Como pasé del sexo virtual al real - 11

Miércoles. Cuando llegó su marido nos encontró a ambas desnudas tomando el sol, con la cara satisfecha después de una buena e inusual sesión de sexo lésbico, pero aun con ganas de continuarlo un rato con él.

Miércoles

Aquella mañana Trini me llevo a conocer su casa y a pasar allí el día, porque ellos estarían por lo menos toda la mañana ocupados. Era una casa grande y espaciosa, amueblada y decorada con muy buen gusto, y con un pequeño jardín y una piscina rodeada de césped.

Como no había dicho nada de ir a la playa, yo me había vestido de manera bastante formal y no se me ocurrió meter el bikini en el bolso, así que cuando me propuso darnos un chapuzón, no me quedó mas remedio que contarle mi imprevisión.

Sin entrar en casa y sonriendo por mi excusa, se quitó el vestido y los zapatos y se lanzó de cabeza al agua. Yo me descalcé y me quité también el vestido. Mi breve tanga no era lo más adecuado para meterse en el agua y además de color blanco. Era seguro que se trasparentaría todo.

Aunque ayer estuvimos todo el día desnudos en la playa, esto parecía distinto. Aquello era más natural, más salvaje, la naturaleza, y era casi normal estar desnudos. Esto era la civilización, la ciudad, las casas alrededor, aunque estuvieran bastante separadas entre si por extensos jardines, calles y vallas altas y cubiertas de vegetación.

Me metí primero en la ducha para ver el efecto y cuando se mojó la escasa tela era como si fuera desnuda, prácticamente era invisible. Ya no tenía remedio, era peor estar allí de pie con la extraña impresión de que todos los vecinos estaban en ese momento mirando hacia allí, así que me zambullí en el agua y nadé y floté con mi nueva y preciosa amiga.

  • ¿te escandalicé con lo que te dije ayer de mi relación con mi suegro?

  • bueno, no es muy normal. Tu marido es joven, guapo, atractivo… vaya, no entiendo la necesidad de una aventura con su padre.

  • tu marido también es joven, atractivo y todo eso y sin embargo aquí estas tú, acostándote con un hombre mayor y supongo que disfrutando con ello.

  • si, pero no es familiar mío.

  • la familia política es como si no lo fuera, ¿no crees?

  • si… puede ser. Visto así…

  • desde que empezamos esto no he vuelto a dormir sola casi ningún día. No todas las noches hacemos el amor, pero me gusta sentirme atendida y cuidada en los brazos de un hombre.

  • si, te entiendo. Las mujeres somos así, lo necesitamos. Creo que tú y yo somos muy parecidas. No vamos en busca del placer como locas, pero nos gusta que nos lo den.

  • ¿alguna vez lo has hecho con una mujer?

  • ayer casi contigo.

  • por eso te lo pregunto. Me parece que sabías lo que hacías, como si tuvieras experiencia.

  • pues lo he hecho dos o tres veces. ¿y tu?

  • yo nunca…

No se atrevía a pedírmelo claramente, pero intuía que quería probar. Deseaba saber que se sentía y probablemente no había tenido hasta ahora la oportunidad de acercarse a una mujer y pedírselo sin parecer una viciosa o una ninfomanía ávida de sexo.

Salimos de la piscina sin decir ni una palabra, como si estuviéramos de acuerdo, y nos despojamos de las bragas, que arrojamos sobre la hierba. Nos dimos el primer beso de pie, sin apenas rozarnos. Mi mano tocó su cadera. Se estremeció mientras llevaba la suya a mi pecho. Caímos de rodillas, sin separar nuestros labios y juntando cada vez mas nuestros cuerpos.

Sin pausa nos deslizamos hasta quedar tumbadas, ella debajo de mi. Mi boca se lanzó a lamer y chupar sus pezones, tiesos y duros. La superficie oscura que los rodeaba se había encogido y arrugado hasta casi desaparecer y mis labios solo apreciaban la punta dura y apretada y la superficie blanda y suave de su seno alrededor.

