Cómo me convirtieron en una depravada (7/11)
LLEGA TÍA MÓNICA Narrado por Érica. Seguimos explorando el entorno familiar, de la mano de Érica. Con la llegada de tía Mónica, descubrimos secretos cada vez más prohibidos. Filial, Voyerismo, Lésbico, Tríos.
Mi madre me había pedido que fuera a buscar a mi tía Mónica al aeropuerto, ya que llegaba de Milán esa tarde. Le pedí a mi hermano Simón que me acompañara, ya que yo me había sacado el carné de conducir recientemente, y todavía no tenía mucha confianza.
Al llegar al aeropuerto, aparcamos el coche en la terminal y fuimos a la zona de llegadas. El vuelo era puntual, y mi tía no tardaría mucho en salir.
Al cabo de unos minutos, la vimos aparecer por la puerta. Hacía mucho tiempo que no la veíamos a nuestra tía, pero pudimos reconocerla.
Al salir de la puerta, varios hombres posaron su mirada en ella: el ruido de sus tacones al andar, el contoneo de su trasero y sus grandes pechos bamboleándose al compás de sus pasos, provocaban una honda expresión en sus caras, mientras alguien susurraba cosas tipo "¡qué melones!" o "¡vaya macizorra!"…
Me quedé fascinada por esa mujer espectacular, y tuve que darle un codazo a mi hermano, que también se había quedado embobado mirándola. Realmente era una mujer que emanaba sexualidad por los poros. Su preciosa cara, con unos labios carnosos y unos grandes ojos negros, estaba enmarcada por un pelo oscuro, cortado muy corto; pero lo realmente llamativo de mi tía Mónica eran sus espectaculares pechos, de los que sacaba buen partido con un top blanco de tirantes, combinado con unos jeans piratas.
Tía Mónica llegaba sonriendo, y clavando su profunda mirada en nosotros.
– ¡Hola chicos! ¡Cuánto tiempo sin vernos!
– Hola tía Mónica, ¿qué tal el viaje? – respondí.
– Bien, bien… ¡pero bueno! ¡Hay que ver cómo os habéis puesto! Simón, estás hecho todo un hombretón… ¡y muy guapo! Seguro que en la universidad debes arrasar…
Tía Mónica abrazó a Simón, pegando su tetazas a su pecho, y le dio un beso en la mejilla, peligrosamente cerca de las comisuras de los labios, mientras le agarraba el trasero de forma desenfadada.
– ¡Vaya por Dios! – Dijo – Tienes un trasero bien durito… ya me explicarás qué chicas lo disfrutan, afortunadas ellas…
Simón, que siempre ha sido muy tímido, se sonrojó y no pudo evitar una leve erección, que su tía no dejó de advertir al separarse de él
– Y tu ¿qué? ¡Te has hecho todo un bombón! – Dijo, mientras me daba un beso, cogiéndome de la cintura. – Tú también estás hecha una señorita bien guapa… ¡y veo que has heredado los atributos de la familia!
A decir esto, hizo chocar jocosamente sus duros pechos con los míos, moviéndolos de lado a lado. Su actitud tan desvergonzada, en medio del aeropuerto, me sorprendió un poco, y me sonrojé.
– Tú también estás muy bien, Tía. – Contesté, cumplidora – Se te ve espectacular, y los hombres no dejan de echarte el ojo…
– Y espero que alguna mujer también – Dijo, mientras estallaba en una carcajada – ¿Vamos al coche? Tengo ganas de llegar, ver a vuestro padre y conocer a Hannah.
– Hannah tardará un poco en llegar, porque ha salido fuera. Supongo que llegará por la noche.
– Bueno, no hay ninguna prisa. Y así podré estar un rato con vuestro padre, que hace tiempo que no nos vemos – Finalizó, con una enigmática sonrisa.
Cogimos el equipaje y nos dirigimos al aparcamiento a coger el coche de vuelta a casa.
De camino, tía Mónica se sentó en el asiento de atrás, y Simón a mi lado. A través del retrovisor podría apreciar las bonitas piernas de mi tía, bien torneadas y bronceadas. Su falda se había subido, y el corte alcanzaba casi su entrepierna, dándome un espectáculo visual muy sensual.
