Como un perro de Pavlov
«Quizás Antonio y yo tenemos demasiado sexo, y por eso nos pasó lo que nos pasó» Relato de dominación desde la perspectiva de la mujer dominada, con un toque de exhibicionismo y autosatisfacción.
Estaba furiosa. En parte porque realmente quería tirar con Antonio y hoy domingo, después de que su mamá partiera a su pueblo natal y su hermano se quedara dormido, era el momento perfecto; o no, no es que fuera el momento perfecto, sino que no teníamos relaciones desde el viernes temprano… siempre me distraigo cuando recuerdo nuestros polvos. Tuvimos un mañanero perfecto antes de que su señora madre llegara a Caracas. Quizás Antonio y yo tenemos demasiado sexo, y por eso nos pasó lo que nos pasó.
Todos mis amigos saben cómo soy, e incluso a mi familia se lo he hecho saber, pero Antonio no. O sea, Antonio sabe como soy, pero los demás no saben cómo es Antonio. Cuando las cosas se empezaron a poner raras y lo presenté como mi novio, todos se extrañaron muchísimo: cómo podía yo, una soltera abiertamente feliz y open-minded, relajada , estar con un tipo tan serio. Yo sólo me sonrío, porque lo que los demás no saben es que detrás de ese porte serio, esos trajes de gente grande y esa jerga abogadense, Antonio es un hombre tan sexual que con el sonido de su voz o su solo tacto me comienzo a mojar. Tampoco está demás que tenga un güevo grande y grueso, muy grueso, que me fascina. Lo llamamos Weber, es un chiste interno. Los vecinos deben pensar que me están violando o algo, suelo gritar muchísimo. Me encanta especialmente cuando nos hemos estado provocando con mensajes y fotos desde temprano; en la tarde llega del trabajo con ese güevo parado y me lo mete sin contemplaciones. Como diría la célebre B. Carrión. ¿Qué más se le puede pedir a esta vida?
Pero la cuestión no era lo grueso que era su güevo, ni como grito, sino por qué motivo no podemos tirar hoy. Resulta que el hermano de Antonio, que vive con él, estaba molesto porque yo pasaba mucho tiempo en el apartamento. Es verdad, el apartamento es pequeño, y tiene razón en molestarse; lo que no tiene sentido es que en vez de hablarlo con su hermano, como personas adultas, va y se lo dice a la mamá. No obstante se lo dice, le da cuanto detalle posee sobre nuestra agitada vida sexual. Nunca he entendido a esas personas que regulan el sexo porque sí, como si por hacerlo tuvieran una moral superior, debe ser que no tiran. En fin, no quiero hablar más de eso porque me da mucha pena con la señora madre de Antonio.
Así que lo espero a la hora convenida, en el lugar convenido, que no puede ser su casa. Mientras lo hago pienso en esa famosa frase de John Lennon, que palabras más palabras menos dice que vivimos en una sociedad donde las personas se esconden para hacer el amor, pero practican la violencia a plena luz del día, y pienso en esa frase porque estoy un poco molesta con el hermano de Antonio y sus prejuicios, pero también porque quisiera hacer el amor y ni siquiera estoy en un callejón para esconderme; estoy en un banquito, en una plaza. Son las ocho de la noche y no hay nadie, sólo algunas personas caminan de vez en cuando por las aceras de enfrente. Suena un reggaetón, debe ser un carro de esos que ponen música mientras pasan a toda velocidad. Me da pena confesarlo, pero a mí el reggaetón me pone. Quiero tirar. Recuerdo aquellas tardes que espero a Antonio masturbándome en su cuarto, y le paso fotos de mi vagina mojada y de mis tetas para tenerlo a punto cuando llegue. Entonces me levanto un poco la falda, y meto mi mano derecha debajo. Apenas me paso un dedo por encima de la ropa interior me estremezco completa.
Me encanta masturbarme. Creo que si no puedes hacerte el amor a ti misma, algo está mal ahí arriba. Mis dedos ya ansiosos empiezan a tocar mi vulva por debajo de la ropa interior, está mojada, debe ser porque venía pensando en Antonio y su güevo durante el trayecto del autobús, la verdad pienso en sexo gran parte del día. Acaricio mis labios sin tocar todavía los puntos álgidos, masturbarse es como hacer literatura, no puedes llegar y decir “alguien mató al coronel Mostaza” e inmediatamente responder “fue la señorita Escarlata”, hay que crear suspenso, jugar con los ritmos, hacerlo con cadencia. Seguí acariciando mis labios, pensé en el güevo de Antonio y me metí un dedo…Cómo quería sentir su güevo adentro, sentía punzadas de excitación sólo con imaginarlo. Seguí pensando en él y me empecé a tocar el clítoris, cada vez más excitada. Escuché un ruido, levanté la mirada creyendo que era algún transeúnte curioso, pero la silueta que fue tomando forma a medida que se acercaba era conocida.
-Gafa, qué ha-
Antonio iba a preguntar qué estaba haciendo cuando miró mis manos volviendo a mi regazo como niños que vuelven de hacer una travesura. Mi cara sonrojada, mis pezones tan duros que sobresalían por debajo de la blusa, mi mirada turbia de placer. Pude saber que estaba excitado porque el bulto que se formó en su pantalón fue visible.
