Como se salvó mi matrimonio (Verídico)

Plasmo en este documento el punto de inflexió que hizo que pasaramos de plantearnos, mi esposa y yo, el divorcio a estar viviendo juntos una segunda juventud. Vino así y así lo contamos por si a alguien le puede aportar algo en su relación. Los nombres están cambiados y los lugares no se mencionan, pero los echos son verídicos.

< Escribo estas líneas conocedor de las versiones de todos los participantes, que se sinceraron conmigo tras lo ocurrido. >

Ocurrió hace dos años…

Marta (45 años), yo, Simón (53 años) casados hace 15 años con un precioso niño de 10 añitos.

Hasta lo ocurrido, éramos una familia tradicional de clase media.

Ella 1,65cms de alto, luce media melena castaña y entradita en carnes lo que hace que sus pechos sean generosos.

Yo 1,71cms, 71 kgs de peso me considero más bien poco agraciado, pero resultón.

De unos años a esta parte la relación de pareja se ha enfriando, hasta llegar al hastío.

La monotonía, la ausencia de emociones… ¡no se! Supongo que todo un poco… hizo que Marta tomara la decisión de pedir el divorcio.

Yo pesaba que la dulzura, los mimos y siendo detallista para con ella era el sueño de toda mujer.

Mi mujer tiene más carácter que yo, es resolutiva, con iniciativa, a veces demasiado impulsiva para mi gusto ¡pero la quiero con locura!

Por no contrariarla suelo aceptar todo lo que dice y/o propone.

La mejor amiga de Marta es Mayte, casada con Quim, una ricura de pareja.

Tras sincerarse conmigo me contó que mi mujer estaba cansada de que le dijera a todo que sí, que yo no tenía sangre en las venas, que no aportaba nada nuevo a la pareja. Resumiendo, ¡no tiraba del carro como ella esperaba!

Visto el panorama, Quim le propuso a Mayte que saliéramos a cenar juntos ¡por sacarnos de casa, por una vez, de casa!

Mayte se lo comentó a Marta, le dijo que no pero tras insistir la convenció. Por mí no había problema, si le apetecía a Marta a mí también,

El sábado en cuestión, por la tarde, llevé el niño a casa de mi hermana. Se sorprendió ya que no se acordaba cuándo fue la última vez que tuvo que hacer de canguro.

Para la ocasión, me puse tejanos y camisa de manga larga azul, Marta un vestido negro de verano cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas, los hombros cubiertos, escote sencillo pero elegante y las sandalias, que hacía calor ese verano.

Habíamos quedado directamente en la puerta del hindú.

Quim y yo, físicamente, somos muy parecidos y al verlo con tejanos y camisa vi que también coincidíamos en estilo. Mayte es voluptuosa y algo regordeta, la más bajita de los cuatro con diferencia. Llevaba zapatos de tacón y vestido negro pero más ceñido y escotado que el de mi mujer. Iba elegante y pícaramente vestida.

El restaurante me recordó a uno al que fuimos Marta y yo en uno de nuestros viajes de solteros por el Nord-este de la India. Fue en la ciudad de Kolkata/Calcuta. Ambos nos pedimos Rogan Josh, nuestro plato preferido de la gastronomía india. Porque aunque ahora estamos mal, siempre nos hemos llevado bien y compartido gustos.

La cena transcurrió, como nuestra relación los últimos tiempos, sin pena ni gloria. Menos mal que estaban Mayte y Quim para amenizar la velada aun así y todo no se tocó ningún tema que pudiera incomodar a nadie, todo fue políticamente correcto.

Pedimos los cafés, y en un hindú lo suyo es Chai, los cuatro tomamos y parece que tuvieron éxito.


Mayte: Voy al baño a retocarme, ¿Me acompañas Marta?

Marta: Sí, te acompaño.

< Desaparecieron escaleras abajo, dirección al servicio>

< Una vez en el baño>

Marta: ¡Menos mal que estáis vosotros!, sino esto hubiera sido aburridísimo…

¡Simón siempre está callado con cara de tonto!

Mayte: ¡Mujer! No te pongas así, ahora estas de fiesta ¿no?, pues, disfrua.

Ahora nos vamos a tomar una copa que ya verás cómo esto se anima.

Marta: ¿animarse esto? ¡JA! ¡No lo veo yo!


En la mesa Quim me miraba…


Quim: Las cosas no van cómo te gustarían ¿Verdad?

Yo: ¿Se me nota mucho?

Quim: Demasiado.

Yo: Intento no hacer ni decir nada que la pueda hacer enfadar. Cuanto más lo intento peor le sabe a ella.

Quim: ¡Ánimo campeón! Tarde o temprano se dará cuenta de lo que tiene en casa…

Yo: ¿Tú crees? ¡No lo veo!

Quim: Mayte la está convenciendo para ir a tomar una copa, ¡yo, no te he dicho nada! A ver si lo arregláis.


Las mujeres volvieron de los servicios. Mayte en voz alta dijo: ¡Venga que esto parece un funeral! ¿Vamos a tomar una copa?

Salimos del restaurante y no tardamos en sentarnos en una de las terrazas, a la fresca.

El camarero nos tomó nota, no eran ni las once y ya habíamos cenado. Ahí estábamos, en silencio, mirándonos los unos a los otros contemplando como cenaban los de la mesa de al lado. A Mayte y a Quim se les acababan los temas de conversación. A todas luces estaba siendo una noche de lo más aburrida, la perfecta puntilla final para una relación acabada.

Mayte cogió el móvil, se notaba que se aburría, se puso a escribir. Supusimos que a sus hijos, porque ellos tienen dos.

Luego Cogió el móvil Quim, posteriormente me confesaron que estuvieron Whatsapeando.


WhatsApp /Mayte: ¡Menudo rollo de noche! Esto es muy pero que muy aburrido.

WhatsApp /Quim: Ya lo dices tú bien, estoy por irme a dormir.

WhatsApp /Mayte: ¡No, eso no!

Que hemos dejado los niños con la canguro y hay que aprovecharla.

¿Les llevamos a nuestro “jardín de juegos”.

WhatsApp /Quim: ¡No mujer! ¿Qué van a pensar?

WhatsApp /Mayte: ¿Y qué más dará lo que piensen si terminan divorciándose?

Y si no entran, ¡peor para ellos!

¡Por lo menos que se nos arregle la noche a nosotros!

WhatsApp /Quim: ¡Vale! Pero saca el tema tú que a mí me da corte.


