¿Como se comió el lobo a caperucita?

Mi visita al pueblo de mis abuelos no resulta ser como yo me lo había imaginado.

-             ¿Lo tienes todo? -preguntó mi padre metiendo mi maleta dentro del coche.

-             Si.

-             ¿Seguro?

Rodee los ojos.

-             ¡Por dios, papá! Que nos vamos a ver a los abuelos al pueblo. No creo que necesite mucha cosa más.

-             Eso dices siempre y al final cuando llegamos a los sitios me das el sermón de que se te ha olvidado algo.

-             Bueno… pues esta vez no es así, ¿vale?

Mi padre me miró inquisitivamente, pero no dijo nada. Me hizo un gesto queriéndome decir “tú sabrás” y finalmente cerró el maletero.

La verdad es que no me hacía especial ilusión ir a ver a mis abuelos. Llevaba más de un mes sin verlos y estaba claro que los echaba de menos, pero era un pueblo tan pequeño que no había nadie de mi edad, solamente los ancianos que trabajan en el campo, entre ellos mis abuelos y a veces me aburría soberanamente.

Lo único que me gustaba del pueblo era el frondoso bosque que había justo al lado de su casa. Me recordaba un poco a los bosques de las típicas películas de terror americanas, con la única excepción de que a mí no me daban nada de miedo, sino más bien curiosidad. Me pasaba gran parte de las tardes andando dentro de él intentando encontrar animales salvajes o haciendo fotos a las flores.

Había estudiado naturopatía, así que era lógico que adorará todo lo relacionado con las plantas y sus diversos usos.

Aunque también, era lo único divertido que podía hacer.

Cuando era pequeña aguantaba al lado de mis padres, pero con el paso de los años cada vez se me hacía más insoportable escuchar las mismas historias una y otra vez, por lo que me las pasaba ayudando a mi abuelo en el campo y luego hacia mi vida de ermitaña en el bosque.

-             Tengo muchísimas ganas de ver a la abuela -dijo mi madre interrumpiendo el silencio del coche.- Quiero contarle las nuevas aventuras que ha tenido la señora Ramona.

-             ¡Por dios, mama! Deja ya de hablar de Ramona.

-             ¡Uy! Pero es que, ¿no lo sabes? -preguntó con los ojos como platos girando la cabeza. -Su hijo se ha divorciado. Al parecer le puso los cuernos su mujer con media plantilla de trabajo. ¡Menuda guarra!

-             ¡Mama! Ramona es una señora de 70 años y su hijo tiene 40. Sinceramente me da igual lo que su mujer haya o dejado de hacer.

-             Si… si… pero es que en menuda se han metido ahora con el niño de por medio… -insistió ignorándome completamente.- Y ahora con la manutención… madre mía…   encima creo que se ha quedado en el paro. ¿Tú te lo puedes creer? -pregunto mirando a mi padre.

-             Me lo empiezo a creer después de seis veces que lo he oído. -suspiro sin apartar los ojos de la carretera.

Mi madre siguió con su retahíla un kilómetro más. Me puse los cascos intentando apaciguar el dolor de cabeza que amenazaba con aparecer.

Mis abuelos vivían a tres horas de nuestra casa, no era mucho, pero si lo suficiente como para querer saltar del coche si mi madre seguía con su sermón “cotillil”.

Nada más ver cómo el paisaje iba cambiando de un gris apagado a un verde esperanza me di cuenta de que no quedaba mucho para llegar.

Algunas veces me daban una envidia tremenda mis abuelos, ellos allí en la naturaleza, con esos campos que invitaban a respirar el aire fresco y yo en la contaminación de la ciudad con sus edificios apagados y el bullicio de los coches.

Diez minutos más tarde mi padre estaba aparcando en una casa de ladrillo antiguo, que a pesar de las apariencias ya había aguantado varias generaciones en ella.

Mis abuelos estaban esperando en la puerta con una sonrisa en la cara.

Salí del coche y fui directa a abrazarlos. Me encantaba el olor a lavanda que desprendían sus ropas.

-             ¡Mi niña! -gritó mi abuela

-             ¡Pero mira quien tenemos aquí! -prosiguió mi abuelo

Nos dimos un abrazo afectuoso. Se notaba que estaban encantados de tenernos allí.

