Cómo se arregla un corazón roto IX
Desi y harry se presentan en el juicio en contra de byron, pero este y su hermano no aparecen. byron padre golpea tan fuerte a su mejer que la mata. que pasara con desi y harry de aqui en adelante
Cómo se arregla un corazón roto
Ali Vali
—Mike, creo que esa piba de ahí te está echando el ojo, tío —dijo Byron desde su banqueta del bar. Se habían gastado la mayor parte del dinero que les había dado su padre tomando copas desde que llegaron a Florida. Con el sol y la arena era fácil olvidar los problemas que los aguardaban cuando volvieran a casa. El hombre borracho tenía la esperanza de que las cosas se hubieran calmado desde que se habían ido.
—Olvídalo, Byron. ¿No crees que deberíamos llamar al viejo para ver si ha ido la policía y le ha preguntado qué pasó? A lo mejor ahora ya está todo bien y podemos relajarnos y divertirnos —dijo Mike. La idea de una larga pena en la cárcel le estaba quitando el deseo de estar con cualquier mujer que pudiera sentir interés por él y empujándolo a la bebida.
—Qué va, vamos a esperar unos días. ¿Qué puede pasar? Si la policía nos está buscando, dará igual que la hagamos esperar, pero, créeme, colega, estas pequeñas vacaciones son una forma segura de librarnos de la cárcel. Ese viejo pringado y su juguetito no tienen ni idea de quién entró en su casa, así que relájate y pásalo bien —dijo Byron. Levantó la mano para llamar la atención del camarero y pidió otra ronda.
—Sí, supongo que tienes razón. ¿Qué podría pasar en los próximos días para empeorar la situación? —asintió Mike, bebiendo un gran trago de la copa que tenía delante.
Entraron en la sala del tribunal la una al lado de la otra, en un alarde de fuerza para todo el que mirara. Harry llevaba un traje azul marino con una almidonada camisa blanca debajo, y Desi llevaba otro vestido nuevo que había elegido hacía poco. Tony le había descubierto sin duda un mundo totalmente nuevo en los últimos meses. A medida que su rabia contra Desi iba desapareciendo, había encontrado a una amiga y confidente de la que había llegado a depender. Desi le agradecía que la hubiera ayudado a encontrar un estilo propio que contribuyera a facilitarle formar parte de la vida de Harry. A Desi le parecía asombroso que Tony supiera tanto de ropa y decoración, pero también parecía ser una fuente inagotable de información en materia de maquillaje. Estaba tan transformada que los padres de Byron casi no la reconocieron cuando Harry y ella pasaron a su lado de camino a la parte delantera de la sala.
—Estás en condiciones de funcionar, ¿verdad, Serena? ¿O anoche te acostaste tarde? —preguntó Harry, enarcando una ceja. Le apetecía meterse un poco con su amiga, a pesar del motivo por el que estaban aquí. Harry pensaba que así se aligeraría un poco la situación y podría hacer sonreír a Desi, como así fue.
—Cómo haya pasado la noche no es asunto tuyo, Harry, y sí, estoy en condiciones de funcionar durante los próximos segundos. Porque podéis creerme, señoras, después de la charla preparatoria que estoy segura de que le ha echado Jude al Juez de la Horca esta mañana, eso es lo que tardará en revocar la libertad bajo fianza de Byron. Y se rumorea que se busca a Byron y a su hermano para interrogarlos sobre el caso del secuestro de la señora Rose. Lo cual traducido quiere decir que están de mierda hasta el cuello —dijo Serena con cierto exceso de regocijo. Se cruzó de brazos y se apoyó en la mesa que tenía detrás. Qué bella era la vida a veces, cuando las personas como Byron descubrían que había un matón más grande en el barrio.
—Desirée Simoneaux, debería darte vergüenza, chica, pavoneándote como una vulgar ramera cuando tu marido se enfrenta a una acusación injusta. Ya es hora de que recuerdes cuál es tu sitio y vas a empezar por volverte a casa con nosotros ahora mismo. Creo que tú y yo tenemos mucho de que hablar mientras esperamos a que tu marido vuelva a casa —dijo Byron padre, tras reconocer a la mujer que llevaba un refuerzo en la pierna. Se había trasladado a la parte de delante donde estaban y aferró a Desi por el brazo antes de que Harry pudiera hacer nada.
—Señor, no sé quién es usted, pero si no suelta a la señora, me veré obligada a hacerlo por usted —dijo Harry en voz baja. Se acercó más a los dos, desafiando al padre de Byron.
—¿No me diga? No recuerdo haberle pedido su opinión. Esto es un asunto de familia y a usted no le concierne, así que lárguese —dijo el viejo.
—Señor, no se lo voy a repetir, y ya lo creo que Desi es asunto mío, así que suéltela. No se lo voy a decir otra vez.
—¿Me está amenazando? —preguntó Byron padre.
