Cómo se arregla un corazón roto IV

Desi y harry se dan una oportunidad, desi decide divorciarse de su marido

Cómo se arregla un corazón roto

Ali Vali

—Hola, dormilona, ¿lista para volver dentro? —preguntó Harry suavemente.

—Hola, sí, empieza a hacer un poco de frío —dijo Desi, parpadeando al abrir los ojos.

—Deja que vaya a ponerme otra camiseta primero, no quiero mojarte toda de sudor —dijo Harry, tirándose de la camiseta.

—No importa, Harry —dijo Desi.

—No, Mona no me lo perdonaría jamás. Espera un momento.

Regresando poco después con una camiseta en la que ponía Los cirujanos ortopédicos están en los huesos , Harry levantó a Desi en brazos con poco esfuerzo. El único temblor que notó Desi fue cuando rodeó con los brazos el cuello de la mujer alta. Esa reacción alimentó la esperanza de que lo que le había dicho Serena fuese cierto. A lo mejor Harry sí que la quería en su vida. Después de depositar a Desi y acomodarla de nuevo en la cama, Harry se metió en el gimnasio, pero antes le encargó a Mona que lavara a Desi con una esponja. Prometió ayudar a Mona a cambiar las sábanas cuando terminara sus ejercicios.

Para la cena, Rachel, Mona y Harry se reunieron con Desi en el dormitorio con bandejas, para que la pelirroja no tuviera que cenar sola. Mona oyó por primera vez algunas de las anécdotas de su infancia que no sabía si María Basantes, la madre de Harry, había llegado a conocer. Con cada segundo que Harry y Desi pasaban en compañía, Rachel y Mona veían renacer esa chispa que había existido la primera vez que floreció su amor. Las dos esperaban que Harry y Desi no echaran a perder esta segunda oportunidad. Rachel se ofreció a ayudar a Mona a llevar abajo todos los platos sucios, para dejar a solas a Harry y a Desi.

—Se está haciendo tarde, Desi. ¿Qué tal si te tomas la medicina y te vas al sobre? ¿Necesitas ir al baño antes de acostarte? —preguntó Harry.

Desi habría obligado a sus riñones a funcionar, si así conseguía otro viaje en brazos de Harry. Durante la cena había decidido que era el único lugar del mundo donde deseaba estar y que Byron y el resto del mundo se podían ir al diablo.

Tras colocar de nuevo el tenderete en su sitio y arroparla con el edredón, Harry dio las buenas noches a Desi. La mujer menuda se llevó una desilusión al ver que Harry no se iba a quedar con ella como la noche anterior, pero decidió no presionar.

—Buenas noches, Harry, y gracias por todo esto. Al paso que vamos, Rachel no se va a querer marchar jamás.

—Tu hermana y tú os podéis quedar aquí, Desi, todo el tiempo que queráis. A Mona le encanta tener a alguien más a quien mimar aparte de mí, y a mí también me gusta teneros aquí. No lo pienses más y concéntrate en curarte esa pierna. Iremos día a día y antes de que te des cuenta, es posible que la que no se quiera ir seas tú.

Cuando Harry salió de la habitación, Desi susurró:

—No me quiero ir y no quiero perderte.

En plena noche, Harry se despertó en la habitación de invitados que había al lado de su dormitorio creyendo que sonaba su busca. Era un ruido suave y apagado, pero no salía de la cajita negra que estaba en la mesilla de noche al lado de la cama. Se levantó para investigar y fue a la puerta del dormitorio que normalmente era el suyo. Era Desi, que tenía una pesadilla. Como no quería que la mujer se hiciera más daño en la pierna, Harry entró, se sentó en el lado libre de la cama y alargó la mano para despertar a su amiga. Cuando su mano tocó el hombro de la durmiente, Desi se apartó claramente de Harry.

—No, por favor, no te acerques, no me hagas más daño —suplicó Desi.

Harry la soltó inmediatamente, creyendo que había asustado a Desi, lo cual la llevó a pensar que la mujer menuda tenía miedo de ella.

—Desi, soy yo, Harry. Aquí estás a salvo. No te voy a hacer daño. Sólo quería despertarte para que no te hicieras daño.

