Como si nada (4)

La mañana siguiente los remordimientos aparecen, pero tambien los recuerdos. (Las 3 primeras partes están en infidelidad)

Me desperté temprano en la mañana. Como al final de una noche de juerga siempre le sigue un día de chuchaqui, y te explota la cabeza; así me sentí. Me fui tratando que Gabriel no se diera cuenta, y me fui a dar un paseo por los recuerdos.

COMO SI NADA (4)

Esa mañana desperté con un sentimiento de culpa terrible. No estaba en mis creencias el serle infiel a mi esposo. Sin embargo, tener a ese monumento de hombre a mi lado era razón suficiente para mandar por un tubo todo y disfrutar aquello que tenía en ese momento. Me quedé por un momento observándolo: era la primera vez que pasábamos la noche juntos. Era la imagen perfecta. Mucho tiempo esperé ese momento y creí que ya nunca pasaría.

Salí de la cama tratando de hacer el menor ruido posible para no despertarlo, me fui al baño a asearme y arreglarme lo mejor posible. Mientras me bañaba nuevamente me invadió el sentimiento de culpa, no podía creer lo que había hecho. Eduardo era un esposo maravilloso y sexy, además de ser un gran amante, y un papá amoroso y devoto de su familia, ¿qué más podría pedir cualquier mujer? No entendía cómo me pude dejar llevar así por la situación.

Salí del baño y me vestí quise irme antes que Gabriel despertara. Como no tenía mi auto tuve que pedir un taxi. Eran casi las 8am del día sábado. Llegué a mi casa, me duché, me arreglé con ropa muy cómoda y salí nuevamente. Me fui a un café bar que abre bien temprano que está cerca del Malecón. Tomé un café lentamente, mientras mi conciencia me pasaba los videos de todo lo sucedido la noche anterior. Visualizaba sus manos fuertes tocándome con deseo, sus labios besándome, su cuerpo sobre el mío provocando olas de placer en mí. Por un lado, no había tenido un encuentro así de intenso, desde… bueno, desde que rompimos hacía ya tanto tiempo; pero por otro lado, no paraba de pensar en Eduardo. ¿Y ahora qué hago? ¿Le digo lo que pasó? ¿Cómo se lo digo? No, no podía saberlo jamás.

Ring, el celular suena.

Yo: ¿Hola?

Gabriel: Hola, ¿Cris?, ¿Qué pasó?, ¿Porqué te fuiste tan temprano? ¿Pasó algo?

Yo: (Con pesadumbre) Hola Gabriel, lo siento, tuve que irme. Lo de anoche no debió pasar. Estoy casada, no se supone que una mujer casada actúe como yo lo hice. Discúlpame, no volverá a pasar.

Gabriel: Cris, no debes disculparte por nada, yo fui quien te impulsó, perdóname. Yo te amo, y si no puedes ser mía, me conformo con ser tu amigo. Eres la persona más importante en mi vida. ¿Dónde estás? Déjame ir a verte.

Yo: No creo que sea prudente, lo mejor es no vernos por un tiempo, yo tampoco te quiero perder, me gustaría que podamos ser amigos.

Gabriel: Por favor Cris, dime dónde estás ¡Hablemos!

Yo: Si creo que debemos hablar, pero no ahora, todo es muy confuso para mí, discúlpame, adiós.

No pude evitar llorar, sentía un gran peso en mis hombros. Sabía que lo hecho estaba mal, pero la experiencia vivida anoche me hizo recordar lo mucho que había amado a ese hombre, pero más que nada recordé que nunca dejé de amarlo.

Cuando fuimos novios, Gabriel siempre fue muy atento conmigo. Yo estudiaba diseño, y trabajaba como secretaria para soportar mis estudios; habré tenido casi 19 años cuando lo conocí. Gabriel recién había obtenido su título en Negocios Internacionales en Quito, trabajaba como nexo entre nuestra nueva sucursal en Guayaquil y la Matriz de la compañía en Quito, por lo que debía viajar al menos 2 veces a la semana para reportar nuestra situación. En sus años de trabajo, se había hecho muy buen amigo de mi jefe, además de que su trabajo aquí era directamente relacionado con él. Era un chico buen mozo, educado e intelectual, sabía todo de todo y no alardeaba por ello. Nos traía locas a todas las secretarias. Solía traerme una flor cuando venía a ver a mi jefe, yo lo anunciaba mientras me derretía por dentro.

