Cómo mi hija inválida volvió a andar
La vida después de la muerte de mi mujer, volvió a sonreírme, pero con una persona inesperada.... mi hija
Mi nombre es Julián, tengo 38 años y soy viudo desde hace unos seis meses, mi mujer Isabel era muy ardiente, pero un accidente de autobús la dejó en coma quince días antes de morir. Nos quedamos mi hija Ana y yo solos, he de decir que Ana tiene 19 años, es guapa como su madre y simpática, pero un accidente cuando montaba en caballo la dejó inválida a los 16 años y aunque la hemos llevado a muchos especialistas no ha podido levantarse de la silla de ruedas, este accidente afectó su carácter, de simpática y alegre, pasó a ser reservada y poco amigable, por eso pensé que le afectaría más la pérdida de su madre, pero quien más la echó de menos fui yo. Me pasaba el día; del trabajo a casa y paseando a Ana por el parque. Una noche después de cenar, Ana me dijo:
- Papá te veo muy abatido, ya han pasado unos meses y no sales con los amigos ni te relacionas con mujeres, echamos de menos a mamá, pero la vida continúa y tú eres joven aún, no te voy a echar en cara si sales con alguna mujer. – Si hija, tienes razón, pero tu madre era muy especial nos compenetrábamos en muchos sentidos y no me veo saliendo con otra mujer, ella era única. – Tú siempre has dicho que yo me parezco a ella, hasta tenemos la misma talla de ropa. – Ya, pero tú eres mi hija. – Yo por no verte tan abatido y triste haría todo lo que mamá te hacía.
Yo como un resorte boté en el sofá y mirándola le dije:
- Pero hija, eso es un incesto. – Llámalo como quieras, pero mírate no sales con nadie y mi novio me dejó cuando vio que me quedaba en silla de ruedas y desde entonces nadie quiere estar conmigo.- Y si se enteran, que dirá la gente.- Nadie tiene que enterarse, además mis amigas dicen que después de hacerlo duermes como un lirón, tú desde que murió mamá tomas pastillas para dormir.- Y tú, ¿cómo lo sabes? - Cuando me dejas en la cama escucho como vuelves al comedor y te tiras horas viendo el televisor y cuando paso el aspirador en tu cuarto veo la caja de pastillas de dormir tirada en el cubo de la basura.- Pero hija lo que me pides no está bien, somos familia.- Tú cuando me caí del caballo, me dijiste que me querías mucho y qué harías que nada me faltara, mis amigas hablan del sexo, como algo sublime, pero yo aún no lo he experimentado y tú ahora necesitas sexo, yo quiero saber que es hacer el amor, yo siempre te he querido como padre y también como hombre.
La miré, era verano, tenía una camiseta de tirante ceñida y muy escotada, se le veía el comienzo de los senos, eran del mismo tamaño de mi mujer, yo estaba pensativo cuando ella dijo:
Papá no lo pienses más y vente a mi cuarto. – Es que igual, no nos sale bien y esto rompe la convivencia entre nosotros. – Papá, siempre serás mi papá, déjame ser por una noche como era mamá, si no sale pues lo dejamos. – No es tan sencillo, una relación sexual implica dar y recibir, no siempre dos personas se sincronizan, tiene que haber una química, una armonía.
Yo siempre te he querido, mamá era muy afortunada, yo os veía y me decía cuando llegará un chico como mi padre, la desgracia se ha cebado con nosotros y sólo estamos tú y yo, hazme el amor.
Yo la miraba, cada vez se parecía más a su madre y sus argumentos me iban convenciendo, pero mi educación me retenía a besarle los labios y acariciar su cuerpo. Después de un rato en silencio y con un hilo de voz bajito le dije:
- Déjame pensarlo, no creas que no tengo ganas, después de unos meses sin sexo, tu madre y yo éramos muy activos, pero quiero reflexionar si esto que me pides no te hará mal.
La cogí de la cintura para llevarla a la cama como cada noche y ella se agarraba del cuello, me miraba muy cerca y me dio un beso, ese beso no fue como el de siempre, me lo dio muy cerca de los labios y rozaron. Mi cuerpo tembló y ella lo notó.
- Que guapo eres papá, te estaré esperando por si te decides, seguro que no te arrepentirás.
