Como hacer que un Amo te acepte (3 de 4)

Por fin ella llegó a la casa, donde le esperaba su primer encuentro con Él (primera parte)

III

No fue tan complicado encontrar mi casa. Aparcaste y llamaste al portero automático. Tu mano temblaba un poco. Por fin estabas ante mi puerta y te notabas nerviosa por lo que imaginabas que te pasaría. Llevabas tanto tiempo deseándolo. Igual que yo.

Al llegar hasta mi piso, viste la puerta entreabierta. Por ella se escapaba un poco de luz del interior y hasta tus oídos llegaba una suave música chill out. Incluso hasta tu olfato alcanzó un dulce aroma que no supiste identificar. Eso te gustó y tu ánimo se tranquilizó un poco, esbozando en tu cara una sonrisa. Entraste sin llamar, como te había indicado.

Viste que la entrada daba directamente a un salón levemente iluminado. Viste las velas dispuestas aleatoriamente por toda la habitación. La música sonaba desde un reproductor que había sobre una cajonera baja, justo al lado del televisor. En una esquina estaba yo sentado, y una fila de velas estaban dispuestas de tal manera que dicho sillón parecía iluminado como un trono. A mi lado, una mesilla con algunos objetos que serían usados esa mañana.

  • Cierra la puerta y avanza un poco. – dije con voz tranquila y pausada. Le daba un tono agradable a mi voz, cálida. – Me alegra verte por fin aquí. Espero que el viaje no se te haya hecho pesado.

Ella notó como la calidez y la sensualidad del tono de su voz la relajaban más y más. Por fin le podía poner una voz natural a aquel rostro que deseaba y no la voz mecánica de un móvil. No dijo nada, simplemente asintió con la cabeza baja.

Allí estaba ella. Vestida tal cual le había indicado el día anterior. De pie con la cabeza baja. Los brazos agarraban por delante una pequeña bolsa de viaje.

  • Deja la bolsa en el suelo. Desnúdate lentamente. – dije cruzando mis piernas y recostándome un poco más en el sillón.

Dejaste la bolsa en el suelo con delicadeza. Lo primero que te quitaste fue el top, lentamente, haciendo que rozase con tus pezones, levantándolos para luego dejarlos caer de nuevo. Me gustó ver esa consistencia que tenían, que tantas veces había imaginado al ver tus fotos. Al no ver donde dejarlo, lo pusiste sobre la bolsa. Luego vino el turno a la minifalda. Sencilla de quitar, un par de botones y ya tenias libre la cintura. Se deslizaba con facilidad por esas piernas perfectas que tienes.

  • Espera. Date la vuelta y quítatelo así. Quiero ver lo que me vienes a ofrecer.

Ante mi se abrió un redondo culo de color tostado se cerraba hacia su interior en unos pliegues oscuros, dejando ver un sexo suave, perfectamente depilado y que, con el tintineo de la luz de las velas, dejaban ver unas gotitas de líquido que empezaba a supurar.

  • Ábrete el culo con las manos. Quédate inclinada y déjame observarlo. – Me levanté de mi sillón y me acerqué a examinarla de cerca. Ella venía a ofrecerme un tributo. Un pago por sentirse domesticada por mí, por ser yo quien la instruyera en el complicado mundo de la sumisión. Venía completamente vacía, simplemente teniendo su cuerpo, una cáscara como pago por mis servicios.

Su piel era tan suave como me la había imaginado. Un dulce aroma a crema hidratante llegó hasta mi nariz. Acaricié sus cachetes y toqué las arrugas de su ano, empujando un poco mi dedo hacia su interior. Seguí bajado la mano, hasta tocar los pliegues que formaban sus labios, notando como las gotitas que había visto antes, se escapaban de su coño que ya llevaba un rato excitado. Jugué con dichos líquidos, esparciéndolos por todos los pliegues, suavemente. Al hacerlo, noté como la piel reaccionaba, estremeciéndose, y vi como se te uso la "piel de gallina".

Agarrandote del hombro, te levanté y te hice dar la vuelta, colocándote de frente a mí. No te atreviste a mirarme a los ojos, aunque se que lo hubieras deseado. Querías tener contacto con los míos, saber qué se sentía al mirarlos. Pero al mismo tiempo, sabiendo que dicha imagen te reconfortaría, tenías miedo de saber qué podrías ver en ellos.

Mis manos palparon tus pechos y pellizcaron tus pezones. Al ver que cerrabas los ojos, los retorcí un poco, tirando de ellos hacia mí. Dejaste escapar un quejido. Acerqué mi mano hacia tu sexo y con dos dedos recogí parte de los fluidos que salían de tu coño. Con ellos te mojé tus pezones y paseé la lengua por ellos, saboreándolos.

