Me levanté y crucé la acera para observar el edificio. El molesto camarero me impidió realizar el examen visual. Después de volver a la cafetería y pagar al tío borde y jurarle que en realidad no me estaba yendo sin pagar, examiné la fachada buscando un posible punto de observación. Era un edificio normal y corriente, cafetería y una zapatería a nivel de calle, oficinas en la entreplanta y viviendas hasta el séptimo y último piso. Salté en el sitio asustando a una señora que paseaba al perro al ver el letrero “Se alquila” en un segundo piso. No lo dudé, llamé al teléfono que indicaba el cartel y quedé esa misma tarde para que me lo enseñaran. Necesitaba comprobar si desde alguna de sus ventanas tenía visual al piso de Laura.

El resto de la mañana, harto ya de vigilancia, lo dediqué a comprar una grabadora digital. 18 horas de grabación que luego podría pasar al ordenador e ir catalogando.

Entré con la de la inmobiliaria al piso en alquiler. La gorda señora se empeñaba en enseñarme la casa, toda entera. Yo insistía en ver la vista desde las ventanas. Al final cedí e hice el recorrido por la habitaciones, cocina, baños… tardé unos treinta segundos. Luego me aferré al marco de la ventana del salón y la ignoré mientras comprobaba si tenía ángulo para ver el tercero de enfrente. Aunque en este edificio los pisos estaban algo más altos que en el de Laura, solo la vería si estaba muy cerca de las ventanas. Miré al techo buscando inspiración. La encontré.

—¿Cuánto cuesta el alquiler? — pregunté a la señora que me miraba resoplando por la carrera que habíamos dado por el piso.

—Setecientos al mes con otro de fianza.

—Si puedo entrar mañana me lo quedo.

La pobre mujer tardó en reaccionar, debía ser la venta más rápida de su carrera. O eso o la estaba dando un ictus por el vertiginoso recorrido de la casa que habíamos hecho. Por suerte era lo primero. Quedamos en su oficina al día siguiente, a las diez, para firmar el contrato, depositar el primer mes y la fianza y que me diera las llaves.

Compré un escoplo, un martillo, y visité a mi amigo Rafa en el club de tenis en el que trabajaba. Para que me prestara lo que le pedí tuve que suavizarle con trescientos euros, pero al final accedió y se comprometió a hacérmelo llegar al día siguiente a mediodía. Todo iba sobre ruedas.

Lo último que hice esa tarde fue comprar una cámara digital con teleobjetivo. El dependiente de la tienda se resistió, pero al final me dejó probarla antes de comprarla. También me miró raro cuando hice varias fotos a las mujeres que se arreglaban en la peluquería de enfrente. Pero tenía que probarla en condiciones semejantes a las que necesitaría.

Esa noche dormí como un bendito, no tenía dudas, tenía todo preparado y mi venganza era ineludible. Pobre Laura, no sabía lo que se la venía encima.

Capítulo 2.

A las siete de la mañana paseaba frente al piso de Laura. Salió sobre las nueve. En vez de seguirla repetí la maniobra del día anterior y me colé en el portal. Subí al segundo, localicé su piso y me hice una idea de las ventanas que tendría que vigilar. Luego fui a la inmobiliaria, firmé, pagué y recogí las llaves. Llevé a mi nuevo piso todo lo que necesitaba y esperé el envío de Rafa. A mediodía, como habíamos acordado, dos chicos llamaron a la puerta y me entregaron lo que Rafa me había prometido. Lo llevé al salón arrastrándolo por el suelo y lo coloqué junto a la pared de la fachada. Como el techo era alto quedaba genial. Me separé unos pasos para contemplarlo. Era perfecto, desde la silla que el árbitro usaba para los partidos podría vigilar perfectamente.

Cogí el escoplo y el martillo y me encaramé a la silla. Empecé a hacer el agujero. Tenía que hacerlo lo bastante grande para el objetivo de la cámara, pero no demasiado para que no cantara mucho. No quería que la comunidad de vecinos me denunciara por alterar la fachada. En un par de horas lo tenía listo. Habían caído algunos cascotes a la acera, pero afortunadamente no pasó nadie en ese momento. Escruté por la cámara. Perfecto. Si las ventanas eran las correctas podía ver todo el interior. Observé un dormitorio, tenía las cortinas a medias de correr y se podía ver el interior. El salón igual, tenía dos ventanas y lo divisaba a la perfección. La casa era muy chula. Laura la tenía ordenada y bien decorada.

Con todo el jaleo de la mañana me había entrado apetito. Bajé a la cafetería y pedí algo de comer. No sé por qué el camarero fue desagradable conmigo. Mientras comía concreté mi plan. Seguiría a Laura cuando saliera y vigilaría desde el piso cuando estuviera en casa. Tuve que dejar la comida a medias cuando vi a Laura volver. Llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta sin mangas que resaltaba sus bonitos pechos. Aparté de mi mente cualquier sentimiento de admiración y corrí al interior a pagar la cuenta. Subí al piso, trepé en la silla y alabé mi perspicacia detectivesca cuando confirmé que las ventanas eran las suyas. Documenté fotográficamente las actividades de Laura.

Fue pasando la tarde y aumentando mi decepción. No es que esperara que hiciera misas negras o torturara cachorros en su casa, al menos el primer día, pero aparte de comer, ver la tele y leer un rato no hizo nada más. Nada reprochable o que me diera indicios de oscuros secretos o adicciones inconfesables. Aun así llené la tarjeta de memoria de la cámara y tuve que cambiarla. Apunté traerme el portátil para ir pasando las fotos. Quizá necesitara también un disco duro externo.

A las 19:04 la vi salir. Rápidamente me bajé de la silla y corrí a la calle. Renegando y dando saltitos por el rodillazo que me di contra un escalón de la silla por las prisas, la divisé a lo lejos y tuve que correr para no perderla. Al poco entró en una tienda de deportes. Desde el escaparate, con mi gorra roja y las gafas de sol, la vi hablar con el encargado, recoger una prenda y entrar al probador. A los dos minutos salió con un short corto de lycra de los que se usan para correr. Pulsé el botón del reloj grabador y me puse la mano en el pecho para tener buen ángulo y grabarlo bien. Laura hizo un par de movimientos con las piernas y se miró en un espejo. ¡Cómpratelo! Pensé. La quedaba de puta madre. Era una persona malvada, pero seguía teniendo el culo perfecto, respingón sin exagerar, en forma de corazón y, aparentemente, durito.

Aunque el encargado no me vio, le lancé una mirada asesina cuando vi que no paraba de mirarla el culo. Laura se volvió a cambiar y pagó el pantalón. ¡Bien!

Volvió a su casa y yo a la silla. Conseguí evidencia fotográfica de ella limpiando la casa, cenado y viendo la tele. A las 23:25 se metió en la cama con un libro. Desnuda. O eso creo, porque echó las cortinas y solo pude ver su silueta hasta que apagó la luz. Me volví a mi piso a sacar una pizza del congelador. Desde la interrumpida comida tenía un hambre que no veas. Luego me acosté con el libro “Los diez negritos”, le tenía sin leer hacía años. Me vendría bien para perfeccionar mi técnica de investigador.

A las 7:14 llegué a mi puesto de vigilancia. Hoy tocó la gorra verde. Como la casa no estaba amueblada recogí un par de cajas de cartón que encontré en la calle al lado de una tiendecita de barrio y las subí para que me hicieran de mesa para el portátil. Antes tiré a un contenedor todas las barras de pan que contenían, desde luego el servicio de recogida de basuras cada vez estaba peor.

