Cómo me convirtieron en una depravada (10/11)
CENA CON SORPRESAS Estalla la depravación de toda la familia. Orgías, Filial, Transexuales.
Había dejado de ser esa mujer recatada de hacía semanas, y estaba descubriendo los nuevos límites de mi sexualidad. Durante la estancia de mi cuñada en casa, habíamos tenido varias conversaciones “de chicas” y, en varias ocasiones, Mónica me había dejado entrever que Marco tenía una faceta desconocida para mí, y que podía potenciar mi nueva y liberada sexualidad.
Un día me decidí a apostar fuerte y, de forma espontánea, le comenté sobre la asistenta que hacía semanas que había contratado, contándole sus virtudes profesionales. De forma aparentemente inadvertida, pero sin poder disimular del todo su interés, Marco me preguntó si era guapa. Sabiendo que había captado su interés, exalté su belleza, sin dejarme detalles más específicos sus grandes pechos, o sus bonitos ojos, pero omitiendo el “detalle” de su sexualidad.
Tanto hablar de la asistenta hizo que Marco a duras penas pudiera esconder su interés en conocerla, así que viendo que ya tenía al ratón en la entrada de la trampa, le propuse de tener una cena en casa, los tres. Marco asintió con una sonrisa de oreja a oreja y se ofreció para cocinar, cosa que hace de maravilla. Viendo que ya lo tenía dónde le quería, le propuse de sondear los planes de nuestros hijos para esa noche, para saber si podríamos “cenar con tranquilidad” y dejando que su imaginación hiciera el resto.
Así que primero le pregunté a Simón qué planes tenían él y Érica para la noche del Sábado, y les sugerí de salir con los amigos, cosa a la que accedió de buena gana. Una vez aclarado el terreno en ese aspecto, llamé a Clarice para explicarle lo de la cena y contarle nuestros planes.
Esa noche estaba especialmente nerviosa y excitada. Le había propuesto a Marco de ir a recoger a Clarice a su casa, con la excusa de que se quedara solo, cocinando con tranquilidad, pero lo que quería era poder preparar la velada con Clarice, para que la sorpresa fuera del todo excitante.
En casa de Clarice, escogimos nuestras ropas más sexys, sin dejar lugar a ninguna duda sobre nuestras intenciones:
Clarice escogió un ligero vestido de tirantes en punto rosa, cortísimo. Debajo del vestido solamente se puso un minúsculo tanga de rejilla, suficiente para ocultar la sorpresa que teníamos para Marco. Sus pies iban envueltos en unos zapatos con tacón de aguja, en piel metalizada.
Por mi parte, preferí un top de manga larga y cintura corta, ajustado y de tela bastante transparente, de esos que se acostumbran a llevar con un sujetador discreto debajo; solo que decidí no ponerme ningún sujetador, dejando mis pechos expuestos y mostrando mi nuevo piercing a través de la tela, en combinación con el piercing de mi ombligo. Para la parte inferior escogí una minifalda plisada de cuadros, de estilo colegial, de color rojo, y la combiné con unas sandalias de tacón de aguja de charol rojo.
Si Clarice lucía un estilo veraniego, fresco y sofisticadamente sexy, mi combinación era más directa, propia de una buscona, la buscona en la que me había convertido últimamente.
Nos acabamos de maquillar y perfumar, y bajamos al coche, para dirigirnos a mi casa.
Al llegar, llamé a la puerta, a pesar de tener las llaves, para poder ver la cara de Marco al recibirnos. Al cabo de pocos segundos se abrió la puerta y allí estaba, con una camisa de lino blanca y unos pantalones, también de lino, de color crudo. Estaba guapísimo, y si yo ya llegaba caliente a la cena, verlo así de atractivo hizo que no pudiera evitar ruborizarme de excitación, mientras oía una discreta exclamación de Clarice, que parecía aprobar lo que estaba viendo.
Cuando nos vio, sus ojos se abrieron como platos.
– Ho… Ho… ¡Hola chicas! ¡Caray, qué guapas y sexys que se os ve! – consiguió decir, mientras sus estresados ojos no daban abasto, primero descubriendo mis pechos desnudos bajo el top, y luego repasando la voluptuosa figura de Clarice - ¡Adelante!
