Cómo me hice tan puta (2)

Me sentía extraña, como si la fiesta hubiera despertado una parte de mí que yo desconocía... cuando Carlos me sorprendió en el pasillo, sabía que su pene iba a terminar en mi culito

Capítulo II: A la mañana siguiente

––1. En el mundo de los sueños

Después de hacer el amor con Alberto me quedé profundamente dormida. Soñé que estaba en la fiesta platicando y bailando muy a gusto con mis amigos. Sin embargo, al otro lado de la habitación, las cosas estaban muy calientes. Había gente besándose y acariciándose muy cachondamente. Los demás invitados los veíamos con un poco de morbo y envidia pero no nos atrevíamos a participar en aquellos manoseos; simplemente pretendíamos ignorarlos como si nos importara en lo más mínimo. Las caricias iban subiendo de tono y yo me estaba excitando demasiado. Algunos invitados se metieron a la recámara. Yo quería ver qué sucedía, tenía una ansiedad morbosa por no perder ningún detalle de lo que pasaba en esa habitación pero no me atrevía a moverme de donde estaba. De pronto, me vi rodeada por varios hombres desconocidos. Uno de ellos me besó y empezó a amasarme los senos. Otro se acercó por detrás para tocarme el trasero y lamerme la nuca. Los demás nos veían y yo lo disfrutaba.

Entre los dos desconocidos me subieron la falda, me bajaron los calzones y lamieron mi intimidad. Sus lenguas me hurgaban el ano y la vagina compitiendo por hacerme gemir más y más alto. Después, me llevaron a la recámara. Desde afuera se oían unos jadeos muy calientes. Estaba muy oscuro, sólo había unas cuantas velas y no se podía distinguir gran cosa; apenas alcanzaba a ver siluetas que se movían al ritmo de los gemidos. Los desconocidos me desnudaron dejando sólo mi collar, y me pusieron en cuatro sobre un sillón largo de piel negra. Sin mayores ceremonias, entre los dos me penetraron por la boca y la vagina. Había gente viéndonos y cachondeándose. El cuarto se llenaba de gemidos conforme el ritmo aumentaba; las velas se extinguían y la oscuridad se hacía más profunda. Llegó el momento en que no podía ver nada, sólo sentía los dos penes en mi interior y varias manos deleitándose con mi cuerpo.

A pesar de la oscuridad, sentía muchas miradas sobre mí: la fiesta se había convertido en una orgía y yo era una de las atracciones principales. Los jadeos se hicieron más agudos, casi como chillidos de animal. Sentía muchas manos sobándome todo el cuerpo, desde los muslos hasta el cuello, y había varios hombres turnándose en mi boca y en mi vagina. Me dio miedo y quería parar pero me tenían bien ensartada y no me dejaban moverme.

Una voz susurró en mi oído:

–Ahora vamos a abrirte el culo, putita.

–No, no, por favor, no voy a poder… –supliqué casi llorando, pero nadie me hacía caso.

Yo no quería, no estaba lista, me iba a doler y tenía mucho miedo, pero me habían sujetado por completo. Me sentía indefensa y frágil como un animal atrapado. Cerré los ojos. La fuerza de todos los jadeos en la habitación me arrastró en su torbellino. Aquellos gemidos se iban sincronizando rápidamente: todo el cuarto se acercaba a un gran orgasmo. Mi corazón latía rápidamente y mi culo palpitaba casi con placer al sentirme inundada por los jadeos de aquella orgía. Empecé a jadear como hembra en celo. No podía evitarlo, el placer y el miedo me poseían completa. Quería resistirme pero la sensación era tan intensa que no me dejaba ninguna oportunidad. Sentí varios penes jugando entre mis nalgas, frotándose ansiosamente en mi carne. No sabía quién iba a poseerme y no me importaba, sólo necesitaba que me penetraran: tenía la sensación de que aquella orgía estallaría en cuanto me ensartaran por el culo… Finalmente, un miembro se apoyó en la entrada del ano, dispuesto a hundirse en mis entrañas. Todo estaba a listo para hacer erupción. Sentí una cabecita empujando, abriéndome la cola. ¡Aaayy…! El dolor de la penetración me hizo abrir los ojos justo en el momento cuando toda la habitación jadeaba delirante… y entonces me desperté.