-             ¿Cómo ha ido el viaje?

-             Bueno… podría haber ido mejor -susurre mirando de reojo a mi madre, que estaba cogiendo las maletas.

-             Uy estupendo. Si hasta se me ha hecho corto, ¿A que si? -respondió mi madre mirando a mi padre.

Este asintió con desgana.

-             Si, si. Cortísimo.

Mi abuelo se rio mirandoles. Conocía de sobra a su hija como para saber que el viaje había sido un completo infierno para nosotros.

-             Samanta, ¿te vienes conmigo al campo? Quiero enseñarte los hijillos que ha tenido nuestra Marla.

Me guiño un ojo cómplice.

Yo vi una oportunidad de librarme de ellos, no me lo pensé ni un segundo.

-             Claro abu.

Nos fuimos detrás de la casa, donde mi abuelo tenía una vaqueriza. Marla era la primera vaca que habían comprado mis abuelos y la tenían un cariño muy especial. Además había costado mucho que se quedara preñada, por lo que ahora después de parir y ver que los terneros estaban sanos, estaban aún más contentos.

Mire a través de la valla a Marla, estaba dando de mamar a los terneros y les lanzaba miradas de cariño.

-             Esta muy bonita -susurre

-             Tu si que estas bonita, cariño. ¿Que tal la vuelta a casa?

-             Bueno… ya me había adaptado a ser independiente, pero que se le va a hacer… es lo que hay.

-             Siento lo que paso con Fran.

Mire a mi abuelo. Se había apoyado a mi lado y estaba observándome.

-             No tienes porque pedirme perdón, abu. Fue él el que me puso los cuernos, no tú.

-             Te juro que si le hubiera tenido delante yo…

-             Bueno… bueno… -moví la mano quitándole importancia. -lo hecho, hecho está. Ya no se puede arrepentir una.

-             Ya pero, aun así, hija…

-             Venga ya, ¡eh! -le corte. -he venido aquí a veros a vosotros, no a recordar lo que me hizo un imbécil.

Me sonrió con dulzura.

-             Pues tienes razón. ¡Oye! ¿Qué te parece si me ayudas a limpiar las cuadras y luego nos tomamos una limonada bien fresquita?

-             Me parece un buen plan -conteste con una sonrisa de oreja a oreja.

Estuve toda la mañana ayudando a mi abuelo a ponerlo todo a punto, después de tres horas sin parar, sudada y cansada del madrugón que me había pegado decidimos parar a descansar y comer.

En la casa ya estaba la mesa de la comida puesta. Mis padres ya habían subido y ordenado las maletas y estaban ayudando a mi abuela a terminar la comida.

-             ¡Ya te vale, Julián! Acaba de llegar la niña y ya la estas explotando -gruño mi abuela colocando una bandeja enorme de chuletas de cordero con patatas en la mesa.

-             Yo no exploto a nadie, mujer. -dijo riendo, sentándose en la mesa.

-             Que no dice… pero si mira como viene la chiquilla, está más roja que las amapolas. -replicó señalándome.- Y no me seas guarro. ¡Vete a lavar las manos antes de comer!

Mi abuelo y yo nos miramos y no pudimos por menos que soltar una carcajada.

Como nos había ordenado la abuela nos aseamos y nos sentamos en la mesa.

La comida como siempre estaba buenísima y a la media hora empezó a entrarme una modorra considerable.

Después de ayudar a lavar los platos les dije a todos que me iría a la habitación a dormir un poco. Estaba reventada, pero aun así quería salir más tarde al bosque.

Dormí como un lirón y estoy segura de que si no me hubiera puesto una alarma para más tarde no me habría despertado hasta el día siguiente.

Bostece levantándome. Oía ruidos en la parte inferior de la casa. Seguro que ya estaba mi madre cotilleando con la abuela. Baje las escaleras encontrándomelas sentadas en la cocina charlando.

Rodee los ojos. No me equivoqué en absoluto.

-             ¿Y el abuelo y papa? -pregunte acercándome a ellas.

-             Se han ido a echar la partida con Ambrosio.

-             Ah, vale. Bueno pues yo creo que me voy a ir al bosque a dar una vuelta. A ver si encuentro alguna planta nueva.

