Cómo hacer que un Amo te acepte (2 de 4)

Siguen las pruebas de fe, para saber el grado de sumisión que será capaz de ofrecerle a su Amo.

II

Los días iban transcurriendo, junto con las pruebas que Él le iba ordenando a ella. Poco a poco, se fue definiendo cada vez más, la fuerte disposición que presentaba ella a los requerimientos de Él. Cada día se daba un paso más, una exigencia mayor que la anterior.

Él pensó que había llegado la hora, de que demostrara lo que valía fuera de la pantalla del ordenador. Así que aprovechó que ella estudiaba en la Universidad de Lérida, para ponerla a prueba allí. Él ya había estudiado en dicha Universidad, por lo que se la conocía bastante bien. No le resultaría complicado moverse por ella y tenerla controlada, ya que si recordamos, ella sólo había visto una fotografía de él en camiseta negra.

Aprovechó el viernes que ella bajaba a la Universidad para indicarle cómo tendría que ir vestida. Ella siempre había sido una chica recatada en el pueblo, en el cual por lo general siempre veían a los extranjeros como gente "non grata" y que, por lo general, siempre eran las que poblaban los clubs de carretera. Así que, la noche antes de que ella bajara a Lérida, él le dijo que buscara en su vestuario la minifalda más corta que tuviera. Sabía que la tenía, puesto que ella había vivido anteriormente en Córdoba y allí no es que hiciese precisamente frío. Le ordenó que encima se pusiera un top, sin sujetador por supuesto, y unas botas de tacón alto. No llevaría tanga. En su lugar, llevaría introducido unas bolas chinas que irían desde su coño hasta su culo. Evidentemente si se le salían de alguno de los dos sitios, se verían sobresaliendo de la minifalda.

Ella en un principio se lo pensó, incluso estuvo a punto de renunciar. Pero pensó que realmente Lérida estaba muy lejos de su pueblo y que poca gente la reconocería, así que finalmente accedió.

Al día siguiente, camino de la Universidad, notó que le sonaba el móvil. Lo cogió y vio que había un mensaje.

De Oimar:

Párate en un apeadero y quiero que te masturbes. Pararás cuando estés a punto de correrte. No te limpies.

Así lo hizo. En el primer apeadero que encontró, resguardado de la carretera por una fila de árboles se paró. Se subió un poco la minifalda, y masajeó su clítoris hasta que el líquido empezó a manchar la tapicería del coche. Justo cuando notaba que se iba a correr paró, no sin gran esfuerzo, puesto que ya iba muy cachonda por culpa de las bolitas chinas.

Casi no habían transcurrido ni quince minutos desde la anterior parada, cuando sonó de nuevo su móvil.

De Oimar:

Busca un control de Mossos D’Escuadra.Te bajas y les preguntas en plan putón si vas bien camino de Lérida. Al montarte de nuevo, haz que se cae algo y lo recoges sin doblar las rodillas, dejando que ellos te vean todo.

Notó como las mejillas se le llenaban de calor. Esto ya era interactuar con más gente. Aunque ella en el fondo era una chica tímida, el hecho de dejarse llevar por las exigencias de Él, hizo que se sintiera dentro de una envoltura que la protegía del exterior. Dentro de ella, se creía poderosamente invulnerable, como si sólo fuera una turista dentro de su propio cuerpo y que otra persona era quien la manejaba.

No tardó mucho en dar con un control, ya que dicha carretera está llena de ellos. Aparcó al lado del todo terreno de los Mossos y vio que ambos estaban en su interior charlando. Estos dejaron lo que hacían y se volvieron la cabeza hacia el coche cuando la vieron bajarse. Ella notó como sus ojos se clavan en todo su cuerpo, tanto en sus pezones que se marcaban en el top por la excitación, como la corta minifalda que hacía que luciera sus hermosas piernas.

  • Hola, nenes. Ando un poco perdida y me gustaría llegar a Lérida. ¿Voy bien por esta carretera?

Ellos asintieron sin dejar de mirarle las tetas. Se notaba que eran muchas las horas que pasaban en su puesto y que pocas chicas se paraban a preguntar lo más mínimo. Uno de ellos, incluso, hizo el ademán de salir, pero como Él no le había especificado nada al respecto de encuentros con terceros se dio media vuelta y se acercó de nuevo a su coche. Justo cuando llegaba, dejó caer las llaves al suelo y procedió a recogerlas como le había indicado. Se agachó sin doblar las piernas y la minifalda se le fue levantando lentamente, dejando al fresco de la mañana su sexo rasurado, del que salía un pequeño hilito con unas bolas, que iban a parar hasta su culo.

