Cómo mi madre se reencontró con su primo y exnovio

En este relato cuento cómo mi madre, visitando a su prima, se reencontró con el hermano de ésta y lo que después sucedió

Aquél sábado recibió mi madre una llamada de teléfono en la que su tía la informó que la hija de ésta, Tere, acababa de tener una niña.

Intentó convencer a mi padre para ir a verla al hospital, pero, como siempre, él se negó en redondo a ir. La excusa que solía poner últimamente era que tenía trabajo y que le podían llamar en cualquier momento. Evidentemente no era verdad, lo que mi padre quería era ver el partido de futbol que echaban en televisión mientras se tomaba unas cervezas.

Discutieron y, al ver que no podía contar con él para que la llevara en coche, tomó la decisión de tomar un autocar y acercarse a verla, ya que no tenía carnet de conducir y su prima vivía en otra ciudad situada a poco más de cien kilómetros de distancia.

Decidió mi madre que yo, que tenía trece años y era su único hijo, iría con ella. A pesar de mis quejas fue ella la que ahora no cedió, así que nada más comer cogimos un autocar, llegando al hospital a media tarde.

Allí no solo estaba Tere y su niña recién nacida, sino también el marido de ésta y su tía. A lo largo de la tarde se presentaron más visitas, incluido Tomas que era el hermano de Tere y, por tanto, primo de mi madre, con el que hablaron animadamente.

Yo, aburrido como estaba, bostezaba continuamente, intentando presionar a mi madre para que nos fuéramos, pero ella, aunque me miraba algo molesta, continuaba conversando. Hasta que, por fin, harta de verme bostezar, decidió que ya era hora de que nos marcháramos.

Cuando se enteró Tomas que no había venido mi padre y que, por tanto, íbamos a tener que coger un autocar para volver a casa, se ofreció a llevarnos en coche y, a pesar de que mi madre se negó en un principio a que nos llevara para no molestarlo, enseguida aceptó.

El coche ya tenía unos años y no estaba precisamente muy cuidado, pero con el hombre al volante, mi madre en el asiento del copiloto y yo detrás, nos encaminamos ya de noche por carreta hacia la ciudad donde vivíamos, manteniendo los dos adultos una conversación superficial al principio que enseguida se convirtió en más íntima cuando supusieron que yo, tumbado ahora en los asientos traseros del coche y con los ojos cerrados, dormía.

  • ¿Qué tal te va?

Preguntó de pronto el hombre más serio y, aunque no abrí los ojos, me dispuse a escuchar por curiosidad.

  • ¿Qué que tal me va? Bien.
  • ¿Te trata bien?
  • ¿Quién?
  • ¿Dioni, tu marido? ¿Quién va a ser?
  • Normal. ¿Por qué iba a tratarme mal?
  • ¿Por qué no ha venido contigo?
  • Tenía trabajo.
  • ¿Un sábado?
  • Está muy ocupado, siempre muy ocupado con su trabajo.
  • ¿Te tiene … desatendida?
  • ¿Desatendida? Bueno, su trabajo es prioritario.
  • Tú serías para mí lo primero. Ya lo sabes.
  • Cállate, por favor.

Debió mi madre mirar hacia atrás para ver si dormía, por lo que dijo su primo.

  • No te preocupes. No nos escucha. Duerme.

Pero mi madre no estaba segura. No quería que su hijo escuchara lo que hablaban los dos adultos en voz baja y tono contenido.

  • Lo nuestro ya acabo. Acabo hace mucho tiempo.
  • Porque tú quisiste.
  • Por lo que me hiciste.
  • Fue una broma y estábamos borrachos.
  • Me tomaron todos y tú lo sabes. Lo provocaste.
  • Me arrepentí enseguida. Todavía me arrepiento. Además hace mucho tiempo de eso.
  • Pero no lo olvido. No puedo olvidarlo.
  • Te pillé besándolo.
  • Un simple beso, nada más, no lo justifica. Nada justifica lo que me hiciste, lo que me hicieron.
  • No lo justifico, pero ya te he dicho que estábamos borrachos y hace mucho tiempo de eso.
  • Déjalo.

Un silencio se hizo hasta que el hombre continúo. Pensé inquieto que habían tenido una relación más de amantes que de primos.

