Como un lobo (La calumnia) (Cap. 1)
Pablo es un joven psicólogo, triunfador en su profesión, que echa en falta en su vida una relación estable con otro hombre. Un día, mientras corre por el parque, ve por primera vez a un apuesto búlgaro llamado Valko, al que decide conquistar a toda costa, sin sospechar que el flechazo ha sido mutuo.
Aquella tarde hubiera sido igual que otras muchas de aquel otoño gris que se empeñaba en camuflarse como un aprendiz de invierno anticipado, de no haber sido por un encuentro inesperado que desconcertó al habitualmente sobrio Pablo y modificó sus rutinas de ahí en adelante. El solía bajar a correr al Retiro sobre las ocho y media de la tarde, cuando daba por finalizada su ronda de consultas en el improvisado despacho que había montado en su propio hogar, aprovechando la existencia de una habitación sobrante situada muy cerca de la puerta de entrada del inmueble; pero aquel día la joven que había solicitado sus servicios como psicólogo debido a una severa depresión post-parto, que amenazaba con llevarse por delante su propio matrimonio, le había obligado a extender su sesión habitual debido a una repentina crisis de llanto relacionada con un recuerdo de infancia, que necesitó de todos sus recursos como profesional de la psicología para ser finalmente atajada.
Pablo no era el tipo de persona que somatiza los problemas de sus pacientes en su vida diaria, pero los duros alegatos de aquella chica con respecto a su padre, presunto maltratador, le habían dejado algo tocado, y en cuanto apagó la luz del flexo de su diminuta pero acogedora consulta salió disparado en dirección a la calle, dispuesto a tirar millas y olvidar todo lo hablado minutos antes a golpe de carrera contra el viento. Y nada se salía del guión habitual hasta que al salir en estampida de la zona del estanque e ingresar en la glorieta del Angel Caído se dio de bruces con un hermoso joven de facciones morenas y ojos claros, muy fuerte y de apariencia decidida, que le sonrió de manera educada tras pedirle disculpas por el encontronazo.
Perdona, iba distraído con la música - le dijo el joven como toda explicación en un meloso español mezclado con un exótico acento que Pablo no identificó de entrada , mientras se ajustaba los auriculares al oído y desplegaba la sonrisa mas beatífica que habíha tenido el privilegio de ver en muchos años.
No pasa nada, a mí también me ocurre a veces - le respondió en tono neutro un sin embargo ruborizado Pablo.
El joven de mirada penetrante y acento extraño se alejó a paso ligero mientras Pablo aprovechó la pausa para estudiar con disimulo una parte de la anatomía masculina que le fascinaba desde siempre; y aquel culo firme y prieto en el musculoso cuerpo del desconocido joven de unos veinticinco años le cautivó de inmediato. A él le hubiera gustado pensar que la primera vez que se encontrara con el amor de su vida serían sus hermosas facciones, sus cálidos ojos o su dulzura de trato lo que le llamaría primero la atención, pero en el caso de Valko tuvo que ser su prominente trasero el rasgo físico que mas recordara en lo sucesivo de él un cada vez mas obsesionado Pablo.
A partir de ese día, y durante varios meses consecutivos decidió cambiar sus horarios de entrenamiento y bajar a correr a las nueve y media de la noche, hora en la que resultaba mas factible que coincidiera con el apuesto corredor nocturno, como muy pronto pudo comprobar; tampoco tardó mucho en poder describir con rigurosa exactitud el circuito habitual seguido por su nuevo amor platónico, y, casi de modo inconsciente, modificar el suyo propio para que se le adaptara como un guante y aumentaran las posibilidades de coincidir con él. Sin embargo, pese a que era frecuente que se cruzaran a mitad de camino o que el mas rápido Valko le adelantara en cualquier ocasión, nunca volvieron a cruzar ni media palabra y los gestos de complicidad que el presumido Pablo esperaba obtener de su “partenaire” brillaron por su ausencia durante mucho tiempo; para rematar la jugada, muchos días el misterioso extranjero acudía a correr con un despampanante hombre de impresionantes hechuras y agraciado rostro, con el que solía deslizar algún comentario al vuelo, en un idioma de apariencia eslava, mientras corrían a buen ritmo por los arbolados senderos del sector oriental del parque.
