¿cómo imaginar?
Un tipo reconoce a la tía que se tiró el fin de semana.
¿CÓMO IMAGINAR?
Con las manos en los bolsillos, andaba un tanto ausente, con la mente aún en el fin de semana. Necesitaba un café para entrar en el lunes.
A unos treinta pasos, en el semáforo, la reconoció. Era inconfundible. Aceleró sus zancadas pero el aparato se puso en verde y ella continuó su camino. Él sintió un pellizco de desilusión, si hubiera salido antes de casa, si el semáforo hubiera tardado un poco más. Pero de inmediato se preguntó: ¿para qué?, se habría puesto a su lado, ¿y qué?
Ni siquiera sabía como se llamaba. Así que se conformó con seguirla mientras sus itinerarios fueran coincidentes. Ella andaba rápido, todo lo rápido que le permitía aquella falda tubo a juego con una chaqueta entallada color marfil que definían perfectamente su silueta. Sus pasos firmes hacían que todo su cuerpo se contonease de una manera sensual.
Su melena rubia lo hacía con una cadencia armoniosa muchos menos salvaje de lo que él recordaba. Su estrecha cintura tenía un baile hipnótico que pedían agritos la sujeción de unas manos firmes. Sus caderas se movían al son que marcaban sus tacones de aguja con cada paso. Y sus redondos glúteos blancos con aquel precioso lunar en el lado derecho, hoy tapados por una falda que permitían comprobar que usaba tanga, se tensaban y endurecían.
Tras un par de revueltas la perdió de vista. Sus caminos se separaban pero la imagen de aquellos ojos verdes de gata y aquella maravillosa boca de labios carnosos permanecerían en su memoria.
Entró en aquella pequeña cafetería donde tomaba café cada mañana, leyendo la prensa. Frente a la puerta una pareja ocupaba su mesa. Un eterno segundo sirvió para identificar al hombre trajeado y meticulosamente peinado con gomina que se gira al oír la puerta. Es aquel conocido de la infancia, que las circunstancias académicas les llevaron a ser compañeros aunque no amigos. Algo engreído y prepotente, nunca llegaron a congeniar. Acabó derecho, ejerce en un bufete y milita en alguna lista política. Luego a la chica, es ella, inconfundible. Exageradamente guapa y elegante, forman la pareja perfecta.
Él lanza un saludo, el hombre lo devuelve, también le reconoce. Ella levanta las cejas a modo de respuesta, se ruboriza al ver que el saludo no era para ella, ni siquiera sabe como se llama pero sabe quién es.
El abogado ajeno al malentendido, se vuelve para explicarle a su novia quien es el tipo que acaba de entrar: un conocido del instituto que nunca le cayó bien. Nunca destacó en nada y nunca llegó a nada. Está parado.
La pareja apuró el café y con una despedida sin cruce de miradas sale de la cafetería hacia el juzgado. Hoy tienen un importante juicio que defender.
Él termina su desayuno, le echa un último vistazo a la contraportada del AS y sale hacia su furgoneta.
Una vez dentro, ajusta el espejo retrovisor y ve reflejada allí la cara de ella, desnuda, sudorosa, gritando de placer mientras él le tira de su melena rubia al tiempo que la penetra con violencia, como a ella le gusta. Los efectos eufóricos de las dos rayas que se acaban de meter hacen que afloren en ella perversiones morbosas y le exige más. Él no la defrauda y acatando sus órdenes enrojece su glúteo derecho con un cachetazo antes de hundir su pene en el estrecho orificio anal de ella. La sodomiza sin compasión de sus súplicas hasta caer los dos exhaustos.
¿Cómo imaginar que la desconocida del polvo furtivo del sábado era una elegante abogada y novia de aquel compañero gilipollas del instituto?