-             ¡Ay, hija! No me gusta que vayas al bosque tu sola -se quejó mi madre. -A saber, que te puedes encontrar por ahí.

-             ¡Oh, venga mama! No seas exagerada. He ido mil veces al bosque y no ha pasado nada.

-             Eso no significa que me guste.

-             Bueno, mujer… déjala que haga lo que quiera. -replicó mi abuela con una sonrisa.- No ves que aquí no hay nadie de su edad y se aburre…

-             Ya, pero no se…

-             Venga mama. Si voy a llegar antes de que te des cuenta…

-             Buuff. Está bien. Pero no tardes mucho que ya sabes que anochece enseguida.

-             Que si… -suspire cansada.

Metí en una bolsa de tela alguna fruta y como no mi manual de bolsillo de plantas que siempre me acompañaba a todos lados y emprendí camino hacia el bosque.

La verdad es que era una suerte que estuviera justo al lado de la casa de mis abuelos.

Empecé a caminar observando como los pinos y abetos comenzaban a ocupar casi todo el campo de visión. Oía algún pájaro por encima de ellos, pero estaba tan tupido todo que no lograba verlos. Llegó un punto en que ni siquiera podía ver la casa de mis abuelos, solamente bosque, el crujido de las ramas secas al pisar, el murmullo de algún riachuelo próximo e incluso el zumbido de alguna avispa al pasar por su lado.

Me encantaba ir al bosque. Era como algo mágico, que me daba una paz y calma inmensa.

Me senté en las raíces de un encino y saqué mi pequeño libro de plantas. Estaba segura de que la planta enfrente mía era una hierba de san juan, pero siempre me había gustado cerciorarme antes de recolectar alguna.

Me encontraba tan concentrada en mi libro que no me di cuenta del crujido de unas ramas cercano a mí. No fue hasta que oí un ruido detrás de mí que me di la vuelta de golpe.

No había nada.

Mire a mi alrededor buscando el origen del ruido, pero nada. El bosque volvía a estar con su calma natural.

pensé.

Quizás había sido algún conejo que se habría asustado al oírme, aun así no me sentía muy segura allí, así que me levanté, me sacudí los pantalones y me fui a otra zona del bosque.

Unos cinco minutos después estaba entrando en mi parte favorita del bosque, había un pequeño riachuelo con algunas rocas que captaba la luz del sol. Cerré los ojos oliendo a hierba mojada.

Un ruido de pisadas hizo que abriera los ojos de golpe girándome sobre mí misma.

-             ¿Pero que coño? -susurre mirando a todos lados

Nada. No había nadie.

Me estaba empezando a asustar.

-             ¿Abu? -pregunte alzando la voz. -¿Papa?

Silencio.

Dios cómo odiaba las películas en las que el protagonista gritaba bajando por un sótano si había alguien allí.

-pensé observando el lugar. Está claro que, si hay alguien allí, no te va a responder.

Me coloque mi bolsa en el hombro dispuesta a irme. No sabía qué coño había sido ese ruido, pero lo que estaba claro es que no iba a quedarme para averiguarlo.

Iba a emprender el camino de vuelta, cuando un golpe en la cabeza me hizo caer al suelo. No me dio tiempo a poner las manos, menos mal que la hierba amortiguo un poco la caída, sino el golpe hubiera sido peor.

Intenté girarme para ver a mi agresor, pero la cabeza me daba vueltas. Empezaba a ver todo borroso. Quería levantarme, pero mis brazos no respondían, como pude gire mi cabeza. Lo único que vi antes de desmayarme fueron unas botas negras acercándose a mí.

Después, nada.

Desperté lentamente. Me dolía terriblemente la cabeza. Intente llevarme las manos a la cara, pero algo me lo impedía.

Abrí los ojos como platos. Recordaba el golpe del bosque. Mire a mi alrededor. Estaba como en una especie de nave. A mi alrededor solamente había una mesa y una silla de metal.

Volví a intentar mover mis brazos, pero nada. Estaba atada a una especie de tubería y cada vez que hacía fuerza me dolían las muñecas.

¿Hola? -grite oyendo mi propia voz volver en forma de eco.- Por favor… ¿Hay alguien ahí?