—¿Harry? —dijo Desi con tono confuso. Abrió los ojos despacio parpadeando y miró a la mujer sentada a su lado en la cama.

—Sí, tesoro, soy yo. ¿Ya estás bien? —preguntó Harry.

—Siento haberte despertado. Estaba soñando con Byron y no podía escapar de él.

—Tranquila, no está aquí, Desi. Aquí nadie quiere hacerte daño, pero tienes que tener cuidado con la pierna. Ya sé que seguramente piensas que estoy muy guapa con el pijama de cirujana, pero no quiero tener que llevarte otra vez al quirófano. ¿Crees que podrás volver a dormir? —preguntó Harry.

Lo último que quería Desi era que Harry la dejara sola. Era uno de sus sueños recurrentes, que demasiado a menudo se convertía en realidad: esa sensación de tener los pies pegados al suelo mientras él se iba acercando, con los puños apretados y esa expresión enloquecida en los ojos. Todas las noches, él ganaba en ese sueño. No podía escapar y él era libre de golpearla cuantas veces quería, sin que nadie se lo impidiera.

—¿Puedes quedarte un poco conmigo? Te puedes tumbar si quieres, o sea, no tienes que hacerlo si no quieres, pero yo te lo agradecería —farfulló Desi.

—Me quedo contigo encantada, Desi —dijo Harry.

Harry se echó y buscó la mano de Desi por debajo de las sábanas. Cuando la cogió con su mano más grande, notó que Desi se relajaba. No hacían falta palabras entre las dos y al poco Harry oyó cómo se tranquilizaba la respiración de Desi. Dormida, Desi se puso la mano de Harry en el pecho para poder sujetarla con sus dos manos. Harry se conmovió por el gesto. También le preocupaba que Desi no estuviera ellí cuando se despertara y que todo esto no fuese más que un sueño. ¿Cómo puedo conseguir que vuelvas a mi vida? Creo que ha llegado el momento de que tú y yo tengamos una larga charla, señorita Desi, cuanto antes mejor.

A la mañana siguiente, las dos estaban de nuevo en el balcón, tomando café y bollos que Harry había salido a comprar temprano.

—¿Tratas así de bien a todos tus invitados? —preguntó Desi, dando un bocado a su segundo croissant de la mañana.

—No, no, para nada. Cuando ya puedas caminar, vas a tener que lavar toda la casa con agua a presión. Hay que evitar que salga ese moho del verano y ahora ya no voy a tener que llamar a los hombres que lo suelen hacer —dijo Harry con la cara muy seria.

—Lo haré si tú te quedas fuera con una camiseta blanca, doctora Harry —Desi se puso como un tomate en cuanto las palabras salieron de su boca—. Perdona, Harry, no sé por qué he dicho eso —intentó explicar.

—Desi, si te pregunto una cosa, ¿me prometes decir la verdad aunque pienses que vas a herir mis sentimientos? —preguntó Harry. Apartó las piernas de la tumbona para poder sentarse de cara a Desi mientras hablaban.

—Sí, te lo prometo —dijo Desi.

—¿Salir de mi vida fue idea tuya? No pasa nada si me dices que te enamoraste perdidamente de Byron... bueno, no es que no pase nada, pero... bueno, qué demonios, ya sabes a qué me refiero —Harry se quedó esperando la respuesta mientras se pasaba las manos por el pelo, temerosa de cuál iba a ser la verdad.

Desi miró a la nerviosa mujer sentada ante ella y decidió decir la verdad para no hacer esperar a Harry más de lo que debía.

—No fue idea mía, Harry, fue de mi padre. Me amenazó con no dejarme ver a Rachel nunca más. Te quiero, Harry, pero cuando murió mamá, ella se convirtió en mi única familia. Es decir, la única familia que me importaba aparte de ti. Me necesitaba, Harry. Sabes tan bien como yo que Clyde no era el mejor padre del mundo y sabe Dios lo que habría sido de ella. No espero que me perdones, Harry. ¿Cómo puedo esperarlo cuando ni yo misma me puedo perdonar? Pero esto sí lo sé, Harry: en todos estos años no ha pasado un solo día en el que no haya pensado en ti. Ni un solo día, Harry, en que no hablara contigo y te dijera que te echaba de menos. Te quería entonces con todo mi corazón, Harry, y todavía te quiero. Cuando te vi en esa sala de urgencias, fue como despertar de una pesadilla. No me lo merezco, Harry, pero quiero volver a formar parte de tu vida, aunque sólo sea como amiga —cuando terminó de hablar, Desi se puso tensa, como a la espera de un golpe en el cuerpo, mientras aguardaba la reacción de Harry.