Me fui al cuarto de baño para orinar y mi miembro estaba como un palo, me palpitaba el pulso muy rápido y en mi cabeza sólo veía a mi hija guiñar un ojo diciéndome: “te estaré esperando por si te decides”. Quité la mesa y me senté a ver la tele, esa noche sólo salían chicas jóvenes besándose con hombres o eso era lo que yo veía, miré el pantalón de pijama y el pene estaba como un hierro, no se había deshinchado, pensé en hacerme una paja en el lavabo pero estaba al lado de la habitación de mi hija igual que mi habitación, lo más alejado era el comedor, donde yo estaba, pero los ventanales daban a otra casa y podían verme los vecinos.
El deseo era cada vez más intenso y yo me repetía mentalmente “bueno como si fuera un sueño y mi mujer ha vuelto, sólo por esta noche”. Me dirigí al cuarto de ella, pero en el pasillo me detuve y me puse las manos en la cabeza diciéndome “pero si es mi hija, cuando la mire a la cara no podré”, me volví, pero unos pasos después “pues no enciendo la luz, a oscuras, así pensaré que estoy con mi mujer y mi hija conocerá los placeres del sexo”. Entré en el cuarto de Ana y esta fue a encender la lamparilla de la mesita de noche y yo le dije:
- No por favor, no tengo fuerzas para estar con la luz encendida, es como si nos estuviera viendo todo el vecindario. – No te preocupes papá, lo importante es que estés aquí.
Me quité los pantalones y la camisa del pijama antes de entrar en la cama de mi hija, ella estaba con las manos hacia delante y cuando me tocó, me agarró al cuello y me besó en los labios, sabían a miel, eran como mi esposa cuando la conocí, si sabía besar eso se notaba, jugaba con mi lengua, le cogí con una mano la cabeza y la otra en la cintura, fui acariciando su espalda, le quité la camiseta muy despacio, ella levantó las manos dejando de besarme por un momento, pero volvió con más pasión, una de mis manos fue posándose sobre su seno muy despacio y cuando rocé su pezón ella dio un brinco, la otra mano fue desde su cuello hasta su entrepierna, le separé sus muslos y mi mano tocó las braguitas, estaban húmedas, le estiré el elástico de un lateral y mis dedos acariciaron el vello púbico, esta vez mi hija estiró todo el cuerpo y emitió un gemido mientras me besaba. Su respiración se hizo más agitara y decía:
- Si papá, esto me gusta papá, haz lo que quieras conmigo, soy toda tuya, hazme el amor.
Yo quería besar todo su cuerpo, empecé a bajar por su cuello acariciando con mi boca, pero cuando sus senos estuvieron a mi alcance, la lengua hizo círculos sobre el pezón.
- Ooohh papá, que gusto me das.
Mi excitación era máxima, como en los viejos tiempo con mi mujer, pude sentir como el pezón se ponía duro y aumentaba como el de su madre, 2 centímetros, mientras mi hija empezaba a gemir. La otra mano con la ayuda de ella le había quitado la braguitas y ya mi mano oprimía la vagina, el dedo corazón acariciaba sus labios y tropezó con el clítoris cuando ella dijo:
- Uff, que bien me siento papá, como me acaricias, oleadas de placer que desconocía se apoderan de mi papá… – Tranquila esto es sólo un preámbulo, esta noche conocerás los placeres del sexo. – Papá no se qué hacer, todo esto es nuevo para mí. – Déjate llevar, tus instintos y yo te guiaremos por los caminos del placer sexual.
Después de saborear los pezones pasé por el ombligo plano de mi hija, ella me cogía la cabeza con sus manos y me dirigió hacia su entrepierna, cuando llegué el aroma a hembra en celo me embriagó. Lamí su vagina como un niño lame su helado favorito, con pasión, una mano masajeaba los glúteos, mientras la otra acariciaba el clítoris, mi lengua no dejaba nada sin lamer, incluso el ojete del culo, mi hija gemía más fuerte, pero cuando con las manos separé los labios vaginales e introduje la lengua ella gritaba:
- Papá, que haces, no pares, continúa a sin, dame más, dame más placer.
Menos mal que no vivimos en un bloque de casa, sino los vecinos se enterarían, pero yo estaba disfrutando como si mi mujer no se hubiese ido y me era igual que gritara. Mi miembro estaba como un hierro y me dolía dentro de los calzoncillos, con una mano me los quité sin dejar de lamer. Yo le separé las piernas, le daba golpecito con la lengua entre su clítoris y el interior de su vagina, cuando mi hija me cogió la cabeza con sus manos y me dijo:
- No puedo más papá, como utilizas la lengua, no pares de lamerme, me vengo, oh que placer.
