Cómo se arregla un corazón roto vii

Que sorpresa le espera a byron al tratar de llevarse a desire con su hermano. ahora los hermanos simoneaux seran acusados de secuestro pero los podran condenar?

Cómo se arregla un corazón roto

Ali Vali

—Bueno, ahora ya podemos entrar. Tú no te despegues de mí y prepárate para sacar a Desi en cuanto la encontremos. No te pares a hacer preguntas, cógela y sal pitando antes de que la poli pueda responder a cualquier llamada que haga alguien de la casa. ¿Entendido? —preguntó Byron. Mike indicó asintiendo que lo entendía, al tiempo que le aumentaba el ardor de estómago. Aunque había cometido algunas estupideces a lo largo de su vida, ninguna de ellas lo había enviado a la cárcel, pero ésta podría ser la definitiva.

Cortando el suministro eléctrico para entrar en la casa, Byron esperó hasta que vio cómo se apagaba la luz verde del panel de la alarma situado junto a la puerta trasera, indicando que ya podían entrar. Tras romper uno de los antiguos paneles de cristal emplomado de una de las ventanas de abajo, metió la mano, corrió el pestillo y la abrió. Tras escuchar por si alguien de la casa daba señales de vida, Byron le hizo un gesto a Mike para que lo siguiera en cuanto se deslizó por la ventana.

Al mirar a su alrededor, advirtió que estaban en una especie de estudio, por los libros que cubrían las estanterías de la habitación. Siempre me he preguntado cómo eran estas mansiones por dentro , pensó Byron mientras pasaba de una habitación a otra en busca de las escaleras.

En el piso de arriba, uno de los cuerpos dormidos se dio la vuelta al oír algo fuera de lugar de forma inconsciente. ¿Eso que ha sonado era un cristal al romperse? se preguntó la mujer.

—Cielo, despierta, creo que hay alguien abajo —dijo la mujer menuda, intentando despertar a su acompañante durmiente.

—Abajo no hay nadie, tesoro. Puse la alarma antes de acostarnos —contestó la voz grave cerca de su oído.

Antes de subir por las escaleras, Mike se pasó un momento por la cocina para abrir la puerta trasera como vía rápida de escape cuando encontraran a Desi. Al posar el pie en el primer escalón, rezó para que la vieja escalera no crujiera, despertando a alguien. Cuando llegaron al primer piso, se detuvieron para dejar que se les acostumbraran los ojos a la escasa luz que había en el largo y oscuro pasillo, tratando de adivinar en qué habitación estaba Desi. Pensaron que lo más fácil era empezar por el fondo y volver hacia las escaleras. Los dos hermanos avanzaron en silencio hasta la gran habitación del final del pasillo.

Plantado en medio de la habitación, Byron se fijó en la cama y se dejó arrebatar por la ira. Había dos cuerpos desnudos tumbados allí y ahora estaba muy claro por qué Desi quería un divorcio: había encontrado a un ricachón que la mantuviera con lujo y por eso ya no lo necesitaba a él.

—¡HIJA DE PUTA! —gritó a pleno pulmón, provocando un movimiento repentino en la cama. Sin volver a pensar en mantener el silencio, el furibundo hombre se adelantó y echó una sábana por encima de la mujer menuda que estaba en la cama. Intentó no hacer caso del evidente olor a sexo que le llegó cuando la arrancó de la cama: ya habría tiempo para pensar en eso más tarde. Cargándose al hombro a la pequeña mujer, Byron fue hacia la puerta, pero gritó otra amenaza al cruzar el umbral—: No te acerques a mi mujer, gilipollas.