En un momento dado, sus ojos se cruzaron con los míos, pillándome mientras la espiaba, pero respondió con una bonita y sensual sonrisa. Rápidamente volví a fijar la mirada en la carretera, mientras un escalofrío de excitación recorría mi espalda.
Al llegar a casa, subimos el equipaje de mi tía a su habitación.
– Tía, voy a mi habitación a prepararme, que esta noche salgo de fiesta con unas amigas. Papá debe estar por aquí; no se habrá dado cuenta de que hemos llegado.
– Tranquila, mi amor, yo arreglo un poco mi equipaje y voy a buscarlo.
Me fui a la habitación, y estuve un buen rato chateando Claire y mis otras amigas por WhatsApp, para decidir a donde saldríamos esa noche, y buscando en mi armario la ropa más adecuada para ir de fiesta.
Espiando a mi padre y tía Mónica
Cuando estuve lista, cogí lo necesario para ir a darme una ducha, y salí de mi habitación.
En el pasillo me encontré con mi hermano, que estaba mirando a través de la puerta entreabierta de la habitación de mis padres.
– Pero… ¿se puede saber qué estás haciendo?
– ¡Shht! ¡Baja la voz! – contestó Simón - ¡he pillado a papá y tía Mónica enrollándose!
– ¡Pero qué dices! ¿cómo van a estar enrollándose? – dije, mientras miraba por encima del hombro de mi hermano por la rendija de la puerta.
Dentro de la habitación de mis padres, papá estaba de pie, con los pantalones bajados, y mi tía de rodillas, todavía vestida pero con los pantalones medio bajados para permitir que le penetrara el trasero con un vibrador mientras le comía la verga.
– ¡Madre mía!
– ¡Shht! ¿Quieres bajar la voz, que nos van a oír? – replicó mi hermano.
Mi tía continuaba metiéndose el pene de mi padre en la boca, que pude ver por primera vez: si bien no era muy largo, sí que se veía bastante grueso, y papá lo llevaba bien cuidado, con toda la zona bien depilada. Tía Mónica lo chupaba como una experta: primero lo masturbaba mientras succionaba los testículos, para luego lamer el tronco, llevando sus labios al prepucio y metiéndoselo en la boca, succionándolo hasta que sus labios rozaban la base.
Al cabo de un rato de esa “clase magistral de francés”, la hermana de papá se puso de pie, con el vibrador todavía metido en su ano, y dejó deslizar sus jeans al suelo mientras se sacaba los pechos por encima del escote. Fue entonces cuando pude apreciar el bonito cuerpo que poseía: su figura era curvilínea, pero nada fláccida, con un trasero que se veía prieto y duro, igual que sus grandes pechos, aparentemente operados pero con un aspecto deliciosamente perfecto y coronados con piercings en sus puntiagudos pezones. Su piel, bien bronceada, solo dejaba ver una ligera marca de bikini en su entrepierna, perfectamente rasurada a excepción de un pequeño triángulo bien definido.
Tía Mónica se estiró en la cama boca arriba, con la cabeza colgando fuera, para que mi padre le volviera a meter el pene en la boca. Ella agarró las nalgas de su hermano, empujando para que la polla se metiera hasta el fondo de su garganta, y papá empezó a follarle la boca, con un vaivén vigoroso, que hacía que las espectaculares tetas de mi tía se movieran con una rítmica consistencia, mientras él las palmeaba y acariciaba, a la vez que se inclinaba hacia adelante para coger el vibrador y penetrar ese prieto trasero.
– ¡Joder, Simón, no veo nada! – le dije, a mi hermano – Anda, déjame poner enfrente, que tú eres más alto.
Simón me dejó poner delante, justo cuando mi tía alzó las piernas para cogerse los pies por los tobillos. De esta forma, su trasero se alzó y quedó más cerca de mi padre, que inclinándose un poco más pudo empezar a comerle del conejito a tía Mónica, en una especie de 69, mientras continuaba estimulando su agujerito con el vibrador.