Estaba acostada bocabajo en mi cama. Mi cuerpo estaba completamente excitado, tenso y un poco adolorido. Me dolía un poco el esfínter debido a mis recientes aventuras de la fiesta. Alberto se había despertado y estaba listo para irse al aeropuerto. Se acercó para darme un beso de despedida. Lo abracé muy fuerte. Después de tener aquel sueño, me sentía aliviada de verlo y abrazarlo. ¿Qué pensaría si le dijera que había estado soñando con orgías? Nos besamos con cariño y luego se marchó. Me sentí aliviada y triste a la vez. Por un lado me alegraba estar segura y tranquila en la cama que comparto con mi novio, pero también había una oscura parte de mí que hubiera deseado que aquella orgía se hiciera realidad… Me sentía extraña, como si la fiesta hubiera despertado una parte de mí que yo desconocía.

De cualquier forma, era muy temprano y yo tenía mucho sueño, así que me envolví de nuevo en las sábanas. Empezaba a quedarme dormida cuando oí unos gemidos provenientes del estudio. Seguramente Carlos le estaba dando una buena cogida a Valeria. Se me antojó verlos fornicando, los senos de Valeria moviéndose al ritmo de los embates de Carlos… Uf, mi sueño me había puesto demasiado caliente. Cerré los ojos para escuchar los chillidos de Valeria e imaginarme el pene de Carlos entrando y saliendo con fuerza. Apreté mis pezones contra la almohada y mi mano se fue directo hasta mi rajita. ¡Aaah! estaba tan deliciosa que no pude disimular mi propio gemido… mi cuerpo quería compartir el orgasmo de Valeria.

–¡Aaaah-aah-oh…!

Aquellos gemidos me pusieron peor. Seguí tocándome con desesperación durante unos segundos más hasta que mi cuerpo se contrajo con fuerza… ¡mmmmh! Fue un orgasmo especial. Era lindo compartir el placer de Valeria y Carlos aunque fuera de esa manera. Realmente me hubiera gustado verlos, ver a Valeria, su piel tan suave, sus senos riquísimos siendo ordeñados, su trasero redondo rebotando rítmicamente, sus labios carnositos jadeando de deseo y sus ojos de diabla que sueña con placeres prohibidos… era un conjunto que muchos hombres desearían poseer… muchos hombres y, siendo honesta, también muchas mujeres.

––2. Valeria, mi amiga

Más de una vez he pensado que mi relación con Valeria va más allá de la simple camaradería femenina. Valeria y yo hemos tenido una amistad turbulenta, llena de encuentros y desencuentros, celos y miedos, pero al final de cada tormenta siempre viene una calma reconciliadora. Los chicos han sido una constante fuente de discordia. Una vez, uno de mis novios me utilizó para llegar a ella. Valeria lo rechazó sin decirme nada para no lastimarme. Yo la culpaba por haberlo seducido, hasta que me enteré, por otro medio, de lo que en realidad había pasado. Aquel episodio me convenció de la lealtad de mi amiga.

El día de la reconciliación, lloramos una en los brazos de la otra. Recuerdo aquella tarde en la casa de Valeria. Nos abrazamos con toda inocencia y toda la confianza de dos amigas que se saben incapaces de separarse. Sin embargo, la sensación de sus pechos apretándose contra los míos comenzó a excitarme. No quería separarme de ella, de mi amiga querida, pero a cada momento la excitación crecía más y más. Me apreté contra su cuerpo con más fuerza. Tenía que besarla, pero no me atrevía a lanzarme sobre sus labios.

