Como me aficioné a la música clásica (1)

Sergio, un joven camarero, se relaciona con un grupo de extrañas mujeres que le proporcionarán grandes experiencias sexuales y una inesperada afición por la música clásica.

Cómo me aficioné a la música clásica

En la época en la que me aficioné a la música clásica (no a la contemporánea), trabajaba en la cafetería que mi padre tenía en el centro. En aquél entonces aún creía yo que una carrera universitaria servía de algo y mi padre, creía que un chico de veinte años, no podía vivir sin trabajar aunque sacara las mejores notas de medicina, así que para pagarme los estudios trabajaba de camarero a tiempo parcial y cobraba lo que mi progenitor quería darme en función de la recaudación de la semana.

Era una cafetería pequeña, en un entorno donde convivían palacetes y museos con enormes edificios acristalados de bancos y empresas de seguros. La gente, oficinistas sobre todo, venían a tomar el café y la tostada antes de entrar a trabajar. Lo que más se servía era café y yo pasaba muchas horas en los huecos que me dejaban las clases, de pié detrás de la barra o atendiendo las mesas.

A mis veinte años era delgado; fibroso, un chico de pelo castaño lacio y aunque más bien de carácter tímido, sabía que mis labios gruesos (sobre todo el inferior) y mis ojos verdes, gustaban a las secretarias y empleadas de banca, muchas de ellas maduritas, que venían a nuestro local. Las oía cuchichear sobre mí cuando les retiraba las mesas, y me sonreían de una forma muy particular cuando intercambiábamos cualquier comentario. Alguna de ellas buscaba el roce aparentemente casual cuando pasaba junto a mí y, lo que más me gustaba de aquellas mujeres, especialmente las maduras, era la falta de pudor al mirarme y al hablarme, suponían que con mi juventud no veía el deseo reflejado en sus caras y, no solo lo veía, sino que eso me hacía desearlas a ellas más aún de lo que se podían imaginar.

Tuve, hasta que me aficioné a la música clásica, algún encuentro furtivo muy caliente con alguna de mis clientas.

Aún recuerdo (y mientras lo escribo, vuelve la excitación a mi piel y a mi verga) el día en que una pelirroja casi cincuentona que trabajaba en una empresa de seguros, se coló no sé como, en el almacén que teníamos en el fondo de la cafetería, junto a los lavabos. Yo estaba apilando las cajas de refrescos que había dejado el proveedor hacía unos minutos y ella, entró en el pequeño habitáculo a pesar del cartel que decía "PRIVADO" La recuerdo muy vívidamente, era una pelirroja con media melena y una cara bonita, a pesar de las arruguitas en torno a los labios y los ojos. Tenía unas enormes tetas que le gustaba enseñar en amplios escotes y un culo respingón precioso, dibujado en faldas algo más cortas de lo que sería razonable para una mujer de su posición. Siempre me había sonreído y siempre me había dejado mucha propina. Cuando me di cuenta de que había entrado en el almacén a hurtadillas, la miré sorprendido, entonces ella con una sonrisa traviesa que le era muy característica, me pidió que le llevara el desayuno todos los días a partir de ese momento a la oficina y al decirle yo que esa clase de servicios los hacía mi padre, ella cerró la puerta tras de sí y se acercó más a mí para decirme.

-Si vienes tú te daré una propina especial.

-Ya, pero es que el que manda es mi padre –Dije yo empezando a intuir lo que iba a pasar.

-Pero si convences a tu padre para que vengas tú, no te arrepentirás. –su boca estaba a unos escasos centímetros de la mía.

-Eh... bueno, no sé si... –Me estaba poniendo muy cachondo tener aquella mujer tan próxima en el almacén cerrado, su perfume era embriagador.

-¿Quieres que te dé un adelanto de la propina?

Dijo y sin mediar más palabra, me besó en la boca. Mi instinto fue abrir los labios, encajar los suyos y meterle mi lengua. Mientras tanto mis manos ya se habían aferrado a sus caderas y la aproximaba hacia mí de forma que ella notaba el inmenso bulto que pugnaba por liberarse del pantalón.

Nos seguíamos besando y enlazados por las bocas, yo notaba como sus manos tocaban con ansia mi pecho, después me abarcaban el trasero para más adelante, siempre amarrados por las lenguas posarse en mi paquete.