La alta doctora la miraba desde la tumbona donde estaba sentada, sin decir nada. Estupendo, ahora vas y la asustas , Desi, no paraba de repetirse Desi mentalmente. Como no podía moverse a causa de la herida, a Desi no le quedó más remedio que esperar a ver qué iba a hacer Harry a continuación. Al estilo típico de Harry, no fue en absoluto lo que se esperaba Desi, pero los suaves labios que se posaron sobre los suyos sí eran conocidos. Rindiéndose a lo que las dos habían querido hacer desde ese primer momento en el hospital, el beso se fue haciendo más profundo. A Desi le resultó glorioso hundir las manos en esos espesos rizos negros y sentir esa hábil lengua que iba encontrando puntos nuevos dentro de su boca.

—No me dejes esta vez, Desi. Si lo haces, estaré perdida —susurró Harry al oído de Desi.

—Harry, te he echado de menos y no me voy a ir a ninguna parte —le dijo Desi al tiempo que se acercaba para besar a Harry de nuevo—. Puede que ahora ya no quiera dejar de hacer esto nunca más —dijo Desi.

—Qué bien sabes, cariño —dijo Harry, echándose hacia atrás para mirar a Desi a los ojos, la única cosa de Desi que más le había costado tratar de olvidar. Esos dulces ojos verdes que eran como la hierba del verano y que comunicaban todo lo que llevaba la joven en el corazón y la mente. Estaban salpicados de pequeñas motas doradas que a Harry siempre le había parecido que tenían una especie de magia con la que Desi atrapaba su amor. Ampliando un poco más el campo visual, Harry observó el rostro de Desi. Tenía algunas arruguitas alrededor de los ojos, pero se debían a todas las sonrisas que habían marcado la cara de Desi con el paso de los años. La piel cremosa de Desi no había cambiado mucho desde la última vez que Harry había acariciado su superficie con los dedos.

—¿Qué estás mirando, Harry? —preguntó Desi, pegándose a la caricia de Harry.

—Te estoy mirando a ti. ¿Te das cuenta de lo preciosa que eres para mí? Hace ya tanto tiempo que veo esta cara en sueños que me parece que me la sé de memoria. Pero ahora te miro y me vuelvo a enamorar.

—Gracias por decir eso, cariño, pero creo que ya se me ha pasado la belleza. Ya no tengo dieciocho años, Harry. Es algo que recuerdo cada vez que me miro en el espejo. Parece que cada día hay algo un poco más caído que el día anterior y estoy muy cansada —dijo Desi.

—Desi, cielo, tienes treinta y cuatro años, no eres precisamente una abuela. Me encanta mirarte, así que no discutas conmigo. Y si quieres mi diagnóstico oficial de por qué estás tan cansada, es porque has sido muy infeliz, tesoro. Pero no te preocupes, tengo una receta para eso y te garantizo que te levantará el ánimo de forma permanente.

—¿Ah, sí, doctora? ¿Y qué puede ser? —preguntó Desi. La respuesta llegó en forma de beso y dos fuertes brazos que la estrecharon con pasión. Para Harry, hacer feliz a Desi era la medicina que ella misma necesitaba. Empezarían de nuevo sobre los cimientos que habían construido en un columpio tantas noches atrás. ¿Sería suficiente?

