Como pasé del sexo virtual al real - 3
El trío. Esta vez mi objetivo es una mujer, con la que tuve una relación nueva para mí, y una gran sesión de sexo, con sorpresa final.
El trío
Decidida a huir del acoso al que me estaba sometiendo mi primer interlocutor, Juan Luis, concentré mi correo y mis charlas en una mujer: Irene, gallega de unos 30 años, dulce, cariñosa y que me revelaba una gran amistad y despertaba mi lado oculto de homosexualidad.
Sus cartas eran tiernas, amigables y pronto surgió una gran amistad y un intercambio de fotografías en el que descubrí que poseía un cuerpo precioso, redondito, con buenas curvas, caderas y pechos grandes, pero sobre todo una gran capacidad de cariño y amistad.
Solo por su insistencia accedí a instalar una cámara Web, para vernos y acercarnos mas en nuestras conversaciones. No pensé que fuera tan baja la calidad de las imágenes que recibía, distorsionadas, frías y con grandes saltos de secuencias, pero le añadía el morbo del directo, de pedirnos cosas, que hacíamos y la otra veía en su pantalla, lo que creó una complicidad erótica muy fuerte.
Yo la pedía que me diera un beso y ella acercaba su boca a la cámara. Ella me pedía que me quitara el vestido y yo, alejada de la cámara, me quedaba en bragas y sujetador para que pudiera apreciar bien mi ropa interior y mi cuerpo medio desnudo, y me volvía y paseaba delante de la webcam.
Iniciamos un largo y tórrido romance por Internet que me producía una gran satisfacción. Mi alegría era inmensa cuando al encender el ordenador por la noche veía aparecer su nombre en verde y su llamada en el Chat: hola, cariño.
Esta vez fui yo la que propuso que nos conociéramos y ella accedió encantada, pero le era imposible desplazarse debido a su trabajo y a su hijo pequeño, que todavía requería sus cuidados.
Conseguí encontrar la solución ideal. Me apunté a una excursión de dos días, en fin de semana por las Rías Bajas y la última noche pernoctaríamos próximos a su lugar de residencia.
Irene estaba entusiasmada y me prometió una noche para las dos, arreglaría sus asuntos familiares y pasaríamos la noche juntas, hablando y…
Ese y… era una gran promesa y mi mente se excitaba según se acercaba el día. Deseaba que el tiempo pasara más rápido y según se acercaba la fecha, mis nervios eran cada vez mayores y mis ansias por verla y estar con ella crecían y me desesperaban.
Por fin me vi en el autobús y llegamos a Galicia y visitamos la costa y nos dieron una charla de ventas de no se qué; ni prestaba atención ni me interesaba y pasó el primer día rápido y expectante.
Y al siguiente nos llevaron de nuevo a la costa y nos dieron de comer y seguimos la excursión y se me hizo largísimo esta vez, aburrido y no me enteraba de ninguna de las maravillas que nos estaban enseñando, ni de los parajes tan increíbles que cruzábamos, hasta que al fin, a media tarde, nos dejaron en el hotel, libres, hasta el día siguiente que regresaríamos a Madrid.
Ella había prometido venir y preguntar por mí y subir a mi habitación, pero no había rastro de ella. Esperé casi una hora y me di cuenta de que a lo mejor era muy pronto todavía.
Estaba demasiado nerviosa. Me calmé un poco y decidí ducharme y preparar qué me pondría cuando ella me llamase y estar guapa para no defraudarla y sobre todo sosegarme un poco y parecer mas una persona normal.
El hotel no era de lujo, las habitaciones eran pequeñas y los lavabos disponían de lo justo, por lo que me di una ducha rápida y después de secarme me puse unas braguitas negras pequeñas y me dediqué a secarme el pelo y desenredarlo delante de un espejo triste y lleno de vapor.
Me vi guapa y descansada, unas tetas firmes y de tamaño justo se apreciaban ante el espejo. Mi cabello revuelto me daba un encanto especial, juvenil, pero lo gastado de mí alrededor le daba un aspecto algo sórdido a nuestro primer encuentro.
Oí unos golpes en la puerta y mi corazón se aceleró. Con una toalla alrededor de mi busto salí a abrir la puerta, mas apresuradamente de lo que debiera. No había nadie al otro lado. Sonaron de nuevo los golpes, esta vez dentro.
No había ningún misterio, eran en la puerta que comunicaba con la habitación contigua. Descorrí el pestillo y allí estaba ella. ¡Qué guapa! Qué joven! Y que cariñosa cuando se echó a mis brazos y apretó su cuerpo contra el mío.
La toalla cayó al suelo, el pelo a medio peinar casi tapaba mi cara y ella reía y me abrazaba y me besaba feliz. Había pedido unos días antes la habitación que comunicaba con la mía y pensó que así me daría una sorpresa y sería mas discreto.
