Como me convirtieron en puta

Sin desearlo, Carmen cumple una de sus fantasías eróticas. Ser violada y humillada por varios hombres.

Como me convirtieron en puta

Mientras me preparaba el desayuno recordé que Paco, mi marido, había quedado con el carpintero para que se pasase por casa a tomar medidas para la ventana del dormitorio. Hacía un par de días que se había roto el cristal debido a un golpe de viento, y dado que la carpintería era tan antigua como el piso habíamos decidido aprovechar para sustituirla por una nueva ventana de aluminio a fin de evitar las molestas corrientes de aire que había cada vez que se levantaba el día ventoso.

Acabé mi desayuno sin prisas y fregué un poco la cocina, tras lo cual decidí darme una ducha ya que estaba toda empapada en sudor. Esa semana estaba haciendo un calor horrible, debido según el hombre del tiempo de la televisión a una masa de aire cálido procedente de África. Permanecí un buen rato bajo el agua dejando que el frío chorro resbalara por mi piel hasta perderse en el remolino del sumidero.

Luego me puse una vieja falda verde que utilizo mucho para estar por casa y una camiseta blanca de tirantes que dejaba mis hombros al descubierto. Completé mi atuendo con unas sandalias y de playa y me decidí a ordenar un poco la habitación para que cuando llegara el carpintero la encontrara en condiciones.

Estaba acabando de hacer la cama cuando sonó el timbre y me dirigí hacia la entrada imaginando que sería el carpintero. Abrí la puerta y me encontré a un chico joven, de unos 22 o 23 años, vestido con un mono de trabajo y una caja de herramientas a sus pies. La primera cosa que pensé es que no habían entendido a mi marido y que venía ya a montar la ventana, sin medidas ni presupuesto. Antes de que me dejara decirle nada se sacó un papel del bolsillo y echándole un rápido vistazo me miró directamente a la cara.

  • Buenos días. ¿Es usted la señora Carmen?. Soy Felipe, de Caldergas, que venía a mirar lo de la caldera.

La verdad es que ya ni me acordaba de lo de la caldera. Últimamente fallaba bastante y hacía ya unos cuantos días que habíamos avisado al técnico y nos había comentado que tenía mucha faena y no sabía cuando podría pasar. Con el calor que estaba haciendo la verdad es que apenas usábamos el agua caliente, así que como no era un tema urgente lo dejamos pasar y no volvimos a llamar, por lo que no era nada raro que se me hubiera pasado por completo.

  • Ah, sí, - le contesté.- La verdad es que ya ni me acordaba. Pasa, pasa, que te enseño dónde está.

Lo conduje a la pequeña galería y comencé a explicarle que no arrancaba la caldera al abrir el grifo del agua caliente, que mi marido creía que eran los inyectores, o algo parecido, no estaba segura. Él me escuchaba atentamente y asentía de vez en cuando.

  • Déjeme que le eche un vistazo. – Y estoy segura de que mientras decía esto estaba mirando directamente a mi escote, lo cual me incomodó bastante.

Abrió su caja de herramientas y sacó una llave con la que empezó a trastear en el aparato. Yo, tras él, me limitaba a observarle trabajar sin darle la más mínima conversación. No me había gustado la forma tan descarada que había tenido de mirarme las tetas, y a pesar de que soy una mujer a la que le gusta que me miren, estaba en mi casa y creo que me merezco un respeto. Si hubiese hecho lo mismo en la calle no me habría importado lo más mínimo, es más, me habría encantado y me hubiera sentido halagada de que un chico joven como ese técnico se fijase en una mujer rozando ya los cincuenta. Pero estando en mi casa no.

Ahí permanecía yo mirando cuando volvió a sonar el timbre. Dejé al chico trabajando en la caldera y me dirigí a la entrada imaginando que esta vez sí, sería el carpintero. Abrí la puerta y efectivamente era Osvaldo, el carpintero junto a un ayudante.

  • Buenos días, Osvaldo. ¿Qué tal va todo?

  • Buenos días, Carmen. Ya ves, aquí tirando y haciendo lo que se puede. El trabajo está flojillo pero no me puedo quejar. Me dijo Paco que me pasara a tomar unas medidas.

  • Sí, sí, pasa. Son para poner una ventana de aluminio en el dormitorio.

Osvaldo es un vecino del barrio y lo conozco desde pequeña, aunque no se puede decir que seamos amigos. Fuimos juntos al mismo colegio y la verdad es que al pobre se lo hicimos pasar bastante mal. Yo me juntaba con un grupito de chicas de las que se consideran las "guays" de la clase, y tonteábamos con todos los chicos guapos. Y los que no eran tan guapos servían para nuestras bromas y burlas. Osvaldo de siempre fue más grande que la media, pero a pesar de su tamaño todo el mundo se metía con él, incluso los más pequeños. Era un chico muy introvertido y callado de carácter bonachón y no se juntaba con casi nadie. Eso, unido a que era el que más retrasado iba en los estudios le convertía en el centro de todas las burlas, ya sabéis lo crueles que pueden ser a veces los niños.

Mi grupito de amigas y yo nos metíamos constantemente con él. Le humillábamos en público y cuanto más humillado le veíamos, más gracia nos hacía. La verdad es que ahora miro atrás y veo que me comporté como una auténtica cabrona. Al acabar el colegio yo me fui a la Universidad y él se quedó en el pueblo trabajando con su padre, que tenía un taller de carpintería metálica.

Acabando la carrera conocí a Paco y comencé a salir con él. Al poco tiempo me fui a vivir a su piso en la ciudad y no regresé al pueblo hasta el cabo de unas años, ya casada. Me enteré entonces que el padre de Osvaldo había muerto y ahora era él quien llevaba la carpintería, y al parecer no lo hacía mal. Su padre no tenía más que a su hijo y a un aprendiz. Ahora la empresa daba empleo casi a veinte personas y disponía de cuatro camiones y una gran nave en el polígono industrial de las afueras.

Antes de entrar en casa, Osvaldo se giró hacia su ayudante, un chico de unos 19 años alto y espigado con el pelo color zanahoria y la cara llena de pecas.

  • Martín, ves al coche y trae el catálogo que hay en la parte de atrás.

El ayudante se dio la vuelta y se marchó. Yo hice pasar a Osvaldo y dejando la puerta entornada para que cuando subiera el chico no tuviese que tocar otra vez el timbre, lo guié hasta el dormitorio y le indique cual era la ventana que queríamos cambiar. Sacó un metro de su bolsillo y tomando cuatro medidas las apuntó en un pequeño bloc que llevaba.

  • Esperaremos a que suba Martín con el catálogo y te enseño los diversos modelos para que elijas el que más te guste.

Y mientras decía esto percibí algo en su mirada que me dio un escalofrío. Calló un momento y metiendo la mano en uno de los bolsillos de su pantalón sacó lo que parecía un trozo de tela. Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. De un ágil salto se plantó frente a mí y con un rápido movimiento deslizó la tela por encima de mi cabeza, aprisionándome la boca. Con fuerza me giró e hizo con soltura un fuerte nudo sobre la nuca y me volvió a girar hasta quedar frente a mí. Ya os digo que fue todo tan rápido que casi ni me di cuenta de lo que estaba pasando. O no era la primera vez que lo hacía o había estado practicando de alguna manera. Intenté abrir la boca para gritar pero la mordaza sobre ella lo único que me permitió fue soltar un apenas audible gemido. Intentando defenderme le lancé un puñetazo con toda la fuerza de la que fui capaz, pero él detuvo mi brazo aferrándome con fuerza por la muñeca haciéndome daño. Me lanzó con un brusco empujón sobre la cama.

  • Estate quieta, zorra. Voy a darte lo que alguien debería haber hecho hace ya mucho tiempo. No sufras que no voy a hacerte nada malo, si no te resistes, claro. Es más, estoy seguro que con lo puta que eres seguro que te gusta.

Me agité en la cama asustada, intentando levantarme, pero se abalanzó sobre mi y sacó de otro bolsillo una especie de correas de cuero con unas hebillas y una cuerda colgando. Cogió uno de mis brazos con fuerza mientras me sujetaba el otro con la rodilla y me colocó la correa sobre la muñeca, cerrándola fuertemente con la hebilla. Acto seguido ató la cuerda a la cabecera de la cama con un fuerte nudo. Una vez hubo inmovilizado mi brazo hizo lo mismo con el otro y luego repitió la misma operación con las piernas. Viendo que era imposible resistirme cesé de moverme y le miraba con ojos asustados. La verdad es que estaba acojonada. Me encontraba en mi propia cama, atada con piernas y brazos en cruz, amordazada, y ante un hombre al que de pequeña le había hecho la vida imposible. Creo que me sobraban los motivos para estarlo.

Osvaldo metió de nuevo la mano en el bolsillo y sacó esta vez una pequeña navaja que abrió con un sordo clic frente a mí. Al verlo me quedé petrificada, sin poder moverme. Mis ojos se abrieron como platos mirando fijamente el frío destello del acero y sin poder evitarlo comencé a temblar. Se acercó a mí y arrodillándose a mi lado cogió con su gruesa mano una punta de mi falda, y acercando la punta de la navaja comenzó a rasgar la frágil tela.

  • Tranquila, zorrita – me dijo con voz ronca. – Ya te dije que no te va a pasar nada. Tan solo voy a darte lo que necesitas.

Poco a poco iba rajando la tela hasta que llegó a la cintura y abrió la falda como si fuese un envoltorio y yo su regalo.