—Todos en pie. El tribunal del honorable juez Rose abre la sesión —dijo el alguacil Rudy Thibodaux. La vieja sala del tribunal estaba atestada de abogados y acusados preparados para defender sus casos. El juez Jude Rose detestaba los lunes. Ese día, la suciedad de las calles se colaba en sus dominios dispuesta a defender su inocencia ante todos los que quisieran escuchar. Lo peor de todo el asunto era que el viejo juez ya no distinguía a los abogados de sus clientes. Jude había visto cómo a lo largo de los años los pequeños traficantes de drogas y los jóvenes abogados que perseguían a las ambulancias, esperando a hacerse un hueco en la industria legal, se habían apoderado de la ciudad. Desde su atalaya por encima de la refriega, contempló la Avenida Tulane por las grandes ventanas, recordando la primera vez que entró en esta sala. Siendo un joven estudiante de derecho, acudía después de clase para ver cómo se resolvía el juicio de Clay Shaw en los titulares de la prensa nacional. El edificio estaba ahora lleno de los que vendían bolsitas de crack por nada, violadores y matones aficionados a pegar a sus esposas.

Al ver a Serena Ladding, elegantemente vestida y con un montón de carpetas encima de la mesa, pensó que hoy iba a ser un día de "Señoría, ella se lo ha buscado". Encantador.

—Señorita Ladding, ¿qué tiene hoy para mí? ¿Cree que habremos acabado a mediodía? —preguntó el juez.

—Cuarenta y ocho casos, señoría, pero sólo son alegatos, así que deberíamos terminar hacia las diez, si todo el mundo está presente.

Los treinta primeros casos habían alegado culpabilidad tras hacer un trato con la oficina del fiscal del distrito. No cumplirían condena en la cárcel si se comprometían a hacer terapia individual y familiar. Serena no era una gran defensora de la terapia, pero era lo mejor que podían ofrecer a la situación de las cárceles de la ciudad, que estaban abarrotadas. Tras unas cuantas semanas con un terapeuta, los tipos se dan cuenta de que la culpa de que hayan hecho lo que han hecho es de su madre. Si mamá querida hubiera tenido el valor de dejar al bueno de papá, ellos no habrían aprendido esta conducta. "Así que ya ve, señorita Ladding, soy un maltratador, pero tengo motivos, es todo culpa de la zorra de mi madre". Qué gilipollez.

—Para el último caso, señoría, solicitamos que el tribunal ordene prisión preventiva para el señor Byron Simoneaux debido al ataque brutal e injustificado contra su esposa, la señora Desirée Simoneaux. La señora Simoneaux ha tenido que someterse a una larga operación para reparar los daños causados a su persona por Byron Simoneaux. En opinión de la oficina del fiscal del distrito, el señor Simoneaux sería una amenaza para la vida de su esposa si sale libre bajo fianza. Nuestra oficina va a presentar cargos de intento de asesinato y agresión con arma mortal —terminó Serena y se volvió hacia Byron y su abogado para ver qué chorradas iban a decir.

—Señoría, el señor Simoneaux es un ciudadano respetuoso con la ley que no tiene ni siquiera una multa por aparcamiento indebido. Trabaja mucho y ahora se ve acusado injustamente por una mujer que quiere librarse de su matrimonio y planea cargar a mi cliente con una pensión de manutención desproporcionada —empezó a decir Bradley Blum, el abogado de Byron.

—Señor Blum, ¿me he dirigido a usted? —preguntó el juez Rose, clavando su famosa mirada en el joven.

—No, señor —contestó Bradley, tragando con dificultad.

—¿Entonces por qué está hablando? —preguntó el irritado juez.

—Sólo quería exponer nuestra postura, señoría.

—Ya está hablando otra vez. Le sugiero lo siguiente, señor Blum: aprenda de la señorita Ladding e intervenga sólo cuando se le indique. ¿Me entiende, señor Blum? —preguntó el juez Rose. La sala se quedó en silencio, a la espera de la explosión que sin duda se iba a producir en el tribunal en cualquier momento. Jude era famoso por comerse crudos a estos jóvenes arribistas y escupirlos después, haciendo dudar a sus clientes de su acierto a la hora de elegir representante. Pasaron dos minutos sin que se oyera un solo ruido salvo el tic tac del rejoj situado encima de la puerta—. Estoy esperando, señor Blum. ¿Me entiende? —preguntó Jude, recostándose en su silla de cuero.

—Lo siento, señoría, creía que me había dicho que no hablara —explicó Bradley, ahora sudoroso. En la mesa de la acusación, Serena se esforzaba por ocultar la sonrisa tapándose con la mano. Ella misma había estado en la situación de Blum una sola vez y fue una experiencia que no tenía la menor gana de repetir.

