Cómo seducir a una top model en 5 pasos (6)

Una nueva amiga para Cristo

Una amiga virtual.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo:janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Estaban a punto de cumplirse las dos primeras semanas de trabajo de Cristo y todo parecía ir perfectamente. Cumplía con sus tareas y no se aburría, como había temido en un principio. La verdad es que el trabajo le gustaba. Actualizar la web y los perfiles, recoger el correo, o hacer algunos recados, no iba a matarle, ni nada de eso. Además, se pasaba la mayor parte del tiempo al lado de Alma, o merodeando a las modelos. Conocía prácticamente a todas, personalmente, y, a las que no, se aprendía de memoria su ficha personal, a la espera de la oportunidad.

Con Alma, disponía ya de una buena amistad. Ella pensaba que el gitano era un pillo simpático y animoso, y él estaba loco por meterle mano. El problema era que, a raíz del asunto de la piruleta drogada, la verdadera sexualidad de Alma y de Katherine había saltado a la palestra.

Durante un par de días, Cristo anduvo desanimado. Incluso llegó a preguntar a su prima si era normal que las modelos fuesen lesbianas. A lo mejor, tanto verse desnudas en el backstore o en las duchas, o bien contemplarse tan monas y guapas sobre la pasarela, cambiaba, de alguna manera, la esencia de su naturaleza. Zara no pudo más que reírse. La mayoría de las modelos no eran lesbianas, ni todos los modelos gays. Sin embargo, era bien cierto que entre este colectivo, era donde más casos de homosexualidad existían. Quizás dependiera de la extrema juventud con la que empezaban, de su escasa experiencia, o de saberse devoradas por los ojos de los hombres…

En verdad, saber que Alma no se sentía atraída por los hombres, le ayudó a mejorar su amistad. Ahora, conocía sus límites y podía bromear sin crear malentendidos. Cuando Cristo comprobó que este comportamiento, asexual y permisivo, atraía la amistad y confianza de la gran mayoría de chicas de la agencia, lo adoptó como carácter dominante en el trabajo. Con ello, Cristo ganó muchos puntos, tanto con las modelos, como con sus superiores

Un hecho decisivo para fortalecer este nuevo rol de su persona, fue la visita de Chessy, una visita totalmente imprevista. Se presentó, casi a la hora de desayunar, ante el mostrador de recepción de Alma. Cristo la miró, asombrado. Se levantó de su silla y le preguntó si ocurría algo.

―           No, nada… Tengo un masaje por la zona y he pensado que te apetecería desayunar conmigo – dijo ella, mostrándole una bolsa de papel. – He traído unos sándwiches.

―           ¡Claro que si! – exclamó él. – Alma, ella es Chessy. Salimos juntos.

―           Ah, mucho gusto, Chessy. No sabía que tuvieras una novia tan guapa, Cristo – dijo Alma, poniéndose en pie y dándole dos besos a la rubia transexual, quien se puso un tanto colorada.

―           Bueno… te esperaré en…

―           Cristo, ¿por qué no le enseñas la agencia a tu novia? – cortó Alma por lo sano.

―           ¿De veras puedo?

―           Claro que si, hombre. Solo mira antes de entrar en las salas de montajes. A veces, las sesiones son muy privadas, ya sabes.

―           Por supuesto. ¿Te gustaría, Chessy?

―           Por supuesto – palmeó ella, pues esa era la verdadera razón por la que estaba allí.

¿De qué sirve tener un novio que trabaja en una agencia de modelos, si no te permite fisgonear un poco? Cristo le hizo un recorrido privilegiado y la presentó a algunas de las chicas. Asistieron unos minutos a una sesión para una marca de foulards y, finalmente, Cristo la llevó a un sitio tranquilo donde poder comerse los sándwiches.

Este se trataba de una pequeña azotea donde se ubicaba el gran cartel con el nombre de la agencia. Se accedía a través de una de las ventanas del almacén del piso superior, por lo que solo unos pocos miembros del personal de la agencia, conocía su existencia. A veces, subían a fumar o a respirar un poco de aire.

Se sentaron en el murete, a cubierto detrás de la pancarta, y devoraron los bocadillos, así como los refrescos que también había traído Chessy, mientras charlaban.

―           Son simpáticas – dijo Chessy.

―           Solo porque ibas conmigo. La mayoría muerde – bromeó él, tragando el último bocado.

―           No seas malo.

―           Que no, que muerden de verdad. Son caníbales. Al menos, eso dice uno de los fotógrafos.

―           Idiota – dijo ella, riendo.

―           La verdad es que, a veces, es comprensible que sean bordes y estiradas. Así no dejan acercarse a los babosos.

―           Si, tiene que ser jodido que cuanto se acerquen a ti, lleve una idea fija en la mente. No es algo que piensas cuando decides dedicarte a este mundo – asintió Chessy. -- ¿Contigo son también ariscas?

―           ¡Soy yo el que se tiene que poner arisco! Ya te he dicho que muerden… y yo soy muy frágil – sonrió Cristo. – La verdad es que congeniamos muy bien. Me he encargado de dejarles muy claro, desde el principio, que no me interesan como mujeres y ellas me han abierto su círculo.

―           Todas sabían que estamos juntos – asintió Chessy.

―           ¡Pues claro! No paro de hablarles de ti – le dijo, antes de darle un beso juguetón.

