Cómo me convirtieron en una depravada (11/11)

EPÍLOGO – Hannah se despierta muy caliente y se siente desatada. Orgías, Interracial, Lésbico.

Después de la orgía, Clarice había llamado a un taxi para volver a casa, y el resto nos fuimos a dormir. Al día siguiente, a pesar de ser domingo, Marco debía coger un avión transoceánico, ya que el lunes tenía un congreso en Boston, y quería descansar.

A la mañana siguiente, la luz del sol filtrándose por la ventana me hizo despertar perezosamente, remoloneando. Me sentía muy relajada, y el contacto de las sábanas con mi piel desnuda activaba mis zonas erógenas, haciendo que me sintiera placenteramente excitada. Marco parecía haberse marchado ya al aeropuerto, igual que Simón, que tenía partido de fútbol, así que en casa debíamos estar Érica y yo, solas. Pura tranquilidad para todo el día.

Al hacer el recuento mental de los que estábamos en casa, volvieron a mi mente los recuerdos de la fiesta sexual que habíamos vivido la noche anterior: el dulce y sinuoso cuerpo de mi hijastra Érica, las interminables corridas de Simón, la depravación de mi marido, el hermoso pene de mi asistente… mi excitación iba aumentando con mis pensamientos, y sentí la necesidad de masturbarme.

Mis dedos empezaban a jugar distraídamente con mi clítoris, mientras me ponía de lado y con una mano me acariciaba el trasero, jugueteando con mi ano. Mi sexo empezaba a emanar jugos, y mi excitación aumentaba exponencialmente, mientras un carrusel de imágenes de la noche anterior venía a mi mente.

Necesitaba algo más que mis dedos, así que busqué por el suelo el consolador azul que habíamos estado utilizando la noche anterior. Cuando lo encontré, oí ruidos que venían de otra habitación.

Salí al pasillo y volví a escuchar: unos gemidos venían de la habitación de Érica. Me acerqué a la puerta sigilosamente, y la abrí ligeramente. Encima de la cama, Érica estaba moviéndose encima de alguien con quien parecía estar haciendo un 69. Por la cabellera pelirroja que asomaba entre las piernas de Érica, deduje que se trataba de Claire, su amiga y vecina. Realmente esa chiquilla era una lolita morbosa, y no me extrañaba ver aquello.

Mientras observaba, me llevé el consolador a la boca, y empecé a chuparlo. Todavía se notaba el aroma y sabor de mi sexo, desde la fiesta de la noche anterior. Mi excitación ya era incontenible, y decidí dejar de espiar a las niñas e irme al baño a continuar con mi tarea.

Me metí en la ducha llevándome el dildo. Mientras el agua caía suavemente sobre mi piel, yo lamía el consolador que, por forma y tamaño, me recordaba tanto a la tranca de nuestro jardinero Mammadou. Vinieron entonces a mi mente las imágenes de la improvisada fiesta sexual que tuvimos con Mammadou, Clarice y mi vecina Kate. Me sentía desbocada, y mi coño me pedía a gritos la polla de Mammadou.

El dildo llevaba una ventosa, así que lo pegué a la mampara de cristal y me agaché para chuparlo, imaginándome que era el pene de nuestro jardinero. Cuando noté que el dildo estaba suficientemente lubricado con mi saliva me giré, apoyando mis manos y rodillas en el suelo de la ducha, y agarré el dildo con la mano para apuntar a la entrada de mi sexo. De un empujón me lo metí hasta el fondo, notando cómo mis glúteos alcanzaban a tocar el frío cristal de la mampara.

– Aaagh!!

Empecé un lento movimiento de vaivén, disfrutando de cada centímetro de consolador que entraba y salía de mi húmeda cueva mientras el agua tibia regaba mi cuerpo.

– ¡Vaya! ¡Parece que ayer no tuviste bastante!

Esa inesperada pero conocida voz me sorprendió, y paré en seco mientras me giraba para ver a Marco, en medio del cuarto de baño, dejando caer su albornoz.

– Pensaba que ya te habías ido, mi amor… ¿qué haces aquí? – le dije, mientras lentamente reanudaba mi masturbación con el dildo.