A las 7:34 Laura se levantó. Había descorrido las cortinas por la noche, supongo que por el calor que hacía en verano, y pude contemplarla. Tenía un cuerpo mejor incluso que el que me imaginaba cuando era mi profesora. Piernas largas y torneadas, el culo sencillamente perfecto, la cintura estrecha y unas tetas firmes y grandes. Cuando se metió en lo que supongo que era el baño me di cuenta de que no había hecho ninguna foto. ¡Maldición! Tanta foto comiendo y viendo la tele y me despisto en el mejor momento. Cuando la volví a ver iba con el short que se compró ayer y una camiseta holgada. Se puso unas zapatillas y salió. Me lancé a la calle tras ella. ¡Joder con el escalón! Bufando y frotándome la rodilla la seguí. En cuanto llegó al parque del Retiro echó a correr. Como no iba vestido para la ocasión la esperé en la entrada suponiendo que saldría por ahí para volver a su casa. Yo también usaba el parque para hacer ejercicio y era lo que hacía. Me senté tranquilamente en un banco a esperar trasteando con el móvil. A las 8:52 la vi aparecer. Observé como hacía estiramientos. Yo y todos los hombres que había por allí cerca. Y algunas mujeres. De camino a su casa entró en la tienda de donde había cogido yo las cajas, salió sin comprar nada. Se desvió para entrar en otra tienda y salió con una barra de pan. ¡Ups! Luego subió a su casa y yo a mi silla.

Verla salir de la ducha fue glorioso, al menos hasta que la hija de puta cerró las cortinas. ¡Mierda! Se me había vuelto a olvidar hacerla fotos. Me limpié la baba y bajé a tomar café y una tostada. Pagué en cuanto me lo trajeron y el camarero pareció suavizar el ceño. Seguí a Laura cuando salió y se metió a desayunar en la cafetería donde la vi el primer día. Me acordé y registré en la grabadora todos sus horarios y destinos.

Cuando salió es cuando se me jodió el plan. Ni Johnny English hubiera hecho algo distinto a lo que me vi forzado a hacer. La seguía discretamente por la acera de enfrente a la suya. Un poco retrasado para que no me viera. Llevaba los vaqueros de ayer y una camiseta de manga corta. Me recriminé estar mirándola el culo y observé el entorno. Ella pasaba en ese momento entre la acera y un gran andamio que ocupaba casi toda la manzana. Debían estar rehabilitando la fachada del edifico. Un movimiento arriba me llamó la atención. Un operario metía ladrillos por una ventana del sexto o séptimo piso cogiéndolos de un montón que había sobre el andamio. Según iba quitando ladrillos de la pila, ésta se tambaleaba. Pude ver como a cámara lenta que tres o cuatro de los ladrillos resbalaban amenazando con caer. Me detuve congelado. Efectivamente los ladrillos cayeron. Tuve una reacción refleja y crucé la calle a la carrera, esquivé por los pelos un coche que pasaba y me tiré en plancha sobre la desprevenida Laura. Mi plan de seguirla discretamente se había ido a hacer puñetas. Cayó de espaldas en la acera, protegida bajo el andamio. Yo caí sobre ella, aplastando su cuerpo con mis piernas entre las suyas. Luego escuchamos el ruido de los jodidos ladrillos estrellándose contra la acera a nuestro lado. Cuando se dio cuenta de lo que había pasado se quedó pálida. A pesar de lo a gusto que estaba con el pecho sobre sus tetas y con mis caderas sobre las suyas me levanté y la ofrecí la mano para ayudarla. Se incorporó titubeante. Volvió a mirar los ladrillos y luego a mí. Su sonrisa la iluminó entera. Era pérfida pero preciosa.

Capítulo 3.

—Me has salvado la vida — me dijo sin soltarme la mano.

—Eh… ¿yo? — ¡qué don de lenguas el mío!

—Claro, ¿quién si no?

—Bueno, es que vi caer esas cosas y… perdona por tirarte al suelo.

—No tengo nada que perdonarte, ¡si me has salvado!

—¿Yo? — y vuelta la burra al trigo.

—¿Te has golpeado la cabeza? — me preguntó frotándose la parte de atrás de la suya.

—No, no, perdona. Parece que tú sí. Déjame ver.

Un poco bruscamente la giré para ver su cabeza. No podía pensar con sus ojos clavados en los míos. En cuanto dejó de mirarme mi cerebro reanudó su normal funcionamiento.

—No tienes sangre — la dije, siempre he sido un observador perspicaz.

—Creo que me saldrá un chichón — se volvió —. Muchas gracias, si no me hubieras apartado no sé cómo habría terminado. Por cierto, soy Laura ¿y tú?

—No, yo no, esto… quiero decir que soy Miguel — ¡mierda! Le había dicho mi nombre auténtico. Tenía que haber preparado un alias, algo así como Max Power o Hunter Steel, nombre de espía.

—No te veo bien, mejor vamos a esa cafetería a sentarnos. Venga, te invito a algo — me agarró del brazo y me llevó como si fuera un ancianito a la cafetería que había frente a su casa. Pedimos unos cafés y empezamos a charlar.

—¿Vives por aquí cerca? — preguntó.

—A unas manzanas, ¿y tú? — fui astuto, no dejé ver que ya lo sabía.

—Aquí enfrente — señaló su casa con la mano —. Dime, Miguel, ¿a qué te dedicas?

—Me queda un curso para terminar derecho, ¿y tú? — jejeje, ya era todo un experto en el arte del disimulo.

—Soy profesora de Educación Física.

Estuvimos un rato charlando, he de reconocer que a pesar de su maldad, parecía una persona agradable y simpática.

—Tengo que irme — me dijo —, además, me están dando escalofríos por cómo nos mira el camarero, ¿te conoce de algo?

—No le había visto en la vida — repuse.

—Bueno, Miguel, te vuelvo a dar las gracias por salvarme. Has sido un héroe. Ahora me voy, ya nos veremos.

Nos levantamos y me quedé cortado cuando me besó para despedirse. La vi cruzar la calle y meterse en el portal. Con la mano todavía en la mejilla subí a mi puesto de vigilancia. Mientras fotografiaba su vida cotidiana, reflexioné sobre el plan. Me sería difícil seguirla ahora que me conocía. Pero como dijo el conde de Maternouse al acostarse con la virginal hija de la duquesa de Mentries y comprobar que no era hija sino hijo : “habrá que cambiar de estrategia”.

Mis pesquisas, aunque breves, no habían destapado ningún secreto incómodo. Tampoco había descubierto ninguna actividad ilícita. Cuando se quitó la camiseta y se metió en el baño tuve una iluminación. Una inspiración genial que solo teníamos los mejores espías. La seduciría, la haría mía y luego, poco a poco, la convertiría en una viciosa del sexo. La haría fotos y videos, la haría cometer perversiones sin cuento y lo grabaría todo. Cuando tuviera suficiente material publicaría todo en internet y la jodería la vida. ¡Jajaja! (risa malvada). Tenía una objetivo, una nueva meta en la vida : convertir a Laura en mi esclava sexual.

Capítulo 4.

Salí a toda prisa maldiciendo otra vez el jodido escalón y busqué una librería. No fue fácil. En los últimos años había cerrado la mayoría. Con la ayuda del móvil localicé la más cercana. La chica de la librería me miró raro cuando le pedí todos los libros que tuviera sobre sexo y dominación. Empezaba a acostumbrarme a ese tipo de miradas. Cargado con doce libros, parece que el género estaba de moda, me fui a casa y me puse a leer. Cuando lo dejé, a las tres de la mañana, ya me había leído tres de los libros y me había hecho cuatro pajas.