  • Ni te imaginas las ganas que tenía de ver al natural ese lunar de tu muslo.

Estaba tan asustada que casi ni reparé en su comentario. Era imposible que Osvaldo supiera que tengo un lunar con forma de corazón en la cara interna de mi muslo a escasos centímetros de mi sexo. Por su situación es imposible que se vea, y es evidente que el que lo ha visto es porque yo me abierto de piernas delante suyo. Pero como os digo estaba tan asustada que no reaccioné.

Una vez la falda abierta repitió la misma operación con la camiseta. Cuando sentí el contacto de la fría navaja con mi piel dejé de respirar, temiendo que me rajara. Apreté los puños con fuerza y cerré los ojos.

-Tranquila, tranquila, - me dijo él esta vez con suavidad.- ¿No decías que te ponías húmeda fantaseando con que te violaban?

Esta vez sí que reaccioné. Era evidente que Osvaldo me conocía de algo más que del colegio y empezaba a vislumbrar de dónde podía ser. Abrí los ojos le miré con una mirada que le transmitió sin duda la pregunta que se empezaba a formar en mi mente.

  • Ya sabes quien soy, ¿verdad? – me preguntó en apenas un susurro.

Y me bastó solo ese susurro para estar seguro que Osvaldo era mi amante cibernético "Cachondón", con el que llevaba ya casi tres años practicando sexo a través del chat. Era la persona a la que le había confesado mis fantasías más guarras, cosas que ni siquiera mi marido sabía sobre mí. Había perdido ya la cuenta de las veces que me había masturbado hablando con él, de las guarradas que habíamos hecho a través de la cámara del ordenador, de las veces que me había puesto tan caliente que había cogido a Paco y casi lo había violado, tan ansiosa estaba de sexo.

  • Quería hacerte sufrir un poco,- me dijo. – Eso por todas las veces que me puteaste de pequeño. Ahora no te va pasar nada, ya te digo que solo voy a darte lo que tú querías. Pero no olvides que aquí el que manda ahora mismo soy yo y me vas a obedecer en todo. Ahora te voy a quitar la mordaza de la boca y no vas a soltar ni el más mínimo grito, ¿entendido?

Asentí afirmativamente con la cabeza y él me quitó el pañuelo de la boca con un lento movimiento, como si dudara en hacerlo. Mi temor había desaparecido, no voy a decir que por completo, y estaba siendo sustituido por una extraña sensación que tardé un largo rato en asimilar. No fue hasta que él deslizó una de sus manos hasta mi entrepierna y acarició el sexo por encima de las bragas.

  • Pero que guarra que eres. Hay que ver lo mojada que estás ya.

Efectivamente, de repente tuve descripción para lo que estaba sintiendo. Estaba cachonda. Más cachonda de lo que recordaba haber estado nunca en mi vida. Pude sentir un cosquilleo que recorría mi bajo vientre, erizándome la piel. Sentí mi sexo palpitando bajo las bragas y fui consciente de la humedad de la tela que cubría mi entrepierna.

Había fantaseado muchas veces con la idea de un hombre poseyéndome a la fuerza, violándome sin miramientos, y a pesar de lo absurdo que pueda parecer, me excitaba. Pero jamás había imaginado que me pudiera excitar tanto. Si lo pensaba bien había pasado del temor más absoluto a estar más caliente de lo que nunca antes había estado en mi vida en apenas unos pocos segundos.

Apartó un poco las bragas y pasó uno de sus dedos por la raja de mi sexo. Inmediatamente sentí como si me hubieran dado una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo partiendo desde mi vientre, y haciéndome retorcer todo lo que dejaban mis ataduras.

  • Joder, que mojada estás. A ver si sube ya Martín.

Y mientras decía eso metió de un solo golpe el dedo hasta la segunda articulación con lo cual dejé escapar un ahogado gemido.

  • Por fin.- dijo él.- Pasa, pasa, y mira esto. ¿No te dije que hoy te ibas a follar a una auténtica puta? Mira que hermosas tetas. Y ahora mismo tiene el coñito jugoso como una fruta madura. Va a ser una auténtica delicia hundirla ahí.

Miré hacia la puerta y vi a Martín, el ayudante, mirando con cara de bobo. Ya os dije que era apenas un chaval. Debía de hacer poco que había cumplido la mayoría de edad, y a pesar de ser bastante alto tenía cara de niño. Unos enormes ojos azulados, demasiado grandes para su cara alargada, pero que hacían juego con una enorme nariz, desproporcionada. El labio inferior colgaba inerte en un gesto de estupidez y mostraba sus encías, dándole un aspecto más bien desagradable. En general, era un chaval bastante feo, y dudo mucho que levantara pasiones entre las mujeres. Permanecía allí, en el marco de la puerta, mirando embobado a su jefe primero, luego a mí, atada a la cama y ofreciéndole una perfecta vista de mi coño.

  • Vamos, Martín. Espabila un poco y no te quedes ahí parado. Ven aquí que te la va a chupar un rato, ¿no es así, zorra?

Y mientras me decía esto me dio con el revés de la mano en la mejilla, sin mucha fuerza, pero sí la justa para dejar un pequeño grito.

  • Que te calles, zorra.- Dijo volviéndome a dar.

Cerré mi boca y observé como Martín se arrodillaba a mi lado y con nerviosismo se iba desabrochando los botones del pantalón. Con torpes manos consiguió desatarlos todos y bajarse el pantalón hasta las rodillas, mostrando ante mí una de las pollas más raras que he visto en mi vida, y sin lugar a dudas una de las más feas, también. Era extremadamente delgada, de un color oscuro y llena de pecas. Era la primera vez en mi vida que veía una polla pecosa. Estaba coronada por un capullo enorme, totalmente desproporcionado al grosor de la verga. Él la acercó a mi boca y Osvaldo, viendo que la miraba con un cierto reparo, me volvió a dar un suave golpe en la mejilla.

  • Que la chupes, guarra. ¿No me has entendido? Aquí el que mando soy yo, y si te digo que se la chupes se la chupas y punto, ¿entiendes?

Acerqué mi cabeza todo lo que pude hacia aquel colgajo, ya que estaba totalmente fláccida, y entreabrí la boca. Él se movió y rozó la punta del capullo contra los labios. Me la metí en la boca y comencé a chupársela lentamente, aunque sin conseguir que se le pusiera dura, de los nervios que tenía. El chico no tenía ninguna experiencia y comenzó a masajear mis pechos sin ninguna delicadeza, pellizcando con fuerza mis pezones. Me estaba haciendo daño, y si no hubiera sido por el dedo de Osvaldo hurgando en mi coño creo que se me habría quitado de golpe toda la calentura que llevaba. Fue precisamente ese dedo el que me hizo comenzar a gemir. Y fueron casi con toda seguridad mis gemidos los que hicieron que el colgante de carne del chaval comenzara a endurecerse poco a poco dentro de mi boca, ya que llevaba un buen rato mamando y aquello no había reaccionado lo más mínimo.

El caso es que ahora sentía la dureza de su polla contra mi paladar. Podía notar con la lengua que la verga estaba surcada por infinidad de gruesas venas. El ayudante se agitaba inquieto en su impaciencia y empujaba sin cesar contra mi boca, haciéndome atragantar. Casi no podía respirar pero él no parecía darse cuenta. Estaba claro que no tenía mucha experiencia con las mujeres.

  • Tranquilo, chaval, que la vas a ahogar.- Le dijo Osvaldo. – Y eso no es lo que queremos para esta putita, ¿verdad?. Venga, quítate la ropa que nos la vamos a follar.

Martín se apartó y comenzó a desvestirse con torpes movimientos. Osvaldo, entre mis piernas, se quitó toda la ropa con una agilidad asombrosa y arrimándose a mi restregó su polla por mi sexo. La noté dura y enorme y rogaba para que se dejara de tonterías y me la clavara hasta el fondo. Ansiaba sentirme penetrada por él.

Giré la cabeza para ver como estaba Martín e imaginad mi sorpresa al ver a Felipe, el técnico de la caldera, en el marco de la puerta mirando toda la escena y quitándose los pantalones a toda prisa. Terminó de quitarse toda la ropa al mismo tiempo que Martín e inmediatamente se pusieron uno a cada lado de mi cabeza arrimando sus pollas a mi boca.

  • Joder, tío, qué polla más rara tienes.- Le dijo Felipe a Martín.

La suya en cambio era perfecta. Una polla preciosa, gruesa y de un buen tamaño pero sin ser excesivamente grande, coronada por un sonrosado capullo. Si a Miguel Ángel se le hubiese ocurrido hacer esculturas de hombres con el pene en erección habría sido feliz con un modelo como ese. Metió esa maravilla en mi boca y me obligó a chuparla mientras Martín restregaba su descomunal capullo por mi cara.

Osvaldo de mientras se había arrimado a mi restregándome la polla contra el coño. Yo intentaba moverme y acercarme a él. Me gustaba sentir la dureza de su verga, y él viéndolo me cogió por la cintura con férreas manos y me levantó un poco arqueando mi espalda. Antes de que me diera cuenta y de un solo golpe me la hundió en mi ardiente coño. A Osvaldo le había visto la polla infinidad de veces a través de la webcam, sin saber que era él, claro, y sabía que tenía una polla bastante gruesa. Pero sentir como me taladraba aquella ancha verga fue demasiado y exploté en apenas un par de embestidas en un violento orgasmo.

