¿Cómo puede estar tanto tiempo sin ti?

Después de los meses de confinamiento una pareja vuelve a reencontrarse y desatar su pasión.

Entes de entran en el relato. Tengo que decir que soy leector de la página desde hace mucho tiempo, pero esta  vez es la primera que me animo a públicar algo.

Espero que les guste.

Tú pasaste primero. Te llevaste mi mano agarrada por tus finos y suaves dedos. Me resistí a andar tras de ti con la única escusa de verte al completo. Disfrutar

la fotografía

que se quedaba en mi retina. Una nueva después de tantos meses de separación.

Tras unos segundos, que quise que se hiciesen minutos y luego horas, te percataste de mi pasividad y giraste la cabeza extrañada. Vi tu perfil. El que tanto había añorado.

Tu sonrisa. ¿Cómo puede resistirse alguien a ella? Yo desde luego que no soy capaz.

Avancé. Entré en aquella casa. Y suavemente cerré la puerta sin dejar de mirarte. Debía de estar haciéndolo como un idiota, porque sonreíste como una boba. Y como siempre, tomaste la delantera para comerte mis labios.

Esa tarde, y muchas otras, te había besado mil veces, pero aquel beso fue diferente a todos los demás. La electricidad se apoderó de mí y mis brazos y manos se movieron solos. Una se dirigió a tu cabeza para acariciar tu pelo. Otra a tu cadera para acercarla a la

mía

.

¿Cómo había sobrevivido tanto tiempo sin esto?

Disfrutamos de los primeros besos cortos. Pequeños mordiscos dados por nuestros labios, pequeños mordiscos dados por nuestros dientes ¿Cómo voy a olvidar que eso te vuelve

loca?

Besos largos, que ojalá no acabases hasta que nuestros pulmones ardiesen como

ardíamos

nosotros por dentro.

Poco a poco comencé a desplazarme de tu boca bajando, primero, por tu cuello. Oír tus primeros resoplidos me ponía contento, de una manera inimaginable. Luego subí poco a poco hasta tu oreja izquierda ¿Habías olvidado lo que sentías cuando te mordía el lóbulo? No te preocupes, que te lo iba a recordar.

Cuando mis dientes hicieron una pequeña presa sobre él, pude sentir como te retorcías mientras dejaste escapar un sonoro gemido. Un gemido que hizo que me perdiese en mi lado más animal.

Ese animal cerro la mano que jugaba con tu pelo y sin, olvidada que era un hombre, tiró de tu cabeza para estirar la piel que recubre tu cuello. Más centímetros para darte el gusto. Volví a jugar con tu cuello: Besándolo, haciendo pequeñas

líneas

con mi lengua,

mordisqueándolo

levemente. Todo acompañado con la música de tus suspiros.

Por un momento decidimos parar, por unas décimas de segundo. Ambos nos pusimos de acuerdo, de manera intuitiva, en mirarnos a los ojos. En ellos pude ver tu tierna pasión. Tu desenfrenada lujuria.

Querías más. Yo te lo iba a dar. Y deseabas

dármelo

a

.

Ahí es cuando decidí que tu camiseta empezaba a estorbarme. Por eso te la quité

dejándome

ver tu perfecta piel de blanca seda. Tus lunares que he contado una y mil veces, y que contaré mil veces más. Lo único que me estorba ya era ese sujetador de encaje que te compraste para ser arrancado.

Pero quería usar esa extraña mezcla de brusquedad y gentileza que tanto te gusta y te enciende. Por eso te di la vuelta bruscamente. Con una mano acaricié tu abdomen mientras la otra, con pericia de ladrón, desenganchaba el cierre.

Giraste el rostro para pedirme con él que te lo quitase ¿o era una súplica? Y mientras mis manos lo hacía resbalar por tus brazos tu falsa sonrisa de inocencia te delataba.

Cuando el envoltorio estuvo en el suelo corrí a disfrutar de mi regalo. Mis manos subieron para amasar tus pechos con delicadeza mientras te aferraba a mí y volvíamos a comernos las bocas.

¿Pero por qué esperar?

Volví a girarte el cuerpo y apoyarte contra la pared. Pude verlas. Pequeñas, tersas y enhiestas por la excitación. Mi boca comenzó a bajar haciendo una línea entre tus labios y uno de tus pechos.

Empecé besando tus pezones, succionándolos, lamiéndolos y haciendo pequeños juegos con la lengua. Juegos que desde el primer momento que los sentiste, quisiste sentirlos en otras zonas más bajas de tu precioso cuerpo.