Dejó de besarme y lentamente se arrodilló, como queriendo prolongar el gesto porque sabía que yo estaba excitadísimo anticipándome a los acontecimientos. Ya de rodillas, mirándome desabrochó mi pantalón y bajó el calzoncillo. Aquella mujer quería deleitarse saboreando mi polla de veinte añitos. La tomó con la mano y notó lo dura que estaba, parecía sorprendida al tenerla prendida y ver que su mano solo abarcaba una pequeña parte de mi polla. Comenzó a lamer el capullo rosado y muy lubricado, como se lame un helado en verano, la punta de su lengua dibujaba pequeños círculos al rededor de la cabeza, sin duda estaba retardando el momento que ella sabía que yo ansiaba. Me temblaban las piernas de la excitación. Me calentaba mucho la idea de que mi padre abriese la puerta y viera lo que la pelirroja estaba haciendo con su hijito. De repente, la mujer se metió todo lo que pudo de polla en la boca y succionando, como con una pajita de refresco comenzó a subir y a bajar en oscilaciones lentas que después iba acelerando. Me incliné un poco sobre ella para que mis manos pudieran tocar aquellas hermosas tetas a través del jersei escotado y cuando llegué a sus pezones y los pellizqué suavemente, noté como de aquella cabeza pelirroja que subía y bajaba en torno a mi polla con gula, salían gemidos que quedaban amortiguados por la verga dentro de la boca. Intuí que mientras mamaba, la pelirroja, se había metido la mano bajo la falda y estaba masturbándose. Su otra mano libre, se colocó en mi trasero para atraerme más adentro de su boca que me absorbía por completo. Noté como subía la excitación y como el hilo espasmódico de semen iba a llenar aquel delicioso agujero negro y absorbente hecho de labios, dientes y lengua. Cuando tenía la certeza de que me corría puse una mano en su nuca para que no se moviera y con una envestida metí todo lo que pude mi polla dentro de su boca para inundarla con mi leche caliente. Tras esto, ella muy diligentemente limpió los restos de mis jugos que quedaban en el glande, de una forma golosa.

Guardé mi polla dentro del pantalón y ella, se compuso la ropa. Sólo habían transcurrido cinco minutos desde que entró.

-Estoy mojada. Por hoy te voy a dejar tranquilo, pero quiero mi desayuno todos los días en el despacho y quiero que lo traigas tú. Ya sabes la clase de propinas que te puedo dar. –Y tras decir esto, se fue de nuevo a su mesa en la cafetería.

Convencí a mi padre para llevarle el café y las tostadas a la madurita pelirroja todos los días y aún no sé como lo hice. Así que a las ocho de la mañana, estaba yo preparado con una bandeja de metal que contenía un café con leche, un zumo de naranja natural y unas tostadas recién hechas. Subía a su despacho, en un edificio de seguros y, cuando su secretaria la avisaba, entraba en él para dejarlo sobre su mesa. A las diez de la mañana, volvía para retirarlo y devolver a la cafetería los utensilios. Los primeros días, se limitó a pagarme el desayuno y a darme las gracias con total indiferencia. Yo sabía que me aguardaba algo, aquello que pasó en el almacén no podía quedar en nada, pero de momento, el comportamiento de ella era de lo más anodino. Por lo demás, vivía bajo una gran exaltación sexual. La espera de volver a estar con ella me obsesionaba todo el tiempo y hacía que no pudiese concentrarme en otra cosa que no fuese Alicia (averigüe su nombre al leerlo en la puerta de su despacho).

Una semana después de lo ocurrido en el almacén, como siempre esperé a que la secretaria me abriera la puerta de la oficina de Alicia. Iba con la bandeja, vestido con mi uniforme de camarero (pantalón negro de tergal, camisa blanca y chaleco granate). Al entrar, vi otra mujer que me miraba inquisitivamente en una silla. Alicia me indicó desde detrás de la inmensa mesa de nogal que dejara el desayuno en una mesa baja que había junto a un sofá de cuero negro. Lo hice y cuando me disponía a marcharme me dijo:

-Espera, quiero presentarte a alguien –Mientras lo decía tenía dirigida la mirada hacia la otra mujer- Ella es Carla, una de mis colaboradoras.

-Hola –Dije yo esperando acontecimientos.

Carla se limitó a sonreírme. Era una mujer delgada, de unos veinticinco años. Su pelo; largo y de un castaño oscuro. Su cara, de pómulos altos y barbilla pequeña estaba adornada por unos ojos color miel que me miraban intensamente. Sentada, dejaba ver unas piernas estilizadas, que mantenía cruzadas bajo unas medias oscuras. Vestía un traje chaqueta de color verde oliva. A través de la chaqueta pude intuir unos pechos no muy grandes pero firmes.

-¿Te gusta? –Preguntó Alicia a Carla.

-Sí, es un buen ejemplar. –Dijo Carla mirándome como si yo fuese una pieza de ganado en un mercado de carne.

-Además tiene un buen pollón y eso lo hace más apto ¿Quieres probarlo?

-Claro, si él quiere, por supuesto.

Yo no conseguía entender todo el significado de aquella conversación. Lo que parecía evidente, era que Carla quería follar conmigo allí mismo, en presencia de Alicia. Carla se levantó de la silla y tomándome de la mano, me condujo al sofá.

-Siéntate y ponte cómodo.

