Cómo me hice tan puta (1)

Mi amiga Leti nos cuenta sobre aquel fin de semana erótico que le cambió la vida de manera radical.

Era sábado en la tarde. Estaba desnuda en mi cama, sólo traía puesto mi collar de la suerte, la única prenda que no me había quitado desde la noche anterior. Prácticamente desde el momento en que lo tuve puesto, aquel collar me había visto gozando placeres que antes creía prohibidos para una mujer como yo. Se estaba haciendo tarde y tenía que ir a casa de mis padres a una reunión familiar por motivo de mi cumpleaños. ¿Qué dirían si se enteraran de lo que su pequeña había hecho en las últimas 24 horas?

-Capítulo I. La fiesta-

Todo empezó el viernes en la tarde con una pequeña reunión en mi departamento para festejar mi cumpleaños. En realidad mi cumpleaños era el sábado, pero Alberto, mi novio, tenía que salir temprano ese día en un viaje de trabajo, por lo cual decidimos adelantar el festejo para el viernes. Yo quería una reunión tranquila, platicar con mis amigos íntimos y después quedarme a solas con mi chico; no íbamos a vernos en dos semanas, así que quería cobrarme todo por adelantado en una noche de pasión. Tenía planeado sorprenderlo con algunas cosas atrevidas… ¡Mmmh, iba a darme gusto en mi cumpleaños! Sin embargo, los amigos fueron invitando a otros amigos y la reunión fue creciendo hasta convertirse en una fiesta de esas que yo pensaba haber dejado en el pasado.

Una de las principales responsables de que mi pequeña sala se convirtiera en una pista de baile para más de veinte personas fue Valeria, mi amiga de la adolescencia. Así era Valeria, para ella una reunión no era una reunión a menos que hubiera dos barriles de cerveza, una caja de tequila y unas treinta personas bailando. Al principio estaba enojada con ella porque yo quería una reunión tranquila pero Alberto me animó para que disfrutara la fiesta. Al fin y al cabo, dijo, siempre podríamos “escaparnos a algún cuarto” como lo hacíamos en otro tiempo… El simple recuerdo de aquellas aventuras me excitó: las miradas de complicidad, los besos apasionados, el sexo a escondidas… Uff, iba a ser una buena fiesta de cumpleaños.

--1. El collar-

Fue divertido ser la “dueña de la casa” una vez más. Creo que nunca había tenido una fiesta de cumpleaños tan buena. Algo estaba pasando aquella noche, era como electricidad en el aire. Vinieron muchos amigos y amigas que tenía un buen rato de no ver. Bailamos toda la noche, casi sin descanso. Sólo paraba para recibir felicitaciones, platicar un poco o servirme un trago. Entre todo el alboroto perdí de vista a Alberto.

De pronto, una chica que no conocía se acercó a platicar conmigo; cuando se enteró que era mi fiesta de cumpleaños me regaló el collar que llevaba puesto. No podía creerlo y desde luego que le dije que no podía aceptar, aunque el collar me encantaba, era cortito y muy lindo. Ella insistió en que me lo quedara al menos durante la fiesta pues era un collar de la buena suerte. Agradecida y contenta, busqué a Alberto para enseñarle mi “regalo”. Lo vi cerca de la cocina riendo y platicando con una mujer sumamente atractiva en un vestido azul entallado. Alberto le estaba ayudando con uno de los cierres del vestido. Entre el alcohol y la excitación de la fiesta sentí unos celos horribles. Esto era lo que se me había olvidado de las fiestas… Alguien me distrajo un instante y los perdí de vista. Cuando llegué hasta donde estaba Alberto, la chica se había ido.

-Hola, linda -me dijo con aire muy despreocupado- te estábamos buscando desde hace un rato.

Me dieron ganas de soltarle una bofetada, pero me contuve. En eso, alguien a mis espaldas me tapó los ojos. Eran unas manos finas y delgadas, como de mujer. Sentí un beso en el cuello que me hizo estremecer y luego una voz familiar en mi oído:

-¡Espero que te guste tu collar de la suerte, guapa!

Era Valeria. Cuando la vi, la boca se me cayó al piso: el vestido azul entallado le quedaba de maravilla. Estaba casi irreconocible, se había hecho un nuevo peinado -como de mujer fatal- que resaltaba sus facciones magníficamente. Todo el atuendo la hacía lucir irresistible. Si no fuera por la alegría de verla me hubiera muerto de la envidia. La abracé y le mordí el cuello como cuando éramos niñas… el mismo perfume de siempre, me hacía sentir como en casa.