Con apenas tres horas de sueño esperé en la entrada del parque en ropa de deporte. Tenía la esperanza de encontrarme con Laura. Creo que llegué un poco pronto. Llevaba calentando más de una hora cuando llegó. Pareció sorprendida al verme, pero se acercó a saludar.

—Hola Miguel, ¿vienes a correr? — se puso a mi lado a calentar también.

—Sí, suelo venir todos los días.

—Pues nunca te había visto por aquí.

—Suelo venir más tarde, sobre las once, pero con el calor que hace estos días he preferido venir temprano — tenía la respuesta preparada y la dije de corrido.

—¿Corremos juntos?

—Claro, vamos.

En diez minutos empecé a descolgarme, sería por dormir poco o por las pajas del día anterior, pero resoplaba como un fuelle intentando no quedarme muy atrás. Tuve que dejar de mirarla el culo al tercer tropezón. Creo que no llevaba nada bajo el short de lycra. Laura se percató de mi sufrimiento y, afortunadamente, bajó el ritmo. Cuando volvimos a la entrada, después de unos cincuenta minutos, no sentía las piernas. Estiramos los músculos. Fruncí el ceño a los buitres que se quedaban mirando a Laura.

—¿Quieres que desayunamos juntos? — propuso.

—Genial, ¿dónde quieres ir?

Fuimos a la cafetería donde la vi el primer día. Desayunamos charlando, Laura se rio de mi forma física y me lo tuve que tragar. No podía decirle que era por un exceso de autoconsumo sexual. Prolongamos el desayuno durante casi dos horas. Si no fuera por lo que la odiaba hubiera estado encantado con su simpatía y cordialidad. Era fácil y muy agradable estar con ella. Además, no creo que me pillara más de tres o cuatro veces mirándola el pecho ceñido por la estrecha camiseta que llevaba. Quedamos en repetirlo al día siguiente.

Nos despedimos y en vez de volver a espiarla me fui a casa. Con la mano en la mejilla manteniendo el calor de su beso.

Estuve todo el día estudiando, de la enorme sabiduría que entresaqué de las novelas llegué a varias conclusiones aparte del despellejamiento de mi polla.

-          Antes de atarla, vejarla u obligarla a hacer perversiones, tenía que someterla.

-          El sometimiento tenía que ser voluntario.

-          La mejor manera era darla tanto placer que se rebajara a todo para seguir recibiéndolo.

-          Tenía que follarla hasta la muerte.

Pensé qué sería mejor, si atacar pronto mientras la durara el agradecimiento por librarla de los ladrillos, o conquistarla poco a poco. Miré mi maltrecho miembro y decidí ir despacio.

Descartada de momento la vigilancia, recogí el portátil y pasé las grabaciones y las fotos. Examiné todas y me recriminé mi falta de profesionalidad. En ninguna salía Laura desnuda, apenas en una se la veía de refilón con solo el sujetador puesto. Bueno, me tranquilicé pensando que cuando fuera mi esclava tendría todo el tiempo y la facilidad de hacerla todas las fotos que quisiera. Incluso me lo suplicaría ella misma, jajaja (otra risa de malvado).

Esa noche procuré dormir mejor para dar el tipo en la carrera por el parque.

Volví a dar el cante. Me retrasé otra vez, pero fue porque el pantalón corto me rozaba con las partes en carne viva del pene. Laura me preguntó una par de veces que si me pasaba algo, que por qué corría tan raro. Suspiré de alivio cuando nos sentamos a desayunar y pude ahuecar el pantalón y los bóxer de debajo. Estuvimos otras dos horas. Era encantadora. Esto… quiero decir, encantadora de una forma pérfida y vil.

Cuando nos despedimos me fui a casa a terminar los libros. No me masturbé. Me acosté con dolor de huevos, eso sí. Por la mañana estaba recuperado y aguanté perfectamente el ritmo a Laura. Ni siquiera comentamos el tema del desayuno, al terminar los estiramientos nos encaminamos a la cafetería. Estábamos tan bien juntos que, antes de irnos, me lancé.

—¿Quieres que vayamos esta noche a tomar una copa? — pregunté nervioso.

—Me apetece mucho — me dijo con una enorme sonrisa —, ¿a qué hora quedamos?

Me fui para casa dando saltitos, aunque casi me caigo al perder el equilibrio por llevar una mano pegada a la cara.

Me vestí de punta en blanco y la recogí en su portal. Fuimos a un pub y nos tomamos un par de copas. Estaba guapísima, preciosa. Estuvimos unas tres horas hablando sin que se nos agotaran los temas ni hubiera silencios incómodos. Al despedirla en la puerta me atreví a darla un suave beso en los labios. Sin lengua.

—Hasta mañana, Miguel — me despidió acariciándome la cara cariñosamente.

—Hasta mañana, Laura.

Durante la siguiente semana quedamos a comer dos veces y a salir por la noche otras dos. El último beso ya fue con lengua y abrazados. En cuanto llegué a casa me tuve que masturbar. Felizmente mi miembro ya estaba totalmente recuperado.

Mi corazón dejó de latir unos segundos el día en que al terminar de desayunar la ofrecí salir esa noche.

—Mejor vente a cenar a casa. Luego podemos ver una película.

—Va… va… vale.

Se rio con mi tartamudeo y me dio un piquito de despedida. He de reconocer que según se iba caminando por la acera estuve un rato mirándola el culo. ¡Qué preciosidad!

Estuve toda la tarde preparándome. Primero me hice una paja para aguantar más si conseguía acostarme con ella. Mi plan, sacado de la literatura, era darle cuatro o cinco orgasmos seguidos antes de correrme. El primero con la lengua, luego otros dos sin sacarla, para el cuarto y quinto la follaría en otra postura y terminaría corriéndome en su cara. Al final, de remate, le metería la polla en la boca para que me la limpiara. Así sabría quién mandaba.

Me duché y recorté un poco los pelos del pubis para estar presentable, me arreglé la barba, me arranqué con unas pinzas y un espejo los pocos pelos que tenía en el culo. Esto último aparte de ser complicado fue bastante doloroso. Me corté las uñas de las manos y de los pies, hasta me limé los callos. Como acabé bastante pronto me volví a duchar y a lavarme el pelo. Cuando terminé busqué por toda la casa un frasco de colonia de marca que me había regalado mi madre hacía unos años y me eché abundantemente. Luego me vestí con mis mejores prendas y esperé una hora paseando nervioso por la casa hasta que fue el momento de salir. Me eché otro poquito de colonia y me fui a mi cita. En el ascensor me encontré a una señora que boqueaba y se tapaba la nariz. ¡Qué genta tan rara!

—Hola, Miguel — me dijo al abrir la puerta. Era un ser infame y malévolo. Estaba bellísima. Radiante.

—Hola, Laura — me acerqué a darla dos besos.

—Uf, ¿por qué hueles así?

—Es que… se me ha escurrido el frasco y me he puesto perdido de colonia — quizá me hubiera pasado.

—Jajaja, anda pasa. Abriré una ventana.

La seguí por un corto pasillo. Llevaba una finita blusa blanca sin mangas y una faldita azul, corta y con vuelo. Estaba bellísima. Radiante ¿Ya lo había dicho? Pero es que ¡joder! si no la odiara tanto me habría enamorado en ese momento.

—Ven que te enseñe la casa.