Pablo empezó a tener bastante claro que aquellos dos brillantes especímenes de eslavos españolizados eran novios y vivían y entrenaban juntos. Probablemente, pensó, todo lo hacían juntos y era una quimera por su parte soñar con que alguno de los dos se fijara en él, pese a que siempre había tenido buen cartel entre sus conocidos gays y bisexuales en general. Por eso le extrañó tanto encontrarse una tarde de lunes invernal con el poco común espectáculo de verles sentados en un banco, en lo que parecía una emocional conversación en tono íntimo, salpicada de algunas lágrimas por parte de su presunta pareja y de cariñosas muestras de consuelo por la parte contraria.
Decidido a dilucidar aquel enigma que le oprimía el corazón, Pablo redujo la marcha de manera significativa al pasar frente a ellos, simulando una repentina torcedura de tobillo, lo que aprovechó para frenar en seco la marcha a escasos metros de donde se desarrollaba la escena, mientras fingía atender su improvisada dolencia. La conversación que mantenían ambos tiarrones en perfecto castellano no le dejó en modo alguno indiferente.
¿Pero como es posible que Roberto no haya protestado ante tu jefe por una decisión que afecta a su vida privada? ¿y como es posible que haya decidido dejar una relación que prometía tanto por imposición de Kamen?. Me parece surrealista y una vergüenza por su parte - preguntaba en tono indignado el amante ideal de Pablo, que al parecer respondía al eufónico nombre de Valko, mientras pasaba la mano por el hombro de su compañero en señal de ánimo.
Ya lo sé, pero la culpa es del puto Kamen, es un gilipollas integral... Robbie es otra víctima mas de esta situación, él me ha dicho que le haría mucha ilusión estar conmigo, pero que debe anteponer su trabajo a todo lo demás - confesó su alicaído amigo, que trataba a duras penas de secar sus lágrimas con el dorso de la mano.
Esa es la respuesta de un trepa de mierda, Marko; ese tío no te ama, sólo quería echar un polvo contigo, ¿es que no eres capaz de verlo? - y los vivos ademanes de Valko acompañaban su apasionado alegato contra el causante de la miserable situación por la que atravesaba su amigo.
Pese a que Pablo se empeñaba en fingir sus presuntas molestias con un despliegue de gestos de dolor dignos del mejor actor del mundo, agachado junto a un recodo del camino masajeando su dolorido tobillo, su esperanza de obtener la mayor información posible en el menor tiempo posible se vio frustrada cuando Valko se levantó de improviso del banco y se acerco solícito a socorrerle.
- Hola, soy fisioterapeuta…¿te puedo ayudar en algo? - preguntó con fingida indiferencia.
Pablo, que un momento antes pensó que había sido descubierto en su afán detectivesco, intentó quitarle importancia y amagó con levantarse en el acto.
- No es necesario, de verdad, te lo agradezco, sólo ha sido una torcedura leve de tobillo, creo que ya me encuentro mejor.
Valko simuló no escucharle, le obligó a mantenerse en cuclillas con un golpe de presión de sus fuertes manos sobre los hombros de Pablo, y procedió a remangarle el pantalón de chándal antes de concentrarse en palpar con sumo cuidado la zona presuntamente afectada.
¿Te duele si te presiono aquí? - inquirió concentrado en su tarea.
Un poco…- mintió Pablo, encantado de haberse convertido en el centro de atención momentáneo de su idealizado superhombre eslavo.
Valko le masajeó durante un minuto el área ocupada por el tobillo y el tendón de Aquiles y, en vista de que Pablo, quizá avergonzado por su atrevimiento y por haber interrumpido la vital conversación entre aquellos dos amigos, había cesado de quejarse, le pidió que intentara apoyar el pie en el suelo y probar a dar unos pasos por el césped.
Pablo hizo el paripé que se le solicitaba con convincente realismo, asegurando con una sonrisa forzada que ya se encontraba mucho mejor, pero que por esa noche al menos las carreras habían concluido y se retiraba a casa a descansar.
Muchas gracias por tu ayuda, me siento mucho mejor tras las friegas. Tienes unas manos mágicas - reconoció Pablo, echándole bastante imaginación al asunto.