—¿Pero qué demonios está diciendo? Vuelva aquí, idiota, no sabe con quién se enfrenta —gritó el hombre, que echó a correr desnudo detrás de los dos hombres que habían asaltado su dormitorio. Ninguna de las luces de la casa funcionaba cuando fue accionando los interruptores mientras bajaba corriendo las escaleras detrás de los dos, tratando desesperado de alcanzarlos antes de que huyeran de la casa con su mujer. Al pasar ante la bandeja donde dejaba su cartera, las llaves y el móvil, el hombre cogió el teléfono y salió corriendo por la cocina, adentrándose en la noche detrás de su mujer. Sin pararse a pensar que estaba desnudo y gritando fuera de su casa, conectó el móvil y llamó al 911.

—911, operador, ¿en qué puedo ayudarle? —preguntó la cansada voz del otro lado cuando se estableció la llamada.

—Soy el juez Jude Rose. Necesito que envíen a la policía a mi casa inmediatamente. Dos hombres acaban de entrar y han secuestrado a mi esposa. El número de su matrícula es NIC 224. Es un Buick viejo de color azul, creo, y ahora mismo se están alejando. Dígales que se den prisa, se dirigen a la Avenida St. Charles —vociferó el juez en el teléfono.

—Juez, ¿cuál es su dirección? —preguntó el operador.

—El 4534 de la calle State.

—Vale, ya van unas unidades para allá, señoría, y las unidades que patrullan la zona han salido hacia St. Charles en busca del vehículo que ha descrito. ¿Tiene usted idea de quiénes eran esos dos hombres, señor?

—No, pero uno de ellos me sonaba vagamente —comentó el juez, mientras regresaba a su casa para vestirse. Deseaba con todo su ser meterse en su coche y salir en pos de esos dos que habían osado entrar en su casa y hacer esto, pero esperaría junto al teléfono por si recibía noticias de su mujer—. ¿Pueden enviar a alguien de la compañía eléctrica y la telefónica? Creo que esos dos idiotas me han cortado algunos cables de fuera. No tengo luz en la casa, pero mis vecinos sí —dijo Jude, al ver las luces que se encendían en las casas que había alrededor de la suya. Debían de haberlo oído gritar por la calle.

—Por supuesto, juez Rose. Hay dos unidades a una manzana de su casa, pero me gustaría que siguiera al teléfono conmigo hasta que lleguen —dijo el operador.

—Muy bien. ¿Cómo se llama? —preguntó Jude.

—Lee Smith, señor.

—Gracias por su ayuda, Lee. No dejaré de llamar a su supervisor cuando termine todo esto —dijo Jude. Ni siquiera enfrentado a una crisis conseguía olvidar los modales que le había inculcado su madre de niño.

—Gracias, señor, no es necesario. Ahora lo dejo, porque la policía ya ha llegado a su casa. Buena suerte, y espero que la señora Rose esté bien —dijo Lee antes de desconectar la llamada.

—Gracias, Lee, buenas noches.

—He dicho que te calles o paro y te hago callar —gritó Byron. Todavía tenía la imagen en la cabeza de Desi en la cama con ese viejo asqueroso y cada vez estaba más enfurecido—. ¿Qué coño estabas pensando, Desi? ¿Es que creías que no me iba a enterar de que habías encontrado a un viejo carcamal que te mantuviera a lo grande en el barrio pijo? Ya puedes empezar a rezar para que no te mate cuando lleguemos a casa —Byron aferró el volante del coche de Mike y trató de dominar el impulso de parar y machacar a golpes a la llorosa mujer cubierta con una sábana que iba sentada detrás con su hermano.

—¿Quién es Desi? —preguntó la voz apagada y ronca por el llanto procedente del asiento trasero. Victoria Rose intentaba averiguar quiénes eran estos dos hombres y qué podían querer de ella. Cuando aceptó casarse con Jude, después de trabajar como pasante para él nada más acabar los estudios de derecho cinco años antes, había tenido miedo de que algún día uno de los chiflados a los que sentenciaba viniera a por ellos, pero no estaba preparada para la realidad.

—No te hagas la tonta, Desi. Vas a venir a casa y ahora no puedes hacer nada para evitarlo. Vamos a tener una charla sobre los cargos que has presentado contra mí y los papeles de divorcio que me plantaron delante antes de salir de la cárcel —dijo Byron.