La seguí encantado. Me mostró la cocina, el salón y su dormitorio. Igualito que la gorda de la inmobiliaria.

—Yo suelo cenar en la cocina, pero había pensado que nos lo llevemos al salón y cenemos en el sofá. ¿Te parece?

—Claro, lo que tú digas está perfecto.

—Pues ven y ayúdame a terminar.

La seguí a la cocina y, siguiendo sus indicaciones, nos serví un vino blanco a cada uno. Ella ya tenía preparada una ensalada y terminaba de pasar por la plancha unos lomos de lenguado, a los que luego acompaño con una salsa de limón. Mientras, preparé las bandejas que me dijo para llevar todo de una vez al salón. Como terminé antes que ella me dediqué a observarla. No me cansaba de mirarla.

La cena fue perfecta, la ensalada bien aliñada y el pescado en su punto. En cuanto recogimos hizo café y lo tomamos sin prisa.

—Toma — me dio el mando de la tele —. Elige algo.

Recorrí los canales buscando una peli chula.

—¿Qué te apetece ver? — la pregunté. A mí me hubiera gustado una de espías, pero no quería dar pistas.

—Lo que quieras, me gusta todo el cine. Desde las comedias románticas hasta la ciencia ficción.

Cuando vi “La llorona” supe que esa era la que tenía que poner.

—¿Una de miedo? — pregunté con algo de malicia.

—Vale.

Era perfecto. Laura se moriría de miedo y se agarraría a mí. Yo la abrazaría y sería su protector. Empezaría a depender de mí. No podía fallar.

Pues falló.

Capítulo 5.

¿Para qué coño pongo una de miedo si me acojono y me cago patas abajo? Estuve la mitad de la película con los ojos cerrados y la otra mitad dando respingos y tapándome la cara. Creo que incluso di algún gritito de terror. Grititos viriles y de machote, claro.

Aun así no salió mal del todo. Laura se apiadó de mí y me abrazó protectora. Pasó un brazo por mi espalda y apoyó su pecho en mi costado. Si me hubiera dado cuenta en vez de estar rígido como un palo y apretando los ojos hasta que me dolieron los párpados, seguro que lo hubiera disfrutado. Por fin terminó la jodida película.

—Anda ven — me vio con la cara tan desencajada que debí darla penita.

Obediente agradecí mucho que me sentara en su regazo, me abrazó con ternura acariciándome la espalda. Hubiera apoyado la cabeza en su hombro, pero la diferencia de altura lo impedía. En vez de eso acuné su cabecita contra mi pecho.

—¿Por qué has elegido una de miedo si no las aguantas?

—¿Yo? Si me encantan.

—Ya veo — dijo con afecto.

Estaba muy a gustito. Los brazos de Laura me rodeaban, su calor me confortaba, su suave pelo moreno me acariciaba la barbilla. Tenía una mano en su hombro, la otra enredada en su cabello. Cuando levantó la cabeza y me miró, la besé dulcemente. Fue un beso muy largo. Empezó con suavidad, apenas rozando nuestros labios, luego aumentamos nuestra pasión y me introduje en su boca. Nuestra respiración se agitó cuando nuestras lenguas exploraron y lucharon por conocerse. Laura se retiró para respirar. Su rostro sonrojado y los ojos brillantes.

—¿Vamos a la cama? — me susurró con timidez.

—Nada me gustaría más.

Me levanté y la seguí al dormitorio. "Ahora empiezo a pervertirla" me recordé a mí mismo recobrando la lucidez. Nada más entrar caímos en brazos del otro. A la vez que nuestras lenguas y labios peleaban nuestras manos recorrían nuestros cuerpos. Aproveché que la tenía cachonda para desabotonarla la blusa. Tenía unos botones tan pequeños que mis dedos resbalaban, pero Laura me ayudó. Luego desabotonó mi camisa, que tiré impaciente al suelo. Volvimos a besarnos. Me desabrochó el pantalón y yo a ella el sujetador. Tragué saliva audiblemente al ver sus preciosos pechos, libres y erguidos. Laura se rio de mi cara y me bajó los pantalones, luego hizo lo mismo con su falda. La contemplé admirado. Era una obra maestra de la naturaleza. Antes de babear la llevé a la cama y nos tumbamos abrazados, recorrí su piel suave y cálida con mis manos sin dejar de besarla. Al llegar a la curva de su culo perfecto casi me corro.

—Espera, Miguel, espera — pidió.

Se despojó del tanga y la imité quitándome los bóxer. Gemí al sentir su mano agarrando mi miembro. Para evitar correrme en ese momento la tumbé y besé su cuello. Alterné entre besos y lametones y fui bajando. Sus pechos eran una delicia, grandes, llenos, suaves. Sus pezones se pusieron durísimos después de dedicarles mis atenciones. Bajé más y lamí su estómago, seguí hasta llegar a sus muslos. Los besé y recorrí con la lengua hasta llegar a su centro. Cuando lamí su húmeda rajita por primera vez, creí morirme de gusto. Su sabor era increíble y su olor llenó mis sentidos. Recordé mi objetivo y lamí muy despacio. Tenía que volverla loca. Recorrí sus labios varias veces, los abrí con los dedos y me deleité con el interior. Los gemidos de Laura y que me empujara la cabeza con las manos me animaron a meter la lengua en su dulce coñito. Alterné entre su agujerito y su clítoris hasta que sentí como sus piernas se crispaban. En ese momento chupé fuerte su botoncito y le metí dos dedos. Se corrió gritando, levantando las caderas contra mi boca y apretando mi cabeza entre sus fuertes muslos. Tuve que aferrar sus piernas temiendo que me rompiera el cuello con alguno de sus violentos espasmos.

Cuando se tranquilizó me puse a su altura contemplando sus hermosos ojos. Estaban brillantes y algo empañados todavía de placer. Recorrí sus costados con mis manos hasta que me sonrió repuesta. Mi siguiente paso era hacer que se corriera dos veces sin sacársela. Tenía la polla dura como el granito. A pesar del asco que sentía por Laura, era muy hermosa y no era fácil mantenerme frio y centrado. Me colé entre sus piernas, la besé las mejillas, los ojos y la nariz. Ella flexionó un poco las piernas preparándose para la penetración. Poco a poco la fui metiendo, despacio y sin dejar de mirar sus ojos. Su azul claro se oscureció cuando me enterré hasta el fondo y sus labios se entreabrieron con un leve quejido.

La follé con dulzura y con mimo. Como tenía que aguantar sin correrme no quería precipitarme. Pensando en mi objetivo de pervertirla me atreví a pedirla :

—Laura, háblame, dime qué te estoy haciendo.

Laura sonrió con picardía. Apretó mi cara contra su cuello y me dijo al oído.

—Estoy llena de ti, Miguel. Me llenas entera. Tu lengua ha sido maravillosa y tu polla me está llevando al cielo. Sigue follándome, cariño.

Jajaja, conseguido. Lo malo fue que me enardeció. Oírla decirme esas cosas tuvo el efecto inmediato de que acelera las penetraciones. Me follé a Laura como una bestia.

—Sigue, Miguel, me encanta. Córrete en mi coño.

No lo pude evitar. Mi plan se fue a tomar por culo. Me corrí gritando como un energúmeno. Laura lo notó enseguida y, afortunadamente, se corrió también. Quedé lánguido entre sus brazos, sus manos recorrían mi espalda y mis nalgas. Todavía estaba dentro de ella, pero para no aplastarla me deslicé a un lado. En fin, pensé, serían dos orgasmos sacándosela entre ambos. Al menos la estaba pervirtiendo, a juzgar por sus expresiones ordinarias. Tomé nota mental para no escuchar la próxima vez. Así aguantaría más.

