¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?
Tomando como inspiración el clásico de Alaska y Dinarama, surge un texto donde las falsas amistades y el deseo de venganza se mezclan. RELATO SIN SEXO
Ana, ¿desde cuándo nos conocemos? Creo que desde la infancia. Hasta donde alcanza mi memoria, tú has estado siempre ahí. Estábamos tan unidas que te habías ganado con creces el apelativo de mejor amiga, alguien en quien poder confiar plenamente. Sin embargo, he descubierto por las malas que nunca me viste como a una igual, simplemente como a una fracasada a la que usabas para que tu mediocridad consiguiera brillar.
Si la cosa se hubiera quedado en un juego de roles, lo habría sobrellevado y te lo habría perdonado. Pero no, tú tenías que acaparar toda mi vida. Cualquier cosa buena que conseguía, tú te encargabas de frustrarla. Como si mis pequeños triunfos ensombrecieran tu autoestima. Como si temieras que terminara usurpando tu lugar en tu pódium imaginario.
No sé cómo nunca llegué a darme cuenta de tus putos manejos, nada de lo que decías hacer por mi bien, era cierto. Solo buscabas tu propio beneficio, un beneficio que pasaba por joder cada minuto de mi existencia. ¿Cómo pude estar tan ciega y no ver a la bruja que tenía por amiga?
Conocer a Alex fue lo mejor que me había pasado en muchísimo tiempo y, por primera vez, conté con tu aprobación para iniciar una relación formal. Todos mis anteriores ligues te habían parecido insuficientes para mí, o eso al menos fue lo que me argumentaste. Ahora en perspectiva no sé qué pensar. Tener a una sociópata como amiga, no es algo fácil de asimilar.
No obstante, nada bueno dura eternamente y nada más volvimos de la Romería del Rocío, el hombre a quien le había entregado mi virginidad me dejó, sin ningún motivo aparente. Todavía resuena en mi cabeza aquel falso «No eres tú, soy yo».
Desolada, ciega ante cualquier posible futuro. Decidí cortarme las venas. Un intento de suicidio que no acabó con mi vida, pero que me mandó a la sala de cuidados intensivos de un hospital. Un lugar en donde mis pocas ganas de vivir, me tuvieron al borde de la vida y de la muerte.
Si algo no he superado aún de aquel fatídico episodio de mi vida, es lo que sucedió con mi padres. Ellos se encontraban en la playa, disfrutando de unas merecidas vacaciones. Al recibir la noticia de mi desgracia, se pusieron en camino hacia Sevilla. No obstante, nunca llegaron a su destino, pues quiso la fatalidad que cogieran una curva a más velocidad de la adecuada y perecieran en un aparatoso accidente de tráfico.
Si la ruptura amorosa me había hecho cometer la locura de querer acabar con mi vida, saber que jamás volvería a ver a mis padres, me terminó sumiendo en una profunda depresión, pues no podía evitar sentirme culpable por sus muertes.
Fueron mis abuelos y mis tíos quienes se hicieron cargo de mis costosos cuidados en todo momento. Unas personas que siempre habían considerado unos desconocidos a los que veía de tarde en tarde y con los que poco o nada tenía en común. Aunque agradecí sus atenciones y el modo en que se desvivían por mí, he de admitir que fuimos incapaces de que, como parientes que éramos, el cariño y la confianza fluyera entre ellos y yo de un modo natural.
Si salí de aquel insondable bache, fue gracias a ti y a Alex, ambos demostrasteis estar a la altura de las circunstancias , viniendo cada día a verme, siendo mi único punto de apoyo en una situación tan difícil e intentando animarme a salir del bache.
Fue doloroso ver de nuevo a la persona que tanto había querido, pero estaba tan destrozada por dentro que una punzada más de sufrimiento no hizo mella alguna en mi talante. Fue como el milésimo latigazo en la espalda de un esclavo.
Estuve seis meses sin pisar la calle, seis meses en los que mi ex y tú se habíais convertido en mi única ventana al mundo. De ti esperaba esa prueba de amistad, de él, que me había dejado sin ningún motivo aparente, no. Puede que en un principio, sus problemas de consciencia fuera lo que le obligara a dedicarme su tiempo, sin embargo, a pesar de que mi estado anímico no era el mejor para la perspicacia, fui capaz de intuir que entre vosotros dos había surgido algo.
Esperaste que mi terapeuta me diera el alta médica, para pedirme permiso para salir con él. No fue ninguna de sorpresa y mis sentimientos amorosos por Alex habían pasado a ser algo pretérito, así que te di mi bendición y, muy en el fondo, me alegré por ti.
Con el tiempo, aparentemente ya recuperada de mi enfermedad, nuestras vidas se fueron distanciando. Aunque nos seguíamos viendo de vez en cuando, yo nunca encontré alguien con el que quisiera compartir mi vida y, mientras tú mantenías una relación estable, yo me sumía en una vida promiscua y solitaria. Donde la falta de compromiso se hizo tan grande como el miedo a que me volvieran a partir el corazón.
Usaba a los hombres como Kleenex (o ellos me usaban a mí), relaciones con fecha de caducidad que, en la mayoría de los casos, ni siquiera se quedaban a desayunar. A veces era yo la que le pedía que se vistieran deprisa, otras veces eran ellos los que se marchaban, en ambos casos, siempre se terminaban olvidando de mí, con la misma rapidez que yo de ellos.