―           Eres un cielo… -- respondió ella, dándole su lengua.

―           Eso se merece un mimito, ¿no?

―           ¿Ahora?

―           Ahora… aquí, detrás de esta pantalla, ¿te atreves? – Cristo le sacó la lengua para desafiarla.

―           ¡Ja! – se jactó ella, echando mano a la bragueta de su novio.

Le encantaba hacerle mamadas a su chico, con aquella polla tan pequeñita y bien formada. No era como la de un niño, tierna y falta de vitalidad, sino se trataba, más bien, de la versión a escala de un pene adulto. Le enardecía echar para atrás el prepucio para dejar el glande a la vista, preparado para su boca, como ahora. Engulló por completo el pene de Cristo, quien se había puesto de pie para facilitarle la tarea. Ella seguía sentada en el murete, con las manos aferradas a las estrechas caderas de su chico. Su cabeza marcaba un suave ritmo que enloquecía a Cristo, el cual la animaba, hundiendo sus dedos en su rubia cabellera, una y otra vez. No duró demasiado, sobrecargado de tensión sexual. Notó como se tensaba su escroto y retuvo la cabeza de su chica contra su vientre.

―           Aayyy… nuestra Zeñora de los pendones … cariño… me vacías…

Chessy sonrió interiormente, al escuchar una de las incomprensibles expresiones de Cristo que tanto le gustaba. Se trago el semen con glotonería y, poniéndose en pie, abrazó y besó a su chico.

―           ¿Quiere que yo…? – propuso Cristo.

―           No, déjalo. Has estado ya mucho tiempo fuera de tu trabajo.

―           Pero…

―           Mejor esta tarda, con tranquilidad, guapo.

―           ¿Guapo yo? ¡Tas fatal de la vista, hermana!

―           Venga, regresemos.

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Cristo llegó a casa silbando y con la chaqueta al hombro. Estaba contento, tras realizar un inmejorable 69 con Chessy, en su apartamento. Había ido directamente a su casa, tras salir del trabajo, buscando la promesa que ella le hizo esa misma mañana. Con placer, Cristo había comprobado que ni se inmutaba ya al verla desnuda y acariciarla. No le importaba tocar y acariciar ese pene suave y lampiño, y hoy había llegado más lejos, pues no solo lo había chupado con decisión y cariño, sino que se había tragado parte del semen.

La verdad que intentó tragarse toda la corrida, pero que le dio una arcada, y solo pudo pasar una parte, pero, aún así, querer es poder. Eso decían, ¿no?

Su mente se estaba liberando de los prejuicios que se amontonaban en ella. Chessy no era un hombre, por supuesto, era una hembra especial, que disponía de una bonita polla que olía a perfume… no como la suya, que a veces se daba asco él mismo… Eso mismo le llevó a plantearse asearse mucho más, y cuidar los detalles íntimos. Como pueden ver, no hay mal que por bien no venga…

Así que, cuando abrió la puerta de casa, estaba de muy buen humor, y, aprovechando que tía Faely estaba sola en casa, le preguntó por su problema.

―           ¿Te ha presionado de nuevo? – le dijo, contemplando como se atareaba ante el maniquí que se encontraba en la zona de trabajo de la mujer, justo al lado de la puerta de entrada.

―           No, Cristo. Le pedí un tiempo para pensármelo.

―           Pues deberíamos pensar de verdad en algo. Tienes que contarme más…

―           Lo sé, sobrino, lo sé. No paro de buscar una solución…

―           Dos cabezas piensan el doble que una, tita. No me dejes a un lado.

―           Pero… es que me da muchísima vergüenza… Cristo.

―           Eso puedo entenderlo, y solo tú tienes que enfrentarte a ella. Si te sirve de algo, prometo no juzgarte; palabra de caló – dijo, poniendo dos dedos sobre su corazón.

―           Gracias, Cristo. Sé que lo dices de todo corazón. Tomaré una decisión en unos días, te lo prometo.

―           Está bien, pero tengo que preguntarte por otra cosa, que no sé si está relacionada con eso o no.

―           ¿A qué te refieres?

―           Candy Newport, nuestra jefa. Dice que te conoce. ¿De qué?

―           No conozco a esa señora – aseguró ella, siguiendo con su tarea sobre el maniquí.

―           Venga, tita, yo no soy Zara. Veo cuando mientes.

―           No sé de que me hablas… Te he dicho que no conozco a esa señora Newport. Nunca he hablado con ella – fue categórica, mirando a Cristo con el ceño fruncido.

―           Vale, vale, tita. No la conoces. Debe de estar confundida…

No era el momento de presionar, Cristo lo sabía, pero estaba seguro de que, tarde o temprano, averiguaría la verdad. La dejó sola ante su trabajo, echando un último vistazo al trasero enfundado en aquellas mallas oscuras apretadas.

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A la mañana siguiente, mientras revisaba los correos electrónicos llegados durante la tarde anterior, el suave pitido le avisó de la entrada de otro. La simple curiosidad le hizo abrir ese correo, saltándose el orden por el cual estaba leyendo. Se trataba de una tal Esther Benson, de Berry, Kentucky. Decía tener diecisiete años y pedía información sobre la agencia. Había adjuntado, así mismo, una fotografía semiprofesional de ella, portando un vestido celeste. Las candidatas no solían enviar una foto, sino todo un book, con buenas fotos profesionales, en las que poder comprobar su fotogenia y sus medidas. Esta chica parecía un tanto paleta para el poco experimentado Cristo, pero, por algún motivo, aquella foto le transmitía buenas vibraciones.