-¡Vale! ¡Amiga! ¡Estás hermosa! ¿Cómo te atreves? ¿No ves que yo soy la festejada?

-Me tenía que poner mis mejores galas para que me te fijaras en mí… Y aún así me vas a despreciar por ese hombre… -dijo riendo y señalando a Alberto, quien me abrazó por la espalda.

-¡Sabes que lo que hay entre tú y yo está prohibido…! -le contesté, siguiendo el juego con aire dramático.

Alberto se rió de buena gana y me apretó cariñosamente. Al dejar que sus brazos me envolvieran, sentí su erección oprimiéndose contra mi espalda. Un ligero espasmo me recorrió la columna haciendo que mis piernas temblaran levemente. Valeria notó de inmediato que necesitábamos algo de privacidad y aprovechó para ir por un trago.

-Bueno, voy a servirme algo. Al rato les presento a mi nuevo galán…

“Nuevo galán”, aquellas palabras me hacían feliz por dos motivos: primero, porque sé que Valeria se la pasa muy mal cuando no tiene pareja, y segundo, porque eso quería decir que no tenía ninguna intención de estar seduciendo a mi novio. Me alegré de no haber hecho ninguna escena con Alberto. Quería que me abrazara más fuerte, perderme en sus brazos y sentir su erección frotándose contra mi coxis. Uff, la tenía realmente dura. Cerré los ojos para imaginarme aquella verga caliente adentro de mi panochita, penetrándome y haciéndome gemir como gata en celo.

-¡Quiero enterrártela! -me dijo al oído, aprovechando el camino para lamerme atrás de la oreja. Oír a mi hombre diciéndome cositas sucias mientras me lame esa zona es uno de mis puntos más débiles. Es como una puerta que se abre dentro de mí. Simplemente me transformo en una putita.

Nos metimos a la cocina y empezamos a besarnos lenta y cachondamente. Acaricié su verga por encima del pantalón mientras mordía su cuello. Sentí sus manos levantando y abriéndome las nalgas, y luego sus dedos jugueteando en mi entrepierna… no había tiempo que perder, los dos estábamos ansiosos por disfrutar el sexo del otro. Sin dejar de besarme, Alberto me llevó hacia el cuartito de servicio donde está la lavadora. Me puso de frente a la pared y se colocó detrás de mí, diciéndome al oído lo ricas que están mis nalgas. Me subió la falda y tomándome de la cadera, dirigió su pene contra mi culo. ¡Ahh!, mis calzones estaban empapados. Sus manos subieron por mi blusa hasta alcanzar mis tetas, amasándolas apasionadamente al ritmo que su verga se frotaba en mi trasero. Uff, Alberto estaba realmente encendido; hacía algún tiempo que no me manoseaba con aquella pasión. El corazón me latía, la respiración se convirtió en un jadeo agitado. Aquel faje me estaba calentando demasiado. Sin pensarlo más, me bajé los calzones hasta la mitad de las piernas, puse las manos contra la pared y paré el culo. Me gusta ofrecerle las nalgas a mi hombre de esa manera, como suplicándole que las tome y me coja.

Sentí los dedos de Alberto hundiéndose en medio de mis nalgas, recorriendo todo el camino hasta mi panochita en donde finalmente se van enterrando, explorándome a su gusto. ¡Mmmmh, riquísimo! Después, sacó los dedos de mi vagina y los puso en mi boca para hacerme saborear mis propios jugos. Chupe aquellos dedos con gula, saboreándolos lentamente como a un delicioso pene metiéndose en mi boca, una verga buscando el placer de mi paladar. Sentí su pene enterrándose despacio en mi conchita y luego un embate que me levantó del suelo levemente, haciéndome exhalar un pequeño gemido. Sus dedos me acariciaban la mitad del paladar mientras su pene entraba y salía de mi vagina, dándome el placer de sentirme cogida por los dos lados… ¡Mmmh, aquello era el éxtasis!