Marta y yo los mirábamos, parecían adolescentes. ¡Vaya rollo de copa, de noche, de compañía de todo…!


Mayte: Me voy al baño, ¡que me estoy durmiendo! ¡Vente Marta! < No fue una pregunta>

Marte: Voy, voy… por lo menos nos moveremos un poco.


Tiempo después Marta me comentó que Mayte le confesó que ellos de vez en cuando iban a un local liberal. Mayte le tuvo que explicar a Marta y luego a mí, exactamente que se entendía por “local liberal”. A mi mujer le pareció feo ir, pero como estábamos tan aburridos y Mayte es tan convincente no pasaba nada por ir a conocer, ¡que por mirar no pasa nada!

Subieron las chicas. Mayte, sacó el tema como lo hace ella, directa y sin tapujos. Fue el momento en el que me explicaron lo que es un local de ese tipo. Pensé que la frase “lo que pasa en las Vegas se queda en las Vegas” era sólo un slogan publicitario nunca imaginé que se llevaba a la práctica en locales de mi ciudad.

Yo les dije que si a Marta le apetecía ir, por mi encantado. Marta miró a Mayte y enfadada le dijo: “¡Ves, a esto me refiero!”

Las copas estaban terminadas y pagadas por lo que nos levantamos y les dejamos hacer a Quim y Mayte.

Pararon un taxi, Quim se sentó al lado del conductor, le dio una dirección y el taxi nos dejó al lado de una gasolinera en el centro de la ciudad. Yo buscaba algo que me indicara el lugar que buscábamos pero no vi nada. Quim me confesó que nunca daban la dirección exacta, los últimos metros los haríamos a pie.


Quim: Es ahí


Ahí estábamos los cuatro, delante de una puerta cerrada, a la luz de un farolillo, como si fuéramos a cometer un delito a la espera de que alguien tuviera el valor de tocar el timbre para que nos abrieran.

A tenor de la verdad era la primera vez en mucho tiempo que me estremecía, sentí vergüenza de que nos pudieran reconocer, miedo de lo desconocido, ilusión por descubrirlo y deseo por entrar ya.

Quim pulsó el timbre, la puerta se abrió y una simpática señorita de no más de 30 años nos dejó pasar.

Vestía espectacular, no enseñaba nada pero se veía todo, tuve que controlar el cosquilleo que me recorría el estómago para que no me delatara.

Se saludaron con Quim y Mayte, por lo que vimos eran clientes habituales. Le pagamos la entrada y las chicas dejaron los bolsos.

Quim y Mayte nos hicieron de maestros de ceremonias, Marta y yo no nos despegábamos de ellos no nos queríamos perder palabra.

Dejamos atrás el guardarropa, a dos metros de él una sala de unos 3x2 metros.


Quim: Detrás nuestro el baño, aquí a la derecha hay un sofá de unas seis plazas con cortinas, ¿veis? Si cerráis las cortinas no os ve nadie.

Mayte: Lo divertido es dejarlas entreabiertas….

Quim: Prosigo, delante del sofá esta puerta ¿Veis que pone en el letrero que hay sobre ella?

Nosotros: Chicos

Quim: Exacto, aquí pueden entrar los hombres, se comunica con la zona mixta por el glory hole o por las rejas así las parejas que quieran pueden jugar con los chicos.

Marta: ¿Qué ha dicho?

Yo: Glory jol o algo así… luego le preguntamos. Sigue, sigue que se nos va….

Quim: La siguiente puerta, ¿Veis lo que pone en el letrero?

Nosotros: Parejas

Quim: Aquí es donde, las parejas, pueden hacer realidad sus sueños. No pueden entrar chicos solos a menos que una pareja les invite.

Quim: Ahora vamos a la pista, seguidme por el pasillo.


Entramos en una gran sala. Delante de nosotros una barra de bar en forma de “C” frente a ella una cristalera por la que se podía ver lo que ocurría en el interior de la zona de parejas. Tras la barra una pista de baile, bordeando la pista, el Dj presidia el lugar y hacia su izquierda dos camas hacían las veces de sofás, y a continuación mesas en las que sentarse a tomar frente a la pista.


Quim: ¿Si queréis os enseño la zona mixta y la parte de arriba que también es solo para parejas?

Marta: ¿Y porque no nos quedamos un poco bailando antes?

Mayte: ¡Anda cortadilla! ¡Vamos a bailar!

< Con una sonrisa traviesa le dio Mayte una palmada en el culete >


Bailamos sin dejar de mirar a nuestro alrededor, por lo menos yo.

Había gente de todas las edades. Parejas de no más de 25 bailando. Una de unos 50 apuraban sus copas en uno de los laterales de la barra, ambos de tez morena oscurecida por el sol aunque él de pelo oscuro y ella rubia, lo llamativo es que ella iba, sólo, con lencería y tacones. Me percaté que no era la única mujer que lucía ropa interior a modo de vestido.

Frente de los de tez morena, al otro lado de la barra, un hombre de unos 56 años mal llevados, grande de cuerpo, de manos y sobre todo de barriga, conversaba con la que parecía su pareja sentada en un taburete, a la que por cierto no le prestaba mucha atención pese a que la mujer, vestida de lencería iba de lo más provocativa.

El local se iba llenando por momentos, nunca pensé que estos sitios existieran y menos que tuvieran tanto público. Quim me comentó que los sábados lo normal es que se llene.


Mayte: Chicos, haced lo que queráis, pero yo me voy a tomar algo.


La acompañamos, a la barra, sólo pidió ella. Marta y yo mirábamos disimuladamente, al igual que todos los que nos rodeaban, la cristalera tras la cual había una pareja haciendo el amor a la vista de todo el mundo.


Mayte: Venga, ahora que ya tengo el cubata os vamos a enseñar la zona mixta. Seguidme.


Nos plantó delante de la puerta con el letrero “Parejas” y la traspasamos.

Luz, lo que se dice luz no había, y la poca que había era de color azul.

Nada más entrar una puerta a nuestra izquierda daba a una sala pequeña que comunicaba con la reja que separa la zona mixta de la de chicos, no pudimos no mirar… Una pareja de pie a este lado de la reja, ella con la espalda apoyada en los barrotes, la blusa completamente desabrochada, sin sujetador, mientras su chico, frente a ella impasible miraba como dos jóvenes desde el otro lado de la reja le magreaban las tetas, el culo todo lo que los brazos les daban de sí mientras ella los masturbaba al mismo tiempo a través de los barrotes.