Nuestras miradas se encontraron. Sentí atracción y miedo. Mis labios temblaban imperceptiblemente. Ella me acarició el cabello y me apretó todavía más. Quedamos muy juntas. Nuestras bocas estaban tan cerca que podía sentir el aire cálido de su respiración. ¿También ella estaba excitada? Yo quería morder sus labios, acariciar su lengua con la mía, hundirme en su aliento de mujer seductora y perderme en las formas de su cuerpo… pero no lo hice. Tuve miedo de lo que estaba sintiendo, de lo que podría venir después. Lo único que pude hacer fue besar su cuello con ternura y terminar de llorar en su pecho. Fue la primera vez que me sentí embriagada por Valeria, por la fuerza de su mirada, la firmeza de sus senos, la tersura de su piel… pero sobre todo, por su perfume, ese olor tan único de su cuello. Ella dijo que me entendía, que todo iba a estar bien, que sólo necesitábamos tiempo. Desde entonces, los brazos de Valeria me hacían sentirme segura, como la pequeña que se abraza de la hermana mayor… Y desde entonces, los labios de Valeria eran mi obsesión secreta. Si yo fuera hombre, estaría perdidamente enamorado de ella.

––3. A través del espejo

Después de aquel orgasmo matutino, estuve un par de minutos disfrutando la tersura de las sábanas sobre mi cuerpo desnudo, pensando qué pasaría si me levantara y abriera la puerta del estudio… Quizás tener un trío con Carlos y Valeria sería aún mejor que toda la noche anterior… Recibir las caricias de los dos y enredar nuestros cuerpos en una orgía sería fantástico… pero eso ya sería excesivo, no me atrevería a llegar tan lejos. Así pues, me quedé adormecida en la cama, gozando con aquellas fantasías.

Después me levanté para darme una ducha. Fui a la cocina por un buen té para relajarme y luego me metí al baño. Sin embargo, antes de entrar, noté que la puerta del estudio estaba entreabierta. ¿Se habrían levantado mis invitados? ¿Estarían durmiendo desnudos? Mi mente no podía estarse quieta. Quería verlos, quería ver sus cuerpos desnudos, fatigados de sexo, descansando uno en los brazos del otro; quería ver cómo era la felicidad de Valeria y Carlos después de amarse. Abrí la regadera pero en vez de meterme a la ducha, fui al estudio. Empujé la puerta un poco. No estaban dormidos. Escuché sus besos lentos y húmedos, extremadamente cachondos y sus voces cuchicheando deseos atrevidos:

–¿Qué más vas a hacerme? –preguntó Valeria. Carlos murmuró algo que no alcancé a oír, y luego Valeria agregó:

–¿Qué vas a hacer con mi rajita? –de nuevo, no alcancé a oír la respuesta. Empujé la puerta un poco más para alcanzar a oír todo lo que se decían.

–¡Mmmh, sí! ¿te gusta mi sabor?

–Tienes una rajita deliciosa; estás muy rica mamita…

–¡Aaah!

–… luego voy a cogerme tu boquita. Voy a metértela en el paladar para que la saborees todo lo que quieras… voy a ensartártela hasta la garganta.

–¡Mmmh! ¡Dime más! ¡Me gusta que me calientes así!

No podía controlar mi curiosidad, así que, mordiéndome los labios de morbo, empujé la puerta todavía un poco más. Alcanzaba a ver la espalda y las caderas de Valeria reflejadas en el espejo de la pared. La luz a través de las cortinas llenaba el cuarto de claroscuros. Como un reflector, un rayo de luz directa caía sobre las curvas de Valeria, resaltándolas, envolviéndolas en una atmósfera misteriosa que acentuaba su belleza. Estaba recostada de lado y le hacía una puñeta a Carlos. Unas horas antes, yo había tenido ese pene dentro de mí… ¡mmmh, qué buena verga! Inmediatamente mi mano se puso a calmar las ansiedades de mi clítoris.

–Voy a llenarte de esperma… tus senos… tu espalda… –los besos se hacían más profundos y mojados.