—Señor, siento que tenga problemas con su esposa, pero le aseguro que no soy yo. Me llamo Victoria Rose y le agradecería que parara y me dejara salir de este coche antes de que la situación se ponga peor para usted de lo que ya está —dijo Victoria. Intentaba parecer tranquila y segura, con la esperanza de que este tipo se aviniera a razones y no la matara al darse cuenta de que se había confundido de persona.

—Joder, Byron, nos hemos equivocado de persona. Se nos va a caer el pelo por esto, lo sé. Para y déjala salir, luego pensaremos en lo que tenemos que hacer. Lo siento, señora, no queríamos hacerle daño —dijo Mike. Tendría que haber hecho caso de esa voz interna que me decía que esto no era buena idea , pensó, al ver que su hermano no hacía ademán de parar.

—Cálmate, hermano, mira que te echo del coche a ti también. Déjame que piense —dijo Byron mientras continuaba por St. Charles hacia la interestatal—. Sé que hay un hotel de lujo aquí a la izquierda, la dejaremos ahí y nos iremos a casa. No tiene ni idea de quiénes somos y papá nos dará una coartada diciendo que hemos estado en casa toda la noche —concluyó Byron y luego giró en redondo, se detuvo delante del Hotel Ponchatrain y le gritó a la mujer del asiento trasero que se bajara. En cuanto Mike cerró la puerta trasera, dobló la esquina a toda velocidad y regresó a la interestatal por una de las calles laterales. Mirando por el espejo retrovisor, comprobó que nadie los seguía, por lo que se relajó en el asiento lleno de alivio.

—Señor, tiene una llamada de su mujer —dijo el agente de policía que estaba en el estudio del juez. Le pasó al hombre el teléfono y se apartó para darle cierta intimidad.

—Tesoro, ¿eres tú? —preguntó Jude. El alivio lo inundó al oír la dulce voz que le contestaba. Se encontraba bien e iba a volver a casa.

—Estoy bien, cariño, aguanta mientras uno de estos agentes tan amables me lleva a casa. Parece que ha sido una gran equivocación de nuestros dos secuestradores —dijo Victoria.

Cuando colgó el teléfono después de hablar con su mujer, el capitán de la policía que estaba en su estudio se puso a explicar lo que habían averiguado hasta el momento.

—La matrícula que le dio al operador de emergencias está registrada a nombre de un tal Michael Simoneaux, residente del distrito noveno. Hemos intentado averiguar por qué el señor Simoneaux querría entrar en su casa y secuestrar a su mujer, y la única conexión que hemos conseguido encontrar, señor, es su hermano.

—¿Su hermano? ¿Quién es su hermano, capitán? —preguntó el juez.

—Su hermano es Byron Simoneaux, que apareció hace poco ante usted por un caso de violencia doméstica. Lo único que se me ocurre es que, por lo que sea, pensaba que su mujer se alojaba con usted, por lo que decidió entrar aquí para recuperarla. Tengo unidades a la espera para detenerlos a él y a su hermano cuando lleguen a casa. También tienen órdenes de buscar el coche del hermano por cualquier ruta de regreso a su casa o a la del hermano. El hermano, Michael, todavía vive con sus padres, por lo que creo que es allí donde se dirigen —explicó el capitán Simmons. Cuando oyó por la radio quién llamaba denunciando un secuestro, acudió a la escena inmediatamente. El alcalde le pondría la cabeza en el tajo al instante si la policía no daba la impresión de estar haciendo todo lo posible por liberar a la señora Rose.

—Gracias, capitán. Ahora, si me disculpa, parece que mi mujer ha vuelto.

Jude salió por la puerta trasera para recibir a Victoria, a la que abrazó al tiempo que procuraba que no perdiera la sábana. Los agentes que estaban en la casa intentaron no fijarse en la bella esposa del juez ni en el hecho de que no llevaba nada debajo de la sábana de diseño. Si el juez Rose ya era una leyenda en los círculos de las fuerzas del orden a causa de sus duras sentencias, ahora esto no hacía sino aumentar su fama.