Nuestros cuerpos estaban muy calientes. Alberto salía y entraba cada vez más rápido haciendo que mi cuerpo se estremeciera; me estaba cogiendo con mucha fuerza. Metió las manos debajo de mi blusa. Me solté el sostén para dejar libres mis pezones. Estaban duros, listos para que los dedos de mi hombre los hicieran gozar. Me los acarició riquísimo pellizcándolos suavecito y amasándome las tetas. Por más que me mordía los labios no podía evitar que el cuartito se llenara de suspiros y gemidos entrecortados. Los ruidos debían oírse en toda la cocina. Sentía un poco de vergüenza, pero seguí gimiendo y disfrutando. Al fin y al cabo, yo era la festejada y dueña de la casa, así que dejé de contenerme y me concentré en disfrutar aquel magnífico regalo de cumpleaños. Arqueé la espalda y empujé el culo hacia atrás; mis nalgas rebotaban en la cadera de mi hombre, quien se quedó quieto para dejar que yo sola me ensartara. Empecé a girar la cadera de lado a lado. ¡Aaaah, qué buena verga! Él me abrazó con fuerza pidiéndome más. ¡Mmmmh, voy a darte todo lo que quieras papito! Moví el culo más rápido y luego él volvió a tomar el control, ensartándome hasta el fondo una y otra vez mientras sus manos me ordeñaban los senos. ¡Ah, me estaba llevando al paraíso! Sus muslos me galopaban con movimientos cortos y rápidos hasta que empezaron a contraerse preparando la explosión final. ¡Aaah, aah…! sentí la fuerza de los espasmos que bombeaban la espesa leche dentro de mí. Alberto se estaba viniendo con mucha energía, sus músculos me bombeaban riquísimo. Las abundantes descargas me hacían sentir en las nubes; sentir que mi hombre me deseaba con esa fuerza, me llevó también a un orgasmo muy intenso. ¡Aaahh! Era como una corriente eléctrica que me recorría el cuerpo desde la vagina hasta el cuello y los muslos. Aquella energía sacudía cada fibra de mi cuerpo. Las piernas me temblaban pero Alberto me sostuvo. Su pene seguía entrando y saliendo lentamente hasta dejarnos inmóviles a los dos. Quería quedarme unida a él así, disfrutando el contacto de nuestros sexos mientras nuestro orgasmo se consumía totalmente. Terminé completamente relajada y con una gran sonrisa.

Nos arreglamos la ropa mientras nos besábamos suavemente. Me limpié las piernas y la conchita lo mejor que pude. Mi collar de la suerte había dado excelentes resultados.

-Gracias por este regalo de cumpleaños -le dije al oído-. Lo disfruté muchísimo… Hace mucho que no cogíamos así…

-Quizás deberíamos hacer fiestas más seguido -dijo con una sonrisa.

No sé por qué me vino a la mente la imagen de Alberto arreglando el vestido de Valeria. ¿Desde cuándo había tanta familiaridad entre ellos? ¿Por qué no me di cuenta cuándo Valeria llegó a la fiesta? ¿Por qué Alberto estaba tan excitado justo después de estar platicando con Valeria? ¿Sería posible que se hubieran metido al cuartito de servicio antes? Sólo para ver su reacción, mencioné algo sobre Valeria. Alberto me ignoró por completo. Me dio un beso en la frente y regresó a la fiesta.

Me quedé sola, arreglándome el peinado. Lo más probable es que estuviera imaginando cosas. Al fin y al cabo, siempre había tenido un poco de envidia por la facilidad con la que Valeria atraía a los hombres, aún cuando nunca había tenido ningún motivo para dudar de su amistad. Terminé de arreglarme el cabello. Mis calzones estaban muy mojados, así que aproveché para echarlos a la lavadora no sin antes deleitarme con su olor. Respiré profundamente y regresé a la fiesta.

--2. Travesuras de niña

Para mi desmayo, encontré a Alberto platicando con Valeria nuevamente, sólo que esta vez estaban sentados en el sillón. ¿¡No bien acababa de coger conmigo y ya estaba ocupado con mi amiga!? Me serví un trago y fui hasta donde estaban sentados. Antes de llegar, un tipo guapísimo sacó a bailar a Valeria. Ella sonrió y lo besó en la boca. Al darse cuenta que yo estaba cerca, me jaló hacia ellos.

-Leti, éste es Carlos, el amigo que te había dicho -dijo sonriendo y guiñando un ojo-. ¡Vamos a bailar! ¡Trae al aburrido de tu novio para acá!

El pobre Alberto con trabajos podía mantenerse despierto, mucho menos iba a bailar. Era tarde y habíamos fornicado lo suficiente como para mandarlo a dormir hasta la mañana siguiente. Me dio risa pensar que pudiera estar coqueteando con alguien en ese estado. Le di un beso en la frente y le dije que se fuera a la cama, yo lo alcanzaría más tarde… iba a dejarlo descansar para poder darnos una última “despedida” más tarde.