  • Tampoco tu marido te trata mejor ahora.
  • ¿Qué sabrás tú?
  • Me han dicho que cuando bebe te humilla en público.
  • No quiero hablar sobre esto, no quiero hablar sobre nada. Mejor cállate, por favor.
  • Está bien pero ya sabes que te quiero y puedes contar conmigo cuando me necesites.
  • Sí … ya … quererme. No me hagas reír.
  • Lo digo en serio.
  • Déjalo, por favor, déjalo. No hablemos más.

Ahora el silencio se adueñó del interior del vehículo, hasta que ya habíamos recorrido medio camino cuando el vehículo empezó a hacer cosas extrañas, por lo que Tomas lo detuvo en un área de servicios y, tras levantar el capó y manipular el motor durante unos minutos, nos volvimos a poner en marcha, aunque enseguida el coche dio muestras ahora más evidentes de que no funcionaba bien.

Esta vez se detuvo bajo unas luces y volvió a levantar el capó, revisándolo durante casi media hora. Volvió Tomás muy serio al interior del coche, informando que no podían continuar, y, al ser muy tarde, los talleres estaban cerrados y no era posible que arreglarlo esa misma noche, así que decidió que lo mejor era pasar la noche en un motel que estaba ahí al lado.

Mi madre permaneció en silencio, sin decir nada, solo le escuchaba y se escucharía a sí misma.

Muy lentamente se acercó el vehículo al motel, aparcando al lado de la recepción.

Salió solamente Tomás del coche, quedándose mi madre dentro conmigo.

A los pocos minutos volvió el hombre indicando que había cogido dos habitaciones para dormir y mi madre, girándose hacia mí, me puso una mano sobre el hombro para despertarme.

  • ¡Despierta, hijo!

Disimulando, hice como si me despertara y la pregunté:

  • ¿Ya … ya hemos llegado?
  • Se ha estropeado el coche y vamos a pasar la noche en un hotel.
  • ¿Un hotel?

Continué disimulando cómo si no supiera nada.

Abrió el hombre la puerta trasera del vehículo y mi madre me ayudó a bajar del vehículo.

No era precisamente una noche fría a pesar de estar en octubre, hacia bastante calor, un calor inusual, y nos encaminamos al pequeño motel de carretera.

El conserje, un joven musculoso de unos veintitantos años, nos miró sonriente y no desvió la vista del culo de mi madre mientras nos alejábamos por el pasillo.

Le escuchamos decirnos:

  • ¡Que disfruten!

Siguiendo a Tomás, subimos caminando por las escaleras al primer y único piso que tenía el edificio. Nuestras habitaciones estaban al final del pasillo.

La primera habitación la abrió Tomás y entregó la llave a mi madre, diciéndola:

  • Yo estoy en la siguiente. Si quieres algo no dudes …

Cortó mi madre cerrando la puerta.

La habitación tenía dos camas pequeñas y un baño.

Fui yo el primero que entró al baño, dejando que mi madre hablara por teléfono con mi padre.

Aunque solamente la escuchaba a ella, sabía que estaban discutiendo.

  • Dioni, soy yo.
  • Escucha, por favor.
  • El autocar se ha estropeado y … ¡escúchame, por favor!
  • Tenemos que pasar la noche en un hotel y …
  • ¿Qué dices? ¡Pero si estoy con nuestro hijo!
  • ¡No digas esas cosas! ¿Por quién me tomas? ¡Eso lo serás tú!

Y colgó enfadada.

Nada más salir yo del baño, la encontré sentada en una de las camas, quitándose una de las medias negras que llevaba. Se había quitado el vestido y los zapatos de tacón. Sus enormes y erguidas tetas prácticamente rebosaban el pequeño sostén negro de encaje que llevaba. Sus hermosas piernas, largas y torneadas, se cruzaban resaltando unos muslos fuertes que escondían su deseada entrepierna. La pequeña franja de sus bragas negras cruzaba sus caderas invitando a quitárselas.

Anonadado me quedé paralizado mirándola con la polla erecta apuntando al techo, pero ella, tan enfrascada estaba con sus pensamientos que ni levantó la vista para mirarme y no se dio cuenta de mi estado.

Cuando acabó de quitarse las dos medias, se levantó y se calzó nuevamente con sus zapatos de tacón, dejando sus medias en el armario en una percha junto con su vestido y con su abrigo.

