Como se entere tu novio...

Dos amigas pasan un fin de semana de diversión sin sus novios y llegan a conocerse más a fondo.

¡Como se entere tu novio…!

¡Maldita sea! se me ha olvidado el pijama, ya es tarde para dar la vuelta, el taxi está llegando a Barajas y el avión sale en 45 minutos. Que se le va hacer, ya me dejará uno Mónica. El vuelo llega a El Prat sin retrasos, cojo el "rodalia" que me acerca hasta la estación de Sants y allí me espera mi amiga.

Aprovechando que tengo el fin de semana libre y que mi novio no puede, ni quiere acompañarme, decido aceptar la invitación de Mónica para ir a verla a Barcelona.

¡Hola! ¿Cómo ha ido el vuelo?

Hola guapa, muy bien, no se tarda nada, cuando te quieres dar cuenta ya estas aterrizando.

Sí ¿verdad?, ya te lo dije.

Tras 30 minutos de metro llegamos a su casa. Mónica compartía casa con otras dos chicas que no conocía de antes. Elena era la dueña de la casa, a primera vista no me pareció muy habladora, pero era agradable. Ruth hablaba por las dos, afable y extrovertida, no tardó ni un minuto en apuntarse a nuestros planes, fueran los que fueran, para salir el sábado por la noche.

Como estaba cansada del viaje y Mónica había trabajado ese día, decidimos quedarnos en casa y reservar todas las fuerzas para la siguiente noche, en la que estábamos dispuestas a quemar Barcelona, yo al menos, ya que hacía meses que no salía de fiesta sin mi novio, en plan sólo chicas.

Preparamos la cena Mónica y yo, mientras Elena y Ruth se duchaban, nos sentamos en el comedor con una botella de vino Lambrusco y cuatro ensaladas. Elena llevaba aun el albornoz y la toalla liada en la cabeza, Ruth estaba a medio arreglar ya que, según nos contó, había quedado con un nuevo amigo y tenía intención de tirárselo. Me sorprendió lo abiertamente que hablaban conmigo ya que nos acabábamos de conocer. Elena no era tan tímida ni callada como me pareció al principio, lanzaba pullitas a Ruth y no paraba de repetirla lo guarra que era.

Seguro que asustas al chico. Hace una semana que le conoces y la primera vez que quedáis los dos solos te lo llevas a la cama- le recriminó Elena.

¡Jo tía! es que está muy bueno y no se si quiero volver a verle.

Y como no vas a volver a verle, te lo follas como despedida- reímos las cuatro el comentario de Elena – Eres una guarra tía.

Di que sí, haces bien, un polvo y adiós

¡Joder con Angelita! – exclamé sorprendida- Si te oyera Jose

Deja a Jose en paz, no está aquí y Ángel tampoco – se defendió de mi comentario.

Vale, mañana a ligar un poquito y a conocer a unos chicos guapos – contesté más animada.

Mañana tenemos que traernos a un tío cada una – añadió Ruth- a ti, Ana, te toca el sofá.

¡Qué dices tía! ¡Cama redonda! – reímos a carcajadas todas- los ocho aquí mezclados y nos los vamos rulando.

Eso, eso, pero tener cuidado con Elena que es un poco torti – bromeó Ruth- yo no me pondría a su lado que seguro que se equivoca con lo que tiene que chupar.

Ja, ja, ja

La única torti que hay aquí eres tu, cacho guarra, que siempre me miras las tetitas cuando estoy en la ducha – y mientras Elena decía esto, se abrió un poco el albornoz dejándonos ver un pequeño pecho.

Continuamos charlando y riéndonos mientras acabábamos de cenar. Ruth entraba y salía continuamente de su habitación, cada vez con un conjunto de ropa interior o con camisas y zapatos de diseño. Se notaba que era un poco pija y no escatimaba en gastos con la ropa.

No se que ponerme, ¿qué os parece la americana negra? La que deja ver medio sujetador.

Para lo que te va a durar la ropa puesta… - contestó Elena.

Si te lo quieres ligar, ponte una minifalda sin ropa interior – la recomendó Mónica- eso nunca falla.

¿Así te ligaste a Jose? – la pregunte en broma.

