¿Como iba a saber de mi amor por ella?

Había soñado con ella desde la primera vez que la vi, había gastado horas de mi tiempo pensando en sus ojos, había imaginado como podría librarme de su existencia... hasta que la volví a encontrar.

No sabía bien por qué sus ojos verdes me cautivaban tal como lo hacían cada vez que la miraba. Era un misterio. Su sonrisa era como un faro de luz, siempre honesta y nunca forzada. Era el tipo de mujer que te dominaba con una sola mirada de sus ojos verde-dorado. La conocía de un evento de anime que había transcurrido dos semanas antes, y debo decirlo, aquel primer encuentro había sido mi perdición. Uno o dos besos robados, una fuerte atracción a traves de las tiendas de productos importados, una tentación entre sesión de fotos y sesión de fotos. Pero aquel recuerdo lo dejaré para otra ocasión, porque ahora mismo creía que el cielo no podía bendecirme más si no era con sus labios rosados sobre los míos.

Yo era nueva en la ciudad, un lugar donde el cielo era blanco y el frío te hacía temblar de los pies a la cabeza, y ella llevaba viviendo ahí toda su vida como la chica más sociable y extrovertida del mundo. No era una supermodelo, sin duda, pues en su cuerpo apenas se hallaba una figura sutilmente femenina, con pechos realmente pequeños y complexión delgaducha y fina; era su rostro el que mantenía un erótismo permanente, con sus ojos siempre sugiriendo lo más perverso del momento. Sí, era un ángel pero también un demonio lugurioso que sabía bien de su terrible poder de atracción. Iba paseando por el parque con la esperanza de conocer más la ciudad, sola como siempre desde que tenía memoria. Había sido un impacto verla a lo lejos con un gran número de personas, hombres y mujeres de entre 23 y 30 años, todos con su vida estructurada.

Llevaba el cabello corto como la última vez que la había visto, era un sedoso cabello lacio y fino, negro como la noche, cayendo sobre su rostro y su cuello como si amara poder acariciarle cada segundo. Tomé aire, lista para retirarme con el miedo en el pecho. Deseaba con todas mis fuerzas acercarme a ella y exigirle uno de aquellos besos que me había robado dos semanas atrás, pero la vergüenza de hacerlo frente a tantas personas me superaba. Yo y mi maldita timidez. Apenas di la vuelta por uno de los senderos del parque sentí su mano alrededor de mi brazo, y el jalón fue tan fuerte que me hizo girar en redondo. Su expresión era la de una Diosa ególatra y malhumorada. A veces poseía una personalidad masculina que realmente desencajaba con su belleza gótica.

  • ¿Por qué huyes de mi? -cuestionó con su voz de musa. Había algo peculiar en aquella voz, y es que parecía la reencarnación femenina de Edgar Allan Poe. Sus ojos juiciosos me taladraban, y su cuerpo esbelto pero fuerte me arrinconó contra un pino.

  • N..No huyo de nadie... es tan solo que no quería molestar a tus amigos... yo... Anna, dejame ir... -en contra de lo que decían mis palabras, mi cuerpo se ajustó al suyo tan solo sentirla tan cerca de mi. Todavía sentía la misma confusión de hacía dos semanas atrás, tiempo en el que creía imposible que una mujer pudiese atraerme de alguna manera. Yo siempre había sido heterosexual, o eso creía, pues ninguna mujer me había parecido tan sexy e irresistible.

  • No te estoy sujetando, bella... -acarició las palabras con tal suavidad que no pude evitar pensar en las caricias que me había dado antes. Debí haberme sonrojado, porque al levantar la mirada sonreía con la estupida arrogancia que la caracterizaba.- Y sobre mis amigos, no debería preocuparte eso, si ahora mismo estamos solas...

  • No me gustan las mujeres. -repliqué a prisa, no muy segura de si se lo decía a ella o a mi misma. La afirmación no hizo más que ponerla de peor humor, pero no se retiró. Parecía jugar conmigo como un león jugaría con su presa.

  • Bueno... no parecía así cuando... hice esto antes... -tardó medio segundo en respirar sobre mi cuello, en transmitirme el calor que contrastaba contra el frío de la ciudad. El pequeño roce de sus labios con mi cuello me provocaron escalofríos y el escape de un gemido.- ¿Ves? Yo a eso le llamaría algo más que gustar. Deberías dejar de ser tan inmadura y aceptar lo que realmente quieres.

  • No es así. Sé muy bien lo que quiero y no es esto, yo sabría si así fuese. Y... ¡Anna, ponme atención! En verdad es... ohw, no, espera...  -mis palabras eran cada vez menos coherentes conforme sus manos buscaban cualquier indicio de piel debajo de las prendas invernales. Cuando lo encontró, di un respingo, haciendo lo posible por no sentirla.- Basta, Anna... deberías...

  • No, tu deberías admitir que esto te está derritiendo las piernas. -me interrumpió con un tono de voz más grave. Ambas comenzabamos a hablar entre susurros y a encogernos bajo los pinos que nos protegían de la vista de los transigentes. Su aliento chocaba con mi cuello de manera que podía sentir el aroma de su cabello.- ¿Como sabrás que no te gusta si ni siquiera lo pruebas? Oh... probar es lo mejor de esto.