– Hola cariño - le dije, antes de darle un beso húmedo y sensual en la comisura de los labios, pero sin ir más allá – te presento a Clarice, mi asistente en la consulta.
– Hola Clarice… ¡vaya! Hannah me ha hablado muy bien de ti, pero creo que se ha quedado corta – saludó mi marido, mientras la daba un par de respetuosos besos.
– ¡Aix! ¡Muchas gracias! – respondió Clarice, con una tímida sonrisa.
– Pasa Clarice – dije – a ver si mi caballeroso marido nos sirve una copa antes de cenar.
Clarice y yo entramos en mi casa contoneándonos, dejando a mi marido detrás, seguras de que en ese momento estaba devorándonos con la mirada.
– ¿Te apetece un poco de vino, Clarice? – Pregunté
– Si tienes un poco de blanco, me encantaría una copa
Marco abrió una botella de Chardonnay de la nevera, y nos sirvió un par de copas.
– ¿Y qué nos tienes preparado hoy, mi amor?- le pregunté a mi marido
– Pues una cenita ligera, con un picoteo de primero y luego un poco de carne
– ¡Uhmm! Me encanta la carne - ¿y a ti, Clarice? – le pregunté, guiñándole el ojo.
– ¡Por supuesto que me gusta la carne! – Contestó ella, entre risitas
La cena estuvo riquísima y el rato pasó de forma muy agradable. Clarice hizo gala de su simpatía y cultura, y mantuvimos charlas sobre diversas cosas.
Cuando acabó la cena, ayudé a Marco a retirar las cosas de la mesa, mientras Clarice apuraba su copa de vino en la sala de estar. Marco quiso pillarme desprevenida, metiéndome la mano bajo la falda en un momento en el que coincidimos en la cocina, pero la sorpresa fue para él, cuando se dio cuenta de que iba sin bragas.
– Vaya, parece que esta estudiante se te ha olvidado las bragas en algún sitio…
– ¿Tú crees? ¿Y qué estás notando? – ronroneé, mientras le cogía la mano y la dirigía a mi entrepierna.
– Estás chorreando… ¿tan cachonda estás? – contestó, mientras me metía sus dedos
– ¡Mmmh! ¡mucho! ¿y tú?
– Ufff… no sé si voy a poder esperar a estar solos, para darte lo que andas buscando…
– ¿Y tú qué crees que ando buscando, guapo? – Contesté, apartando su mano de un cachete – ¡Anda! ¡Prepara unos gin-tonics para tus invitadas!
Y me volví a la sala, a buscar a Clarice, dejando a mi confuso marido en la cocina.
– Lo tengo tan caliente, que va a explotar
– No me extraña, mi amor – con esa ropa tan sexy, y todas tus insinuaciones durante la cena… ¡a los dos, nos tienes calientes!
– ¿Ah sí? – le dije. Mientras acercaba mis labios a los suyos, fundiéndonos en un sensual beso.
Clarice y yo nos empezamos a enrollar. Mis manos recorrían sus curvas y nuestras lenguas húmedas jugueteaban, mientras yo frotaba con mi pierna su paquete.
– Tengo la polla que me va a desgarrar el tanga – me susurró Clarice mientras me comía la oreja
– Pues contrólala, que quiero que esto sea una buena sorpresa para Marco
– Tranquila, tranquila…
Al cabo de unos minutos, Marco regresó de la cocina, con un par de gin-tonics en la mano, y nos pilló enrollándonos.
– ¡Vaya! Esto es empieza a poner muy interesante…
– ¿Quieres unirte? – contesté, mientras Clarice cogía su copa y le daba un sorbo – aquí hay para todos…
Marco se unió en un beso a tres bandas. Nuestras lenguas se entrelazaban con la de Clarice, y nos morreábamos por turnos. En un momento dado, Clarice vertió un poco de su bebida sobre mi pecho, haciendo que la fina tela de mi top se volviera completamente transparente, mostrando mis erectos pezones y la joyita que colgaba de uno de ellos. A Marco le faltó tiempo para abalanzarse a chupar con avidez mis pechos y mordisquear mis botones a través de la mojada tela.