Imagino que sería también el morbo de la situación, ya que aunque no lo creáis hacía ya casi treinta años que no había tenido otra polla que la de mi marido. Perdí la virginidad a los 17 años con un cabrón del que estaba locamente enamorada y que cuando consiguió lo que quería, que me abriera de piernas, me dio una patada en el culo. Estuve un par de años sin salir con ningún chico, odiándolos a todos por lo que me habían hecho, y luego tuve tres años de desenfreno en el que casi todo fueron polvos de una sola noche, cada vez con un tío diferente y casi siempre desconocido. Luego conocí a Paco y a partir de entonces no me había vuelto a acostar con nadie más, a excepción de una vez que siendo todavía novios fui a la despedida de soltera de una amiga y acabé follándome al stripper negro que habían contratado. Así que ahora podéis haceros a la idea. Casi treinta años, veintiocho para ser más exactos, catando la misma polla y ahora tenía tres a mi disposición.

Y ahí estaba, gozando como una cerda mientras me follaba la polla que había sido durante los tres últimos años la fantasía de mis sueños masturbatorios y mamando como si me fuera la vida en ello las vergas de dos desconocidos, que por edad podrían ser mis hijos.

Osvaldo, al ver que me corría comenzó a reírse a carcajadas sin dejar de taladrarme el coño con su enorme verga.

  • Pero qué zorra qué eres. ¿Habéis visto cómo se ha corrido la muy puta? Debe de hacer bastante tiempo que esta no sabe lo que es una buena polla.

Martín continuaba intentando follarme la boca sin darse cuenta que casi no me dejaba respirar, mientras Felipe se dedicaba a sobarme las tetas. De vez en cuando se inclinaba y las besaba. Sus labios buscaban continuamente mis pezones, que estaban duros como piedras, y cada vez que lo hacía los mordía suavemente arrancándome un leve gemido de placer. Otras veces era su polla la que los rozaba y podía sentir como quemaba mi piel allá donde tocaba.

  • Mira zorra,- dijo Osvaldo.- Ahora te voy a desatar para que podamos follarte como te mereces, así que te vas a estar quietita y vas a obedecer a todo lo que te ordene, ¿entendido?

Aparté la cabeza hacia atrás sacándome la deforme polla de Martín de la boca y la moví en un gesto afirmativo al mismo tiempo que le decía:

  • Sí, sí, folladme. Soy una zorra y quiero que me folléis los tres. Dadme lo que necesito.

Osvaldo y Felipe prorrumpieron en una sonora carcajada mientras Martín volvía buscar insistentemente mi boca con su polla. Osvaldo me sacó la suya y comenzó a quitarme las correas de mis pies primero, y luego las de mis manos. Cuando me vi con las manos libres lo primero que hice fue coger entre ellas la polla de Felipe y comenzar a masturbarlo. Era una polla maravillosa, increíblemente bella. Tenía el tamaño perfecto para mi, gruesa, con una potente erección que palpitaba en mi mano, y mi único deseo en ese momento fue sentir aquel portento de la naturaleza machacando mi coño. Pero Osvaldo tenía otros planes, y mientras me hacía poner a cuatro patas le decía a Martín.

  • A ver chaval, ven aquí que me vas a preparar la faena. Se la voy a meter en el culo pero necesito que le abras un poco el agujerito, ¿entiendes?

Sin decir nada, el ayudante se colocó entre mis piernas detrás de mí y acercó su enorme capullo a mi culo. Inmediatamente se puso a empujar con manifiesta inexperiencia haciéndome gritar de dolor. Su polla buscaba mi agujero e intentaba penetrar a la fuerza, sin darse cuenta de que seco como estaba le costaría mucho entrar. Osvaldo lo vio y le frenó.

  • Tranquilo, tranquilo, chaval. Ya veo que nunca has follado un culito. Primero tienes que mojarlo un poco para que entre bien.

Y noté un salivazo sobre mi culo. Inmediatamente sentí el dedo de Osvaldo restregando la saliva alrededor de mi ano, y de nuevo otro salivazo. Su dedo trazaba círculos alrededor del agujero, presionando suavemente, y yo me estremecía entre una extraña mezcla de miedo y de placer. Me gustaba sentir su dedo ahí pero al mismo tiempo temía el momento en que su polla se abriera paso desgarrándome el ano. Sabía que me iba a doler, y más una polla tan gruesa como la de Osvaldo. Siempre que he practicado sexo anal me ha dolido, y aunque me gusta sentir la polla dentro de mi culo y me produce enorme morbo, es más el dolor que el placer, y casi siempre he acabado con el culo escocido e incluso alguna vez sangrando. Y ahora estaba ahí a cuatro patas con el culo en pompa esperando a que me penetraran. Pero no podía hacer nada. Estaba a merced de esos tres hombres e iban a hacer conmigo lo que quisieran, lo cual, la verdad sea dicha me ponía caliente como a una zorra. Me sentía como una guarra, follando con tres desconocidos, siendo su puta.

Con una ligera presión Osvaldo consiguió meter la punta de su dedo en el culo. Solté un pequeño gemido de dolor y él, hundiendo el dedo en el culo me susurró.

  • Cállate, zorrita. Esto no es nada con lo que te vamos a meter

Y su dedo jugaba dentro de mi ano moviéndose en círculos. De vez en cuando sentía otro salivazo y cómo él sacaba el dedo para volverlo a meter enseguida, cada vez con más facilidad. Poco a poco el dolor iba remitiendo, y aunque me escocía el culo poco a poco una agradable sensación me iba invadiendo.

  • Ahora sí que puedes meterla.- le dijo Osvaldo a Martín sacándome el dedo del culo.

Martín se volvió a colocar detrás de mí y agarrándome por la cintura colocó su grueso capullo sobre mi ahora ya dilatado agujero. Comenzó a empujar con fuerza, haciéndome daño en su impaciencia por clavarla. De repente, en un fuerte empujón la hundió hasta el fondo arrancándome un grito de dolor. Intenté apartarme pero él y Osvaldo me mantuvieron quieta agarrándome con fuerza. Felipe de mientras, restregándome su polla por la cara se reía a carcajada limpia.

Martín comenzó a moverse dentro de mí y poco a poco se me fue pasando el dolor. Tan solo había sido el momento en el que su capullo me penetró, pero ahora que ya estaba, como su polla era bastante delgada no era nada molesto. Es más, me gustaba. Me gustaba mucho. Y a él también debía gustarle, porque bastaron unas pocas embestidas para que jadeando como un perro se corriera dentro de mí. Al sentir el caliente chorro de leche dentro de mi culo no pude evitarlo y me lancé sobre la polla de Felipe engulléndola en mi boca con ansia. Deseaba recibir una buena ración de semen también en mi boca.

Nada más correrse Martín me la sacó y noté como mi esfínter se abría para dejar pasar ese enorme capullo produciéndome un ligero dolor. Inmediatamente Osvaldo ocupó la posición de su ayudante y de una sola arremetida me la clavó hasta el fondo. No pude evitar dejar escapar un gemido de dolor que Felipe se encargó de ahogar metiéndomela hasta la garganta. Me escocía el culo y cada vez que Osvaldo empujaba sentía una punzada de dolor. De todas maneras, entre lo dilatado que tenía ya el ano de la enculada previa y a que lo tenía lleno de semen que actuaba a modo de lubricante, su polla se deslizaba bien adentro y afuera. Poco a poco, al igual que me había pasado antes, el dolor fue desapareciendo y siendo sustituido por un enorme placer, que hacía que me temblaran las piernas. Me concentré de lleno en esa inesperada sensación de tal forma que hasta me saqué la polla de Felipe de la boca para poder expresar a pleno grito el enorme placer que sentía. Viéndome gritar ellos se reían y no dejaban de llamarme zorra y puta.

  • Te gusta, ¿verdad, puta? – me preguntaba Osvaldo sin dejar de bombear dentro de mí con fuertes sacudidas que hacían temblar la cama.

  • Vaya forma de gritar, zorra. – me decía Felipe restregándome la polla por la cara.

Martín se había colocado a mi lado y con la misma inexperiencia de antes me sobaba las tetas al mismo tiempo que se meneaba la ahora fláccida polla. Yo me movía de forma brusca empujando con mi culo hacia atrás, intentando tragar cada vez más de aquella polla que me estaba volviendo loca. Estaba llegando a unos límites de placer que no recordaba haber alcanzado desde hacía mucho tiempo, y mucho menos con sexo anal, tanto que sin esperarlo tuve un nuevo orgasmo, más fulminante que el primero. Yo estaba alucinada. Me había corrido sin ni siquiera rozar mi coño, tan solo sintiendo como bombeaban en mi culo.

Me fallaron las fuerzas en los brazos y me derrumbé sobre la cama, casi desmayada, momento que aprovechó Osvaldo para sacármela y tumbarse de espaldas. Felipe me cogió por las axilas y me obligó a levantarme, dirigiendo mis movimientos con firmeza. Me hizo sentar a horcajadas encima de Osvaldo, dándole la espalda y mirando hacia la pared de enfrente. Osvaldo me cogió entonces por la cintura y levantándome suavemente me dejó caer sobre su enhiesta polla, que volvió a hundirse sin ningún problema en mi culo.

  • Venga, chaval, prepárame ahora su coñito que me la voy a follar. – le dijo Felipe a Martín, que empezaba a mostrar una nueva aunque todavía débil erección.