Quim: ¡Venga, que no tenemos toda la noche!


A continuación unos reservados y una cama, a la derecha una pequeña puerta daba a una zona de camas, habían como cinco de gran tamaño. En lugar de paredes habían cristaleras por lo que lo que ahí ocurriera era visible por casi todos los presentes.

A continuación un pasillo oscuro de unos tres metros, una zona de reservados y la cama que se veia a través de la cristalera de la pista de baile. Desde la zona mixta también eran visibles lo que ocurría en la pista de baile.


Mayte: ¡Ahora vamos al cuarto oscuro!


Entró la primera. Calculé que la habitación hacía 4x3 metros. Dos de sus paredes eran cristaleras, por la de la izquierda se contemplaba la misma cama que se veía desde la pista de baile, la de enfrente daba a la zona de camas, en las dos únicas paredes de la habitación había una puerta en cada una, un banco en el que sentarse recorría las dos paredes.

Pensé, ¡Sí que era oscura! ¡Sí!, Cierto es que al poco de permanecer en ella los ojos se acostumbraban y desde ella se podía disfrutar de los espectáculos de las dos zonas de camas y de lo que ocurría en los bancos de la sala.

Quim y yo nos apoyamos en la cristalera, Marta y Mayte se pusieron entre los dos sin llegar a tocar el cristal. Dos parejas habían montado su propia fiesta en la zona de camas, una orgia en toda regla.

Marta notó que una mano le tocaba el culo, pensó que había sido una equivocación. Luego una segunda y una tercera “equivocación”

Le susurró a Mayte.


Marta: Me han tocado el culo y no una vez sólo.

Mayte: Eso es normal, ¿te has preguntado porque se le llama cuarto oscuro?

Marta: ¡Qué guasona eres!

Mayte: Deja hacer y disfruta. Quim se pone las botas de meter mano, y a mí también me pasa.

Marta: ¿Y a ti no te importa?

Mayte: Si lo hacen bien, no.


Las dos se rieron y se centraron en el espectáculo.

El grandullón de la barra y su acompañante se situaron detrás de Marta y Mayte. La primera notó como una gran mano le tocaba groseramente el trasero, sin miramientos. Yo no supe cómo reaccionar, ¿montar un pollo?, ¿llamarle la atención? Marta se separó de él pero no fue a mí al que vino a pedir cobijo, se arrimó a Quim y a Mayte, dando a entender que estaban juntos y no necesitaba ayuda. Me sentí excluido.

El grandullón sin darse por enterado le palpó las braguitas por encima del vestido y comenzó a bajar para encontrar la manera de llegar a ellas.


Marta le susurró a Mayte: ¿Qué hago?

Mayte: Dile que no quieres nada, se irá.

Marta: Me da corte…


Mayte se acercó al grandullón le hizo una señal para que se agachara ya que si era grande para nosotros para el tamaño de Mayte lo era todavía más. Al agacharse, ni se tomó la delicadeza de mirar a Mayte a la cara, sus ojos se clavaron en su voluptuoso escote que desde las alturas mostraba todo el poderío de la mujer de Quim.

No supe nunca que le dijo pero dejó en paz a Marta.


Yo: Chicos, yo os dejo un momento, me voy al baño.

Quim: No te pierdas ¡pillín!

Mayte: ¡Cuidado que hay mucha brujilla suelta por aquí!

Marta: Me miró despectivamente y giró la cara.

Marta: Este está superado por la situación, ves cómo es un soso.


Me senté en el sofá frente a la zona de chicos y mantuve una conversación conmigo mismo.


Yo: Si nos vamos a divorciar. Porque lo tiene claro. ¿Qué más da lo que pase aquí hoy?

El año que viene, por estas fechas, sólo me mirará a la cara por temas del niño.

Me acordé de una frase que me dijo la primera jefa que tuve en mi primer empleo, de eso ya hace muchos años….

Jefa: < Simón, en esta vida a veces hay que aprender a decir ¡PERO QUE COÑO! >


Decidí reunirme con ellos. Lo complicado fue convencer al gorila, que controlaba que sólo accedieran parejas a la zona mixta, que mi pareja estaba dentro. Sino es porque pasó la chica del guardarropía y le dijo que yo iba con Quim y Mayte, no entro.

Fui de cabeza al cuarto oscuro, los noté más excitados, supongo que estar rodeado de parejas practicando sexo alrededor termina afectando.

Me quedé en el dintel de la puerta, dentro del cuarto oscuro, pese a las dimensiones pasé desapercibido gracias a la falta de luz y a que había bastante gente. Desde mi ubicación podía ver como no le quitaban ojo a lo que ocurría tras la cristalera.

La pareja tostada por el sol entró en la habitación oscura, me rozaron al pasar. Se quedaron observando el interior, se fijaron en Quim, Marta y Mayte, se sonrieron y fueron en su dirección, a mí ni me vieron.

Él se quedó detrás de Marta. La rubia, vestida con lencería roja y tacones, se hizo sitio hasta ponerse en el cristal entre Marta y Quim, de espaldas a Mayte.

Los tres la repasaron de arriba abajo ¡iba muy pero que muy sexy!

Mayte se acercó al oído de Marta y le dijo: Ésta quiere guerra, pero aún no se con quién.

La rubia comenzó a frotar su culito contra el cuerpo de Quim. Éste le agarro uno de sus pechos mientras con la otra mano le acariciaba la espalda…, las nalgas. Mayte le tocaba lo que más le llamaba la atención, su precioso culete.

Como Marta no se atrevía, Mayte le animó a que participara, al no decidirse le cogió la mano y se la colocó sobre la espalda de la rubia, tardó poco en saborearla con los dedos. A la rubia se la notaba disfrutar, eso de ser acariciada al unísono por seis manos se veía que la hacía disfrutar.

Marta sintió como una mano comenzó a acariciarle la espalda, era “el amigo” de la rubia, mientras ella le hacía lo propio a la rubia, ¡parecía justo el intercambio!

Quim y Mayte se percataron de mi presencia, me llevé los dedos a la comisura de los labios pidiéndoles que no me delataran. Quería ver hasta dónde era capaz de llegar Marta.

El cuerpo del “amigo” se acercó al de Marta, sus manos recorrieron su cuerpo con su total aprobación. Cuando Marta dejaba de acariciar a la rubia él le animaba a que continuara, hasta que una de las manos de Marta dejó de tocar las nalgas de la rubia para buscar la entrepierna del pantalón del “amigo”.