Absorbí todo su néctar con mi lengua, sin dejar una gota que se derramara. Me incorporé, ella palpó mi rostro cerca de su cara y me atrajo a sus labios dándome besos de agradecimientos por toda da cara.
- Que contenta estoy de esto papá, que bien me haces.
Mi cuerpo estaba pegado a ella y en un movimiento mi pene rozó su barriga. Mi hija se estremeció y con la mano me la cogió.
- Que grande es papá. – Pues el merito es tuyo, está así por tu culpa.- ¿Quiero lamértela? Dicen mis amigas que a los hombres les gusta mucho, enséñame papá.
Se la puse a la altura de sus labios y le dije:
- Cógemela con la mano y como si fuera un helado lame de arriba abajo, con la mano sigue el movimiento de tus labios, con la punta de tu lengua en círculos lame el capullo del pene e introdúcela como si fuera un chupete y oprimiendo con tus labios el contorno de mi pene.
Ella abrió la boca, con su lengua jugueteó con mi miembro, al principio como si tuviera miedo, pero después cogió ritmo y se percató de la palpitación del pene cuando sus lamidas empezaron a tener consistencia, se dio cuenta como determinadas acciones tenían una reacción en mi cuerpo y en mi respiración.
- ¿Cómo lo hago papá? ¿Te gusta? – Acelera hija y no te asustes, estoy a punto.
Hacía meses que no me hacían una mamada y esa lengua caliente de mi hija junto con las caricias consiguieron que eyaculase una gran cantidad de leche, que mi hija al principio retiró la cara, pero después saboreó con su lengua los últimos latigazos.
- Gracias papá ha sido maravilloso sentir tu pene en mi boca, que suave y que duro a la vez, que delicia, que gozada.
Yo la besaba con locura, con lujuria y con pasión, pero mi pene no se había arrugado y mi deseos tampoco.
- Hija, si quieres vamos a pasar a cuotas de placeres mayores, pero igual esto puede hacerte un poco de daño, ¿estás dispuestas? – Claro, es lo que he estado deseando estos últimos meses, desvírgame papá, por ti estoy preparada para todo, soy toda tuya.- Mi pene es un poco grande, por eso serás tú la que marque la velocidad de introducción según vaya acomodándose mi pene en tu vagina, ¿de acuerdo hija?, ahora te lubricaré un poco con mi lengua.- Papá no me lamas mucho, que me volveré a ir, tu lengua es muy hábil y mi sensibilidad está muy a flor de piel. – Tranquila hija tú me avisas.
Las lamidas hicieron que ella temblase al cabo de unos instantes y cogiéndome la cabeza con las manos, me dijo:
- No continúes, por favor, te quiero dentro, no aguanto más el deseo, aunque me duela por el tamaño, te quiero en mis entrañas, hazme feliz papá. Le puse la punta en la entrada, se la pasé por los labios de arriba abajo y rocé su clítoris. – Que cosquillas más sabrosas, despacio papá, es mi primera vez, te quiero con locura y quiero ser tuya.
Centímetro a centímetro mi miembro abría aquella cueva, los gemidos y sus manos en mi cadera me decían lo bien que iba, retrocedía de vez en cuando y volvía a introducir un cacho más, hasta que una barrera fina noté en la punta de pene, mi hija también la notó, evidentemente era el himen de mi hija virgen y fue cuando le dije entre besos:
- Hija ahora te dolerá un poco, pero enseguida te pasará, cuando estés preparada.- Adelante papá, aguantaré ese dolor, sólo es un pequeño obstáculo para ser tuya.
Le besé los labios mientras le introducía el pene, ella pegó un bote y se le escapó un ¡ahí! Paré, me quedé un tiempo quieto y noté como un líquido resbalaba por su vagina. Ella me volvió a besar y movió sus caderas, yo continué la introducción con lentitud, ya tenía la mitad dentro y mi hija me decía:
- Más, más, lo quiero todo aunque me destroce por dentro, papá no pares, ya se me ha pasado el dolor.
Esa cueva era tan estrecha que notaba cada trozo conquistado, como si fuera un manjar de dioses, mientras ella me aceleraba con sus manos en mi cadera la culminación de la entrada. Parecía imposible, pero mis bolas chocaron con sus labios vaginales, cuando ella dijo:
- Adelante papá, ya está dentro, ahora demuéstrame como me haces gozar.
El vaivén empezó muy lento, como a cámara lenta, en cada embestida, ella gemía más fuere y yo aceleraba.