Y Martín se arrodilló entre las piernas de su jefe y se agachó sobre mi coño. El muchacho no tenía ni puta idea de cómo se comía un coño, pero creedme si os digo que estaba tan caliente en esos momentos que cualquier roce sobre mi sexo bastaba. Comenzó a besarme y chuparme mientras yo cabalgaba a su patrón de una forma cada vez más acelerada, sin poder dejar de emitir gritos y gemidos, hasta que volví a correrme. Felipe, viéndome alcanzar aquel tercer orgasmo apartó al chico y ocupó de rodillas su lugar. Me empujó hacia atrás de tal forma que mi espalda descansaba sobre el velludo torso de Osvaldo y antes de que me diera cuenta había insertado su perfecta verga en mi excitado sexo.

Eso ya fue demasiado. Sentir una polla taladrándome el culo mientras otra me follaba el coño era maravilloso, una fantasía que compartimos muchas mujeres y que yo estaba realizando en ese mismo instante. Jamás en la vida imaginé que fuera algo tan bueno, me sentía completamente llena y a partir de ese momento fui incapaz de determinar si me estaba corriendo o no, ya que fue un encadenamiento de orgasmos de tal forma que no sabía dónde terminaba uno y comenzaba otro, tal era el enorme placer que me invadía.

Osvaldo comenzó a derramarse dentro de mí y sentía sus jugos resbalando hacia afuera por mis muslos. En el momento en el que me la sacó sentí como si me hubiesen arrancado algo, pero Felipe la sacó rápidamente de mi coño y la hundió de un solo golpe en mi ahora ya completamente dilatado culo que acogió su verga sin la más mínima dificultad. Bastaron unos pocos golpes secos para que uniera su semen al de Osvaldo y al de Martín, y tan pronto se hubo corrido la sacó dejando un enorme vacío en mí.

Me apartaron y me dejaron tumbada sobre la sábana, momento que aprovechó Martín, que continuaba masturbándose contemplando la escena, para derramar una escuálida corrida sobre mis tetas.

Osvaldo fue el primero en levantarse y comenzar a vestirse, y los demás le imitaron sin dejar de mirarme en ningún momento.

  • Por hoy ya está bien, puta. – me dijo.

Me giré a mirarles y en mi mirada debía haber una suplica para que no se fueran, ya que Felipe soltó una carcajada mientras decía:

  • Ja, ja, ja,… Mirad, la guarra todavía quiere más. No ha tenido bastante la muy puta. Tranquila, que cualquier día te hago una visita y te doy una buena ración de polla.

La verdad es que era cierto. Quería más. Necesitaba más. Me había corrido en poco rato más veces de las que me corro normalmente en una semana, pero quería más. En esos momentos me sentía una puta, con mi culo dilatado chorreando semen sobre las sábanas y la corrida de Martín resbalando por mis tetas.

  • Por favor, - supliqué con tímida voz. – No os marchéis todavía. Os necesito.

Prorrumpieron en una sonora carcajada mientras acababan de vestirse. Viendo que no me hacían caso me levanté para ver si acercándome hacia ellos cambiaban de opinión, haciendo que me sintiera más zorra todavía suplicando por sexo. Osvaldo me cogió con fuerza por el brazo haciéndome daño.

  • Quieta ahí, zorra. Por hoy ya has tenido bastante. Ahora vamos a darte lo que una guarra como tú se merece. Ven conmigo.

Y me arrastró hasta el baño. Al llegar ahí me obligó a meterme en la bañera y a poner el tapón. Me ordenó que me tumbara y me quedé ahí tirada mirando hacia el techo esperando.

De repente sentí un chorro caliente sobre mi cuerpo y me giré hasta encontrarme con la polla de Osvaldo que estaba orinando sobre mí, y en lugar de apartarme coloqué mi cara justo debajo del chorro.

  • Ja, ja, ja, mirad qué guarra es. Vamos, dadle lo que necesita. – Dijo Osvaldo

Y acto seguido los otros dos sacaron sus pollas y apuntaron hacia mí. Tardaron un poco en comenzar a mearme, el tiempo justo para que Osvaldo agotara su chorro, que fue sustituido por el de Martín y al instante por el de Felipe. Y yo de mientras acariciaba mi sexo, metiéndome un dedo. Estaba extasiada. Jamás en la vida nadie me había hecho eso, y nadie sabía, ni mi marido ni siquiera Osvaldo que era al que más fantasías le había confesado, que era un sueño que algunas veces había tenido tras ver una película en la que la mujer orinaba sobre la cara del hombre. Soñando con eso me había hecho más de una paja, y ahora estos tres hombres, sin yo decirles nada me estaban dando lo que tantas veces había imaginado en mis húmedos sueños.

Una vez terminaron guardaron sus pollas y entre carcajadas abandonaron la casa dejándome ahí tirada.

No sé el tiempo que permanecí tumbada en aquella bañera llena de orines. Me sentía sucia, no solo en el aspecto físico, sino en el emocional. Nunca jamás en la vida se me había meado nadie encima, y estos tres hombres me habían tratado coma a una guarra, me habían utilizado para su placer como un simple objeto, pero a pesar de la humillación a la que me habían sometido, algo en mi interior me decía que lo que me acababa de ocurrir era lo mejor que me había pasado, sexualmente hablando, en muchos años. Sí, me habían tratado como a una puta. Y yo me había sentido como una auténtica zorra. Y lo que más me sorprendía es que me había gustado. Había disfrutado como no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo, sintiendo esas tres pollas a mi disposición, o mejor dicho, sintiéndome yo a disposición de esas tres pollas, sabiendo que yo estaba ahí solo para proporcionarles placer.

Y en el momento en el que Osvaldo me tumbó sobre la bañera y los tres se mearon encima de mi, una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo. Una oleada de placer, más intensa que un orgasmo me dejó ahí postrada, casi sin poderme mover, disfrutando por muy raro que parezca de la humillación a la que me estaban sometiendo.

Cuando conseguí recuperar el dominio de mi misma y volver a tomar el control de mi cuerpo hacía ya rato que se habían marchado. Quité el tapón de la bañera y observé como el meado desaparecía en un pequeño remolino por el desagüe, tras lo cual me incorporé y abriendo el grifo me di una larga ducha. Sentía como el agua resbalaba sobre mi piel arrastrando el fuerte olor a orín con ella. Aun así, cuando cerré el grifo mi piel todavía desprendía un fuerte olor a meado. Me sequé bien y me puse un poco de colonia antes de ponerme el albornoz.

Acababa de ducharme cuando llamaron a la puerta. No esperaba a nadie, así que no contesté a la llamada imaginando que sería correo comercial o cualquier pesado intentando venderme algo. Volvió a sonar con insistencia varias veces más, así que decidí ver quien era.

Me acerqué sigilosamente a la puerta y aplicando el ojo a la mirilla eché un vistazo. Había un hombre al que no pude verle bien la cara ya que estaba medio girado mirando unos papeles que tenía en la mano.

  • ¿Quién es? – pregunté tímidamente.

  • ¿La señora Carmen? Soy el cartero. Traigo un paquete certificado para usted.

  • De acuerdo. Un momento, por favor.

Ajustándome bien el albornoz me contemplé en el espejo del recibidor y abrí la puerta. Apenas había girado la maneta cuando la puerta se abrió de un violento golpe y un hombre entró de repente en la casa, cerrando rápidamente tras de sí. Estaba a punto de soltar un grito cuando él se giró y me miró, llevándose el dedo a los labios. Enmudecí al ver que el hombre no era otro que Felipe, y de repente mi temor no es que desapareciera por completo sino que se mezcló con una extraña sensación de deseo. Una extraña sensación que recorría mi cuerpo como un cosquilleo, que me hacía sentir indefensa pero a la vez poderosa. Indefensa ante aquel hombre que podía hacerme quien sabe qué, pero poderosa al saber que ese hombre había venido por mí.

  • ¿De verdad pensabas que iba a abandonar a una zorrita como tú tan fácilmente? Guarras como tú no se encuentran todos los días. – me dijo arrinconándome contra la pared.

  • ¿Qué vas a hacerme? – me atreví a preguntarle

  • ¿De verdad quieres saberlo, puta? Voy a darte lo que te gusta. Nada más verte supe que tras esa apariencia de mujer seria se esconde una auténtica zorra.

Y escuchando estas palabras, aunque os cueste creerlo, sentí como mi coño se humedecía, como mis pezones se endurecían y todo el vello de mi cuerpo se erizaba. Y él lo sabía. Le bastaba con una mirada para saber que yo era suya, que estaba dispuesta a ser todo lo guarra que él quisiera, a ser su puta. Y él me pertenecía a mi, era mi chulo, mi hombre, el que sabía lo que necesitaba y como dármelo.