Tenía un largo pelo, liso y rubio, del color del trigo maduro. En la foto lo llevaba atado con una cinta del mismo color que el vestido. Unos ojos muy azules, casi grises, y una sonrisa muy bonita, que evidenciaba un incisivo montado sobre otro diente. A Cristo le gustó este detalle. La verdad es que no soportaba una ortodoncia “a la ligera”, solo para tener unos dientes perfectos. En muchas ocasiones, un simple defecto bucal añadía belleza a un rostro demasiado clásico, como era el caso de Esther.

No destacaba casi nada en sus rasgos. Eran armoniosos, con la justa medida, pero no decían nada, salvo sus ojos, pícaros y burlones. La nariz corta y recta, levemente respingona, una boca mediana, de finos labios, y unas cejas parejas y gruesas, casi rubias. Tenía las pestañas más claras que su vello, por lo que parecía que no tenía. Pero aquel diente, revelado por su franca sonrisa, la ayudaba a crear un rostro más singular, más atractivo.

En cuanto a sus preguntas, resultaron ser muy típicas; casi todas las aspirantes se interesaban por los mismos temas. Los horarios de la agencia, por si eran compatibles con algunos de sus estudios; las fechas de las preselecciones (tres al año) de aspirantes; si tendrían ayuda económica al principio, y qué tanto por ciento se llevaba la agencia de sus contratos.

Cristo, casi por inercia, contestó con otro correo, usando una plantilla que tenía preparada. A los diez minutos de enviarle la documentación pertinente, un nuevo correo entró, con el nombre de Esther. Le daba las gracias y, dada su buena fe, le adjuntaba varias preguntas más.

Sin saber por qué lo hacía, Cristo le envió una invitación para agregarla a su Messenger. Tras unos minutos, la chica aceptó, y pronto tuvieron sus respectivas ventanas abiertas y conectadas.

Cristo de los Palotes dice:   Hola.

EstherB dice:   Hola!!

Cristo de los Palotes dice:   ¿Qué tal te encuentras?

EstherB dice:   Bien, ¿y tú?

Cristo de los Palotes dice:   Bien también, trabajando. Oye, te he agregado para responder a todas tus preguntas…

EstherB dice:   Gracias. Ahora tengo que irme a clase. ¿Estarás esta tarde?

Cristo de los Palotes dice:   Si no es muy tarde, si.

EstherB dice:   ¡Perfecto! Adiós.

Cristo de los Palotes dice:  Hasta luego.

No pensó más en Esther en toda la mañana. Actualizó el perfil de Samantha Kiwood, admirando a tope las fotos de la modelo, una de sus preferidas, y después fue casi secuestrado por Zara y varias compañeras, para ir a almorzar a un nuevo sitio vegetariano que las niñas habían descubierto.

Estuvo pensando en volver de madrugada al sitio ese y pegarle fuego, con tal de no regresar nunca más. Pidió lo único que le pareció comestible en la carta… hamburguesas de un bicho raro, llamado tofu, que resultó ser una especie de queso hecho de soja. Aquello no sabía a carne, era como masticar un enorme relleno de tomate, lechuga y cebolla, rociado con Ketchup y mostaza. Las chicas se estuvieron riendo sobradamente de las muecas que hizo durante todo el almuerzo.

A las cinco de la tarde, Esther ingresó en el Messenger, pero Cristo se abstuvo de saludarla, esperando que la jovencita diera el primer paso. El gitano no sabía qué le ocurría con la chica. Sentía un extraño impulso hacia ella, que aún no podía definir; una especie de idea fija, asociada a la mirada que la chica mostraba en la foto, que le impelía a averiguar más sobre ella.

EstherB dice:   Hi!

Cristo de los Palotes dice:   ¿Qué tal, Esther?

EstherB dice:   ¿Te he hecho esperar?

Cristo de los Palotes dice:   No, nada de eso. Estoy liado con algunos perfiles de las chicas, actualizando.

EstherB dice:    Ah, así que conocerás a todas las modelos…

Cristo de los Palotes dice:   a todas las que trabajan en esta agencia, si. A ellas y a ellos.

EstherB dice:   ¿También hay chicos?

Cristo de los Palotes dice:   Por supuesto.

EstherB dice:    ¡Súper!

Cristo de los Palotes dice:   ¿Piensas venir a Nueva York?

EstherB dice:   He solicitado una beca parala NYUde Manhattan, para el año que viene. Había pensado presentarme a una de las preselecciones…

Cristo de los Palotes dice:   ¿Tendrás los dieciocho años para entonces?

EstherB dice:    Si.

Cristo de los Palotes dice:   Eso allana mucho más el camino.

EstherB dice:    Si, lo sé. Pero me preocupan más los horarios. No creo que sean compatibles con los del campus.

Cristo de los Palotes dice:   No, no mucho. Si es una campaña menor, un trabajo de revista, aún se podrían ajustar las sesiones de fotos a un horario, pero cuando traen a un profesional de otro país para sacar la mejor fotografía… No, no creo que se acomoden a tu horario, Esther.

EstherB dice:   Ya veo.

Cristo de los Palotes dice:   Pero puedes aprender…

EstherB dice:    ¿A qué te refieres?

