Cómo mama mi mamá
Carmen se retorcía y jadeaba poseída, envistiendo con la pelvis, uniéndose al rítmico compás de sus cinturas. Ignacio observaba su miembro entrando y saliendo, con virulencia, casi con saña.
Sintió como un vacío que precedía a la saturación, poderoso como un tsunami. Y así como en este las aguas se retiran para inminentemente arrasarlo todo con la gran ola, temió su incontinencia, la vio llegar, ruidosa, rugiendo en sus entrañas, abocando al exterior con la fuerza de la marea.
Carmen se retorcía y jadeaba poseída, envistiendo con la pelvis, uniéndose al rítmico compás de sus cinturas. Ignacio observaba su miembro entrando y saliendo, con virulencia, casi con saña. Ella lo agarraba de las nalgas, clavando sus uñas, arrastrándolo hacia si, y el miembro, más que introducirse, se incrustaba, perforando, irrumpiendo en cada empuje con grotesca profusión, saturándola.
Comenzó a contar para abstraerse, para no irse, para retardar lo inminente, lo imparable. Comenzó a contar cada envite, cada rítmico lance, cada puñalada de sus sexos violentos y pasionales. Uno, dos, tres, cuatro y seguía perforando, irrumpiendo en sus entrañas. Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho podía sentir, oír, el ruido seco y contundente de sus pubis al chocar, toc, toc, toc, toc treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho Carmen parecía ahogarse en sus jadeos, deteniendo la respiración y tensándose, como agonizante, delirante, se corrió
Ignacio bajó el ritmo pero siguió dando leña, manteniendo la cadencia. Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro y apenas se percato de que había entrado en flujo.
(Ignacio lo llamaba "entrar en flujo". No era nada premeditado ni consciente, ni siquiera era algo controlable. Simplemente, a veces se concentraba tanto en una tarea, la que fuera, que parecía convertirse en una maquina y funcionaba a la perfección, dando todo de sí, mecánico, como si él mismo, ajeno a su cuerpo activo, se observara trabajando, abstraído pero concentrado. Y podía tener su mente funcionando con claridad, como ajena a la labor que realizaba, mientras su cuerpo se movía enérgicamente, con precisión, en una actividad casi frenética y totalmente controlada.)
Estaba allí, impulsando todo su cuerpo en un punto, como un percutor, con la cabeza saturada de sustancias placenteras, extasiado, excitado, pero en una meseta que le permitía permanecer en ese estado de excitación a su antojo, sin dispararse los mecanismos que lo llevarían a una resolución inmediata de la tensión acumulada. Y observó con delectación como Carmen alcanzaba de nuevo el clímax, como se tensaba todo su cuerpo y permanecía casi inmóvil unos instantes para dejarse caer, y como una ola o una onda en una charca sentía recorrer la sacudida por todos sus músculos.
Ignacio seguía impulsando, insuflando éxtasis con su apéndice masculino.
- Ya, ya, articuló Carmen.
- Date la vuelta. Dijo Ignacio mientras la volteaba sobre la cama y la alzaba agarrándola por la cintura.
Carmen se quedo inmóvil, de rodillas y con la cabeza apoyada sobre sus brazos y el lecho. Ignacio se colocó detrás de ella y con dulce condescendencia, como la loba que lame a sus cachorrillos dormidos después de amamantarlos lamió el valle del placer de Carmen, de arriba abajo y viceversa, lentamente, sin prisas, deleitándose en cada pliegue, libando como una mariposa entre los pétalos de su amada hasta que percibió el cambio en sus gemidos y sintió como los suspiros de gozo relajado comenzaron a tomar nuevamente un cariz mas carnal.
Con ambas manos tomó las nalgas de su amada y las acarició en círculos, rodeando cada nalga con la mano y pasando los pulgares de arriba abajo por la hendidura, jugando entre sus pliegues. Nuevamente pasó su lengua humedeciendo cada recoveco e introdujo los dedos en el pequeño orificio. En el pequeño.
Lentamente giró estos en su interior adentrándose en profundidad, palpando su textura. Se incorporo ligeramente y sin más demora apoyó su glande a las puertas de Grecia y entró arrollador, hasta dentro. Carmen gimió quejosa, casi como un maullido . Ignacio comenzó el ritmo de percusión y Carmen su canción jadeante y ambos se entregaron a esa sinfonía primigenia del placer mas intimo.