- ¿La sientes? – Como no papá, me estoy derritiendo de gustooooo. Uff.
Continué con el ritmo más acelerado, cuando mis manos cogieron los senos de ella, le estrujé los pezones y ella gritó.
- No pares, no pares, papá, ay, como te siento aquí dentro, no puedo más.
Y se corrió entre gritos de felicidad, me asusté porque los gritos salían de su garganta como si se fuera a desmayar, movía su cuerpo como una serpiente, incluso yo que estaba arriba, me movía, con sus sacudidas. Le cogí las manos y la besaba, mientras mi pene ya más lubricado, seguía dentro de ella entrando y saliendo.
- Papá ahora faltas tú, riégame toda.- No hija te puedes quedar embarazada.- No me importa, sólo quiero que seas feliz papá.- Ya habrá otra ocasión cuando tomemos medidas, no puede ser hija, lo siento.
Mi hija no dijo nada y con las manos me aceleraba en ritmo de entrada. Yo empecé a hacer círculos con mi pene en su vagina y chocar con fuerza mis bolas en sus labios vaginales. Ella movía las caderas de lado a lado, sus gemidos eran fuertes y yo notaba como mi semen se acumulaba en el pene, aguanté un poco, porque vi que mi hija volvía a correrse otra vez y cuando acabó, me salí y derramé mi semen en sus preciosos pechos.
- Que feliz soy papá, me has hecho mujer, nunca olvidaré esta noche.
Yo me levanté de la cama y cuando mi hija escuchó mis pasos, me dijo:
- No te vayas papá, por favor, quédate, por lo menos hasta que me duerma.- Voy al lavabo a traer unas toallas húmedas para limpiarnos.
Volví a la habitación, limpié los restos de semen que mi hija tenía y me eché al lado de ella, nos besamos y abrazados nos dormimos. Al día siguiente me levanté, mi hija todavía dormía, desayuné en la cocina y en ese momento mi conciencia de culpable se apoderó de mí. Con las manos en la cabeza me vio mi hija en la cocina y me dijo:
Buenos días papá, ¿te duele la cabeza? – No hija, escúchame lo de ayer no estuvo bien.
Vaya, pues yo me lo pasé estupendamente, igual tenemos que practicar más para que yo aprenda, ¿no? Esta frase la dijo riéndose, pero al ver mi semblante serio se calló.- Hija no puede ser, la sociedad no acepta esta conducta, está mal lo que hicimos y no volverá a pasar.
Mi hija se acercó con la silla de ruedas a la silla de la cocina donde estaba y me cogió la cara para darme un beso en la boca, cuando yo desvié la cara para dárselo en la mejilla.
A ver papaíto, ¿hemos matado a alguien, hemos hecho daño a alguien, la sociedad se ha enterado?, ¿dónde está el problema? Tu educación religiosa y moral es la que te tiene comido el coco, tú tienes una necesidad de hacer el amor, ayer me lo decías “que tú con mamá eras muy activo sexualmente” y yo estoy aprendiendo los placeres del sexo, ¿dónde está lo malo?- Yo soy tu padre, tú tienes que salir con un chico de tu edad, yo soy mayor.- Papá tú no eres mayor, me tuviste muy joven, tú siempre me has dicho que el amor no tiene edad y yo te quiero.
Yo también te quiero, eres mi hija.- Papá yo te quiero con locura y no como padre sino como hombre.- Hija no puede ser, soy tu padre, entiéndelo.
Ella se echó a llorar y se fue a su cuarto. Yo cogí la cartera y me fui al trabajo. Cuando volví la mesa estaba puesta, nos pusimos a comer casi sin hablar, se notaba que mi hija estaba enfadada, pero yo no cedí. Después de pasear por el parque, como cada día, le pregunté si quería que alquiláramos una película para verla después de cenar, ella me contestó que no le apetecía y que tenía que estudiar. Cenamos esa noche en silencio, yo intenté tener una conversación normal con preguntas triviales, pero ella contestaba con monosílabos “si, no, bien, bueno, vale”. Cuando la llevé a su cuarto, le di las buenas noches y le pregunté:
- ¿Estás bien?, hija.- Bueno, podría estar mejor, pero ya sé que tú no quieres.- Seguro que se te pasa, yo también me enamoré de mi profesora de literatura, es algo pasajero.- Yo no creo que sea algo pasajero, lo que siento es algo profundo y real, ayer no sólo hiciste el amor conmigo sino me demostraste que me querías, pero igual todavía no eres consciente, pero ocurrió algo extraordinario, cuando me corrí, unos latigazos de electricidad recorrieron mi cuerpo y por un instante pude notar mis piernas, sobre todo la segunda vez, hasta pude mover los dedos de los pies.