Cristo de los Palotes dice:   Si la agencia te escoge, puedes optar por pulirte como modelo, durante unos meses. Ya sabes, aprender a moverte en una pasarela, a posar, algo de Interpretación, que siempre viene bien…

EstherB dice:    Si, tienes razón.

Cristo de los Palotes dice:   Luego, puedes usar las diferentes vacaciones para trabajar. Hay muchas chicas que lo hacen así, por diferentes motivos. El hecho es empezar. No te creas que es entrar y pegar…

EstherB dice:    Ya lo imaginaba. ¿Y tú? ¿Qué es lo que haces en la agencia? ¿Eres modelo también?

Cristo de los Palotes dice:   Si, modelo para el zoológico.

EstherB dice:     Jajajaja…

Cristo de los Palotes dice:   Soy el IBM de esta puta oficina.

EstherB dice:    Bueno, alguien tiene que serlo. ¿Qué significa eso de Cristo de los Palotes?

Cristo de los Palotes dice:   Es una expresión de mi tierra.

EstherB dice:    ¿De dónde eres?

Cristo de los Palotes dice:   España.

EstherB dice:    ¿¿Y te has ido a trabajar a Nueva York??

Cristo de los Palotes dice:   Es una larga historia. El caso es que me llamo Cristóbal, pero todos me dicen Cristo…

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Cristo remolonaba con unos ficheros mientras Alma se despojaba del auricular telefónico. La mayoría de las chicas y chicos ya se habían marchado mucho antes. Zara, que solía esperarle para volver a casa, las tardes que no acudía a la academia, también se marchó cuando él le comunicó que pensaba quedarse un rato más. “Para acabar de subir unas fotos”, le dijo vagamente.

―           Entonces, ¿te quedas? – le preguntó Alma, ajustándose un impermeable amarillo. El día se estaba presentando lluvioso.

―           Si, intentaré ponerme al día con la web.

―           Ya sabes que no pagan horas extras – le avisó ella.

―           Lo sé, pero paso de ir atrasado. Me gusta el orden – mintió él con todo desparpajo.

―           Bueno. Al irte, deja el aviso en el mostrador de seguridad, abajo. Ellos se ocuparan de cerrar la agencia.

―           Claro, Alma. Anda, vete antes de que llueva más.

Cristo contempló a la pelirroja marcharse y estiró los brazos, haciendo crujir los nudillos de sus manos. Todo el mundo se había ido a casa. Había estado controlando la salida de todos: de la jefa, de la Dama de Hierro, de las maquilladoras, de las modelos… En este momento, solo quedaban las mujeres de la limpieza, y Cristo estaba esperando a que acabaran de repasar uno de los grandes despachos, el de la señora Newport o el de la Dama de Hierro, cualquiera de los dos le servía. Disponía de los claves de acceso de sus ordenadores, y también era los únicos que tenían cámara.

Esperó hasta que las limpiadoras accedieron a la sala de espera y el salón de belleza, para deslizarse como un ladrón hasta el despacho de Priscila. Conectó el equipo y envió un saludo a Esther.

Cristo de los Palotes dice:   Hola, Esther. ¿Cómo estás?

EstherB dice:    hola, Cristo. Muy bien, ¿y tú?

Cristo de los Palotes dice:   Como unas castañuelas .

EstherB dice:    ¿Qué es eso?

Cristo de los Palotes dice:   No me hagas caso. Tantas horas en la agencia me hacen delirar…

EstherB dice:    Ya será menos, golfo. Rodeado de chicas monísimas y encima te quejas…

Cristo de los Palotes dice:    Ya ves… pero como no me como ni una rosca, pues… Te voy a poner la cámara, que no tengo ganas de escribir tanto, ¿vale?

EstherB dice:    Vale, Cristo. Yo conecto también.

Mientras se enviaban las peticiones de conexión, Cristo pensó en los días que llevaba charlando con Esther. Ambos habían congeniado bastante bien y rápidamente. La chica demostraba ser ambivalente, de una forma un tanto extraña. Primero, le había dicho que tenía novio, desde hacía un año; un alero del equipo de basket del instituto, por lo visto. Por otro lado, enrojecía atolondradamente cada vez que Cristo llevaba la conversación a un nivel más subido de tono.

También demostraba demasiada candidez con sus proyectos como posible modelo. Lo daba todo por hecho, como si nadie pudiera negarle nada. Esther le intrigaba y exaltaba su morbosa curiosidad.

Solían verse a través de las cámaras y Cristo comprobó que la chica estaba para mojar pan, desde luego. Poseía un cuerpazo. De hecho, la foto que mandó, la primera vez, era de cuando tenía quince años. Ahora, sus formas se habían rellenado de una manera deliciosa, y seguía manteniendo aquella expresión burlona en sus ojos.

Cada día tenían más confianza, el uno en el otro, y se pasaban unas cuantas horas charlando de muchos temas. Cristo usaba su portátil, en casa, para charlar con ella, tirado sobre su cama. No solía usar el micrófono para que su tía, ni su prima, se enteraran de lo que decía, pero, por eso mismo, había decidido quedarse en la oficina de la agencia, después de que todo el mundo se marchara, para poder estar a sus anchas, ante la cámara.