  • Coge tu ropa y llévala al dormitorio que está al final del pasillo. Tráete todo lo que hay en la cama. Puesto.

Cogiste tu ropa y tu bolsa de viaje y te fuiste pasillo adelante, hasta el final. Allí había una puerta abierta, que dejaba ver una mesilla de noche. Al entrar, viste una inmensa cama de matrimonio, con una colcha roja por encima. Encima de ella, una serie de objetos estaban perfectamente ordenados. Dejaste tu ropa y tu bolsa en el suelo y te acercaste a verlos más de cerca.

Había unas muñequeras de cuero junto con unas tobilleras que hacían juego. Una correa metálica, de las que se usan para llevar a los perros, junto con una cadena acabada en un ojal de cuero. Una pequeña fusta de cuero, con una parte ancha en la parte que golpeaba.

Te colocaste las muñequeras y las tobilleras. El collar te costó un poco más, pero al final lograste engancharlo, dejando que la cadena resbalara entre tus pechos. Cogiste la fusta y saliste de la habitación de nuevo, dirección al salón.

Yo seguía de pie en la estancia, esperándote. Al verte, sonreí y noté como una incipiente erección nacía en mis pantalones. La imagen de una perra que venía a su Amo para que la paseara, para que jugara con ella. ¿Hay mejor imagen en este mundo?

  • Buena pequeña. Veo que no te ha costado tanto ponerte el collar. Dame esto, es mi juguete. – Dije cogiéndole la fusta y acariciándole el brazo. – Ponte a cuatro patas. Desde que entraste por esa puerta eres mi perra y como tal te has de comportar.

Respondiste inmediatamente. Te colocaste a cuatro patas delante mía, dejando tu cabeza justo a la altura de mis rodillas. Yo rocé mi paquete contra tu frente, para que notaras la dureza con estaba alcanzando. Se que te hubiera gustado metértela en la boca, pero aun deberías esperar para ello.

Cogí la cadena que te colgaba del cuello y dándote levemente en tu trasero dije:

  • Demos un paseo, princesa.

Al principio fui lento, quería que cogieras el ritmo de ir a cuatro patas por el suelo de mi casa. Cada cierto tiempo te acariciaba tu cabecita y te daba palmadas en el lomo. Te di un paseo por el pasillo y de vez en cuando te decía que te pararas a oler alguna esquina. Luego, súbitamente tiré de la correa para que fueras un poco más rápido, alargando más mi paso. Eso te costó un poco más. Tropezabas y caías, lo que hacía que tuviera que parar y usar la fusta con tu precioso culito oscuro. Al principio eran golpes suaves, pero luego se fueron haciendo más y más intensos, a medida que te exigía que fueras más rápida en tu gatear.

  • Oh, creo que mi perrita tiene sed. Tanto ejercicio te debe cansar, ¿no? Es lo que tiene ser una princesa perezosa. Ven, vamos a la cocina.

Te llevé hasta la cocina, donde había comedero de plástico para perros en el suelo. Vertí de una botella un poco de agua y te indiqué que bebieras. Al principio, tuviste tus reparos. Veía tus ojos mirar hacia los lados, en respuesta a tus pensamientos. Aquello era muy humillante para ti y yo lo sabía. Cuando te dije que ibas a ser utilizada, siempre pensaste que sería en el plano sexual, que te usaría para follarte como yo quisiera, nunca para tratarte como si fueras un chucho de la calle al que le estoy enseñando truquitos.

Volví a repetir entonces mi orden, elevando un poco más el volumen de mi voz. "Bebe". Y esta vez obedeciste. Mientras lo hacías, puse mi pie sobre tu culo, apoyándome en él. Cuando saciaste tu sed, te volví a llevar de vuelta al salón. Ahora tu paso era más gracioso. Sabías que tenías que complacerme y el que parecieras una perra me gustaba mucho. Nos pusimos a los pies de mi sillón.

  • Pon las manos en la espalda y apoya la barbilla en el suelo. Toma, agarra la fusta con tu boca. Muy bien, así...

Junté las dos muñequeras por el mosquetón doble que colgaba de una de ellas. Hice lo mismo con las tobilleras. Y la cadena, la pasé entre tus piernas, rozando tu sexo y enganchándola a las muñequeras. La figura se asemejaba a unos reposa pies. Me senté en el sillón y puse mis pies encima de tu espalda.

  • Aguanta así. Quiero ver la tele un rato. – dije encendiendo la televisión y poniendo un canal porno.

Escuchabas los gemidos de las actrices y actores, follando sudorosamente. ¿Qué pensarías? Una perra sexual, un objeto llevado a una casa para darle placer a su Amo. Después de todo lo que habías pasado... y ahora te usaba de reposa pies.