Yo me quedé bailando con mis amigos. Cuando alguno de los chicos me ponía la mano en la cadera, podía sentir su tacto a través de la falda. ¿Alcanzarían ellos a sentir que no llevaba calzones? Ese sólo pensamiento me subía la libido hasta el cielo. Me hacía sentirme atrevida y deseada… justo cómo una mujer debe sentirse al bailar. Creo que nunca había bailado tan a gusto. Me sentía feliz, como una niña haciendo travesuras en su fiesta de cumpleaños. Después de un rato, entré a la cocina a servirme agua.

Al estar en la cocina, oí unas risitas que venían del cuartito de lavar. Bueno, qué remedio, seguro alguien nos había oído antes y tuvo la misma idea… y cómo no, si yo estuve jadeando de lo lindo… ojalá no lo hagan encima de la lavadora.

Iba a regresar a la fiesta, pero el bicho de la curiosidad me picó y me acerqué lentamente para escuchar mejor. Pegué el oído a la puerta del cuartito. Se alcanzaba a oír una voz de mujer que jadeaba diciendo: “me gusta… tócame aquí”. Empecé a calentarme de nuevo. La mujer seguía jadeando: “me encanta ser tu putita”. Eso me hizo recordar cómo le había ofrecido las nalgas a mi hombre en aquel cuartito y cómo me había ensartado deliciosamente como a una putita hambrienta… ¡Mmmh, sí… a mí también me encanta ser una putita! Mi mente empezó a volar y mi panochita empezó a lubricarse. Pensé en ir a despertar a Alberto en ese momento, pero quería seguir escuchando para cachondearme un poco más. “Estoy húmeda…” dijo la mujer. No resistí la tentación, metí la mano debajo de mi falda y acaricié mi entrepierna con un dedo. ¡Mmmh, estaba placenteramente mojada!

En eso, sentí a alguien a mis espaldas. Me di vuelta sobresaltada. En la entrada de la cocina estaba un chico que me miraba como si nada raro estuviera pasando. El corazón me latía a mil. Después de un momento de silencio incómodo que a mi pareció una eternidad, me preguntó:

-¿Tú eres Leti, verdad?

No sé qué me pasó. Me sentía como una niña a la que habían sorprendido haciendo cosas vergonzosas. Simplemente me sonrojé y me quedé callada. No pude decir nada.

-¿Sabes dónde puedo conseguir más jugo? … tengo un poco de sed…

-¿No quieres agua? -dije. Entonces sacó algo de su bolsillo y dijo:

-Es que me gusta el sabor de tu jugo -entre las manos tenía los calzones que yo antes había echado a la lavadora. El corazón me dio un vuelco. Este chico me había oído gemir y se había metido al cuartito, había abierto la lavadora y sacado mis calzoncitos mojados. Y luego me había sacado a bailar, quizás imaginándose, quizás sintiendo, que no traía calzones… Quería morirme de la vergüenza.

-Tranquila -continuó en voz baja-, sólo soy un admirador… y quiero darte un regalo de cumpleaños.

Yo no sabía qué hacer. No alcanzaba a entender qué estaba pasando: había alguien cogiendo encima de mi lavadora y un tipo en mi cocina me confesaba su admiración. Pensé en gritar, diez personas hubieran entrado a la cocina en ese momento, pero algo dentro de mí seguía sin creer que esto fuera posible. El chico se acercó lentamente, mirándome a los ojos y luego se arrodilló frente a mí. ¿Qué es esto? ¿Qué está haciendo? Cerré los ojos, no me atrevía a mirar. Sentí sus manos acariciando mis piernas por encima de la falda con mucha suavidad y luego su nariz que me rozaba el vientre y el pubis. Los ruidos del cuartito subían de intensidad y yo seguía totalmente paralizada.

Conforme sus manos fueron subiendo por mis muslos, también se me fue subiendo una calentura morbosa. Me levantó la falda suavemente y empezó a besar mis piernas. ¡Uff! Alberto nunca me había tratado así, esto me estaba gustando. Su boca empezó a recorrer mis muslos con mucha ternura, disfrutándolos, convenciéndolos cariñosamente. ¿Qué estoy haciendo? ¿Voy a serle infiel a mi novio en la cocina? Sus manos acariciaban la parte de atrás de mis piernas, recorriendo delicadamente la curva de las nalgas. ¡Mmmh! Esto es demasiado, tengo que parar… no puedo ser tan puta. Adentro del cuartito los gemidos aumentaban y adentro de mi cabeza la cachondez también iba en aumento, era como si me contagiaran su calentura. Mi falda seguía subiendo, dándole más espacio a sus caricias que cada vez se acercaban más y más a mi intimidad. ¡Qué caliente me estaba poniendo! Me gustaba su forma de seducir mis piernas, de ir haciendo que se le entregaran por completo. Su lengua ahora saboreaba la parte interna de mis muslos y sus manos exploraban mi culo por todos lados. Yo no sabía qué hacer, alguien podía entrar a la cocina en cualquier momento, pero mi calentura era demasiado intensa. Quería que se detuviera, pero simplemente no tenía fuerzas para oponerme. Su boca siguió desnudando mis piernas y yo no podía hacer nada. No, basta, ¡detente ahora Leticia!… pero cada nueva caricia era mejor que la anterior. Mi cuerpo ya no me obedecía, sólo quería saber hasta dónde lo iban a llevar aquellos manoseos tan hermosos que habían subido desde las rodillas y ahora estaban descubriendo mi sexo humedecido…

