¿Cómo se masturba una madre?
Todavía estaba delante del espejo, arrodillada y con mis pechos asomándose, semidesnuda. Lasciva. Mírate, mientras tienes a tu hijo en la guardería, qué vergüenza.
¿Cómo se masturba una madre?
Normalmente, con prisa.
No hay ninguna duda de que ser madre es una de las cosas más maravillosas que puede vivir una mujer. Tampoco da mucho lugar a la duda el hecho de que mamá está muy ocupada y no tiene tiempo para muchas cosas que sí tenía antes.
Una de esas cosas es masturbarme. En la vida adulta de cualquiera hay momentos íntimos y privados que podemos aprovechar para darnos algo de amor propio. Lo complicado de ser mamá es que lo eres a tiempo completo y eso también implica que ese recodo del reloj que podías aprovechar para masturbarte ahora lo tienes normalmente comprometido en cuidar, atender, alimentar o educar a tu hijo.
La educación que recibimos, además, nos hace sentirnos muy nefastas madres si no estamos disponibles. Es muy difícil perder una mano suavemente dentro de tus braguitas durante cinco minutos cuando piensas que, en cualquier momento, puede haber una emergencia. Y tal como nos han educado, cualquier cosa que se le antoje al niño es una emergencia.
El colegio es una bendición. Puedes querer muchísimo a tu hijo, pero eso no evita que valores en su justa medida el tiempo que recuperas cuando está en el colegio. El problema viene cuando trabajas mientras él está en el cole, como viene a ser lo normal. Mi primera masturbación como madre fue gracias a la guardería. Dejé a mi niño allí a primera hora de la tarde y me fui a la compra. Al llegar a casa tenía la intención de aprovechar el tiempo sin niño en casa para organizar algunas cosas, ordenar la casa y preparar la merienda. Mi buen propósito duró poco. Probándome un vestido que acababa de comprarme, de flores, en mi habitación, la idea saltó de golpe. Dejé resbalar las finas tiras de algodón, el escoté cayó suavemente y mis aureolas asomaban por el borde. Una yema suave, un par de gemidos. Lo echaba tanto de menos que al esconder la otra mano bajo el vestido me noté totalmente mojada. Me temblaban las piernas de deseo, así que me arrodillé.
Todavía estaba delante del espejo, arrodillada y con mis pechos asomándose, semidesnuda. Lasciva. “Mírate, mientras tienes a tu hijo en la guardería, qué vergüenza”. Un pensamiento restrictivo, la educación siempre asoma cuando no hace falta. Tuve que luchar contra ello, defender mi derecho a una masturbación libre y sana. Me manifesté con mis dedos en mi vulva, que se derretía con el calor de mis manos. Hice una sentada pacífica sobre mis talones para poder separar un poco las piernas.
Ni recordaba la última vez que me había visto al espejo con mis dedos dentro de mi sexo. Escogí los dos más largos, los destiné a mi interior y empecé a gemir al momento. El maravilloso eco de una habitación cuando gimes a solas contigo misma también era un recuerdo demasiado lejano.
No fue largo. Una madre siempre se masturba con prisa.
Manché la moqueta. Menos mal que pasó de moda y ahora la hemos arrancado, porque la moqueta puede ser la peor enemiga de una madre pajillera. Siempre deja huellas. Para mamá, manchar la moqueta significó hacer otro hueco más en las tareas, más cosas que hacer esa tarde.
Pero había merecido la pena.
Al terminar, organizar algunas cosas, ordenar la casa y preparar la merienda. Y borrar las pruebas.
Recogí a mi niño del cole con bragas diferentes a las que llevaba al dejarle. Sólo yo sabía por qué.