Pasamos un rato besuqueándonos y haciéndonos mimitos. Yo esperaba a que mi “amiguito” se volviera a poner en forma. Me faltaba darla tres o cuatro orgasmos para empezar a someterla. Para que anhelara el placer que solo yo la daba. Me ayudó Laura, me acarició la polla con ternura y me lamió los pezones. Iba a ponerla a cuatro patas y follarla dándola algunos azotes, salvo que mi plan se volvió a descojonar. Laura se puso a horcajadas sobre mí y bajó lentamente embutiéndose mi miembro. Cuando llegó abajo del todo me cogió las manos y las puso sobre sus estupendas tetas. Las amasé unos momentos con sus manos sobre las mías. Casi no noté cuando empezó a mover las caderas. Empezó tan despacio que parecía no moverse, pero paulatinamente amplió el vaivén de sus caderas. Nunca había sentido nada igual. No iba a durar ni un minuto. Pensé en la llorona, en sus ojos vacíos y sangrantes. Repasé el último examen de derecho penal, hasta me acordé del camarero de enfrente para poder aguantar. ¡Es que no es justo! ¿Cómo iba a resistir con una mujer así? Me ayudaba a magrearla las tetas, se movía metiendo y sacando mi polla de su prieto coño, me sonreía con la cara brillante del sudor de la pasión. Y luego me remató.

—¡Cómo me gusta tu polla, Miguel! Voy a perder la cabeza al sentirla tan dentro de mí.

Claro, uno es detective, espía y corruptor de mujeres, pero todo tiene un límite, coño. Abandoné sus tetas y la aferré las caderas, empecé a mover convulsivamente las mías intentando metérsela más fuerte, más profundo, más…

—Síiiii… me corro, Miguel… me corroooooooo…

Y yo.

¡Maldición!

Volví a correrme antes de tiempo y volví a cargarme el plan. Pero que me quiten lo bailao. Cuando Laura se empezó a correr se tumbó sobre mí abrazándose con fuerza. Pude sentir su cuerpo temblando en mis brazos, su aliento entrecortado soplando cálido en mi cuello. El placer de mi propio orgasmo resultó insignificante comparado con el placer de sentirla mía, con la forma que tenía de abandonar su cuerpo sobre mí, con cómo llevó mis manos a su boca y besó mis dedos uno a uno cuando empezó a recuperarse.

Me desperté confuso. ¿Dónde estaba? Me incorporé sobre un codo y miré a mi alrededor. El aire que entraba por la ventana abierta movía las finas cortinas que la tapaban. En un bonito sillón en la esquina estaban mis ropas y las de Laura. ¿Laura? Di un respingo y la vi tendida a mi lado. Desnuda. La contemplé arrobado. Era maravillosa. El pelo pegado a sus sienes no la hacían menos guapa, al contrario. Era de una belleza espectacular. Su cuerpo era todo lo que un hombre podría desear. Firme, suave, delgado pero con las curvas perfectas.

Caí sobre la almohada mirando al techo. ¡Me había dormido sin subyugarla! Repasé mi plan. ¿Habría conseguido pervertirla? Deduje que salvo lo de decirme guarrerías no lo había conseguido. Mi plan había fallado. Pero … ¡Joder, había sido la mejor noche de mi vida!

Me levanté con cuidado para no despertarla, me vestí en silencio y salí de su casa. Hice lo único que podía hacer en ese caso : fui a comprar churros.

Al volver me di cuenta del problema. No tenía llave. Esperé en la acera hasta poder colarme y subí hasta su puerta. Llamé flojito y esperé. Y esperé. Luego me di cuenta. ¿Por qué narices llamo flojito? ¿Qué esperaba, que se levantara a abrirme sin despertarse?

Toqué el timbre.

Laura me abrió y yo, como un imbécil, me la quedé mirando. Llevaba puesta mi camisa. Sólo mi camisa con solo un botón abrochado. La acababa de ver completamente desnuda, pero verla en la puerta, enseñando las piernas y el abdomen, con la cara soñolienta todavía por el sueño… y me estaba sonriendo. Era la cosa más sexy que jamás había visto. No me salían las palabras, así que como un gilipollas la enseñé la bolsa de los churros. Al menos esta vez no apestaba a colonia, aunque fuera de marca.

—Pasa, cariño — me agarró de la mano libre y me atrajo a ella. Me besó suavemente y cerré la puerta.

—Voy a hacer café, ¿me acompañas?

—Por supuesto — hubiera hecho falta disolvente para separarme de ella.

Laura calentó leche en el microondas y puso la cafetera de cápsulas. Enseguida estábamos comiendo churros. Al menos ella. Yo lo intentaba. Al sentarse se le habían separado los faldones de la camisa y se veía su coñito. El coñito tan dulce que había degustado la noche anterior. Cada vez que se movía la camisa se entreabría y podía ver parte de sus tetas. Recordé la piel suave, el tacto firme, mis manos cubriéndolas…

La tercera vez que no atiné en meter el churro en el vaso, Laura se rio a carcajadas. Yo estaba algo avergonzado, pero me reí con ella.

—Creo que necesitas desahogo, Miguel. ¿Quieres que nos duchemos? — me dijo — ¿juntos?

Asentí vigorosamente a punto de sufrir un latigazo cervical. Laura se rio entre dientes y me llevó de la mano a la habitación. Allí volvimos a desnudarnos y fuimos a la ducha. En cuanto el agua salió caliente, entramos. Laura se echó gel en las manos y lo repartió por todo mi cuerpo, frotando hasta que estaba cubierto de espuma. Me giró poniéndose a mi espalda. Sus pechos y su pubis apretados contra mí. Agarró con suavidad mi miembro y lo acarició. Las suaves caricias se convirtieron en una paja. Sus manos subían y bajaban por toda mi longitud, de vez en cuando acariciaba mi glande y luego reanudaba el movimiento. Me estaba volviendo loco. Mis rodillas se volvieron gelatina, apoyé una mano en su culo y la otra en la pared para no caerme. Me resultó tremendamente erótico.

—Me gusta mucho tu polla, Miguelito — me dijo la muy cabrona. Yo estaba aguantando relativamente bien, pero oírla decir semejantes cosas era superior a mí —. ¿Te gusta a ti lo que te hago?

Creo que no esperaba respuesta, en cualquier caso de mi boca escapó un gemido. Un gemido varonil. Laura me apretó entre sus manos y aceleró.

—Córrete Miguel, córrete en mis manos.

Enterré mis dedos en su nalga y me corrí. Fue algo memorable. El semen salió en un potente chorro, luego otro, y otro, y otro más. Laura seguía pajeándome a toda velocidad y el surtidor en que se había convertido mi polla parecía no parar. Creo que el agua de la ducha evitó que ardiera allí mismo. El placer fue tan grande que de milagro mi cuerpo no se convirtió en cenizas que el agua se hubiera llevado por el desagüe.