Yo con los ojos como platos, escuchaba y no me lo podía creer, me acordaba como todos los médicos me decían que mi hija no podía andar y no había solución.
Estás segura hija de lo que dices, ¿por qué no me lo dijiste ayer? – Ayer papá me lo pasé muy bien, pero acabé tan rendida que me dormí sin podértelo decir. Yo estaba alucinando y le pregunté acogiéndole los pies.- ¿Sientes algo ahora?- No papá ahora no siento nada, pero anoche en la primera corrida, noté mis piernas, estoy segura, pero en la segunda sus efectos tardaron más en desaparecer, hasta pude mover los dedos.
Mañana mismo iremos al médico para que te vea, hija.- Ya, pero no podemos hacer el amor delante del médico para que vea la movilidad de mis piernas.- Y menos le podemos decir que tú y yo hemos hecho el amor.- Bueno, pero podemos seguir haciendo el amor, a ver si tengo más movilidad.
Yo interpreté esa última frase como si todo fuera mentira y que era todo una trampa para que hiciéramos el amor que yo no quería, por eso me enfadé y le dije:
- No sé cómo has podido engañarme con eso, sabes que tu caída del caballo me dolió mucho, yo hubiese querido que me pasara a mí y no a ti, incluso daría mis piernas porque tú anduvieras, pero te has pasado, no esperaba eso de ti.- Papá te lo juro, no es mentira, no es una treta para hacer el amor contigo, te lo juro por lo que más quiero, por ti papá.
Se echó a llorar y yo me fui al comedor a ver la televisión. La verdad no vi nada, no me concentraba, sólo le daba vueltas a lo que mi hija me había dicho. Me acordaba de mi mujer cuando prometimos que llevaríamos a nuestra hija a cualquier médico que nos diera una pequeña esperanza de que caminaría, que haríamos todo lo que estuviera en nuestra mano para sacarle a nuestra hija la silla de ruedas. Andando hacia su habitación pensé igual ya está durmiendo, no la despertaré, pero vi luz y entré.
- Hija, quiero que me prometas que no me estás engañando y que sólo quieres sexo.- No papá, quiero sexo contigo, pero no te he engañando, créeme por favor.
Mi intención al entrar a su cuarto, no era hacer el amor, pero cuando me abrazó, yo sentí su piel en contacto con la mía, los deseos se desataron y nos besamos con pasión. Mis manos acariciaron su cuerpo por encima de su camisón y pude ver como sus pezones crecían, ya no había marcha atrás y esta vez con la luz de la mesita. Acaricié con mis manos y con mi lengua todo su cuerpo y pude comprobar que ese cuerpo ya no era el de esa niña que yo conocía, sino el de una mujer hecha y derecha, que había conocido los deseos del sexo y que quería más. Puse tanto entusiasmo en las caricias en su cuerpo y sobre todo en sus pechos, que cuando le hice un par de lamidas en su vagina, se corrió copiosamente. Fue entonces cuando vi como mi hija doblaba las piernas hacia arriba.
- Has visto papá, he movido las piernas, sin ayuda de mis manos, ha sido fantástico. Déjame lamer ese trozo de carne que me lleva a la locura.- Hija, ¿notas mis manos en tus piernas?- No, ahora no, pero si he notado tu pecho en mis rodillas un tiempo.
Yo estaba alucinando, cuando mi hija me cogió el pene en su boca, parecía que hoy estaba más decidida, me hizo una gran mamada que a punto estuvo de hacerme eyacular. Yo estaba más excitado que ayer, al parecer la visión de su cuerpo juvenil y los gestos de placer de su cara, me pusieron a mil y le dije:
- Hija quiero metértela hasta el fondo y verte disfrutar.- Papá estoy deseándolo, soy toda tuya, no deseo otra cosa que gozar contigo.