–¡Aaah…, síí! ¡¿Dónde vas a mojarme…?! –. Valeria estaba más que caliente. Su espalda se retorcía inquieta de deseo y su mano se movía más rápido.

–… voy a llenar tu boca, tu vagina, tus nalgas…

–¡Aaah! ¡¿Dónde, dónde más vas a llenarme…?! ¡Dímelo…!

–… ¿Quieres te lo meta por ahí, verdad zorrita?

–¡Dímelo! ¡Dime dónde te vas a meter! ¡Dime cómo me vas a llenar…!

Valeria se dio la vuelta para darle las nalgas a Carlos. Ahora podía ver su vientre, sus senos firmes, su rostro, su boca sensual destilando una lujuria que se reflejaba a través del espejo.

–Eres una zorra muy caliente…

–¡Sí! soy tu zorra… sólo dámela… frótamela, por favor…

–¿Lo sientes zorrita? ¿Lo quieres ahí?

–¡Sabes que me gusta! ¡Métemela ya!

–Sé que te gusta pedir… ¡Pídemelo como zorra!

–¡Sí, ahí, ahí! ábremelo… ¡Castígame por zorra! –el rostro de Valeria se había crispado de dolor y su voz subió de tono:– ¡Ay, métete en mi culo!

–¡Voy a hacer que te duela, zorra…! voy a darte por esa cola de zorrita…

Valeria se quedó inmóvil con los ojos cerrados, como congelada en medio de aquel rayo de luz que la sostenía en vilo. Por un instante pensé que el tiempo se había detenido. Carlos la estaba sodomizando. Yo no podía creer lo que estaba viendo, y obviamente, tampoco podía apartarme de donde estaba. Era un espectáculo demasiado intrigante, lleno de una belleza erótica difícil de describir.

–Ahora vas a gritar…

Recordé el dolor que había sentido la noche anterior, cómo me había parecido insoportable tener algo incrustado en el culo. Valeria estaba recibiendo algo mucho mayor… y aunque sabía que yo no estaba lista para soportar algo así, deseaba estar en su lugar. La penetración era lenta y difícil, Carlos iba montándose sobre ella hasta quedar cabalgando sobre sus nalgas. Ella estaba bocabajo, levantando el trasero, arqueando la espalda para poner el culo al aire, como animal en celo, como una hembra urgida de macho… en pocas palabras, como una perfecta puta. Carlos bombeaba suavemente, tirando el pelo de Valeria, y los gemidos de ella se hacían agudos y prolongados. Yo jadeaba de deseo.

Conforme el ritmo aumentaba, Valeria se retorcía más y más. Las piernas se me doblaban; sentía una excitación tan fuerte que cualquier ligero roce en mi panochita podría levantarme hasta un orgasmo. Por otro lado, sentía la tensión reflejada en el rostro de mi amiga. A cada empuje del pene mi cuerpo vibraba con placer y dolor. La sensación era muy intensa, tenía ganas de llorar y jadear como si a mí también me estuvieran enculando… Era como si el espejo pudiera transmitir, más que las imágenes, el placer y el dolor dentro de Valeria. Empecé a sentirme asustada de estar tan excitada. Carlos dijo:

–Quiero que te oigan aullar como zorra…

–¡Aaah–ah! ¡Auch!… ¿Quieres que me oiga Leticia?

El corazón se me detuvo en ese instante, no podía creer lo que estaba oyendo.

–Sí, quiero que oiga lo zorra que eres –Carlos bombeaba con movimientos más cortos y rápidos. Valeria no dejaba de jadear mientras su cuerpo y el mío se doblaban de placer y dolor. Yo sentía que todo me daba vueltas… esto no podía estar pasando.

–¿¡Te excita!? ¡¿Te gusta que me oiga?! –yo tenía dificultad para respirar y me faltaba el aliento.

