Como pasé del sexo virtual al real - 16

Voy a la playa sola con los chicos, y juego con ellos como lo hacia cuando era pequeña. Creo que ellos quedaron mas satisfechos que yo, pero me prometí intentar enseñarlos a jugar conmigo.

Penúltimo día.

Cuando desperté por la mañana me notaba excitada, mojada, y con una curiosidad extraordinariamente morbosa por saber y comprobar si serian capaces de publicar las fotos y como quedaría en ellas. Era como un reto ver mi cuerpo desnudo, sobado y manipulado por los dos chicos, verme follando y que todo el mundo lo pudiera ver también.

Supongo que de nuevo mi vena exhibicionista era mas fuerte que mi prudencia. O se me ocurría que tal vez yo me lo tomaba mas bien como un juego. Y recordaba que de pequeña, cuando nos peleábamos con los chicos, no era rara la ocasión en que de pronto nos dábamos cuenta que teníamos la falda recogida y nuestras braguitas se mostraban a todo el grupo, que nos jaleaba.

Lo normal era que cuando la chica se percataba de lo que ocurría, se soltara rápidamente y recompusiera su ropa, colorada de vergüenza, pero alguna otra, seguíamos la pelea hasta el final.

Yo era de estas últimas. Me importaba más ganar y prefería no soltar la presa hasta que se rendía; y si mientras los chicos estaban más pendientes de mi culo que de la lucha, o no me enteraba, o me daba igual. Lo importante era sentarse bien encima, atenazarle los brazos y no dejar que se soltara por ningún motivo.

Si el chico era más grande, o más fuerte, tenías que ser más hábil y procurar ahogarle poniendo todo el peso de tu cuerpo encima, asfixiarle casi, y hacer que gritase las deshonrosas palabras de rendición. Todavía recuerdo y me rio de ello, una ocasión en la que era consciente de que tenia las bragas metidas por el culo y esta vez se me estaba viendo todo él, sin que por ello soltase a mi oponente, mientras veía como las chicas me señalaban y se partían de risa.

Estos juegos duraron hasta que fuimos bastante mayores, al igual que lo de trepar por los árboles, tirarnos piedras y cosas parecidas y solo cuando alguien me reveló, ya estando en el colegio, el verdadero propósito de los chicos con estos juegos, dejé de comportarme como uno mas de ellos.

Ahora, casada y con hijos yo también, hablando alguna vez de ello con mi marido, quiero pensar que los chicos de entonces tampoco sabían mucho mas que nosotras, que el juego siempre había sido así, desde tiempos inmemoriales, y que la idea de ver las bragas a las chicas con cualquier pretexto, era mas bien algo heredado o instintivo, pero sin mas malicia ni vertiente sexual.

Y algo de eso pensaba en la mañana siguiente, cuando les vi en la mesa con su madre, desayunando con maneras educadas, y con esa cara de angelitos rubios e inocentes, levantándose con exagerada cortesía para acercarme el asiento y llamando al camarero para que viniera con el café.

  • ¿Qué vas a hacer esta mañana?

  • pues supongo que tomar el sol en la piscina, leer y descansar. ¿Por…?

  • se que ni debía pedírtelo, pero me harías un enorme favor si te llevases a los chicos a la playa. Yo te dejo el coche y ellos te guían. Esta mañana es la menos indicada para que estén por aquí revoloteando… Es que veras, precisamente hoy…

La interrumpí prontamente. No tenia que darme ninguna explicación. Sabia de sobra que hay veces que los hijos estorban cuando estas muy metida en tu trabajo y además inmediatamente me di cuenta de que era un buen pretexto para desparecer esa mañana y tomar el sol con tranquilidad y sin el asedio de Pedro y familia.

  • no te preocupes, no me importa cuidar de ellos y acompañarles a la playa, faltaría mas. Además, así conoceré algo más de la isla, que apenas he salido del hotel estos días.

  • gracias mi amor. Diré en la cocina que os preparen algo de comer por si decidís pasar el día de campo, mientras tú te arreglas y coges tus cosas.