Mientras tanto, Clarice se agachó y le bajó los pantalones a Marco. Su duro pene se marcaba a través del slip y sobresalía por la goma de la pierna, y Clarice recorría tronco con su lengua y se entretenía jugueteando con su lengua en el glande. To también me arrodillé, y ayudé a Clarice a bajarle el slip a mi marido. Su duro pene apareció como un resorte, golpeando la cara de Clarice, que no se lo pensó y se lo metió entero en su boca, empezando a succionarlo como si fuera una aspiradora.
– ¡Joooder con tu asistenta! – pudo articular Marco, con los ojos en blanco al notar como Clarice tenía metida su polla hasta la garganta – ¡Es una maestra!
– Sí, es una buena maestra, y yo su mejor alumna - contesté, antes de quitarle la polla a Clarice y metérmela en la boca.
Mientras chupaba su glande sonoramente, empecé a pajear a Marco con vigor y a acariciar sus pelotas con la mano libre, parando de vez en cuando para escupir sobre la polla de mi marido, dejándola bien ensalivada y lubricada. Al cabo de un rato, saqué la polla de mi boca hambrienta y empecé a golpearme la lengua y la cara con ella, como si fuera un látigo, antes de volverla a dejar dentro de mi boca. Agarré sus glúteos con ambas manos y los atraje hacia mí, enfundándome su barra de carne en la boca hasta que mis labios rozaron su vientre y mi garganta se llenó, conteniendo las arcadas hasta que no pude más; entonces volví a sacar esa polla reluciente y empecé un mete-saca profundo con la ayuda de Clarice, que me cogía de la cabeza para marcar el ritmo, mientras una de sus manos exploraba mi húmeda entrepierna bajo la minifalda. Marco apenas podría articular una palabra con sentido, gruñendo como un oso.
Clarice se estaba poniendo celosa, así que acabamos chupándole la polla entre las dos, alternando la felación con besos húmedos, hasta que Clarice se incorporó para besar a mi pareja. Marco le bajó los tirantes descubriendo esos globos duros, y empezó a lamerlos, mientras pellizcaba sus pezones.
Mientras mi asistenta y mi marido se entretenían, yo continuaba chupándole la polla a Marco, en una felación magistral, mientras veía en primer plano como el la bulto que Clarice ya no se podía disimular. Así que le levanté el vestido y arranqué el pequeño tanga que llevaba, liberando su trabuco de chocolate.
Ahora tenía dos pollas, una en cada mano, que iba chupando y pajeando alternativamente mientras mi esposo devoraba las tetazas de Clarice. Empecé a juguetear con los dos penes, haciendo que sus glandes se acariciaran mutuamente, e intentando meterme los dos a la vez en la boca.
En ese momento, Marco, notando otro cuerpo caliente en contacto con su verga, bajó la mirada y exclamó.
– ¡Ostias! ¿Qué es esto?
– Pues ya ves… una polla bien rica… y más grande que la tuya – contesté, entre chupada y chupada
Para mi sorpresa, Marco bajó y se arrodilló a mi lado, observando cómo me metía la verga de Clarice hasta la garganta, antes de quitármela y empezar una tímida felación. Me quedé pasmada, y no supe cómo reaccionar, hasta que Clarice empezó a marcarle el ritmo, haciendo que su pene entrara cada vez más en la boca de mi pareja. Me incorporé e intercambié las tareas, devorando la boca de Clarice mientras amasaba sus duros pechos desde atrás, antes de susurrarle:
– Vamos a darle a este pervertido un buen espectáculo
Arrastré uno se los sillones hacia el medio de la sala, y volví hacia mis amantes para apartar con el pie a Marco, haciendo que casi se cayera al suelo, mientras le decía:
– Ahora siéntate en el sillón, y disfruta del espectáculo.
Marco se incorporó y se sentó en el sillón. Clarice dejó caer su vestido al suelo y se recostó en el sofá frente a él, agarrando su gran polla de ébano, que señalaba el techo de la sala. Fui hacia ella y me senté encima, de espaldas y con los pies en el asiento del sofá. Me levanté la falda hasta la cintura y empecé a mover mis caderas arriba y abajo, frotando mi conejito con el pollón de Clarice, y fijando mi mirada en Marco mientras me mordía el labio con sensualidad.