De pie, sobre sus zapatos de tacón, sus prietos y macizos glúteos se levantaron todavía más, amenazando con reventar sus pequeñas bragas negras de encaje.

Al girarse hacia mí, se dio cuenta que ya había salido del baño y, sin percatarse de mis lascivas miradas, me dijo que me acostara y me durmiera sin esperar a que ella volviera del baño.

Mientras se daba una ducha, puse la televisión. Con la televisión puesta salí al pequeño balcón que tenía la habitación. La habitación de al lado tenía la luz encendida, era la ocupada por el primo de mi madre. Se compartía el balcón entre las dos habitaciones y una barra horizontal metálica separaba la parte del balcón de nuestra habitación de la de él. Poniéndome de rodillas podía pasar por debajo de la barra a la otra parte del balcón y, al mirar por la ventana, observé una cama de matrimonio. No le vi al hombre y, temiendo que me pillara de mirón, volví sin hacer ruido a mi habitación.

Acércame al armario, lo abrí, desvistiéndome. Quedándome solo con mi calzoncillo y mi camiseta, colgué el resto de la ropa en el armario, junto a las medias de mi madre que toqué y acaricié imaginando las voluptuosas piernas de mi madre cubiertas por tan excitante prenda, mientras me acariciaba la polla.

Al escuchar como mi madre cerraba la ducha, cerré la puerta del armario y casi corrí hacia una de las camas, hacia la más alejada de la puerta y más cercana al balcón.

Cuando salió mi madre se había envuelto en una toalla, que la cubría desde un poco por debajo de sus sobacos hasta medio muslo. Aunque continuaba calzada con sus zapatos de tacón, llevaba en las manos sus bragas y sostén que colgó dentro del armario.

Apagó la televisión y, acercándose a mí, me dio un tierno beso en la frente, deseándome buenas noches. Se sujetaba la toalla con una mano para que, al inclinarse hacia mí, no cayera la prenda sobre mí, dejándola completamente desnuda.

Apagó la luz de la habitación y, acercándose a su cama, se quitó la toalla quedándose ahora sí totalmente desnuda, metiéndose a continuación entre las sabanas.

Aún sin luz suficiente para verla con nitidez, pude apreciar durante un instante sus lascivas curvas, sus grandes y erguidos senos y el triángulo que escondía entre sus piernas.

Ni podía ni quería quedarme dormido, solo esperaba que mi madre se quedara dormida para poder masturbarme a placer pensando en ella, en su cuerpo desnudo y en lo que podían haberla hecho para que rompiera con su primo y amante.

Como no la escuchaba respirar fuerte, dudaba si ya dormía, así que fui yo el que se fue quedando dormido hasta que, de pronto, me desperté, escuchando cómo ella se levantaba de la cama. Simulando solamente que mi respiración era tan profunda como cuando estaba dormido, la observé en silencio, entre penumbras, completamente desnuda. Sigilosamente se acercó de puntillas a la puerta de la habitación y, abriéndola lo imprescindible, salió por ella, cerrándola tan en silencio como la había abierto.

¡Había abandonado la habitación y salido al pasillo completamente desnuda!

Escuché unos ligeros pasos por el pasillo y cómo llamaba con ligeros golpecitos a una puerta próxima, seguro que donde estaba su primo. Me incorporé rápido de la cama y, abriendo la puerta del balcón, salí a la oscuridad de la noche. Pasando bajo la barra horizontal que separaba las dos partes del balcón, me acerqué a la luz que se acababa de encender en la otra habitación.

Observé de espaldas a un hombre desnudo y cómo abría la puerta que daba al pasillo, emergiendo por ella la figura de una mujer completamente desnuda … ¡mi madre!

Ligera se abrió paso entre el cuerpo de su primo y el marco de la puerta, corriendo desnuda hacia la cama, donde se subió de un ágil salto.

Escuché su risa cristalina cuando, de espaldas a donde yo estaba, comenzó a botar encima de la cama.

¡A brincar y brincar! ¡Una y otra vez!

¡No me lo podía creer! ¡La recatada y puritana de mi madre brincando completamente desnuda sobre la cama de un hombre que deseaba follársela!

Desde detrás de los cristales observaba cómo el culo de mi madre subía y bajaba en cada salto y cómo sus musculosas piernas se contraían y extendían en cada brinco.