Oí un ruido fuera. La puerta de hierro comenzó a moverse. Agudice mi vista tratando de ver algo, pero un rayo de sol me dio de lleno en la cara.

-             Vaya… vaya… la bella durmiente ha despertado, por fin.

Volví a abrir los ojos. Habían cerrado de nuevo la puerta y un hombre con un pasamontañas me observaba a metro de mí. Iba vestido con unos pantalones vaqueros, unas deportivas y una camiseta blanca que se ajustaba a sus músculos. Debía medir 1,80 o así.

Sumado a ese pasamontañas, le confería un aspecto imponente y aterrador, que hizo que todo mi cuerpo se pusiera en tensión.

-             ¿Que… que quieres de mí? -tartamudee arrimando mis piernas al pecho en un claro intento de desaparecer.

-             Pero mira que ratita he encontrado en el bosque…-susurro para sí mismo acercándose lentamente hacia mí. -¿No te han dicho tus papis que no hay que caminar sola por el bosque? -preguntó cogiéndome de la cara obligándome a mirarle.

-             Por… por favor…

-             Shhhh….

Se puso un dedo en los labios mandándome callar. Sentí en mis mejillas como se iban deslizando mis lágrimas.

Se pasó la lengua por los labios, relamiéndose. Tenía una mirada de locura y depredador que no había visto en mi vida.

-             No… no me hagas daño… por favor…

-             Mmm… bueno… eso depende de lo bien que te portes. -dijo soltándome, metió la mano en su bolsillo. Cerré los ojos esperando lo peor. -¿Te gustan las manzanas?

Abrí los ojos. Tenía una manzana roja en su mano derecha. Le mire confundida.

-             ¿Sabes? Siempre he pensado que una de las cosas que llevaba caperucita en su cesto serían manzanas rojas. Es algo muy de cuento, ¿no?

-             ¿Qu...que?

-             No me has respondido. ¿Te gustan las manzanas?

No conteste. Estaba completamente bloqueada. Era lo último que esperaba que me dijera mi captor.

Su mirada cambio a una de furia y rápidamente se acercó a mi dándome un guantazo.

-             He dicho que si… ¿TE GUSTAN LAS MANZANAS? -grito a milímetros de mi cara.

Di un respingo asustándome. Asentí rápidamente.

-             Bien… bien… ¿has visto? No es tan difícil contestar…

Volví a asentir mirándole con los ojos llorosos. Se había vuelto a alejar un palmo de mí.

Bien. Y ahora que nos estamos entendiendo mejor, vamos a jugar a un juego… -dijo sonriendo, poniendo la manzana encima de la mesa. -el juego se llama “¿Como se comió el lobo a caperucita?”. Es muy sencillo ya lo veras… lo único que tienes que hacer es obedecer todo lo que yo diga. Sino… bueno… el bofetón que te he dado será una delicia en comparación con lo que te haré, ¿entendido?

-             Si… si…

-             Buena chica. -se acercó a la puerta. No me había fijado, pero había una bolsa apoyada en la pared, justo al lado. Cogió la bolsa y se acercó a mí. - Esto es lo que va a pasar… te voy a soltar y te vas a poner lo que hay dentro de esta bolsa. Pero… te advierto. Si intentas cualquier cosa… repito cualquier cosa te arrepentirás. ¿Me he explicado con claridad?

Asentí.

Saco de su otro bolsillo una navaja y se acercó a mí. Me tensé, pero simplemente cortó las bridas de mis muñecas.

Una vez suelta me masajee las marcas. Le observe todavía desde el suelo. Se le endureció la mirada.

Tragué saliva y cogí la bolsa a mis pies. Mire dentro.

<¡Por dios! Este tío está completamente loco> -pensé sacando lo que parecía ser un disfraz de caperucita roja.

-             Venga. No tenemos todo el día.

-             Yo… ¿tengo que ponerme todo esto?

No contestó. Se limitó a apoyarse en el borde de la mesa con los brazos cruzados.

Me limpié las lágrimas y me puse de pie con el disfraz en las manos. Observe la navaja en la mesa justo al lado de él.

Intenté girarme para desnudarme, pero enseguida me lo impidió.

-             No. no. Quiero verte bien.

Otra lagrima se deslizo por mi mejilla.

