Como pasé del sexo virtual al real - 10

Martes. Vamos a una playa nudista, donde conozco a la mujer de Pere. Una escena tórrida entre ella y su suegro, nos lanza a una en los brazos de la otra

Martes

Al día siguiente, cuando bajé a desayunar, preparada para irme luego a la piscina, ya me estaba esperando Pedro en la mesa y me anunció sus planes.

  • hoy te voy a llevar a mi playa.

  • ¿Qué bien! Tienes una playa para ti solo.

  • no, no es mía, es pública, pero va muy poca gente. Es donde acostumbro a ir yo cuando no tengo trabajo.

No era raro que fuera tan poca gente. Había que conocer los caminos y meterse por unas sendas raras y no muy buenas, y unos vericuetos sin asfaltar donde era fácil perderse.

La playa tampoco era muy buena, una franja estrecha de arena, eso si, muy fina, y el resto piedras grandes y un bosque de pinos detrás, a cuya sombra dejamos el coche.

Solo había dos o tres parejas, desnudos del todo, tomando el sol o bañándose y nos fuimos a poner junto a una toalla vacía y sujeta con unas piedras.

  • oye, Pedro, están todos desnudos.

  • claro, es una playa nudista. ¿Nunca lo has hecho?

  • hombre, alguna vez, pero iba con mi marido.

  • esta semana considérame tu marido a todos los efectos. Pon ahí tus cosas.

  • aquí ya hay alguien. Mira esta toalla y esa bolsa. ¿Por qué no nos vamos un poco más lejos?

  • no, no hace falta. Es una amiga.

Bueno, ¿qué iba a hacer? Dejé mi vestido bien doblado en la bolsa y con bastantes dudas me quité el bikini y me senté a un lado, un poco encogida, observando de reojo a la otra gente, que por supuesto, no me hacia ni caso, y a mi acompañante, que también desnudo, estaba de pie, protegiéndose la vista del sol con una mano y mirando hacia la orilla del mar, mientras parecía que hacía señales con la otra a alguien.

Así al natural parecía algo mas mayor, con algo de tripita y el pelo blanco en casi todos los sitios que yo veía, pero el ejercicio que hacía regularmente le daba un aspecto fuerte y musculoso y su sonrisa era cautivadora, sobre todo si la acompañaba con esas frases graciosas y oportunas, que soltaba de vez en cuando en mitad de la conversación.

Decidí que no es que estuviera enamorada, por supuesto, era una tontería, pero si que me atraía su forma de ser, lo rápido que decidía y hacia las cosas, sin pensarlo, con una enorme seguridad en si mismo. Me parecía la persona ideal para vivir una aventura, cada día diferente, arrastrándome con él adonde quisiera llevarme sin dudarlo. Y lo cierto es que yo deseaba y estaba dispuesta a vivir todas las aventuras que se me presentaran en aquel momento.

Al poco rato, una mujer joven, morena, muy guapa, con solo un collar por toda vestimenta, salía del agua dirigiéndose hacia nosotros, dio un par de besos a Pedro, agarrándose a su polla y se tumbó en la toalla, mirándome con curiosidad. Yo me tapé un poco con las manos, era un poco violento y no sabia que decir o hacer.

Era Trini, la mujer de Pere. Su suegro nos presentó y ella al darse cuenta de quien era yo, me abrazó sin importarle que nuestros pechos se aplastaran juntos en la caricia y me dio también un par de besos.

  • ¡qué alegría conocerte al fin. No pensé que vinieras alguna vez a vernos. Todo era tan distante, parecía tan lejano, que era como si no existieras.

  • bueno, tenía unos días de vacaciones y pensé…

  • Papi, échale crema primero a ella y luego me pones a mí.

  • si, mi niña. Yo os cuidaré a las dos.

Yo estaba boca arriba y me cubrió bien, desde el cuello hasta la punta de los pies. Mis tetas no podían absorber la cantidad de crema que me había puesto y tuvo que repartirla bien con las dos manos durante un buen rato, hasta que dejaron de verse los rastros amarillentos.

Cuando acabó con mis muslos, a los que también tuvo que dedicar bastante tiempo repartiendo la crema solar, su pene había ido aumentando de tamaño y se exhibía en una posición casi horizontal, apuntando hacia delante y empezaba a babear ligeramente por la punta enrojecida.

Trini se había colocado ya boca abajo y empezó por su espalda, luego por las piernas y terminó en su culo, redondito y sobresaliente. Gastó casi medio frasco y también tuvo que estar un buen rato repartiéndolo, hasta que desapareció, igual que conmigo.

Ella había ido abriendo las piernas y yo veía como la mano que repartía la crema solar se introducía por toda la raja de su trasero, bajaba por el interior de sus muslos, se metía por debajo, entre la negra y frondosa mata de pelo que ocultaba su coñito.