No podía dejar de gemir mientras Clarice movía sus caderas para ayudar a mi masturbación, haciendo que mi sexo se frotara a lo largo de su erección, y observaba como Marco se pajeaba ante el espectáculo que le estábamos dando. Mi sensación de excitación se iba acelerando con el ritmo al que se movían mis caderas hasta que, en uno de los movimientos, Clarice se agarró la verga y la deslizó dentro de mi culo.
– ¡Dióssss, me mataassss! Grité, sin pudor, cerrando los ojos al notar como me invadía el culo.
No me hizo falta apenas tiempo para acostumbrarme a la barra de Clarice, que empezó a martillear mi culo a golpes de cadera, mientras yo intentaba recuperar la cordura y volver a dirigir mi mirada a mi marido, que estaba pajeándose como un mono.
– Deja de pelártela, y ven a comerme el conejito – le ordené.
Marco se levantó y se acercó a nosotras, arrodillándose en frente del sofá. Sacó su lengua y empezó a lamer mis afeitados e hinchados labios, mientras yo me movía arriba y abajo sobre la verga de Clarice. Tenía la sensación de haber llegado al clímax del morbo, viendo cómo mi marido me hacía un cunnilingus mientras una transexual de taladraba el ano, pero eso sólo acababa de empezar para Clarice.
Noté como mi asistenta sacaba su pene de mi ano para frotar otra vez mi coño, que estaba siendo lamido por Marco. Marco, sin apenas dudarlo, empezó a lamer coño y polla a la vez. Visto el éxito de su movimiento, Clarice volvió a meter su polla en mi ano para seguir taladrando durante un rato, y volver a alternar con las chupadas de mi marido.
Una avalancha de sensaciones contradictorias me invadía: desde hacía unas semanas, primero mi vecina Kate y luego Clarice habían catalizado un giro radical en mi moral sexual, pasando de ser una esposa más bien conservadora a una zorra libidinosa e impudorosa. Así que, por una parte me sentía liberada por poderlo hacer y me excitaba poder compartir esta liberación con mi marido, pero a la vez me estaba dando vértigo ver a mi marido haciéndole una felación a Clarice, demostrando ser la horma de mi zapato.
Me encontrada sumida en mi orgía de pensamientos mientras gozaba de notar la polla de Clarice partiéndome el culo y ver a Marco entre nuestras piernas, cuando me di cuenta de que estábamos siendo observados por los hijos de Marco, Érica y Simón, desde el umbral de la puerta.
– Vaya, parece que tenemos compañía – me susurró Clarice en la oreja, mientras Marco nos seguía chupando, absorto.
– Son los hijos de Marco – le contesté, sorprendida de mi misma por no avergonzarme de que los hijos de Marco nos estuvieran viendo.
– ¡Uhhmm! Son una monada, los dos… la niña tiene un cuerpo delicioso, y el hombretón… se ve muy guapo. ¿Por qué no se unen?
Con la propuesta de Clarice me pareció estar traspasando los límites de la moral y la cordura, pero el estado de máxima excitación en el que me encontraba hizo que con la mirada los invitara a unirse a la fiesta.
Érica y Simón salieron de la penumbra. Érica llevaba la falda de su vestido mínimo subida, y el pene erecto de Simón ya asomaba por la bragueta de sus pantalones, dejando constancia que los dos hermanos no se habían limitado a mirar y sorprendiéndome, muy excitada, por entender que los hermanos se habían estado enrollando.
– Joder, esta familia son una pandilla de depravados – dijo Clarice, que también se dio cuenta de lo que habían estado haciendo Simón y Érica.
Simón se acabó de bajar los pantalones y se sentó en el sillón donde hacía unos minutos su padre se estaba masturbando. Érica, sin perder de vista el espectáculo que le estábamos dando, se sentó de espaldas sobre el regazo de Simón.
– ¡Venga, putita! – le ordené a Marco, mientras clavaba mi mirada en los ojos de Érica – deja de chupar, y métesela a tu mujer, que lo necesita.
Marcó se levantó, ajeno a lo que estaba ocurriendo en el salón de nuestra casa, y apuntó con su polla a mi conejito
– ¿Putita? ¡Vas a ver quién es la puta de esta casa!