—No, le estoy prometiendo que le romperé todos los huesos de la mano nombrándolos al mismo tiempo si no la suelta ahora mismo —dijo Harry.
—Harry, no pasa nada —rogó Desi. Echó la mano hacia atrás sólo para entrar en contacto con la mujer furiosa, intentando calmarla. Lo último que les faltaba era que Harry tuviera problemas legales por culpa de todo esto.
—Sí que pasa, Desi. Nadie te va a volver a tratar de esta forma, y menos este gordo gilipollas al que nadie le ha enseñado modales. Ahora suéltela —dijo Harry con más agresividad, avanzando un paso. La expresión de sus ojos le dijo al hombre que aquello no era ninguna broma, de modo que soltó a Desi. Byron no sabía quién era esta mujer, pero estaba claro que era el perro de ataque de Desi y no tenía ganas de descubrir si era capaz de cumplir sus amenazas.
—Desirée, sabes que tengo razón. Tienes que detener toda esta locura y volver a casa como te corresponde. Ya sabes cómo es Byron, no lo ha hecho a propósito y lo siente si te ha hecho daño. Ahora eres una Simoneaux, chica, así que vámonos —dijo Byron padre, probando esta vez con una táctica más amable.
Desi se puso al lado de Harry y sintió el consuelo y la seguridad de un brazo que le rodeó la cintura. Igual que en aquella parada de autobús tantos años antes, Harry la mantendría a salvo.
—No, ahora estoy en casa y jamás volveré a la vida que tenía antes. Tu hijo es un animal, un animal que nunca tendrá la oportunidad de volver a hacerme daño —dijo Desi. Sacó un poco la mandíbula y se sintió maravillosamente por tener el valor de plantar cara a este hombre al que había temido tanto como a su marido.
—No cuentes con ello, Desirée, a veces la vida te da sorpresas —fue lo único que respondió el hombre antes de regresar para sentarse con su mujer. Desde allí observó cómo se comportaban las dos mujeres de la parte delantera de la sala. La forma en que Desi se apoyaba en la alta mujer que estaba a su lado y la forma en que la mujer alta le hablaba suavemente, intentando consolar a Desi. En esta relación había algo más de lo que estaba dispuesto a reconocer por el momento, pero antes de poder seguir pensándolo, tenía que averiguar quién era esa mujer tan amenazadora.
Todos se pusieron en pie cuando el juez Reaper entró en la sala e inició la sesión rápidamente. No perdió el tiempo y le hizo un gesto a su alguacil para que anunciara el primer caso. Con algo de suerte, el capullo del que le había hablado Jude todavía estaría fuera de la ciudad. Al mirar a Serena y a Bradley, de pie ante él, el juez sonrió. Serena le sonrió a su vez y Bradley sólo consiguió empezar a sudar. Tenía que pedirle a su mujer que le aflojara los botones de los cuellos de las camisas para no acabar ahogándose en los tribunales.
—Buenos días, señorita Ladding. ¿Está el pueblo preparado para proceder esta mañana? —preguntó Carleton. Se centró en ella exclusivamente, aguardando su respuesta.
—Sí, señoría, el pueblo está preparado para proceder, y para ahorrar tiempo y en interés de la justicia, está dispuesto a renunciar a un juicio con jurado si la defensa así lo desea —contestó Serena. Miró a Bradley, que volvía a tirarse del cuello de la camisa y se estaba poniendo de un enfermizo color rojo. Serena miró atrás un momento y dirigió una sonrisa reconfortante a Desi, para hacerle saber que todo iba a ir bien.
—Gracias, señorita Ladding. El tribunal lo tendrá en cuenta. Y usted, señor Blum, ¿está preparado para proceder? —preguntó el juez. Esperó un segundo antes de añadir—: Espere, está usted muy solo, señor Blum, ¿dónde está su cliente? —la segunda pregunta incrementó la tonalidad rojiza de Bradley.
—Señoría, rogamos la indulgencia del tribunal, puesto que mi cliente está fuera de la ciudad y no ha sido posible comunicarle la nueva fecha del juicio. Me gustaría solicitar un aplazamiento hasta que pueda ponerme en contacto con el señor Simoneaux —dijo Bradley. Tirándose una vez más del cuello, esperó la respuesta del juez con los dedos cruzados.
—Ya veo. ¿Se ha ausentado para ocuparse de un asunto familiar urgente, tal vez? —inquirió Carleton.
—No, señor.
—¿Un compromiso de trabajo del que no se ha podido librar, tal vez? —probó Carleton de nuevo.
—No, señor.
—¿Y no podría ser que el señor Simoneaux está requerido con motivo de otro asunto que ahora no viene al caso y piensa que el sistema judicial de Nueva Orleans es tan estúpido como él? —preguntó Carleton, alzando la voz y echándose hacia delante en la silla—. Tal y como establecen los términos de la fianza del señor Simoneaux, no puede salir de la ciudad sin indicar un medio para que el tribunal se pueda poner en contacto con él. La razón por la que hemos establecido esas normas, señor Blum, y téngalo en cuenta en el futuro, es para casos como éste. Todo el mundo está preparado para proceder y no hay forma de dar con su cliente. ¿Sabe lo que eso significa, señor Blum? —preguntó el juez por última vez.