–Sí, quiero que vea cómo te abres… –ya no quería seguir viendo, quería huir pero no podía, estaba paralizada, como si me hubieran robado la voluntad.

–¡Mmmh! Quiero que la abras también a ella… que te metas en su culo… –dijo Valeria

–¿Quieres ver lo zorra que es?… –mi mente palpitaba de excitación… En ese momento, Valeria volteó hacia el espejo y nuestras miradas se encontraron:

–Sí… –dijo– quiero verla aullando como puta…

Mi cuerpo se desvaneció como una ola que se rompe. Entonces, me desperté. Estaba acostada en mi cama. Mi cuerpo estaba completamente tenso y excitado. Se oían unos gemidos agudos y prolongados provenientes del estudio. Comprendí que me había quedado dormida apenas por unos instantes y había estado soñando con Valeria y Carlos. Respiré aliviada por un momento. Sin embargo, me sentía mal, como extraviada. Me dolía la cabeza y tenía la sensación de no estar en mi casa, como si estuviera en una habitación muy parecida a la mía pero que no era la mía. Me levanté y me metí al baño. Sin pensarlo, abrí las llaves de la ducha. Había sido una noche larga y una mañana extrañamente intensa. Necesitaba olvidarme de todo, necesitaba un baño largo y relajante.

––4. El baño

El agua caliente tenía un efecto reconfortante sobre mi piel y mi mente. Necesitaba relajarme y ordenar mis pensamientos. Me preguntaba si todo había sido un sueño: la fiesta, el collar, Valeria, los chicos, mis travesuras, etc. Me sentí un poco triste al pensar que todas las aventuras de la noche anterior podían ser producto de mi mente. Más aún, ¿cómo saber que no continuaba soñando y que no iba a despertarme en cualquier momento? Todo parecía tan real en mis sueños: las personas, los objetos, el placer, el miedo, el dolor, la excitación… Había leído cuentos y anécdotas sobre personas que viven experiencias oníricas, pero nunca pensé que algo así pudiera pasarme a mí, y mucho menos hubiera creído que esa confusión entre los sueños y el mundo real pudiera ser tan intensa y perturbadora.

Quizás esa anarquía entre fantasía y realidad era lo que me había provocado aquella angustia que me obligó a salir prácticamente huyendo de la recámara. Ahora, en la tranquilidad de la regadera, los recuerdos iban ordenándose paso a paso; me sentía un poco culpable de haber sido tan puta. Quizás por eso me había sentido tan mal en mi sueño. Jamás había pensado seriamente sobre esos dos lados del sexo: por un lado, me hacía gozar como loca y mientras más atrevido era, más lo gozaba, pero por el otro lado, me sentía mal por haber sido tan egoísta, por haberle sido infiel a mi novio y a mi amiga… Las buenas noticias eran que, al parecer, nadie había salido lastimado y todos habíamos gozado de una gran fiesta. Y pensándolo bien, aquellos sueños también me había hecho gozar intensamente: recibir a dos hombres al mismo tiempo o ser penetrada analmente eran ideas que me excitaban mucho. Si no podía vivirlas en el mundo real, al menos había tenido la oportunidad de experimentarlas en mis fantasías. Sonreí satisfecha… ahora, bajo el agua tibia, todo parecía mejor.

A pesar de esa tranquilidad, los gemidos de Valeria aún daban vueltas en mi mente. Su eroticidad no dejaba de acecharme. Había algo demasiado inquietante en todo aquello, algo que aún me ponía la piel de punta. Algún día tendría que hablar de todo eso con mi amiga, pero por el momento no me sentía preparada. En eso, llamaron a la puerta del baño:

–Leti, soy yo, Valeria. ¡Necesito entrar! ¡Ábreme, porfa!

–Espera, ya voy –dije sonriendo.

Abrí el seguro, regresé a la ducha y corrí la cortina de baño.

–Ya está abierto –dije.