—No te han tocado, ¿verdad, tesoro? —preguntó Jude.

—No, cariño, sólo me han llevado a dar un paseo y luego me han dejado más abajo, en el Hotel Ponchatrain. El que se llamaba Byron no paraba de llamarme Desi y se creía que tenía un lío contigo —dijo Victoria. Ahora que estaba en casa, la realidad de lo ocurrido la alcanzó de lleno y estalló en sollozos cuando Jude le explicó quién era Desi. Él intentó recordar todos los hechos tal y como se los presentó Serena en el tribunal aquel día y la forma apasionada en que los había presentado. Si Serena estaba implicada en el caso, teniendo en cuenta la carga de trabajo que tenía, y si este idiota creía que su mujer vivía con él, teniendo en cuenta dónde estaba su casa, sólo había una explicación creíble. Después de tranquilizar a Victoria, Jude cogió el teléfono del dormitorio y marcó el número sin necesidad de buscarlo.

—Diga —contestó la voz ronca por el sueño—. Ya puede ser importante, porque estoy mirando el reloj y dice que son las cuatro y media de la mañana —dijo Harry, ahora que estaba más orientada.

—Buenos días, alegría de la huerta. Sólo tengo que hacerte una pregunta —dijo Jude. Aunque estaba furioso, su voz sonaba engañosamente tranquila y amable.

—Tío Jude, ¿va todo bien? ¿Os ha pasado algo a Victoria o a ti? —preguntó Harry.

—Qué curioso que me lo preguntes, Harry, porque no, no estoy bien, y tengo la horrible sensación de que te lo debo a ti. ¿Está viviendo alguien contigo, Harry? —preguntó Jude.

Sin darse cuenta de las consecuencias de su respuesta, Harry respondió con franqueza.

—Sí, tengo a alguien viviendo conmigo. La hermana de mi invitada también vive aquí. ¿Acaso tener invitados es un crimen del que no sé nada? —preguntó Harry.

—No, cielo, no lo es, pero tengo que darte una noticia. Esta noche, Byron y Michael Simoneaux han entrado en mi casa y han secuestrado a Victoria —empezó Jude.

—Oh, Dios mío, tío Jude. ¿Está bien? —preguntó Harry, incorporándose en la cama y echando las piernas por el borde. Eso despertó a Desi, que rodó hasta Harry y le frotó la espalda con gesto tranquilizador.

—Tranquila, Harry, Vicki está bien y ha vuelto a casa. Sólo está un poco alterada, pero han sido lo bastante listos para dejarla marchar y no hacerle el menor daño. No tendrían escapatoria posible si se lo hubieran hecho. Pero por alguna extraña razón, Harry, pensaban que Desi vivía en esta casa. ¿Te importa aclarármelo? —preguntó Jude.

Harry le explicó por qué los hermanos podían haber confundido su casa con la de ella, después de que se detuviera en su camino de entrada el día en que Michael las vio al salir de Commander's . Le pidió perdón, pues había creído que como mucho Byron sólo se acercaría y se pondría a gritar desde la parte de delante. Cuando el idiota se diera cuenta de que Harry los había engañado y de que el que vivía allí era el juez que lo había procesado, los habría dejado en paz. No tenía forma de saber que iba a intentar hacer una cosa tan estúpida. Por un instante se sintió avergonzada por el alivio de que le hubiera ocurrido a otra persona y que Desi estuviera a salvo. Sus padres jamás la perdonarían por haber puesto en peligro a la esposa de su queridísimo amigo. Jude y Raúl se conocían desde la universidad y él era el padrino de los dos hijos de los Basantes.