—Que volverá a la cárcel en cuanto sea capturado —dijo Bradley.
—Exactamente, señor Blum. Tiene hasta las nueve en punto de esta mañana para presentarse, de lo contrario su fianza queda revocada. Se aplaza la sesión, damas y caballeros —dijo Carleton, dando un golpe con el martillo, y se levantó para salir de la sala.
Sin hacer caso de Desi y de Harry por el momento, los padres de Byron fueron a la parte delantera de la sala para interceptar a Bradley antes de que se fuera.
—¿Qué ha querido decir con todo eso? —quiso saber Byron padre.
—Quiere decir que a su hijo le quedan exactamente quince minutos para presentarse ante este tribunal o se lo considerará fugitivo de la justicia. Eso no ayudará nada a su caso y añadirá más cargos a la montaña a la que ya se enfrenta —dijo Bradley al tiempo que cogía su maletín y echaba a andar hacia otro tribunal para reunirse con otro cliente.
—Pero no pueden hacer eso. Ni siquiera sabía que tenía que estar aquí hoy —se quejó Byron padre. Todo aquello por lo que había trabajado corría peligro de acabar en manos de un tipo llamado Al que había pagado la fianza de su hijo.
—Pueden hacerlo y lo harán, señor Simoneaux. Eso es lo que ocurre cuando se comete allanamiento de morada y se saca a rastras de la cama a la esposa desnuda de un juez en medio de la noche. Juegas con la ley y a veces la ley te la hinca sin ponerte lubricante primero. El consejo gratis que le doy esta mañana es que vaya donde esté Byron y lo traiga aquí hoy. Si no, prepárese para aguantar la tormenta hasta que el juez Rose se calme. Y en cuanto a este nuevo juez, pues digamos que no lo llaman el Juez de la Horca por nada —Bradley ya había decidido que le iba a decir a Byron que se buscara otro abogado en cuanto apareciera. No merecía la pena pasar por esta clase de angustias por un anticipo de honorarios.
—Pero sólo está de vacaciones, no pueden acusarlo por eso —insistió Byron padre.
—Si me disculpa, tengo otro cliente que me está esperando al otro lado del pasillo. Cuando tenga noticias de Byron, hágamelo saber. Tenemos mucho de que hablar antes de que se entregue a la policía —Bradley sonrió ligeramente a la madre de Byron y salió del tribunal. La mujer estaba siempre tan triste que, si se lo hubiera pedido, Bradley había decidido que le llevaría el divorcio sin cobrarle nada. A pesar de que Byron le había pagado el anticipo, se alegraba de ver que su esposa Desi había logrado construirse una nueva vida. Tal vez hubiera esperanza para su madre.
Mientras Byron padre discutía con Bradley en la parte delantera de la sala, Harry y Desi salieron a la calle. Como se suponía que iban a pasar el fin de semana en Florida, Harry se había tomado el día libre, por lo que tenían todo el resto del día ahora que habían terminado con los temas legales. Abriendo la puerta del pasajero para Desi, Harry la ayudó a entrar y luego metió sus muletas en el asiento de detrás. Todavía tenían que hablar de todo lo que había pasado y de cómo había tratado a Desi el padre de Byron esa mañana. La mujer menuda notaba la tensión de la mandíbula de Harry. Era la única señal externa de lo auténticamente enfadada que estaba Harry.
—Harry, te pido perdón otra vez por todo esto —dijo Desi. Cogió la mano de Harry en cuanto el alto cuerpo se metió dentro del vehículo. Por un lado, ella también estaba enfadada por no haber dejado suelta a Harry para que le diera una soberana paliza al viejo. Tal vez así habría aprendido la lección de que a veces las mujeres se sabían defender.
—Desi, por favor, deja de pedir disculpas por el comportamiento de otras personas. El padre de tu marido es un idiota y eso, amor mío, no tiene nada que ver contigo. Fue educado por unos idiotas y él a su vez ha educado a otros dos idiotas. Tú sólo has tenido la desgracia de acabar con uno de ellos, pero esa parte de tu vida ya se ha terminado. Puede que se tarde un poco más de lo que teníamos previsto, pero dentro de cuatro meses cortarás los lazos que te unen a esta gente de una vez por todas —dijo Harry. Respiraba hondo, intentando controlar las ganas de liarse a golpes después del enfrentamiento con el padre de Byron en el tribunal. Tras el cruce de palabras, había descubierto que le dolían las palmas de las manos por haber apretado tanto los puños, pero se alegraba de haber controlado su genio. Desi ya había tenido suficiente violencia en su vida y ella no tenía por qué añadirle más.