Una de las manos de él, se deslizó por debajo de su vestido hasta dar con sus braguitas, colándose entre la goma y su carne hasta dar con su parte más íntima. Un suave movimiento acompasado de uno de sus dedos hizo que las rodillas de Marta flaquearan.

Mayte, Quim y la rubia se quedaron mirando al desconocido y en como hizo girar a Marta hasta apoyarla en la cristalera, frente a él, y como su mano izquierda la cogía del cuello mientras la morreaba a la vez que con la derecha la masturbaba por debajo del vestido. Marta, cuando la lengua de él abandonaba su boca, se limitaba a jadear envuelta en sudor.

La rubia hizo que Quim y Mayte volvieran a prestarle atención, les abrazó a ambos y se lanzó hacia la boca de Quim, morreándolo a escasos cms de Mayte, cuando terminó con éste hizo lo mismo con Mayte. Ésta no se cortó, la agarró del trasero y la trajo hacia sí mientras sus lenguas no dejaron de jugar.

Desde mi “escondite” en la penumbra, a pocos metros de ellos debo reconocer que estaba más cabreado que un mono, pero me avergonzaba sentir que a mí me estaban poniendo algo más que nervioso.

Vi que se quedaron hablando, Mayte les propuso ir a una de las habitaciones del piso de arriba. Les pregunté si ¿en algún momento habían pensado en mí? Y me vinieron a contestar que ya los encontraría. La contestación me hizo sentir mal.

Marta se opuso, un poco al principio, pero su amiga le dijo, ¡Tú no has decidido, ya, que te vas a divorciar! ¿Pues que más te da?

Ese fue el empujón que la decantó por ir a las habitaciones.

Los seguí pasando desapercibido, lo cual fue fácil dada la falta de luz, tensión sexual, y gente que había, todos muy “entretenidos”

Subieron las escaleras. Primero, Mayte y la rubia cada una debajo de cada uno de los brazos de Quim, las manos de éste no dejaban de magrearlas.

Marta y “su amigo”, de la mano, hacían por subir peldaños pero se detenían continuamente para magrearse o darse un morreo. Algo que a mí me encendía y no precisamente de pasión.

Al final de la escalera, un pasillo de no más de tres metros estaba jalonado de puertas, entraron en la segunda de la derecha.

Cuando llegué a la altura de la primera puerta, descorrí la cortina para ver lo que ocurría en su interior, ¡Me quedé a cuadros! La habitación era cuadrada, en medio una gran cama -sin almohadas, ni sabanas- sólo el colchón pero muy grande.

Encima de la cama una amalgama de cuerpos desnudos no dejaban de moverse, incapaz de distinguir ¿cuántos había? Ni ¿quién iba con quién?

Alrededor de la misma, bordeando las paredes, figuras sentadas contemplaban el espectáculo. Los más valientes, supuse, se acercaban a la cama a acariciar piel, a robar una felación o penetrar un cuerpo que se les presentara atrayente.

Me sentía avergonzado por estar ahí, nervioso de ser descubierto, temeroso de que alguien del local me expulsara al estar sólo y ser chico, cabreado – muy cabreado - porque mi mujer se lo estaba pegando con un “---“, ignorado, olvidado por los que consideraba en ese momento amigos míos. Pero escuchar los gritos de mujer mientras eran penetradas, sus gemidos de placer, el ambiente cargado de sexo, la luz tenue me empezaron a “poner” mucho.

Pensé: ¡Qué puñetas! ¡De piedra, no soy!

Abandoné la sala, me dirigí en busca de los cinco.

Mayte había descorrido la cortina de la segunda sala, los cinco entraron. La distribución de las dos salas era la misma.

Mayte, Quim y la rubia, se descalzaron, subieron a la cama, ocupada sólo por una pareja y comenzaron a desvestir a Quim, aunque en seguida la rubia se centró en Mayte que parecía le agradara más.

Cuando Marta cruzó el dintel de la puerta junto al amigo, éste le susurró….


“El amigo”: ¿Conoces las reglas de la casa?

Marta: ¿Reglas de la casa?

“El amigo”: Te tengo que cachear antes de entrar, son las normas.

Marta:

¿Me tienes que cachear más todavía? ¿Qué quieres que haga?


La llevó hasta el único hueco libre que quedaba de pared, entre dos parejas semidesnudas. Le dio la vuelta, hizo que apoyara las palmas de las manos en la pared y separó sus pies del zócalo. Las caderas de Marta sobresalieron del resto de su cuerpo “el amigo” a su espalda comenzó el cacheo ante la atenta mirada de las dos parejas que tenían a los lados.

“El amigo” asió con firmeza su nuca con la mano izquierda, Marta sintió el placer de ser dominada, mientras la mano derecha recorría toda su espalda hasta focalizar el “cacheo” en sus nalgas, su cuerpo hizo que su trasero buscara el cuerpo de su “amo” haciendo que sus piernas se separaran un poco más.

“Su amigo” comenzó a desvestirla, sin que ella separara las palmas de las manos de la pared. Sintió como, a su espalda, la cremallera del vestido se abría, como éste comenzaba a separarse de su piel.

Una mano hizo que una de sus palmas dejara escapar uno de los tirantes primero y luego el otro. El vestido cayó al suelo, él lo recogió para lo que ella tuvo que levantar primero un pie luego el otro, el vestido descansó sobre la cama.

Marta apoyada en la pared, indefensa, sentía el cuerpo de su “amigo” pegado a su espalda. Mordiéndole el cuello, la nuca, los hombros mientras sentía como una mano le cogía un pecho, supuso que era la de su acompañante, y la otra la masturbaba por detrás. Hasta que se paró en seco y una voz le susurró desde su espalda… ¡Ven, sígueme!

De la mano se dejó llevar a la cama…

Fue la primera vez que Marta se fijó en la habitación. Vio que Mayte, Quim y la rubia ya estaban jugando sobre la cama, al lado de una pareja que no había visto antes. Apoyadas en las paredes tres parejas no se perdían detalle de lo que ocurría.

Yo lo observé todo desde el exterior de la sala, la cortina estaba abierta, no pude entrar ya que Marta y “su amigo” se habían parado demasiada cerca de la entrada.