Una de las cosas que más me excita de Antonio es que es completamente dominante. Toma el control y me somete, y a mí me excita sentirme dominada. Es la primera persona con la que logro consumar esta faceta de mi sexualidad y se nos da bastante bien a ambos, por lo que no perdemos oportunidad de tener sexo rudo.
-¿Quieres que te coja?-me preguntó desde donde estaba, a unos metros de mi, mientras se tocaba el cinturón, como jugando a desabrochárselo.
Le respondí con un jadeo breve. Se acercó con brusquedad.
-te estoy preguntando si quieres que te coja. Responde.-
Me encanta cuando me habla así. Lo miré hacia arriba, yo estaba sentada en un banco y él de pie frente a mí, con su güevo a la altura de mi cara. Asentí en silencio, mientras Antonio se quitaba el cinturón y se desabrochaba el pantalón. Siempre me excitaba muchísimo darle placer oral, pero hacerlo en un lugar público le daba otro matiz, aunque nadie pasara, era como si lo hiciera enfrente del mundo entero. Así que entré en mi papel. No era muy difícil, es tan dominante que en vez de darle sexo oral, prácticamente él me coge la boca.
Se sacó el güevo del pantalón. Estaba durísimo, tenía una erección tremenda. Abrí la boca tímidamente, Antonio empujó su güevo hacia adentro. Creo que lo metió mucho esa primera vez y no lo esperaba, porque sentí que no cabía en mi boca. Le gusta jugar conmigo, ir metiéndolo cada vez más profundo. Sentí una segunda embestida, esta vez tuve que abrir más la boca para recibir su güevo.
-te gusta, ¿ah? Te gusta mi güevo. Anda. Abre la boca. Que te lo voy a meter hasta el fondo.
Estaba excitadísima, me preparé para una tercera embestida. Esta vez se me humedecieron los ojos cuando me lo metió, no había un milímetro de su güevo fuera de mi boca, sentí el borde de su cuerpo con mis labios y la punta de su güevo en la garganta, me dio un poco de náuseas pero pasó rápido. Estaba realmente excitada. Pasamos un momento así, yo lo miré con el güevo en la boca, suplicante, y él me miró desde arriba, orgulloso. Entonces empezó a mirar mis labios, mis senos, mis pezones duros. Sentí una especie de temblor muy leve en su güevo. Lo sacó de mi boca y apenas me dijo algo así como “párate” o “voltéate”, prácticamente me paró él mismo con una fuerza inusitada y me puso de espaldas. Con un brazo inclinó mi torso de forma que mis brazos se apoyaran en el banquito, quedando mi culo al descubierto frente a él. Estaba excitadísima y muy mojada, sin embargo tenía un poco de miedo porque su erección era muy fuerte. Sentí su güevo entre mis nalgas. Respiré hondo. Me penetró rápidamente desde atrás, sentí de repente ese miembro grueso, casi todo dentro de mí y grité. Antonio me tapó la boca y me lo metió hasta el fondo. Yo estaba ya demasiado excitada, en cualquier momento iba a empezar a llegar. Él estaba como poseído, me estaba cogiendo durísimo, me lo sacaba y me lo metía hasta el fondo con mucha fuerza, a mi me dolía pero me encantaba su güevo, estaba muy excitada. De repente la excitación fue in crescendo, muy acelerada, y pasó. Tuve un orgasmo tan intenso que me temblaron las piernas.
-llegaste rico, ¿verdad? ¿Te gusta mi güevo? ¿Te gusta que te coja?
Intenté gritar que sí, que me encantaba su güevo y que me cogiera duro, pero sentí otra vez esa excitación acelerada, y me dejé llevar una, dos veces más. Sabía que Antonio también estaba cerca, lo presentía por sus jadeos, aunque fueran casi inaudibles. Estaba excitadísimo también.
-¿quieres que te acabe en el culo?
Asentí con la cabeza, pues todavía me tenía amordazada con su mano. De repente me sacó el güevo. Por un momento hubo silencio total, incluso me soltó la boca. Luego volvió a tapármela y me dijo que me tenía que callar. Entonces sentí su güevo en mi culo. Pensé que iba a acabarme sobre el culo, no en el culo. Fue tan inesperado que di un grito de dolor, haciendo que Antonio me volviera a callar, esta vez dándome una nalgada. Dolía muchísimo, pero seguía muy excitada, no pasó por mi cabeza resistirme. Antonio también estaba muy excitado, agarrándome por las nalgas mientras me metía inclemente el güevo por el culo. Se notaba que lo disfrutaba muchísimo, yo gemía, el jadeaba, ya tenía la mitad de su güevo adentro, debía estar apretadito, seguía doliendo, yo intentaba gritar, él me lo metía más duro, hasta que lo sentí hasta el fondo, grité de dolor y de excitación y sentí ese líquido caliente adentro. Me había acabado en el culo.
Unos minutos después llegó la policía. Corrimos como niños a otra plaza y nos acostamos en la grama, exhaustos y satisfechos. Antonio no es muy exhibicionista, pero está feliz porque hace tiempo quería darme por el culo así. Dice que no hay otra forma, que soy muy miedosa. Yo, por mi parte, cada vez que estoy en una plaza, me mojo. Como un perro de Pavlov.