—¿Se acabará de verdad, Harry? Tengo la sensación de que Byron y su familia van a ser siempre una sombra para nuestra felicidad —dijo Desi. Volvió la cabeza para mirar por la ventana y no tener que ver la desilusión en los ojos de Harry.
—Desi, descubrirás que el dinero no hace la felicidad, pero sí que puede aislarte de las personas como Byron. La mitad de lo que he ganado en mi vida es tuya ahora y con eso tienes la seguridad de saber que jamás tendrás que volver a pasar por lo que te ha hecho sufrir esa gente. Tampoco quiero que lo consideres nunca un acto de caridad. Es un regalo que te hago, libremente, y es tuyo aunque no te quedes conmigo. La única manera que tendrá la familia Simoneaux se volver a hacerte daño es si tú se lo permites —dijo Harry con convicción. Quería que Desi lo comprendiera bien para que la mujer menuda pudiera empezar a desprenderse de parte del dolor que había habido en su vida. Tras su declaración, Harry acarició el pelo dorado rojizo con los dedos, intentando que Desi la mirara.
Cuando por fin se volvió, Desi tenía los ojos llenos de lágrimas que aún no habían caído. Harry se esperaba oír un razonamiento sobre por qué Desi no podía aceptar lo que se le ofrecía, de modo que se sintió muy complacida cuando la joven se limitó a sonreírle.
—Gracias, Harry. Te prometo que no voy a ir a ninguna parte y que pasaré el resto de mis días a tu lado, haciéndote tan feliz como tú me haces a mí. Espero que algún día pueda ser como tú, Harry, y que estés orgullosa de mí.
—Ya estoy orgullosa de ti, cielo. Mírate, eres una joven preciosa con mucho que ofrecer al mundo que te rodea. No sólo estoy orgullosa de ti, me siento honrada de que me hayas elegido para compartir tus dones —dijo Harry, al tiempo que se inclinaba y besaba a Desi suavemente en los labios. Desi agradeció el beso y le echó los brazos al cuello a Harry para acercarla más. Fue un momento especial presenciado por la pareja mayor que bajaba los escalones de entrada de los tribunales.
—Clyde me habló de una amiga que tenía Desirée en el colegio y que él le prohibió volver a ver. Parece que ha vuelto y está causando problemas entre Byron y su mujer —le dijo Byron padre a su esposa. Al ver a las dos mujeres abrazadas, los labios de Monique Simoneaux esbozaron un amago de sonrisa. A ella ya se le había pasado el momento de empezar de nuevo, pero a Desi no. Ella también había oído hablar de la amiga de infancia de Desi al padre de la chica y le había parecido un pecado que Clyde las separara. Desi siempre parecía triste, como ella, y Monique conocía los motivos. Su marido les había enseñado a sus hijos muchas cosas y algunas de ellas consistían en ver cómo pegaba a su propia esposa. La forma en que la mujer alta se había enfrentado a su marido le decía a Monique que estaba dispuesta a pegar a cualquiera que hiciera daño a Desi, pero que jamás descargaría esa rabia sobre la mujer que tenía al lado.
—A lo mejor es hora de dejar a la chica a su aire, Byron. Ahora ya no va a volver nunca con nuestro hijo, aunque no estuviera con su amiga. Creo que ya ha habido suficientes problemas con esto, así que vamos a concentrarnos en intentar salir de ello en lugar de seguir complicándonos la vida —dijo Monique. Se apartó de su marido mientras hablaba, toqueteando nerviosa con las manos la correa de cuero de su bolso.
—Ya estás pensando otra vez, Monique, cuando sabes que con eso sólo consigues problemas. No voy a vivir sabiendo que la mujer de mi hijo lo ha abandonado por otra mujer. ¿Qué pensará la gente? Te voy a decir lo que pensará, que Byron es una especie de maricón o algo así que no es capaz de dejar satisfecha a su mujer. No, Monique, Desirée va a venir a casa, aunque sea en una caja de pino —dicho lo cual, el hombretón agarró a su mujer y bajó el resto de los escalones tirando de ella. Ojalá consiguiera recordar cómo se llamaba esa zorra. Estaba seguro de que Clyde se lo había dicho cuando estaban planeando la boda. Recordaba con horrible claridad el día en que el padre de Desi le habló de aquella noche en que vio a su hija en el porche delantero con esa pervertida. Byron le había prometido a Clyde que su hijo se encargaría de la situación y haría olvidar a Desi que conocía a esa mujer.
Harry y Desi se fueron a casa después de su comparecencia ante el tribunal y Harry no dejó de mirar por el espejo retrovisor para asegurarse de que no las seguía ningún indeseable. Volverían a tener un guardia de seguridad hasta que todo se solucionara y Harry se sintiera tranquila dejando a Desi y a Mona solas en casa. Cuando entraron por la puerta, oyeron a Mona y a Butch desayunando en la cocina. Rachel aún no había aparecido y Harry tenía la impresión de que estaba pasando la mañana durmiendo en el gran dúplex que tenía Serena en el barrio de los jardines.
