Como me hice prostituto
Soy padre de familia y profesional sanitario, pero mi irresistible necesidad de dar placer, amor y mimos a las mujeres me forzaron a prostituirme. Este es el relato de lo que me ocurrió la primera vez que actué como un prostituto.
Les puede resultar sorprendente el que me haya dedicado a prostituirme dadas mis circunstancias: maduro de 45 años, casado, padre de dos hijos y sanitario de profesión. Pero cuando lean mis razones me comprenderán.
Todo surgió de mi irresistible necesidad de dar placer y amor a las mujeres. Y se preguntarán ¿porqué no vuelco esas ansias de dar ternura y mimos en mi mujer?
Desgraciadamente desde hace un par de años eso no es posible. Una menopausia prematura complicada con problemas endocrinos suprimió en mi mujer todo deseo sexual, es más, los problemas hormonales que padece hacen que sienta una cierta repulsión por los hombres incluido yo mismo.
Pero no puedo dejarla porque es una buena mujer, que me quiere a su modo y se preocupa por mí y llevamos muchos años juntos. Y, además, están los hijos.
Pero esta carencia me afecta mucho. Necesito sentir el placer de una mujer entre mis brazos, de acariciar una mejilla, de besar unos labios cálidos, de dar toda la ternura que me desborda por dentro. Lo que más me excita es sentir el placer que proporciono.
Si, por supuesto que podría recurrir a buscar ligues ocasionales, incluso en el trabajo. Pero no quiero compromisos que me aten. Se que gusto mucho a las mujeres que me han probado, por mi delicadeza al tratarlas, por mi infinita paciencia en la caricia.
Así que un día mientras leía el periódico se me ocurrió la idea de poner un anuncio. Al principio la idea me pareció absurda, pero poco a poco me fui convenciendo, y un buen día tomé la decisión y puse el siguiente anuncio en el periódico: Caballero, educado, moreno y atractivo te dará mimos y todo lo que desees. Y ponía el número de un móvil de tarjeta que compré para la ocasión.
No tenía ninguna esperanza de que alguien atendiera aquel anuncio tan poco atractivo, pero una tarde recibí la llamada de la primera clienta.
Su voz transmitía el mismo nerviosismo que yo estaba padeciendo. Como pudimos, y entre balbuceos, acordamos una cita en su casa para la noche siguiente; su marido estaba de viaje de negocios.
Me inventé la excusa de una guardia en el hospital. Y hacia las 11 de la noche aparecí en la casa de Nuria. Llegué con unas flores de regalo y hecho un manojo de nervios.
Me abrió la puerta una mujer de unos 45 años guapa de cara, un poco rellenita y con unos pechos grandes y firmes que se entreveían por el escote generoso de su camisa medio desabrochada.
Nos miramos, como explorándonos. Noté que ella estaba tan nerviosa como yo. Ninguno de los dos sabía que hacer.
Al fin le pregunté ¿eres Nuria?
Si, me respondió con una sonrisa y añadió ¿Tu eres Enrique?
Nos dimos un beso y me invitó a pasar, tras echar una ojeada al rellano de la escalera, para descartar testigos molestos.
Me di cuenta de cómo se sentía gratamente sorprendida al recoger mis flores y me invitó a que me sentara en un sofá mientras ella colocaba las flores en un búcaro.
Ella vino a sentarse a mi lado y allí, como si estuviera de visita, nos pusimos a charlar de miles de cosas, sin importancia.
Ella me dijo que su marido estaba de viaje de negocios y que le acababa de llamar desde Almería. Y que tenía un hijo casado que vivía en Madrid, pero al que apenas veía.
Me gustaba aquella mujer, tan femenina, tan atractiva. Sentada, su falda dejaba entrever unos muslos firmes, apetecibles. Comenzaba a sentir deseos de acariciar su pecho, que se dejaba entrever entre los botones de la blusa. Y, además, no llevaba sujetador. Me impacientaba por besar aquellos labios sabrosos, por acariciar aquellas mejillas tersas, amables.
Nuria había servido unas copas con algo de picar y ya habíamos consumido un par de vasos. Nuestra relación se iba relajando. Estábamos sentados más cerca uno de otro. Al movernos para servirnos la última copa nos sentamos con nuestros cuerpos pegados, a pesar de que sobraba sofá por los dos lados.
Me di cuenta que Nuria era una persona como yo, necesitada de cariño, necesitaba que alguien se preocupara por ella, que la abrasara a caricias, a sexo y a ternura.
Ya más animados, con mayor intimidad en nuestra charla, Nuria me confesó que le daba una vergüenza enorme haberme llamado, que nunca había hecho algo así, pero que le atrajo el texto de mi mensaje.
Yo la dejaba hablar, notaba que necesitaba vaciarse en alguien. Me dijo, mientras se pegaba más a mi, que su marido no le hacia ni caso, que ya no tenían relaciones sexuales y que ella se sentía fea, poco atractiva.