Miré asombrado hacia un Tomas que, totalmente desnudo y con un empalme de caballo, miraba también atónito cómo su voluptuosa prima saltaba desnuda frente a él.

Detrás del hombre un espejo, el del armario, me devolvió la imagen frontal de mi madre y cómo sus redondas y erguidas tetas subían y bajaban desordenadas en cada bote.

Aminorando la fuerza de sus botes, se dejó caer de espaldas sobre la cama y, aunque rebotó varias veces, al fin se detuvo y, mirando muy sonriente a su primo, se abrió totalmente de piernas, enseñándole su sexo apenas cubierto por una fina franja de vello púbico, y le provocó con una voz animada que semejaba al de una niña traviesa:

  • ¿A qué esperas? ¡Ven!

Sonriendo ampliamente se acercó Tomas a la cama y, poniéndose a cuatro patas a los pies de la cama, gateó hacia mi madre que ya se había cerrado de piernas y mantenía juntas y dobladas las rodillas con las plantas de sus pies sobre el colchón, tapándose el sexo.

Antes de que la alcanzara, ella levantó sus piernas y puso sus pies sobre el rostro de él, cubriéndole los ojos para que no la viera el sexo, pero enseguida el hombre, moviendo su cabeza, los retiró, descubriendo sus ojos que fijó en el coño de mi madre.

Lamiéndola y mordisqueándola los pies, la provocó cosquillas e hizo que se riera, retirándolos, y permitiendo que Tomás se acercara a más entre las piernas abiertas de mi madre.

Las manos de ella se colocaron sobre la cabeza de él y, empujándola hacia abajo, enterró el rostro de él en la entrepierna.

Tumbado bocabajo entre las piernas de mi madre, comenzó su primo a lamerla el coño, a comérselo, provocando que inicialmente ella, sin soltarle la cabeza, chillara histérica, brincando como intentando escapar, pero los insistentes lametones de él la fueron tranquilizando, dejándola quieta, sin moverse, sustituyendo el nerviosismo por el placer.

Los chillidos fueron sustituidos por jadeos y gemidos mientras el hombre la comía el coño y las erguidas tetas de mi madre crecían a la par que su excitación.

Desde la posición que me encontraba, mirando por la puerta acristalada del balcón, no daba crédito a lo que estaba viendo, cómo mi madre se había convertido en una zorra calentorra que gozaba mientras la comía el coño.

Su rostro estaba arrebatado con los ojos semicerrados y la boca semiabierta con su lengua carnosa y sonrosada moviéndose juguetona entre sus blancos dientes y sus labios húmedos y sonrosados.

Sus enormes tetas semejaban globos hinchados que amenazaban con flotar impúdicas hasta el techo. Sus pezones erectos emergían provocativos como pitones de areolas negras y circulares del tamaño de un euro.

Mientras la contemplaba no dejé de masajearme mi erecta verga que emergía orgullosa por encima del calzón.

Los jadeos y gemidos de mi madre fueron aumentando su volumen hasta convertirse en chillidos. Sus manos dejaron de empujar la cabeza de su primo hacia abajo para tirar violentamente del cabello de éste para levantarlo y a continuación empujarlo hacia abajo, hasta que, de pronto, emitió un chillido aún más alto y alcanzó el orgasmo, retirando ahora la cabeza de su sexo.

Liberado el hombre se acercó a su prima y abrazándola la dio un beso apasionado en la boca que ésta no rechazó, fundiendo sus bocas y sus lenguas.

Mientras se besaban Tomás se iba colocando entre las piernas de mi madre, abriéndolas con intención de penetrarla, pero ella, al conocer su propósito, no quería que se la follara, al menos no tan pronto, así que intentó escabullirse, apartarse para que no se la metiera, pero su primo quería follársela, follársela ya., por lo que la sujetaba, forcejeando.

Me di cuenta que mi madre había provocado a su primo y había conseguido correrse con él, que la comiera el coño, pero no quería que se la follara, quizá por miedo a que la hiciera daño o, lo más seguro, para no poner los cuernos a mi padre. Como sí que la comieran el coño no fuera ser infiel a su pareja. Había dejado que la comiera el coño por morbo con su antiguo amante y por venganza contra mi padre, pero pensaba ella que ir más lejos, ya era pasarse, era un castigo demasiado fuerte para lo que la había dicho y hecho mi padre. ¡Tan contradictoria era mi madre!