– Creo que es más temprano de lo que piensas… estaba abajo desayunando, antes de ducharme y vestirme para ir al aeropuerto

– Ya veo, ya… ¡uhmmm! – no dejaba de follarme el consolador, mientras dirigía una lujuriosa mirada a mi marido – Pues te vas a poder ir con un buen recuerdo, porque estoy muy cachonda…

Marco entró en la ducha, y puso su ya erecto pene entre mis labios. Sin dejar de bombear mi coño con el juguete, escupí un par de veces sobre su polla y me la metí de un golpe hasta la garganta.

– ¡Ummpff!

– ¡Joder, nena! ¡Sí que te has levantado con hambre!

Marco se encorvó hacia adelante para alcanzar mi trasero con sus manos. Cogió el frasco de jabón y dejó caer una buena cantidad sobre la raja de mi culo. Sus dedos resbaladizos empezaron a jugar con mi agujerito trasero, hasta que empezaron a penetrarme. Primero uno, luego dos, y hasta tres dedos se deslizaron dentro de mi ano, que todavía estaba abierto desde la noche anterior.

Ahora era Marco el que, follándome la boca como si fuera mi vagina, estaba marcando el ritmo de las penetraciones del consolador. Me sentía a su merced: mi boca llena de saliva encajaba los golpes de pelvis de Marco, mientras mis dos enrojecidos agujeros eran penetrados con vigor.

No pude aguantar y me corrí en un intenso orgasmo, sacando la polla de Marco de mi boca para poder gritar.

– ¡Aaah! ¡Siiii! ¡¡Diossss!!!

Cuando mi cuerpo se relajó, me levanté bajo la ducha, para besar a Marco. Mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un lascivo beso, eché jabón sobre su pecho y empecé a enjabonarlo. Su pene seguía duro como una piedra, golpeando continuamente mi cuerpo.

– Gírate – le ordené.

Marco me dio la espalda y eché una buena cantidad de jabón, antes de masajear su espalda mientras la recorría a besos. Al llegar a la parte baja de su espalda, mis manos jabonosas rodearon su cintura para agarrar otra vez su erección. Empecé a pajearlo, presionando su miembro fuertemente con una mano mientras agarraba sus glúteos con la otra.

– Mmmhh! – susurró Marco, complacido.

Gracias a la lubricación del jabón, mi mano se movía sobre su verga en un rápido vaivén, mientras yo iba bajando, recorriendo su espalda con mi juguetona lengua, hasta alcanzar su trasero. Le di unos mordisquitos en el trasero, antes de que mi lengua se empezara a pasear por la raja de su culo.

– Sigue así, putita – susurró mi marido, convidándome a seguir con lo que estaba haciendo, mientras apoyaba sus manos en la pared y abría las piernas para facilitarme el trabajo.

– Vamos a ver quién es la putita, aquí…

Dejé de pajearlo para poder abrir los dos cachetes de su trasero con las manos y escupir un par de veces sobre su agujero trasero.

– ¡Joder! ¡Me vas a matar de gusto!

Metí mi cara entre sus glúteos y empecé a chupar su ano con avidez. Mi lengua se metía dentro, mientras pasaba mi mano por debajo de sus piernas para retomar la masturbación.

– ¡Aaaghh! ¡Cómeme el culo, zorra!

Mi marido se movía convulsamente, fruto de la avalancha de sensaciones que le estaba dando.

Fui bajando con la lengua por su perineo, hasta alcanzar sus hinchadas pelotas. Me las metí en la boca, mientras seguía ordeñando su verga con fuerza.

– ¡Joder! ¡Si! ¡Si! ¡Siiii!

Ya me encontraba arrodillada bajo sus piernas, cuando vino a mi mente una idea aún más viciosa: alcancé con mi mano el dildo que todavía estaba pegado a la mampara, y me metí su verga en la boca.

Me había quedado sentada en el suelo, de espaldas a la pared, y Marco empezó a follarme la boca otra vez, pero esta vez sin el más mínimo de delicadeza.

– ¡Te voy a follar la boca, zorra!

Parecía ponerse violento, pero no sabía lo que tenía pensado: cogí el dildo de silicona con decisión, apoyé la punta en su ano y, antes de que se diera cuenta, ya estaba empujando la polla de goma en culo.

– ¡AAAAGHHHH!!! ¡SIIIIIII!!!

Paró unos segundos para adaptarse al intruso que tenía metido por atrás, y entonces fui yo la que empezó a marcar el ritmo: metiéndole despiadadamente el consolador mientras mis labios chupaban su verga, aprovechando el movimiento que le imponía.

Al cabo de poco tiempo, se empezó a mover convulsamente otra vez.