Yo rodee su hombro con mi brazo, nos miramos y le dije que no tenía ninguna razón para decir eso.
Mientras acariciaba su pelo le dije que tenía un pelo muy bonito y juvenil, acaricié su mejilla con los dedos y le aseguré que tenia la piel sin una arruga, como la de una niña.
Ella me miraba.
Mientras acariciaba sus labios entreabiertos con la punta de un dedo, le dije que tenía una boca preciosa, unos labios que cualquiera desearía besar. Ella al sentir la caricia de mi dedo en sus labios sacó la punta de la lengua, yo introduje el dedo en su boca. Acaricié sus labios con el dedo húmedo de saliva.
Muy despacio, sin dejar de mirarnos nuestros labios se fueron acercando hasta rozarse en una caricia, cada vez más intensa, más profunda. Luego entreabrimos los labios y se acariciaron nuestras lenguas, enredándose, como jugando.
Abrió su boca a mi lengua que la penetró llenándola. Su respiración se aceleraba.
Nos volvimos a mirar y entonces le dije que una de las cosas más atractivas de ella eran sus pechos, mientras le hablaba desabroché los botones de su blusa y comencé a acariciar un pecho enorme, tenso, con una areola morena en cuyo centro había un pezón duro y grueso como una aceituna negra.
Nuria respiraba de excitación y yo notaba como mi pene se iba endureciendo. Ya abultaba en mi pantalón.
Ella me dijo simplemente: vamos
Y de la mano nos fuimos a su dormitorio, nos abrazamos delante de la cama de matrimonio, ella se pegaba a mi, para que la estrechara, como queriendo sentir mi dureza sobre su coño.
Yo le dije que quería primero desnudarla a ella. Ella aceptó con una sonrisa
Terminé de quitarle la blusa besando y lamiendo su cuello, oliendo el canalillo entre sus pechos y chupando goloso sus pezones. Su excitación iba creciendo a la vez que la mía.
Me puse de rodillas y le bajé la falda, acerqué la nariz a la mancha de humedad de sus bragas para captar su aroma de excitación, con la punta de mi nariz acaricie su coñito a través de la fina tela.
Le quité las bragas y ella desnuda comenzó a desnudarme a mi.
Me quitó la camisa besando cada trozo de mi piel, enredando sus dedos entre mi abundante vello. Me besaba y mordía los pezones.
Luego se sentó en la cama, y me bajo los pantalones. Acercó su nariz a la punta de mi pene que abultaba los calzoncillos en una mancha de humedad. Disfrutó de mis olores y sujetó con los dientes la punta de mi polla a través de la tela húmeda de los calzoncillos.
Luego, despacio me quitó los calzoncillos, acarició mi pene y mis testículos, lamió la punta y se metió toda mi pija en la boca.
Yo creí volverme loco. No quería correrme aun, así que le pedí que se acostara en la cama, sentada en el borde y con los pies apoyados en el suelo y las piernas separadas.
Comencé a besarle y lamerle los pies, luego las piernas, le lamí la parte de atrás de las rodillas, luego seguí lamiendo y besando los muslos. Y llegue a su coño. Me entretuve en admirar aquella boca maravillosa, rodeada de una abundante mata negra. Los labios rosados, hinchados por la excitación pedían ser besados, olidos, saboreados.
Y con mi boca besé aquella boca aromática, húmeda y palpitante. Nuria estaba en un estado de excitación casi de orgasmo. Respiraba con fuerza y de vez en cuando gemía.
Insistí en mi beso metiendo la lengua en la cueva maravillosa, chupando su clítoris, jugando con el misterioso botón con mi lengua,
En ese momento Nuria estaba fuera de control, medio incorporada, me acariciaba el pelo y gemía y respiraba fuerte
Me pedía más, más, Enrique por favor, más
Insistí en su clitoris con mi lengua hasta que recibí una descarga de secreciones en mi boca al tiempo que todo el cuerpo de Nuria se agitaba como en convulsiones, mientras que gemía y gritaba.
Insistí en mi caricia para prolongar el orgasmo de Nuria, hasta que vi como sus contracciones iban aplacándose. Se tumbó de nuevo en la cama, con la respiración aun agitada.
Me tumbé a su lado y la abracé, mientras acariciaba su pelo y le daba besitos y le decía palabras cariñosas.
Nuria me dijo: Cielo nadie me ha comido el coño como tú lo has hecho. Agradecí su cumplido besándole en la boca y abrazándola contra mi pecho.
Al cabo de unos minutos ella comenzó a acariciar mi polla que seguía a punto de explotar. Comenzó a bajar su boca dándome besitos en la barriga, metiendo su lengua en el ombligo, acariciando mi vello, hasta meterse la polla en su boca. Entonces comenzó a hacerme la mejor mamada que me han hecho en la vida.