Así que, encerrado en el despacho de la gerente, se estiró sobre el mullido sillón rotatorio, y saludó agitando una mano. Esther le devolvió el gesto, con una gran sonrisa. Iba vestida con una corta rebeca celeste, que dejaba ver la corta camiseta de las Nuk Girls que llevaba debajo. Unas cómodas mallas grises, junto con unas zapatillas caseras, complementaban su atuendo.

―           No parece que en Kentucky tengáis mal tiempo – le dijo Cristo.

―           No te creas. Hace bochorno, puede que traiga tormenta.

―           Aquí lleva todo el día lloviendo, como ayer.

―           Me gusta la lluvia – sonrió ella.

―           En plan romántico, supongo.

―           ¿Me lees el pensamiento?

―           Soy gitano, niña. Todos somos un poco adivinos – bromeó Cristo.

―           Ya, eres un gitanito muy guapo, eso si…

“¿Qué les paza a estos yankees que me ven guapo? Creo que no están bien de la azotea, cago en Dios…”

―           ¿Estás haciendo deberes? – le preguntó Cristo, cambiando de tema.

―           Ya he terminado. Es solo por si mi madre entra. Se va a su reunión evangelista en diez minutos.

―           ¿Sois evangélicos?

―           Solo mi madre. Mi padre es totalmente ateo y mi hermano no se interesa en absoluto por el tema religioso. En cuanto a mí… pues no sé. Creo en Dios y en Jesús, pero no me he parado a pensar demasiado, pero lo que si tengo por seguro es que no dejaré que me coman el cerebro como a mi madre – explicó Esther. -- ¿Y tú?

―           Bueno, la mayoría de mi clan es evangélico, y los que no son, resultan que pertenecen a alguna cofradía, como la dela BuenaMuerteo la de las Tres Caídas.

―           ¿Cofradía?

Cristo le explicó qué es lo que era una Hermandad cofrade y cómo se vivíala SemanaSantaen el sur de España. Esther estuvo encantada con cuanto le contaba, con todo ese desfile religioso, cargado de símbolos que se remontan a costumbres absolutamente paganas. En un momento, dado, Esther giró la cabeza hacia la ventana, que estaba fuera de cámara, escuchando atentamente. Cristo, dándole tiempo, repasó de nuevo, con la mirada, el dormitorio de la chica. Era el clásico dormitorio de una niña, sola y mimada, en una buena familia. Había muñecas y peluches, sentados sobre unos estantes escalonados, junto al armario empotrado, de puertas persianeras. Podía ver media cama, recubierta con una colcha rosa y blanca, y la propia Esther estaba sentada a lo que parecía ser un escritorio.

―           Mi madre acaba de irse – dijo, finalmente.

―           ¿Quién hay en tu casa?

―           Solo mi hermano, pero su habitación está sobre el garaje, en la parte trasera de la casa.

―           Me dijiste que era mayor que tú.

―           Si, tiene veintidós años, pero no parece querer marcharse de casa. Además, no tiene novia, ni nada parecido. Creo que es gay, pero no estoy segura…

Cristo se rió.

―           ¿Tienes algo contra los homosexuales?

―           No, la verdad es que nada en absoluto. Mi primer amor fue una compañera de campamento – le confesó Esther.

―           ¿De verdad?

―           Si – musitó ella, sin mirar a la cámara.

―           ¿Cuántos años tenías?

―           Trece y ella quince.

―           Uufff… que jovencitas, ¿no?

―           Si, pero fue muy bonito… un verano maravilloso – dijo ella, luciendo una media sonrisa al evocar. – No fue algo… sexual, sino más bien sentimental. Nos besábamos a cada oportunidad y nos abrazábamos, pero nada más. Era increíble perdernos entre los árboles y jurarnos amor eterno, o imaginar como sería vivir juntas, en la universidad… Incluso ideamos nuestra boda…

―           Si, parece muy romántico. Entonces, ¿no llegaste más lejos con esa chica?

―           La última noche de campamento, dormimos juntas, abrazadas, pero ni siquiera nos quitamos las camisetas. No, solo besos y algunas caricias.

―           Ya veo. Lo decía porque surgen muchos rollitos entre las modelos…

―           ¿Si? Supongo que es normal. La belleza enciende la sangre, ¿no?

―           Y los celos y la envidia también – rió Cristo.

―           Si, eso también. No te preocupes, no tardé en aprender. Dos años después, conocí a Rachel, mi súper amiga… Ella y yo nos desfloramos mutuamente…

Cristo se quedó con la boca abierta. A eso mismo se refería. Esther era capaz de soltarle una burrada como aquella, pero haciéndolo evidenciaba una gran timidez. ¿Si le resultaba molesto hablar de esas cosas, por qué las confesaba tan abiertamente? No la entendía y eso le incitaba a sonsacarle más cosas.

―           Creía que los hombres eran los que debían hacer eso…

―           Bueno. Tampoco está tan mal entre amigas. Hay confianza y no te puede dejar embarazada – se encogió de hombros Esther, con un mohín delicioso.

―           Eso es cierto. ¿Se puede saber qué usasteis?

―           Ella se trajo el consolador de su madre.

―           Jajaja…

―           ¡No te rías! – exclamó ella, con un nuevo mohín.

―           Bueno, bueno… disculpa… sonó divertido. ¿Y qué tal con tu novio?

―           Oh, que cotilla eres.