Bueno, después de todo, forma parte de mi trabajo; de hecho, éste consiste básicamente en ofrecer masajes terapeúticos y relajantes en mi consulta - respondió su interlocutor, que parecía rebuscar algo en el bolsillo de su pantalón, del que extrajo una cartera negra de piel - Me llamo Valko y soy fisioterapeuta. Toma mi tarjeta, nunca se sabe cuando habrá que echar mano de los servicios de alguien como yo - y le extendió un pulcro tarjetón blanco con elegantes caracteres grabados en tonos plateados.
Pablo la echó un vistazo rápido y descubrió que se llamaba Valko Ivanov, y que su consulta quedaba a pocas manzanas de su propia calle, a espaldas de la calle Ibiza.
Yo me llamo Pablo, y la verdad es que estoy echando en falta un buen masaje de espalda - admitió Pablo sin necesidad de mentir en absoluto - pero lo iba dejando porque no conozco a ningún masajista de confianza. Creo que acudiré a tu consulta un día de estos.
Será un placer recibirte en ese caso - y Valko se despidió de él con un firme apretón de manos, para regresar al banco en el que le esperaba su desconsolado amigo, que observaba la escena en compungido silencio. Lo último que vio Pablo antes de girarse en dirección a la verja de salida del parque fue a su nuevo contacto pasando de nuevo la mano por el hombro de su amigo y acariciándole suavemente la nuca, en una inusual muestra de cariño entre hombres en un espacio público.
“Este tío tiene que ser una joyita“- meditaba Pablo de camino a casa, interiormente satisfecho por el éxito obtenido en su primer intento serio de acercarse al tal Valko; de hecho le había parecido todo excesivamente fácil e indoloro como para ser cierto, y necesitaba pellizcarse de vez en cuando para comprobar que no estaba perdido en un sueño - “Guapo, fuerte, buen amigo de sus amigos, servicial con los extraños, dotado de unas manos mágicas, este tío es una mina de oro. Me muero de ganas de conocerle mejor…me pregunto si también entenderá, aunque me atrevo a apostar que sí.”
Pero ahora que se le ofrecía una posibilidad real de conocer al hombre de sus sueños, Pablo dudaba sobre el camino a seguir para conseguirlo; si llamaba en los tres días siguientes mostraría un insólito interés por el bienestar de su espalda que podría delatarle y hacerle perder puntos frente a su futuro novio, porque a nadie le atrae alguien que babea de forma descarada por ti como un perro en celo.
Lo sensato, decidió, sería esperar un par de semanas, para cuando aquella ridícula escena de su supuesta torcedura de tobillo estaría mas que sepultada en la memoria del fisioterapeuta mas guapo del barrio de Retiro, y su nueva ofensiva resultaría mas hábil desde un punto de vista puramente estratégico: quien controla los tiempos lo controla todo, como le gustaba decir a su difunto abuelo militar, que llevaba mas razón que un santo. Sin embargo, a partir de esa tarde gloriosa comenzó a sufrir de frecuentes ataques de insomnio, despertándose a mitad de la noche envuelto en sudor, y a menudo ni siquiera el cascarse una paja clandestina en mitad de la noche pensando en Valko Ivanov calmaba su ansiedad ante el complicado papelón que se le presentaba; intentar seducir al contrario puede convertirse en uno de los deportes mas agotadores que se hayan inventado jamás. También se vio obligado a cambiar su rutina deportiva para evitar coincidir tan a menudo con él, pues Pablo era de los que consideraba que lo poco gusta y lo mucho cansa, y que, por su propio bien, debía dosificar sus apariciones públicas de ahora en adelante para conseguir sus propósitos con mas facilidad, pues el factor sorpresa también juega sus cartas en la guerra de los sexos, aunque se trate del mismo, como en este caso. Al fin y al cabo, una vez conseguido su teléfono y dirección y pudiendo concertar una cita en cualquier momento era absurdo seguir persiguiéndole a través de los setos de estilo afrancesado del Retiro, como había estado haciendo hasta ahora. La dignidad es muy importante en la vida después de todo, se repetía a sí mismo como un mantra para evitar descubrirse antes de tiempo.