  • ¡Déjame, déjame que te la meta!

Parecía que suplicaba su primo cuando realmente la estaba forzando a que aceptara lo inevitable, que se la follara.

  • ¡No … todavía no!

Jadeaba entrecortada mi madre, pero él no la soltaba, temía que no se dejara follar, y forcejeaba para colocarse encima y penetrarla, así que ella optó por decirle:

  • ¡Yo … arriba! ¡Yo arriba!

No se fiaba Tomás, por lo que, sin soltarla, la dejó que se moviera, colocándose él bocarriba sobre la cama y mi madre a horcajadas sobre él. Las manos del hombre la soltaron los brazos y bajaron a su cadera y a sus muslos, sujetándola.

Cogiéndole mi madre con su mano derecha la verga erecta de su primo, se la metió por el coño, y empezó a cabalgarle.

Tomás, más relajado, movió sus manos a las caderas de ella, facilitando los balanceos de ella, que se bamboleaba adelante y atrás, arriba y abajo, una y otra vez, cabalgándole.

Situado en el balcón, detrás de la puerta acristalada, contemplaba el carnoso y respingón culo de mi madre, como subía y bajaba y cómo aparecía y desaparecía el erecto y duro cipote del tipo dentro del empapado coño.

Reflejado en el espejo del armario pude observar también sus erguidas y redondas tetas que subían y bajaban lascivas en cada brinco, y su ardiente rostro, desfigurado por la lujuria y por el placer que sentía.

Sin dejar de observar cómo follaba y sin poder aguantarlo, acabé por sacarme mi empinada y congestionada verga y continué jalándomela con fuerza y rapidez hasta que, en breves segundos, noté como una ola de placer surgía con fuerza desde mis entrañas, hasta que explotó, arrojando una fuerte ráfaga de esperma contra mi vientre, mi pecho e incluso mi rostro, salpicando también los cristales de la puerta del balcón, llenándolo de esperma.

Seguramente los dos amantes lo escucharon pero, tan concentrados estaban follando, que ninguno se apercibió y, si lo hizo, ninguno se atrevió a mirar hacia el balcón.

Mientras mi madre, sentada a horcajadas sobre su primo, cabalgaba a un ritmo cada vez más frenético, las manos del hombre volaron de las amplias caderas de ella, a los macizos y erguidos glúteos, amasándolos y apretándolos lascivos, para continuar a los bamboleantes senos que, tanto hipnotizaban a su primo, sobándolos y acariciando sus inhiestos pezones.

Volviendo sus manos a las duras nalgas de ella, allí estuvieron hasta que alcanzaron los dos casi al unísono el orgasmo, chillando ella y gruñendo él, quedándose a continuación quietos y callados ambos, disfrutando del sabroso polvo que acababan de echar.

Se tumbó bocarriba mi madre sobre la cama, al lado de su primo.

Completamente desnudos bocarriba sobre la cama los contemplaba yo, su hijo, detrás de los cristales de la puerta del balcón.

Permanecieron unos minutos así, sin decir nada e incluso con los ojos cerrados como si durmieran, y, cuando iba ya a marcharme a mi habitación, le escuché preguntar a Tomás:

  • ¿Por qué me dejaste?

Como mi madre, aunque abrió los ojos, no contestó nada, su primo continuó:

  • Podíamos haber continuado follando como hoy.

Ahora mi madre sí le respondió.

  • No todo es follar. Además tú bien sabes porque te dejé.
  • Éramos unos críos cargados de alcohol y de resentimientos en una mala noche.
  • No éramos tan críos, ya teníamos dieciséis años y sabíamos diferenciar lo que estaba bien y lo que estaba mal.
  • Ha pasado mucho tiempo y me arrepiento de lo que te hice aquella noche.
  • Todos me tomaron y tú les provocaste.
  • ¿Sabrás perdonar lo que te hizo un niñato malcriado?
  • Ni perdonar ni olvidar. Nuestras vidas han tomado caminos separados y nunca más irán de la mano.
  • Pero hoy se han cruzado, has vuelto a mí.
  • No volverá a suceder.