Mi mano se dirigió a su vientre, separando el negro y rizado pelo, buscando por donde entrar, buscando su entrega y su placer. Me seguía y me ayudaba. Con la cabeza echada hacia atrás, una de sus manos me atrajo hacia ella por el cuello y la otra descendía para ayudarme a encontrar más rápidamente su punto de placer.

¡Qué gusto sentir como se debatía entre mis dedos, invisibles ya! Cómo su mano apretaba la mía para que no saliera de su gruta hasta acabar su trabajo. ¡Cómo se retorcía y gemía y suspiraba!, cómo su cuerpo se estiraba y luego se encogía, sus contracciones, la presión de sus paredes vaginales contra mi mano en el momento del orgasmo, con los músculos en tensión alrededor de mis dedos, mientras la otra mano me forzaba a pegar mi cara a sus pechos y el latido frenético de su corazón resonaba en toda mi cabeza.

Su cuerpo, en abandono, era una superficie flácida y dócil al paso de mis manos, que todavía recorría extasiada las curvas, sus curvas, el muslo ancho y cilíndrico de una hechura perfecta, el ensanche de sus caderas, el brusco estrechamiento de su delicada cintura, para luego ascender de nuevo hasta su torso, del que sobresalían dos pechos redondos, simétricos, maravillosos, que cabían justo en mi mano.

Pero lo que me dejó casi sin respiración fue su cara, la expresión de agradecimiento, de cariño, casi de amor. Su mirada y sus ojos llenos de adoración y de entrega. Cualquier hombre que viese esa mirada en una mujer sabía que era suya para siempre. Luego pensé en cuantos hombres habrían descubierto en mí esa expresión al acabar el acto sexual, la satisfacción, la gratitud, el abandono. Se pueden decir tantas cosas sin despegar los labios…

Cuando apareció Pere después de comer nos encontró tumbadas al sol sobre las hamacas, desnudas y cogidas de la mano. Dio un beso a su mujer y luego llevó mi mano a sus labios. Estuvimos los tres echados, tomando  el sol toda la tarde, hasta que el calor empezó a decaer y recogimos nuestra ropa, tirada por el césped para entrar en casa a vestirnos.

Subimos a su cuarto para ducharnos un poco antes de regresar al hotel, pero antes de entrar, ella se abrazó a mi muy fuerte, expresando lo feliz que era por haberme conocido. Sentí los brazos de él por detrás, hasta que alcanzaron a su mujer, quedando yo en medio de ambos.

Acabamos una vez mas en la cama, él penetrándome desde atrás por indicación de Trini, que me ofreció a mi ese honor por ser la invitada y yo, que no quise que ocurriera lo del día anterior, sujetándola por la cintura y con mi boca en su rajita, buscando con mi lengua su clítoris y buscando cada uno dar el máximo placer y satisfacción al otro.

Sentí mi orgasmo y poco después el de él, su rigidez pegado a mi dorso, su tensión mientras se descargaba en mí y su postración sobre mi cuerpo, buscando con sus manos mis pechos y besando mi espalda.

Yo todavía tuve fuerzas para dar los últimos toques a  mi amiga, que provocaron que ella se corriera y volviera a disfrutar y sucumbir al placer gracias a mí.

Creo que esta no es la mejor formula para un trío. Ella gozó y quedó satisfecha, pero es muy difícil que un hombre pueda satisfacer a dos mujeres. Aunque antes de salir vi de nuevo su mirada tierna sobre mí, yo, en su lugar hubiera preferido una buena polla llenarme y saciarme y cuando esa hubiera acabado derrotada, otra que la sustituyera y me volviera a recordar todo lo que mi cuerpo era capaz de admitir y soportar en materia de sexo.

Poco podía imaginar que al día siguiente se cumplirían mis deseos, amplia y sobradamente.