Jude no podía seguir enfadado con Harry mucho tiempo. Nunca podía mirar a esos ojos azules tan llenos de picardía y sentir el menor tipo de rencor hacia la muchacha a la que había sostenido en sus brazos cuando era un bebé y a la que había visto crecer hasta convertirse en una de las cirujanas más respetadas del país. Qué diablos, si hasta le había hecho la operación de cambio de rótula, lo cual le permitía disfrutar del golf todos los jueves por la tarde con su mujer.

—Harry, no te preocupes, comprendo por qué lo hiciste. Lo único es que tal vez tendrías que invitar a comer a Victoria y presentarle a esta chica maravillosa que tanto quieres proteger. Puede que yo mismo vaya, para poder decirle a María que he logrado conocer a la persona que por fin ha capturado a la soltera más apetecible de Nueva Orleans y la ha dejado fuera de circulación. Dile a Desi que me ocuparé de esto por la mañana y que no tendrá que preocuparse por los hermanos Simoneaux durante mucho tiempo. Buenas noches, Harry —dijo Jude y colgó.

Harry tuvo que pensar un momento para dar con la mejor forma de contarle a Desi la última jugarreta de su marido. La pequeña mano que le acariciaba la espalda en círculos era tan reconfortante: qué difícil sería ahora vivir sin esta mujer. Sentía náuseas sólo de pensar que alguien como Byron pudiera hacerle daño a Desi. Volviéndose de cara a Desi, Harry pensó que la hablar a las claras sería lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias.

Se tumbó de nuevo, cogió a Desi entre sus brazos y empezó a explicárselo en voz baja. Desi se encogió cuando llegó a la parte en que Byron y su hermano se habían llevado a la mujer de la casa. Desi ni se imaginaba lo que habría hecho Byron si hubiera entrado y se la hubiera encontrado desnuda en la cama con Harry. Conociendo sus actitudes homófobas, estaba segura de que las habría matado a las dos por entregarse a lo que él consideraba actos perversos contra natura.

—Voy a tener que dejarte, Harry —dijo Desi con tristeza. Tenía que renunciar a su felicidad para mantener a Harry a salvo. Era mejor vivir como antes que arriesgarse a perder a Harry a manos del maníaco del que jamás se libraría.

—¿Quieres marcharte porque no me amas, o quieres marcharte porque tienes miedo? —preguntó Harry.

—Tú no lo conoces como yo, Harry. No podría vivir sabiendo que sería responsable de tu sufrimiento. ¿Es que no te das cuenta? ¿Cómo podría volver a ser feliz si a ti te ocurriera algo? —preguntó Desi.

—La vida se hace día a día, Desi. Cuando te quieres dar cuenta, te has construido una vida. Nunca pensé que volverías conmigo, así que eso es lo que hice yo. Me levantaba todas las mañanas y me iba a clase, estudiaba y cuando me quise dar cuenta, estaba en una tarima en Baton Rouge y me estaban entregando un diploma. Tras eso, llegó la facultad de medicina y luego una carrera profesional, pero durante todo ese tiempo, no logré dejar de pensar en ti. En el fondo siempre tenía la esperanza de encontrarme algún día contigo y de que me explicaras lo que había pasado. Cuando pasé los exámenes finales, fui a tu casa, pensando que a lo mejor salías a celebrarlo conmigo.

—¿Y qué pasó? —preguntó Desi. Estaba pasmada al enterarse de que Harry había hecho el esfuerzo de contactar con ella incluso después de todos los ruegos sin respuesta que había habido antes.

—Tu padre me dijo que estabas casada y contenta con tu vida. Me dijo que tenía que dejarte en paz y seguir adelante con mi vida. Me senté con él en nuestro columpio y él me dio una palmada en la espalda y me felicitó por mis logros. Dijo que tú no aspirabas a tanto, que sólo querías ser una buena esposa y madre. Le pregunté si tenías hijos y me dijo que no, pero que estabas esperando uno. Cuando me dijo eso, sin pestañear, fue como si me clavara un cuchillo en el corazón. Me fui y me entregué al trabajo en cuerpo y alma. Trabajaba, hacía ejercicio para fortalecer mi cuerpo y follaba. Ésa era mi vida, Desi, y me estás pidiendo que vuelva a eso. La verdad de lo que somos es que estamos mejor juntas que separadas. Somos felices porque el amor que compartimos es real. Te pido que no lo tires por la borda. No vuelvas a hacerlo, Desi, arriésgate esta vez. Hemos pagado y ahora nos toca recibir una compensación por nuestro sufrimiento —terminó Harry y se inclinó para besar a Desi. Los labios que Harry tocó se abrieron de inmediato, bebiendo lo que ofrecía la doctora.