Un día hicieron una reunión de personal para "Integrar a la familia de nuestra empresa" y fue ahí cuando por fin pudimos hablar. Fue él quien tuvo la iniciativa de hablar e invitarme a salir.

Nerviosa como yo sola, me puse mi mejor vestido, los tacos exactos para hacerme lucir bien, pero sin dejar de ser cómodos, maquillaje, peinado, y ¡lista! Estaba hecha una diosa. Cuando Gabriel llegó, para mi mala suerte mi papá le abrió la puerta. Lo miró de pies a cabeza como tratando de intimidarlo. Le puso la peor cara posible y con voz grave le preguntó la edad. Gabriel, muy firme y sin temores le contestó: Tengo 24, señor. Mi papá puso una expresión de preocupación, como si el lobo feroz viniera a llevarse a su caperucita, y le prometiera que no le va a hacer nada. Fue en ese momento cuando intervine y me despedí de mi papá. Y desde entonces fuimos el "lobo feroz" y "Caperucita".

La cita no pudo ser peor. Como él no conocía bien Guayaquil, le pidió consejo a uno de los jefes de otros departamentos, quien le recomendó un peña bar donde le aseguró que la pasaríamos bien, pero al llegar, nos llevamos el chasco al escuchar una música que solo mis abuelos podrían apreciar. Cuando salíamos decepcionados, dispuestos a buscar un mejor sitio, nos arrinconaron unos asaltantes y se nos llevaron cuanto traíamos encima, incluyendo las llaves del auto de Gabriel. Tuvimos que esperar casi una hora por un taxi y casi nos choca un borracho que se pasó la verde. Cuando por fin pudimos llegar, mi papá nos estaba esperando en el mueble de la sala, visiblemente enojado. Salió a recriminarnos por mi hora de llegada. Gabriel, muy educado, escuchó todo cuanto mi papá tuvo para decirnos sin decir una sola palabra, entonces se despidió y abordo nuevamente el taxi, que lo estuvo esperando todo ese tiempo. Tuve que explicar todo lo sucedido, y solo entonces mi papá se pudo calmar un poco, no sin antes recordarme lo peligrosa que era la ciudad en la noche y la buena suerte con la que corrimos. Me fui a dormir creyendo que se había echado a perder mi oportunidad con él.

Al lunes siguiente, llegó Gabriel con un ramo de flores y lo depositó en mi escritorio, ante la mirada envidiosa de mis compañeras secretarias. En él había una nota: Caperucita, ¿lo intentamos de nuevo? Tu lobo.

¿Qué?, ¿tu lobo?, si esto es un sueño, ¡no me despierten! Alcé mi mirada y él estaba en el umbral de la puerta esperando mi respuesta. Asentí disimuladamente y me hice la que trabajaba.

En la tarde recibí una nota de él pidiendo verme a la salida. Nos fuimos a pasear por el centro, dando vueltas por cuanto local encontramos. Caída la noche terminamos en el cine, había un festival de cine internacional y decidimos darle una oportunidad ya que el título de la película nos llamó la atención. Ya dentro, nos dimos cuenta que la peli estaba "un poco" subida de tono y sin querer nos fue dando el impulso que necesitábamos para besarnos.

Fue un beso indecoroso, apasionado. Realmente era algo que deseábamos ya algún tiempo y ninguno de los dos había sabido darle paso; ¡por fin éramos novios!

Comenzamos a salir frecuentemente, no era como hubiese querido, pues tenía clases en las noches y él debía viajar todo el tiempo. Pero aprovechábamos cada momento que podíamos estar juntos, y si no, para eso se inventaron los teléfonos. Incluso en un par de ocasiones me llamó la atención mi jefe por haber ocupado la línea de la empresa por más de una hora.

Aunque yo ya era mayor seguía siendo virgen (debido al origen católico de mi familia), pero igual ya terminaba mis sesiones de besos y caricias totalmente chorreada. Fue cuando cumplí mis 21 años que Gabriel me llevó a "Festejar" mi cumple saliendo a bailar un viernes por la noche. La discoteca estuvo ok, el ambiente, la música, todo perfecto; incluso arregló que me llevaran una pequeña torta a nuestra mesa, con una velita en el centro y me cantaran el happy birthday en el altoparlante. Empezaron a poner música romanticona, la cual nos decidimos a bailar sin pensarlo. Cada vez el ambiente era más sensual (¿O tal vez era yo?). Sorpresa: El sinvergüenza lo tenía todo tan preparado, que incluso estaba preparada una habitación en un hotel.