La visión de mi padre y su hermana, follando de esa manera, me turbaba y escandalizaba, pero a la vez me estaba poniendo cachondísima. En esos momentos volvió a mi mente el episodio de la mañana en la piscina, entre mi madrastra y la madre de mi mejor amiga. No entendía que estaba ocurriendo en esa casa, que parecía haber sido hechizada por el sexo. Mi hermano me sacó de mis pensamientos al notar como se iba pegando a mi espalda para tener mejor visibilidad del espectáculo incestuoso que tenía lugar en la habitación de nuestros padres. Su aliento por encima de mi hombro y su erección, que ya empezaba a rozar mi trasero, me estaban sofocando y llevando al límite de la incomodidad, cuando noté como Simón empezaba un sutil movimiento de vaivén, frotando su pene con mi falda.
En la habitación, mi padre se enderezó y se estiró en la cama con los pies apoyados en el suelo y grueso pene mirando al techo como un mástil.
Mi mente estaba totalmente confundida y al borde del colapso. Me notaba paralizada ante la escandalosa visión de mi padre y mi tía teniendo sexo duro mientras mi hermano frotaba su erección en mi trasero, pero podía evitar sentirme a la vez híper-excitada y al borde de perder el control sobre mi moral. Mis pezones, durísimos, atravesaban mi ropa interior y se mostraban definidos a través de mi camiseta, y notaba mi vagina anegada de flujos por la excitación que mi pudor intentaba contener.
Mi tía se incorporó en la cama, se sacó el vibrador y se lo llevó a la boca, para lamerlo, mientras dirigía a mi padre una mirada de lo más morbosa. A continuación se acercó sinuosamente, como una gata en celo, se puso en cuclillas sobre mi padre y se empaló lentamente, agarrando su pene para dirigirlo a su ano y soltando un profundo gemido. Tal como íbamos viendo cómo la verga se perdía en el culo de mi tía, noté como mi hermano me cogía de la cintura mientras empezaba a besar y mordisquearme la oreja. La avalancha de sensaciones que tuve en ese momento significó el punto de no retorno en mi excitación, haciendo añicos el pudor y la moral que me habían mantenido controlada hasta ese momento.
Llevé una mano a la entrepierna de mi hermano, notando que ya tenía fuera su virilidad, y empecé a pajearlo mientras me subía la falda hasta la cintura. Aparté el hilo de mi tanga a un lado y metí su verga entre mis piernas, en contacto con mi coñito empapado. Mi hermano empezó a moverse en lento vaivén, frotando su pene con mi conejito como si me estuviera follando, y subió sus manos hasta agarrar fuertemente mis tetas mientras yo me frotaba el clítoris y no perdía detalle de lo que sucedía en la habitación. Seguramente, Simón estaba imaginando que las tetas que estaba manoseando eran las tetazas de su tía, que veíamos moverse rítmicamente mientras ella hacía sentadillas con la polla de papá metida en el culo.
Al cabo de un buen rato, tía Mónica se salió de papá y se puso de rodillas enfrente de él, para chuparle otra vez la verga. Mi padre levantó las piernas, para que mi tía paseara el vibrador por su zona perineal, mientras su lengua lamía su polla como un helado, antes de que la agarrara fuerte con la mano y empezara a pajearla, mientras el vibrador jugueteaba con la puerta trasera de papá, que empezó a estremecerse de placer y emitir gritos inconexos.
Nunca había visto nada parecido, y probablemente tampoco mi hermano. Estaba claro que nuestra tía era una experta consumada en sexo: en el momento preciso, justo cuando mi padre se aproximaba al orgasmo, mi tía metió el vibrador de un golpe en su culo. Mi padre no pudo superarlo y empezó a correrse como un caballo, lanzando espesos chorretones de leche sobre la cara y las tetas de su hermana. Mi hermano tampoco pudo resistir la visión de ese momento y se corrió, dejándome la entrepierna inundada de semen, con mis bragas empapadas y leche deslizándose por el interior de mis muslos y goteando sobre el suelo. Yo me corrí mientras observaba a mi tía relamiéndose los restos de semen que quedaban en sus labios y limpiando la polla de papá, que quedó estirado en la cama, sin sentido.