Desi colocó a Harry encima de ella, intentando recordarse a sí misma lo que tenía que perder. Quería esto y Harry tenía razón: había llegado el momento de dejar el miedo a un lado y conseguir las cosas que quería de la vida. Desi quería ser feliz. Harry era quien le daba esa sensación y, por encima de eso, Harry la quería. Dio la bienvenida al beso y a la mano que había vuelto a colarse entre sus piernas, despertando sus deseos. Mientras estuvieran juntas, siempre sería así, Desi estaba segura de ello.

—Sí, Harry, tócame, cariño. Te quiero a ti, sólo a ti —dijo Desi al tiempo que sus caderas empezaban a agitarse. A Harry no le interesaba hacerlo delicadamente ni despacio: deseaba a Desi con todo su ser y la iba a tener. Si la mujer menuda se hubiera quejado o hubiera dicho que no era lo que quería, Harry se habría detenido, pero Desi estaba tan excitada como ella. Lo notaba por la creciente humedad de Desi y porque sus movimientos eran cada vez más frenéticos.

—Dios, cariño, haz que me corra —jadeó Desi. Harry metió dos dedos en el húmedo canal y se aferró a un pezón endurecido, chupándolo con fruición. Cuando Desi alcanzó el orgasmo, Harry lucía en la espalda una nueva serie de arañazos y la pelirroja estaba jadeante. Cuando Harry salió de ella, pintó los pechos de Desi con el producto de su deseo y Desi volvió a enardecerse.

Olvidándose de su pierna, Desi empujó a Harry para tumbarla boca arriba y se dio la vuelta para colocarse en dirección opuesta. Al bajar la cabeza entre las piernas de Harry, Desi tuvo que detenerse un momento para concentrarse en lo que se suponía que tenía que hacer, a causa de lo que Harry ya le estaba haciendo a ella. En cuanto se apoderó con la boca de la húmeda protuberancia, Desi le dio a Harry el mismo placer que ella recibía de la doctora. Desi tuvo que parar al sentirse atravesada por el segundo orgasmo que le daba Harry desde que se había despertado. Cuando empezaron los temblores del final, volvió a su tarea y provocó el orgasmo de Harry.

De nuevo en brazos de Harry, se echó a reír cuando la voz grave le dijo al oído:

—Creo que deberíamos hablar de que te vas a ir por lo menos una vez por semana desde ahora hasta el día en que me muera. Si éste es el resultado que voy a obtener, estoy totalmente a favor.

—Pero, doctora, con la cantidad de tiempo que hemos perdido, ¿sólo estás dispuesta a hacerlo una vez por semana? —preguntó Desi.

—Gracias a Dios que hago ejercicio y que estoy bastante sana, porque podrías matarme si hiciéramos esto todas las noches. Aunque, por otro lado, menuda forma de morir.

—¿De verdad quieres que me quede? —preguntó Desi.

—De verdad quiero que te quedes, Desi. Te quiero, y a tu hermanita también —bromeó Harry.

—¿No se dice "y a tu perrito también"? —preguntó Desi.

—Bueno, a mí me parece que Rach es más mona que un perro, pero eres tú la que está emparentada con ella —le explicó Harry.

—Harry, cómo te he echado de menos.

—Y yo a ti, cariño. Ahora a dormir, que mañana tengo cole, literalmente.

dijo que a ella le parecía sexy tal y como estaba.