“El amigo” hizo que Marta, desnuda, se sentara en la esquina del lado izquierdo de la cama, en el derecho estaban Quim, Mayte y la rubia. Él se quedó de pie frente a ella, se quitó la camisa, se bajó los pantalones a escasos cms de su cara y le dijo: “El resto te toca a ti”:

Los vi tan enfrascados que aproveché para entrar en la habitación, busque la esquina y me pegué a una pareja, como luz casi no había era fácil pasar desapercibido.

Marta le bajó el calzoncillo con las dos manos, muy despacio. Viendo como el bulto que se apreciaba en su interior iba expandiéndose a escasa distancia de su rostro. El pene y los huevos los tenía depilados, el diámetro del primero era generoso aunque sus ojos se clavaron en el grosor y el color rosado de su glande, a Marta le dio la sensación que latía, que le llamaba.

Sin utilizar las manos, Marta, fue acercando sus labios, la besó, sacó la lengua y comenzó a lamerla desde el capullo hasta los huevos, despacito haciéndole sufrir de placer, recreándose en el color rosado hasta que poco a poco la polla de su amigo desapareció en su boca.

Marta comenzó a mover la cabeza, a masturbarlo con la boca. Hasta que el miembro creció más de lo que ella podía llegar a esperar. Se lo sacó de la boca para no ahogarse, lo tomó con la mano derecha, ésta empezó a hacerle una paja mientras con la cabeza inmóvil y la boca abierta, Marta, le lamía el glande cada vez que veía la oportunidad.

La mamada que le regaló al desconocido consiguió captar el interés de todos los de la habitación, sin ella percatarse.

“El amigo” se agachó la besó en la frente y le susurró algo así como…


“El amigo”: ¡No tan rápido, que queda mucha noche!

“El amigo”: ¿A ti cómo te gusta que te lo hagan?

Marta: Me gusta que me dominen, pero también dominar, sentirme protegida, pero también ser una guarra…

¿O no te ha gustado?


La mano del “amigo” le acarició la mejilla, continuó hasta la parte trasera de su cabeza, le agarró fuertemente del pelo de la nuca, le inmovilizó la cabeza y le dijo, ¡cómemela toda, GUARRA! Marta, obediente, separó los labios y comenzó a follarsela por la boca.

Nunca había visto a Marta así, un tío que no conocía le ordenaba hacer ESO y ella obedeciéndole como una perrita sumisa y contenta.

Yo no entendía nada.

Su polla entró tan profunda en su garganta que por un momento pensé que la ahogaba.

Sin soltarla de los pelos de la nuca, su pene abandonó la boca de mi mujer y escuchamos un: ¡Lámeme los huevos preciosa! Lo dijo tan alto que hasta la pareja de mí de derecha me miró, nos cruzamos unas muecas que venían a decir ¡Vaya, vaya!

Absorto me quedé al ver como Marta le cogía la polla con la mano, agachaba la cabeza, sacaba su lengua y se los lamía como se lo habían ordenado. Despacio, de arriba abajo, los besaba, restregaba su mejilla contra ellos… abrió la boca hasta que desaparecieron en su interior.

Me percaté que en la sala había entrado más gente, entre ellos reconocí al grandullón del piso de abajo, el de la gran barriga y terribles manos junto a su señora. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí pero no le quitaba ojo a Marta. No me gustaba nada la energía que desprendía ese barrigudo, parecía que mirara un trozo de carne con el que jugar hasta romperlo, mientras no dejaba de tocarse el paquete groseramente.

Vi a Quim, boca arriba sobre la cama. Como se la estaban chupando, a cuatro patas, a la vez la rubia y Mayte. La primera desde el interior de la cama, su mujer con las rodillas en el borde de la cama y las nalgas fuera del colchón. Pensé que si no iba con cuidado se iba a caer.

Marta y su “amigo” habían cambiado de posición, estaban estirados en la cama, uno frente al otro… comiéndose literalmente. La sombra del grandullón se coló por los pies de la cama recostándose a la espalda de Marta, el colchón se hundió por el peso. Desnudo, ese hombre, todavía me daba más miedo, me aterró verlo ahí por lo que iba a hacer, miré a la pareja de mi lado como pidiendo ayuda y lo que sus caras mostraban era ansia, deseo de ver lo que ese animal pudiera hacerle a un cuerpo tan delicado como el de mi mujer.

Marta se estremeció al sentir como una gran mano le manoseaba el culo con fuerza, haciéndose camino hacía su entrepierna. Sintió unos dedos morcillosos introducirse en su, ya, chorreante vagina.

Mi mujer, huyendo, se apretó todo lo que pudo al cuerpo del “amigo”, susurrándole al oído:


Marta: No, no quiero nada con ese… es muy bruto, me da hasta miedo.

“El amigo”: ¿No es eso lo que te gusta?

Marta: No, yo hago lo que quieras pero con ese no… sino me voy.


“El amigo” le hizo una señal al grandullón, que entendimos todos. Vino a decir que a “fuera de ahí que a la dama no le gustas”. Al grandote no le hizo ni pizca de gracia, pero soltó el cuerpo desnudo de Marta, se puso de rodillas sobre la cama, la contempló y le escuchamos decir: ¡Que buena estás cacho puta! Dándole un azote en el culo.

La pareja de mi vera se quedó decepcionada al verlo abandonar la cama. Yo, me quedé más tranquilo.

Cuando el grandullón regresó junto a su pareja, a esa que no le hacía ni caso, se la encontró, ya no apoyada sobre la pared sino sobre el cuerpo de un hombre desnudo que le magreaba un pecho y cuya cintura no dejaba de moverse de atrás hacia delante.

Pensé que se iba a liar, pero el grandote se limitó a ponerse al lado de los dos, coger una de las manos de su señora, llevársela a su morcilloso pene y hacer que le pajeara con bastante poca delicadeza.

Marta, por el rabillo del ojo, no dejó de seguir los movimientos del grandullón. Yo pensé que me vería por lo que me giré todo lo rápido que pude dándole la espalda. Me quedé frente al chico, su pareja, que estaba entre los dos no dejó de abrazar a su acompañante con el brazo derecho.

Él, de unos cuarenta y pocos, de mí estatura, sólo llevaba pantalones. Ella más joven, más bajita pese a los zapatos de tacón, llevaba un diminuto tanga, ¡NADA MÁS!

Pensé que se enfadarían conmigo, al haberme pegado a ellos.

La sorpresa me la llevé yo cuando ella me pasó su brazo izquierdo por la espalda y me abrazó como a su chico, su pecho se apoyó en mi costado.