Lentamente me fui quitando la camiseta y los pantalones quedándome en ropa interior.

-             ¡Vamos! ¡Deprisa! Quítatelo todo.

Se notaba que estaba disfrutando. No paraba de tocarse el bulto de sus pantalones, que desde donde yo estaba se veía enorme. Cerré un segundo los ojos dándome interiormente fuerzas y me quité lo que faltaba. Empecé a vestirme rápidamente, poniéndome un vestido blanco y la capa roja.

No me quite las deportivas, aunque tampoco parecía importarle demasiado.

-             Mmmm…. si, muy bien. ¿Adivinas quién va a ser el lobo?

No conteste.

-             Bien. ¿Empezamos? El juego se basa en no dejarte coger por el lobo. Te voy a dejar ir y voy a darte un tiempo prudencial para que puedas escapar. Si consigues llegar hasta el pueblo sin que te haya cogido, tú ganas.

-             Y… ¿y sí? ¿y si tú me coges?

Sonrió maliciosamente.

-             Bueno… si yo te cojo… -se acercó a mi haciendo que diera un paso hacia atrás. -Te follare de todas las formas posibles.

Trague saliva.

Definitivamente estaba como un cencerro.

-             ¡Bien! ¿Preparada?

-             ¿Y si me niego a jugar? -pregunte en un vago intento de hacerme la valiente.

Su sonrisa se amplió.

-             Bueno… si te niegas te follare igualmente. De las dos formas yo gano. Aunque en la primera tú tienes una posibilidad. Mínima. Pero una posibilidad.

Le miré con odio.

Estaba claro que él era mucho más fuerte que yo, pero tenía como ventaja que conocía el bosque como la palma de mi mano.

-             Cuando cuente tres, ¿vale?

Asentí alejándome poco a poco de él.

-             Tienes treinta segundos de ventaja. Yo no los desperdiciaría.

Empezó a contar, nada más pronunciar el tres comencé a correr. Abrí la puerta como pude y salí de allí sin mirar atrás. Mientras corría no paraba de observar a mi alrededor, estaba por una zona que conocía.

Sonreí.

Solamente estaba a veinte minutos de la casa de mis abuelos.

Empecé a correr más rápidamente cogiendo impulso. Mis pisadas no me dejaban oír si estaba cerca. En uno de los giros me agarre a un árbol mirando detrás de mí.

No había nadie.

No estaba muy segura de si cumpliría su palabra de esperar treinta segundos, pero no quería arriesgarme. Cogí aire y emprendí mi marcha de nuevo.

Diez minutos más tarde veía mi libertad mucho más cerca. Cogí carrerilla, pero cuando iba a saltar una rama caída un empujón hizo que cayera de golpe.

-             Mmmm…. caperucita… caperucita…. ¿dónde vas tu tan bonita?

Intente soltarme de él arrastrándome, pero tenía mucha más fuerza que yo.

Grite pidiendo auxilio, pero incluso yo sabía que estábamos muy dentro del bosque aún como para que alguien me oyera.

Me dio la vuelta. Sujetándome las manos por encima de la cabeza.

-             No…. no por favor… -suplique cerrando las piernas.

Sonrío viendo mi nulo intento de escapada. Abrió con sus piernas las mías.

-             Mmmm… veamos lo que esconde caperucita aquí abajo.

Con una mano se desabrocho el pantalón. Moví las piernas tratando de impedir lo inevitable.

Acercó su cabeza a mi cuello mordiéndolo con saña. Grite de dolor, lo cual aprovecho para metérmela de golpe.

No estaba mojada y fue como si me metieran una lanza ardiente.

Lloré desconsolada.

Lamió la zona donde me había mordido.

-             Dios… que apretada estas niñita… -susurro cerca de mi oído.

Cerré los ojos con fuerza.

Aún no se había movido y el dolor inicial iba poco a poco menguando. Después de unos minutos más comenzó a moverse. Me embestía con rabia provocando que el dolor volviera a aparecer.

-             Como me pones guarra…

Acercó su cabeza a la mía. Intenté apartarme, pero me sujetó la cara obligándome a besarnos. Intente resistirme cerrando la boca, pero finalmente logró meterme su lengua hasta la garganta. Chupo y beso mi boca cuanto quiso sin parar de penetrarme.