Entré muy despacito, viendo su cara como disfrutaba y me gritaba “más, más, no dejes un trozo fuera”. Su vagina se acomodó a mi pene, los movimientos eran acompasados y ella me seguía con sus movimientos de cadera, sus gemidos eran ya casi gritos, los cuerpos aceleraron progresivamente el ritmo, ya estábamos a punto, tuve que controlarme para no vaciarme dentro, ya que cuando sentí su corrida en mi pene, me entraron unas ganas locas de eyacular, pero salí a tiempo y lo vacié en sus pies, que volvían a moverse, yo con las manos acaricié sus muslos y ella me decía:
- Papá, papá, siento tus manos en mis piernas y el líquido ese caliente en mis pies. Nos quedamos abrazados contentos de felicidad, mi cuerpo seguía en contacto con el suyo y al cabo de unos minutos nos repusimos y le dije:- Hija esta noche va a ser larga, quiero hacer el amor hasta que no pueda más, quiero ver esas piernas moverse.- Adelante papá, me lo estoy pasando en grande, estoy en la gloria contigo, haz lo que quieras conmigo.
Me la chupó un rato, la levanté de la cama, la senté en la mesa del escritorio y con las piernas cogidas con mis manos, las separé y le introduje el pene, esta vez de un solo golpe se incrustó hasta el fondo, mis testículos rozaron sus labios vaginales. En esta postura la sentía más ensartada que nunca, su cara denotaba un placer bestial.
- Papá como te siento, clávame toda, no me des tregua, llévame hasta el final, no puedo más, vente conmigo, mañana me tomo la pastilla del día después, si quieres, pero no te salgas.
No pude más y cuando sentí los líquidos de mi hija cuando se corrió, me vine. Y fue cuando gritó como una loca, las piernas que yo tenía cogidas se estiraron y rodearon mi cuerpo, Espectacular ver cómo me presionaba con sus talones en mi culo con fuerza, esto duró unos minutos largos y después poco a poco perdió fuerza y sus piernas se deslizaron por mis piernas hasta que quedaron lacias. Esa noche me quedé a dormir en su habitación, hacía mucho tiempo que no estaba tan contento y por qué no decirlo tan satisfecho sexualmente.
Al día siguiente fuimos al médico, le dijo mi hija al doctor que hacía un par de días que notaba unos latigazos de sensibilidad en sus piernas que duraban unos minutos, le preguntó que cuando le pasaba eso, y ella dijo que la primera vez lo sintió cuando yo le lavaba los pies y después cuando se daba los masajes en las piernas que el especialista le indicó para que sus piernas no perdieran mucha masa muscular. El doctor dijo que aquello había sido como un milagro y le recetó ir por las tardes al masajista. Después fuimos a la farmacia, compramos la píldora del día después y anticonceptivos. Estábamos muy contentos por las esperanzas que nos dio el doctor y comimos fuera ese día, por la tarde fuimos al centro de rehabilitación donde el masajista realizó el tratamiento que el médico le indicó y nos informó que hasta una semana no empezaría a tener cosquilleos de sensibilidad en las piernas. Esa noche le dije a mi hija que había sido muy largo el día, por lo que sería mejor descansar esa noche, pero ella me dijo:
- Papá por favor aunque sea un ratito, tú duermes de un tiro y sin pastillas y yo disfruto mucho contigo y me da sensibilidad en las piernas.- Hija sigo pensando que lo que hacemos no está bien, es una locura.- Locura es pensar que con esos masajes, me voy a poner de pie, tú sabes igual que yo que esa mentira que le hemos dicho al doctor no servirá sino hacemos el amor. Yo tuve que reconocer que tenía razón, la cogí de la cintura para llevarla a su habitación y me dijo: – Papá, ¿por qué no vamos a tu cama es más grande o no quieres porque te acuerdas de mamá?
Yo le di un beso y me dirigí a mi cuarto de matrimonio, la dejé en la cama y le dije que me iba a duchar. Cuando volví ella se había desnudado, se había echado sobre la cama yo entré con la toalla en la cintura y cuando la vi me pareció muy sexy, me quité la toalla y me lancé entre sus brazos. Hicimos el amor con mucha pasión, de diferentes posturas, llevábamos dos días haciéndolo y la verdad ya notaba como mi hija se acoplaba a mis embestidas de una forma magistral, también me excitaba sus gestos, sus gemidos y sobre todo sus palabras:
- Oh papá, que bien lo haces, dame más, soy toda tuya, como me haces gozar, como te quiero.