Mi hermano se guardó la verga y fue corriendo a la habitación, dejándome en el resquicio de la puerta. Recompuse mi ropa e intenté limpiar el suelo de los restos de su corrida, para meterme rápidamente en el baño, donde ya hacía rato que debía estar duchándome y arreglándome para salir.
Tía Mónica nos lleva al incesto
Entré al baño, alterada por lo que acababa de vivir, y decidí rebajar mi agitación dándome un baño, así que llené la bañera con agua caliente y jabón, y me metí en ella para relajarme, antes de arreglarme para salir con mis amigas.
En cuanto me metí en la bañera, el agua tibia y la fragancia hicieron que me soltara: mi mente adormilada empezó a revivir la escena en la habitación de mis padres y mis dedos bajaron solos a mi entrepierna para iniciar una lenta y suave masturbación, hasta que mi ensoñación fue interrumpida por mi tía, que entró inesperadamente en el baño, con el top puesto y los pantalones en la mano.
– ¡Hola mi amor! ¿Te importa que use el lavabo un momento? – preguntó, dirigiéndose al espejo del baño – Como habéis podido ver, mi hermano me ha dejado perdida.
Al darme cuenta de que mi tía se había dado cuenta de que la estábamos espiando, me puse roja como un tomate, sin acertar a contestar de forma coherente.
Mi tía continuó delante del espejo, intentando limpiar los goterones de leche repartidos por su cara y su pecho, mientras continuaba:
– ¡Tranquila! Hace ya mucho tiempo que tu padre y yo tenemos sexo… casi desde que éramos adolescentes. Supongo que será un tema genético, pero ambos nos dimos cuenta de que éramos muy activos sexualmente.
Yo continuaba pasmada, con los ojos como platos ante esa revelación e incapaz de articular palabra.
– Nuestra primera vez, creo recordar que fue después de que yo dejara a mi novio de entonces: estaba siendo muy dura esa travesía del desierto de semanas sin novio y, no sé cómo, acabamos encamados. Y, desde entonces, hemos ido teniendo encuentros esporádicos.
– Me... me… me estás diciendo… que... ¿lleváis tanto tiempo teniendo sexo desde entonces? – Conseguí articular.
– Bueno... tampoco de forma continuada, pero ahora hacía un montón de años que no nos veíamos, y la verdad es que tenía unas ganas locas de sentirlo dentro vez.
Yo no atinaba a entender qué era más surrealista, si el hecho de que mi padre y su hermana tuvieran relaciones sexuales esporádicas desde la adolescencia, o el hecho de que mi tía me lo estuviera contando con esa naturalidad, como si fuera una de sus amigas.
– Oye, estoy toda cubierta de leche. ¿A que no te importa que me meta contigo? – Dijo, mientras se contoneaba en dirección a la bañera.
Sin darme tiempo a decir nada, se metió en el agua, a mis pies, sin siquiera quitarse la camiseta, que con la humedad se le quedó pegada al cuerpo, transparentando esos espectaculares pechos que acariciaba inadvertidamente, haciendo que sus pezones se endurecieran y amenazaran con atravesar la fina tela. Me costaba discernir si su comportamiento era fruto de una abierta confianza y familiaridad, o simplemente estaba intentando seducirme. En cualquier caso, cada movimiento y mirada emanaban una sensualidad tal, que hacía que mi excitación, ya elevada desde hacía rato, escalara vertiginosamente.
– ¿Quieres que te eche una mano con el baño, cariño? Venga, gírate, que te enjabono la espalda.
– No hace falta, tía…
– ¡Venga, no seas tímida, que soy tu tía!
Me acerqué a ella, y me senté entre sus piernas, de espaldas a ella. Derramó un poco de jabón en mi espalda, y empezó a frotarla suavemente con la esponja, mientras me preguntaba:
– ¿Y cómo te ha ido con tu hermano? Me ha parecido notar que vosotros también habéis estado ocupados – Ese tema me pilló un poco desprevenida.