Pero seguro que lo peor no fue eso. Lo peor que pasó por tu mente tuvo que ser, cuando escuchaste el sonido de una cremallera y notaste como me revolvía. Luego escuchaste un sonido continuo, un golpeteo. Como si alguien agitara algo. También escuchaste mis gemidos y como el golpeteo era cada vez más y más rápido. Mis gemidos aumentaron. Notaste la presión de las piernas sobre tu espalda y al final, un gemido largo y profundo. Luego, estuve sin moverme un ratito. Apagué la tele.

  • Levanta y dame la fusta.

Al levantarme, viste mi polla flácida manchada de semen. También la mano con la que me había masturbado esta sucia y ahora te la ofrecía.

  • Saca la lengua y límpiala. – dije al tiempo que te toqué el hocico con ella, pringándolo de semen.

En tus ojos vi aparecer una lágrima que rodó por tus mejillas salpicadas de rojo por la anterior posición. Me podía imaginar tus pensamientos: "Ni mi Amo me quiere para satisfacerle. Aun no soy digna nada ello. Tendré que esmerarme más".

Devoraste mis dedos, al tiempo que seguías sollozando. Tu lengua se escapaba por entre mis dedos, por todos sus recovecos. Pronto quedó limpia y vi como te relamías. Así que, sabiendo que tenías hambre, te agarré del pelo y he hice que también me limpiaras la polla.

Tu boca era jugosa, abundante en fluidos y caliente. Un hambre voraz hacía que te tragaras mi pene en regresión, chupando vivamente. No tardó tu boca y tus hábitos de puta en darme placer, por lo que, lo que bajaba y se desinflaba, volvía a expandirse rápidamente dentro de ti. Desde luego que sabías chuparla. Cuando decías que muchos de tus ex habían alabado cómo se la comías, yo siempre lo había recibido con recelo, pero vi que estaba equivocado. Eras estupenda haciéndolo. Y así te lo hice saber.

  • Vaya, nunca había pensado que fueras tan buena comepollas. Desde luego que nunca pensé que me dejara comer la polla por una puta como tú.

Seguiste tragando y chupándomela. Del semen que se había esparcido, poco quedaba ya, y su saliva empapaba ahora toda mi polla. Era excitante notar esos labios y como te esmerabas sin poder usar las manos para masajeármela.

Te tuve que detener tirando del collar hacia arriba, ya que mi semen es un regalo que aun no se había ganado.

Como humillación ya había estado bien, aunque nunca es suficiente. Decidí ver qué otros atributos habías traído contigo. Te tumbé en el suelo, quitándote las manos de la espalda y poniéndotelas delante, entre tus piernas. Junté tus manos a tus tobillos y la cadena esta vez la pasé por delante, para evitar que pudieras echar las piernas hacia atrás y cerrar los agujeros que yo iba a explorar ahora.

Te separé los cachetes observando ese agujero que te había estado entrenando para que estuviera dilatado. Me habías confirmado que siempre tuviste problemas para ser penetrada por ahí, pero hoy esos problemas iban a desaparecer.

Cogí de la mesita una bolsa con líquido del que salía una cánula de plástico. Recuerdo que al introducirte la cánula por el culo y notar como el líquido te penetraba en él, diste un respingo. Vertí un poco de líquido en el interior de tu culo y dije que lo mantuvieras hasta que yo te avisara. No parabas de quejarte y decías que se te saldría.

Hasta que no te amenacé con restregarte la cara con el líquido si se te salía, no dejaste de gimotear.

  • No te muevas de aquí. Ahora vuelvo.

Mientras cronometraba treinta minutos, me fui a chatear un rato a mi despacho. Aproveché para actualizar mi blog. Supongo que tendrías que escuchar el tecleteo de mi portátil y el "click" de mi ratón.

¿Qué se te pasaría por la cabeza? Me lo podría imaginar, pero me prometí preguntártelo al final de la sesión.

A los treinta minutos volví. Te vi sudorosa, suplicándome con la mirada que por favor te dejara evacuar.

  • No te preocupes perrita, lo estás haciendo muy bien. Ahora mismo vuelvo.

Me marché de nuevo y volví con tu cuenco de perro que usaste para el agua. Al verlo te asustaste y me volviste a mirar. En mi cara un rictus impasivo te decía que aquí o en el suelo, tú decidías. Dejé el cuenco en el suelo y te desaté las manos. Me quedé esperando a ver cómo lo hacías.

Ahí estabas de cuclillas, con la cara metida entre tus manos. Muerta de vergüenza. Cuando por fin el líquido empezó a salir, escuché los sollozos que salían de ti. Entonces te acaricié el pelo y dulcemente te dije que lo estabas haciendo muy bien.