―           Solo es curiosidad, Esther. Si prefieres preguntarme…

―           Después lo haré. No creas que vas a librarte. Me acosté con mi chico a los tres meses de salir juntos. Pero procuro dejar el coito solo como una forma de recompensarle.

―           ¿Ah, si?

―           Si, de esa forma funciona genial. Solemos usar sexo oral para divertirnos y, en las celebraciones, más o menos una vez al mes, le dejo hacer el amor conmigo.

―           Pobrecito…

―           No seas malo, Cristo. Así se lo toma con más ganas.

―           ¡Claro! Como tú tienes a tu amiga Rachel…

―           Bueno, que use él a su amigo David – bromeó la chica.

―           Jajajjaja…

―           Cristo…

―           ¿Si?

―           ¿De verdad que Chessy es un transexual?

―           Si, palabrita del Niño Jesús.

Cristo no podía verlo, pero, en el monitor de la joven, junto a la ventana abierta con la imagen retransmitida por la cámara, se mantenía abierta otra pequeña ventana, con algunas fotos de Chessy que Cristo envió días antes. Esther las contemplaba con fijeza, pues estaba obsesionada con ellas desde que Cristo se las envió, contándole su secreto.

―           ¡Joder! ¡Aún no me lo creo del todo! ¡Es perfecta!

―           Si. Ya te dije que me engañó totalmente – contestó él, alzando los hombros.

―           No puedo imaginarme que es lo que se puede sentir en sus brazos… follar con ella – de nuevo enrojeció, al expresar su deseo.

―           Bueno, si te digo la verdad, yo tampoco lo sé con certeza – confesó él.

―           ¿Por qué? ¿No lo hacéis? – se asombró ella.

―           Aún no. He ido sin prisas.

―           No lo comprendo…

―           Yo no estaba muy seguro de lo que sentía. Ambos quedamos en avanzar poco a poco…

―           ¿Te daba asco?

―           Eso creía, si, pero resultó ser solo una idea impuesta, que desapareció en cuanto sentí la primera pizca de placer. Ojala todos los prejuicios desaparecieran como esos…

―           ¡Bien dicho, Cristo! – Esther le mandó un beso volado. – Entonces… ¿No os habéis acostado aún?

―           No, pero es cuestión de días, a lo sumo. Como tú y tu novio, hemos echado mano al sexo oral…

―           ¿Se la has… chupado?

―           Si, aunque debo decir que no consigo tragarme todo su semen. Aún salta, dentro de mí, la alarma antigay y me produce arcadas…

―           Bah, que tonto… ¿Es abundante?

―           A veces si. Como cualquier hombre, supongo. Lo único que la hace diferente es que le cuesta mucho ponerse erecta, debido a los tratamientos hormonales a los que se sometió.

―           ¿Y cómo hace para…? – preguntó ella, intrigada.

―           Chessy es pasiva. Es una mujer, de pies a la cabeza.

―           Ya veo, y muy bella…

―           Ya te digo. Hemos ido varias veces a la piscina climatizada y te juro que no podrías distinguirla de una chica, cuando se coloca un bikini.

Con disimulo, la mano de Esther se deslizó hacia su entrepierna, amparándose de la cámara con el tablero de su escritorio. Acarició su sexo fuertemente, por encima del fino tejido de las mallas y de sus braguitas.

―           ¿Es muy sexy? ¿Le gusta vestir de forma provocativa? – le preguntó Esther, más roja que nunca.

―           Bueno, normalmente va en shorts o en mallas, incluso con prendas deportivas, dado su trabajo… lo que pone de manifiesto sus increíbles glúteos.

―           Oh…

―           Pero, si, tienes razón, es provocativa. Cuando salimos por ahí, el fin de semana, suele usar minifaldas muy cortitas y vestidos sensuales.

―           Me gustaría verla…

―           Procuraré hacerle más fotos, aunque no podré decirle que son para ti. Se pondría celosa…

―           Claro, claro. ¿Solo le gustan los hombres? ¿Lo ha hecho con alguna mujer?

―           Ella se considera una mujer heterosexual. Es lo que me costó tanto entender. No es un hombre disfrazado de mujer, un gay travestido y hormonado. Chessy es una mujer desde el día que nació, solo que con un cromosoma equivocado. No gusta de las mujeres, aunque no sé si, en algún momento, ha probado con una.

―           Lástima… -- Esther se estremeció con disimulo, con la barbilla apoyada en una mano, y la otra bajo la mesa.

―           Esther…

―           Uh…

―           ¿Te estás acariciando? – preguntó Cristo, con suavidad.

―           Uuh… no… ¿por qué lo preguntas?

―           ¿Te pones cachonda con Chessy? ¡Si, es eso! – se asombró Cristo.

―           Muucho… es algo muy fuerte, que nunca había experimentado – contestó ella, tapándose la cara con una mano.

―           Eso es el morbo – susurró Cristo.

―           Cuéntame más… por favor…

―           Solo si me dejas verte.

―           No… no puedo…

Y, con un rápido gesto, Esther cortó la conexión, saliéndose incluso del Messenger. Cristo quedó perplejo y, finalmente, le envió un mensaje, disculpándose por haberla presionado. Se dispuso a dejar el despacho limpio de evidencias cuando el conocido aviso de un mensaje recibido le hizo alzar la mirada. Esther le enviaba de nuevo la petición de conexión. Aceptó y la joven apareció, los ojos bajos, clavados sobre el teclado, y las dos manos apoyadas sobre el tablero. Sus mejillas estaban fuertemente encarnadas.