Quince días después de su primer encuentro, tiempo mas que suficiente para evitar malentendidos y suposiciones malintencionadas por parte de Valko, Pablo reunió el valor necesario para marcar el número de su teléfono móvil y quedar para el día siguiente por la tarde, pues casualmente le quedaban un par de huecos libres a última hora de la tarde. Pablo, que se consideraba un perfecto ejemplo de hombre equilibrado y confiable, y a quien sus pacientes apreciaban por sus valiosos consejos terapéuticos cargados de sentido común y humanidad en estado puro, temblaba como un flan cuando llamó al timbre de la consulta, situada en un entresuelo de la calle Fernán González.
Valko le recibió con la mejor de sus sonrisas, vestido con una profiláctica bata blanca que le restaba parte del morbo sexual que Pablo relacionaba, de manera irracional, con este tipo de profesionales. El piso estaba impolutamente limpio y recogido, lo que sorprendió gratamente al psicólogo, que le encasquetó de forma inmediata, por pura deformación profesional, la etiqueta de “fanático de la limpieza, posiblemente debido a algún trauma infantil de carácter reprimido-anal”. La consulta propiamente dicha parecía un quirófano de lo reluciente que brillaba, y Pablo se sintió tan cómodo y confiado como un feto en el útero materno mientras procedía a desvestirse y tumbarse bocabajo envuelto en una minúscula toalla blanca nuclear, sobre la camilla ergonómica en la que iba a dejar reposar su cuerpo durante los siguientes 60 minutos. La música de Leiva, un artista que le encantaba, sonaba como un susurro mágico a través del sistema de hilo musical, desde algún rincón escondido de la habitación.
“Voy a ser terriblemente fiel
Cuando se te pase la emoción,
Ya sé, te puede parecer complicado…”
Como declaración de intenciones no estaba nada mal, pensó Pablo, que prefirió ignorar de manera deliberada el resto de la letra de la canción, que advertía que también podía ser terriblemente cruel para mantener la tensión sexual con su pareja.
Las manos de Valko sobre su excesivamente tensa columna vertebral se asemejaban a un bálsamo milagroso que renovaba su vitalidad mientras deshacía de manera concienzuda las numerosas contracturas musculares que, como nudos de una diabólica madeja, representaban de modo subliminal todas sus vulnerabilidades y temores ocultos, aquellos que le habían convertido en la persona que ahora era, un tipo agradable y servicial, pero algo complicado y manipulador, términos que él reservaba para sus descentrados pacientes, pero nunca para él mismo, por supuesto.
Valko no sólo se reveló como un magnífico profesional en lo suyo, sino además como un tío encantador y muy dicharachero, el tipo de persona con el que cualquiera podría coger confianza tras apenas cinco minutos de charla intrascendente; para conseguir que se relajara, pues le advirtió que si continuaba tensando los músculos los resultados del masaje no serían tan profundos y completos, Valko le fue narrando en primera persona la historia de su vida a grandes rasgos, comenzando por su nacimiento en Tarnovo, la antigua capital búlgara, su feliz infancia en su localidad natal durante los últimos años del régimen comunista, su marcha a Sofia para estudiar medicina coincidiendo con el hundimiento total de la economía búlgara tras su conversión forzada al capitalismo a mediados de los noventa del pasado siglo, y su decisión de abandonar el país el mismo día de enero de 1997 en que una multitud enfurecida asaltó y prendió fuego al Parlamento de su país.
- Entonces pensé que aquello era el final de la Bulgaria que había conocido, que el país estaba muerto y enterrado. “This is it, the Apocalypse”, como dirían los Imagine Dragons. Y me vine a España con lo puesto, con 18 años recién cumplidos y sin conocer a nadie ni hablar una sola palabra de español, mas allá de “hola”, “adiós”, y “dale alegría a tu cuerpo, Macarena”, que ni siquiera sabía lo que significaba, aunque podía imaginármelo por el tono de la canción - bromeó Valko, mientras sus poderosas manos recorrían la castigada espalda de Pablo de norte a sur y de este a oeste, como una ignota carretera por la que se guiaba de forma instintiva sin atender a señal alguna ni seguir una ruta establecida.