¡Ah! Su lengua había empezado a recorrerme las ingles. Me mordí los labios y apreté las manos para no gemir. Algo que te hace sentir así no puede estar mal. Sólo deseaba que siguiera lamiéndome de esa manera, que esas lamidas le hicieran el amor a mi panochita. Cuando su boca finalmente se hundió en mi conchita ya no tenía ninguna duda de que iba a valer la pena. Ya no me sentía una niña traviesa, sino una mujer sensual dispuesta a disfrutar del sexo. Me recargué en la pared y abrí las piernas, ofreciéndole mi puchita ya sin pudor alguno.

-Ven -susurré.

Tomé su rostro con ambas manos y lo acerqué hasta mi intimidad. Él me tomó mis nalgas firmemente y empezó a devorarme. Su nariz y su lengua se enredaban en mi clítoris, bajaban hasta el vestíbulo de la vagina y alcanzaban a rozarme el ano. ¡Ah! Nunca me habían devorado la entrepierna de esa manera. Quería que esa lengua me hiciera completamente suya, que me lamiera por dentro hasta hacerme volar. Subí una pierna a su hombro para darle un mejor acceso. Él lo aprovechó lamiéndome la parte baja de las nalgas y el ano. ¡Ufff! No podía creerlo. Me estaba comiendo completa. Tuve que morderme los dedos con fuerza. Su lengua no paraba, entraba y salía de mi vagina y me besaba el ano. Mi panochita y mi culito se le entregaban completamente. No podía más. ¡Mmmh! Finalmente, toda aquella calentura desembocó en un orgasmo que me sacudió por completo, llenándome de un placer indescriptible. No podía moverme.

Él se incorporó y me abrazó. Silencié mis jadeos de placer hundiéndolos en su hombro. ¡Qué contracciones! ¡Qué experiencia tan magnífica! ¡Qué cumpleaños!

-¿Estás bien? -me preguntó.

Quería recompensarlo por aquel orgasmo tan especial. En vez de responderle, le mordí el cuello suavecito, bajé el cierre de su pantalón y le saqué la verga. Su cuerpo se estremeció al sentir mi mano frotándole el miembro delicadamente. Me abrazó más fuerte y me pidió que no me detuviera.

-Así, así… -dijo, masturbándose con mis calzones.

Envolví su erección en mis calzoncitos y la froté rápidamente. Cerró los ojos y me apretó por la cintura; estaba gozando aquella puñeta, pero lo que yo realmente quería hacer era comerme su verga. Sin perder el tiempo, me arrodillé y empecé a lamer el pene. Me lo metí en la boca, haciendo que su punta se apretara contra mi paladar. Con una mano sostuve las bolas y con la otra, subía y bajaba al mismo ritmo de mis mamadas. La verga se derretía en un líquido transparente y un poco salado que se esparcía por mi lengua. Seguí chupándola de aquella manera y no tardó mucho en tensarse, lista para explotar. Yo estaba esperando sentir su descarga en mi boca, mi lengua ya saboreaba aquel esperma que estaba ansioso por inundarla, pero él me pidió que lo hiciera de otra manera.

-Quiero venirme en tus calzones -dijo.

Me pareció raro, pero estaba dispuesta a complacerlo. Me incorporé. Cubrí el pene con mi prenda y lo froté lentamente pero con fuerza, aumentando el ritmo al tiempo que lamía su cuello y su oreja. Él me abrazó fuerte, agarrándome el trasero. Su mano me manoseaba las nalgas y el culo mientras su cuerpo se sacudía al ritmo de mis caricias mientras su verga se tensaba más y más. Finalmente, sentí una serie de pulsaciones bombeando lechita en mis calzoncitos. ¡Mmmh, aquella explosión me hizo sonreír! ¡Aquel olor! ¡Aquella fuerza palpitando entre mis dedos! ¡Mmmh! Se me antojaba tener todo eso adentro de mí. Me dio un gran placer ver mis calzones manchados con su leche y mis fluidos, era una mezcla deliciosa. Seguí acariciando el pene despacito hasta que las pulsaciones se agotaron. Me agaché y lo limpié rápidamente con unos lengüetazos. Me incorporé y después de oler y probar el sabor de mis calzoncitos, se los obsequié.