Y me la metió de golpe, hasta el fondo, sin más, y empezó a bombear como un martillo neumático, como solo él sabe. Sus movimientos eran tan vigorosos, que hacían que Clarice apenas necesitara moverse para follarme el culo
– ¡!Aaagggh!! – grité de placer, totalmente desinhibida y entornando los ojos - ¡Llenadme, por favor!!
Nos unimos a la fiesta (narrado por Érica)
En realidad, no habíamos quedado con nuestros amigos.
Con Simón planeamos ir a cenar juntos algo ligero y rápido, para poder volver tan pronto como fuera posible a casa y ver qué estaba ocurriendo.
Para esa noche había escogido uno de los conjuntos más sexis de mi armario: un vestido de lentejuelas de color rosa chicle, cortísimo, con la espalda descubierta y con un escote pronunciado que llegaba a mostrar el piercing que adornaba mi ombligo. Acompañé el vestido con unas botas de charol blancas, de tipo romano, hasta las rodillas.
Cuando llegamos a casa, entramos cuidadosamente y oímos los gemidos que provenían de la sala de estar. Simón y yo nos acercamos lentamente. Al llegar al umbral de la sala, nos quedamos pasmados al ver el espectáculo: nuestra madre adoptiva estaba siendo empalada por su secretaria, mientras nuestro padre las miraba desde el centro de la sala de estar, sentado en un sillón.
– ¡Joder! Mira lo buena que está la mujer de papá – exclamó Simón
– Sí que está buena… pero, ¿te has fijado en lo que tiene su asistenta entre las piernas?
– Ya te lo dije, que iba bien calzada
– ¡Es impresionante!
Aun habiendo visto a nuestro padre con tía Mónica, y conocer las aventuras de Hannah, lo que estábamos viendo no dejaba de sorprendernos. En seguida, aun así, nos dimos cuenta de que aquello solo acababa de empezar: a la llamada de Hannah, nuestro padre se levantó del sillón y se dirigió a ellas, para empezar a lamer sus entrepiernas.
Ese espectáculo depravado nos estaba poniendo a mil. Como aquella vez que estuvimos espiando a papá con su hermana, Simón ya se había sacado la verga y me había levantado la falda para metérmela por la entrepierna, pero esta vez no tuve ningún reparo en facilitarle el trabajo y separé un poco las piernas para notar como su pene frotaba mi húmeda vagina.
De repente me di cuenta de que Hannah se había dado cuenta de nuestra presencia y me miraba fijamente, con cara de placer.
Me quedé paralizada.
– ¡Simón!, ¡nos ha visto!
– Sí, ya me he dado cuenta
– Parece que quiere que nos acerquemos
Haciendo caso de los gestos de nuestra madrastra, entramos en la sala de estar y nos acomodamos. Simón no tenía ningún tipo de pudor, y se acabó de bajar los pantalones, para sentarse en el sillón con su estaca mirando al techo. Sin poder dejar de mirar a los ojos de Hannah, como hipnotizada por su belleza y su gesto morboso, me senté encima del regazo de mi hermano, imitando lo que estaba viendo, y dejé que Simón me penetrara en silencio.
– ¡Venga, putita! – exclamó la mujer de papá – deja de chupar, y métesela a tu mujer, que lo necesita.
Ciertamente, Hannah estaba llevando el control de toda la situación y, de alguna forma, eso me ponía cachonda. Mi padre se levantó y se la clavó a su mujer bruscamente, mientras mascullaba improperios. Empezó a moverse violentamente dentro de nuestra madrastra. Sus músculos de tensaban, y en ese momento me di cuenta de que mi padre se mantenía muy en forma. Ver los músculos tensos de mi padre e imaginar lo que en ese momento debía estar sintiendo su esposa, con una verga mulata en el culito y siendo reventada por su marido, hizo que lo poco que me quedaba de pudor saltara por los aires.
Me levanté de encima de mi hermano y me acerqué gateando a mi padre, que todavía no se había dado cuenta de mi presencia, mientras su mujer y la mulata me observaban con cara de satisfacción, como si se alegraran de lo que iba a ocurrir. Me aproximé suavemente por detrás y metí la mano entre sus piernas para agarrarle el pene mientras deba sensuales mordisquitos a sus nalgas.