Me senté y ella se sentó junto a mí. Comenzó a desabotonarme el chaleco y la camisa. Mientras lo hacía, sus labios se posaron en mi cuello. Su aliento era excitantemente denso. Besaba mi cuello y yo, aún sin tener controlada la situación me dejaba hacer y colaboraba como podía en retirarme la camisa. Junto a mí, sus piernas estaban abiertas y mostraban impúdicamente que no llevaba bragas. Solo las medias hasta el muslo y un clítoris rosado. Carla, se entretenía lamiéndome un pezón, mientras sus manos buscaban en mi bragueta. Tras la mesa, Alicia observaba la situación con la boca entreabierta y cierto rubor en la cara. Carla, sacó mi polla del pantalón y la observó escrutadora. Del nerviosismo, yo tenía una semierección y, por supuesto, parecía que era más pequeña de lo que Alicia había prometido. Carla dijo:

-No es para tanto.

-Da mucho más de sí –Y mirándome a mí, Alicia preguntó- ¿Es que no te gusta Carla?

Yo solo pude asentir avergonzado de ver que mi miembro no respondía como hubiese deseado.

Entonces la mujer joven se inclinó sobre mis genitales. Con una mano acariciaba mis testículos y con la lengua lamía la punta del capullo. Luego, comenzó a recorrer todo el trayecto desde la punta hasta la base y la lengua sustituyó a la mano. Lamía alternativamente cada testículo y comenzó a succionar mientras su mano se aferraba a mi polla para masturbarla lentamente. En ese momento sí, mi verga alcanzó todo su vigor y desafiante plantaba cara a la boca de Carla que había comenzado una lenta mamada.

Alicia, mientras tanto, se había aproximado al sofá y sentándose en el hueco que quedaba libre, tomándome de la nuca me aproximó a ella y comenzamos a besarnos. Una sensación electrizante recorría mi espina dorsal al verme entre dos mujeres, una mamando y la otra besándome de una forma ardiente. Alicia se desabotonó la blusa y extrajo de ella un pecho grande que yo me apresuré a lamer. Carla había dejado de chuparme la polla y ahora husmeaba entre las piernas de Alicia que se dejaba hacer. Le había quitado las bragas y lamía con avidez su coño. Yo oía gemir a Alicia mientras nuestras dos lenguas trabajaban en exclusiva para ella. De forma cómplice Carla y yo aceleramos el ritmo (ella en el clítoris y yo en los pezones) con el que estábamos devorando a Alicia. Ésta con gemidos cada vez más intensos se corrió.

La dejamos descansar y Carla y yo nos besamos largamente. Intercambiamos los jugos de Alicia que la joven aún conservaba en la boca. De repente la pelirroja dijo:

-¡Follatela! lo está deseando.

Yo me levanté de entre las dos mujeres para terminar de quitarme los pantalones y el calzoncillo. En ese interludio, ambas comenzaron a comerse a besos mientras se desnudaban. Cuando los tres estábamos completamente desnudos, Carla se subió en el sofá con pies y manos, mostrando un culo prieto y amplio y una grupa deliciosa. Alicia, se situó debajo de ella y se aferró a los pechos de la joven lamiéndolos y yo, sin dudarlo, emprendí unas acometidas furiosas con la polla tiesa y dura a través de la vagina de Carla. Aquello era un deleite, dos mujeres dispuestas para mí.

Alicia salió de debajo de la jovencita a la que yo estaba penetrando cada vez más rítmicamente, con una agilidad increíble y se situó detrás de mí. Con su lengua, comenzó a lamer mi ano que se movía al ritmo del coito. Aquello fue lo más. Sabía que no podía tardar en llegar el momento de la corrida a pesar de que me esforzaba en prolongar aquel compendio de tantas sensaciones nuevas para mí. De repente, Carla se arqueó y con la boca muy abierta emitió un gemido que indicó que se había corrido, o mejor, que había tenido un buen orgasmo. Yo me salí de ella, con el miembro a punto de explotar y me volví hacia la madurita que tan cachondo me ponía. De forma decidida metí toda mi polla en su boca y comencé a moverme dentro de esta. La estaba follando por la boca y ella se dejaba hacer profundizando en cada envite hasta que su nariz rozaba con mi pubis. Me iba a correr, ahora era Carla la que por detrás lamía mi ano. Me corrí largamente, como si todo mi cuerpo quisiera vaciarse en la boca de Alicia. Cuando hube descargado, salí de su boca y ambas mujeres lamieron el miembro que, más reposado, comenzaba a estar elástico.

Sentados los tres en el sofá, agotados por la experiencia permanecíamos en silencio hasta que Alicia lo rompió para decir:

-Has pasado la primera prueba. Pronto estarás listo para la siguiente.

-¿Qué prueba? ¿De qué hablas? –Ella solo dijo:

-Ahora márchate. En su momento lo sabrás.

Y yo, con la cabeza llena de dudas, ví en la mesa como el desayuno que había traído permanecía intacto y frío en la bandeja. Aún no sabía que había dado el primer paso para aficionarme a la música clásica.