– ¡Ufff! ¡Me voy a correr como un cerdo!

Y dicho esto, su pene empezó a sacar leche a borbotones, inundando mi boca hasta la garganta. Mis labios aprisionaban su palpitante barra de carne, pero no podían apenas contener la ingente cantidad de leche que estaban generando sus testículos, hasta que tuve que sacarme esa fuente de leche de la boca, porque estaba a punto de atragantarme.

Me reincorporé y rodeé a Marco son mis brazos, mientras mi boca llena de leche se unía a la suya, en un delicioso y morboso beso blanco, obligando a Marco a tragarse su propia lefa, mientras yo relamía la leche que rezumaba por nuestras bocas.

Acabamos de ducharnos, y Marco salió corriendo de la ducha, para secarse y vestirse.

– ¡Vaya! No me esperaba una ducha tan larga y caliente… ahora tendré que correr, que el taxi al aeropuerto debe estar al caer.

Me quedé a solas en la ducha, secándome y aplicándome una perfumada crema hidratante por todo mi cuerpo, mientras oía como Marco se vestía y bajaba las escaleras a toda prisa, para no hacer espera al taxi.

Sigo cachonda

Volví a la habitación a vestirme.

A pesar de lo ocurrido en la ducha, me seguía sintiendo extremadamente cachonda y el jardinero no salía de mis pensamientos.

Me sentía muy erotizada; mi cuerpo me seguía pidiendo sexo como si fuera una ninfómana… ¿o quizás era eso en lo que me había convertido?

Decidí hacer algo al respecto, y busqué entre mi ropa las prendas más sexys y lascivas que pudiera tener.

Tenía por estrenar un top a media manga de malla, muy corto. La prenda era tan corta que mis pechos asomaban por debajo, pero tampoco era problema porque la malla era tan abierta que mis pezones se metían entre la malla, permitiendo que mis piercings se vieran perfectamente.

Entre mi ropa encontré unos viejos jeans, muy rotos y gastados, y tuve una idea: con la ayuda de unas tijeras corté las perneras para convertirlos en shorts, dejando las puntas deshilachadas. Mirándome al espejo me di cuenta de iban tan cachonda que había recortado hasta dejar ver buena parte de mi trasero, y la entrepierna había quedado tan estrecha que si abría las piernas se podía ver fácilmente mi conejito. Quizás me había pasado un poco con las tijeras, pero me sentía tan emputecida que me los pondría sin ropa interior.

Acabé de vestirme con unas sandalias de tacón con tiras hasta la rodilla, antes de disponerme a bajar a la cocina a desayunar algo.

Pasando por el pasillo, los gemidos en la habitación de Érica se seguían oyendo. Volví a asomarme a la puerta.

La sesión de sexo entre mi hijastra y la hija de Kate se había endurecido. Érica estaba de rodillas en la cama, con la cara hundida en la almohada y las manos atadas a su espalda con unas esposas. Claire llevaba puesto un arnés y la estaba montando mientras le cogía del pelo como si fuera una montura. Érica gritaba de placer, y solo la almohada podía amortiguar sus gemidos. En esa postura me di cuenta de que la pelirroja llevaba una cadenita colgando de los piercings que decoraban sus puntiagudos pezones y un collar de cuero, al más puro estilo BDSM. Esa jovencita de aspecto inocente, con su blanca piel, sus cándidos ojos verdes y su bonito pelo rojizo, era una auténtica zorra depravada, al parecer.

De alguna forma, Claire se sintió observada, y giró la cabeza hacia la puerta donde me encontraba, dando un respingo pero sin dejar de follarse a Érica. Yo permanecía en el umbral, exhibiendo mi expuesto cuerpo y dejando que la mirada de la pelirroja escaneara mi piel casi desnuda. No pude evitar pasar un dedo entre mis piernas para notar cómo la humedad de mi vagina empezaba a mojar la estrecha tira de ropa que había quedado de esos jeans, y cruzando la mirada con esa zorrita me llevé el dedo a la boca para chuparlo. Claire respondió con una sensual sonrisa de agrado, mientras la cadenita que colgaba de sus pechos no dejaba de balancearse por el vaivén en su follada.

Me aparté sigilosamente del umbral de la puerta, y bajé por las escaleras a la cocina, para desayunar. Me apetecía prepararme un batido fresco, y saqué de la nevera algunas frutas y verduras.