¡Qué vergüenza pasé!

Me dije: ¡Es que soy gilipollas!, ¡no aprendo! ¿Cómo me puede dar tanta vergüenza si aquí se viene a esto?

Marta al haber levantado la mirada localizó a su vera a Quim, Mayte y la rubia a su espalda.


Marta: ¿Quién es tu amiga?

“amigo”: Es mi mujer,

Marta: Pues mi amigo está encima de ella follandosela

¡Parece que la vaya a partir!


Todos vimos a la rubia echada en la cama, mirando al techo, con Quim sobre ella “dándole duro” y a Mayte a cuatro patas, sobre la cama, intentando chuparle las tetas mientras una figura masculina, de pié al borde de la cama, de no más de 25 años la estaba montando por detrás.

Cada embestida de las caderas de la figura sobre las nalgas de Mayte superaba en fuerza y violencia a la anterior. Mayte gemía, casi chillaba de placer poniéndonos a todos “malos”.

Entendí por qué Quim y Maite se llevan tan bien en la vida, por qué son tan cómplices y por qué muchos envidiaban su relación.

Por algo que todos sabemos pero pocos hacemos y me incluyo. Se aceptaban como eran ¡cómo eran de verdad!, en TODOS los aspectos de su vida sin dejar sitio a las frustraciones, rompiendo armarios, muros y cadenas entre ellos. Siendo el uno para el otro los únicos actores de su representación, lo demás era sólo attrezzo.

Comprendí por qué Quim estaba “dándole tan duro” a la rubia. La cara desencajada de placer de su mujer estaba entre el pecho de la rubia y la de él, podía oler el placer que desprendía su sudor. El cuerpo de Mayte no dejaba de chocar contra el de Quim, embestida tras embestida, gimiéndole como una loba en celo… pero le gemía a él, a su marido. Mientras un carnoso juguete desconocido se clavaba en su más que húmeda entrepierna.

El ir y venir de gente en la primera sala en la que estuve era continuo. Solían entrar mirar y marcharse… Si lo pienso bien, yo hice lo mismo. En esta sala era distinto, raro eran los casos que no se quedaban a ver el espectáculo.

Yo ya no sabía cómo me sentía. Continuaba cabreado y gustosamente la hubiera liado. Pero mi energía se había acompasado con la de la sala, también sudaba de deseo.

Entró en la sala un hombre latino de unos 35 años desnudo, empalmado y con un preservativo ya puesto. Me hizo hasta gracia, daba la sensación de que iba de caza y tenía prisa. Observó a su alrededor, miró hacia la cama, y se quedó mirando fijamente el espacio libre que había tras la espalda de Marta y el cuerpo de Quim, eso ya no me hizo tanta gracia.

Se dirigió hacia los pies de la cama dispuesto a apuntarse a la fiesta de mi mujer y su “amigo”.

Yo estaba a punto de estallar, entre el cabreo venido a menos, pero cabreo al fin, los nervios y desbordado de excitación me dije… “de perdidos al rio”.

Me interpuse entre el latino y la cama, algo tuve que hacer o decir que no me acuerdo porque abandonó la idea. Me quité la poca ropa que me quedaba y fui yo el que me tumbé tras la espalda de Marta la cual ni se inmutó. Mi mujer estaba frente al “amigo” abrazada, acostado de lado, ella con la pierna izquierda en forma de tienda de campaña y el miembro de él frotándose en su coño...

¡Normal que no se diera cuenta!

A Quim y a Mayte les sorprendió verme. Fueron a decirme algo pero les hice un gesto para que no lo hicieran, me guardaron el secreto aunque sentía que no me quitaban ojo.

Olí a hembra, a hombre, a sexo desenfrenado.

Comencé acariciándole la espalda a Marta, su cuerpo estaba sudoroso, sentí que se estremecía, que hacia el gesto de girar la cabeza hacia mí para ver quién era, pero sólo se cercioró de que fuera un cuerpo normal, no llegó a verme la cara la entrepierna de su “amigo” le convenció que no se girara.


“El amigo”: ¿Si quieres lo echo?

Marta: ¿Tú quieres que se vaya?

“El amigo”: Ya te he dicho que en estos sitios sois las mujeres las que elegís.

Marta: ¿Lo conoces?

“El amigo”: No lo he visto en mi vida, pero parece normal.

Marta:

Sé que quieres que se quede, ¡se te ve en la cara!, ¡Que se quede!

Eso sí, sin goma no os dejo hacer nada a ninguno de los dos.


“El amigo” levantó la cabeza se me quedó mirando, me dio a entender lo de la goma, la llevaba en la mano. Me guiñó un ojo como signo de aprobación. Para Marta yo era un juguete, un “desconocido”.

Me puse el preservativo, pegué mi cintura a la de Marta empecé a frotar mi pene contra su coño, caliente y empapado de fluidos.

“el amigo” se estiró boca arriba, con un movimiento de su brazo hizo que ella se quedara encima a cuatro patas, como una gatita. Me puse tras ella entre los pies de él para dejarles hacer y esconderme de la mirada de mi mujer. Vi, desde primera línea como ella le morreaba, le chupaba el cuello, su lengua descendía por su pecho hasta llegar a su polla tiesa como un mástil. La lamió como el que devora un helado de hielo en el mes de agosto, de arriba abajo y rápido, temerosa de que el calor lo derrita y se quede sin él.

Cuando la situación se estabilizó y Marta se quedó deleitándose de la mamada, me incorporé, la cogí por detrás, de las caderas y empecé a hundirle mi carnosa polla en su dilatada vagina. Despacio, todo lo despacio que pude… quise sentir como su cuerpo se estremecía al entrar, como su concha apretaba mi pene poco a poco.

No me sentí rechazado y eso me dio confianza.

Tanta lentitud, a esas alturas de la noche, no fui capaz de mantenerla. Recuerdo los sollozos de Marta, ante mis embestidas. Había dejado de mamársela a su “amigo”, gimoteaba cosas sin sentido, pude entender…


Marta: ¡Me vais a matar!

Marta: ¡Pero por lo que más quieras, no pares…!

Y algo sobre el cabrón de su marido…


Yo siempre había deseado penetrar a mi mujer por detrás, sí por el culo. Nunca lo conseguí. Me confesó que lo probó con un novio de juventud y no le gustó la experiencia. Siempre respeté su decisión y no insistí demasiado ¡bueno! alguna vez sí pero dejé de hacerlo ya que siempre terminaba en broncas.