Cuando terminé de correrme y Laura liberó mi miembro caí de rodillas. Mis piernas ya no me sostenían. Laura se puso frente a mí y apoyó mi cabeza en su tripita, acariciándome la cabeza con dulzura. Tuve que respirar unos minutos afanosamente para volver a ser persona. Y lo primero que me encontré fue a Laura, mejor dicho, su coño. Metí la cabeza entre sus muslos y me apoderé de él. Mi lengua fue mi venganza. Si ella me había dado tanto placer como para dejarme casi inconsciente yo haría lo mismo. Hubiera deseado que mi lengua fuera como la de un camaleón. Me refiero a la longitud, no a la asquerosidad. Saqué partido a mis centímetros linguales, penetré su delicioso agujerito y bebí sus mieles. Lamí su clítoris hasta que Laura gimió de gusto. La atraje más a mí agarrando su culo, su perfecto culo. Se sentía tan bien en mis manos que me parecía delito dejar de tocarlo. Cuando ella retrocedió un paso para apoyarse en la pared la seguí. Como un tiburón ataqué a mi presa. Bebí sus fluidos con deleite y, cuando se corrió en mi boca, me pareció el manjar más exquisito : ambrosía, néctar, hidromiel, o lo que quiera que beban los dioses. Me levanté para abrazarla mientras se dejaba llevar por el placer. Contemplé su rostro y sus ojos azules, empañados por el orgasmo. Me dedicó una sonrisa lánguida, desmayada.

—No sé qué me haces pero es bueno, es muy bueno — susurró en mis brazos.

Orgulloso saqué pecho y la abracé más fuerte. Luego nos volvimos a enjabonar y terminamos la ducha. Nos vestimos en la habitación dedicándonos miradas cómplices y sonrisas. Empezaba a lamentar tener que cumplir mi venganza con Laura.

—Me voy a ir, tengo cosas que hacer esta mañana — la dije.

—Vale, Miguel, ¿quieres que nos veamos luego?

—¡Sí! Quiero decir, sí — esta segunda vez usé un volumen normal — ¿Te llamo más tarde?

—Hecho. Podemos comer, o cenar, o ver una peli. Aunque quizá no debamos elegir una de miedo.

—Luego lo vemos, Laura. Y que conste que me encantan las pelis de miedo.

—Claro, ya lo sé — me dijo con una sonrisita.

—Pues me voy — dije sin hacer amago de moverme. Algo me pasaba que no me resultaba fácil.

—¿Me das un besito de desped…uff.

Me abalancé sobre ella y la metí un morreo de campeonato. Al principio se sorprendió, luego participó muy activamente. Si no hubiera necesitado oxígeno para seguir viviendo, el beso hubiera sido eterno. Me separé, me di la vuelta y me fui corriendo. Literalmente. Si no corría no conseguiría escapar de la maligna influencia de Laura.

Todavía tardé un rato en pensar con claridad. Necesité tiempo para liberar mi mente de las imágenes de Laura sonriendo, o Laura desnuda, o Laura abrazándome, o Laura…

Mi plan no ha salido del todo bien — pensé según andaba hacia casa —, pero ha sido un buen principio. Ahora tenemos intimidad y puedo seguir adelante. En realidad, ya ha dado el primer paso a su sumisión. Ya dice obscenidades. Quizá conseguir que sea mi esclava no sea cosa de una sola noche. Tendré que ser más realista. Lo mejor será — cuando una señora me miró raro me percaté que iba hablando en voz alta, ups — lo mejor será ponerme pequeños objetivos que ir cumpliendo. Así, poco a poco y sin darse cuenta, al final caerá en mis redes. Antes de lo que se espera será mi esclava. Destruiré su vida actual y la convertiré en una mascota, un animalillo que solo piense en complacerme, jajaja (otra risa malvada más).

Pero he de protegerme, esta noche no estaba preparado. ¿Qué habrá hecho para hacerme bajar la guardia, para convertirme en un amante solícito en vez del follador implacable que yo quería ser?

Capítulo 6.

Entré en mi casa cuando, como San Pablo camino de Damasco, me llegó la iluminación. Laura era una persona cruel y malvada, que de complacía en el sufrimiento ajeno, pero había camuflado su verdadera naturaleza bajo muchas capas. Capas de ternura, de calidez, de cariño. No mostraba su verdadero ser, a cambio me deslumbraba con su sonrisa. Con esa sonrisa abierta y luminosa que embotaba mi percepción y desarmaba mi firme propósito de venganza.

¡Ja! Lo había descubierto. Ahora, prevenido contra la verdadera Laura, podría defenderme de sus subterfugios y atacar. Atacarla sin tregua hasta conseguir la revancha. Pasaría las grabaciones de ayer al ordenador y seguiría formándome en las técnicas de dominación. ¡Joder! Se me había vuelto a olvidar grabarla. Desde luego, no sé para que llevaba un reloj feo como el demonio y que pesaba lo que una olla exprés si en el momento culminante se me olvidaba darle al botoncito. En fin, al menos enriquecería mis conocimientos. Todavía me quedaban dos libros por leer.

Cerca de las ocho ya no aguantaba más. Me apetecía mucho verla. Para irla desgastando, claro. La llamé y quedamos para tomar algo en un bar que había abierto hace poco en el barrio. Estaba guapísima, llevaba unos pantalones cortos blancos y un top que dejaba su abdomen al descubierto. Los primeros momentos fueron un poco raros, no sabíamos muy bien cómo actuar. Nos habíamos acostado, sí, pero ¿éramos novios, amantes, amigos? Laura rompió el hielo y me dio un piquito. Luego nos sentamos en la barra y pedimos cervecitas y algo de picar. Como a la hora cambiamos de local. Tengo que reconocer que era fácil estar con ella. Nos llevábamos bien y se estaba fraguando una confianza entre nosotros que hacía que las cosas fluyeran por el buen camino.

Nos despedimos a cosa de las doce, me sentí algo decepcionado cuando no me invitó a su casa. Quedamos para correr al día siguiente y aproveché la soledad de mi piso para definir el siguiente objetivo de mi plan : me correría en su boca, o al menos en su cara. Eso iría reforzando mi dominio. También iría llamándola con apelativos como “perrita”, “pequeña” o “mascota”. Los libros lo dejaban claro, tenía que ir evidenciando su inferioridad en el plano sexual

La carrera por el parque del Retiro estuvo muy bien, pude seguir su ritmo y correr a su lado todo el tiempo. Luego fuimos a desayunar. Parecíamos unos enamorados disfrutando de la novedad del amor, esa temporada en la que solo quieres estar con el otro, en la que no soportas separarte ni un momento y todo lo que hace o dice tu pareja te parece la perfección.

Como Laura no parecía estar por la labor de invitarme otra vez a su casa, la propuse cenar en la mía. Aceptó enseguida. Por la sonrisa que me dedicó, creo que lo estaba esperando. Quizá quería que correspondiera a su invitación anterior. Pues lo llevaba claro, si esperaba una relación de igualdad se iba a llevar un chasco.

Por la tarde compré e instalé cámaras ocultas en mi dormitorio, una era apenas un botoncito difícil de ver y la otra era un Minion. Así tendría la grabación con dos ángulos. Luego podría montar un buen video de Laura siendo humillada. Sólo tendría que activarlas cuando empezara la acción.

Para cenar preparé mi especialidad. Pizza. Habíamos quedado a las nueve y a las ocho y media llamé a la pizzería. Especial de la casa con bacon. Le gustaba a todo el mundo. Como no tenía sofá, sino que en mi salón había un par de sillas y dos estupendos sillones reclinables, junté los sillones delante de la mesa y la tele. Iba a encender las cámaras cuando me percaté de un detalle. ¡Los libros! Con tanta labor de espionaje estaba todo desordenado y me costó encontrarlos. Fui contando hasta doce según los recogía a toda prisa y los ocultaba en lo más profundo del armario. Tropezándome con los muebles por las prisas acudí a abrir cuando escuché el timbre.