  • Estas demostrando más sumisión de la que esperaba. Eres una buena chica.

Te limpiaste y aparté el cuenco, que me llevé al cuarto de baño para tirarlo y darle un enjuague. Volví a atar tus manos a la espalda tal como estabas y de nuevo te realicé un segundo edema. Al mismo tiempo te explicaba el porqué de dichos edemas. Esta vez, sólo esperamos quince minutos y de nuevo, te hice hacer tus necesidades en el tazón de comer.

  • Bueno, ya estás lista para trabajar alegremente con tu culo...

Cogí de la mesilla que había al lado del sillón, un bote de lubricante y unos guantes de cirujano. Embadurné este con una gran cantidad de lubricante y otro poco lo puse en su agujero del culo. Introduce con facilidad primero un dedo y luego dos los cuales moví dentro rítmicamente.

  • Shh. Tranquila. Vamos a ver cómo dilata tu limpio ojete. Deseo perforártelo sin que te duela mucho. Pero algo te dolerá...

Noté como tus músculos se relajaban un poco a medida que mis dedos entraban y salían con facilidad de él. Con la otra mano, acaricié tu coño mojado. Busqué hábilmente con mis dedos tu clítoris y lo masajee para que la excitación te sirviera de relajante. Tus fluidos empezaban a gotear por tu pierna y yo los recogía para seguir lubricando tu coñito.

Cogí un plug anal mediano y mojándolo bastante en lubricante, lo introduje lentamente en tu agujero. Al principio costó un poco, pero no dejé de apretar hasta que entró entero dentro de tu culo. Poco a poco te ibas relajando y muy pronto lo tendrías preparado.

Mientras estaba el plug en tu culo, seguí masajeándote el clítoris, introduciendo dos dedos dentro de tu sexo húmedo. Luchando con tus paredes. Achicando el líquido que había en tu interior... Escuchaba tus gemidos. Ya no te dolía tu culo y eras capaz de disfrutar de la sensación que mis dedos te proporcionaban. Casi noté como deseabas correrte, por lo que paré y aproveché para decirte que no te corrieses si no te daba permiso.

Te levanté de rodillas e hice que arquearas la espalda. Yo no necesitaba mucha ayuda para notarme completamente erecto, pero para ayudar en la penetración, eché un poco de lubricante en mi polla.

Apoyé el capullo en tu agujero y noté como palpitaba este. Si hubiera podido abrirse solo, me habría engullido el pene entero. Apreté un poco y vi como cedía fácilmente, así que de un empujón lo metí hasta el fondo.

Tu espalda se arqueó, como si mi polla se te hubiera colado por la columna vertebral y hubiera hecho que de quebrara la espalda. Soltaste un gemido de placer y tu respiración se hizo entrecortada. Tu voz, débil y cortada alcanzó a decir:

  • Gracias, Amo.

Estuve sacándola y metiéndola lentamente. Notando como nuestra piel se rozaba. Me encantaba ver tu agujero completamente abierto y como eras taladrada con un falo brillante por el lubricante. El placer de estar desvirgándote, literalmente, tu culo, me producía un placer inimaginable. Sentir como algo que ya nadie te podría volver a quitar se hacía mío, daba una sensación que pocas cosas en este mundo te la dan.

Pronto mis embestidas se hicieron más rápidas y poderosas. A cada golpe, veía vibrar tus cachetes. Un golpe, otro golpe... Hasta que con una sacudida brutal, noté como mi semen se desparramaba por el interior de tu culo, blanqueándolo, al tiempo que hincaba mis uñas en tus nalgas.

Fue una corrida poderosa, fruto no sólo de la sensación del roce de un culo apretadito, sino de la inflamación de la imaginación, de todo el proceso, del desvirgamiento...

Me levanté y fui a la cocina de nuevo a rebuscar en la nevera. Al rato volví con un plátano en la mano. Lo pelé e introduje en tu agujero, aun abierto. Era un plátano verde, por lo que su consistencia hizo que no se rompiera en tu culo. Lo embadurné bien con semen y te lo acerqué a la boca, diciéndote "come". No hizo falta que te lo repitiera como con el agua, me respondiste perfectamente. Tu boca lo engulló rápidamente. Después me limpiaste mi polla de semen, dando por concluido tu almuerzo.

Estaba cansado, así que decidí que descansaría un rato antes de proseguir. Desaté tus manos de los pies y te solté las muñecas y tobillos. Como antes, te llevé como mi perra, pero esta vez fuimos al cuarto de baño. Allí te volví a atar de manos y pies y enganché la cadena al radiador del baño. Dejé una distancia lo suficientemente corta para que no pudieras moverte, ni sentarte en la taza de báter.

Luego me acosté.