En dos minutos me puse el bikini, un short ligero y una camisa larga por encima, metí en un bolsón la toalla y mis cosas, sin olvidarme del libro que empecé a leer el primer día de mi llegada y que abandoné ese mismo día y me presenté en el vestíbulo.

Iba despacio, porque los chicos no conocían muy bien el camino, pero me aseguraban que era la cala más tranquila y bonita que habían ido jamás. Y así era, en efecto. Solo dos o tres parejas, arena blanca y finísima y un bosque de pinos que la ocultaba de la vista de todo aquel que no la conociera y no se atreviera a abandonar el camino asfaltado para coger aquel otro retorcido y pedregoso.

El que los otros compañeros de playa estuvieran desnudos ya no me extrañaba a esas alturas: siempre que había algún sitio tranquilo y apartado, la gente se ponía inmediatamente a disfrutar como Dios la trajo al mundo. Lo que me descolocó un poco, fue que los chicos les imitaron sin dudar y antes de que yo hubiera dejado siquiera la bolsa en el suelo, se quitaron la camisa y el bermudas y se echaron a correr hacia el agua.

Me les quedé mirando, brillantes por el agua, el pelo pegado y reluciente, los culos fuertes, redondos y endureciéndose según se alejaban corriendo… la verdad es que daba gusto mirar sus cuerpos jóvenes y por un momento soñé con disfrutar de ellos conscientemente, es decir, sin disimular ni tener que fingir que estaba dormida para que ellos se atrevieran a hacer algo.

Cuando un rato después y ya tumbada en la toalla, salieron del agua y se acercaron, no pude por menos de darme cuenta de que sus penes no eran tan pequeños como creí sentirlos en la noche, por lo menos el del mayor, y sus bolas, encogiditas por el frío y apenas cubiertas de pelo, me parecieron ya de chicos mayores.

  • ¿no te metes en el agua?

  • después, cuando tenga un poco mas de calor

  • ¿quieres jugar con nosotros?

  • luego también, dejarme descansar un poco antes.

Sin apenas mirarme, se lanzaron corriendo hacia la orilla, revolcándose en la arena, entrando y saliendo del agua, y armando tal alboroto que tuve que dejar el libro y reírme con sus tonterías. Bueno, había ido allí para ocuparme de ellos y entretenerlos algo, así que un pelín con desgana, me levante y me uní a ellos.

  • ¿a que jugáis?

  • íbamos a hacer un castillo, pero si te parece mejor te hacemos una escultura con la arena

  • ¿y eso que es?

  • Túmbate y estate quieta, eres la modelo.

Bueno, les hice caso. Me tumbé boca arriba y me quedé quieta mientras iban echando puñados de arena sobre mi cuerpo, repartiéndola con la mano, para que quedara pegada y cubriéndome poco a poco. Parecía una estatua de arena, según me iban ocultando, y además, al estar el bikini seco, la arena resbalaba y al final solo quedaba a la vista mi cabeza y la poca ropa puesta.

Sus manos acariciaban mis pechos, por encima de la tela, pero apretando suavemente, para intentar que la arena quedase pegada y yo descubrí esa sensación de nuevo inundarme en oleadas, desde el fondo de mi cerebro repartiéndose por todo el cuerpo a cada repaso sobre mis tetas.

  • no se queda pegada, estas muy seca

  • ¿seca? No se…

Bueno, si que sabía. Dependía de en que sitio se podía decir que estaba empapada. Cuando sentí el primer temblor recorrerme la espina dorsal, pensé que era mejor terminar con aquello, antes de que no tuviese remedio.

  • venga chicos, luego seguimos. Vamos a ver que nos ha puesto vuestra madre de comida.

Casi todos los demás bañistas, menos previsores que nosotros, se habían ido buscar algún chiringuito para tomar algo y estábamos prácticamente solos. Estaba cansada y tenia sueño, consecuencia de las noches casi en vela y de la buena comida. Les pedí a los chicos que me dejaran descansar un poco y echar una siestecita y que después haríamos lo que quisieran.