– ¡Pero…! ¿Quién…? ¡Érica! – exclamó mi padre, al girar la cabeza.
Mi padre dejó de bombear a Hannah, e intentó girarse para hablar, pero no le dejé. De un empujón le hice sentar en el sofá, al lado de Clarice y Hannah, y rápidamente me metí su tranca en la boca y empecé a chuparla con intensidad.
– ¡Érica! ¿Qué… qué… qué estás haciendo? ¡Buffff!
Mi esmero en la felación y la atmósfera de desenfreno que ya reinaba en esa sala, hizo que en pocos segundos mi padre empezara a dejarse llevar y disfrutar de mi lengua.
A mi lado veía los labios vaginales abiertos, húmedos y enrojecidos de mi madrastra, que, con la minifalda subida hasta la cintura, seguía subiendo y bajando con la oscura tranca de su asistenta metida en su puerta trasera, mientras hablaban una con la otra:
– Hannah, tienes a tu hijo un poco abandonado en ese sillón, ¿no crees?
– Tú lo que quieres es probar del culito de mi hijastra, perra. ¡No intentes engañarme!
– Pues sí, tampoco te voy a engañar…
Hannah dejó de bombear, y se dirigió sensualmente al sillón, donde Simón se estaba pajeando como un mono. Se arrodilló frente a él y, sin usar las manos, devoró su pene, metiéndoselo hasta la garganta.
Mientras tanto, Clarice ya estaba detrás de mí, levantando la ajustada faldita de mi vestido y chupando mi culito. Separó mis nalgas, escupió sobre mi agujerito e introdujo un primer dedo, mientras su lengua seguía jugueteando con mi culito, hasta que dilaté lo suficiente para permitir que su dedo deslizara suavemente dentro de él. Por mi parte, hacía todo lo posible porque el placer que me estaba dando la mulata no me distrajera de mis tareas con papá: me metía su pene decididamente, rodeándolo con la lengua, hasta que su glande tocaba con mi garganta, y luego lo sacaba lentamente, dejando que mi saliva cubriera todo el tronco, mientras no dejaba de mirarle a los ojos.
Paré un momento, para pedirle a Clarice:
– Por favor, primero quiero sentir tu polla en mi coñito.
– ¡Claro que sí, mi amor!, prefiero no invadir ese agujerito en las chicas, pero contigo haré una excepción. Dame un minuto.
Entonces, Clarice se levantó y fue a buscar algo a su bolso, momento en que aproveché para acabar de quitarme el vestido mientras buscaba a mi hermano y mi madrastra con la mirada: ella estaba sentada en el sillón, mientras mi hermano le follaba las tetas, que ella se agarraba con fuerza.
Clarice volvió en pocos segundos con un juguete: un plug anal metálico de tamaño nada despreciable. Volvió a situarse detrás de mí, para volver a escupir y chupar mi puerta trasera, antes de notar como el frío metal del juguetito atravesaba progresivamente mi esfínter, no sin cierto esfuerzo, hasta quedarse encajado.
A continuación, Clarice se puso en cuclillas y, apoyándose en mi espalda, me penetró vaginalmente de un movimiento, haciendo que se me escapara un gemidito de niña traviesa, al notar como esa barra de carne tan gruesa me invadía el sexo.
– ¡Aaagh! ¡Cuidado¡ ¡ Que no estoy acostumbrada a estas medidas! – Le dije, con un mohín.
Clarice permaneció encajada en mi entrepierna durante unos segundos antes de empezar a moverse. Sus embestidas eran largas y vigorosas y me agarraba del pelo para marcar el ritmo con que se la estaba chupando a papá, obligándome a hundir mi cabeza hasta que su polla llegaba al fondo de mi garganta. Mi padre seguía gozando del espectáculo, y yo disfrutaba como nunca lo había hecho, con mis tres agujeritos invadidos, hasta que a los dos nos sobrevino el orgasmo a la vez. Yo necesitaba gritar como una cerda, pero Clarice no me dejaba sacar la cabeza de la entrepierna de mi padre, así que mis gritos fueron ahogados por el torrente de leche que inundó mi garganta, y que me vería obligada a tragar para poder respirar.