Mientras estaba pelando los vegetales y metiéndolos en la batidora, levanté la mirada hacia la ventana de la cocina y ahí le vi. El hombre en el que había estado pensando toda la mañana se encontraba en el jardín, arreglando unas plantas justo en frente de la ventana, con el torso al descubierto. Mammadou no había advertido mi presencia y continuaba trabajando, pero yo no pude evitar el instinto. Cogí el pepino que me disponía a cortar a trozos, y empecé a chuparlo, imaginándome que era la poderosa verga del negro. Aparté u poco la tela de los shorts, y me introduje el falo vegetal en mi sexo.

Estaba absorta, observando al jardinero mientras me metía y sacaba lentamente el pepino. De vez en cuando se levantaba, y podía ver cómo esa deseada verga se notaba entre sus piernas, a pesar de la holgura de los bermudas de trabajo que llevaba, y yo no podía evitar de acelerar el movimiento. Pero mi cuerpo necesitaba algo más que ese sucedáneo, así que abrí la ventana y le llamé.

– Bu… Bue… Buenos días, Mammadou – saludé, sin dejar de introducirme el dildo improvisado.

El jardinero no se esperaba mi llamada, y se sobresaltó.

– Ehm… ehem… ¡buenos días señora! – me excitaba especialmente que ese chico que me había dominado sexualmente unos días antes en la piscina, me siguiera hablando de usted.

– ¿Podrías echarme una mano? Tengo un problema aquí en la cocina…

– ¡Sí, claro, señora! ¿Qué le ocurre?

– Tengo aquí algo atascado, y seguro que puedes ayudarme.

– ¡Por supuesto, señora! ¡Ahora mismo vengo!

– Llama al interfono que te abro desde le cocina – quería sorprenderlo

– ¡Okey! – respondió, mientras se levantaba y se dirigía a nuestra puerta.

A los pocos segundos sonó el interfono, y le abrí desde el aparato de la cocina. Mammadou apareció en el umbral de la cocina al momento.

– ¿Y qué le ocurre, señ… ¡oooh!

Por la ventana no se había dado cuenta, pero al entrar en la cocina se quedó pasmado bajo el umbral. Sus ojos no se podían apartar de mis pechos, totalmente visibles a través de la malla del top que llevaba. Noté como crecía por momentos su bulto, mientras él parecía no entender qué estaba ocurriendo.

– V… ven, por favor… tienes que ayudarme – le dije, con un mohín

– ¿Qué le ocurre, señora? ¿Está bien? – su amabilidad, vista la situación, era admirable

– Ven, ayúdame

El jardinero reaccionó y vino al otro lado del mostrador, donde pudo entender la razón de mi cara desencajada. Yo seguía masturbándome con el pepino, mientras apoyaba una mano en la encimera de granito.

– ¡¿A qué esperas?! – le grité, al girar la cabeza y verlo juguetear con su celular.

– ¡Voy, Señora!

– ¡¿No estarás haciendo fotos!? – grité, asustada

– ¡Por supuesto que no, Señora! Me había parecido notar una llamada – contestó, mientras guardaba rápidamente su teléfono

Apartó mi mano del vegetal y tomó el mando de la penetración, mientras me reclinaba sobre la encimera.

– ¡Mmmhh! ¡Siiii!

– ¿Le gusta, Señora?

– Uffff… ¡Siiii!... pero te he llamado porque necesito algo más… caliente…

– Pues aquí me tiene… para servirla

Aparté su mano y me puse en cuclillas frente a él, con el consolador todavía metido, desabroché los botones de su pantalón, y al bajar la prenda su barra de carne salió de su prisión, golpeándome en la cara. No esperé un segundo y me la tragué sin pensarlo.

Tras unas buenas chupadas, empecé a recorrer el falo con mi lengua juguetona, entreteniéndome en la zona del prepucio, mientras mis manos sopesaban sus huevos. Escupí en la punta de su pene y me lo volví a meter, cogiéndole los glúteos para que me follara la boca con fuerza. Cada vez que me sacaba esa maravilla de la boca, hilos de saliva salían de mi boca.

Mis pezones endurecidos sobresalían sobre la malla de mi top. Mammadou lo advirtió y con una de sus manos tiró del piercing, estirándome el pezón y arrancándome gemidos de dolor y placer.

– ¡Aaaagh! ¡Sigue así!