―           Lo siento, Esther. No era mi intención…

―           No, no… soy yo la que tiene que disculparse… me he excitado con tu novia – le contestó, sin levantar los ojos.

―           Pero yo…

―           ¿Aún quieres verme? – le preguntó ella, de sopetón.

―           C-claro…

Se puso lentamente en pie, despojándose de la rebeca y dejándola sobre la cama. Sonrió tímidamente a la cámara y se sacó la camiseta, serigrafiada con las dos imponentes chicas hentai, por encima de la cabeza, alborotando su pelo. Se quedó un momento quieta, respirando con fuerza y mirando a la cámara. El blanco sujetador apenas podía contener sus senos, a causa de su agitada respiración. Cristo notó como los pezones se señalaban con fuerza.

Como si hubiese recuperado la confianza, Esther, se sentó de nuevo, para bajarse lentamente las mallas. Unas braguitas, del mismo color que el sujetador, pero teniendo unos encajes en las cintas laterales, quedaron a la vista. Una vez en ropa interior, volvió a ponerse en pie, con las manos a la espalda.

―           ¿Quieres que me desnude del todo, Cristo? – preguntó ella, con un tono casi infantil.

―           Solo si tú lo deseas también – respondió él, tras tragar saliva.

Con parsimonia, Esther se deshizo de su ropa interior, dejándola tirada en el suelo. Realmente, la chica merecía ser modelo. Poseía una figura perfecta, de buenas proporciones y debidamente entrenada. Unos pezones pequeños y duros, un ombligo a flor de piel, que daba ganas de jugar con él, y un pubis muy bien recortado, hasta dejar solo un pequeño triángulo de vello muy corto.

―           Eres… impresionante – musitó Cristo.

―           Gracias Cristo, muy amable. ¿Qué quieres que haga?

―           Acaríciate, Esther… lento y suave…

Con una pequeña sonrisa, una de sus manos subió hasta su cuello, deslizándose allí con suavidad, mientras que la otra sopesaba uno de sus pechos, blancos y medianos, en forma de pera. Bajó las manos por sus flancos, acariciándolos con el dorso de sus dedos, y, finalmente, realizó algunas pequeñas espirales en sus ingles, produciéndole agradables cosquillas.

―           Háblame de Chessy – suspiró ella.

Con los ojos clavados en el monitor, Cristo suspiró y empezó a hablar.

―           Le encanta martirizarme en los sitios públicos, provocándome, acariciándome… hasta que me lleva a algún sitio oscuro, escondido, prohibido, donde satisfacemos nuestra lujuria.

―           He fantaseado con ello, pero Martín, mi novio, no se atreve, ni Rachel tampoco – se quejó ella, en voz baja. -- ¿Dónde lo habéis hecho?

―           En un callejón, en el metro, y hasta en los lavabos de un McDonald…

―           Joder… -- Esther aferró con fuerza su pubis, cada vez más desenfrenada. – Me voy a sentar…

―           Si, siéntate y pasa las piernas por encima de los brazos de la silla. Así… bien abierta, preciosa – dirigió Cristo a la chica, hasta que ésta quedó con las piernas encogidas y abiertas, sobre la silla, totalmente ofrecida a sus ojos.

―           Sigue… Cristo.

―           Sabe moverse mejor que cualquier chica, con esos tacones tan altos. Es como si flotara al andar, cimbreando su cintura, moviendo las caderas… ábrete el coñito con los dedos… deja que lo vea, Esther…

La joven abrió completamente sus labios menores, usando los dedos índices. Al hacerlo, se mordió suavemente el labio inferior, presa de una incontenible excitación. Solo con imaginarse a la hermosa Chessy acariciando obscenamente a aquel chico, su vagina se llenó de fluido, como si hubiera abierto un grifo.

―           Tienes un coño muy bonito, Esther. Muy fotogénico.

―           Si. Me encanta hacerle fotos con el móvil… -- gimió ella.

―           Seguro que tienes que tener una buena colección de fotos, entonces.

―           Si… algún día te la enseñaré – sonrió, con los ojos entornados, mientras deslizaba un dedo por su abierta vagina.

―           ¿Se la has mostrado a tu novio?

―           ¡Ni de coña!

Cristo se rió con ganas, comprendiendo como pensaba Esther. En el fondo, su novio no era más que una garantía, un apuesto maniquí que ella utilizaba para sus salidas sociales, pero, sexualmente, no parecía estar a la altura de lo que ella deseaba, o, mejor dicho, lo que fantaseaba.

―           ¿Así que nadie ha visto esas fotos?

―           No, aún no. Ni siquiera mi amiga Rachel…

Pero se las enseñaría a él, pensó, agitando las caderas. Estaba muy excitada, como jamás se había sentido. Parecía que todo cuanto generaba morbo para ella, se había unido para calentarla hasta un nivel desconocido. Sentirse espiada, admirada, entrar en contacto con un mundillo con el que siempre soñó –Cristo le confesaba secretos y costumbres de unas divas casi perfectas—, y, por último, conocer a Chessy, aunque fuese en fotos, la había llevado a un estado desconocido hasta el momento. Se había entregado a aquel juego sensual, sin pensárselo. Deseaba desnudarse para Cristo, sentirse un pedazo de carne maleable, bajo sus indicaciones. Su peculiar acento erizaba el vello de sus brazos, así como sus pezones. Atisbar su rostro moreno y delicado, tan parecido al de un adolescente, totalmente atento a cada movimiento de ella. Por un momento, Esther tuvo la impresión de que aquel rostro podía surgir en cualquier calle de El Cairo, o de Nueva Delhi; uno de sus rateros urbanos, que se ofrecía a guiarla por las callejuelas.