Ahora la tenía delante, no veía en ella a mi mujer sino a una hembra a cuatro patas que apoyaba su rostro contra un pene que no era el mío, sin la coordinación suficiente para metérselo en la boca, gritando de placer mientras me la estaba follando yo, “un desconocido”.

Le separé las nalgas, vi cómo se abría su ano delante de mí, me recree observándolo. Salivé todo lo que pude hasta sentir que mi boca estaba llena de espuma. La solté lentamente sobre su ano hasta que una columna de mis fluidos lo unieron a mi boca.

Marta se movió compulsivamente, la sensación de frescor la excitó aún más si cabe. El “amigo” no dejaba de magrearle las tetas y algo que me llamó la atención, era ver como de vez en cuando él le daba tortazos en la mejilla mientras la interrogaba…


“El amigo”:

¿Te gusta GUARRA?

Marta: Sí, siiiiii… no paréis…

“El amigo”: Eres la mejor, ¡ZORRA!

Marta: Síiiii soy una zorra… vuestra zorra


Cuando terminé de descargar mis babas sobre su ano, saque mi pene del interior de mi mujer, empalmado y envuelto en sus fluidos. Lo introduje, con suavidad pero firmeza en su culito. Poco a poco se fue abriendo, con más facilidad de la que me esperaba. Pensé que Marta se pondría de pie y se terminaría todo, pero no fue así.

Cierto es que intentó girarse hacia mí y su mano derecha presionó mi estómago haciendo el amago de separarme, pero lo que me dijo fue:

Marta: ¡Despacio! ¡Despacio!

Impedí que se girara del todo hacia mí cogiéndole del pelo de la nuca, como se lo había visto hacer a su “amigo”, y fui yo quien le movió la cabeza, a placer, hasta poner su boca sobre la abandonada polla de su amigo, cuando vi a mi mujer que abría la boca hice que se la comiera toda, hasta los genitales.

La misma fuerza de la gravedad hizo que lo poco que quedaba de mi miembro fuera de su culito terminara por entrar.

El cuerpo de Marta sufrió una sacudida y con él, el del “amigo” y el mío. La corriente generada nos había soltado una descarga de energía a los tres a la vez.

Escuche como le gimoteaba a “su amigo”:


Marta: ¡que bien folla tú amigo!

“Su amigo”: ¿yo? No lo he visto en mi vida…. Pero me encanta que te guste.

Fueron pocos los segundos que estuve en su interior, pero valieron por toda una vida.

“El amigo”:

¡Déjame a mí, que yo también quiero tirarme a esta gatita!


Le cedí el sitio, a esas alturas ya me daba igual todo, aproveché para cambiarme el preservativo.

Se puso de rodillas sobre la cama, detrás de Marta, igual que había estado yo. La cogió de las caderas y bruscamente la trajo hacia sí, hasta clavarle todo el miembro sin ningún miramiento. Marta saltó de placer soltando un quejido.

La cogí de la nuca, le hice bajar la cabeza tapándole la visión de sus ojos con su propio flequillo. Cuando me aseguré que no veía, me puse de rodillas delante de ella, le pasé mi mano por detrás de la cabeza y una vez fijada acerqué mi pene a sus labios que se abrieron, sin objeción alguna, al contacto de mi glande, hasta que se la metí toda en la boca.

Fueron las culeadas del “amigo” las que movían el cuerpo de Marta. Me limité a permanecer estático contemplando que tras los empujones suaves mi pene casi no entraba en la boca de Marta, pero que cuando “el amigo” se venía arriba mi glande chocaba contra la garganta de ella provocándole pequeñas arcadas que ella aceptaba de buen grado, regalo de su “amigo” y de un “desconocido”.

Los movimientos del “amigo” comenzaron a no ser tan acompasados, más rápidos. Su cara reflejaba que se estaba reprimiendo algo. Las manos de él continuaban agarrando las caderas de Marta, sólo las soltaba cuando le azotaba sus coloradas nalgas. La agarraba con tanta fuerza que mi mujer con una de las manos, con la que se apoyaba a cuatro patas, intentó soltar una de las garras que se clavaban en su cadera. Me dio la impresión que ahí si le hizo un poco de daño por primera vez en toda la noche.

Un fuerte empujón, un espasmo y el “amigo” se quedó inmóvil, su cabeza reposaba apoyada sobre la espalda de mi mujer. Se quedó como desinflado.

Hizo la acción de ponerse en pie, pero Marta le dio a entender que no lo hiciera, por lo que mantuvo su pene inmóvil en el interior de ella.

Si era yo el que controlara la situación podría continuar pasando desapercibido, como así fue. La cogí de la nuca, le inmovilicé la cabeza y me la follé por la boca hasta que hice que sintiera como el preservativo se hinchaba e inundaba su boca de calor.

¡Que agusto me quedé!

Marta tenía los pelos pegados en la cara, entre sudor y fluidos, por lo que le costaba enfocar. Tras vaciarme liberé su boca, le besé en la frente manteniendo su cabeza baja, me puse de pie en la cama, miré a Quim y a Mayte, nos sonreímos y me di cuenta que éramos el centro de atención de toda la sala.

Marta se dejó caer agotada sobre el colchón, su “amigo” se recostó a su lado, boca abajo, con el brazo derecho sobre el cuerpo de ella.

“El desconocido” cogió sus cosas y desapareció por la puerta.


Marta:

¿Aún no me has dicho cómo te llamas?

“El amigo”: Eduardo, me llamo Eduardo.

Marta: El mío...

Eduardo: El tuyo es Marta… Escuche a tus amigos como te llamaban.

Marta: ¡Madre mía con tu amigo! ¡Casi me mata!

Eduardo: Ya te dije que no es mi amigo.

Marta: ¡Hacía tanto tiempo que no me sentía TAN BIENNN!


Se medio vistieron como pudieron en la misma sala.

Marta reparo en que la rubia había desaparecido, Quim echado boca arriba tenía a Mayte haciéndole el amor. Se extrañó al ver al grandullón manoseandole las tetas a su amiga mientras esta le hacía una paja con la mano. Lo importante es que disfrutaban juntos.


Marta: Voy al baño, nos vemos abajo.

Eduardo: Yo termino y voy.

Bajando las escaleras, Marta, se iba recomponiendo los pelos,

Marta: ¡MADRE MIA!