Una vez instalado en España, tras unos comienzos algo difíciles sobre los que no quiso dar demasiados detalles, se centró en sus estudios de fisioterapia y rehabilitación post-traumática y en construirse un pequeño mundo personal alrededor de sus amigos de origen búlgaro y también algunos españoles escogidos, pero también en ahorrar el dinero suficiente para montar su actual negocio. Ahorros a lo que hubo que sumar una cantidad no especificada procedente de un generoso crédito concedido por un banco local, en los felices tiempos de la precrisis, cuando ese tipo de finales felices se producían con asombrosa frecuencia, y hasta se consideraba lo mas natural del mundo. Ni una palabra sobre alguna posible pareja, ni la mas leve mención a una hipotética presencia femenina en su vida; tanto misterio fascinaba mas si cabe a Pablo, que, sin embargo, cuando le llegó el turno de las confidencias a media voz en tan insólitas postura y situación, no pudo contenerse y comentó de pasada que ejercía de “single” convencido y vivía a escasas manzanas de la consulta del apuesto búlgaro.
“A buen entendedor, pocas palabras bastan” - se dijo a sí mismo mientras recopilaba toda la información obtenida en este segundo asalto en su disco duro cerebral - “Si entiende de verdad y es tan listo como parece, habrá tomado buena nota y sabrá optar por la decisión mas apropiada en cada momento”.
“Cada cual que tome sus medidas, hay esperanza en la deriva” - se escuchaba susurrar de fondo a Vetusta Morla, que parecían dar la razón en esta poética estrofa al riguroso razonamiento del licenciado en psicología.
Pero con lo que el meticuloso Pablo no contaba es que su manera de medir el tiempo, mas pausada y racional, no coincidía con la del propio Valko, un europeo del este mucho mas visceral y directo de lo deseable, al menos en opinión del mas reposado Pablo; para su sorpresa, cuando fue a sacar la cartera del pantalón para pagarle su bien merecida tarifa profesional, Valko se apresuró a cerrarle la cartera con un gesto decidido, mientras le dirigía una enigmática sonrisa, acompañada de una reveladora mirada.
- No es necesario, Pablo. - y clavó su potentes pupilas de “macho alfa” en la mucho mas manejable mirada de su paciente - Aunque resulte algo presuntuoso por mi parte y perjudique mis intereses monetarios, no voy a aceptar tu dinero de ningún modo.
Pablo pensó que se trataba de un educado intento de fidelizarle como cliente regalándole su primer masaje, a modo de oferta, pero aún así insistió en pagarle, pues como a él le gustaba decir: “lo que sale gratis no se valora igual”. La explicación ofrecida por el búlgaro para rechazar de nuevo de manera contundente su dinero pilló al tímido Pablo con la guardia bajada e incapaz de reaccionar en un principio.
- No, muchas gracias, pero no te voy a cobrar el masaje. Ni ahora ni nunca…
Pablo se le quedó mirando indeciso, hasta que las palabras, que luchaban a brazo partido por nacer de su garganta, encontraron la salida natural hacia su boca.
Ah, ¿no? ¿y eso porqué? ¿soy el cliente número 10.000 o algo así?…- Pablo trataba de restar tensión recurriendo a bromas y ocurrencias varias, como solía hacer cuando los nervios se le agarraban al estómago, cerrándole hasta la glotis e impidiéndole hablar con propiedad en los casos mas severos.
no, no es eso, tío. Es que estoy convencido de que tu no has venido esta tarde a mi consulta como cliente, sino en busca de algo más…
¿Algo mas? ¿que estás insinuando, tío? - preguntó un repentinamente ofendido Pablo.
No, no pienses mal, no me refiero a “eso“, y yo tampoco lo hubiera permitido de todos modos, antes que nada soy un profesional - le aclaró Valko, sujetándole por la muñeca para evitar que se le escapara sin darle tiempo a terminar su explicación - lo que quiero decir es que creo que tu has venido, aparte de por una evidente tensión nerviosa acumulada en la zona lumbar de la columna, porque yo te gusto y querías conocerme mejor.
Eso no es cierto - se limitó a contestar un avergonzado Pablo, desviando la mirada, sin embargo, de manera reveladora.
Si que lo es y tu lo sabes…y estás de suerte porque tu también me gustas mucho. Lo que de verdad necesito saber es si te apetecería salir conmigo por ahí algún día de estos.