Sus palabras me pusieron roja como un tomate, y los mechones rizados de mi cabello también negro comenzaron a caerme sobre la cara. Me aterraba el calor que comenzaba a sentir, la ansiedad y el deseo que me provocaban las puntas de sus dedos en mi cintura y mi vientre. Deseaba que me acariciara en un lugar muy especifico. Deseaba probar sus labios y derretirme en ella sin importar su género. "Solo es ella, mi hermosa Anna, mi bello ángel... solo es ella, hombre o mujerer, es ella quien me vuelve loca". Mis manos se sujetaron a sus brazos, sintiendo el calor que emanaba de su abrigo negro, subieron y encontraron su pulso en el cuello. Creí que estaba en el cielo cuando la escuché gemir, y comprendí con gran alegría que aquel era un punto sensible de su cuerpo. Muy lentamente, recorrí su garganta, su yugular, el inicio de sus cabellos en su nuca, y más decidida que nunca, la atraje hacia mi para besar con fervor esos labios con sabor a paraíso.

La besé con locura y ansiedad, bebiendo de su boca los gemidos que escapaban de ella. No había notado las pequeñas gotas cristalinas que escapaban de mis ojos mientras probaba el dulce néctar de la perfección. Con cierto esfuerzo, se septaró de mi rostro pero sin soltar mi cintura.

  • ¿Que sucede, dulce mía? ¿Todavía tienes dudas?

  • Claro que tengo dudas... pero no lloro por eso... -retiré unos cuantos mechones de cabello de su rostro. Esos ojos verdes se encontraban a escasos centímetros de mi.- Es que.... ¿Donde habías estado todos estos años?

Mi respuesta le arrancó una de sus sonrisas más bellas.

  • Estaba esperandote justo aquí a que crecieras un poco.- su argumento nos hizo reír a ambas. Con más confianza que antes, levantó el abrigo azul que llevaba puesto junto con la camiseta blanca, dejando que el aire frío me besara la piel. Para mi sorpresa, a sus caricias les añadió besos húmedos, hincandose frente a mi y mirandome todo el tiempo. Me avergonzaba la situación, la posición y el lugar, pero como dije antes, Anna tenía la capacidad de dominarme con tan solo aquellos ojos verdes, con sus besos profesionales y sus dedos calientes. No protesté ni siquiera cuando sus manos fueron bajando mis pantalones y mis bragas; y así, de pie y con apenas unos centímetros de separación entre las piernas, fue besandome en cada lugar que encontraba menos en el punto exacto donde necesitaba de sus labios.

Apenas conseguía controlar los gemidos, y mis caderas se movían de forma inconsciente buscando el alivio que tanto necesitaba mi entrepierna. No estaba segura de si ella podía notarlo, pero la excitación en mi se volvió tan grande que la húmedad entre mis piernas estaba volviendose más intensa. Escurría por los muslos y yo nada podía hacer para detenerlo. Un gemido escapó de mi tal que ya no pude callar.

  • No hagas eso, Gina, o hará que me enamoré de tus gemidos. Y si me enamoro de tus gemidos, comenzaré a hacer esto... -me sujeté a su cabello cuando su lengua dio un simple y largo lametón por todo mi monte de venus. Me hacía correr hacía el avismo para después sujetarme y obligarme a permanecer en tierra firme. Poco a poco fue acercandose al clítoris, lamiendo con lentitud cada espacio y pliegue, cada gota de húmedad. No estoy segura aun si fue antes o después, pero el orgasmo fue tan violento que apenas noté que había introducido tres dedos de una sola en mi entrepierna empapada. La experiencia fue brutal puesto que no dejaba de mover esos dedos, presionando una fibra sensible en mi interior, que me hacía venirme una y otra vez.

Agotada y con el rostro cubierto de sudor, la observé levantarse y subirme los pantalones y las bragas. Parecía casi tan satisfecha como yo a pesar de que no había obtenido el mismo placer. Yo apenas conseguía respirar, pero su calor al abrarme me facilitó el hacerlo con aire cálido en mi nariz. Susurraba palabras dulces que podían ser la burla para cualquier otra mujer, pero para mi eran sumamente especiales. Titubeante, la miré de reojo.

  • Que digo yo... debería... regresarte el favor. -mee sentí como una tonta al hablar, pues no conocía mucho sobre el sexo. Ella rió por lo bajo, besó mi mejilla y se alejó un poco.

  • No te preocupes, ha sido un regalo de mi parte... además, debía hacer que dejaras de tenerme miedo.- me lanzó un juego de llaves que atrapé entre las manos.- Ya después de dirás que tienes en el menú. Mi departamento está frente a la puerta B Sur del parque, en el séptimo piso.

Y sin más... se marchó, dejandome tan solo con el suave recuerdo de sus labios sobre los míos. Y yo suspiré, segura de que esta vez no la dejaría escapar.