—Hola, mi niño, ¿qué tienes ahí? —preguntó Harry.
—¡Tío Harry! Estás en casa y es de día —chilló el niño. Su cara se iluminó con una gran sonrisa y dio palmadas en la mesa para recalcar su alegría.
—Efectivamente, amigo, y voy a estar en casa todo el día, así que a ver, ¿qué queréis hacer? —preguntó Harry. Fue hasta el pequeñín y lo cogió en brazos para poder darle un beso y luego lo inclinó para que Desi pudiera hacer lo mismo.
—Vamos a nadar —dijo Butch sin dudar.
—Me parece un buen plan, pero antes, ¿qué te parece si vamos de compras? —preguntó Harry. En cuanto las palabras salieron de su boca, Mona se levantó de un salto, sacó un termómetro de uno de los cajones y se lo metió a Harry en la boca.
—Será mejor que bajes al niño, con eso de que estás demente —dijo Mona muy seria. Harry hacía muchas cosas, pero la doncella sabía que ir de compras no era una de ellas.
—Vamos, Mona, vístete y te dejo que vengas con nosotros —dijo Harry, quitándose el termómetro y poniendo a Butch en brazos de Mona—. Vamos a cambiarnos y nos reunimos aquí abajo —dijo Harry al tiempo que cogía a Desi en brazos. Salieron todos de la cocina riendo y subieron para prepararse. La única indicación que les había dado Harry era que tenían que ponerse pantalones cortos o vaqueros y que tenían treinta minutos para hacerlo.
—¿Qué estás tramando, Basantes? —preguntó Desi, rodeando el fuerte cuello con los brazos para emprender el trayecto hasta arriba. Las escenas desagradables de la mañana estaban desapareciendo gracias a la ayuda de Harry y estaba deseando ver qué aventura tenía planeada.
—Vas a tener que ser paciente conmigo y esperar. Se acabaron las pistas, que se va a estropear la sorpresa, pero te prometo que cuando terminemos, pensarás que soy maravillosa y no serás capaz de vivir sin mí —dijo Harry con una sonrisa.
—Demasiado tarde, cariño, eso ya lo pienso —replicó Desi. Susurró suavemente al oído de Harry, luego le chupó el lóbulo y esperó a oír el gemido que sabía que se iba a producir. Harry, la muy bendita, jamás decepcionaba, y al notar la boca cálida que la chupaba delicadamente no sólo gimió sino que además se le aflojaron las rodillas.
—Tienes que portarte bien y colaborar conmigo, cielo, no vaya a dejarte caer y te rompas otra cosa —suplicó Harry. Eso hizo que los labios pasaran de su oreja a su cuello. Mona meneó la cabeza al oír las risitas de Desi cuando Harry cerró su puerta de golpe.
Cuarenta minutos después, Harry y Desi volvieron a la cocina y anunciaron que estaban listas para salir. Las dos intentaron no hacer caso de la mirada intencionada que les dirigía Mona, pero Desi no pudo evitar el rubor que le subió por el cuello hasta las mejillas. Harry meneó las cejas, lo cual hizo que se le pusieran las mejillas aún más coloradas.
—Bueno, niñas y niños, ya hemos llegado —dijo Harry al entrar en Suministros de Arte Dixie quince minutos después. La reacción ante ese anuncio fue una pelirroja en sus brazos, un grito de placer por parte de Butch y una expresión confusa por parte de Mona—. Venga, cariño, vamos a comprar —dijo cuando salieron del coche. Dos horas después terminaron de dejarlo todo arreglado para que les llevaran a casa esa tarde las cosas que iba a necesitar Desi y cargaron en el coche el caballete y las pinturas que habían comprado para Butch. Desi pensó que sería un buen método para que el niño la conociera cuando viniera de visita si compartía parte de su nuevo refugio con Butch para que éste creara su propio arte.
Durante el resto de la tarde, Harry y Mona trabajaron en equipo limpiando el estudio para que los repartidores pudieran instalar las cosas de Desi cuando llegaran. Decidieron dejar el cuadro que tanto le gustaba a Harry colgado donde estaba, puesto que Desi tenía la sensación de que Harry iba a pasar más tiempo en el luminoso edificio. Dejaron a los hombres instalando el torno y el horno cuando por fin llegaron y se fueron a nadar con Butch.