Agarré su polla, que apenas podía rodear con la mano, y la dirigí a mis tetas para golpearlas con ella y usar mis piercings para arañar su prepucio con ellas y devolverle esa sensación de dolor y placer simultáneos.

– ¡Mmmhh! Es usted muy caliente, señora…

Metí su polla por debajo de mi camiseta, aprisionándola con mis tetas, e inicié una cubana de escándalo. El pepino seguía metido en mi sexo y apoyado en el suelo, así que con el movimiento de la cubana también notaba como éste entraba y salía de mi cueva. Me sentía como una viciosa desatada, pero notaba que mi cuerpo necesitaba todavía más.

Me puse de pie y me saqué el pepino del coño, ofreciéndoselo a Mammadou para que chupara mis jugos de él, mientras me apoyaba en la encimera y subía la pierna encima del taburete de cocina, abriendo mi entrepierna consciente de que los shorts que todavía llevaba puestos dejaban totalmente expuesto mi sexo. Finalmente, Mammadou apartó la tira de tela de mi entrepierna, cogió su pene con la mano y apunto a mi sexo encharcado. De un empujón me la metió hasta el fondo, arrancándome un grito de placer.

– ¡Aaaagh! ¡Diosssss!!!

El negro empezó a bombear con movimientos largos y vigorosos. Yo notaba esa gruesa barra de carne invadiendo mi cueva, mientras mis pezones se erizaban con la excitación y el contacto con el frío mármol de la encimera.

Mammadou me estaba pegando una follada antológica. Aumentando y disminuyendo a su antojo el ritmo de sus embestidas, y yo estaba perdiendo el sentido. Estaba notando como todo mi cuerpo se convulsionaba, en una carrera inevitable al orgasmo, cuando sonó el timbre de la puerta.

– ¿Quién podrá ser a esta hora? – dije un poco sorprendida, mientras el jardinero no dejaba de follarme – no estoy esperando a nadie.

– Pues tendrá que ir a abrir la puerta, señora – contestó Mammadou, cambiando su tono de voz.

– Espera un momento, que voy a abrir la puerta

Hice un intento de zafarme de la verga de Mammadou, pero él me agarró fuertemente de la cintura, manteniendo su polla metida hasta los huevos, y me cogió del cuello, haciéndome poner de pie y arrimando su cara a mi cuello, mientras me contestaba…

– No, no, no, señora… usted va a abrir la puerta conmigo

Me sentí asustada al darme cuenta de las intenciones de mi jardinero, que me obligó a ir hacia la entrada de la casa sin sacar su verga de mi sexo.

– Pe… pe… pero… ¡no sé quién puede ser! ¡Podría ser cualquier desconocido!

– Bueno señora, usted ya sabrá qué hacer – contestó, ahora muy autoritario.

Nos acercábamos a la puerta mientras sonaba el timbre otra vez, y mi mente no paraba de pensar en quién podría ser. Sin embargo, la idea de abrirle la puerta a un desconocido mientras Mammadou me follaba me estaba empezando a dar mucho morbo… podría ser Marco, que por una u otra razón no hubiera cogido el avión, pero también mi vecina Kate…

Cuando iba a abrir, Mammadou me paró:

– Espere, señora – dijo.

Salió de mi interior, me bajó los shorts hasta las rodillas, y lanzó un escupitajo al centro de mi trasero, antes de apoyar la punta de su verga en mi ano e introducirla de golpe.

– ¡AAAAGH!

Su movimiento fue tan rápido que cuando pude darme cuenta tenía el culo abierto y no pude reprimir un alarido, que seguro que se había oído al otro lado de la puerta.

– Ufff… fóllame un rato así, antes de abrir – le supliqué

– Venga señora, abra la puerta – respondió, dándome una palmada en el trasero.

Abrí un poco la puerta, y asomé la cabeza con timidez.

– ¿Quién es?

Al otro lado de la puerta, un chico de color, desconocido para mí, permanecía de pie, esperando.

– Ho… ho… hola, ¿en qué puedo ayudarte? – pregunté al visitante, con dificultad para reprimir los gemidos de placer

– ¡Huy! Creo que me he equivocado – contestó el chico, visiblemente sorprendido – debo haber llamado a la casa equivocada

– ¿A quién buscas?

– Busco a un amigo mío, Mammadou. Me parecido entender que estaba en esta casa – añadió el chico, mientras sus ojos comprobaban el número de la casa

La situación era extrañamente incómoda y muy excitante, hasta que Mammadou dijo, desde detrás de la puerta:

– ¡No te has equivocado, Ousmane! Este es el sitio... ¿has visto lo buena que está esta zorra?