—Le he hecho una pregunta, idiota —gritó Jude.

—Sí, señoría, lo comprendo —dijo Bradley.

—Bien. Veamos, señorita Ladding, ¿qué clase de lesiones ha sufrido la señora Simoneaux? —preguntó Jude.

Serena pasó a explicar la naturaleza y gravedad de las lesiones de Desi y lo que había hecho Harry para solucionar el problema. También explicó que la causa de las lesiones había sido un bate de béisbol hallado en casa de los Simoneaux.

—Gracias, señorita Ladding. Ahora, señor Blum, oigamos lo que tiene que decir.

Después de presentar las razones para dejar libre a su cliente bajo fianza, Bradley guardó silencio prudentemente esperando a que el juez pronunciara una decisión sobre la fianza. Al notar que su cliente se movía nervioso a su lado, Bradley tomó nota mental para decirle a Byron que el juez Rose nunca se ocupaba de casos de violencia doméstica, por lo que lo de hoy no se iba a repetir.

—Dado que ésta es la primera acusación por actos delictivos del señor Simoneaux, fijo una fianza por la cantidad de tres millones y medio de dólares en metálico o en propiedades. Gracias, damas y caballeros, se levanta la sesión —dicho lo cual, Jude se levantó, se ajustó la pistola que llevaba sujeta a la cintura debajo de la toga y salió.

Serena estaba segura de que, puesto que tenía que entregar cuatrocientos veinte mil dólares como adelanto de la fianza, Byron se iba a quedar muchos días encerrado en el calabozo.

Salió de la sala en medio de los insultos que le lanzaba la familia de Byron, y se dirigió a su despacho. Serena se había fijado en el clan Simoneaux al llegar allí esa mañana, y pensaba que Byron y su hermano Mike se parecían a su padre. Su madre parecía una mujer pequeña y sumisa que tenía miedo del gordo hombretón sentado a su lado. Serena estaba segura de que era de Byron padre de quien el hijo había aprendido cómo tratar a las mujeres.

Desde su despacho del edificio, Serena llamó a casa de Harry y habló con Desi de lo que había sucedido esa mañana. Si el abogado de Byron se daba prisa, podrían volver al tribunal a finales de mes, lo cual a Serena le parecía bien. Eso querría decir que Desi estaría presente para declarar con la pierna escayolada, haciendo mucho más real lo que le había hecho su marido.

—Gracias, Serena, te agradezco que me hayas llamado. ¿Te parece bien si llamo a Harry y le cuento lo que está pasando? Se ha marchado temprano esta mañana, pero tengo su número de móvil por si tengo que ponerme en contacto con ella.

—Sí, no hay problema, Desi. Llámala y dile lo que quieras, te hará bien tener a alguien con quien hablar durante todo este asunto. Porque créeme, cielo, vas a tener que enfrentarte a la familia de Byron, no sólo a tu encantador marido.

—Sí, cuando Byron y Mike se juntan y empiezan a beber, son una fuerza de la naturaleza. ¿Tú crees que va a haber peligro para Harry? —preguntó Desi.

—Si tu familia política sabe lo que le conviene, no se acercarán a Harry para nada. La diosa de los huesos es una médico maravillosa, pero la otra cara de la moneda es que tiene la misma facilidad para romperte todos los huesos del cuerpo. Harry estudió artes marciales en la universidad y si eso lo unes a sus conocimientos médicos, conoce de sobra todos los puntos donde hay que golpear para hacer daño —explicó Serena.

Desi se quedó pensando en lo que le había dicho Serena después de colgar el teléfono. ¿Le haría daño Harry? ¿Estaba saliendo de una mala situación para meterse en otra peor? No concebía a Harry levantando jamás una mano para pegarla, pero hacía años que no la veía. A veces las cosas cambian. Soltó el auricular que tenía en la mano, decidiendo esperar para llamar a Harry.

No se esperaba que Harry llegara a casa hasta las ocho o las nueve, debido a un atasco en los quirófanos, por lo que cuando Desi oyó que se cerraba la puerta lateral que había debajo de su dormitorio, se preguntó quién sería. Al mirar el despertador digital que había al lado de la cama, Desi vio que eran las tres y media de la tarde. Había dormido más de lo que pensaba tras su conversación con Serena.