– Ejem… nada… Simón ha tenido un calentón, pero no ha habido nada…
– ¿Un calentón? Pues he visto que ha dejado tus braguitas perdidas… – dijo, señalando mi tanguita, tirado en medio del suelo del baño – me lo imaginaba mucho más tímido…
– Sí… bueno… él se ha estado tocando, y claro…
– Sí, claro, claro…
Mientras le decía eso, tía Mónica se incorporaba, apretando sus pechos sobre mi espalda, para pasar sus brazos por el lado y enjabonar mis pechos. Acercó su boca a mi oído y me preguntó, aparentemente con poca intención:
– ¿No encuentras que tu hermano es un chico bien guapo?
– ¡Tía! ¡es mi hermano!
– Si, y tu padre también lo es mío, y bien que lo he disfrutado – sus manos ya habían dejado caer la esponja, y ya estaba acariciando mis tetas abiertamente, pasando sus dedos por mis pezones y haciendo que se endurecieran – O quizás… - agregó – ¿es que te gustan más las chicas? – me ronroneó al oído, antes de empezar a besar y lamerme el cuello.
Al sentir sus manos expertas acariciándome y su voz cálida en la oreja, cayó la poca resistencia que estaba ofreciendo, y se me escapó un gemido, que delató mi excitación. Mi tía atacó entonces con toda su artillería, acariciándome las tetas y jugando con su lengua en mi oreja. Podía notar sus pezones duros en mi espalda, y giré el cuello para darle un beso caliente y lleno de deseo. Ella respondió al beso, recorriendo mi boca con su lengua húmeda y comiéndome los labios, mientras su mano bajaba en dirección a mi entrepierna.
Cuando sus dedos expertos alcanzaron mi conejito para juguetear con mi clítoris, recosté mi cabeza hacia atrás, sobre su hombro mientras ella seguía besando y mordisqueando mi cuello, para susurrarle:
– Sigue, por favor… estoy muy cachonda y necesito esto… ¡!aaaah!!
– ¿Necesitas correrte, mi amor? Deja que te ayude.
Siguió masturbándome con una mano, mientras acariciaba mis tetas y sus dedos jugueteaban con mis pezones, y yo me retorcía como una serpiente. Cuando estaba a punto de tener mi orgasmo, mi tía paró, haciéndome girar para ponerme frente a ella.
– Tu tía también necesita atenciones, cariño…
Volví a enganchar mi boca a la suya y le metí la lengua hasta la garganta. Le acariciaba las tetas sobre la camiseta mojada mientras ella continuaba su labor, metiéndome un par de dedos en la vagina mientras su pulgar estimulaba mi botoncito. Tiró su espalda hacia atrás, apoyando la cabeza sobre el borde de la bañera, para hacer que sus tetas emergieran del agua, y me lancé a por ellas, arrancando la camiseta y devorando esas dos maravillas. Mi lengua recorría esas montañas llenas de espuma y se entretenía en sus pezones, dando mordisquitos y tirando con los dientes de las joyitas que colgaban de ellos. Viendo como reaccionaba mi tía, enseguida me di cuenta de la sensibilidad que tenía en esa zona.
– ¡Siiii! ¡Cómete los melones de tu tía! – masculló groseramente, mientras se agarraba las tetas y las juntaba, para que yo hundiera mi cabeza entre ellas y siguiera devorando sus erectos botones.
Al cabo de un rato, me hizo apartar un poco para sacar las piernas por los laterales de la bañera y apoyar sus pies en los bordes. De esa forma, apoyándose con los brazos a los lados de la bañera, pudo levantar su cadera y poner su cuidado y enrojecido chochito a pocos centímetros de mi cara. Acoplé mis labios a su vagina y empecé a chupar sus jugos. Mi boca recorría su entrepierna, entre su agujerito trasero y su clítoris, mientras uno de mis dedos jugueteaba con su entrada trasera, entrando y saliendo.
– ¡Aghhhhhhh! Veo que no es la primera vez que haces esto, mi niña… ¡me estás llevando al cielo!
Estaba consiguiendo que mi tía llegara a su orgasmo cuando, súbitamente, se abrió la puerta del baño y entró mi hermano.
– Pero… qué… qué… ¿qué estáis haciendo? ¿qué es ese ruido?