Cuando salimos de la discoteca, ya en la madrugada, cogió un camino que llevaba en dirección opuesta a mi casa. Entonces le pregunté qué estaba pasando (Claro que ya me lo imaginaba). Frenó en una luz roja, me miró y me dijo mientras sonreía: Quiero darte tu otro regalo de cumpleaños… pero sólo si tú quieres.

No lo podía creer, llegó el momento de la verdad: Si decía SI, todo iba a cambiar; pero si decía NO… fue cuestión de segundos, entonces asentí con la cabeza y puso en marcha el auto sin decir más.

Nos tomó casi 20 minutos llegar al hotel. Gabriel se encargó de los trámites necesarios mientras yo lo esperaba en el carro. En seguida estuvo de regreso y me pidió que lo acompañe. Tenía reservada una Suite en el 4to piso. Nos subimos al ascensor.

Alguna vez me pregunté ¿Qué sienten las vacas cuando van al matadero?; pues si supieran a lo que van, seguramente se hubieran sentido igual que yo en ese momento.

Conté: primer piso, segundo, tercero… cuarto: El ascensor se detuvo. Mi corazón palpitaba a mil por hora. Las puertas se abrieron. Entré en pánico, tenía idea de lo que me esperaba, y quería hacerlo, pero mi mente estaba en desacuerdo conmigo.

Gabriel me abrazó muy tiernamente y me haló suave hacia afuera. Me encaminó en dirección de la habitación que nos había sido asignada. Abrió la puerta despacio, entonces me empujó suavemente adentro.

El ambiente era muy romántico, con luces bajas, flores por toda la habitación, una cama muy grande con algunas almohadas enormes y suaves; en un minibar yacía una botella de vino y dos copas. No hacía ni frío, ni calor: El ambiente perfecto.

Me tomó en sus brazos y me besó con pasión. Sus manos fueron perdiendo altitud de a poco. Pronto sentía como sus manos estrujaban mis nalgas a su antojo. Empezó a sacarme la ropa despacio, excitándome cada vez con el roce de su piel. Con su boca me besaba por todas partes, sus manos hacían de las suyas apretando mis pechos, mis pezones; los enroscaban con brusca pasión. Sus labios bajaron despacio por mi cuello hasta llegar a mis pechos, proporcionándome un placer indescriptible en el momento en que se posaron en mis pezones. Succionaba y lamía con el arte de los maestros.

Sus manos ya habían removido toda mi ropa, y se encontraban acariciando todo mi cuerpo. Yo tenía los ojos cerrados de tanto placer. Mis piernas enflaquecieron y casi me caigo; entonces Gabriel me depositó en la cama, recostada, esperando a mi amado. Se sacó la ropa tan rápido como pudo, excepto el bóxer. Tenía un cuerpo escultural, musculoso, como tallado por artistas. Se observaba un gran bulto debajo de su interior. Yo me moría de ganas por verlo. Se acercó a mí, situando a mi nuevo mejor amigo justo cerca de mi rostro.

Ahora era cuando; mis manos se movieron por instinto propio y bajaron el bóxer lo más que pudieron. Automáticamente salió disparado como empujado por resorte, un miembro descomunal; al verlo, creí que semejante cosa me iba a desgarrar y me asusté. Supuse que no era la primera vez que una chica reaccionaba así al verlo, debido a la sonrisa que divisé en su rostro. Me dijo: No temas pequeña que solo dolerá un poco, después te va a gustar.

Quise tomar aquel monstruo en mis manos. Con ambas manos apenas si podía cogerlo. Sin pensarlo me agaché y me metí su monstruo en la boca. Con la lengua empecé a saborear aquel objeto de mi lujuria. Mis manos apretaban sus bolsas, como si tratasen de escurrir el jugo a unas frutas. Mis labios hacían presión en su tronco, para poder sentirlo mejor. Escurría un líquido transparentoso, el cual lo lamí con el mayor de los gustos. Me hice adicta a ese manjar. Cada vez fui acelerando mis impulsos mientras mis manos lo apretaban más y más. Gabriel estaba jadeando muy fuerte. Yo como una golfa, totalmente derretida en mis adentros, mientras le proporcionaba mi primera paja-mamada que daba a alguien en mi vida. No sé cómo fue que hicimos el cambio, pero ahora él estaba recostado en la cama, con las piernas en el suelo, y yo en cuclillas devorándome ese trozo de carne, subía y bajaba mi cabeza cada vez más rápido, succionando cuanto líquido salía, mientras mi lengua seguía masajeando a su nuevo juguete. Pronto Gabriel no aguantó más y empezó a botar una sustancia lechosa un poco más espesa que la anterior, directo en mi boca. Al principio me supo un poco ácida, medio rara, pero no podía dejar de tomarla.