Accedieron con la condición de que me dejara echar antisolar para que la arena quedase pegada, que ellos me irían poniendo la arena despacio, sin despertarme, para acabar de hacer la figura que habían empezado antes.

Sus manos recorriendo mi cuerpo me adormecían, su suavidad me relajaba y sentí que me iba quedando sin fuerzas, transpuesta, insensible poco a poco. No oía sus voces, ni notaba sus movimientos, solo sus manos acariciándome, y después chorritos de arena resbalando por mis costados hacia abajo.

Cuando recobre un poco la conciencia, sentí el calor del sol sobre mi espalda. Ellos estaban por allí, suponía, pues no les veía ni oía. Un chorro de agua fría me hizo pegar un bote sobresaltada.

  • ¿Qué hacéis?

  • es que no sale la arena. Te la queremos quitar con agua, pero no teníamos intención de despertarte.

Me incorporé un poco y sentí resbalar la arena, entre mis piernas. Me escocia cada vez que rozaba con algo, arañando los finos granitos mi piel sensibilizada por el sol. Estaba desnuda: las bragas no las veía, debieron quitármelas desatando los laterales, y el sujetador había quedado tendido en el lugar que antes ocupaba mi cuerpo.

  • Será mejor que te metas en el agua, te ayudaremos a quitártela.

  • si, vamos a ver si no me habéis puesto cemento y me puedo limpiar.

Corrieron como locos, igual que siempre, y yo me recosté, desnuda como estaba, con la mitad del cuerpo dentro del agua y el mar subiendo por mis piernas, que iba arrastrando la arena consigo.

Me tocaban por todo el cuerpo, intentando despegar la arena de la crema solar. Las tetas no tenían arena, al estar bocabajo, pero les daba igual, ellos seguían a lo suyo. Así, tumbada y dejándome tocar por los dos chicos, me fui dando cuenta como sus pollas se iban colocando en posición horizontal y engrosando a toda velocidad.

Me puse de costado, para que pudieran limpiarme bien por detrás, porque sentía que tenia arena hasta dentro del agujerito del culo. Tocaron y repasaron toda mi raja y en esa posición, mi chochito debía quedar expuesto sin remedio a sus ojos, porque enseguida sentí ahí sus manos.

No tenía solución y lo malo es que lo sabia cuando les acompañe desnuda hasta la orilla. Mire a ambos lados para ver si había testigos inoportunos y me tumbé en la orilla, boca arriba y con las piernas bien abiertas. Se quedaron quietos mientras daba la vuelta y me situaba ofrecida ante sus ojos.

Sus penes dieron un brinco y crecieron aun más. Me daba cuenta de que en esa postura mis pechos apuntaban desafiantes, los pezones de punta y arrugados por el frío, y el vello en mi vientre mojado, dejaba bien a la vista mi rajita abierta y sonrosada ante sus miradas extasiadas.

No sabían que hacer, o no se atrevían. Agarré sus colitas con cada mano y entonces me di cuenta de que eran más grandes y gruesas de lo que había sentido las noches pasadas. Aun así, no se atrevieron a hacer nada mas que acariciarme con deseo, besar mis tetas y acercarse a mi, pegar sus cuerpos al mío mientras yo manejaba con delicadeza sus penes, frotándoles con mi mano húmeda hasta que se descargaron ambos sobre mi estomago.

Cayeron rendidos cada uno a un lado, respirando fatigosamente, mientras en mi mano aquellos instrumentos volvían a su estado habitual, recuperando el aspecto casi infantil que tenían cuando empezó todo aquello, al llegar por la mañana.

Me reí de mi misma. Como cuando era pequeña, no había permitido que me venciesen esos chicos y no les había soltado hasta que se rindieron a mí. Me gustaba jugar, aunque la verdad es que ahora, de mayor, prefería que ellos ganasen y fuese yo la que quedase sometida y dominada, rendida ante su fuerza. Tenia que ver la forma de dejar que lo consiguieran.

Me quedaban dos días, aun era posible hacer algo al respecto…