Como un trueno recorría mi cuerpo
Una joven y desolada esposa conoce a un hombre maduro una noche de lluvia y vive una noche de pasión.
Como un trueno recorría mi cuerpo
Era una noche de mierda, mi marido se había ido según él a buscar un trabajo en otra provincia, yo me sentía muy sola y triste para colmo ni siquiera podía distraerme con el cine; para entonces nuestras economía era un desastre y con la idea de aliviar la cosa había conseguido un trabajo en un McDonald, esa semana mi turno era de tarde, sólo por buscar más compañía me quedé a hacer parte de la noche, a la salida llovía con intensidad y un viento proveniente del Sur hacía más frío el clima.
Cuando llegué a la parada de bus este se marchaba, por experiencia sabía que el otro demoraría media hora por lo menos y si algo no quería hacer era mojarme ni tomar frío, entonces decidí caminar. Había recorrido tres calles cuando encontré a un señor, de más de sesenta años, tratando de hacer algo en el motor de su vehículo bajo la llovizna. Insistía estar en dos lados a la vez, una dándole arranque y otra ver qué cosa no funcionaba bien en el motor.
El hombre apenas me vió se acercó a mí, el agua le chorreaba por los costados de la cara, quiso saber si podía ayudarlo. En una situación normal hubiera dicho no, pero me daba todo lo mismo esa noche, por lo tanto accedí; fue así que me senté en al volante para darle arranque cada vez que me lo pidiera, en tanto él tocaba acá y allá dentro del motor sin dejar de insultar pero manteniendo un humor a prueba de todo tipo de contingencia, incluso se hizo el gracioso arrodillándose en medio de la calle, abriendo sus brazos y mirando el cielo para rogar que hiciera arrancar el maldito motor pero mofándose de todo. No pude evitar reirme, la última ocurrencia era empujarlo dijo, me ofrecí a ayudarlo, sorprendido ofreció que me quedara al volante mientras él lo hacía pero me pareció que a su edad era un riesgo innecesario, entonces lo hicimos entre los dos hasta que llegamos a una bajada en la calle, el hombre su subió, puso segunda, yo lo empujé, el auto toció, dio pequeños brincos, un espeso humo azul salió por el caño de escape cuando el motor explotó y así fue que arrancó.
Esa noche yo no llevaba mi uniforme, vestía un pantalón, remera, una campera de lluvia prestada, zapatillas todas mojadas. Mis cabellos también estaban mojados, mis labios temblaban de frío, entonces el hombre se ofreció a acercarme a cualquier lugar; sin nada que perder subí al auto y me fuí con él. En el interior del coche se estaba bien, más o menos me contó que venía de la casa de su hija donde había cenado con la familia de ella y jugado con las nietos hasta el hartazgo. Aprovechando la situación yo le conté algo de mi vida personal y matrimonial; él también era una víctima más del gobierno privatizador de entonces y dijo comprenderme.
Como no iba a ninguna parte y yo no me decidía bajarme, pues las ocurrencias, los chistes, las monerías que hacía hicieron que mi humor cambiara bastante y no deseara, de momento, romper el clima él se ofreció llevarme mi casa, pero no acepté. Detuvo su auto frente a una parada de bus, cerca de una muy bien iluminada estación de servicio, debí bajarme pero no lo hice. El hombre quiso saber si me sentía bien, le dije que sí y rompí a llorar; en el trayecto a su casa no dijo ni una palabra.
La casa era grande, pero la planta de abajo la había alquilado, él vivía en la parte de arriba que había adaptado como un departamento. Para él y su soledad era bastante, entré siguiéndole los pasos, me ofreció una toalla para que me secara mientras me quitaba el impermeable, luego me ofreció tomar algo caliente y acepté, dijo tener caldo sopa knorss, preparó dos jarros y bebimos. Mi ropa estaba mojada, entonces me ofreció algo de ropa que aún le quedaba en la casa de su hija cuando esta aún vivía con él, pues era viudo. Me negué pero tenìa razón, el frío no parecía dispuesto a abandonarme así que no tuve más remedio que aceptar.
En un viejo ropero había varios vestidos mal doblados, frazadas húmedas y en uno de los cajones ropa interior limpia pero que nadie usaba ya. Elegí uno de los vestidos, una camisa color verde agua y acepté esa ducha que me ofreció. Recién entonces me sentí mejor, cuando salí del baño me esperó con una sonrisa e hizo una de sus consabidas bromas que festejé de buenas ganas, durante un rato estuvimos hablando, se lo veía sereno y amable, pero si en su mente estaba la esperanza de matarme no me importaba; en una silla tendí mi pantalón, mi remera, mis bragas y mis medias. Afuera el cielo se rajó con el estallido de una luz blanca cegadora, en un terrible trueno se escuchó unos segundos después y el agua de todo el universo comenzó a caer sobre la ciudad.