Cuando terminó, Gabriel se levantó y me abrazó. Me dijo muy curioso: Guau, mujer, ¿segura que no habías hecho esto antes? Y luego sonrió.

Por supuesto que yo me sonrojé al instante, sintiéndome un poco molesta por la pregunta, hasta que Gabriel aclaró diciendo: Eres natural, definitivamente tienes un don!

Me sirvió un poco de vino, mientras recuperaba el aliento. Su suponía que era yo quien iba a ser servida esa noche y hasta ahora era todo lo contrario. Pero eso cambiaría casi enseguida.

Nuevamente me tomó en sus brazos y me recostó en la cama, pero esta vez se acostó a mi lado. Me puso de espaldas a él, mientras me besaba en el cuello. Noté como su monstruo empezaba a recuperar las dimensiones que tenía antes. Se puso de frente a mí, mientras con su lengua recorría mi cuerpo, dándome pequeños besitos alternados y uno que otro chupetón. Sus manos traviesas jugaban conmigo, subiendo y bajando lentamente, provocando corrientes por doquier. Posó su mirada en mis ojos y entonces noté que su monstruo estaba tocando la puerta de mi intimidad. Muy despacio, sin presionar, rozaba su enorme miembro en mis labios vaginales, tocando espaciadamente mi clítoris, haciéndome sentir ese gran conquistador. Empecé a desear con ansias sentirlo por dentro. Empujó un poco, y pude sentir ese capullo presionando mi himen. Empujó un poco más y mi excitación se fue al cielo. Empujó otro poco, y sentí cómo estalló el escudo de mi virginidad. Me dolió terriblemente. Gabriel se detuvo, pero sin sacarlo.

Me acalló mientras esperaba a que mi cuerpo se adapte a su nuevo dueño. El dolor fue pasando. Cuando me notó más relajada, continuó empujando un poco más adentro. Yo no me creía que todo eso pudiera entrar en mí. En poco tiempo ya lo tenía totalmente en mí. Pude sentir aquel monstruo llenando mi interior. Entonces Gabriel empezó a sacarlo; era como si se me llevara la vida, pero antes de recuperarla, ¡sas!, ya estaba adentro de nuevo. Continuó su faena de meter y sacar su miembro dentro de mí, primero despacio, pero acelerando cada vez más. Mi cuerpo sentía como si una corriente me recorriera por todos lados, en dirección de mi vagina, me estremecía al sentir su cuerpo sobre mí. Se amañaba para continuar acariciándome mientras me penetraba. Sus labios no paraban de posarse en mi piel. Sus estocadas eran cada vez más rápidas y profundas. Podía sentir la presión de sus bolsas, pugnando por ser recibidas en mi interior. Su sudor rodaba por su espalda y caía en mi vientre, consiguiendo únicamente excitarme más.

Nuestra respiración se agitaba más y más, al unísono con el movimiento más rápido de nuestros cuerpos bailando el son de la pasión. Mis caderas se levantaban solas para poder sentir más adentro a su inquilino. Apretaba mis nalgas con fuerza, estaba demasiado excitada… de repente empecé a ver nublado; una corriente muy fuerte me recorrió por todo el cuerpo y se detuvo en mi vientre mientras que sentí un líquido tibio llenarme por dentro. Gabriel respiró agitado, deteniendo el compás de su cuerpo y quedándose inmóvil en mí.

Me desvanecí por un instante. Gabriel se recostó a mi lado, poniendo su cara frente a mí. Cuando desperté lo vi y le sonreí. Nos abrazamos por un rato, mientras reponíamos nuestras fuerzas. Tomamos un poco más de vino, sin hablar; luego nos encaminamos al baño a asearnos. Eran las tres de la mañana y mi papá me esperaba a las cuatro. No teníamos más tiempo, pero no importaba, esa noche fue perfecta.