Una vez más Carmen subió a la cima del placer, al punto crítico de la excitación sexual y cuando hubo descendido, descendido del todo. Porque una vez alcanzada la cima, apenas empezaba a bajar, en una, en dos y hasta en tres ocasiones volvió a coronar la cima para deleite de ambos. Cuando hubo pues, definitivamente descendido del todo, se dejó caer, giro sobre si misma y le dio placer oral a Ignacio.
Carmen tomo el miembro en sus manos y lo acaricio. Sintió su textura sedosa, el suave deslizar de la piel sobre el firme vástago. Lo agitó varias veces y se lo llevó a la boca introduciéndoselo profundamente. Paladeó su acre sabor y sus glándulas salivares empezaron a producir llenando su boca de jugo. Siguió avanzando por el tallo, engulléndolo, como una serpiente lo hace con su presa, lentamente, ladeando y oscilando la cabeza y afianzando el bocado en cada movimiento.
Sintió el tope en la garganta. Con habilidad, con la destreza que obliga la premura, inhibió la natural arcada relajando la garganta hasta acariciar las cuerdas vocales. Su boca creaba una saliva densa y lubricante que facilitaba la deglución y su mente controlaba la ingesta, aceptándola, asimilándola, asumiendo el órgano insertado como algo propio. Una vez hubo encajado el bocado en toda su extensión, se detuvo allí un instante, oscilando la cabeza, jactándose de su bocado, pegando la nariz al pubis de Ignacio, inhalando el aroma de su virilidad y sintió deseos, anhelos morbo lentamente fue retirándose, deslizándose por el miembro, desempalándose, y viendo como salía de su boca en una secuencia sorprendente sintiendo su garganta tornarse a su medida La sacó de la boca empapada en saliva que seguía unida por hilos, filamentos viscosos que ataban como cabos el miembro a sus labios.
Se metió nuevamente la cabecilla en la boca sorbiendo los jugos y retirándose de nuevo Ignacio le cogió la cabeza y la besó, lamiendo sus labios, sorbiendo sus jugos de sabores prosiguió amamantándose, disfrutando del sabroso mango del sexo mas acelerado. Disfrutando extasiada del placer que brindaba, más que del que recibía.
Pero tenía dudas, serias dudas, de si estaba dando placer o lo estaba recibiendo, tomándolo ella misma. Su excitación era tan intensa, tan profunda, insondable. Percibió en Ignacio que el tiempo se agotaba, que el miembro se endurecía, poniéndose rígido, tenso. Latía . Cuando Ignacio la advirtió de lo inminente, ella ya lo sabía. Se lo metió profundamente en la boca, en la garganta, latiendo de convulsión y estalló.
Sintió el fluir ardiente de su semilla directamente en la garganta. Ignacio se sacudía convulso, extasiado, atormentado por la imperiosa necesidad de las sacudidas en su miembro durante la eyaculación, pero Carmen permanecía casi inmóvil, abocada en su presa, ingiriendo el ardiente caldo que había extraído a su hijo con la intensidad de una erupción. Ella misma estaba a las puertas del clímax, sintió su vulva ardiente de deseo, loca, sintió que se le endurecía hasta casi producirle dolor, desesperada, ansiosa a punto de alcanzar el clímax.
Una lágrima brotó de sus ojos. Se incorporó confundida, extasiada, sorprendida, confusa sintió un amor que le emergía desde dentro, un amor que rebasaba el límite del amor materno y en plena confusión, maravillada, estalló en un llanto imparable, desbocado, desgarrador. Ignacio que apenas podía reaccionar la miró sorprendido, se asustó. -¿Qué ha pasado? La abrazó, la abrazó con fuerza y la besó. La besó en el rostro, en los ojos, en la boca. -Te quiero te quiero y la siguió besando en el cuello, en los pómulos, a lo largo del camino que recorrían sus lagrimas. -¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado mamá? -No lo se, no lo se que te amo. Y se unieron en un abrazo que traspasaba lo puramente físico. Y percibieron cautivados como se fundían sus almas.