Te estremeciste hasta tal punto que empezaste a reír, me separaste y me pediste que parara. Echaba de menos esas cosquillas que te provocaba, pero también recordaba que eran una señal. La señal de que debía coger esas muñecas y aferrarlas por encima de ti. Y que mi vena animal te estrellase contra la pared.

Y así hice.

Seguí jugando con tus tetas, jugando con mis labios, mi lengua, la mano que todavía tenía libre. No quería que ninguna de las dos tuviese un descanso.

Tus risas y gemidos me ponían a mil. Hacían que el animal, que se apoderaba de mí, quisiese explorar más de tu cuerpo. Y nuestra conexión te hizo saberlo parando ese pequeño momento. Te zafaste de mi presa. Hubiste de mi en dirección al cuarto. Moviendo tu cuerpo como si bailases. Dabas vueltas sobre ti misma, haciendo señas para que te siguiese.

Y allí que fui. A darle otro memorable recuerdo a aquellas cuatro paredes.

Cuando entré en la habitación me aguardabas a los pies de la cama. Desafiante.  Me quité la camiseta para que fuésemos iguales. Tú te acercaste para besarme, para acariciar mi torso. Yo comencé a desabrochar aquellos vaqueros.

Te empujé, con esa gentileza brutal,

dejandote

tendida encima de la cama.

Me puse encima de ti uniendo nuestros torsos.

Besando tus labios.

Bajando por tu cuello.

Jugando con tus peños.

Lamiendo y mordisqueando tu vientre.

Poco a poco llegué a la frontera que marcaban esos malditos vaqueros. Y ya sabes que a mí las fronteras no me gustan. Por esos entendiendo mis intenciones levantaste tus caderas para que dé un tirón te arrancase los pantalones y esas braguitas que hacían juego con

el

, ya olvidado, sujetador.

Besé esa misma frontera, reclamándola. Mordisqueando ese fino tramo de piel que te marca el hueso de la pelvis. Tus contracciones en la cadera y ligeros gemidos me hicieron comprender que lo estabas esperando con ansia.  y que seguro que esperabas con más ansias lo que venía ahora.

Pero ahí me desconcertaste. Ahí te habías cansado de recibir. Ahí te incorporaste como un huracán e hiciste que me levantara. Desabrochaste el cinturón con una habilidad magistral mientras me besabas. Bajaste mis pantalones, un alivio por fin, creí que me iba a acabar haciendo daño.

Empezaste a jugar con mi polla. A hacerle masajes. Ahora ella yo es que sufría pequeños escalofríos. Demasiado tiempo sin sentir esas manos. Mi sexo apunto lo estaba desando y se puso más duro de lo que ya estaba en cuestión de

décimas

de segundo.

Quitaste los

calzoncillos

, que ya solo estorbaban, y con un juego de pies aparté las prendas que nos molestaban.

Ahora con el suelo libre, te arrodillaste ante de mí. Miraste con lujuria tu juguete, subiste la mirada para que mis ojos viesen tu picardía.  Y llegó el esperado momento.

Comenzaste dando pequeños besos en el cabezal. Besos que hacían que me derritiese.

Masajeabas con habilidad de adelante hacía atrás provocando gusto. Tanto, que no me quedó otra que apoyarme contra la pared.

Tus besos fueron bajando por lo largo del tronco. Humedeciéndola un poco, jugando con ella. Una de tus manos comenzó a masajearme la bolsa escrotal. Sabes que por alguna razón eso me vuelve loco.

Entre pequeño placer y pequeño placer noté la cálida humedad de tu boca en mi polla y ni me molesté en contender el gemido y un

calambrazo

que recorrió mi cuerpo.

Estaba disfrutando como nunca. ¿Sería que el haber estado tanto tiempo sin ti había aumentado mis sentidos? ¿O es qué mi cuerpo te había echado más de menos de lo que yo te había añorado?

Ver tu espectáculo me incitó a unirme y con delicadeza empecé a acariciarte el pelo. Subiste los ojos y entendiste lo que pretendía.

-Ten cuidado ¿Vale

?.-

Dijiste al sacarte mi polla chorreante de tus babas de la boca.

-Sabes que siempre te trato con la mejor de las delicadezas.

-Bueno... Pues se delicado- Dijiste sonriendo y volviste a jugar con mi miembro.