-Gracias, siempre voy a recordar este cumpleaños -dije.

Le di un beso en la mejilla y salí de la cocina. Definitivamente este collar traía muy buena suerte.

--3. Tequila con limón y hielo-

La fiesta seguía aunque empezaba a decaer. Ya no quedaba mucho alcohol y ya no había comida en el refri. Ya no bailé más, había tenido suficiente para esa noche. Sólo quería regresar a mi cama y cogerme a mi novio una vez más. Estuve platicando con los invitados hasta que nos quedamos unos cuantos amigos. Valeria dijo que se iba pero le pedí que se quedara a dormir en el futón del estudio. Desde luego, Carlos también podía quedarse. Al otro día iríamos a almorzar juntos. Aceptaron y nos quedamos platicando todavía, empeñados en terminar lo que quedaba de la última botella de tequila. Al final, me quedé sola con Valeria y Carlos jugando cartas en los sillones. Se veían bien juntos, eran una pareja muy sensual. Esa noche iban a dormir juntos en el estudio de mi departamento. Me los imaginé cogiendo en el futón: Valeria montando una verga deliciosa y Carlos amasando un par de senos magníficos. Quizás podría oír sus gemidos en la noche. ¿Cómo sería coger con Carlos? Mi panochita empezó a lubricar de nueva cuenta, haciéndome recordar que no traía calzones. Al parecer, ni mi imaginación ni mi panochita sabían estarse quietas esa noche.

Valeria perdió la siguiente mano y salió del juego. Carlos se sirvió otro vaso de tequila con unos cubos de hielo no sin antes servirme también un trago que acepté con gusto.

-¿Quieres hielo? -ofreció.

-… mejor no, me gusta el calorcito en el cuerpo -dije.

Repartió las cartas y empezamos a jugar. Valeria se veía muy cansada y apenas podía mantener los ojos abiertos. Le dije que sería mejor que nos fuéramos a dormir pero ella insistió en que termináramos el juego. Parecía muy interesada en que Carlos no ganara. Sin embargo, a los pocos minutos, se dio por vencida.

-Estoy cansada amiga, me voy a dormir -dijo bostezando, y agregó refiriéndose a Carlos-: No vayas a perder con éste maldito, he apostado algo importante…

-No te preocupes, conmigo no va a poder.

Nos abrazamos y nos juramos amor eterno. Después, besó a Carlos, le dijo algo al oído que no alcancé a escuchar pero que lo hizo sonreír de oreja a oreja. Luego se fue a dormir.

No sé por qué empecé a ponerme nerviosa. Recordé todo lo que había pasado aquella noche y pensé que todo era demasiado irreal, casi cómo si no hubiera sucedido. Ahora mismo estaba jugando cartas a solas con un hombre muy atractivo, sin calzones y con la puchita mojada. Sin embargo, Carlos era ya demasiado, era el “galán” de Valeria y era mi invitado… ¿Entonces por qué no podía dejar de verlo? No, no puedo ser tan puta…

Por otro lado, echar a volar la imaginación no iba a hacerle daño a nadie, así que me acomodé en la silla, empujando mi panocha contra el asiento. ¡Aaah… mmh! Era delicioso imaginar que Carlos me tocaba esa región… estar montada sobre él, dándole de mamar mis tetas… ¡Aaah, riquísimo! ese último trago me estaba haciendo un efecto muy agradable, así que decidí servirme un poco más. Al tomar la botella, él tomó mi mano.

-Déjame que te sirva -dijo.

-¡Oh! Gracias…

-¿Te gustó el tequila, eh?

