Como mi marido descubrió que le era infiel

Así fue como Tony, mi marido, supo que le era infiel...

En la entrada anterior (titulada; “¿tendríais una esposa así?”) os conté como mi marido se llegó a enterar de que le estaba siendo infiel. Quiero desarrollar un poco lo que pasó con mi amigo Joan y como acabó pasándole a mi marido Tony algunos vídeos sexuales que habíamos grabado juntos en nuestros encuentros.

Esto ocurrió en 2016, pero empezó más o menos un año antes. Conocí a Joan en septiembre u octubre de 2015. Era un chico de 29 años (yo tenía 27 en ese momento), alto, delgado, ojos castaños, mandíbula prominente y un aire canalla que me atraía y a la vez me repelía. Era el amigo de la pareja de Rebeca, mi mejor amiga. Nos conocimos una noche de copas. Mi marido estaba presente, así que aquella vez no pasó nada, aunque sí que nos cruzamos alguna mirada... La perversa Rebeca (algún día os hablaré más de ella) le pasó mi contacto, ya que ella sabía que le era infiel a Tony, y hasta me incitaba a ello, como era aquel caso. Al día siguiente recibí un whasap de Joan y comencé a hablar con él. Así estuvimos unos días, en un tira y afloja donde le ponía la miel en los labios pero acababa echándome atrás (realmente me gusta ese juego), pero un día decidí quedar con él.

Fue una tarde, en su pisito (Joan vivía sólo). A mí marido le dije que iba al trabajo, pero aquel día estaba libre. Tomamos un café y luego Joan puso música para que bailásemos bachata (como ya he dicho en más de una ocasión soy maestra de bailes latinos). Por supuesto sabía que era una excusa por parte de él para meterme mano (no me chupo el dedo) pero dejé que me pusiera la mano en la zona baja de la espalda, y que bajó lentamente hasta agarrarme con firmeza el trasero, sin ninguna oposición por mi parte. Nos besamos, y no mucho después yo me encontraba de rodillas, liberando su polla para darle placer con mi boca. A Joan (como a muchos otros hombres) le excitaba enormemente la idea de que yo tuviese pareja, y comenzó a hacerme muchas preguntas sobre mi relación, refiriéndose a Tony como “el cornudo”. Yo se la estaba mamando, mirándole fíjamente a los ojos, y sólo me detenía para responder a sus preguntas. Debo decir que me daba cierto morbo que Joan se refiriese a Tony como “el cornudo”. Me hacía sentir más perversa todavía. Así que yo también comencé a llamarle así en presencia de Joan, lo cuál le ponía como una moto.

-Voy a follarte mejor que ese cornudo de mierda -me dijo.

-Eso no será muy difícil -le respondí, con una sonrisa pícara a pocos centímetro de su polla erecta y brillante-, el cornudo me deja insatisfecha.

Me agarró del brazo y me llevó a la cama, arrojándome bruscamente a ella. Me puso en cuatro, me desnudó y comenzó a chocarse contra mi culo gordo una y otra vez, metiéndomela por la vagina. En ese momento yo estaba delirando de placer. Ese día nos pasamos toda la tarde follando. También le cabalgué como una amazona, mientrás él se aferraba a mis tetas. Movía mis caderas como enloquecida, clavándome una y otra vez en él. Mientras lo hacíamos, Joan no paraba de referirse a Tony como un cornudo que estaría en casa, aburrido, mientras él se follaba a su mujer. Me hizo decir que yo era suya, y no de ese cornudo de mierda, como él lo llamaba, y yo debo admitir que me daba morbo. Me daba morbo que aquel idiota me follara al tiempo que llamaba cornudo a mi marido, quizá porque aquello me hacía sentir más perversa. Dejó que me duchara en su casa y regresé con mi esposo.

A partir de ahí comenzamos a vernos una o dos veces por mes durante un año o algo más. A partir de cierto momento, Joan comenzó a grabar algunos de nuestros encuentros sexuales. Después de un tiempo, comencé a perder interés en Joan y un día le anuncié que dejaríamos de vernos. No se lo tomó nada bien, y para vengarse de mí le envió uno de esos vídeos a Tony (aún no sé cómo se hizo con su teléfono, pero siendo un amigo del marido de Rebeca tampoco es muy extraño). El caso es que en ese vídeo se veía como le hacía una felación, mirándole a los ojos. Le chupaba la polla con avidez, con ansias, como si fuese la única maldita cosa que importaba en mi vida. A veces, mi nariz terminaba tocando su pubis, de tan profundo como metía su polla en mi garganta. Al terminar el vídeo, Joan descargaba en mi carita y en mi boca abierta, mientras yo era todo sonrisas.

Mi marido no sólo me perdonó, sino que a partir de aquel momento quedó establecido que yo tenía libertad para tener sexo con quien quisiera. Le costó aceptarlo, pero creo percibir cierto morbo masoquista en Tony. En cualquier caso, no volví a verme con Joan.