Al anochecer, el estudio estaba preparado para la nueva carrera de Desi, estaban haciendo filetes a la parrilla para cenar y delante del Taller de Reparación de Coches Simoneaux había un cartel de Se vende. La única noticia buena para todos era que el cazarrecompensas de Al, el que había pagado la fianza, se dirigía a Pensacola después de mantener una charla íntima con Byron padre. Al tenía tantos deseos de dedicarse al negocio de la reparación de coches como Byron de perder lo que había construido. Cuando todo esto hubiera acabado y hubieran recuperado a los dos hermanos Simoneaux, Al iba a tener que hablar largo y tendido con Simoneaux padre para explicarle que algo iba a tener que vender para costear los gastos de la fianza. El viejo tenía que comprender que Al no hacía esto por amor al prójimo y, tal y como lo veía, el negocio era lo único que podría cubrir la cantidad que debía.
Para el cabeza de familia de los Simoneaux, esto era una cosa más de la que culpaba a la mujer de su hijo. Las cosas se estaban empezando a venir abajo y sólo un alarde de fuerza podía volver a poner su mundo en su sitio. Pero hasta que se presentara esa oportunidad, sólo tenía a Monique para descargar sus frustraciones.
Rachel y Serena aparecieron cogidas de la mano justo cuando Harry estaba sacando la carne de la parrilla y Mona salía con la ensalada. Cuando ya habían terminado de comer y disfrutaban de una copa después de cenar, el teléfono de Serena empezó a sonar dentro de su bolso. Disculpándose por la interrupción, se apartó un poco para contestar, fijándose por la identificación de llamadas en que se trataba de la comisaría de policía del noveno distrito.
—Soy Serena Ladding —dijo cuándo apretó el botón.
—Hola, señorita Ladding, soy Roger Landry. Fui el detective encargado de entrevistar a la señora Desirée Simoneaux la noche en que fue atacada. Siento molestarla, pero he pensado que debía saber que Byron Simoneaux padre ha matado a su mujer de una paliza esta noche. Llamó al 911 cuando vio que la mujer había dejado de respirar, pero los sanitarios no pudieron hacer nada por ella cuando llegaron. El muy cabrón le aplastó el cráneo estampándola contra la mesa del café de su cuarto de estar. Lo hemos detenido y seguimos buscando a los dos hijos. ¿Quiere que llame a Desi y le diga lo que ha ocurrido? —preguntó Roger.
—No, ahora estoy en su casa, detective Landry, yo se lo digo. Gracias por comunicármelo —dijo Serena. Tuvo que apoyarse en una silla para no caerse. Que no hubiera hablado nunca con la mujer no cambiaba el hecho de que esa mañana estaba viva en el tribunal. Serena notó que Rachel se acercaba y la abrazaba y se echó a llorar por la muerte de una mujer a la que no conocía.
—Tranquila, Serena, sea lo que sea, nos tienes aquí —le susurró Rachel al oído al tiempo que abrazaba más fuerte a su nueva amiga. Se volvió para mirar a Harry en busca de ayuda, pues sabía que conocía a Serena desde hacía más tiempo que todas las demás. Harry le hizo un gesto para indicarle que estaba haciendo lo correcto y que cuando la rubia se calmara, les diría por qué estaba tan afectada. Todas agradecían que Butch se hubiera quedado dormido en el regazo de Mona y que ésta se hubiera ido para acostarlo. Al ver a Serena tan hecha polvo, Desi se sentó en el regazo de Harry buscando su propio consuelo. Además, sentarse encima de Harry era como sentarse encima de una manta eléctrica y la noche se había puesto fría y ventosa.
Tomando aliento entrecortadamente, Serena les contó lo que le acababa de comunicar el detective y entonces le tocó a Desi echarse a llorar. Monique y ella nunca habían tenido mucha relación, pero se sentía unida a ella porque las dos habían estado en la misma situación. Lo único bueno era que Desi había logrado escapar antes de sufrir el mismo destino que la mujer mayor. Harry las llevó a todas dentro y escaleras arriba. Abrazó a Serena y a Rachel, dándoles las buenas noches, y les dijo que se acostaran, que las cosas tendrían mejor cariz por la mañana y ninguna de ellas tenía por qué estar sola. Cuando Serena estaba a punto de protestar, Harry le dijo que Butch ya estaba durmiendo y que Rachel necesitaba compañía. Después de llevar a Desi a su habitación, la doctora desnudó a su amante y la metió también en la cama. Era una pena que un día tan maravilloso tuviera que verse ensombrecido por la tragedia del final, pero tal vez Monique ahora tenía por fin algo de paz después de una vida en la que tan poca había tenido.
—Harry, por si todavía no lo sabes, te quiero —susurró Desi en la oscuridad. Por fin se estaba relajando, gracias a la gran mano que le frotaba la espalda. Eran las mismas manos grandes que la tranquilizarían durante el resto de sus días, y en ese momento era la sensación más maravillosa del mundo.
—Y yo a ti, cariño. Ahora intenta dormir un poco. Mañana podemos holgazanear y hacer lo que tú quieras —prometió Harry. Por dentro, elevó una silenciosa oración de gracias por la pierna rota de Desi. De no haber sido por ese dolor y sufrimiento, podría haber perdido a Desi, víctima de la misma suerte que había corrido Monique esa noche.