De repente me vino a la cabeza ese momento en que Mammadou estaba haciendo algo en el móvil

– ¿Has llamado tú, a tu amigo, para que viniera? De pregunté a mi jardinero, mientras abría completamente la puerta para que nuestro visitante de diera cuenta de lo que estaba pasando.

Los ojos de Ousmane se abrieron como platos, mientras veía cómo me apoyaba en la pared para que Mammadou me taladrara el culo como me merecía.

– Pasa, pasa – le dije, con la cara desencajada – y ponte cómodo. Que donde cabe uno, caben dos

Ousmane cruzó el umbral, mientras de desabrochaba los pantalones, descubriendo la maravilla que tenía entre las piernas. De tamaño similar a la de Mammadou, la polla de Ousmane tenía una ligera curvatura hacia arriba, y un grueso glande; me la metí en la boca para notarla crecer entre mis labios mientras apartaba a Mammadou para poder arrodillarme ante el visitante.

La puerta permanecía abierta, y cualquier vecino que pasara por delante de la casa podría ver el espectáculo que estábamos ofreciendo: yo, de rodillas y con una verga negra en cada mano, alternaba chupadas y masturbaciones, y también jugaba con ellas, metiéndomelas juntas en la boca y frotándolas entre ellas. Me di cuenta de lo expuestos que estábamos, y preferí continuar la fiesta en la cocina. Me levanté y agarré a los dos negros por las vergas, arrastrándolos hacia la cocina.

Mammadou se estiró sobre la encimera de la cocina, con su mástil en alto. Yo me quedé enfrente de él y me volví a meter su verga en la boca para seguir chupándola. Ousmane se acercó por detrás y yo apoyé una pierna sobre el taburete, para ofrecerle mi trasero dilatado y hambriento. Él se agachó, metió su cara entre mis glúteos, y sacó la lengua para jugar con mi entrada trasera, mientras deslizaba dos dedos en mi coñito enrojecido.

Mientras saboreaba la gruesa barra de chocolate de nuestro jardinero, notaba como la lengua de su amigo jugaba alrededor de mi ano, alternando húmedos lametones con penetraciones en mi agujerito. Mi culito se abría y cerraba con los espasmos de placer que me producía esa lengua traviesa combinada con esos gruesos dedos deslizándose en mi húmedo sexo.

Repentinamente noté como Ousmane había dejado de jugar con mi trasero.

– ¡No pares, cabrón! ¡Sigue con tu lengua”

– Tranquila, putita, tengo algo mejor para ti.

Y así noté una dura presencia en la entrada de mi trasero, mientras sus manos se aferraban a mis caderas. Ousmane empezó a empujar, metiendo y sacando en movimientos lentos y cada vez más profundos, como si mi ano necesitara adaptarse al grueso de su pollón, pero yo estaba disfrutando de cada centímetro de su ariete.

Esos movimientos lentos me pusieron tan cachonda que necesitaba sentirlos a los dos a la vez. Dejé de chupar a Mammadou y le hice volver a plantarse en el suelo, antes de empujarlo suavemente hacia uno de los taburetes de la cocina. Mammadou se sentó en él y yo me encaramé a horcajadas sobre él, rodeando su cuello con mis brazos y dejándome caer lentamente.

Cuando me noté totalmente empalada sobre el regazo de Mammadou, Ousmane se aproximó, apuntando con su verga mi dilatado y enrojecido ano, y me la metió de un golpe.

– ¡Oh Diossss! ¡Aaaaaagh! ¡Siiiiii!

La sensación de estar totalmente llena y de que me podían partir en dos ya me estaba matando de placer, pero Ousmane empezó a marcar el ritmo desde atrás, con fuertes embestidas que hacían que mi cuerpo se levantara y volviera a caer sobre la pelvis de Mammadou.

A duras penas podía abrir los ojos del placer que sentía y mis gemidos eran desgarradores e incontrolables, mientras el ritmo de la follada era infernal.

– ¡Aaaagh! ¡Siiiii!

La vecinita se une

En un segundo de cordura me di cuenta del escándalo que debía estar montando, y al abrir los ojos me di cuenta de que Claire, la zorrita pelirroja, nos estaba observando desde el umbral de la puerta de la cocina. Todavía llevaba puesto el arnés con el que se había estado follando a Claire, y con una mano estaba tirando de la cadenita de sus pezones.