—Hola, tesoro, ¿cómo te encuentras? —preguntó Harry al entrar en la habitación con varias bolsas de compras.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Desi.

—Vivo aquí —replicó Harry, enarcando una ceja.

—Eso ya lo sé, lista, es que no te esperaba hasta tarde. Ven aquí, que yo todavía no puedo ir hasta ti —dijo Desi, doblando el dedo para llamar a Harry.

Harry fue hasta la cama, se agachó y saludó a Desi con un beso. Como esa mañana se había ido incluso más temprano de lo que pensaba Desi, Harry había conseguido acabar con todas sus operaciones más difíciles a las dos de la tarde. Lo que quedaba eran casos que podían hacer sus alumnos, de modo que había encargado a otro instructor que controlara las cosas en los quirófanos. Tras detenerse en una de las compañías locales de suministros médicos y en otros cuantos sitios, Harry compró varias sorpresas para Desi y tenía planeado disfrutar con ella del resto de la tarde.

—¿Alguna vez te han dicho que estás sexy de verde? —preguntó Desi, mirando a Harry, que llevaba el pijama de cirujana.

—Ahora no intentes hacerme la pelota, Thompson. Te he traído una sorpresa, pero ahora no sé si te la voy a enseñar —dijo Harry, al tiempo que lanzaba las bolsas que tenía en las manos al pasillo.

—Ooooh, vamos, Harry, es que me he sorprendido al verte, no es más que eso. ¿Cuál es mi sorpresa? —preguntó Desi.

—Vas a tener que esperar a que me cambie antes de que te lo dé —dijo Harry.

Tras ponerse unos pantalones de chándal y un jersey de lana, Harry salió al pasillo para recoger la primera de las sorpresas. Volvió a entrar con las bolsas y se acercó a la cama para dárselas a Desi.

—¿Te apetecería ir al parque conmigo a dar de comer a los patos? Podríamos hacerlo cuando termine de correr —le dijo Harry a Desi, ofreciéndole tímidamente las bolsas que tenía en la mano.

—Me encantaría hacer eso contigo, cariño, pero no puedo —dijo Desi.

—No te he preguntado si puedes, Desi, te he preguntado si te apetece. Así que, ¿te apetece?

—Sí, me encantaría —contestó Desi.

Harry le pasó la primera bolsa, meneando las cejas. Abriéndola mientras miraba a Harry, Desi miró por fin dentro. Descubrió un sujetador deportivo y un bonito jersey de lana parecido al que llevaba Harry. En el fondo de la bolsa había un par de pantalones de chándal con cierres en las costuras laterales hasta arriba. Eran de esos que se quitaban de un tirón cuando se llegaba a la pista. En la otra bolsa Desi descubrió varios pares de calcetines de cachemira y un gorro.

—¿Quieres que te ayude a ponerte todo eso? —preguntó Harry.

—Creo que me las puedo arreglar sola con la parte de arriba, pero me tendrás que ayudar con la de abajo. Ahora date la vuelta, doctora —ordenó Desi.

Harry se dio la vuelta y esperó a que terminaran los gruñidos procedentes de la cama. Cuando Desi se lo dijo, se volvió para ayudarla a ponerse los pantalones. Harry bajó las sábanas hasta la cintura de Desi antes de levantarla un poco para que la mujer menuda pudiera colocarse los pantalones abiertos alrededor del trasero. Cuando tuvo la pierna sana totalmente cubierta, Harry dobló la otra pernera del pantalón para que no rozara la herida de Desi. Luego desempaquetó un par de calcetines y los puso en los pequeños y delicados pies.

—¿Lista para marcharnos? —preguntó Harry.

—No sé qué tienes pensado, pero estoy lista —contestó Desi. Harry la cogió en brazos, la sacó de la habitación y bajó por las escaleras.

—¿Quieres echar un vistazo a la casa aprovechando que te tengo aquí abajo? —preguntó Harry.

—Sí, no logré ver gran cosa cuando llegué. Vamos a ver el trabajo de Tony.