No hizo falta tanto, bastó con una falda con tirantes – se notaba que el vino estaba soltándonos la lengua.

Yo utilicé unos pantalones ajustados brillantes – reímos de nuevo.

Ruth se fue dispuesta a triunfar y nosotras tres seguimos charlando de todo un poco pero siempre volviendo al tema de los hombres. Elena sacó un licor que tenía reservado y luego, Mónica, una botella de ron que casi nos acabamos.

Eran más de las cuatro de la mañana cuando nos fuimos a la cama. Me puse un pantalón de pijama prestado, que me quedaba grande de cintura y me caía hasta la cadera, dejando al aire las tiras del tanguita que llevaba debajo y una camiseta de tirantes mía. La cama que compartíamos Mónica y yo era de 1,35, lo suficientemente grande para las dos. Aún seguimos hablando un buen rato de sus compañeras de piso y lo bien que me habían caído.

Cuando estaba cogiendo el sueño, oí como se abría la puerta de la calle y pude reconocer la voz de Ruth y otra de un desconocido. Sonreí para mi interior, ella tampoco iba a dormir sola, si dormía algo.

¡Valla tía! No pierde una oportunidad – susurró Mónica.

Ya te digo, ¿es siempre así?

Casi todos los fines de semana está con uno distinto, desde que dejó a su novio.

¡Qué envidia! Yo no sería capaz – confesé sinceramente.

Sabe divertirse.

Tengo que ir al baño, no me aguanto más.

Como dormía pegada a la ventana, para salir pasé por encima de Mónica y en la oscuridad pude sentirla muy cerca, por la cabeza me pasó la imagen de Jose, le hubiera gustado vernos en esa posición. Intenté no hacer ruido para no despertar a Elena, pero Ruth y su acompañante no tenían tanto cuidado. Del fondo del comedor venían unos débiles pero claros gemidos y entremezclados con estos, se podían distinguir una especie de gruñidos masculinos. Mientras que aliviaba mi vejiga, recordaba divertida los ruiditos de placer. De vuelta a la habitación noté que los bufidos del chico se imponían a los gemidos de Ruth y al entrar en el dormitorio no pude disimular una pequeña risita.

¿De qué te ríes, de los dos ruidosos? – me preguntó Mónica.

Sí, tía ¿aquí también se oyen? – pregunté mientras afinaba el oído.

¡Ya te digo! Ruth le está haciendo disfrutar – volví a pasar sobre ella para ocupar mi sitio en la cama.

Ángel no hace ningún ruido, es súper silencioso.

Jose tampoco, pero ese tío parece una locomotora – reímos durante un segundo y volvimos a guardar silencio para oírles disfrutar.

De imaginarles en plena acción me estaba empezando a excitar, en cierto modo envidiaba no ser yo la afortunada. Si no hubiera estado acompañada, sin duda me habría masturbado. En cambio comenzamos a hablar de temas sexuales, lo cual hizo que creciera aun más mi excitación. Nunca habíamos tratado temas tan íntimos entre nosotras y en cierto modo, me gustó.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos en la cocina, volvimos a echarnos unas risas recordando con Elena la fiesta que tenían montada. Pasamos la mañana y gran parte de la tarde recorriendo la ciudad y visitando los lugares más típicos. A la hora de cenar regresamos para arreglarnos y comer algo antes de salir de fiesta las tres chicas, ya que Ruth no estaba en casa. Me puse una minifalda y una camiseta súper escotada que dejaba mi ombligo al aire, la cual no tenía muchas ocasiones de usar, ya que a mi novio no le gustaba nada que me la pusiera. Elena y Mónica no se quedaron atrás, la primera una falda hasta la rodilla y botas altas y la segunda, minifalda vaquera y una camiseta negra con mucho escote y sin sujetador, como yo.

Después de visitar un par de bares tranquilos, en los que cayeron tres o cuatro cubatas, fuimos a uno más espacioso e ideal para bailar. En la puerta se nos unió Ruth, que había llamado a Elena al móvil para localizarnos. Ya las cuatro juntas, hicimos una entrada triunfal en el local, que estaba repleto de chicos que nos comían con la vista a nuestro paso. Con otra copa en la mano, interrogamos a Ruth sobre su juerguecita de la noche anterior. Esta nos la describió con todo lujo de detalles. Mientras, entre risas y más risas, noté como un grupo de tres chicos se iba posicionando a nuestro lado, sin duda con la intención de atacarnos. Mónica también se dio cuenta, pero decidió ponérselo difícil, me cogió de la mano y me arrastró hasta la pista de baile mientras nos gritaba a las cuatro… - vamos a bailar chicas, que se lo curren un poco si quieren algo.