¿Cómo le explico esto a Simón?

Han pasado tres horas y este cagado se debe haber ido.


Una vez en el baño hizo cola, a esas horas del sábado mucha gente había “sudado”, continuó arreglándose.

Me vio salir del baño, le miré a la cara, ya que durante las últimas horas no lo había podido hacer.


Yo: ¡Hombre Marta! ¡Os había perdido!

< Con cara de falso sorprendido>

Marta: Simón, (siempre que está enfadada me llama por el nombre de pila) déjame que vaya al baño

¡TENGO QUE HABLAR CONTIGO!

Yo: Vale, te espero en la barra.

¿Has visto a Quim y Mayte?

Marta: Sí, si… ahora vendrán.

Tú no te vayas que tenemos que hablar.


Me fui a la barra, me senté en un taburete, y pese a no beber alcohol me pedí una cerveza, disfrute de ella viendo a los pocos que quedaban ya en la sala. Me sentía muy, pero que muy relajado… en paz, me gustaba sentirme así.

Marta regresó del baño y vino directa hacia mí, le ofrecí un trago de mi cerveza, se la bebió toda sin respirar. Opté por pedirle una para ella solita.


Yo: ¡Pareces sedienta!

Marta: Sí, bueno… ¡al tema!

Mira Simón, lo de hoy no es más que el resultado de lo nuestro.

Yo: ¿Lo de hoy? ¡No entiendo!

Marta: Mira, ninguno de los tres nos hemos ido del local.

Yo: Eso ya me lo has dicho.

Marta: Hemos subido al piso de arriba y me han pasado cosas que nunca hubiera imaginado.

Yo:

Marta: Te quiero mucho y eres mi mejor amigo, pero no estamos bien.

Yo:

Marta: He encontrado a alguien especial y he vivido cosas que quiero continuar experimentando y que tú nunca entenderás.


Se escuchó en la barra: ¡DOS GYNTONICS!

La voz de Eduardo sacó a Marta de la conversación, se giró y lo vio. Uno de sus brazos rodeaba los hombros de la rubia, más bajita, medio en cueros luciendo zapatos de tacón y diminuto tanga rojo. Marta la miró de arriba abajo. Los pechos de la rubia le parecieron bastante más grandes vistos de cerca. Estaba bien dotada y eso no le hizo mucha gracia.

¡y eso que mi mujer no tiene motivo para quejarse de pecho!


Eduardo: ¡Hombre Marta! Te presento a mi mujer, Mireia.

Mireia: Ya he visto que os lo habéis pasado muy bien,

Marta: Sí, la verdad es que no me puedo quejar, tu marido sabe lo que hace.

Marta: Por cierto, Eduardo, dime ¿quién era el que tú ya sabes?

Pssss ¡no quiero que se me escape!


La cara de Eduardo era un poema, no entendía nada.

Yo, por mi parte, disfrutaba del diálogo de besugos que llevaban. De los intentos de Marta por dejarme al margen

Eduardo:

¡Pues pensé que ya lo habías encontrado tu solita!

Marta me miró, miró a Eduardo y sus ojos se volvieron a clavar en mí.

Se estaba cabreando, no podía contenerse, se notaba. Creo que si no hubiera estado tan relajada se hubiera puesto a chillarme ahí mismo.


Marta: ¡EDUARDO, MIREIA! Os dejamos un momento, que Simón y yo tenemos que hablar.

Yo: ¡De eso nada, guapa! Si quieres hablar, hablamos, pero aquí mismo

¿Para qué demorarlo? seguro que a ellos no les importa después de lo que ha pasado.

Eduardo: ¡Por nosotros no os cortéis!

Yo:

Lo que no pude evitar es que se cabreara…

Marta: ¡Tú lo has querido!, ¿sabes que eres un cabrón y un cornudo?

Comenzó a preguntarme: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?... ¿Por qué?

Yo: ¿Por qué? ¿Qué? No te entiendo mujer…

Y por las caras que ponían Eduardo y Mireia, ellos tampoco entendían nada.

Marta: ¿Porque has tardado tantos años en destaparte?

¿Por qué has permitido que nuestra relación se fuera a la mierda?

Yo: No tengo contestación a tus preguntas, lo que te puedo decir es que ahora te conozco un poco más y creo que tú a mí también.

Y que si tú quieres, solo si tú quieres... este camino lo podemos recorrer juntos.

Eduardo: ¡Bueno tortolitos! nosotros nos retiramos ya. Que parecéis dos quinceañeros.

Marta: Sí ya va siendo hora.


Nos despedimos de ellos. Eduardo me dio la mano muy cordialmente, a Marta un pico mientras le decía ¡Esto hay que repetirlo!

Mireia le dio dos besos a Marta, y a mí me sorprendió con un pico, no me lo esperaba. Se dieron la vuelta y se fueron. No habían dado dos pasos cuando se pararon, Mireia se dio la vuelta y mirándome a los ojos me dijo en voz alta: ¡Tú y yo nos tenemos que conocer!

La mirada que me echó era toda una declaración de intenciones, me puse a temblar como un pajarillo.

Esperando a que Quim y Mayte se dignaran a regresar al mundo real, Marta y yo nos sentamos en una especie de reservado los dos solos.

Comenzamos a hablar de TODO, de nuestros miedos, de lo que esperábamos, de lo que ya sabíamos, de lo que desconocíamos el uno del otro, de lo que se podía y de lo que no se podía hablar.

Es una conversación que comenzó hace dos años y todavía no ha terminado y si de mí depende ¡espero que no lo haga nunca!

Me gusta la complicidad, fruto de la comunicación, que hemos alcanzado entre nosotros.

Como resultado de ella decidimos plasmarla en este escrito, para que a todos aquellos que estén en nuestra misma tesitura no duden nunca en buscar el “puente” hacia la otra parte que permita continuar unidas las dos orillas del rio.

Si lo aquí expuesto os ha servido positivamente nos gustaría a Marta y a mí que nos mandarais un correo explicándonos: ¿En qué os ha ayudado nuestra experiencia? Sería la manera que tendríamos de saber que el tiempo que hemos invertido en contároslo ha merecido la pena.

El email es: espejoacm@gmail.com

A Marta lo que más le costó confesarme, ya que ha tardado más de un año en hacerlo, es lo que sintió cuando la rubia me dijo lo que me dijo y sobre todo cómo me lo dijo…

Sintió miedo de perderme…

Marta y Simón.