Valeria entró corriendo hasta el retrete. Sonreí pensando en lo cómico del asunto: aquella mujer que en mi mente aparecía fatalmente seductora me pedía que la dejara entrar al baño. Al oír su orina cayendo en la tasa me empecé a reír. Aquello era lo menos erótico que pudiera ocurrírseme.

–Oye, necesito lavarme –dijo Valeria–. Háblame cuando termines, ¿sí?

–Estoy por salir –dije–. ¿Puedes pasarme una toalla?

–Mmmh… no veo ninguna aquí –respondió Valeria y entonces recordé que en mi prisa por salir del cuarto había olvidado traer una toalla.

–… ¿puedes ir a mi recámara y traer una? Están en el clóset, hasta arriba.

–Claro, espera.

Al cabo de un minuto Valeria regresó.

–Aquí está.

–Gracias, amiga.

Me envolví en la toalla y abrí la cortina para salir de la regadera. Valeria estaba de pie frente al lavabo, también envuelta en una toalla que apenas le llegaba debajo de las ingles. Traía el cabello suelto sobre los hombros. Se veía divina. No pude evitar sonreírle. Ella me devolvió la sonrisa y me dio un beso en la mejilla.

–Buenos días –dijo– te ves muy linda así, toda mojada.

Reí de buena gana y le pregunté cómo había pasado la noche. Valeria sólo se rió y dijo:

–Eso no se le pregunta a una mujer decente, jajaja… pero ya que lo mencionas, tengo que reclamarte algo muy personal…

En ese momento, mi tranquilidad empezó a derrumbarse. ¿Qué quería reclamarme Valeria? ¿Sabría lo que había pasado la noche anterior?

–… tuve unos sueños muy extraños y tú estabas en ellos –continuó–; tengo que contarte todo después. Por cierto, espero que no te hayamos despertado hace rato…

Valeria seguía hablando pero yo ya no escuchaba. ¿Qué habría soñado? ¿Sería posible que tuviera sueños eróticos conmigo? ¿qué me iba a contar?

–… oye, Carlos me dijo que te ganó ayer, pero le dije que tenía que preguntarte…

¡Ay, Dios! ¿qué más le habría dicho Carlos? ¿por qué Valeria me estaba diciendo todo esto? ¿sabría lo que hicimos? ¿me estaba reclamando? Me sentí tan terriblemente mal que casi me suelto a llorar.

–¿Qué tienes? ¿qué te pasa, mi vida? –me preguntó mientras me abrazaba.

–Valeria, es que yo… yo… ayer estaba…

–Shhh, tranquila, no te preocupes… yo entiendo… –dijo.

¿Qué era lo que entendía? ¿sabría que había seducido a su novio y que cogimos deliciosamente en el sillón? ¿sabría que su novio había bebido tequila de mis tetas mientras ella dormía plácidamente en la recámara de al lado? Y ahora estaba yo ahí, con una mezcla de sentimientos entre amistad y deseo, queriendo confesarle que era una puta, que no me merecía su amistad, que no debía estar abrazándome… pero tampoco quería soltarme, quería seguir respirando su piel desnuda, apretándome contra sus senos, sintiendo el suave roce de nuestros muslos desnudos…

–Sé que es difícil… –añadió–, pero no tengas miedo…

Aunque no entendía nada, no dije nada más.

–Anda, arréglate para que vayamos a desayunar… –dijo, y guiñando un ojo, agregó:– Carlos se tiene que ir, así que te voy a tener para mí sola, preciosa.

Me dio un beso en la frente y se metió a la ducha. Suspiré confundida y agobiada. Mientras admiraba las formas de mi amiga dibujándose a través de la cortina de baño me preguntaba en qué me había metido. ¿Por qué era capaz de meterme con tres chicos en una noche y, en cambio, no podía confesarle mis deseos a Valeria? Supongo que con ella el juego es diferente, no es cuestión de ser o no ser puta. No sé que será, sólo sé que es muy diferente.