Comenzamos bailando las cuatro en un corro, salsa, rumba, etc. pero una a una acabamos bailando con los chicos que reunían el suficiente valor para sacarnos. Mónica era la más afortunada, ya que bailaba con un morenazo de piel muy bronceada, que lucía músculos con una camiseta gris muy ceñida. En realidad miraba más al moreno que al tío súper alto con el que estaba yo. Cambiamos de pareja un par de veces todas, menos Mónica que seguía con el guaperas.

Mira a Moni, parece que ha triunfado – Me dijo Ruth al oído, para que no lo oyera mi pareja de baile.

Ya te digo, siempre le toca el más guapo – contesté envidiosa de su suerte.

Acabó la canción y la siguiente que ya sonaba era un regaetón, pero a Mónica le debió parecer demasiado, restregarse con ese desconocido y dándole dos besos le dejó plantado y se puso a bailar conmigo para disfrute de todos los tíos que nos rodeaban. Me sorprendió el entusiasmo que ponía en los movimientos, sin duda el morenazo la había dejado excitada y ahora lo pagaba conmigo. Yo me dejé llevar y la seguí el juego. En un abrir y cerrar de ojos, a nuestro alrededor se creo un corro de tíos babeando por nuestros insinuantes movimientos, que no paraban de jalearnos para que siguiéramos subiendo la temperatura de la pista. Con las caderas bien juntas, nos movíamos al ritmo de la música alternándonos para agacharnos recorriendo el cuerpo la una de la otra con las manos. Los gritos de nuestro público nos obligaron a seguir con el espectáculo durante un par de temas más. Si para los chicos era excitante ver el numerito, no lo era menos para nosotras, el roce de los cuerpos, lo sensual del baile y el deseo que se veía en los ojos de Mónica, consiguió excitarme sobremanera. Ella parecía entregada a la pasión, me hacía dar la vuelta y rozar mi espalda contra sus pechos mientras ella acariciaba con sus manos mi vientre. De repente, para mi sorpresa y para júbilo de los mirones, deslizó sus manos bajo mi camiseta y las colocó sobre mis tetas desnudas, me dejó helada y sin saber como reaccionar. Los chicos estallaron en un enorme estruendo y como si de una boda se tratase, comenzaron a gritar a coro "que se besen, que se besen…" una y otra vez. Ya frente a frente, nos miramos a los ojos y sin una sola palabra, le di mi aprobación. Acercamos nuestros labios muy despacio y nos sonreímos antes de darnos un húmedo muerdo en la boca, breve pero cargado de lujuria.

Poco después salimos las cuatro chicas del local, riendo a carcajadas y recordando cada detalle de las últimas dos horas vividas en el pub. Elena y Ruth no paraban de repetirnos lo guarras que habíamos sido

¡Qué cabronas! les habéis puesto a todos a cien, esta noche van a pensar en vosotras – nos gritaba Elena.

¡Joder con Moni! es peor que yo cuando se suelta la melena – repetía una y otra vez Ruth.

¿No salíamos para pasarlo bien? – se defendía Mónica- Pues eso hemos hecho.

Ja, ja, ja… - reímos todas.

Un taxi nos llevó a casa a las cuatro, solas, pero contentas. Después de desmaquillarme y ponerme el pijama, me metí en la cama con una sonrisa grabada en la cara y un poco excitada por todo lo ocurrido. Mónica no tardó en entrar en la habitación cerrando la puerta a su espalda para que no entrara el gato. Sin parar de hablar de los chicos de la discoteca, empezó a desnudarse para ponerse el pijama. Yo sin ninguna vergüenza, pero con mucha curiosidad ya que no la había visto nunca desnuda, observaba como se quitaba la camiseta dejando al aire dos maravillosos pechos. Eran grandes, más que los míos, pero no exagerados, en el centro tenia unos pequeños pezones que apuntaban al cielo. Al dejar caer la falda, apareció un fino tanga de hilo que no tapaba nada de su trasero. Se puso una camiseta blanca de tirantes y un pantalón de raso color rosa y antes de tumbarse encendió una lamparita en la mesilla y apagó la luz del techo.