Esa noche vi y sentí sus latigazos de movilidad en sus piernas que duraron casi cinco minutos, pero también vi como se corría y su cuerpo entero temblaba como si le diera corriente, esa sacudida hacía que su cuerpo se tensara como una cuerda y todos sus músculos se ponían rígidos incluso los de sus piernas. Con la excusa de la movilidad de sus piernas estuvimos toda la semana haciendo el amor, cada vez nuestros encuentros eran más intensos y más satisfactorios. El médico no se explicaba como mi hija había cogido tanta consistencia, le indicó que si continuaba su progresión como hasta ahora, la semana siguiente podría dar los primeros pasos apoyada en la barra del gimnasio. Tan contentos estábamos que hacíamos el amor por la mañana y por la noche. Una noche me dijo mi hija:
- Papá llevo dos semanas tomando la píldora, quiero que te vacíes dentro, no te salgas por favor, es más placentero.
Esa noche hicimos el amor como locos, mi hija perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo y me di cuenta que mi hija me trataba como su pareja, no tuve fuerza moral para contradecirle. Llegaron los primeros pasos de mi hija que lo celebré más que cuando era pequeña, cuando llegamos a casa estaba tan contento que le dije, esta noche quiero que tú estés arriba y yo abajo. Ver a mi hija encima de mí, cabalgando, metiéndose mi pene y llevando el ritmo de la cogida, fue magnífico, yo le ayudé a dar los primeros botes, pero después ella por si sola se alzaba y se dejaba caer. La noche siguiente me dijo que había escuchado que había parejas que tenían mucho placer cuando se hacía por el culo y ella me preguntó si yo lo había hecho.
- Sí, a tu madre le gustaba mucho esa postura, pero hay que tener al principio un poco de cuidado, porque el ano tiene que ensancharse paulatinamente, sino sentirás más dolor que placer. – Yo papá estoy dispuesta a hacerlo, si a ti te gusta, seguro que me gustará a mí. Cogí un bote de vaselina del lavabo, estuve introduciendo, primero un dedo, después dos, yo notaba como mi hija se excitaba y me decía: – Papá ya estoy preparada, métemela, métemela.- Hay que tener paciencia, es tu primera vez y no quiero que tengas dolor.
Le coloqué la punta del pene en su culo y muy despacio me clavaba en él, con las manos por atrás le cogía los pechos que se los estrujaba mientras otro trozo de mi pene se introducía en su ano, me paraba un tiempo, le sacaba el pene y volvía a clavárselo más adentro.
- Papá me duele muy poco, tu pene es muy grande, pero el placer es mayor, sigue, sigue, métemela hasta el fondo, te quiero. Ya faltaba poco, cuando ella con un movimiento de sus caderas, se introdujo todo y con un ay me dijo:- Por fin, no podía esperar más, estoy a punto y quería que estuvieras dentro.
Yo realicé un movimiento acompasado de vaivén cuando a la cuarta entrada, noto como mi hija se corre estrepitosamente, después ella me pide que me vacíe en su culo, con un inclemente del ritmo y con unos masajes en sus pechos ella vuelve a estar jadeando, es cuando con una mano le toco su clítoris, que estaba hinchado y sus movimientos de caderas denotan su próxima corrida, que es inminente por lo que yo me dejo llevar, cuando mi hija pega un alarido de placer al volverse a correr.
- Papá ha sido magnífico, impresionante, no podía más de placer, gracias, ha sido la mejor noche de mi vida.
Nos dormimos satisfechos y al levantarnos mi hija quería más por el culo, en la ducha que compartimos lo volvimos a realizar, estuvo genial, vi a mi hija de pie como se introducía el pene por su ano y esta vez ella llevó el ritmo de la cogida. Por asuntos de trabajo tuve que ausentarme cinco días, de lunes a domingo, mi hija me dijo que se le iban a hacer muy largos. Con los compañeros de trabajo estuvimos en el cursillo, pero por la noche algunos se iban de putas, yo les dije que no me apetecía, ellos me dijeron que mi mujer hacía tiempo que se había muerto y que aprovechara para recordar los placeres del sexo. Yo no quise ir aunque mi pene estaba necesitado de los momentos que mi hija me dada recientemente. Pedro un compañero de trabajo, me habló de nuestro jefe que recientemente se había separado de su mujer y se había liado con una chica mucho más joven que él, Pedro me decía que podía ser su hija y yo le contesté:
- Bueno si se quieren, que tiene de malo.- Malo, yo a esos que lo hacen con su familia, los ahorcaba, en la plaza mayor, para que lo vean todos, es antinatural, repugnante. Yo viendo como se puso, en tono de broma le dije:- Pero si el jefe no tiene hijas, ni hijos, yo creo que es impotente.