Al darme cuenta, la miré fijamente a los ojos con cara de placer desatado, mientras con mis brazos me sujetaba a Mammadou para acelerar las penetraciones de los dos negros.

Los tres empezamos a jadear fuertemente, en una carrera hacia el que prometía ser el orgasmo del siglo. Mi cuerpo se convulsionó en un orgasmo que me estaba dejando al borde del paroxismo, mientras notaba como primero Mammadou y casi simultáneamente Ousmane se corrían en mi interior, llenando mi vagina y recto con leche caliente y espesa.

Me quedé un momento abrazada a Mammadou, besándole. Su gruesa lengua exploraba mi boca a la vez que Ousmane se acercaba y me mordía el cuello, mientras yo me recuperaba.

Claire seguía observando, así que me incorporé y, mirándola fijamente, me dirigí a la sala de estar, notando como los flujos rezumaban por mis dos agujeros y se deslizaban por mis piernas. Los dos negros se dieron entonces cuenta de la presencia de la lolita pelirroja, y todos me siguieron en silencio haca la sala, como hipnotizados.

Me senté en el sofá de la sala, abriendo las piernas para mostrarle a Claire mi entrepierna bañada en semen, invitándole con la mirada a acercarse. Claire caminó hacia mí en silencio, con el apéndice de goma colgando entre sus piernas, se arrodilló entre mis piernas, y empezó a relamer la leche de mis amantes. Primero rebañó cada gota de semen sobre mi piel, y luego posó sus labios sobre mi sexo para vaciármelo: su lengua vaciaba mi vagina de la simiente de Mammadou y dos de sus dedos se metían en mi culito, antes de metérmelos en la boca para que los limpiara. Me encantaba el sabor del semen de Ousmane en los dedos de Claire.

Detrás de ella, los dos sementales volvían a empalmarse mientras nos observaban con la mirada de dos bestias salvajes.

Claire se incorporó, y sujetando el pene de goma que colgaba de su entrepierna, me penetró con él.

– ¡Uhhmmm!

– ¿Quieres más, mami? – me preguntó Claire, con voz de viciosa, mientras me empezaba a follar

– ¡Uhhhmmm! ¡Siiii!

– Me pone muy cachonda, follarme a la mamá de mi mejor amiga

– ¡Uffff! ¿Ah sí? Creo sólo te gustan las mujeres porque nunca has probado una polla como Dios manda.

– Tampoco me hace falta, si puedo follarme a diosas como tú y tu hija.

– Creo que hoy vas a cambiad de opinión – le contesté, al ver que los dos sementales se acercaban.

Ousmane acercó su pene, otra vez rígido, a mi boca para que lo chupara, y Mammadou se arrodilló detrás de Claire y se la metió de un empujón.

– ¡Ah! ¡Dios! ¡Me vas a romper! – gritó Claire.

– Uy… parece que este coñito dieciocho añero no está acostumbrado a una polla de verdad… – contesté, con sorna.

– ¡Uffff! ¡Qué gusto, notar algo tan grande y caliente! – Ronroneó Claire, con una sonrisa de satisfacción.

Mammadou cogió a Claire del cuello y empezó a bombear a la lolita con movimientos lentos y vigorosos, que a la vez marcaban el ritmo con el que el arnés de la pelirroja se metía en mi sexo.

Después de darle unas chupadas al pollón de Ousmane, lo agarré con la mano y se lo ofrecí a la niñita:

– ¿Te gusta el chocolate, hija?

– Nunca lo he probado de esta forma – contestó, mientras empezaba a dar tímidos lametones a la verga.

Su lengua empezó a juguetear con el capullo rosado, haciendo que el piercing de su boca arrancara gruñidos de placer del negro mientras mi mano lo pajeaba vigorosamente.

– Hoy, niña, te vas a graduar – le solté a la universitaria.

Les hice parar y me levanté, llevando la batuta de la sesión de sexo interracial para la amiga de mi hija.

Hice que Mammadou se estirara en el suelo, con su polla enhiesta como el palo mayor de un velero, y reté a Claire, mientras le quitaba el arnés:

– ¿Crees que tu tierno culito va a poder aguantar este tamaño?

La adolescente se me acercó sensualmente, y me dio un húmedo beso, metiéndome la lengua hasta la garganta. Metió su mano entre mis piernas y noté como sus dedos, hurgaban insolentemente en mi sexo, antes de susurrarme al oído:

– ¿Acaso lo dudas?