Había dejado de llorar y ya no me dolían tanto sus embestidas, incluso abrí más mis piernas sin darme cuenta.

No sabía qué narices me estaba pasando, pero me estaba empezando a gustar.

-             Mmm… ya no lloras, ¿no? Claro que no. Sabía que te gustaría… mi caperucita. -susurro con sus labios a milímetros de los míos.

-             No… no…

No quería que me gustara. Pero qué narices me estaba pasando. Estaba siendo violada y mi cuerpo se estaba empezando a excitar. No comprendía nada.

Comenzó a embestirme aumentando la velocidad, no quería, pero pequeños jadeos se escapaban de mi sin poder evitarlo.

Veía su sonrisa de suficiencia.

-             Pero ya sabes lo que dicen de los animales… ¡Que son unos salvajes!

No entendí que quería decirme hasta que lo viví en mis propias carnes. Se separo de mi sacando su miembro y sin apenas darme cuenta me había dado la vuelta colocándome a cuatro patas.

-             ¿Que… que vas a hacer?

No contestó. Sentí un escupitajo en mi culo. Intente escapar esperando lo peor, pero me sujeto fuertemente. Apenas salió de mi un grito cuando empezó a penetrarme el culo, creo que me quede sin voz de la impresión.

Lo que sí sentí fue un dolor brutal por todo mi cuerpo. Nunca había sentido nada parecido. Era como si un tubo enorme se estuviera metiendo por mi recto, que prácticamente era lo que estaba pasando.

Llore pidiendo que parara.

-             Buuf… ¿parar? Si ahora es cuando mejor se está… mmm….

-             Por favor… no…

Empezó a moverse saliendo de mi para volver a entrar manteniendo su glande dentro de mí en todo momento.

Sentía pequeñas piedras clavándose en mis manos y rodillas. Mi cuerpo temblaba en cada embestida y yo no podía parar de quejarme a cada golpe.

Note una mano deslizándose por mi vagina, aún húmeda por el placer de antes.

Apoyó su cuerpo en mi provocando que las embestidas fueran más profundas, pero por alguna extraña razón el dolor antes insufrible iba apagándose poco a poco hasta tal punto de que un nuevo placer comenzaba a nublar mi mente.

-             Vamos… eso es… muévete…

Sus dedos no paraban de acariciarme en ningún momento. Sentía como mis fluidos iban resbalándose por mis muslos.

Empecé a gemir de nuevo, su calor y los pequeños susurros en mi oído me estaban volviendo loca.

-             Mmmmm…. joder….

Sentí su polla temblar dentro mía y no pude aguantarlo más. Con un último grito me corrí en el mejor orgasmo que había tenido en mi vida.

Caí al suelo.

Se levantó cogiéndome de muñeca metiéndome de golpe su polla en la boca.

-             Chupa… eso es…

Obedecí como un autómata. Saboree esa polla que había estado en mi vagina y en mi culo, sin importarme en absoluto.

Lamí alrededor de ella y un minuto más tarde sentí como se estaba corriendo en mi garganta.

Cogió mi pelo con una mano obligándome a metérmela entera y a pesar de mis arcadas no pude hacer otra cosa que tragar todo lo que quisiera darme.

-             Buff… ¡madre mía! Tenemos que repetir ese jueguecito que tenemos… de momento te dejare ir con la abuelita, quizás la próxima vez me disfracé de ella. –dijo riendo refiriendose al cuento de caperucita roja.

Me separe de su polla tosiendo. Le mire. Aún conservaba esa sonrisa de suficiencia.

Sentí un pinchazo en mi cuello. Lo último que vi antes de desmayarme fueron sus ojos de lujuria prometiéndome volver a verme.

Desperté al lado del riachuelo. Me dolía todo el cuerpo, pero no sabia como, ya había recuperado mi ropa.

Mire a mi alrededor, pero no había nadie.

Me puse de pie como pude. Un ruido a mi espalda me hizo dar media vuelta.

No había nada.

Cogí corriendo mi bolsa y salí de allí.

Lo último que oí, cuando ya vi la casa de mis abuelos cerca, fue un aullido de lobo seguido de una carcajada.