Pensaba que podía ser mi mano y mi mente se recreaba con la visión de lo que sucedía a un palmo de mí. Me habían excitado sus caricias y ahora me sucedía otra vez al ver hacérselo a ella y como se tensaba su cuerpo y elevaba mas el culo para sentirle mejor y ahuecaba el vientre para que esa mano no encontrara obstáculos a su paso.

  • ¡ay papi, que bien lo haces! Nadie reparte el bronceador por mi cuerpo como tú.

  • niña, niña. Podía estar toda la vida poniéndoos crema a las dos y nunca me cansaría.

  • eres un adulador, papito, pero te quiero un montón.

Bueno, a él también le había hecho efecto. Si cuando me dejó a mi estaba en posición horizontal, ahora su pene había alcanzado casi la vertical y una rigidez que no parecía propia de un hombre de casi sesenta años.

  • me tengo que dar un chapuzón. Ahora vuelvo.

Sin ocultar su estado de excitación, pasó entre las otras dos parejas y se tiró al agua. Ella volvió la cabeza y se encontró con mi mirada sorprendida.

  • ¿te extrañan estas familiaridades entre mi suegro y yo?

  • no. No se… mira, es cosa vuestra, yo no tengo porque juzgar lo que hacéis.

  • bueno, la culpa es tuya.

  • ¿mía? Yo no le he dicho ni hecho nada.

  • escucha. Cuando me case con Pere, su padre llevaba tres años viudo. Vivíamos los tres en la misma casa y era como si no estuviera. Se pasaba todo el día serio y molestando a su hijo, que a pesar de ser el director, apenas le permitía tomar decisiones.

  • ¿y que tengo yo que ver en eso?

  • espera. Un día, hará unos tres meses, empezó a cambiar. Se volvió mas alegre poco a poco, empezó a venir a esta playa, hacia fotos de todo y a mi, incluso, me pareció que me miraba de otra manera. Si iba con un poco de escote, le pillaba sonriendo y mirando por el hueco. Si enseñaba un poco las piernas, notaba su mirada fija en ellas…

  • bueno, es normal. Eres joven y muy guapa. Cualquier hombre te miraría.

  • puede ser, pero no creo que a ti tu suegro te mire así. Pere me contó que había conocido a una mujer por internet y de un día para otro había cambiado, rejuvenecido. Parecía tener veinte años de nuevo.

  • ya. Ahora entiendo donde intervengo yo.

  • mira. Un día que le llamé papi por algo que me dijo y que me enterneció, me dio un abrazo y un beso en la boca como su hijo no me había dado nunca. Empecé a venir a esta playa con él y un día sucedió…

  • ¿te violó? ¿se aprovechó de ti?

  • mas o menos. Digamos que al contrario mas bien. Me acababa de poner la crema bronceadora, como hoy, y cuando me di la vuelta para agradecérselo con un beso, vi la enorme polla apuntando hacia arriba. No lo pude evitar, la agarré con mis manos y…

Se calló, pero no hacía falta que siguiera. Además Pedro se acercaba a nosotras, empapado y ya con el pene en estado un poco más normal.

Vino directo hacia mí y se echó encima. Mi cuerpo ardiendo por el sol, recibió de golpe todo el frío del suyo húmedo. Grité de la impresión y Trini se arrojó encima de él y empezamos a jugar y a revolcarnos por la arena.

En un momento en que me vi libre, apoyada en los brazos, vi como él la besaba los pechos y la boca y hurgaba con su polla entre sus piernas, nervioso y buscando la forma de penetrarla, sin importarle ni mi presencia ni la de las de las otras personas, que la verdad es que ni siquiera nos miraban.

Trini jugaba debajo de él, dando grititos y revolviéndose como si se defendiera, pero con la cara alegre y sonrojada, que negaba que estuviera pasando un mal rato.

Paró de pronto y me vio a su lado observando todo. Puso sus manos con firmeza en el pecho de él y le separó sin dejar de mirarme. Pedro se dio cuenta de su mirada y se retiró a un lado. Entonces ella agarró mi mano y me puso encima, en el lugar que el hombre había ocupado momentos antes.

Con las rodillas a ambos lados de su cuerpo la besé y acaricié yo también. Su cuerpo joven era esplendido y firme y la pasión que desbordaba su rostro la hacía aun más bella.

Atrajo mi cara hacía la suya y sentí el pene de Pedro buscando desde atrás y meterse en mi concha de golpe. La fuerza con que entraba y salía me obligó a apoyarme en mis manos para no caer al suelo.

Ella en algún momento se deslizó por abajo y desapareció. Al bajar mi cabeza para apagar un poco los gritos y suspiros con que trataba de silenciar un poco mi brutal orgasmo, solo encontré debajo su toalla.

Cuando nos dirigimos al agua, cogidos de la mano para lavarnos un poco, las otras dos parejas nos estaban imitando y se desahogaban próximos a la orilla, olvidándose de todo y de todos, igual que nosotros unos momentos antes.

El sexo es contagioso…