Pablo estaba tan nervioso que no sabía a que rincón de la habitación dirigir su perdida mirada; el corazón le latía a mil por hora y su respiración se volvió mas agitada. Reuniendo fuerzas de flaqueza y encomendándose a la protección del sacrosanto hemisferio izquierdo del cerebro y a su lado racional y científico, probó a ensayar una respuesta tipo que no resultara ni demasiado comprometedora como para descubrirle como el gay armarizado que era - en caso de que se tratara de algún tipo de broma pesada -, ni tampoco excesivamente distante y retadora que pudiera enajenarle la simpatía del hombre por el que se consumía, como si fuera un helado expuesto en la plaza de un pueblo sevillano en mitad del verano.
Supongo que no habrá alguna cámara oculta por ahí ¿verdad?…es que me parece todo tan surrealista - confesó un atribulado Pablo mirando alrededor suyo como un auténtico sabueso.
Te aseguro que no - y Valko abrió los brazos en cruz girando sobre sus pies 180 grados en un intento de demostrarle a un asustadizo Pablo que allí no había ni trampa ni cartón y que él era una persona 100% fiable en la que podía confiar con los ojos cerrados - En mi caso lo que ves es lo que hay…
Pablo sonrió, completamente desarmado por la transparente personalidad de su eslavo favorito, y se despidió con un simple “hasta pronto” y una sonrisa cómplice en el rostro.
Puedes llamarme al móvil cuando consideres oportuno, al fijo en horario de trabajo, y, si pierdes mi tarjeta, siempre puedes pasarte por aquí en cualquier caso, que yo siempre reservaré un minuto de mi tiempo para ti aunque esté ocupado en ese momento. Como ves, no tienes excusa para evitar conocerme.
¿Los búlgaros sois todos tan lanzados y presuntuosos? - le espetó Pablo, mientras se abrochaba la cazadora a toda prisa por el pasillo de la consulta - Y se me ocurren dos excusas perfectas para rechazar tu halagadora oferta.
¿La primera de ellas?
Que yo no sea gay, por ejemplo… - y Pablo remarcó su comentario con una sonrisa autosuficiente, no en vano él se consideraba una persona especialmente ingeniosa que siempre tenía respuesta para todo y se sabía capaz de poner en su sitio al mas pintado.
Que no es el caso, desde luego, tal vez la gente no lo vea claro, pero a mí no se me escapa detalle…¿y la segunda?
Que, en el hipotético caso de que fuera homosexual, tu me gustaras…
¡Ah! ¿es eso?… entonces no hay problema, yo te gusto mas que a un tonto un lápiz, como decís por aquí. Y tu a mí me vuelves loco, y no podría resistir otra sesión de masaje como ésta sin meterte mano, así que tu verás lo que haces…
En ese preciso momento sonó el telefonillo del recibidor, anunciando la llegada del último cliente de la tarde. Pablo se despidió con un gesto de la mano mientras Valko respondía al interfono, y desapareció escaleras abajo, cruzándose en el portal con un hombre de mediana edad y aspecto refinado que le saludó de manera educada y, según pudo comprobar Pablo al mirar de reojo por el espejo que ocupaba el lateral de la pared, se giró de forma disimulada para contemplarle el trasero, una de las partes de su anatomía mas celebradas por sus parejas sexuales.
“Mas te vale apartar tus manos de mi masajista particular, aunque él de todas maneras no se liaría nunca con un hombre de tu edad. Se mira pero no se toca, amigo” - pensó para sus adentros un eufórico Pablo, inspirando con fuerza el aire viciado de la calle como si se encontrara en la cumbre mas elevada del Himalaya.
El recién estrenado treintañero se sentía renovado y reafirmado en su virilidad por las palabras del semental búlgaro al que había conquistado, sin esfuerzo aparente por su parte, como si hubiera regresado por arte de magia a su ya lejana adolescencia; mas que pisar el asfalto parecía flotar por encima de calzadas y aceras de regreso a su casa. Tan agradable sensación de bienestar, mas allá de los efectos reparadores del masaje recibido, podía ser atribuida en buena parte a una simple cuestión de química y buenas vibraciones con el hombre al que adoraba, lo que a veces se convierte en una bendición de por vida para ambas partes de la pareja, y otras muchas en el anticipo de desgracias sin fin y un cúmulo de decepciones en cadena, que, como bien sabía Pablo, podían marcar de por vida el carácter de la persona mas templada, provocándole la aparición de todo tipo de miedos irracionales.
(Continuará)