El fin de semana transcurrió sin incidentes y las chicas lo pasaron juntas en casa de Harry, para gran alegría de Butch, a quien le parecía una especie de acampada. Instalaron a Desi en el estudio y el domingo, Tony y Kenneth se presentaron para ayudar con la limpieza y la pintura, de modo que, para el lunes, Desi ya estaba preparada para poner en marcha su creatividad. Fueron unos días de renovación, que comenzaron cuando Desi pudo quitarse el refuerzo de la pierna para moverse por la casa y continuaron cuando Serena abrió su corazón a nuevas posibilidades con Rachel.
Roger las mantenía informadas de la búsqueda de Mike y Byron y de lo que ocurría con el padre de éstos. El detective sentía simpatía por Desi y quería asegurarse de que la joven estuviera a salvo y libre de las garras de Byron y su hermano. Harry llamó a la compañía de seguridad y contrató a un nuevo guardia para que vigilara los terrenos de la casa mientras ella estuviera en el trabajo, para así poder estar tranquila. El domingo después de mediodía se reunieron todos en la cocina y prepararon un almuerzo tardío, puesto que Mona estaba visitando a su familia. Tuvieron que convencer a la buena mujer para que se marchara y pasara un tiempo fuera de la casa sin tener que cuidar de todos ellos.
—¿Nos queda queso? —le preguntó Desi a Harry. Acababa de terminar de rayar un trozo para las fajitas que estaban preparando. Harry se dirigía a la barbacoa para cocinar la carne, el pollo y las gambas que habían marinado para el plato.
—Mira en el último cajón de la nevera. Estoy segura de que Mona lo esconde ahí —dijo Harry, dejando la fuente que llevaba. Se puso detrás de Desi, tiró de ella para apartarla de la puerta de la nevera y la sentó en la encimera de la cocina para poder besarla. Desi, vestida con pantalones cortos y una camiseta de tirantes finos, tenía algo que estaba volviendo loca a Harry.
—Cariño, nos están esperando todos —dijo Desi, sin hacer el menor intento de bajarse de la encimera. Harry llevaba todo el día de talante romántico y no tenía la menor intención de echarle el freno.
—Que esperen. Tengo una mujer increíblemente bella en la cocina preparándome la comida, ¿y me tengo que sentar encima de las manos para dejarlas quietas? —dijo Harry.
—No, pero a mí me encantaría sentarme encima de tus manos —dijo Desi con tono grave y provocativo.
—Tenemos hambre, tortolitas, a ver si nos ponemos las pilas —se quejó Tony desde la puerta. Se lo habían echado a suertes y le había tocado a él ir en busca de la pareja que faltaba en el grupo. En realidad, Kenneth y él eran los únicos que no se estaban besuqueando en ese momento y detestaba quedarse al lado de la barbacoa caliente.
—Búscate una chica, Tony —le gritó Harry.
—Controla esa lengua, Harry, qué asquerosidades dices —dijo Tony, aferrándose el pecho.
—Eso es cosa mía, gracias. Todo lo que tenga que ver con la lengua de la doctora Basantes debe pasar antes por la pelirroja bajita —dijo Desi. Por fin decidió bajarse de la encimera, pero se aseguró de hacerlo deslizándose por el cuerpo de Harry. El roce hizo que se le pusieran los pezones rígidos bajo la tela de la camiseta y Harry clavó la vista en esa zona. Desi metió la mano por la parte delantera de los pantalones cortos de Harry y tiró para sacarla de la casa, deteniéndose junto a la fuente para que la mujer, ahora frustrada, no se la olvidara. A Tony le encantó ver la cara de Harry, pues por fin veía la luz que llevaba tanto tiempo echando en falta. Casi le hacía gracia que la persona que había apagado esa luz fuera la misma que había vuelto a encender la llama.
—Tío Harry, si mi mamá se casa con Rachel, ¿seremos parientes? —preguntó Butch en cuanto salieron.
—Ya somos parientes, mi niño, así que da igual con quién se case tu mamá, eso no va a cambiar —contestó Harry.
—¿En serio? —preguntó Butch.
—Sí, sois mi familia del corazón y eso no lo puede cambiar nadie. Ven aquí, que te voy a enseñar a hacer la carne como un cavernícola, amigo —dijo Harry. Este comentario hizo que Serena se apartara de Rachel con una mueca.
—Harry, no sigas dándole mal ejemplo. Tú espera a tener hijos, que quedaremos todas las semanas para que pueda impartirles los conocimientos que le enseñas tú al mío —dijo Serena con cara de falsa indignación. Hacía tanto tiempo que no lo pasaban bien que estaba encantada con el fin de semana.
—¿Te crees que voy a criar a los nuestros de una forma distinta a mi niño Butch? Pero si es perfecto tal como es —bromeó Harry.