Sin embargo, si algo tiene las patas muy cortas son las mentiras y la verdad siempre termina atrapándolas.
Con motivo de tu despedida de soltera, fuimos unos días a la playa en compañía de tu hermana y tu cuñada. Aunque te fuiste a vivir con Alex al poco de darme de alta en el hospital, tras diez años de convivencia, habíais decidido pasar por el altar. En parte por legalizar vuestra situación, en parte porque estabas loca por celebrarlo por todo lo alto y lucir un traje de novia.
Tus mentiras salieron a relucir la primera noche que salimos de fiesta. Sentadas delante de la segunda botella de tequila, con los chupitos fluyendo de manera graciosa, las confidencias comenzaron a querer formar parte de la reunión, como si compartir secretos fuera de lo más natural.
—¿Tú fuiste novia de mi hermano?
—Sí, peero eso fuee antes de que Alex y yoo empezáramos a salir —Aunque el alcohol estaba haciendo una opa hostil a tu cerebro, no te impidió ser intérprete de mis pensamientos, como si yo fuera todavía la lela que habías mangoneado siempre, como si mi borrascosa existencia hubiera sido incapaz de hacerme madurar.
—¿Es tan bueno en la cama como dice mi hermana? —Intervino tu hermana como si lo que estuviera preguntando fuera una frivolidad.
Me quedé pensativa durante unos segundos, ni diez tequilas ni veinte, le daban a tus familiares permiso para inmiscuirse en mi vida íntima. Sin embargo, no todos los días está una en la despedida de soltera de su mejor amiga, no las mandé a la mierda por cotillas como me hubiera gustado y respondí a su pregunta con mi cara más simpática.
—No os lo puedo decir, estuvimos saliendo cuatro meses, y solo ocurrió una vez.
—¡Pues seguro que la puta de mi hermana no perdió tanto el tiempo y se lo hizo con él desde el primer momento!
—¡Puess ssí, nuestra primera vez fuee en la feria de Sssevilla en el baño de una casseta! Me acueerdo peerfectamente.
Estabas tan borracha que ni te diste cuenta de lo descuidada que estaba siendo y de la tremenda pata que acababas de meter. A mí que te conocía, que sabía lo que te gustaba el sexo y que en febrero vivías ya con él, no me parecía lógico que la primera vez que te lo tiraras, fuera en abril y en un sitio tan nauseabundo como un servicio público. Lo único que me cuadraba es que Alex me hubiera sido infiel y tú hubieras traicionado nuestra amistad, de la forma más miserable.
La misma persona que me aconsejaba que me hiciera la estrecha con él, pues a los tíos les gustaban que se lo pusieran difícil, aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para poder tirárselo a mis espaldas de la forma más indecente y ruin.
En un momento deduje porque me abandonó tan repentinamente, seguramente porque tú le pusiste un ultimátum «o tú o yo» y te escogió a ti.
No sé de donde saqué fuerzas para morderme la lengua y no contarte todo lo que pensaba de ti, algo que no hubiera valido para nada y que solamente te hubiera puesto sobre aviso.
Aquella noche no conseguí dormir, estuve dando vueltas y vueltas en la cama, analizando nuestra relación, buscando un porque a tu proceder conmigo. El único motivo que vi para que me apoyaras durante mi depresión fue que te sentías asquerosamente culpable. Si hubieras sabido tener las piernas cerradas, ni Alex me habría dejado, ni yo habría intentado suicidarme y ni mis padres habían perdido la vida en la carretera.
Lo tenía claro, eras la máxima responsable de todas las cosas malas que me habían pasado desde entonces y me habías engañado haciéndote pasar por mi mejor amiga.
Los últimos días en la playa me volví igual de sociópata que tú y fingí divertirme, fingí alegrarme por ti, fingí que no te odiaba…
Esta mañana te has sorprendido cuando he dicho que quería conducir de vuelta a Sevilla. No obstante, como eres tan vaga, no te ha importado y me has dado las llaves de tu coche con total confianza.
Te importa tan poco lo que puedan sentir los demás, que ni te has dado cuenta que he cogido por la autovía en la que mis padres tuvieron el accidente.
Ni te imaginas que cuando lleguemos a la fatídica curva donde la vida de ellos llegó a su fin, yo en vez de pisar el freno, apretaré el acelerador.
He llegado a odiarte tanto en estos días, que no me importara morir con tal de convertir en un desgraciado a Alex. Lo siento por tu cuñada y tu hermana, las pobres no tienen culpa de nada. Daños colaterales dicen que se llaman.
Te miro en el instante en que el coche se precipita al vacío del despeñadero. Una mueca de pánico se pinta en tu rostro, al tiempo que los ojos parecen querer salir de sus cuencas y gritas de terror un prolongado: «¿Qué haces?»
Me gustaría sacarte de tus dudas y decirte mis verdaderos motivos para esto, que soy yo quien, por al menos una vez, maneja los hilos en nuestra relación, pero nuestro tiempo en este valle de lágrimas se acaba y tu pregunta se queda sin respuesta.
En dos viernes volveré con la primera parte de dos de ¿Te follarías a mi marido?, en esta ocasión en la categoría Bisexuales.
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