Sabiendo que no podía hacer otra cosa, que me era imposible resistir a mi hombre, me arrodillé frente a él y bajándole la cremallera le saqué la polla, esa misma polla que hacía menos de una hora que había tenido alojada en mi culo. Ahora estaba pequeña y colgaba fuera del pantalón fláccida, como un recuerdo de la dura verga que antes había sido. Acerqué mi cara a ella y pude aspirar su aroma. Todavía olía a mí, a mi culo, mezclado con un olor a semen y orín un poco desagradable. Le desbroché los pantalones mientras besaba el flojo trozo de carne apenas rozando mis labios sobre la piel. Dejé caer su pantalón al suelo y me metí la polla en la boca al mismo tiempo que me agarraba a su culo. Comencé entonces a chupársela lentamente, saboreando la polla que tanto placer me había provocado anteriormente, engulléndola toda en mi boca que poco a poco iba haciéndose cada vez más pequeña. Sentía como dentro de mí iba haciéndose cada vez más grande y cada vez tenía más dificultad para tragarla toda. Felipe había tomado mi cabeza entre sus manos y me empujaba hacia delante, hundiéndola hasta mi garganta y haciéndome sentir arcadas, pero cada vez que intentaba sacarla para tomar un poco de aire él me retenía la cabeza y empujaba todavía más hacia dentro con la polla y cuanto más intentaba yo zafarme de sus manos con más fuerza empujaba él.

Entonces noté que liberaba la presión de una de sus manos y escuché como rebuscaba algo entre los bolsillos de su camisa, momento que aproveché para sacarme aquella polla de la boca y tomar una gran bocanada de aire. Levanté la cabeza y le miré. Permanecía frente a mí con la polla tiesa sobre mi cara y estaba llamando a alguien por el teléfono móvil. Él me miró y cogiéndome por el pelo me soltó:

  • ¿A ti quien te ha dicho que pares, zorra? – y volvió a empujarme la cabeza hacia su polla.

Mientras se la seguía chupando él comenzó hablar con alguien a través del móvil.

  • Qué pasa, Paco, - le escuché decir. Luego soltó una gran risotada y continuó. – Pues sí, sí, me he vuelto a ir de putas, pero esta vez he tenido la suerte que he encontrado una que nos va a salir gratis, así que avisa a alguien y os venís para aquí, que yo solo no creo que me la pueda acabar. Ya verás que pedazo de mujer y lo calentorra que es. Fíjate que ahora mismo me la está chupando.

Acto seguido le dio la dirección y despidiéndose colgó el teléfono que lanzó sobre el pequeño sofá de la salita. Yo, mientras le oía hablar así de mí con un desconocido me había puesto tan cachonda que había dejado caer el albornoz al suelo y había comenzado a tocarme el coño. Me sorprendí yo misma al darme cuenta de lo mojada que estaba y cuando mi dedo rozo el clítoris fue como si me traspasara una corriente eléctrica. Comencé a masturbarme febrilmente al mismo tiempo que se la chupaba y al parecer Felipe no se dio cuenta de lo que estaba haciendo porque cuando ya estaba a punto de correrme emití unos pequeños gritos y solo entonces él miró hacia abajo y vio la mano moviéndose con fuerza sobre mi sexo y con dureza me dijo:

  • ¿Pero qué haces, zorra? Intentando correrte tú solita, ¿eh? Pues olvídate de eso, que van a venir unos colegas y mi intención es que disfrutes con ellos.

Y cogiéndome por las axilas me levantó. Luego se sentó en el sofá y yo me disponía a arrodillarme frente a él para continuar con la mamada, pero él me ordenó que le trajera algo para beber, así que desnuda como estaba me dirigí a la cocina y volví con una cerveza. Él continuaba sentado en el sofá observándome con atención con la polla en la mano acariciándose suavemente.

  • Ahora ves a tu dormitorio y tráeme algún consolador. Seguro que una zorra como tú tiene más de uno, ¿verdad?, - me preguntó

Y efectivamente dispongo de varios consoladores que guardo metidos en un cajón del armario, así que contoneándome de una forma un tanto exagerada me acerqué a la habitación y abriendo el armario elegí uno de mis preferidos, un dildo de látex negro de aproximadamente un palmo de largo y no demasiado grueso comparado con los otros que tengo. Volví al comedor metiéndome el consolador en la boca como si estuviera chupando una polla. Él lo vio y se echó a reír.

  • De verdad que eres la zorra más guarra que he visto nunca. Una auténtica viciosa. Pues alégrate por que lo que te hemos hecho antes no va a ser nada en comparación con lo que te espera. Ven aquí y ponte a cuatro patas frente a mí.

Haciendo lo que con tanta autoridad me ordenaba me arrodillé sobre el sofá a su lado ofreciéndole mi culo. Enseguida se puso él a manosear mi coño desde atrás. Metía un dedo, luego dos, los sacaba, los volvía meter, luego lo deslizaba por mi ano y los volvía a meter en mi coño. No sé cuanto duró este juego, pero se me hizo una eternidad, ya que estaba tan caliente que deseaba que me follara de una puta vez, y cada vez que yo llevaba la mano a mi sexo él me ordenaba quitarla en un tono de voz que no admitía réplica. Luego me quitó el consolador, que continuaba chupando con tanta pasión como si fuese una auténtica polla y antes de que me diera cuenta lo hundió de un solo golpe en mi coño. Lo empujó bien adentro y aguantándolo para que no saliera con una mano, con un dedo de la otra presionó sobre mi ano. Tenía el dedo tan húmedo de mi coño que lo metió todo sin ninguna dificultad.

Dejando en consolador dentro de mi coño sin moverlo comenzó a follar mi culo con el dedo, metiendo uno o dos dedos. De vez en cuando escupía sobre el agujero a fin de facilitar la inserción. A mí me temblaban las piernas del enorme placer que sentía y a Felipe parecía gustarle la situación. Cuando mis jadeos se hacían más fuertes y seguidos él ralentizaba los movimientos de su mano, y cuando veía que me recuperaba un poco volvía a acelerar.

Tener el coño lleno con el consolador me producía un enorme placer a pesar de que no se moviera, así que cuando lo sacó de repente fue como si me arrancara algo, como si hubiese perdido una parte importante de mí. Pero el consolador no estuvo demasiado tiempo en el exterior ya que sin darme apenas tiempo a quejarme lo colocó sobre el ahora dilatado agujerito de mi culo y presionando con fuerza hundió la punta en él. No pude evitar soltar un pequeño grito al sentir como mi culo se abría para alojar a la polla de plástico, pero él, insensible a mi dolor fue presionando poco a poco hundiéndomelo cada vez un poco más. De vez en cuando lo sacaba para volver a meterlo en un rápido golpe que me producía una extraña mezcla de dolor y placer.

  • Vaya culo tienes, zorrita… Ya te ha entrado todo, y creo que todavía puede entrar más

Y diciendo esto empujó fuerte con el dedo hasta que mi culo engulló por completo el trozo de plástico. Lo sentía totalmente en mi interior, una sensación extrañísima que nunca antes había tenido.

  • Venga, zorra, sácalo, - me dijo dándome una fuerte cachetada en el culo.

Apreté fuerte como si tuviese ganas de ir al baño y sentí cómo mi esfínter se abría poco a poco dejando paso al consolador. Cuando había salido ya un trozo volvió a empujar con el dedo y metérmelo todo y justo entonces llamaron a la puerta.

  • Estos deben ser mis colegas, - dijo Felipe. - ¿No piensas ir a abrirles, zorra?

Volví a apretar para sacarme el consolador de dentro pero me detuve de repente al sentir una sonora bofetada en mi culo que me dolió enormemente y que sin duda debía de haberme dejado la nalga como un tomate.

-¿Y a ti quien te ha dicho que te lo saques, guarra? Ves a abrir ahora mismo, y mucho ojito con que se te salga, ¿entendido?

Así que me levanté y me disponía a recoger mi albornoz, que permanecía tirado en el suelo, pero una mirada suya bastó para disuadirme y totalmente desnuda y con un consolador de casi 30 centímetros alojado en mi culo me encaminé hacia la puerta.

A cada paso que daba sentía el enorme trozo de plástico dentro de mi culo, y me hacía apretar bien las piernas por temor a que se saliera, causándome una excitante sensación que me hacía temblar las piernas de placer. Cuando llegué a la puerta, sin preguntar nada y sin siquiera pegar el ojo a la mirilla (a fin de cuentas, fuera quien fuera no creo que me pudieran humillar más de lo que ya habían hecho hoy) la abrí y me encontré frente a un apuesto joven elegantemente vestido con traje y corbata, alto y moreno, que parecía sacado de las páginas de una revista de moda. A su lado, un hombre mayor que yo, de unos sesenta años, con los pocos pelos que enmarcaban su reluciente calva de un gris canoso y ataviado con un sucio mono de trabajo.

El más joven de los dos me miró de arriba abajo con admiración mientras el mayor me observaba con una lasciva mirada y se llevaba con total descaro una mano a los huevos.

  • Hola, encanto, - me soltó el jovencito. – Tú debes ser la puta de Felipe. La verdad es que el cabrón cada día las elige mejores. Yo soy Paco y él es Ramiro.

Sin preguntar nada entró en mi casa y se dirigió al salón. Ramiro le siguió, no sin antes detenerse frente a mí y manosearme una teta y sin dejar de babear. Yo cerré la puerta y les seguí hasta el salón, donde Felipe seguía sentado en el sofá con sus pantalones a los tobillos y la polla todavía reluciente de mi propia saliva. Les saludó a ambos sin levantarse y ellos no dejaron de mirarme ni un momento.

  • Joder, Felipe, ¿de dónde coño sacas a estas guarras tan espectaculares? – preguntó Ramiro sobándose los huevos por encima de su mono con una mano sucia y grasienta.

  • Solo hay que fijarse un poco y las encontrarás,- le contestó Felipe. – Fíjate bien en su cara. Es casi como si lo llevara escrito en la frente con grandes letras: "Soy una puta y quiero que me folles" ¿no es así, Carmen?