—Hola Miguel.

—Ho…la, Lau…ra — jadeé intentando recuperar el resuello. Estaba preciosa. Faldita rosa y camiseta blanca sin mangas.

—¿Estabas haciendo ejercicio? — me miró extrañada.

—Solo unas sentadillas, pasa, pasa.

La llevé al salón y, como hizo ella conmigo le enseñé la casa. Como no estaba muy limpia no la dejé mirar mucho.

—¿Quieres vino con la cena?

—¿Qué me has preparado? Tengo curiosidad por saber si eres buen cocinero.

—Oh, no te preocupes por eso. Mira — dije al oír el timbre —, esa es la señal de que la cena ya está lista.

Pagué al repartidor y, en la cocina, puse la pizza en una fuente redonda. Laura se partió a carcajadas cuando se la enseñé.

—Sí que se te da bien la cocina.

—Y mancho muy poco, jajaja.

Cenamos entre risas. Al terminar buscamos una peli y dejé que Laura eligiera. Hizo amago de poner una de miedo, curiosamente se rio entre dientes y me miró de reojo. Al final fue una comedia romántica. En cuanto los protas empezaron a besuquearse agarré la mano de Laura. Ella me sonrió dulcemente y seguimos viéndola. Aproveché que fue al baño para, cuando volvió, tirar de su mano y sentarla en mi regazo.

—¿No peso mucho? — me preguntó zalamera.

—Eres como una pluma.

Riéndose se acomodó y reclinó la cabeza en mi hombro. La rodeé con un brazo y puse la otra mano en su rodilla. Estuve un rato acariciándola, disfrutando de la suavidad de la piel de su brazo y de sus piernas. No quise propasarme, la besé en la sien y seguí con mis castas caricias.

—¿Qué me propones hacer ahora? — la peli había terminado y ella levantó la carita mirándome.

Tenía sus labios a pocos centímetros de los míos. La besé. Probé sus labios suaves y frescos en un dulce beso. Al abrir ella la boca y dejar asomar la punta de la lengua, el beso se fue convirtiendo en otra cosa. Nuestras lenguas se tocaron y la suavidad inicial se trocó en anhelo y pasión. Exploré el interior de su boca y me deleité con su sabor.  Mis manos recorrieron su cuerpo con más atrevimiento, haciendo gemir a Laura cuando aferré uno de sus senos.

—Llévame a la cama — me pidió jadeante.

Me levanté con ella en brazos y recorrí apresuradamente los pocos metros hasta mi habitación. La senté en la cama y la quité la camiseta y el sujetador. Ella me bajó los pantalones y la ropa interior. “Esta es la mía”, pensé. La agarré de la barbilla y la metí mi miembro en la boca. Laura no se molestó, al contrario. Me apretó de las nalgas para que entrara más profundo. Su boca engulló mi polla por entero, dándome un placer inigualable. Sus ojos húmedos me miraban lujuriosos mientras recorría toda mi longitud con los labios apretados. Era fantástico. Lo hacía de forma tan sensual que pensé que en muy poco tiempo me iba a correr en su boca.

—Lo haces muy bien, perrita — jejeje.

Me miró entrecerrando los ojos y me mordió. Sí, me mordió. No es que me hiciera sangre, pero evidentemente la zona era muy sensible y aparte del dolor sentí aprensión.

—Si me llamas perrita te morderé como si fuera una — me dijo con una sonrisa pícara.

Como volvió a la tarea con la pericia anterior no se me ocurrió volver a abrir la boca. Decidí correrme en silencio para llenarla la boca y dejar lo de los apelativos vejatorios para otro momento. La puse una mano en la cabeza, eso sí. Pronto había recuperado la excitación y el placer, mi miembro palpitaba a punto de liberar mi carga.

Laura lo notó y me sacó de su boca. Con una mano acarició mis testículos y con la otra me pajeó furiosamente.

—¿Quieres correrte en mis tetas, cariño?

Iba a decir que mejor en su cara cuando exploté. Mi polla se hinchó y empecé a lanzar chorros de semen en su pecho, guiada por la mano de Laura. Gemí de gusto mientras terminaba de pajearme y me miraba con satisfacción. Una última lamida en el glande hizo que se me doblaran las piernas y caí de rodillas entre sus muslos.

—¿Te ha gustado, Miguel?

—Ufff — contesté con elocuencia.

—Jajaja, anda, tráeme algo de papel para limpiarme, sé bueno.

Corrí al baño y cuando volví con el papel Laura estaba tendida en la cama completamente desnuda. La limpié con mimo, disfrutando al tocar su precioso cuerpo. Terminé de quitarme la ropa y me lancé a por sus pechos metiendo un pezón en mi boca y mordisqueándolo con los dientes.

—¡Ay! Bruto.

Lamí con cariño el pezón para aliviarla el dolor. Mis manos no paraban de explorar. Poco a poco fui bajando por su cuerpo hasta llegar a su pubis. Empujé un poco sus muslos y me vi recompensado cuando abrió las piernas para mí. Contemplé su coñito. Era una preciosidad, rosado y húmedo. La sorprendí al asirla de las caderas y hacerla girar en la cama. Ahora tenía su magnífico culo frente a mi vista. Muy cerca.

Lo mordí. No pude evitarlo y le di un mordisco.

—¡Ay!

Mordí el otro lado. Luego lo amasé con mis manos, lo besé, lo chupé y lo volví a amasar. El culo de Laura era algo inigualable. Recordé los porrazos que nos dábamos en clase por ser incapaces de apartar la vista. En ese entonces nos tenía hipnotizados. Igual que ahora.

Tiré de sus caderas para que se pusiera a cuatro patas y lamí su hendidura.

—¿Qué me haces? — gimió.

En vez de contestar seguí lamiendo, humedeciendo el espacio entre sus nalgas y mordisqueándolas con suavidad. Deslicé una mano entre sus piernas para acariciar su rajita, tocando levemente el clítoris. Mi lengua encontró su agujerito posterior y me dediqué a él a fondo. No era capaz de saciarme. Laura gemía escandalosamente al notar mi lengua dentro de su agujero. Mis dedos ya habían ocupado su coño y entraban y salían sin tregua. Toda ella temblaba.

Retiré los dedos. Necesitaba estar dentro de ella y se la metí lentamente, disfrutando del recorrido hasta que la tuvo toda entera. La follé despacio, disfrutando al ver ese estupendo culo. Laura estaba muy excitada, movía las caderas en círculo buscando mi polla. No sé muy bien por qué, no lo tenía planeado, pero la metí la punta del dedo medio en el ano. Laura bufó.

—¿Te duele? — pregunté preocupado.

—No. Más — farfulló.

Tranquilizado metí el dedo lentamente del todo sin dejar de follarla. A Laura le fallaron los brazos y cayó con la cabeza en la cama, empinando más aún el trasero. Ahora la follaba los dos agujeros a la vez y ella parecía loca de placer. Saqué el dedo de su culo para rápidamente introducirla dos y seguir follándola.

—Aaaaahhhh… sí…

Animado por sus gemidos arrecié las penetraciones. Mi propio placer se iba incrementando hasta el infinito. Veía el rostro de Laura de lado en la cama. Con los ojos cerrados y brillante de sudor, los labios entreabiertos gimiendo bajito. Iba a correrme. No solo era el placer de la penetración, sino que ver a Laura en esa posición, tan bonita y entregada era superior a mis fuerzas. Sabiendo que llegaba el final arremetí con más brío, más profundo. La taladré el coño y el culo de forma salvaje. Noté cómo el semen pedía paso en mi polla y la apreté fuerte contra mí.