––5. El dolor de ser puta

Así pues, me encontraba más confundida que antes, pero la cosa estaba a punto de empeorar. Me encontré a Carlos esperándome afuera de mi recámara. En una mano tenía un vaso con hielos y con la otra, amasaba suavemente una deliciosa erección.

–Hola –dijo–, estaba esperando a que salieras del baño. Quería despedirme…

Me quedé congelada sin saber qué hacer. Estaba asustada. ¿Por qué me estaba sucediendo todo esto? Jugar a ser puta en una fiesta era algo que podía manejar, pero estar fornicando todo el tiempo con el novio de mi amiga era algo completamente diferente. Sabía que lo correcto era meterme a mi recámara y cerrar la puerta pero simplemente no lo hice, Carlos me tenía como hipnotizada.

–Ven acá –dijo él–, vamos a terminar lo que empezamos anoche…

Mi corazón latía como loco. ¿Qué es lo que había pendiente entre nosotros? Carlos se tocaba de una forma tan excitante… ¡Uf! Sus manos exprimían el pene lenta y delicadamente, como si el glande fuera un jugoso higo lleno de néctar. Mmmmh, se me antojó masturbar aquel capullo hinchado, exprimirlo con mis labios y frotarlo sin descanso hasta que estuviera abundantemente cargado con una savia espesa y tibia. Carlos sacó un hielo del vaso y comenzó a frotarlo contra su miembro. Se levantó del sillón y, sin dejar de tocarse, se dirigió hacia mí. Uf, los recuerdos de la noche anterior empezaron a apoderarse de mi cuerpo; recordé cómo había soportado el frío dolor del hielo enterrándose en mi ano y ahora, al verlo derretirse en la punta de su verga, comprendí lo que Carlos tenía pendiente conmigo: iba a estrenar mi culito.

Sin decir más, me tomó por la cadera y me puso el hielo en los labios.

–¿Te lavaste el culito, verdad? –. No respondí pero tampoco lo rechacé. Él continuó diciendo: –… estuve pensando en ti toda la noche. No podía dormir pensando en tu boquita, tus tetitas duras, tu culito caliente…

Valeria podía salir de la ducha en cualquier momento, realmente no sabía qué hacer.

–Eres una putita muy rica, mira cómo me tienes –dijo mostrándome la firmeza de su erección. Luego intentó quitarme la toalla pero la sostuve firmemente con ambas manos.

–¡Mmmmh, me excitan las perritas difíciles…! Me gusta castigarlas hasta hacerlas llorar y oír sus grititos de dolor mientras piden más…

No sé por qué la idea del dolor me parecía extremadamente excitante. Me imaginé llorando y gimiendo de dolor mientras Carlos me follaba bien duro… Cuando empezó a manosearme las nalgas, yo ya no tenía fuerza de resistencia, ahora sí, mi culo estaba literalmente entre sus manos. Me puso de espaldas y me aplastó contra la pared. Sentí su lengua agitada lamiendo y jadeando en mi nuca mientras su erección se restregaba en mi trasero.

–¿Sabes para que es esto, no? –preguntó mientras deslizaba un hielo en mis hombros. No respondí, sólo dejé que él siguiera haciendo a su antojo.

–Te voy a contar lo que voy a hacer con esto… Voy a meterlos uno por uno en tu culo caliente… Con el frío te vas a apretar más y más, cada uno te va a doler más que el anterior… Y cuando estés bien apretada, te voy a abrir con el pene…

–¡No, no puedo…! ¡no me hagas eso! –le supliqué, pero antes de que hubiera terminado de hablar ya tenía un hielo abriéndome el ano. Me retorcí de dolor haciendo que el hielo resbalara y cayera al suelo. De inmediato tomó otro hielo y me lo incrustó en medio de las nalgas con el mismo resultado.