– ¡Vaya! – articuló tía Mónica, entre sonoros gemidos – precisamente de ti estábamos hablando… ¡Érica, no pares, por favor! Y tú… ¿por qué no te unes? ¡tienes algo por ahí que nos iría de maravilla! ¡Ven aquí, sobrinito!
Observé, estupefacta y repentinamente cohibida, como mi hermano se acercaba a la bañera, vacilante, mientras mi tía bajaba sus piernas de los bordes y se ponía de rodillas en la bañera, apoyando sus espectaculares pechos en el borde, para poner su mano sobre sus shorts de baloncesto.
– ¡Vaya lo que tenemos por aquí! ¡Y parece que está engordando!
Ante ese nuevo acontecimiento, yo permanecía inmóvil, expectante, cubriéndome inexplicablemente los pechos con las manos mientras mi tía le bajaba los shorts, descubriendo una bonita polla en estado de semi-erección.
– Mira, Érica, lo que tiene tu hermano entre las piernas – dijo, mientras le acariciaba el pene a Simón – promete bastante, y todavía está por crecer… ¿qué te parece si le damos una ayudita?
Y, acto seguido, se la metió en la boca y empezó a succionarla ruidosamente, agarrando los glúteos de su sobrino para asegurar que se la metía hasta la garganta, haciendo que creciera dentro de su boca, mientras sus manos acariciaban sus testículos con decisión. Cuando el pene de mi hermano ya estaba en todo su esplendor, mi tía se lo sacó de la boca, reluciente y cubierto de saliva, para decirme:
– ¡Niña! ¿Qué te pasa? ¿Ahora te pones pudorosa? ¡Quita esas manos de tus tetas, agarra bien esta maravilla, y demuéstranos qué sabes hacer! – Apremió, agarrando la verga de mi hermano y empujándome suavemente hacia ella.
Ante la atenta mirada de tía Mónica, y con cierto pudor, empecé a limpiar con la lengua la saliva que había dejado mi tía y el líquido pre-seminal que empezaba a asomar por la punta, mientras ella continuaba agarrando la verga de su sobrino, con un suave vaivén. Mi hermano observaba, también paralizado por la situación. A medida que me soltaba, empecé a meterme esa verga más al fondo de mi garganta, notando también que mi hermano tomaba el mando de la situación y empezaba a ser él quien empujaba, metiendo y sacando su pene de mi boca como si me la estuviera follando. Mi tía iba agarrando la verga llena de saliva, bien para chuparla ella un rato, bien para golpear mi cara con ella antes de volverla a meter en mi boca.
– Tía, quiero follarme tus tetas – dijo Simón, entre suspiros.
– Claro, sobrinito, lo que desees – contestó mi tía, mientras yo engullía la estaca de Simón tan profundamente que podía lamerle los testículos.
Tía Mónica se puso enfrente de mi hermano y agarró la verga mojada para golpear repetidamente sus pechos con ella, antes de apoyarla en su canalillo. Yo me puse detrás de la hermana de mi padre, abarcando sus jabonosas tetazas y presionando la polla se Simón con ellas, antes de empezar a moverlas arriba y abajo, haciendo que el pene deslizara por su canalillo, mientras ella acariciaba sus huevos e iba lamiendo su glande en cada movimiento.
En esa situación, Simón pudo resistir bien poco:
– Me… me… ¡me corro! – gimió mi hermano
– ¡Muy bien, Simón! Córrete sobre mi pecho, como ha hecho tu padre – la morbosidad que nuestra tía inducía en nosotros era asombrosa
– ¡Sss… sí! ¡Sss… sí! ¡Ahora! ¡Agggh!
Para nuestra sorpresa, la verga de Simón empezó a lanzar leche a raudales sobre la cara y las tetas de su tía; algunos chorros alcanzaron su boca mientras seguía estrujando sus huevos. Yo, desde atrás, rebañaba con mis dedos el semen esparcido por sus tetas y se lo llevaba a los labios, para que mi tía los relamiera ávidamente ante la mirada desencajada de mi hermano, mientras decía.
– Buff… Érica… ¡tu hermano es como una fuente! ¿has visto como me ha puesto?
– Mmmh, si…– contesté – y ya has visto como me ha dejado antes las bragas…
– ¿Y tú? ¿vas a quedarte así, a medias?