—Puedes tomar notas para decirle lo que te gusta cuando vengan esta noche a cenar.

Harry llevó a Desi por todas partes, enseñándole la planta baja de la casa y terminando la visita ante la puerta lateral donde había aparcado el Land Rover.

Tras colocar a la mujer menuda en el asiento de detrás para que pudiera estirar la pierna rota, Harry se metió de un salto en el asiento del conductor y se dirigió al Parque Audubon. El parque era uno de los lugares más agradables de la ciudad de Nueva Orleans. Estaba bordeado por una pista de tres kilómetros para los corredores y paseantes, así como para los ciclistas y los patinadores. Mientras se hacía el circuito alrededor del parque, se podía ver a los golfistas que jugaban en el campo de dieciocho hoyos situado en medio del parque. Numerosos estanques esparcidos por toda la extensión eran el hogar de una gran población de patos, cisnes y tortugas. Acostumbrados a que los visitantes les dieran de comer, los habitantes plumíferos del parque llegaban a comer directamente de la mano.

Entrando en el aparcamiento situado en la entrada trasera del parque, Harry encontró sitio cerca de la pista. Fue a la parte de atrás del coche y sacó su última sorpresa. Tras echarle el freno para poder ir a recoger a Desi, casi se echó a reír al ver la cara de pasmo de la pelirroja. Era un modelo adaptado de una silla de ruedas de carreras. Harry la había elegido porque absorbía los baches mejor que las que se usaban en el hospital. Ahora podía empezar a traerse a Desi con ella cuando viniera a correr al parque.

—¿Quieres correr? —preguntó Harry.

—Harry, ¿no te vas a hacer daño en la espalda si tienes que ir doblada empujándome? —preguntó Desi.

—No, ésta es la que tiene los mangos ajustables. Será como correr sujeta a la barra de una cinta. Voy a coger tu gorro, tu manta y el pan para los patos. Tendrás que llevarlo tú hasta que terminemos.

Corriendo a un paso más lento de lo habitual, Harry empujó a Desi hasta dar cinco vueltas a la pista. En su atalaya, Desi se relajó en la silla y disfrutó del dosel de robles que cubrían por completo el ancho camino en el que estaban. No estaba preocupada por su pierna, que iba estirada hacia fuera firmemente sujeta en un soporte, pues sabía que Harry no dejaría que nadie se acercara a ellas. El frío de febrero había secado casi toda la vegetación que las rodeaba, pero Desi gozaba de todas formas con el aire fresco. Sujetando la bolsa de pan entre las manos y con la manta en el regazo, estaba abrigada y contenta, dejando que Harry hiciera todo el trabajo.

A la mitad de su sexta vuelta al circuito, Harry aflojó el paso y salió del camino y bajó hasta la orilla de uno de los estanques más grandes. Antes de que la silla se detuviera, los patos ya estaban saliendo del agua con la esperanza de recibir golosinas. Harry quitó la manta del regazo de Desi y la extendió en el suelo, luego levantó a Desi de la silla y la sentó de forma que estuviera más cerca del agua. Después se sentó al lado de Desi y las dos se dedicaron a partir la hogaza en trozos pequeños y lanzarlos a la bulliciosa multitud que habían atraído. Cuando empezó a ponerse el sol y a bajar la temperatura, Harry volvió a poner a su pasajera en la silla y regresó al coche. Cuando se inclinaba para depositar de nuevo a Desi en el asiento trasero, Harry se detuvo al ver las lágrimas que corrían por la cara de su amiga.

—¿Te duele? —preguntó la preocupada doctora, regañándose ya por su estúpida idea. Desi hizo un gesto negativo con la cabeza, pero no dijo nada. La tarde que había pasado con Harry y el hecho de que su vieja amiga hubiera pensado en todo lo que haría falta para que ella estuviera cómoda habían hecho que Desi se diera cuenta de una cosa. Sus temores después de hablar con Serena esa tarde eran infundados. Harry jamás le levantaría la mano, más bien se pasaría el resto de su vida protegiéndola y haciéndola feliz. Desi se sintió avergonzada de haberlo pensado siquiera.

Al notar que Harry la cogía en brazos y la acunaba contra su pecho, Desi se aferró a ella como si estuviera desesperada.