–Muy bien perrita, vamos a hacer que te estés quieta –dijo impaciente, mientras me forzaba hasta el sillón. Tirándome del pelo me acostó bocabajo. Se montó encima de mi trasero y me puso otro hielo en el agujerito. Empecé a llorar más de miedo que de dolor. Eso pareció excitarlo todavía más. Empujó con más fuerza, pero el hielo era ya un pequeño granizo inofensivo que se deshizo fácilmente. Tomó entonces el último hielo, un cubo bastante grueso, y me lo mostró excitado:

–Mira, éste sí te va a doler.

Sentí el hielo recorriéndome la espalda y las nalgas. Intenté moverme pero me tenía bien sometida. Sólo se me ocurrió una salida:

–¡Espera…! –dije con voz melosa y moviendo el trasero– … necesito tu pene ahora…

Carlos se detuvo, no se esperaba eso. Necesitaba ganar tiempo, así que continué en el mismo tono meloso:

–¡Ábreme con tu pene, por favor! … quiero que me folles por el culo… quiero que me jales el pelo mientras me follas por el culo, ¿sí?

–¿Te gusta el dolor en el culo, verdad? ¡Qué puta eres! –exclamó en voz baja mientras se ponía en posición para cogerme.

–¡Ay, que rica cabecita! ¿La vas a frotar en mi agujerito?

–¡Sí, la voy a meter en tu cola de puta!

Me imaginé su higo jugosito entrando en mi anillo, lubricándolo con su babita caliente…

–¡Auch, sé bueno y métemelo! ¡necesito que me duela! ¿¡sí!?

–¡Te va a doler chiquita! ¡voy a hacértelo muy duro!

Finalmente entró su cabecita. Aaaah, era un gran placer sentirla completamente adentro. De pronto me puse cachonda como nunca antes. Tenía ganas de que Carlos me clavara su miembro completo, de sentirlo lastimándome las entrañas hasta llenármelas de lechita… Mmmmh, ya estaba hecha una puta de nuevo…

–¿Sabes que todos querían follarte ayer en la noche, verdad? –dijo mientras su verga se abría paso en mi cola –… todos queríamos meternos en tu culo chiquita…

–¡Ay, qué rico! ¡¿Qué me estás haciendo?!

En eso estábamos cuando se dejó de oír el agua de la regadera. Valeria iba a salir en cualquier momento. Una parte de mí quería seguir cogiendo hasta el final, pero otra parte sabía que no podía permitirme seguir con esos jueguitos. Carlos seguía empujando pero mi culo no se abría más.

–Queríamos cogerte entre varios, ¿eso te hubiera gustado, verdad?

¡Uf!, me acordé de la noche anterior, de mis fantasías con varios hombres, de mis sueños matinales… y luego me vi ahí en el sillón, con un pene metido en el ano y un hombre confesándome el deseo que mi trasero provoca. Simplemente no pude contenerme:

–¡Más duro! –dije chillando agudamente. La verga me había entrado completa y Carlos me bombeaba frenéticamente.

–¿A cuántos te cogiste anoche, eh?

–¡Ay, ay…! ¡Dame más duro!

En unos instantes, sentí una vigorosa explosión vibrando en mi esfínter… ¡Uuufff, qué sensación tan indescriptible! Cada contracción del miembro se transmitía directamente a mi cola que respondía apretándose más y más, exprimiendo la savia de aquel tronco robusto… Cuando Carlos me la sacó, su verga aún chorreaba esperma. Rápidamente nos limpiamos y, después de besarnos, me metí a mi habitación. Me hubiera gustado que mi primera vez durara más, mucho más, pero estábamos demasiado excitados y no teníamos mucho tiempo.

Apenas cerré la puerta, oí la voz de Valeria en el corredor. Me sentí terriblemente mal. Era una mala amiga, una infiel y una puta. ¿Cómo iba a continuar siendo su amiga? ¿Cómo iba a hacerle el amor a Alberto…? No sé por qué, me acordé de lo que Valeria me había dicho en el baño: “sé que es difícil, pero no tengas miedo”. Ahora tenía miedo, muchísimo miedo de no ser otra cosa que una simple puta.