Se tragaba mi polla hasta dentro y luego se la iba sacando despacio mientras le daba pequeñas succiones. Yo aguantaba el placer para no correrme, pero sabía que con esas sensaciones no aguantaría mucho.
Le advertí: cielo, me voy a correr. Pero ella me dijo: quiero tragármelo todo.
Volvió a metérsela en la boca hasta dentro y al ir sacándola no pude resistir la sensación y lancé un chorro de leche caliente que ella tragó como si se tratara de un dulce exquisito, luego siguió chupando para aprovechar las últimas gotas, como si no quisiera desperdiciar un elixir preciado.
Nuria se recostó contra mi pecho, mientras yo estaba acostado boca arriba. Nos besamos y pude sentir el sabor de mi semen en su boca. Nos abrazamos y reposamos unos minutos nuestra excitación, dilatando el momento final. Queríamos vivir cada instante de caricias, de ternuras, de mimos.
Sentía su pecho apretado contra el mío. Sus grandes pezones se frotaban contra los míos. Me besaba y mordisqueaba las orejas, me besaba el cuello y la boca. Yo acariciaba su cuerpo que me fascinaba.
Ya recuperados, yo quería volver a saborear su coño y le pedí que se pusiera sobre mi boca. Yo estaba tumbado y ella se colocó sobre mi, con las rodillas a ambos lados de mi cabeza. Así tenía al alcance de mi lengua todo su sexo. Comencé a lamer y a chupar cada rincón de su conchita, disfrutando sus sabores y sus aromas. Mientras veía como la excitación de Nuria crecía de nuevo. Su respiración se agitaba e intercalaba gemidos de placer. Se acariciaba los pechos y se apretaba entre los dedos sus pezones. Seguí mis caricias con mi lengua, adaptando la velocidad de mis lamidas al ritmo de su excitación. Cuando supe, por sus gemidos y respiración, que estaba a punto de acabar, aceleré mis caricias con la lengua y recibí el premio de una corrida que me inundó la boca de la miel de su excitación, mientras que Nuria se agitaba, casi en convulsiones vaciándose sobre mi boca.
Casi sin darle un respiro, sujeté con mis manos sus nalgas y la fui bajando a lo largo de mi cuerpo para que su coñito tropezara con mi polla, tiesa, que la esperaba ansiosa.
Despacito, porque soy muy potente y no quería dañarla, fui metiendo mi polla en su cueva bien lubricada hasta llenarla por completo. Comenzamos a movernos, borrachos de excitación, abrazados, empapados en sudor, mi polla friccionaba su vagina llenándola por completo.
Nuria entre estertores me decía: Cielo, nadie me ha llenado nunca como tú me llenas. Me siento muy mujer.
Aceleramos nuestros movimientos y nuestra respiración hasta que coincidimos en un orgasmo brutal, convulsivo, tremendo. Volví a lanzar un chorro de semen dentro de su vagina en el mismo instante en que Nuria se contraía en un orgasmo vaginal largo, intenso, extenuante.
Agotados quedamos abrazados, ella acostada sobre mí, mientras que mi polla aun dentro de su vagina palpitaba y le respondían las contracciones de la vagina que exprimían mi polla, vaciándola.
Estábamos empapados de sudor y agotados, pero inmensamente felices.
Abracé a Nuria mientras mi pene se iba aflojando en su interior y disminuía el ritmo de sus contracciones vaginales.
La abrazaba y la besaba, le decía palabras dulces, le aseguraba lo feliz que había sido, de lo maravillosa mujer que era. Ella respondía a mis besos y mis caricias.
Nos quedamos dormidos un buen rato, pero la noche no acabó allí.
Volvimos a follar y nos volvimos a quedar dormidos.
A eso de las seis de la mañana Nuria me despertó con un beso y me dijo al oído: cielo, te tienes que ir antes de que comiencen a despertarse los vecinos, que son muy cotillas.
La dejé en la cama mientras fui al baño a ducharme. Luego me vestí en la habitación. Ella me miraba desde la cama.
Una vez vestido me acerqué a la cama para despedirme de Nuria con un beso,.
Ella me rodeo el cuello y me dijo al oído: he sido muy feliz esta noche. Gracias
Yo le dije que también había sido muy feliz e inicié la marcha hacia la puerta.
Entonces Nuria me miró y dijo: en la mesita de la entrada hay algo para ti. Y al salir vi un sobre que contenía los 150 euros que en el anuncio indicaba la tarifa por una noche completa.
Vacile en aceptar aquel dinero, pero me dije que para ser consecuente debía de asumir el papel que me había impuesto.
Por mucho que me pesara, para Nuria sólo podía llegar a ser un puto ocasional al que se le paga por sus servicios.
Agarré el sobre y salí al aire frío de la madrugada.
Enrique