Finalmente, intensificó la imagen mental del rostro de Cristo tomando delicadamente en su boca, el pene de Chessy. Si, sonrió, sin dejar de acariciar su clítoris. No le importaba, en absoluto, que Cristo la estuviera contemplando tan íntimamente, abierta y ofrecido como la zorra que era. Estaba deseando que aquella boca, de labios finos y pelusilla oscura por bigote, se abatiera sobre su almeja y la rechupeteara toda.

―           ¿Te animarías a salir con nosotros, si vinieras a Nueva York? – le preguntó Cristo.

―           ¿Contigo y con Chessy?

―           Si, una noche. A cenar, o al parque… a divertirnos.

―           M-me encantaría… Sería vuestra… devota… una esclava – jadeó, al pronunciar esa palabra que había comenzado a dar vueltas en su cabeza.

―           ¿Nuestra esclava? ¿Seguro?

―           Ssssiiii – siseó largamente, al introducir dos de sus dedos en la vagina, en un vano intento de calmar su delirio. Solo tenía ojos para la mirada de Cristo, aquellas oscuras y penetrantes pupilas que devoraban su mojada entrepierna. – Si dices que… Chessy no gusta de… las mujeres… así podría adorarla… acariciarla…

Por tercera vez, Cristo comprobó que estaba grabando sin problemas todo aquello. Estaba que se salía, con su pollita totalmente empinada bajo la mesa, pero no se atrevía a tocarse. No quería que Esther, por algún descuido, pudiera sentirse incómoda por algo que hiciese o viese. Ya habría tiempo de desahogarse repasando la grabación.

―           ¿Esa es tu fantasía? ¿Entregarte en esclavitud? – preguntó suavemente, mirando como la chica se agitaba, literalmente, sobre la silla giratoria.

―           No lo… sé… se me ha ocurrido… ahora… de repente…

―           ¿Nunca lo habías pensado?

―           No. De hecho, creía que era yo la dominante – Esther retrasó su goce, pellizcándose los pezones, con fuerza. Un entrecortado gemido surgió, al tiempo que su rostro se contraía en un delicioso mohín.

―           Veo que ya estás dispuesta – susurró Cristo.

―           Estoy esperando… a que me lo digas… Cristo…

―           Creo que, en el fondo, solo deseas convertirte en una putilla, en una zorra consentida, envuelta en los melosos pliegues de la alta sociedad…

Esther solo asintió, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, y la boca entreabierta.

―           Pero eso no lo puedes conseguir en Berry, Kentucky.

―           No…

―           Para ello, tienes que venir ala GranManzanay sumergirte en su corazón. Conocer los verdaderos amos a quien servir, los grandes demonios de la lujuria, ¿verdad?

―           ¡Siiiii! ¡Dios, joder! ¡No puedo mássss!

―           Espera aún, puta – le dijo él, sonriendo.

―           Aaah…

―           Intentaré ayudarte en lo que pueda, desde aquí, pero, a cambio, tienes que mostrarme lo que guardas en secreto… el verdadero interior de Esther.

―           Si, si, te enseñaré todo…

―           Ya verás como haré de ti una putita de escándalo. ¡La mejor putona de Nueva York!

―           Ooooh… ¡SI!

―           Puedes correrte, zorrita. Dale a esos dedos hasta que te corras y mees toda… Pringa el suelo con tu orina, puta… Deja salir todo lo que tienes en tu interior, lo que te hace ser la más guarra de todo Berry… ¡Vamos!

Bajo aquella letanía de malsonantes epítetos, de medias verdades y fantasías completas, susurradas por los labios de un demonio de ojos candentes, que la miraba fijamente desde el monitor, Esther se dejó ir completamente, arqueando su espalda y hundiendo sus dedos, hasta donde pudo, en su tórrida vagina. Fue como el disparo del inicio de una carrera. Todo su cuerpo tembló, en un único espasmo que crispó los dedos de sus pies, abrió su boca en un amortiguado grito, y lanzó sus caderas hacia delante, como queriendo catapultar su orgasmo.

Cristo quedó alelado, pues nunca había contemplado un orgasmo tan potente. En plena cresta del goce, Esther siguió moviendo sus dedos sobre el clítoris, con rapidez pero sin control, alargando el placer cuanto podía, hasta que el deseo de orinar llegó con los últimos coletazos del orgasmo.

Esther empezó a reír, sin abrir los ojos, y su pelvis se movió como una serpiente atrapada, agitándose de un lado a otro. El chorro de orina mojó los dedos que aún acariciaban su coño. La risa brotó más fuerte, a medida que el suelo se encharcaba.

Cristo sonrió. La chica verdaderamente le había hecho caso, estaba soltando cuanto retenía dentro, y no solo orina, sino también malos tragos, y puede que hasta el disfraz de niña buena que mantenía como tapadera.

Bueno, se dijo, ya lo vería en los días venideros. Sin prisas.

CONTINUARÁ…