Me limité a asentir con un leve gesto de mi cabeza sin poder apartar la vista de Paco. La verdad es que el chico era un auténtico bombón, guapo, alto, de piel tersa y morena. Su mirada transmitía una gran seguridad en sí mismo y eso lo hacía más atractivo.

  • Arrodíllate aquí y enséñales lo que guardas, - me ordenó Felipe.

Así que sin dudarlo me arrodillé en el sofá y ofreciéndoles una espléndida vista de mi culo a esos desconocidos apreté fuerte las nalgas hasta notar como el consolador que se alojaba dentro de mi culo comenzaba a salir lentamente.

  • Ja, ja, ja,ja, - rió estruendosamente Paco.- Hay que ver menudo cabronazo estás hecho. Ya veo que te has divertido mientras nos esperabas.

-Qué quieres que le haga, - contestó. – Vine a reparar la caldera y cuando acabé esta puta se estaba tirando a dos tipos y me uní a ellos hasta que la tiramos en la bañera y la meamos toda a la muy guarra. Me marché pero no pude resistir la tentación de volver. Ya te digo, si es que lleva escrito "Folladme" en la frente.

  • Pues Ramiro parece ser que ya lo ha leído. Fíjate cómo está ya el muy cabrón

No pude evitar girarme para mirar y mi cara se debió quedar paralizada en una mueca de asombro que les hizo estallar en carcajadas. El viejo se había bajado el mono y permanecía de pie mirándome con la polla más enorme que he visto nunca en la mano. Para ser más exactos era la polla más gruesa que nunca antes había visto, ya que en comparación a su grosor no era excesivamente larga, sino de un tamaño normal, tal vez un poquito más. Pero os aseguro que esa polla de normal no tenía nada, ya que su grosor en la base debía de ser de más de cuatro dedos de ancho.

-Ja, ja, ja, ja, - rió Paco con una fuerte carcajada.- ¿Qué te parece la polla de Ramiro? ¿Habías visto alguna vez alguna así?

Yo me giré y a cuatro patas me acerqué a Ramiro hasta que su verga quedó frente a mi cara. Se apreciaban claramente las venas hinchadas recorriendo la gruesa columna de carne. Sus huevos colgaban y eran proporcionados a semejante aparato, enormes como puños. Acerqué la mano y la cogí. A pesar de que tengo unos dedos bastante largos mi mano era incapaz de rodear completamente la base de aquella monstruosidad y debían de faltar unos cuantos centímetros para que mis dedos se juntaran. Empujé el pellejo hacia atrás y apareció un sonrosado capullo que llevé a mis labios y comencé a engullir lentamente. A medida que me la iba metiendo en la boca mi mandíbula se abría más y más de una forma tan exagerada que me dolía, y tuve que parar cuando no había tragado ni la mitad. Ramiro me dio un empujón en la frente apartándome de él con violencia. Me dio la vuelta y me colocó sobre el sofá con el culo en pompa, del cual todavía asomaba el consolador. Con prisa y con cierta brutalidad me lo sacó de un solo golpe que me hizo emitir un pequeño gemido de dolor. Entonces noté el roce de su enorme polla contra mi culo y me di cuenta que lo que pretendía era metérmela por detrás. Me asustó pensar en aquella enorme verga metida en mi culo. Era imposible que aquella cosa entrara sin dolerme, me iba a destrozar, a desgarrar. Intenté apartarme pero él me agarró con fuerza por las caderas y me empujó contra el sofá, hundiendo mi cara en los cojines. Me revolvía intentando apartarme pero todo fue inútil. Sus manos cogieron mis nalgas y las separaron abriendo el agujero de mi culo. Noté como escupía sobre el ojete e introducía con brutalidad uno de sus dedos lubricando el ano haciéndome daño. Lo sacó y con prisas se colocó detrás de mí. Su verga presionaba con fuerza contra mis nalgas hasta que el capullo se situó sobre el ensalivado agujero y empezó a empujar con fuerza. Yo noté como el capullo me penetraba y apreté los dientes. Mis manos se crisparon sobre los cojines, agarrándome con fuerza a ellos. Cerré los dientes con fuerza, pero al sentir cómo mi culo se abría para alojar semejante monstruosidad tuve que abrirlos para poder soltar un fuerte y prolongado grito que no sé como no puso a todos los vecinos en alerta. Me hacía mucho daño, pero a él no parecía importarle lo más mínimo y continuaba empujando cada vez más hasta que no le cupo más. Entonces, me soltó una gran cachetada en el culo y me dijo:

  • Venga, zorra, muévete y fóllame.

Y el muy cabrón se quedó ahí quieto, arrodillado detrás de mí con la polla clavada en mi culo. Viendo que yo no reaccionaba me volvió a soltar otra gran palmada que me debió dejar la nalga colorada.

Estaba visto que no me quedaba otro remedio que hacer lo que me decía, así que armándome de valor moví un poco mi cuerpo hacia delante, sintiendo al instante un terrible dolor en mi ano. Me detuve y me volvió a soltar otra sonora palmada, así que me moví un poco más, hasta detenerme y volver a echar mi culo hacia atrás. Cada vez que me movía mi culo escocía de una forma horrorosa, pero apretando fuerte los dientes comencé un suave movimiento de vaivén hacia delante y hacia detrás que hacía que la polla entrara y saliera de mi culo. Al principio los movimientos eran cortos y suaves pero Ramiro me golpeaba las nalgas, como si estuviera cabalgando un caballo, para que lo hiciera más rápido.

Felipe y Paco estaban los dos sentados en el sofá, uno a cada lado de mí, y ambos se habían quitado ya los pantalones y con las pollas en la mano se masturbaban, mirándome gemir de dolor, y de vez en cuando sobándome las tetas. Viendo aquellas hermosas pollas solté los cojines que agarraba con fuerza y me aferré a ellas, haciéndoles soltar una carcajada.

  • Ja, ja, ja,… - rió Paco. – La verdad es que tenías razón. Es una auténtica guarra. El muy cabrón le está destrozando el culo y ella solo piensa en pollas.

Y la verdad es que estaban en lo cierto. El muy hijo de puta me estaba destrozando el culo. Me dolía, cada vez más a medida que incrementaba la velocidad de mis movimientos, pero viendo aquellas pollas a mi alcance lo único que podía hacer era agarrarme a ellas y masturbarlas, deseando con toda mi alma que terminara aquella tortura en mi culo para poder sentir el placer de aquellas pollas follando mi coño, de tal forma que el gozo que me proporcionaran paliara en cierta forma el dolor de mi culo.

Aun así, me iba acostumbrando al dolor y cada vez me costaba menos moverme, así que decidí intentar olvidarme de él y concentrarme tan solo en aquellas dos tiesas vergas que agarraba con mis manos. Ya os dije que Felipe tenía la polla perfecta, y la de Paco, aunque no tan hermosa como la de suya, era también fuerte y gruesa. Comencé a masturbarles, a uno con cada mano, y de vez en cuando les miraba a la cara. Me gustaba ver sus rostros, sobretodo el de Paco, tan joven, tan hermoso; ver las caras de placer que ponían cada vez que mis manos bajaban estirándoles la piel. Poco a poco, el placer de observar como se retorcían de gusto cada vez que menaba sus pollas fue superando al dolor de mi culo y comencé a emitir pequeños gemidos de placer intercalados con pequeños gritos de dolor.

Al parecer a Ramiro eso le excitó, ya que me agarró con fuerza por la cintura y comenzó él mismo a moverse dentro de mí marcando su propio ritmo y no tardó mucho en empezar a gritar como un cerdo.

Con un fuerte grito y un tremendo empujón se corrió dentro de mi culo, y mientras lo hacía me golpeaba las nalgas con la palma de la mano, gritándome sin parar.

  • Toma, zorra, toma, toma…. Trágate toda mi leche, puta

Tan pronto se corrió se retiró, dejándome con el culo ardiente y palpitando. Me escocía y no me atrevía moverme por miedo al dolor, así que me quedé ahí, masturbando aquellas dos preciosas pollas, hasta que llamaron a la puerta. Nadie se movió hasta que volvieron a tocar de forma más insistente.

  • Joder, Ramiro, podrías ir a ver quien es. – dijo Paco.- No querrás que vaya yo tal como estoy, ¿no? De todas formas debe ser el "Chino", que le dije que se pasara.

Por el rabillo del ojo pude ver cómo Ramiro se dirigía a la puerta y tras un corto silencio se giró hacia el sofá y confirmó la suposición del chico. Escuché abrirse la puerta y luego unos pasos suaves seguidos de una exclamación.

  • ¡Coñooooo! Menudo espectáculo tenéis montado aquí.

Giré la cabeza con curiosidad, extrañada por el suave timbre de voz y de repente sentí vergüenza de la situación en la que me encontraba, ya que la que había exclamado asombrada era una mujer. Si hubiese sido un tío, o varios incluso, estoy segura de que con lo caliente y desbocada que ya estaba por entonces no me habría importado lo más mínimo. Es más, me habría sentido todavía más excitada mostrándoles lo puta que era. Pero la misma situación frente a una mujer me cohibía enormemente. Dejé de sacudir las vergas y la miré sintiendo como mi rostro se ruborizaba.