Al Mosso que lo vio, casi se le salen los ojos de la impresión, y no llegó a articular palabra. Ella se volvió a montar en su coche y partió.

La agitada respiración era sinónimo de que andaba muy excitada. Nunca había ido provocando a nadie. Siempre se había comportado de manera comedida, a pesar de su deseo interior de ser deseada por muchos y gustarle tantísimo el sexo. Notó como su sillón cada vez estaba más empapado. La mancha sería bastante considerable al llegar a la Universidad.

Cuando llegó a esta, aparcó como siempre en el parking interior y sacó del maletero todos los libros y un pequeño bolso que hacía juego con la minifalda. En su interior, estaba el tanga que no llevaba puesto y un consolador doble de látex de color rojo. Se dirigió al edificio principal de aulas, donde tenía clases a primera hora.

Al entrar notó las miradas de la gente. Ella que siempre había mantenido un cierto recato a la hora de vestir, ahora era objeto de la mayoría de las miradas (indistintamente de chicos y chicas, aunque no todas con el mismo objeto). Incluso las chicas con las que siempre se paraba a hablar se sorprendieron del nuevo look que traía. Ella alegó que estaba viendo pudrirse en el armario esta ropa y que deseaba darle un poco de uso antes de que el tiempo fuera a peor. No convenció mucho su respuesta, pero no podía decirles otra cosa. Está vez, buscó un asiento al fondo de la clase con objeto de librarse de más de una mirada.

El profesor de primera hora era muy estricto en cuanto al uso de móviles y siempre instaba a que se apagasen en clase. Ella habitualmente lo hacía, pero esta vez tenía orden expresa de Él para que no lo hiciera. Sólo rezaba porque no sonase en clase.

Como siempre, la mayoría de las clases a primera hora son soporíferas, máxime cuando el profesor es un abuelo que lleva más de cuarenta años dando la misma asignatura. Así que no es de extrañar, que la imaginación de ella volase y recordase lo que los días anteriores había acontecido en el chat. Desde luego que ni en los sueños más sucios e íntimos se le hubiera ocurrido hacer muchas de las cosas que Él le ordenó que hiciera, a través de una ventanita de messenger.

En ello andaba ensoñando, cuando la melodía de Casino Royale sonó en su móvil.

Vio como toda la clase se giraba en su dirección y el profesor dejaba de hablar y soltaba la tiza. Desde el principio de la clase escuchó su voz enfadada, diciendo que se pusiera en pie la persona cuyo móvil estaba sonando. Ella no sabía como reaccionar. No atinaba a encontrar el móvil en su bolso y cada vez se ponía más y más nerviosa. Volvió a escuchar la voz del profesor y al fin se puso en pie. Entonces todas las personas que no la habían visto aun, la vieron entonces. Vio como sus compañeras se decían unas a otras cosas y como los chicos se reían y hacían comentarios que se podría imaginar sobre qué versaban.

El profesor le invitó a salir de la clase si lo que quería era hablar y le insinuó con sorna, que si le apetecía que no volviera hasta el próximo día. Ella recogió sus cosas y con la cabeza agachada y las mejillas coloradas salió lo más rápido que pudo de la clase. La vergüenza que sentía era tremenda, pero a su vez, le gustó la sensación de que todos hablaran de ella. Pensó en lo que imaginaban los chicos (y de algunas chicas) mientras paseaban sus miradas por su cuerpo e pensaban toda clase de sugerencias que podrían hacer con sus cuerpos.

Al salir de clase, contestó a la llamada que aun no había dejado de sonar.

  • Hola. ¿Cómo te sientes, putita? ¿Has notado como las miradas traspasaban los trapos que llevas puesto? – Escuchó al otro lado de la línea.

  • Si. Me he sentido muy humillada y avergonzada de todas las miradas de la gente. Yo nunca había hecho nada de eso... – logró contestar.

  • Por supuesto que no. Pero para eso vienes a la Universidad, para aprender. Para que seas el mayor putón que han parido nunca. Y encima de importación. Voy a dejar que te relajes un poco y se te bajen los colores. Vete al servicio de la primera planta y espera mi llamada.

Notó como colgaban al otro lado de la línea y se dirigió lo más rápidamente que pudo hacia dicho servicio. Dentro había tres excusados. El del medio estaba ocupado, así que cogió uno de los otros dos. Se sentó sobre la taza del báter e intentó serenarse y tranquilizarse.

  • No ha sido para tanto mujer. – Sonó una voz de hombre desde el escusado del medio. Ella se sobre saltó y se quedó mirando la pared desde la que provenía la voz. Esta le resultaba muy familiar y en seguida empezó a calmarse un poco.

  • Calla y escucha, zorra. Pásame por debajo las bolas chinas que tienes en tu coño y en tu culo.