Ella frente a mi, tocaba mi cuerpo desnudo, me acariciaba, me besaba, me decía cuanto me quería y había esperado que llegase este momento, y yo… yo estaba deslumbrada por esa oleada de afecto, por esas demostraciones de cariño, por ese ansia de descubrir nuestros cuerpos y empecé a desabrochar su blusa y la fui desnudando poco a poco, tocándola igual que ella a mi, besándola y pensando que esta vez las fotos que me había enviado no hacían justicia a ese cuerpo voluptuoso, redondo y suave, joven y apetecible que se ofrecía ante mi sin ningún pudor.
Ella bajó al fin mis bragas, la única prenda que quedaba ocultando algo en la pequeña habitación y quedamos las dos frente a frente, mirándonos con arrobo, con amor se podía decir, y en su cara esa expresión de dulzura tierna que tanto me gustaba de ella.
Nos acercamos a la cama y nos sentamos en el borde sin tocarnos todavía, solo mirándonos. Acercó su mano a mi pecho y rozó con sus dedos la redonda superficie y el pezón oscuro y tenso. La imité y enseguida caímos abrazadas sobre la cama, besándonos y tocándonos con ansia y fuerza, apasionadamente.
Delineaba la suave curva de sus caderas, sus pechos sobresalientes y perfectamente esféricos sobre un torso fino y delicado, sus muslos… Estaba entusiasmada con cada descubrimiento que hacía. Otras veces era ella la que me besaba y acariciaba con curiosidad, con pasión. Tocaba mi cuerpo, mi cara o chupaba mis pechos como una niña necesitada.
Nos revolcamos sobre la ya deshecha cama y nos fuimos acalorando y excitando. Cuando enterró su rostro en mi sexo y restregó su cara por mi pelo suave y rizadito y mi pubis abultado, sentí la necesidad de hacerle algo parecido y saborear su cueva, oculta apenas por una hilera de pelitos cortos y rubios.
Me arrodillé frente a ella y se dejó hacer. Coloqué mi cara en su rajita y abrí su sexo con mis manos. Era divino. Estrechito y sonrosado, un huequito estrecho y mas oscuro por el que su marido entraría cada noche para darle placer y arriba del todo, en el vértice de una V invertida que formaban los pliegues de sus labios y señalaban el lugar exacto donde se encontraba su punto de erotismo mas fuerte, un botoncito redondo, claro, saliente, que al poner mi lengua sobre él, hizo que todo su cuerpo se estremeciera.
Me acomodé de rodillas entre sus piernas y pasé mi lengua por su clítoris, como un perrito goloso. Se movía a cada paso que yo daba, abrió mas sus piernas, colocó sus manos a ambos lados de mi cara y gemía y sollozaba, disfrutando de mis caricias y recibiendo mi amor.
En esos instantes lamenté no ser un hombre, no tener un pene para penetrarla, para poseerla, para hacerla gozar y derretirse de placer ante mis acometidas y pensé cuan complementarios pero imperfectos somos los seres humanos.
Me gustaba lo que la estaba haciendo porque la veía disfrutar y recibir el gozo de mis manos y mi boca; extendí mis brazos hacia delante para sujetar y acariciar su pecho, abarcar sus senos con mis manos, excitar sus pezones…
La parte superior de mi cuerpo quedó extendida sobre ella y la inferior, de rodillas, con el culo en alto, sintió de pronto la presión de otro cuerpo y unos dedos abriendo mi chochito para introducir a continuación algo duro y caliente desde atrás.
Me volví sobresaltada, asustada, un intruso se había colado en nuestra habitación y me atacaba y poseía por sorpresa, sin que yo me hubiera percatado de su presencia.
¡Juan Luis! Tu otra vez… no… ¿Qué haces?
darte el trío que querías. ¿No era esto lo que me contabas que deseabas? Sigue a lo tuyo… disfruta… déjate hacer.
. ¡Pero que trampa es esta!
- chisttt…
Las manos de Irene, nerviosas, intentaban que siguiera con lo que había dejado a medias, y mi interior agradecía la invasión forzada y repentina a que se había visto sometida. Lo único que podía hacer era seguir.
Yo estaba ahora en la gloria, notaba que me llegaba el orgasmo y me dediqué a intentar que Irene recibiera también su premio y saboreara lo mejor que pudiera el placer que ya se apoderaba de ella.
Tumbados los tres sobre la cama, descansando, sudorosos, él se recostó sobre mí y me besó en la boca, susurrando bajito:
¿Cuál es tu próxima fantasía? ¿Que deseo oculto y atrevido desearías que se cumpliera?
ninguno, Juan Luis, te lo juro, no deseo nada, ya he cumplido todos, de verdad, muchas gracias.
Me salió rápido y atropellado, sin pensarlo, vehemente y sincero. Por favor, no quería mas sorpresas.