En realidad eran dos personas las que habían entrado. Una debía ser evidentemente el que apodaban "Chino" debido a sus ojos rasgados. Era un chico de aspecto sudamericano de unos treinta años, de piel muy morena y largos cabellos lacios y negros como el azabache que llevaba recogidos en una coleta. Sus rasgos eran duros pero se veían compensados por una mirada nítida y sincera. Su acompañante, la mujer, de la misma edad aproximadamente, era también de aspecto sudamericano, de piel morena aunque no tanto como la del "Chino". Era más bien baja de estatura, lo que hacía destacar sus dos enormes pechos, y de cuerpo rollizo sin llegar a ser gorda. Una cara preciosa de delicados rasgos y unos enormes ojos marrones, coronado todo ello por una gran mata de pelo recogida en un apretado moño.

Se acercó a mí y arrodillándose a mi lado me miró a la cara mientras alargaba un brazo y manoseaba una de mis tetas.

  • Un poco mayor para mi gusto, pero hay que reconocer que está muy bien, la zorra. ¿Te lo estás pasando bien con mis amigos? Seguro que sí, ¿verdad?. Con Paco siempre se lo pasa una bien, cielo.

Y diciendo esto le cogió la polla y le dio un par de sacudidas con delicadeza.

  • Buenos días, Celia. Y gracias por el cumplido. Ya veo que tu marido no ha podido resistirse a traerte contigo. Y la verdad es que me alegro de que hayas venido.

Yo estaba alucinada. Si no había entendido mal esta tal Celia era la mujer del "Chino", y éste estaba detrás de mí mirando como su mujer me sobaba las tetas y le acariciaba la polla a otro tío como si fuera la cosa más natural del mundo. Viendo mi turbación, Felipe comenzó a reírse con sonoras carcajadas.

-¿Qué te sorprende, puta? ¿Te piensas que solo a los tíos nos gusta follarnos a una zorrita como tú? Aquí Celia no le hace ascos ni a un chochito ni a una polla. Al igual que el "Chino", ¿verdad?

Me giré y vi que el "Chino" ya se había desvestido completamente. Tenía un cuerpo fornido y musculado, que lograba parecer más ancho de lo que en realidad era gracias a su baja estatura. Era muy moreno y no tenía nada de pelo en el cuerpo, salvo en los huevos, enormes y brillantes. Su polla, casi negra, colgaba fláccida cuando se acercó a nosotros.

-Mira, -me dijo Celia. -¿Te gusta la polla de mi marido? ¿Te gustaría probarla?

Asentí con un leve y avergonzado movimiento de mi cabeza, sin atreverme a mirarla a la cara y echando solo un rápido vistazo al desnudo cuerpo de su marido. Sentía arder mis mejillas como un niño al que han pillado cometiendo alguna travesura y no sabe bien dónde mirar ni dónde esconderse.

  • A mí me contestas mirándome a la cara.- Me soltó con dureza acercando la suya a la mía. - ¿Quieres saber como se siente la polla del "Chino"? Solo tienes que pedírmelo. Venga, zorra, pídemelo. Si se ve a las leguas que lo estás deseando.

En un susurro inaudible le dije:

  • Quiero probar la polla de tu marido.

  • ¿Qué? No te oigo. Dímelo más alto.

  • Quiero probar la polla de tu marido. – Con voz más fuerte.

  • No te oigo bien, zorra. Si quieres follártelo me lo tendrás que pedir de forma que te entienda bien clarito ¿no crees?

  • Quiero tocarle la polla a tu marido. – dije, esta vez con un fuerte tono de voz que retumbó en toda la habitación y que les hizo reír a todos.

Sentía una humillación terrible, de cuatro patas frente al sofá de mi propia casa, en el que había dos desconocidos con sus tiesas pollas frente mi cara, y teniendo que pedir a una mujer que era la primera vez que veía en mi vida que me dejara tocarle la polla a su marido que permanecía desnudo detrás de mí. La verdad es que lo que me estaba pasando a lo largo de ese día estaba rompiendo un montón de esquemas de mi vida. Me encontraba en una situación en la que jamás me había nunca imaginado, ni en mis más tórridos sueños, y estaba descubriendo que me gustaba. Me gustaba ser la puta de todos esos hombres. Me gustaba tener que suplicar a una mujer por una polla.

  • Pues si se la quieres chupar, es toda tuya. Aunque no entiendo que quieras hacerlo, teniendo delante de ti estos dos portentos.

Y diciendo esto cogió la polla de Paco en una mano y la de Felipe en la otra y comenzó a menearlas con diestros movimientos. El "Chino" se acercó a mi y cogiéndome por las axilas me incorporó haciendo que me arrodillara delante de él. Con sus manos guió mi cabeza hacia su sexo y sin pensarlo dos veces mis labios se abrieron para engullir aquel colgajo de carne y comenzar a hacerle una mamada.

Comencé a chupársela suavemente, sintiendo como aquella cosa iba cobrando vida dentro de mí, y a medida que crecía cada vez más el "Chino" se agitaba inquieto y con férreas manos empujaba mi cabeza hacia él sin darse cuenta que casi ni me dejaba respirar, ni de que era totalmente innecesario ya que para ese momento estaba ya tan caliente que no habría parado de chupar polla ni aunque me lo hubieran pedido. De todas maneras él empujaba y empujaba y yo sentía arcadas cada vez que la punta de su verga alcanzaba el fondo de mi garganta. La verdad es que no entiendo la manía de casi todos los hombres de agarrarte la cabeza cuando se la chupas.

Por el rabillo del ojo veía a Celia pajeando a Paco y a Felipe, y a Ramiro que se había colocado detrás de ella y le sobaba las tetas por encima de la escotada camiseta. De vez en cuando, cuando se giraba un poco podía ver su enorme miembro que poco a poco iba recuperando una monstruosa rigidez.

  • Joder, - exclamó Paco.- Ya no me acordaba de lo buenas que son tus pajas. ¿Por qué no me la chupas un rato, cariño?

Celia se levantó y se desnudó con presteza, dejando caer toda su ropa a los pies. Pude contemplar entonces su cuerpo, ancho y corpulento. Sus hombros eran anchos y redondeados, de los cuales nacían dos rollizos brazos. Unos pliegues de grasa, los tan odiados michelines, se acumulaban alrededor de su cintura. Su culo ancho y poderoso descansaba sobre dos gruesas piernas. Cada muslo suyo debía ser como dos veces el mío. A pesar de todo, era una mujer voluptuosa y no daba la impresión de ser gorda, ya que todas las partes de su cuerpo estaban proporcionadas , y el hecho de tener un culo tan grande hacía parecer su cintura más estrecha. En el momento en que se giró para mirar la cara de satisfacción de su marido pude ver sus enormes pechos, inflados como globos, y aunque caían aplastados por su propio peso todavía se veían turgentes.

Inmediatamente se agachó y se metió la polla de Paco, que la miraba con deseo, en la boca, tragándosela de un solo golpe hasta los huevos y arrancándole un quejido de placer. Pude ver cómo se crispaba y sus manos se cerraban con fuerza arañando el forro del sofá. Sus piernas se estiraron y quedaron rígidas y en su cara apareció una cómica mueca de placer.

Felipe, viendo que ahora todas las atenciones de Celia se concentraban en el cipote de Paco, me miró, volvió a mirar a Celia, que en ese momento se la estaba volviendo a tragar, y dedicándome una sonrisa me dijo:

  • Eh, zorra. Deja ya al "Chino" y ocúpate de mí.

Por un momento dudé en obedecerle, temiendo que el "Chino" se enfadara si me iba con él, pero luego pensé que ellos estaban allí por Felipe, así que mejor sería hacerle caso. Me la saqué de la boca, no sin cierto esfuerzo ya que estaba disfrutando sobremanera con la mamada, y me dirigía a cuatro patas hasta donde estaba sentado Felipe, que continuaba mirando como a su derecha Paco gemía a cada nuevo movimiento de la cabeza de Celia. A su izquierda se había sentado Ramiro, quien con su sucia mano llena de grasa se estaba acariciando la mosntruosa polla mirando lo mismo que Felipe.

Me coloqué enfrente de él y comencé a chupársela con suavidad. Él tampoco pudo evitar dejar escapar un gemido y su polla se puso rígida, dura como una barra de acero. Y mientras la iba mamando como si fuera un biberón observé alucinada como el "Chino" se arrodillaba a mi lado, enfrente de Ramiro, y apartándole la mano acercó su cara al enorme pollón. Y con incredulidad ví como se lo metía poco a poco en la boca y comenzaba a chuparlo lentamente, cabeza arriba, cabeza abajo, cabeza arriba, cabeza abajo,

Y el hecho de ver cómo ese tío se la estaba chupando a otro me produjo tal sensación de placer que no entiendo como no me corrí en ese mismo instante. Nunca en la vida había visto algo así y nunca en la vida me habría imaginado que me gustaría tanto.

Y al parecer, la debía de chupar bien, puesto que Ramiro comenzó a soltar fuertes gruñidos y a resoplar como un toro enfurecido, agitándose sobre el sofá. Yo continué chupando la polla que llenaba mi boca, mientras Celia se la chupaba con maestría, a juzgar por los gemidos que profería, a Paco.

Yo no sé cuanto tiempo permanecí ahí arrodillada mamando como si me fuera la vida en ello. De lo que sí estoy segura es que cada minuto que transcurrió lo disfrute de una forma brutal. En la habitación solo se escuchaban los gemidos y jadeos de los tres hombres y de de vez en cuando algún gemido que escapaba de nuestras ocupadas bocas.