Acepté quedarme a dormir, el cuarto de su hija estaba disponible, lo mismo que el sofá; ni siquiera insinuó la existencia de su cama. Mirábamos por la ventana llover, las gotas se estrellaban con más furia impulsadas por el viento, mientras tanto él continuaba con sus humoradas, anécdota de una tormenta parecida allá por el '64 y cosas por el estilo. Me deseo buenas noches y se fue, ni siquiera amagué cerrar la puerta, me quité el vestido para quedarme en camisa, bragas y medias tres cuarto ajenas. La lluvia arreciaba con toda la furia allá afuera, los truenos y relámpagos iluminaban uno o dos segundos la habitación, no era miedo lo que sentía sino soledad, una angustiosa soledad.
Sin pensarlo dos veces me levanté de la cama y me dirigí a su dormitorio, él estaba acostado pero todavía no dormía, apenas vio mi cuerpo figurarse en el marco de la habitación brillando por un par de relámpagos encendió la luz de su velador, sin decirle nada rodeé la cama, me metí en ella haciendo que sus piernas belludas rozaran con las mías. Preguntó si tenía miedo, le mentí y dije que sí, dejó que me acurrucara contra su cuerpo, me abrazó por los hombros, yo besé su mano, me dí vuelta dándole la espalda, él se acomodó detrás de mí, fue así que sentía su flácido sexo en mis nalgas pero no me importaba. Cuando sentí su mano descanzar sobre mi antebrazo me desprendí algunos botones de la camisa, luego hice que la hundiera dentro de ella para que rozara con sus yemas mis endurecidos pezones.
Me hablaba, decía cosas que nada tenía que ver con lo que estábamos haciendo, lo escuchaba y a veces sonreía ante sus ocurrencias mientras su mano acariciaban mis tetas y su sexo, ya endurecido, se apretaban contra mis nalgas. Sin cambiar de posición saqué su erección del calzoncillo para permitirle que me acariciaran entre mis piernas, apenas si se movía, no tardé mucho que sentí que las bragas estaban demás. Sentía una agradable sensación de tibieza y compañía, me senté en la cama, me desnudé por completo y luego volví a abrazarme a él sintiendo ahora su erección presionar mi vientre.
Hablamos de sexo, de sus peligros, de la soledad, del desamor, para entonces sus dedos me acariciaban el clítoris y yo trataba de masturbarlo, luego de una mirada me hundí debajo de él para llevarme a la boca aquella urgencia sexual que palpitaba, a pedido suyo comencé a cabalgarlo mientras acariciaba mis tetas con ambas manos. Tuvo la delicadeza de preguntarme si podía soltarme su leche dentro de mí; le dije que sí, que podía hacerlo entonces la soltó.
Preguntó que pasaba conmigo, le dije que podía esperar a que se repusiera para tener mi propio orgasmo, se ofreció a ayudarme, le pedí que me chupara las tetas mientras me masturbaba hasta que acabar contorsionándome entre sus brazos, aferrándome con mis manos a su nuca, apretando los dientes para no gritar. Nos quedamos abrazados, sentía su mano acariciar mi espalda en tanto la mía recorría sus su blando pecho, sin besarnos nos fuimos prodigando esas caricias que nadie parecía querer darnos, cuando estuvo listo otra vez separé mis piernas para dejarlo que se acomodara entre ella, me penetrara y comenzara a moverse dentro mío a un ritmo que pronto haría las delicias de mi cuerpo.
Me aferré con fuerza de los barrotes de bronce del espaldar de su cama, arqueé mi cuerpo hacia arriba mientras un orgasmo enceguecedor como un rayo y furioso como un trueno recorría mi cuerpo escapándose por mi sexo. El olor en aquel cuarto era intenso, una rara mezcla de fluidos, sudor y lluvia parecía flotar en el ambiente, quiso soltar su leche en mi boca, no ví porque no darle el gusto, después de todo se había comportado como un hombre maravilloso.
Nos pusimos en posición fetal, me abrazó y así nos dormimos esa noche; me desperté mientras me susurraba algo al oido, afuera no sólo no llovía sino que la intensidad del sol era cegadora, sentí su lengua áspera recorrer mi pecho, pasar entre mis tetas, jugar en el ombligo y luego hundirse entre mis labios vaginales sólo para detenerse en mi secretísimo botoncito de placer con lo cual hizo que tuviera mucha dicha y felicidad durante el largo tiempo que estuvo con su lengua entre mis piernas. Casi llegué a rogarle para que volviera a penetrarme, esta vez hizo que me sentara dándole la espalda y obligándome a cabalgarlo de esa manera, aferrándome a sus tobillos mientras sacudía mis caderas de arriba a abajo, cada tanto se me salía, pero no tardaba mucho en volver a metérmela otra vez. Me sentía feliz cuando escuchaba sus bufidos mientras soltaba sus espermas, ni hablar de mi dos o tres orgasmos durante ese ejercicio.
Mantuve con él una larga amistad sexual, estuvo a la par mía en mi separación, en la dicha de mi nueva relación, en el naciemiento de mi primer hijo; no llegó a conocer al segundo, su corazón tan lleno de generosidad y humor decidió, de pronto, detenerse una tarde de abril cuando despuntaba el nuevo siglo.-