Ella se las quitó y las pasó a la mano de hombre que vio aparecer por debajo del contrachapado que servía de separación de los excusados.

  • Ahora quiero que te pongas mirando hacia mí y te masturbes. Y cuando yo te golpee la pared, pararás, ¿entendido?

  • Si, mi Señor. – dijo adoptando la posición que le decía.

Entonces vio aparecer por debajo del contrachapado un móvil con la parte del objetivo de la cámara apuntando hacia ella. Sintiéndose observada y grabada, se excitó más y empezó a acariciarse todo su sexo. Estaba mojadísima y sus propios fluidos le sirvieron para lubricarse en sus caricias. Apretó y retorció su clítoris. Introdujo primero uno, luego dos dedos. Los sacaba, los metía. Gemía. Su cuerpo aceptaba todo el placer que sus manos le proporcionaban y que había tenido negado desde que le conoció.

Tanto era el placer, que no se dio cuenta hasta que la puerta chocó con una de sus piernas, que alguien entraba en su mismo escusado. Era una chica, que al no ver la señal del pestillo echado había entrado, pero que tan rápido notó que la puerta chocaba con algo y medio vislumbró lo que sucedía dentro, retrocedió notando la vergüenza ajena en su rostro.

Ella dejó de masturbarse inmediatamente, y vio como la cámara había desaparecido de debajo de la puerta. Se incorporó, cerró el pestillo y se compuso como pudo. Al rato sonó de nuevo un mensaje el móvil.

De Oimar:

Veo que ni en la escuela puedes parar de zorrear. Tan puta que no me extrañaría que te hubieras tirado a algún profesor para aprobar. Lástima que yo no sea uno de ellos. Vete a la biblioteca y ponte a estudiar.

Adjunto al mensaje: video_de_mi_zorra.mpg

Abrió el archivo adjunto. En el video sólo se podía ver su entrepierna depilada y cómo a la entrada y salida de sus dedos iban salpicando algunas gotas de los fluidos suyos. Verse a sí misma le producía muchísimo morbo. Siempre había querido grabarse mientras follaba o se tocaba, pero nunca había tenido una cámara a mano para ello.

La biblioteca a aquellas horas la poblaba poca gente. Así que pudo pasar inadvertida mientras se iba hasta el fondo de la sala, para no ser vista por mucha gente. Respiró hondo y dispuso encima de la mesa algunos de los apuntes que llevaba. Aunque se imaginaba que poco iba ha estudiar allí.

A medida que avanzaba el tiempo, más gente fue entrando en la sala y sentándose en las mesas. Primero aisladamente, luego rellenando huecos. Ella al ver que no se le volvía a requerir, se enfrascó en sus apuntes de enfermería. Tanto fue así, que hasta que no sonó de nuevo su móvil, a penas se percató de otros también recibían en ese momento un mensaje.

Miró su móvil, pero esta vez no era un mensaje, sino una conexión que hacía alguien a través del Bluetooth. Quien fuera estaba enviando un archivo: video_de_mi_zorra.mpg. El archivo se estaba mandando a cuantos móviles tuvieran activo el Bluetooth.

Al poco vio las miradas de la gente como se iban pasando unos a otros el móvil para ver el video. La agitación era cada vez mayor, tanto que la asistenta de la biblioteca tuvo que mandar al orden a todo el mundo. La gente pareció serenarse un poco, aunque aun quedaban grupos que hablaban entre sí y otros se salieron fuera a seguir viendo y comentando el vídeo.

"Gracias a Dios que la cara no se me ve..." pensó. En ello que sonó un mensaje en su móvil de nuevo.

De Oimar:

Justo a la entrada de la biblioteca, está la "S" de Sade. Busca el libro de las 120 Jornadas y quiero que te masturbes con él en la zona de libros de veterinaria.

Al menos esa zona estaba al resguardo de todas las miradas indiscretas, a menos que alguien pasase de propio por allí. Lo malo era que cuando llegó a la "S" de Sade, en particular el libro se encontraba en la parte superior de la estantería, por lo que para alcanzarlo tuvo que usar una banqueta que había colocado para tal uso. Miró primero que nadie le echaba cuenta y aprovechó para subirse sobre ella.

Mientras lo intentaba alcanzar, escuchó el sonido característico de la cámara de fotos de un móvil y cuando se giró para ver de dónde provenía, vio a un adolescente de primer año, con gafas caladas y granos en la cara que guardaba rápidamente el móvil.

"Mañana estaré en internet, como la puta de la Universidad de Lérida, ¡joder!".