Pude notar como la polla de Felipe se ponía tensa, preparándose para soltar su carga de leche, y en vez de sacármela como solía hacer siempre con mi marido, seguí chupando con más velocidad. Sé que a la mayoría de los hombres les gusta poder correrse dentro de la boca cuando les hacen una mamada, y en ese momento me sentía una auténtica puta dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de dejar a mi macho satisfecho. Y creed que lo hice. Noté como un ardiente chorro irrumpía en mi garganta, haciendo que me atragantara, e intenté tragar sin conseguirlo. Hundí la cabeza entre sus piernas de tal forma que me entrara toda dentro de la boca y sentí un segundo golpe de semen, que esta vez sí paso directo a mi garganta e hizo que me la sacara de golpe de la boca intentando tomar una gran bocanada de aire antes de volver a introducirla y recibir una tercera descarga, esta vez ya con menos fuerza. Mis movimientos fueron ralentizándose, y comencé a saborear el semen de Felipe. Nunca jamás en esta vida había sentido tal placer degustando la leche de ninguno de mis amantes. Nunca jamás me había gustado demasiado el sabor del semen y me sorprendí a mí misma al encontrarme gozando como una cerda con toda la corrida de él en mi boca. Poco a poco, la saqué y sentí un chorro resbalando por la comisura de mi boca e instintivamente lo recogí con un dedo volviendo a introducirlo entre mis labios. Justo en ese instante oí a Paco soltar una serie de cortos gritos y noté como se corría a pesar de no ver ni la más mínima gota de semen. Celia se lo había tragado todo sin dejar escapar nada.

De repente, ví como el "Chino" se apartaba de mi lado y se colocaba detrás de su mujer y de un certero golpe se la metía. E inmediatamente después sentí como alguien me sujetaba por los pelos con fuerza y me arrastraba. Era Ramiro, que me obligaba a colocar la cabeza entre sus piernas, mientras susurraba con ceño fruncido:

  • Puto "Chino" de los cojones. Siempre me hace lo mismo el cabrón. La próxima vez le agarro la cabeza y no se la suelto hasta que me corra, así se ahogue el hijo puta.

Y con fuerza colocó su verga contra mi cara. Yo no pude hacer nada más que abrir la boca todo lo que daba de sí y sentir como me penetraba aquella barbaridad de polla. Luego él cogió mi cabeza entre sus manos y comenzó a moverla arriba, abajo, arriba, abajo, … El muy cabrón se estaba haciendo una paja con mi boca. Yo intentaba respirar por la nariz, ya que por la boca, con aquello metido dentro me era imposible, y rogaba para que se corriera pronto, ya que no sabía si sería capaz de aguantar mucho más.

Él comenzó a agitarse con fuerza y me preparé a recibir toda su corrida. Cerré los ojos con fuerza y mi boca se inundó de semen, de un sabor agrio, que surgía de la polla a borbotones y parecía no acabar nunca. La presa de sus manos se liberó y puede sacarme aquella fuente y contemplar como un último chorro salía ya sin impulso. Mi boca chorreaba semen, que resbalaba por la barbilla y caía en gruesas gotas sobre el suelo. Desde luego ahí debía de tener un aspecto de lo más puta, y solo de pensarlo me excité más. Tanto, que llevé una mano a mi coño y comencé a masturbarme mientras dirigía la vista al "Chino" y a su mujer.

Las embestidas de este a su mujer se hacían más rápidas y continuas. Ahora solo se escuchaba el repicar de los huevos de él contra los muslos de ella y los gemidos de ella, cada vez más fuertes, más intensos, hasta que alcanzaron la cumbre y fueron reduciéndose a un apagado quejido apenas inaudible en el momento en que el "Chino" con fuertes gritos comenzó a derramarse dentro de su mujer. Y justo cuando él se corría alcancé yo mi propio orgasmo, tan brutal que me dejó tirada a los pies del sofá, sin apenas poder respirar, jadeando como una perra.

Pasó un rato en el que ninguno de nosotros se movió. Yo estaba tirada en el suelo a los pies de Ramiro. A mi lado Celia y su marido se habían derrumbado el uno sobre el otro y respiraban agitadamente. Desde donde estaba veía la cara de satisfacción de ella, los ojos entrecerrados y una amplia sonrisa en su boca sobre la que se veía todavía algún rastro de semen. Paco, Felipe y Ramiro estaban los tres sobre el sofá, mirándonos a sus pies con las fláccidas pollas en sus manos. Y mientras permanecía ahí, observándoles, me sentí la mujer más feliz del mundo. Y la más puta.

Cuando decidí levantarme sentí un dolor tan agudo en el ano que no pude reprimir un grito, y debió de ser tal la expresión de mi cara que todos, que antes a mis quejas se habían reído, se me quedaron mirando. Fue el "Chino" quien primero se dio cuenta.

  • Joder, tíos… ¿Pero qué le habéis hecho? Está sangrando por el culo.

  • Ha sido Ramiro, que la ha enculado. Ya sabes cómo es.

Me pasé asustada la mano por el culo y cuando la miré la tenía manchada de sangre. No era mucha, pero sí lo bastante para preocuparme. A cada movimiento que hacía sentía unas tremendas punzadas de dolor que me hacían torcer la cara en un horrible gesto. Fue Celia la primera en tomar la determinación.

  • Venga tíos, marchaos ya, la fiesta se ha acabado. Creo que deberíamos llevarla al médico a que le vean el estropicio que le habéis hecho.

  • Coño, - exclamó Ramiro – Nos va a joder la fiesta ahora, la muy cabrona

Qué hijo de puta, pensé yo. El muy cabrón me acaba de destrozar el culo y todavía se queja ahora de que me sangre y no pueda ni moverme. Como pude me incorporé, apretando fuerte los dientes a cada nueva punzada de dolor mientras ellos recogían sus ropas y se vestían de mala gana. Celia me ayudó a levantarme y me condujo al dormitorio.

  • Venga tía, vístete que te voy a acercar al médico.

Cogí lo primero que saqué del armario y a duras penas conseguí vestirme mientras ella sentada en la cama no dejaba de mirarme sin emitir palabra alguna. Cuando terminé y salí al salón ya se habían marchado todos, excepto el "Chino", que curioseaba los libros que había sobre la estantería, como si estuviera en una librería. Cuando nos escuchó salir dejó el libro que tenía en la mano y sin palabra alguna se dirigió hacia la puerta y llamó al ascensor.

Yo, caminando al lado de su mujer y agarrándome de vez en cuando a ella al sentir ese horrible dolor que recorría todo mi culo me dirigí hacia allí y nos metimos los tres en el ascensor. Cuando salimos a la calle me guiaron hacia su coche, un BMW color azul en el que casi no logro montarme del dolor que sentía.

Me dejaron en la puerta del ambulatorio y se marcharon sin despedirse. Y fue justo en ese momento en el que fui realmente consciente de todo lo que me acababa de ocurrir. Me habían atado y violado tres hombres. Después de correrse se habían meado encima de mí. Y luego había vuelto uno de ellos con otros dos tíos y me habían vuelto a violar. Me habían destrozado el culo y me habían abandonado igual que a un perro malherido. Pero a pesar de todo me sentía bien. Había disfrutado a mis casi cincuenta años como jamás pensé que lo haría, me habían hecho sentir joven de nuevo.

Y sin poder dejar de pensar en ello entré en el hospital. Pasé una vergüenza horrible echada en la camilla con el dolorido culo en pompa mientras el doctor me examinaba el recto con un enguantado dedo haciéndome ver las estrellas, y sobretodo mientras me preguntaba cómo me había producido esas heridas y tuve que decirle que había sido practicando sexo anal. Casi me muero de la vergüenza, más teniendo en cuenta que al médico lo conozco de vista y me lo cruzo bastantes días por la calle o en el bar tomando un café.

El diagnóstico: fisura anal aguda. Lo único que pudo recomendarme fue una dieta rica en fibra, baños de asiento y si me doliera mucho que volviera a verle. Abandoné la consulta y regresé a mi casa con el tiempo justo para quitar las fundas del sofá y de la cama y ponerlas a lavar para eliminar las enormes manchas de semen antes de que llegara Paco, mi marido. Pasé unos cuantos días con dolores, pero poco a poco fueron remitiendo.

Tan solo deciros que a partir de ese día mi vida cambió por completo. Con Osvaldo he seguido manteniendo contacto a través de internet, y si antes me había disfrutar, ahora después de todo lo que me había pasado mi placer cuando lo veo se multiplica por mil. Tan solo lo he vuelto a ver una sola vez en persona, en mi casa, y echamos un polvo brutal que todavía me hace temblar las piernas cuando pienso en él. A Celia y su marido, el "Chino", los he visto muchas veces y he entablado con ellos una buena amistad. Son una pareja muy liberal y hemos vivido entre los tres situaciones de lo más excitantes. Ha sido precisamente con ella con la que he mantenido mi primera relación lésbica. Al resto de los personajes de la historia no los he vuelto a ver nunca más.

Ahora disfruto del sexo como una adolescente. Mi marido se ha extrañado del cambio de actitud en mi sexualidad y está maravillado y encantado. Pero de lo que no se da cuenta es de necesito mucho más de lo que él puede darme. Y lo que él no me da, ya me encargo de buscarlo yo, con la colaboración de Celia y su marido. Es curioso, casi treinta años en los que jamás le puse los cuernos y ahora rara es la ocasión en que no se los pongo un par de veces por semana. Y aunque me hace sentir una puta, con ello soy feliz.