Comencé a acariciar tu pelo de nuevo. Poco a poco empecé a empujar tu cabeza. Con la delicadeza que me habías pedido. No hubo resistencia por tu parte. Tu cabeza empezó un

suave

bamboleo de adelante hacía atrás a lo largo de mi poya.

Me follé tu boca con delicadeza durante unos pocos minutos.

Para no adelantar acontecimientos, decidí que ya era hora de terminar con la rica mamada que me estabas haciendo.

Era hora de seguir jugando. Y te volvía a tocar a ti.

Te levanté y deposité, con más cariño que la última vez, encima del edredón.  Allí estaba vez no hubo preliminares, no hubo recorrido desde tu boca. Esta vez había un objetivo claro. Tu coño.

Si que me tomé un poco de tiempo besando tu pubis. Se que te encanta que llamen a la puerta. Y antes de ello palpé ligeramente el interior de tus muslos, para que supieses que estaba cerca. Que había llegado el momento. No me sorprendió para nada encontrarlos empapados. No húmedos. No. Empapados.

Descubrir aquello no hizo que perdiese más tiempo. Ese coño que tanto había echado de menos tenía que volver a ser

mío

.

Y así fue.

Tu clítoris estaba hinchado, como pocas veces antes. Resaltando sobre todo tu sexo. No pude evitar besarlo a modo de saludo. Aquel gemido que soltaste me puso más cachondo de lo que ya estaba y esa contracción de cadera hizo que me lo metiese entero en la boca.

Durante un tiempo incontable jugué con todo tu sexo. Besando los labios, frotando con mi lengua tu

clítoris

. Mis dedos decidieron entrar en acción y se adentraron en tus profundidades. Jugando con las paredes. Buscando ese punto que hace que veas las estrellas.

Tus fluidos y los

míos

comenzaron a montar su propia fiesta en mi boca.

Conociéndote como te conozco estoy seguro que con aquel juego llegaste a

correrte

una vez.

Podría haberme tirado allí abajo horas, pero comenzaste a reclamarme. Te incorporaste para que te besara y yo te di a probar de ti.

Me levantaste y me empujaste para que me sentara al borde de la cama. Yo me dejé caer sobre ella y tú te subiste encima. Sé que intentaste jugar frotándote con mi polla, pero nuestros sexos se deseaban y antes de que te colocases hicieron conexión. Yo me

encargué

de que terminasen de conectar dando un empujón con mi cadera.

Estoy seguro de que aquel gemido se oyó en todo el edificio.

Hizo que mi animal se volviese a apoderar de

y comencé a dar

frenéticos

empujones con mi cadera. La postura no era la más propicia para ello. Pero nuestra excitación lo hacía posible.

te abrazaste a mi fuertemente y comenzaste a gemir de manera más controlada.

Allí estábamos, volvíamos a estar sentado en aquella cama. Tu animal comenzaba a salir y a arañar mi espalda. Pero no dolía, no, era más gasolina para mi frenesí.

Por comodidad, acabé tumbándome en la cama y tú te erguiste en todo tu esplendor. Volví a contemplar esa piel de seda blanca, pero ahora enrojecida y húmeda. Esos pechos, tersos y puntiagudos que daban pequeños botes con cada embestida.

Y ahí terminó de cocerse la magia.

Nuestras caderas se alinearon y comenzaron a bailar juntas, pegadas, al ritmo de nuestro gozo. De nuestros gemidos.

Mi momento se estaba acercando. Lo notaba dentro de

.

-Cariño, estoy

a punto

de

correrme. -

me dijiste.

En ese momento yo no pude aguantar más. Me corrí. Me corrí como nunca antes. El mayor de nuestros órganos. Sentí no haberte esperado, pero no te preocupes, que sabías que no te iba a dejar así.

Rápidamente

te cogí. Te levantaste y te sentaste sobre mi regazo y mis manos fueron como un rayo a tu

clítoris

comenzando a frotarlo como a ti te gusta que lo hagan.

El resultado no tardó en llegar. Tu cara, que había sustituido su blanco habitual, estaba completamente roja. Tu fuerte gemido se transformó poco a poco en un

rápido

jadeo

que intentaste apagar escondiendo tu cara en mi pecho

Dejé caer mi cuerpo sobre la cama, sin separarlo del tuyo. Besé tu cabeza y allí nos quedamos tendidos. Llenos de sudor y fluidos.

¿Cómo pude haber pasado tanto tiempo sin ti?