Me lo he pasado genial – confesé – me hacía falta salir en plan desfase sin preocuparme por nada.

Y sin novio.

Eso, sin novio, porque con Ángel hubiera sido impensable – reímos las dos – ¿Te imaginas que nos hubieran visto estos dos en la discoteca?

A Jose le hubiera gustado – contestó Mónica.

¿Lo del moreno también? – pregunté maliciosamente.

¡Qué bueno estaba el jodido! Me ha puesto cachonda.

Y tú a mí y a todo el bar. Ja, ja, ja… - reímos de nuevo.

¿En serio te he puesto? – me preguntó curiosa - Mola, eso es que estas necesitada, ¿no habrás dejado de tomar la pasti? Ja, ja, ja… - reímos a carcajadas.

¡Ssssh! van a creer estas que seguimos con el numerito lésbico – la tapé la boca con mi mano.

¿Y eso te importa? – contestó mientras se ponía seria y me cogía la mano colocándola sobre su pecho izquierdo.

Me subió un calor por todo el cuerpo y me puse muy nerviosa sin saber que hacer. La deje quieta donde ella la había puesto y durante un minuto, que me pareció eterno, permanecimos mirándonos a los ojos. Lentamente comencé un movimiento casi imperceptible sobre el pecho, palpando todo su volumen por encima de la camiseta sin romper el nexo de las miradas. Mónica estiró el brazo derecho y posó su mano sobre mi vientre imitando mis movimientos concéntricos, lentamente el círculo se fue ampliando hasta que introdujo la mano bajo mi camiseta rozando levemente la parte inferior de mis senos. Con mi dedo índice, contorneé la parte superior de los suyos, demorándome en ir más allá.

Perezosamente cambiamos de posición para acercar nuestros rostros y dejarlos a escasos centímetros, listos para que una de las dos se lanzara a la locura de las bocas. Esta vez fui yo la que di el primer paso, me moría de ganas de saborear sus besos. Nunca había deseado a una mujer, pero en ese momento la ansiaba más que a nada en el mundo, quería experimentar nuevas sensaciones y no me importaban las consecuencias, ya no había marcha atrás. Rozaba mis labios contra los suyos disfrutando de la suavidad del contacto, con la punta de la lengua humedecía a ratos la unión, topándome con la suya que imitaba mi movimiento. El juego entre las dos lenguas se complementaba con los viajes de mi mano, que ya dentro de su camiseta, pasaba de un pecho al otro sopesándolos y recreándose en la duraza de sus pezones los cuales presionaba delicadamente con dos dedos. Mis tetas también eran objeto de atención de sus caricias, se liberó de la molestia de mi camiseta sacándomela por la cabeza y yo aproveche el parón de nuestras bocas para hacer lo mismo con la suya. Acercamos nuestros cuerpos aun más, mientras volvíamos a los besos, para sentir el roce de nuestros pechos desnudos. Sin duda era una sensación nueva e indescriptible que tensaba mi estomago dejándome casi sin respiración, tuve que separar la boca para poder recoger el aire que me faltaba, lo que aprovechó Mónica para lanzarse sobre mis pezones como un niño sobre una piruleta. Los chupaba y aspiraba con ansia y me llevaba a una mezcla de placer y dolor, mientras con una mano consolaba al seno que quedaba libre.

Deslicé la mano izquierda por su vientre hasta el interior de su tanga, recorriendo con mis dedos el pequeño bosque de vello que cubría su pelvis, seguí bajando hasta encontrarme de lleno con la humedad de su sexo que empapó mis dedos índice y corazón. Suavemente los moví arriba y abajo por el interior de su raja arrancándola suspiros de placer, estaba al borde del orgasmo y yo se lo iba a provocar. Imaginándome que era mi coñito el que acariciaba, humedecí el clítoris con los jugos que emanaban de la vagína, como me gusta que me hagan a mí. Era la primera vez que masturbaba a una mujer, a parte de mí, claro y disfrutaba al ver su cara desencajada por la excitación. Cuando se acercaba al clímax, Mónica abandonó mis pechos y recostó la cabeza sobre la almohada inclinándola hacia atrás y cerrando los ojos dispuesta a saborear todas las sensaciones. Se corrió entre fuertes gritos que intenté silenciar, avergonzada, tapando su boca con la mía.