Realmente, no estaba dispuesta a quedarme así, y para ello estaba dispuesta incluso a que mi hermano me follara, así que salí de la bañera, cogiéndole de la mano e hice que se tumbara sobre una toalla, boca arriba. Me metí su miembro entero en la boca y, sin sacarlo, empecé a succionarlo y recorrerlo con mi lengua, mientras notaba como volvía a recuperar su vigor, hasta alcanzar otra vez el fondo de mi garganta.
En cuanto de mi hermano recobró toda su fuerza, me monté encima de él aprisionando su polla entre mi conejito y su vientre, y empecé a moverme, restregando mi conejito sobre su polla todavía jabonosa. Mi tía salió también de la bañera, y se sentó sobre la cara se Simón, acoplando la vagina a su boca, mientras le decía:
– ¡Venga, Simón! ¡acaba con tu lengua lo que tu hermana me estaba haciendo cuando nos has interrumpido! – dijo, mientras se sobaba las tetas.
En un movimiento de vaivén, hice que la polla de Simón por fin se deslizara dentro de mi vagina húmeda, mientras no podía reprimir un intenso gemido.
– ¡!Diossss¡¡¡¡
Cuando lo noté totalmente dentro, empecé a cabalgar a mi hermano con ganas. Mientras él me agarraba las tetas y me las apretaba con fuerza, me incliné hacia adelante para comer la boca solícita de mi tía. Nuestras lenguas húmedas se entrelazaban y jugueteaban, mientras cabalgábamos a mi hermano en una triple carrera hacia el orgasmo final.
– ¡Aghhhhh! ¡siiiiii!
Tiré mi espalda hacia atrás, apoyando mis manos en el suelo con mis piernas abiertas a los lados de mi hermano, levantando mi cadera mientras él se movía desaforadamente, percutiéndome el coño con su verga. Mi tía se tumbó hacia adelante, sobre mi hermano, y posó su lengua sobre mi clítoris, jugueteando con él y acelerando mi carrera hacia el orgasmo.
– ¡Aghhhhh! ¡me corro! ¡me corro! – grité.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras tenía uno de los mejores orgasmos de mi vida, en el momento que mi hermano sacó su pene de mi vagina y empezó a liberar, por tercera vez, unos impresionantes chorros de leche, que mi tía devoró con fruición, mientras tenía su merecido orgasmo gracias a la comida de conejo que Simón le había estado ofreciendo. Caí rendida al lado de mi hermano, mientras mi tía acercó su boca a la mía, contoneándose como una gata en celo, para besarme y compartir el néctar que segundos antes brotaba de la fuente, al parecer inacabable, que mi hermano tenía entre las piernas.
– Niños… – añadió mi tía, entre besos y lametones – ¡ha sido una sesión inolvidable! Esto habrá que repetirlo
Tanto mi hermano como yo permanecíamos callados, volviendo a la consciencia de lo que acabábamos de hacer. Las preguntas y dudas empezaban a invadir nuestras ahora confusas mentes, mientras nuestra tía parecía ajena al significado que tenía para nosotros lo que tenía que ocurrir, hasta que el ruido de la puerta de entrada al cerrarse nos devolvió a todos a la realidad.
– ¡Mamá acaba de volver! – reaccionó Simón, que se levantó y recogió su ropa atropelladamente antes de salir corriendo por la puerta hacia su habitación.
– ¡Ah! ¡qué bien! – contestó tía Mónica, con toda tranquilidad, mientras recogía su ropa – ¡por fin podré conocerla!
– ¿Qué hacemos? – dije, confusa
– Tranquila, tranquila, tú acaba de arreglarte para salir, que yo bajo a saludar a Hannah y la mantengo entretenida – contestó, guiñándome un ojo.
Y así fue como mi tía salió tranquilamente del baño, completamente desnuda y con la camiseta rota en la mano, para ir a su habitación a ponerse algo antes de bajar a saludar a mi madre.
Mientras tanto, cerré el pestillo del baño y me dispuse a arreglar un poco el desaguisado que habíamos dejado y a acabar de arreglarme para la fiesta de esa noche.