Intenté controlar el rubor, y disimular mi nerviosismo con una sonrisa. Sus ojos buscaron los míos. Sentí un nudo en la garganta. Aguanté su mirada como pude. ¿Me lo estaba imaginando? No puedo explicar qué me pasó en ese momento. Sabía que coger con Carlos sería quizás lo mejor de aquella noche, como la cereza del pastel. Y lo peor, también sabía cómo dar el siguiente paso para seducirlo. Por otro lado, también sabía que los riesgos eran muy altos -mi novio en el cuarto de al lado y mi mejor amiga en la otra habitación- pero quería saber qué seguía, hacia dónde me llevaba este camino… Quería sentir los besos de aquel hombre, quería saber si era capaz de seducirlo, quería explorar ese lado de mi sexualidad; en pocas palabras, quería saber qué tan puta podía llegar a ser esa noche. A fin de cuentas, no sabía si mi collar de la buena suerte tendría el mismo efecto siempre.

Tomé el último limón del plato.

-¿Quieres más limón?- pregunté.

-Sí, no te molestes, yo voy a la cocina.

-Pensé que podíamos compartir el último- le dije mirándolo a los ojos mientras chupaba y me untaba suavemente el limón en los labios. Dejé la boca entreabierta, invitándolo a que me besara.

Se quedó inmóvil, observándome. Luego tomó un sorbo de su bebida, se mojó los labios con la lengua y se acercó a mi rostro. Me besó. Su boca sabía a licor. Cuando su lengua recorrió mis labios, tuve la misma sensación de seguridad que tuve cuando la lengua del otro chico se hundió en mi vagina: iba a llevar la noche hasta sus últimas consecuencias.

Nos abrazamos con fuerza. Nuestras lenguas se enredaron al instante. Sin dejar de besarlo, me coloqué encima de él. Sentí su verga firme contra mi vientre. Sus manos separaron mis nalgas con firmeza. Me desabroché la blusa y el sostén, mostrándole mis ansiosos senos. Tomé el limón y me lo unté en los pezones. Él sonrió, tomó un trago y empezó a mamarme las tetas. Mientras su boca estaba ocupada en uno de mis pezones, sus dedos exprimían el limón en el otro. Tomé mi vaso y derramé un poco de tequila en mis senos. Su boca me exploraba con desesperación. Me sentía toda una reina, había seducido a aquel hombre y ahora iba tirármelo. Mientras me mamaba las tetas, abrí su pantalón y saqué su pene. Lo sentí entre mis dedos, era grueso y de buen tamaño. Mi panochita ya estaba más que lubricada. Me subí la falda y me acomodé la punta en la entrada de la vagina. Él quería metérmelo todo, pero no lo dejé. Fui ensartándome despacito, mi conchita abriéndose deliciosamente, disfrutando cada centímetro de verga dentro de mí hasta tenerla toda adentro. Me lo había comido por completo. Tomé su rostro con ambas manos y lo besé. Busqué su lengua y la chupé con los labios rítmicamente. ¡Mmmh!, de nuevo tenía esa sensación de estar cogiendo por los dos lados. Eso me prendía muchísimo. Puse mis tetas en su boca y él siguió mamando. ¡Lo hacía tan bien! Empujaba mis pezones duros contra su paladar y los succionaba con fuerza, frotándolos rápidamente con la lengua. Sus manos me levantaban las nalgas firmemente, llevando el ritmo de la penetración. ¡Aaah, Valeria era una mujer muy afortunada!

Entonces tomó uno de los hielos de su vaso y lo puso en mi pezón. Yo sentí que me moría. Se metió el hielo en la boca y empezó a besarme el pecho, deteniéndose en cada uno de los pezones. Su aliento frío me sacudía, como una descarga de electricidad que me hacía sufrir placenteramente. Cuando el hielo se consumió, tomé otro hielo del vaso y lo metí en su boca. De nueva cuenta me recorrió los senos y chupó mis pezones mientras yo cabalgaba su verga con movimientos lentos. Luego sacó el hielo de su boca -ahora era una piedra larga y delgada- y lo puso a la mitad de mi espalda. Aquello me hizo estremecerme. No me gustaba la sensación pero quería más. Fue llevando el hielo hacia abajo, haciendo que mi espalda se arqueara hasta el límite. Al llegar a la parte baja se detuvo a jugar un poco. El agua fría se escurría en mis nalgas. Su sonrisa maliciosa me dijo lo que estaba pensando hacer.

-No… por favor, no voy a poder.

En vez de responderme se metió mis pezones en la boca. El hielo casi estaba desecho, pero aún podía sentirlo bajando en medio de mis nalgas, llegar hasta mi culito y empujar hacia adentro. ¡Aaaah! Nunca había tenido algo tan sólido metiéndose por mi culo. Sólo me lo habían acariciado y lamido, pero nunca había dejado que me abrieran el culito. Cerré los ojos del dolor. Era una tortura, era un frío estremecedor, un dolor profundo, una sensación que me poseía de una manera diferente al placer. El hielito se derritió rápidamente, haciéndose tan pequeño que ya no tuvo problema para incrustarse en la entrada del ano. Apenas terminó de meterse, mi culo lo derritió por completo.