Dejé mi mano inmóvil sobre su rajita mientras se reponía, al rato abrió los ojos y una sonrisa le iluminó la cara. Se lanzó sobre mí comenzando a besarme el cuello y los pechos, cuando se cansó de mis pezones, empezó a soplarme débilmente en el canalillo y fue bajando hasta llegar al ombligo donde se detuvo un instante antes de continuar bajando. Los nervios me paralizaban el cuerpo, posó su boca sobre el pantalón del pijama a la altura de mi sexo, su aliento traspasaba la fina tela y llegaba hasta mi parte más intima poniéndome como una moto. Con las dos manos agarró la floja goma del pantalón y la tira del tanga, yo levanté el culo de la cama para facilitarle la maniobra y sin esfuerzo me sacó las dos prendas a la vez por los pies, quedando completamente desnuda y con las piernas abiertas delante de su cara. Tras dudar unos segundos, empezó a repartir besos por toda mi entrepierna completamente rasurada como una niña pequeña. Restregaba su cara por mi coñito disfrutando de su suavidad, yo disfrutaba como una perra y aun no había tocado mi clítoris. Con sólo la puntita de la lengua, contorneó la forma de mis labios, deteniéndose en la entrada de la vagína y apretando ligeramente me penetró, yo abrí más las piernas para sentirla bien dentro. Tras repetir la operación tres o cuatro veces, se centró en mi centro de placer, muy despacio, con mucha suavidad, lamió ligeramente mi clítoris una y otra vez a un ritmo muy tranquilo, haciendo crecer dentro de mi una mezcla de excitación e impaciencia, quería que aumentara la presión y la velocidad, pero me avergonzaba romper el silencio que reinaba entre las dos desde que me colocó la mano en su pecho. El orgasmo tardó en llegar, pero gracias a la tensión acumulada por la expectación, fue como una explosión de placer, la más fuerte que había sentido hasta entonces, tuve que taparme la cara con la almohada para disimular los gritos de placer incontrolados que salían de mi. El gozo que puede provocar una mujer a otra no es comparable al sexo convencional con un hombre.

Mónica se quitó la ropa que aun le quedaba y se tumbó a mi lado pasando la pierna derecha sobre la mía, su sexo quedó sobre mi muslo y noté una humedad que delataba su excitación. Comprendí la indirecta, no hacían falta las palabras entre nosotras. Esta vez fui yo la que hundió la cabeza entre sus piernas devolviendo el placer que ella me había regalado, nunca había probado el sabor de una mujer y ese gustillo intenso me enganchó y me volvió a excitar. Me giré y coloqué mi chochito sobre su cara, en un mágico sesenta y nueve recibía y producía placer por partes iguales. Cuando noté que estaba ya a tope, introduje un dedo en su coñito y lo moví a dentro y a fuera con un ritmo descontrolado, sabía cuando alcanzaba el éxtasis porque paraba de chuparme, volviéndome loca, consiguiendo que aumentara el ritmo de mi lengua para que acabara rápido y continuara lamiendo mi clítoris. Los orgasmos se sucedieron sin parar, yo tenía dos dedos penetrándome y ella tres. Acabamos rendidas y agotadas, tendidas boca arriba, cada una en un extremo de la cama sudorosas y con las piernas y las bocas pringadas de fluidos.

Esa noche dormimos a pierna suelta sin dirigirnos la palabra. A la mañana siguiente, Elena y Ruth no se atrevían a preguntarnos por los ruidos que oyeron en la habitación.

Cuando nos despedimos en la estación de cercanías, nos invadió un ataque de risa, liberábamos la tensión acumulada mediante carcajadas histéricas que hacían que la gente de nuestro alrededor se girase a contemplarnos. Lo único que acerté a decirla fue… ¡Cómo se entere tu novio!

FIN