E hizo ademan de incorporarse de la cama, cuando su primo la sujetó por el antebrazo, deteniéndola al tiempo que la decía:

  • Espera. Hagámoslo por última vez.

Vuelta mi madre hacia la pared para levantarse, la sujetó por detrás, dejándola recostada de lado sobre la cama, y, maniobrando con su verga entre las manos, la hizo inclinarse y la penetró en el coño por detrás, comenzando a follársela de lado mientras la sujetaba por la cadera.

  • Sigues siendo un niñato malcriado.

Sentenció mi madre, dejando que se la follara, a lo que él, sin dejar de tirársela, replicó:

  • Y tú tan zorra calentorra como siempre, como aquella noche que te follamos todos.
  • ¡Cabrón, hijo puta!
  • Para cabrón el cornudo de tu marido y, para hijo de puta, el tuyo. ¿Cuántos se abran metido entre tus piernas, perra?

Mi madre intentó replicar pero el folleto frenético de su primo se lo impidió.

Sus pechos se balanceaban desordenados en cada embestida y yo, desde el balcón, contemplaba absorto cómo se la tiraba nuevamente.

Su rostro que hacía un momento era la viva imagen de la furia, ahora lo era del placer.

No andaban tan descaminados tanto uno como el otro, si él era un cabrón, hijo de puta y niñato malcriado, mi madre era una zorra calentorra de la que habían gozado cipotes que no eran solamente de mi padre.

Y si tanto ella como él se corrieron, yo no lo fui menos y allí mismo, en el balcón a más de tres metros del suelo, me corrí por segunda vez.

No tardó mucho mi madre en incorporarse de la cama tras el nuevo polvo que la había echado su primo. Lo hizo despacio y con cuidado y, sin mirar hacia su amante, caminó hacia la puerta avergonzada. Abriéndola, todavía le insultó en voz baja, cargada de resentimiento:

  • ¡Hijo puta!

Recibiendo como réplica del hombre:

  • ¡Zorra!

Cerrando mi madre la puerta se encaminó en silencio por el pasillo a la habitación que compartía conmigo y, cuando abrió la puerta sin hacer ruido, yo me acababa de meter en la cama y, como si me hubiera despertado de un mal sueño, toqué el interruptor de la luz que estaba al lado de mi cama, iluminándola cuando ya había cerrado la puerta, y pillándola completamente desnuda y follada.

Deslumbrada, no se lo esperaba y se cubrió con sus manos los ojos, dándome tiempo a echarla una buena mirada a su cuerpo desnudo, de grandes tetas erguidas y redondas, vientre liso, y entrepierna apenas cubierta de una fina franje de vello púbico, entonces, empapado y chorreando semen.

Reaccionó enseguida echando a correr hacia el baño donde se encerró pero me dio tiempo a echarla otra buena mirada a sus nalgas redondas y levantadas, sin una pizca de grasa ni celulitis.

Se quedaron marcados a fuego en mi retina y en mi memoria su hermoso y voluptuoso cuerpo desnudo y recién follado.

La escuché ducharse y apagué la luz, logrando dormirme antes de que saliera del baño.

A la mañana siguiente me despertó como si no hubiera sucedido nada, como si no la hubiera pillado in fraganti cuando volvía de follar con su amado y odiado primo. Seguramente supuso que su llegada me había despertado y, confundiendo sueño con realidad, encendí la luz de la habitación, y, si la vi desnuda, ni lo recordaba o pensaba que era un sueño erótico del que nunca me atrevería a hablar con nadie.

Tampoco Tomás dio muestras de que hubiera ocurrido nada fuera de lo normal aquella noche.

Sin ni siquiera desayunar nos montamos en el coche, que, ¡oh increíble!, se había arreglado él solo durante la noche, lo que confirmaba lo que todos sabíamos, que el vehículo funcionaba perfectamente y era solo un pretexto del hombre para follarse a su prima.

Nos dejó en el portal de nuestra casa y se marchó diciendo, muy sonriente, a mi madre:

  • ¡Ya nos veremos primita! ¡Me pasaré algún día a hacerte una visita!

No respondió nada mi madre, muy seria, y yo me imaginé al primo follándose a mi madre en la cama de matrimonio de nuestra casa.

¡Mi cipote se puso tieso y contento, esperando verlo!