—Me corro, Laura, no puedo más — gemí.

—Síiiiii… sí… Migueeeeeeeeel.

Me vacié en su coño dándome cuenta de que ese era mi destino. Era lo correcto. El cuerpo de Laura era mío, no podía ser de otra forma. A su vez, yo era suyo, le pertenecía. Olvidé mi venganza y mi rencor, ya no cabían en mi corazón. Ahora ella lo llenaba completamente.

Laura estiró las piernas y quedó tendida en la cama, lánguida y exhausta. Me recosté a su lado con un brazo sobre su cintura y mis labios besando su rostro. No podía dejar de tocarla. Nos besamos e hicimos arrumacos hasta caer dormidos en los brazos del otro.

Nos despertamos un par de horas después y nos fuimos a la ducha. Estaba enjabonando el cuerpo de Laura cuando se lo dije :

—Laura, me gustaría estar contigo.

—¿Cómo? ¿No estás conmigo ahora? — me preguntó con una leve sonrisa.

—Me refiero a estar contigo siempre, quiero tener una relación.

—¿Qué tipo de relación?

—Me gustaría que fuéramos novios — mi corazón se apretó esperando su respuesta.

Laura se vertió gel en las manos y empezó a enjabonarme. Su silencio me estaba matando. Terminó con mi pecho y me hizo girar extendiéndome el jabón por la espalda. Cuando terminó pegó su cuerpo al mío. Podía sentir sus tetas presionando mi espalda. Llevó sus manos a mi miembro y lo acarició.

—Miguel — me dijo bajito al oído —, ¿me follarás todos los días como esta noche si somos novios?

—Sí — contesté. ¡Haría el sacrificio!

—¿Y estrenarás mi culito con tu polla?

Mi polla estaba creciendo a pasos agigantados en ese momento.

—Sí.

—¿Y me querrás y me cuidarás mucho?

—Sí, Laura, más que a mi vida.

Sin poder esperar me giré para mirarla, una sonrisa maliciosa embellecía sus labios.

—Jajaja, claro tonto. Claro que seré tu novia, te estaba tomando el pelo.

—Ah — la agarré de la cintura y me apreté contra ella —. Entonces ¿lo del culito era broma?

—No, eso no era broma.

—¿Y lo de follarte todos los días?

—No, eso tampoco — sus ojos brillaban.

—Considérate mi novia — la besé.

Capítulo 7.

Después de secarnos Laura quiso volver a la cama, pero la llevé al salón y la hice sentarse. Me senté a su lado.

—Tengo que confesarte algo, Laura — me miró esperando —. Verás, no sé cómo decírtelo.

—Solo dilo, cariño.

—Fuiste mi profesora en segundo de bachiller.

—¿Yo? ¿Tú?

—Sí, mi nombre completo es Miguel Espinar.

Vi perfectamente cómo me recordó. Su cara se ensombreció hasta el punto en que dos lágrimas flotaron en sus pestañas. Me enterneció tanto que acuné su cara entre mis manos y las limpié con los pulgares.

—No llores, mi amor. Ya es agua pasada.

—¿Y aún así me quieres? — me dijo haciendo pucheros.

—Sí, te quiero, me he enamorado completamente de ti.

Ella se echó a llorar y se sentó en mi regazo, abrazándome con desesperación. La dejé desahogarse unos momentos hasta que busqué su boca y la besé dulcemente.

—No llores más — me dolía el corazón verla en ese estado. Su dolor era el mío.

—Si supieras lo arrepentida que estoy de no haberte ayudado. Falté a mi responsabilidad como profesora y dejé que ese imbécil abusara de ti.

—Ya no importa, ahora solo importamos nosotros.

—Sí, pero quiero explicarme. Necesito que entiendas lo que pasó. Yo en ese momento era incapaz de ayudarte.

—¿Por qué?

—Verás, Miguel. El imbécil de Alfredo me sacó fotos desnuda cuando me cambiaba en mi despacho. Ocultó una cámara y caí como una gilipollas. Tienes que entender que yo era una profesora novata, muy preocupada por mi trabajo. Cuando me amenazó con mandárselas al director me vine abajo. Pensé que mi única salida era hacer lo que me pidiera. Poco a poco fui cediendo a sus exigencias hasta que me tuvo dominada.

—¿Te violó?

—No, eso fue lo único en lo que no cedí. Sin embargo, tuve que subirle la nota y dejar que me manoseara lo que quiso. Cuando os encontré en el vestuario no tuve valor para enfrentarme a él y salí huyendo. ¿Me perdonarás alguna vez?

—Ya estás perdonada. Es al gilipollas de Alfredo al que le guardo rencor, y más sabiendo lo que te hizo.

—Oh, por eso no te preocupes. Mira, yo vengo de un barrio muy humilde, donde la delincuencia es una forma de vida. Por eso el trabajo era tan importante para mí, era una forma de salir del barrio. Pero a lo que iba, cuando acabé el curso y dejé de ver a Alfredo empecé a pensar con claridad. Llamé a un amigo de la infancia que no se dedica a nada bueno y le conté mi problema. Él lo solucionó.

—¿Cómo?

Un fin de semana en que no estaba la familia de Alfredo en su casa la prendió fuego. Con eso destruyó todas las pruebas que tuviera contra mí. Luego le esperó y le dio una buena paliza, le rompió las rodillas y ahora el idiota de Alfredo apenas si puede andar con muletas.

—¡Joder con tu amigo!

—Sí, fue un poco bestia. Pero gracias a él duermo mejor por las noches y, ahora que me has perdonado, puedo cerrar del todo ese capítulo de mi vida.

—Sí, creo que sí. Aunque quizá no duermas tanto por las noches.

—Ah, ¿no? ¿por qué?

—Ven que te lo voy a explicar.

Cogí a Laura en brazos y la llevé a la cama. La demostré exhaustivamente por qué no iba a dormir mucho.

En cuanto se fue al día siguiente tiré al contenedor de basura las cámaras y las novelas románticas. Me reía yo solo en la acera pensando en la gilipollez de dominar a una mujer matándola a polvos o vejándola. Había que ser Superman y un gilipollas sin corazón. Me miró raro una mujer que pasaba. Me dio igual, yo era feliz.

Laura y yo tardamos dos meses en vivir juntos, al final dejamos nuestros pisos y nos fuimos al que había alquilado para espiarla. Tuve que tapar el agujero de la pared antes de enseñárselo, aunque se extrañó al ver la silla de juez de tenis en el salón. La dije que ya estaba en el piso cuando lo alquilé. Llevamos ya dos años de convivencia. Terminé la carrera y encontré trabajo. Aunque no cobro mucho estamos pensando en casarnos.

Nos reímos mucho cuando me cuenta cómo los chicos de su clase siguen tropezando con todo. Cada vez nos entendemos mejor y somos más felices. Al final sí que iba en serio lo que me dijo aquel día en la ducha. Estrené su culito y ahora lo disfruto a menudo. Me sigue pareciendo el mejor culo del universo. Seguimos follando a diario. Conseguí correrme en su boca y en su cara y de vez en cuando la llamo puta o zorra. Sin embargo, olvidé todas las fantasías de dominación. Tenemos una relación de igual a igual y en la cama hacemos todo lo que se nos ocurre a cualquiera de los dos siempre y cuando ambos estemos de acuerdo.

Ella es mía. Y yo soy suyo.