Ese comentario llamó la atención a Desi: era la primera vez que Harry comentaba que quisiera tener hijos y eso de "nuestros" era lo más importante de lo que había dicho la doctora. Que Byron y ella no hubieran tenido hijos no quería decir que ella no los quisiera y daría cualquier cosa por compartir esa experiencia con Harry. Desi se acercó y se apoyó en Harry, pues había descubierto que echaba de menos estar en contacto con ella cuando estaban separadas.
—A mí también me pareces perfecta, tío Harry —dijo Butch, blandiendo un tenedor largo como el que tenía Harry en la mano.
—Y a mí, cariño, a mí también me pareces perfecta —repitió Desi.
Esa noche, el coche patrulla que pasaba por delante de la casa de los Simoneaux no vio por escasos segundos a las dos figuras que entraron por la puerta de detrás. Con cuidado de no encender luces, Byron y Mike se preguntaron por qué había cinta de la policía por la parte de delante de la casa y por qué no había nadie. Tras mirar en la habitación de sus padres, llegaron a la conclusión de que debían de haber salido a cenar y, como no encendieron las luces, no vieron la gran mancha de sangre que seguía en la alfombra del cuarto de estar. Era el último recordatorio de que Monique Simoneaux había vivido allí y había entregado la vida para satisfacer la ira de su marido.
Tras sus conversaciones durante el viaje a Florida, Byron recordaba vagamente a una chica alta y morena que era amiga de Desi cuando estaban en el instituto. Él había terminado dos años antes que ellas, pero en sus anuarios debería haber una fotografía y el nombre de la persona que estaba dando refugio a Desi. De modo que en vez de acostarse, Byron bajó al pasillo la escalera plegable de la buhardilla y pasó la noche buscando los libros que contenían los recuerdos de una época de su vida en la que era un ganador. Dentro de esos anuarios viviría para siempre el apuesto jugador de fútbol por el que todas las chicas estaban locas. La atracción terminó cuando empezó a servirles la gasolina, al día siguiente de la graduación.
Cuando encontró el curso de Desi, empezó por el principio del alfabeto, rezando por reconocer la cara, para poder ir por fin a recuperar a su mujer.
—Ajá, ya te tengo, puta —dijo, posando el dedo sobre la fotografía de una joven Harry. Después de bajar las escaleras con el libro debajo del brazo, Byron fue a despertar a su hermano para confirmar que ésa era la persona que había visto con Desi.
—¿Qué pasa? Déjame en paz —dijo Mike. Intentó apartarse de la mano persistente que lo sacudía para despertarlo. ¿Acaso Byron no entendía que estaba cansado y asustado por lo que los esperaba?
—Mira esta foto, Mikey, y dime si ésta es la mujer que viste con Desi —dijo Byron, encendiendo la lamparita de la mesilla de noche. Mike guiñó los ojos y se los frotó un momento antes de mirar la fotografía que le señalaba su hermano.
—Sí, se parece a ella —dijo a la espalda de Byron, que salía corriendo de la habitación. En la guía telefónica sólo venía la dirección y el número de teléfono de la consulta de Harry, no dónde vivía. Lo único que tenía que hacer era quedarse esperando a que la doctora se fuera a casa y entonces recuperaría a Desi.
—No, no te puedes levantar —se quejó Desi cuando sonó el despertador. Era lunes y Harry tenía que volver al trabajo. Se habían despedido de todos la noche antes y habían pasado la noche intentando matarse la una a la otra a base de potentes orgasmos. El resultado era que Harry dudaba de que hoy pudiera mantenerse en pie mucho tiempo, y le tocaba operar en el Charity.
—Suéltame, mujer. Las dos hemos quedado hoy con unos montones de arcilla deforme y es hora de poner manos a la obra —dijo Harry, intentando trasladarse hasta el borde de la cama. Daba igual la postura en la que acabaran quedándose dormidas: siempre se despertaban en medio de la cama, con Desi encima de Harry.
—¿Vas a renunciar a la medicina para hacer cuencos, cariño? —preguntó Desi. Se movió con Harry, haciendo todo lo posible para convencerla de que se quedara en la cama un poquito más.
—No, tú tienes unas plastas de arcilla a la espera de convertirse en cuencos y jarrones y yo tengo unas plastas a la espera de convertirse en cirujanos. A veces pienso que tú vas a tener más suerte con tus plastas que yo con las mías. No te entusiasmes demasiado ahí fuera, que voy a intentar terminar a una hora decente para que podamos salir a cenar. Cocinar una vez por semana es mi límite y con lo de ayer ya he cumplido.
—Pues así quedamos, cariño —dijo Desi. Se levantó con Harry y se puso una bata para bajar y preparar el café y el desayuno. Aunque le encantaba que Mona concinara para ellas, era agradable ocuparse de la alimentación de Harry una vez por semana—. ¿Quieres algo especial para desayunar, amor? —preguntó antes de bajar las escaleras.
—Sorpréndeme.