Acto seguido, se giró y levantó su bonito trasero, clavando su sensual mirada en mí, mientras introducía sus dedos, mojados de la leche y los jugos de mi sexo, en su ano, para dilatarlo y lubricarlo.

A continuación se puso en cuclillas sobre Mammadou, agarró su verga para apuntarla a su orificio trasero, y bajó lentamente mientras esa poderosa verga dilataba su esfínter.

– ¡Joodeeer! – Gritó groseramente, poniendo los ojos en blanco.

Cuando tuvo todo el pene metido, inclinó su espalda hacia atrás y apoyó sus manos en el suelo, abriendo las piernas y mostrándonos el bonito corazón de vello que decoraba su pubis, y el grueso pene que la atravesaba, con los ojos cerrados.

La visión de su sexo abierto y enrojecido fue toda una invitación para Ousmane, que se acercó a ella.

En el preciso momento en que Ousmane se disponía a partir a Claire en dos, apareció por el umbral nuestra hija Érica, desnuda, y todavía con las manos esposadas a la espalda.

– Pero qué está pasan…

– ¡Aaaaagh! – Gritó su amiga, al notar como el negro ensartaba su verga hasta el fondo de su vagina

Érica abrió los ojos como platos, viendo cómo el jardinero y su amigo empezaban a bombear lentamente a su follamiga Claire, que no dejaba de gemir.

– ¡Mmmmh! ¡Siii! Me están matando de placer, cariño – Decía, con los ojos cerrados.

– Me dices que bajas a beber agua, y ¿me encuentro esto? Inquiría Claire, ligeramente molesta.

– ¡Mmmh! ¡S… S… Siii! M… me… me he encontrado a la z… zo… zorra de tu madre follando con estos sementales, y n… n… no he podido con las ganas de probarlo… ¡Aughhh!

– ¡Mamá! ¡Te has vuelto una depravada! – Me recriminó Érica con un mohín, mientras se acercaba.

Sin embargo, mi hijastra se sentó a horcajadas sobre la cara de Mammadou, ofreciéndole su sexo mientras besaba a la pelirroja.

La poderosa imagen del jardinero y su amigo abusando de Claire, con la participación de mi hijastra, me tenía súper-excitada, así que me clavé el pene del arnés en el sexo y empecé a masturbarme violentamente entre los gemidos de la pelirroja.

Los sementales fueron aumentando el ritmo de la follada hasta que Claire empezó a tener violentas convulsiones por el orgasmo que estaba teniendo.

Ousmane y Mammadou se incorporaron, y empezaron a masturbarse ante las dos adolescentes, hasta que ríos de semen brotaron de sus pollas, regando sus caras desencajadas de placer, mientras juntaban sus lenguas en un húmedo beso.

Otra vez, la cosa se me había ido de madre, y volvía a haber un espectáculo de sexo y vicio en el salón de casa.

Mi hija y su amiga y descansaban sentadas en el suelo, con sus caras y pechos cubiertos de leche, besándose largamente, y los dos chicos se vestían con prisa, dándose cuenta de la inusual situación que acababan de vivir, mientras yo, sentada en un sillón, observaba el escenario placenteramente, mientras mis dedos todavía acariciaban mi sexo.

Epílogo

Realmente aquellos días cambiaron mi vida.

Me convertí en una mujer desinhibida y compartía con mi marido Marco una vida sexual muy activa y diversa, en la que continuadamente experimentábamos nuevas sensaciones, y que consolidó nuestra relación.

Las cenas con nuestros vecinos, Kate y Sean, se volvieron mucho más divertidas; muchas veces invitábamos a otras personas como mi asistenta Clarice, Mammadou, conocidos de los O’Sullivan, e incluso a alguno de nuestros pacientes… y acostumbrábamos a acabar las cenas con largas sesiones de sexo desenfrenado. No hace falta decir que mi cuñada Mónica nos empezó a visitar con mayor asiduidad.

Por lo que respecta a mis hijastros, continuaron con su precoz vida sexual: Érica consolidó su relación con Claire – aunque muchas veces incluían a algún chico afortunado en sus juegos – y Simón dejó de banda su timidez y empezó a tener bastante éxito con las chicas.

¡Y de vez en cuando la familia nos reuníamos para dar rienda suelta a nuestra imaginación!