—Tranquila, cariño, sea lo que sea, todo irá bien. ¿Me dices qué te pasa? —preguntó Harry en voz baja.

—Por favor, no me sueltes —sollozó Desi. ¿Cómo podía haber cambiado esto por nada? Harry había sido siempre tan buena con ella y Desi se lo había agradecido abandonándola. Tendría que haberse esforzado más por encontrar una solución mejor para ellas y no haber malgastado todos esos años separadas.

—No te voy a soltar, pero vamos al coche, no quiero añadir un resfriado a tu lista de males —dijo Harry.

Sentadas juntas en el asiento trasero, Harry se puso a Desi en el regazo, asegurándose de que no se golpeaba la pierna con nada. Abrazando a Desi, que seguía llorando, Harry le acarició la espalda con mano tranquilizadora, intentando que la mujer se calmara.

—Hoy he hablado con Serena de Byron y su aparición en el tribunal —empezó Desi con voz apagada.

—¿Es que he hecho algo que te ha molestado? —preguntó Harry.

—No, nos pusimos a hablar de ti y me dijo que habías hecho unos cursos y pensé...

—¿Pensaste que un día llegaría a casa y te usaría como saco de entrenamiento? —preguntó Harry, sorprendida.

—Sí, pero luego has hecho todo esto y me he sentido como una mierda por pensarlo. Te conozco, Harry, puede que no sepa lo que has estado haciendo durante estos años, pero me resulta difícil creer que tu naturaleza básica haya cambiado. ¿Me perdonas por haber pensado eso? —preguntó Desi.

—Cielo, dada la situación en la que has vivido, no te culpo por pensar en tu seguridad. En el futuro, si tienes dudas o preguntas sobre lo que sea, ¿me prometes que me lo dirás? Tú y yo tenemos historia, pero en realidad estamos empezando de nuevo, Desi, así que cuanto más hablemos, menos probabilidades habrá de que perdamos el rumbo. Sólo quiero que sepas que hice esos cursos cuando Tony, Kenneth y yo entramos en la Universidad Estatal de Luisiana. Una noche volvíamos a casa y un coche cargado de tiarrones pasó a nuestro lado y vieron a los chicos cogidos de la mano. No salieron del coche ni nos tiraron nada, en ese sentido tuvimos suerte. Pero eso hizo que me diera cuenta de que a causa de nuestra orientación, era posible que no siempre tuviéramos esa suerte. Aprendiendo y entrenando, al menos me he dado la oportunidad de poder defenderme si vuelve a ocurrir una cosa así. No he golpeado nada desde hace tiempo, salvo el saco del gimnasio, y las únicas peleas que he tenido con gente han sido en el ring con un instructor al lado —explicó Harry.

—Harry, no tienes que justificarte conmigo, ya sé que nunca me harías daño. Ojalá pudiera volver atrás y cambiar el pasado, así a lo mejor no estaría hecha este desastre —dijo Desi.

—Qué va, no te habría gustado nada tener trato conmigo cuando estaba en la facultad, convivir conmigo era un horror, pregúntaselo a los chicos. Ahora puedes disfrutar de la dulce Harry.

—Te aceptaría en cualquier estado, Harry. Te quiero —dijo Desi.

Harry se echó hacia atrás y miró a Desi al oír las palabras que acababan de salir de su boca. Oh, mierda, ésa no es una cara de felicidad , pensó Desi.

—¿Qué has dicho? —preguntó Harry.

—Que te aceptaría en cualquier estado —dijo Desi.

—Después de eso —dijo Harry.

—Te quiero, Harry.

—Sí, eso. ¿Lo dices en serio? —preguntó Harry.

—Con todo mi corazón. Te he querido siempre, sabes, desde el día en que nos rescataste a Rachel y a mí de esos matones. Ha sido la única constante de mi vida.

—Te quiero, Desi. Dios, qué gusto poder decirlo. Ahora sólo queda una cosa por decir —afirmó Harry.

—¿El qué, cariño? —preguntó Desi.

—Que necesitas un abogado, ya.

—Harry, ¿para qué necesito un abogado? —preguntó Desi.

—Necesitas un divorcio, ahora mismo.