Abrí los ojos. Fue una sensación muy intensa. Me sentí como despertando de un sueño. Fueron apenas unos segundos desde que el hielo estaba en mi espalda hasta que se abrió paso en mis entrañas, pero a mí me parecía que había pasado todo un día en aquella tortura tan disfrutable.

Carlos entendió que estaba indefensa y tomó un pequeño hielo del vaso. Intenté detenerlo pero ambos sabíamos que aquel hielito iba a terminar ensartado en mi culo. Me metió el hielo en la boca para que yo lo moldeara. Lo adelgacé hasta que sentí que podría aguantarlo y luego se lo di. Antes de que me lo metiera empecé a cabalgar su verga con todas mis fuerzas. Necesitaba estar concentrada para poder soportar el hielo. Sentí el pedacito frío jugando en mi culo. Aumenté el ritmo y apreté los dientes. ¡Auch! Ahí estaba, empujando, abriendo mi culito. Sentía cómo se derretía rápidamente y esa sensación me calmaba un poco, pero el dolor seguía penetrándome, mezclándose con el placer de mi panocha.

Carlos empujó más fuerte. Una lágrima me rodó por el rostro, ya no podía más, quería soltarme a llorar pero seguí cabalgando con más fuerza. Estaba ya cerca del orgasmo. Entonces sentí cómo una piedrita redonda y fría se incrustaba en mi culo y casi de inmediato se derretía. Todo sucedió en fracciones de segundo. Fue doloroso pero luego, liberador. Sentí el frío en mis entrañas, tan doloroso, tan ajeno, tan diferente de mi calor. Sentir cómo mi culo deshacía aquel dolor transformándolo en placer, cómo mi cuerpo era capaz de deshacer el hielo, me hizo sentir poderosa. Mi cuerpo pasó de la tensión a la euforia en un instante. Y estando en ese estado, tuve el orgasmo de la noche. Extrañamente no sentí ninguna necesidad de gritar o gemir, me sentía liberada, cómo flotando, despegándome del suelo. Podía sentir la electricidad de las contracciones recorriéndome por dentro, pero mi cuerpo no se sacudía, no estaba tenso, sino fortalecido. Apreté el culo para sentir las últimas gotas frías escurriéndose en mi interior y un espasmo de placer me recorrió, después me relajé y cuando volví a apretar sentí otra oleada de placer levantándome. Casi podía controlar los pulsos de mi cuerpo. ¡Qué poder! ¡Qué energía!

Carlos debió sentir esa alegría interna desprendiéndose y se vino inmediatamente. Su pene estallaba adentro de mí. Mis nervios tenían una sensibilidad tan alta que podía sentir las palpitaciones de su pene y casi conectarlas con mis propios pulsos. ¡Wow, era increíble! Me abrazó con fuerza, besando mi pecho. Sus gemidos se ahogaban en medio de mis senos. Quería transmitirle mi orgasmo, dejar que gozara conmigo aunque sabía que no podía compartir esa inmensa euforia que se había despertado en mi interior. En unos pocos instantes todo acabó, pero otra vez sentía que habían pasado horas, como si mi orgasmo hubiera sido muy largo y lo más importante, sentía un cambio radical en mi interior. Ya no era la misma Leticia, la que se metía al cuartito de lavar para ser una putita o que se dejaba manosear en la cocina, con miedo de que alguien entrara. Ahora era diferente. Ahora sabía que podía controlar el dolor aunque fuera sólo por un breve instante, en unas breves pulsaciones que se extinguían casi inmediatamente. Y tenía una certeza mayor: podía llegar a ser todo lo puta que me diera la gana. Quizás esas dos cosas eran lo mismo en el fondo.

Dejé que Carlos me mamara las tetas unos minutos más, simplemente no podía desprenderse de ellas. Luego lo abracé cariñosamente, le di un beso en la frente y me levanté. Me metí al baño a lavarme la conchita y la boca. Cuando regresé, Carlos estaba medio dormido, intentando incorporarse. Lo abracé y lo besé con mucho cariño.

-Cuando me oigas gemir, estaré pensando en ti -le dije.

Me metí a mi cuarto pensando qué buenos regalos había recibido aquella noche. Desperté a Alberto y empecé a lamerle las bolas. Hicimos el amor. Gemí como loca. Seguro que Carlos y Valeria me oyeron.

Continuará…