Cuando todo parecía empezar a relajarse, Clarice empezó aumentar vertiginosamente el ritmo de sus embestidas
– ¡Aaah! ¡Me corro! ¡me corro! – empezó a gritar la mulata.
Su polla empezó a martillear sin compasión mi dolorido sexo, y en cada embestida notaba como su vientre golpeaba y empujaba el plug que mantenía mi culito abierto, hasta que sacó su manguera para correrse sobre mi trasero, mientras gruñía gravemente, dirigiéndose a Hannah.
– ¡Bufffff! Mira esto, jefa… mira cómo le estoy dejando el culo a la zorra de tu hija
Hannah se deshizo de Simón y se aproximó. Noté como su lengua rebañaba la leche que su asistenta había derramado sobre mi trasero, antes de acercarse a comerme la boca, que todavía estaba llena de leche de su marido. Compartimos los jugos de nuestros amantes en un húmedo y morboso beso, jugueteando con nuestras lenguas y rebañando los restos de leche que rezumaban por nuestros labios.
– ¿Y Simón? – le pregunté.
– Tranquila, que Simón va a tener su ración… y tú nos vas a ayudar.
Hannah se levantó, me cogió dulcemente de la mano y me llevó a las escaleras, en dirección a los dormitorios.
– ¿Te vienes, Simón?
Mi hermano se levantó y nos siguió, como un autómata.
Al llegar a la habitación, Hannah se acabó de desnudar y estuvo rebuscando en un cajón de su tocador hasta sacar un consolador; una gruesa polla de goma azul, con una ventosa en su base. Hannah se estiró boca arriba sobre la cama, con la cabeza colgando, y empezó a chupar el pene de goma hasta dejarlo bien lubricado, antes de introducírselo en su agujero. Mientras se masturbaba, Hannah jadeó, fijando su viciosa mirada en Simón:
– Venga chico, acércate y déjame probar
Simón se acercó a la cama e introdujo su polla en la boca de Hannah, que empezó a succionar ruidosamente. Yo me acerqué a la cama y me puse encima de mi madrastra en posición de 69, arrebatando el dildo de las manos de la rubia para marcar el ritmo de las penetraciones, mientras mi lengua atacaba su hinchado clítoris. Pronto noté como el duro pene de mi hermano se introducía lentamente en mi sexo y empezaba a bombear, mientras Hannah me chupaba el clítoris de forma recíproca. El sexo de Hannah me sabía delicioso, y mi hermano estaba follándome como nunca.
Noté como alguien más se sentaba en el borde de la cama. Levanté la cabeza y vi que eran mi padre y Clarice, que se arrodillaba entre sus piernas para recuperar su erección, antes de volver a mi tarea de chuparle el conejito a su esposa.
Notaba a Simón totalmente desatado, después de estar de mirón en la butaca de la sala. En una de sus embestidas, dirigió su polla a mi entrada trasera y la penetró sin miramientos, arrancándome un grito de puro placer.
– ¡Aaaaagh! ¡Siiiiiiiii!
A duras penas podía mantener mi actividad de chupar a Hannah y follarla con el dildo, ya que mi hermano estaba bombeando duramente mis agujeritos, mientras Hannah seguía jugueteando con mi clítoris. Tanta información me impedía encarar otro orgasmo, pero a mi hermano no le ocurría lo mismo. Conocía bien a Simón y noté en sus embestidas que se estaba acercando inexorablemente a su orgasmo.
– ¡Córrete, Simón! ¡lléname el culo! – le grité, dándome cuenta de que le hablaba como una perra
– ¡Siii! ¡Me corro! ¡Me corro!
Simón sacó su polla de mi sexo y empezó a eyacular sobre mi trasero. Tal como me tenía acostumbrada, su corrida fue tan abundante que la leche se empezó a derramarse, mientras Hannah se aplicaba en relamer con avidez toda la lefa que rezumaba por mi entrepierna.
– ¡Guau! – exclamó la rubia – ¡tu hermano es como una fuente! ¡nunca había visto nada igual!