Reímos y nos fuimos al bar a tomar unas copas. Por la noche no pude dormir, las palabras de Pedro me retumbaban en mi cabeza y una sensación de culpabilidad se apoderó de mí. El día que volví, miraba a mi hija y me daba vergüenza, bajaba la cabeza, no quería que sus ojos coincidieran con los míos. Cenamos casi en silencio, mi hija me preguntaba y yo sólo le respondía con monosílabos y le dije que me iba a dormir sólo, que estaba muy cansado. Ella al día siguiente cuando entré en casa después del trabajo, me dijo: “papá tenemos que hablar”, yo no tenía ganas, pero ella insistió tanto que no pude evitar esta conversación que sabía no iba a ser nada agradable.
Hija, lo siento mucho, pero no podemos seguir como hasta ahora, lo que hacemos no está bien, ya sé que a causa de estos estímulos ya puedes andar, pero soy tu padre y tú tienes que buscarte un chico de tu edad, es por tu bien hija. Ella se echó a llorar y entre sollozos me dijo:
Papá yo te quiero, no creo que pueda querer a un chico como a ti.- ¿Cómo lo sabes?, no lo has intentado, estás obsesionada conmigo y eso no está bien. Mi hija rompió a llorar desesperadamente y sólo decía por favor papá no. Me acosté, pero no pude pegar ojo esa noche, tampoco mi hija que la escuchaba en su habitación llorar. Al día siguiente después de venir de trabajar mi hija estaba sentada en el sofá, le pregunté “¿cómo estaba?” y me dijo:
Mal, no tengo ganas de nada, ni siquiera he ido a rehabilitación.- Pero hija la rehabilitación es fundamental para que cojas fuerza en tus piernas, sino volverás a estar en silla de ruedas.- No me importa eso, si tú no estás conmigo, no me importa nada, no tengo ilusión. Yo la abracé y le dije:
No creas que yo no lo estoy pasando mal, pero tienes que salir con alguien de tu edad. – Vale, yo saldré con alguien de mi edad, pero ¿tú qué?- De acuerdo me buscaré una mujer y salimos con ellos ¿haber como nos va?- Yo estoy segura que no podrá hacerme olvidar de ti.- Bueno no prejuzgues antes de nada y ya hablaremos cuando pase a ver qué opinión tienes.
Mi hija se buscó un chico del gimnasio de rehabilitación que estaba ocupando un puesto vacante por enfermedad de su compañero. Yo me lié con una señora que se insinuaba cuando nos veíamos en el supermercado y que parecía muy simpática y alegre. Curiosamente los dos, mi hija y yo, habíamos quedado para la primera cita el sábado por la noche y aunque yo le puse muchas ganas, la verdad no resultó la velada como yo esperaba. Hicimos el amor como mecánicamente sin emoción ni pasión, sólo por no dejarla en su casa sola después de cenar y al despedirnos su mirada decía claramente que no habría continuación. De regreso a casa miré si veía a mi hija con su pareja o estaba el coche de él enfrente del jardín, como había quedado con ella para saber si los dos estaban dentro, pero no, sólo se veía la luz del comedor encendida. Entré, vi a mi hija cabizbaja en el sofá, le pregunté, “cómo te fue a ti” y ella me dijo:
- Mal, aparte de que no me quiere, no sabe besar, ni acariciar, ni hacer el amor, ha sido un desastre, y ¿tú? – Pues no mejor que tú, y mira si le puse ganas, pero no hubo manera.- ¿Y ahora que papá?, ¿aún tienes ganas?, te veo excitado. – Ya hija, pero no está bien, nos conocen aquí todo el mundo, tarde o temprano nos pillarán. – Yo papá me cambio el pelo, me hago la cirugía estética, pero por favor no me tortures más y hazme el amor.
No pude más, esa cara a punto de llorar, esos ojos rogándome, esas manos buscándome, ese cuerpo reluciente y exquisito. Cerré los ojos y me lancé, esa noche le hice el amor hasta que quedamos agotados, no recuerdo los orgasmos que tuvimos, parecíamos unos hambrientos, no había límite lo repetíamos una y otra vez hasta que nuestros cuerpos dijeron basta, la noche fue muy larga, nos despertamos a las tres de la tarde.
El lunes le pedí a mi jefe el traslado a otra ciudad, cuando me lo concedieron, nos presentamos en esa ciudad como pareja, era mi mujer para todos, sólo le llamaba hija en casa, hemos tenido dos hijos y estoy muy feliz, no me arrepiento de nada, mi hija anda perfectamente y es feliz, yo también.