– Si, y cada vez que se corre es lo mismo
Me salí de encima de Hannah, que estaba relamiendo la polla de mi hermano hasta dejarla perfectamente limpia, y vi como Clarice había conseguido recuperar la erección de mi padre.
– Papá, Simón me ha dejado a medias… ¿puedes ayudarme? – de dije a mi padre, con un falso mohín
– ¡Sí, claro! – contestó
Clarice se apartó, y me senté a horcajadas sobre las rodillas de mi padre, empalándome con su polla, y lo empujé para que cayera de espaldas sobre la cama, mientras lo cabalgaba.
– No te vayas, que a ti también te necesito – le dije a Clarice, mientras me echaba sobre mi padre, poniendo mi trasero en pompa.
– ¡Claro, mi amor!
Clarice se puso en cuclillas sobre la cama y yo me recosté sobre mi padre, apoyando mis tetas sobre su pecho, mientras con las manos separaba mis nalgas para indicarle el camino. Clarice apoyó la punta de su gruesa polla en mi entrada trasera y la metió de un empujón.
– ¡Ay! ¡me vas a partir!
– Tranquila, corazón, que te lo haré muy suave
Notaba como su grueso émbolo dilataba lentamente mi ano, a medida que se iba introduciendo. Cuando llegó al fondo, podía sentirme increíblemente llena, con las pollas de mi padre y de Clarice totalmente metidas en mis entrañas.
Érica empezó a moverse lentamente, arrancándome alaridos de placer.
– ¡Aaagh! ¡siiiii! ¡folladme! – gritaba, mientras mordía el cuello de papá.
La sensación de placer era inigualable; nunca me había sentido igual de llena. Mi culito se acostumbró con rapidez a la presencia de Clarice y, al principio, era yo misma la que llevaba la iniciativa en el movimiento, llevando el control de un vaivén en el que a cada movimiento podía notar como los gruesos pene de Clarice y papá entraban y salían de mis agujeros, mientras mis tetas se bamboleaban sobre la cara de papá, que no dejaba de masajearlas y lamerlas.
Pronto Clarice y mi padre empezaron a llevar el control de las embestidas, sincronizando sus movimientos, que cada vez eran más rápidos y vigorosos.
Hannah se había levantado de la cama y estaba disfrutando del espectáculo de verme como una muñeca de trapo en manos de su marido y su secretaria, mientras mi hermano tampoco perdía detalle, mientras descansaba sentado en el suelo.
La morbosa situación y el endiablado ritmo que Clarice y mi padre estaban marcando, hicieron que en pocos minutos empezara a encadenar un orgasmo tras otro.
– ¡Aaaagh! ¡me corroooo! ¡me corroooo!
La sensación era tan intensa que todo mi cuerpo se hiper-sensibilizó, haciendo que cualquier contacto o estímulo me afectara de una forma insoportable, así que me zafé de mis dos amantes y me estiré en la cama, mientras mi orgasmo coleaba en pequeñas convulsiones.
En cuanto salté de encima de mi padre, Clarice no se lo pensó dos veces: levantó sus piernas con fuerza, y le clavó la estaca hasta el fondo.
– ¡Aaaagh! ¿qué haces, zorra?
– ¡Cállaté y mueve tu culo! – contestó Clarice de forma muy dominante, mientras le arreaba un par de cachetes.
Ante esta situación, Hannah se lanzó sobre la pareja, estirándose a su lado y agarrando el pene de su marido para pajearlo con fuerza, mientras su asistenta de taladraba el culo.
Papá no pudo resistir el envite, y empezó a correrse como una fuente, soltando chorros de esperma que salpicaban las manos, el pecho y la cara de su esposa, seguido de Clarice, que a los pocos segundos sacó su tranca del culo de papá y la metió en la boca de Hannah, para correrse dentro de ella en fuertes espasmos.
Hannah chupó y tragó glotona, exprimiendo a Clarice hasta su última gota.
Al acabar, nos estiramos todos sobre la cama, en un cuadro que dejaba claro la larga sesión de sexo que habíamos tenido. Mi hermano, mi padre y yo nos quedamos dormitando, mientras Hannah, con la cara totalmente cubierta de leche se enlazaba en un sucio beso con Clarice, mordiéndose los labios e intercambiando la leche que había acumulado en su boca.