Se sentía como una verdadera zorra al haberse dejado llevar por todo cuanto le ordenaba Él, pero sabía que lo bueno estaba aun por llegar. La sensación de sentirse fuera de su cuerpo, de saber que no le pertenecían sus actos y de que sería completamente dominada, sobresalía imponiéndose a todos los pensamientos de dudas, miedos, vergüenzas... Estaba sintiendo una excitación, como sólo lo sienten aquellos que saben que hacen algo ilegal y que les podrían coger. Todo era un cúmulo de sensaciones que entraban y salían, como igualmente desearía que entrasen y saliesen los dedos y la polla de Él. Su presencia estaba cada vez más patente en ella.

Bajó del taburete y sin mirar al chaval de gafas que le había hecho la foto, se marchó de nuevo hacia el fondo de la biblioteca, donde se accedía a la zona donde estaban los libros de veterinaria. Miró por los pasillos contiguos y vio que sólo había una chica que andaba ensimismada en un libro. Se fue hasta una esquina de la librería, y observó el libro de las 120 Jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade. Era una edición antigua, de las del lomo en piel y con protuberancias en su canto. A saber por cuantas manos lascivas había pasado dicho libro. Aun recordaba cuando lo leyó y como fue uno de los detonantes de su actual inclinación; cómo le enseño el otro mundo que había oculto al que estaba acostumbrada.

Se levantó la falda y empezó a frotarse el chocho con el canto. Las protuberancias que tenía le sirvieron para que el roce con su clítoris fuera más placentero. El tacto de la piel sobre su húmedo coño, la excitaban al tiempo que notaba como friccionaba su delicada piel. El hecho de saber que había tanta gente en la biblioteca, de poder ser descubierta en cualquier momento... le producían el morbo de lo prohibido al mismo tiempo que la intensidad del placer iba en aumento. Tanto ajetreo, tantos subidones de adrenalina y de calentones insatisfechos, hizo que no necesitase mucho tiempo para notar que su sexo respondía placenteramente y empezase su pelvis a convulsionarse ante la inminente llegada de su éxtasis. Cada vez sus movimientos se hicieron más y más rápidos y sus piernas se abrían y cerraban, apretando los lomos del libro, hasta que un espasmo de placer indicó que se estaba corriendo. Tal fue el gusto que le dio, que las piernas le temblaban y casi estuvo a punto de perder el equilibrio.

Regodeándose en su éxtasis estaba, cuando escuchó un gemido a su izquierda. Al mirar, vio a la chica que estaba ojeando el libro en el pasillo contiguo que tenía desabrochado el pantalón y su mano metida entre sus piernas. En su cara un rictus de placer le indicó que ella también estaba llegando al orgasmo. Por lo visto no era la única voyeur de la escuela. Le dedicó una sonrisa y se marchó hacia su sitio.

Cuando volvió a mirar el libro, este estaba completamente manchado de flujo vaginal. Al ser de piel, había absorbido todo su líquido sexual y una gran mancha recubría todo el libro. Sabiendo que así no podría devolverlo a su sitio, lo dejó entre los libros que había al lado suyo.

Al llegar a su sitio, empezó a recoger sus cosas para marcharse de la biblioteca. Tenía que ir a una clase que había en un edificio anexo, así que se disponía a salir por la puerta principal cuando el móvil volvió a sonar.

De Oimar:

Por hoy se acaba el juego. Pero antes quiero que dejes abierto tu bolso y que simules un choque con alguien en el camino hacia el edificio anexo. Se ha de caer todo lo que hay dentro de él.

El patio estaba abarrotado de gente y chocar con alguien no sería el problema. Avanzó hacia el edificio anexo, y cuando vio un grupo de chicos que venían hacia ella, simuló un choque, haciendo que los apuntes y su bolso cayeran al suelo. Todo el contenido del bolso salió desparramado por el suelo, inclusive el tanga y el consolador. Los chicos le ayudaron a recoger sus apuntes, pero cuando dieron con el consolador, se quedaron mudos mirándose unos a otros. Ella estaba completamente roja, más aun que el propio consolador. Lo recogió todo y lo metió apresuradamente en el bolso.

  • Oye, cuando quieras uno de carne, avísame, aunque igual no es tan rojo como ese. – dijo uno de los chavales tocándose el paquete y riéndose.

  • Si nena, cuando quieras divertirte ya sabes con quien tienes que contar. – dijo otro al tiempo que le sacaba la lengua.

Ella salió corriendo de allí, aunque no se dirigió hacia el edificio anexo, sino hacia el aparcamiento. Metió los apuntes en el maletero y entró en el coche. Se quedó un rato quieta, sin hacer nada. Simplemente pensando en lo que había sucedido. En cada una de las ordenes y disposiciones que Él le había dado.

Se sentía tan profundamente humillada y avergonzada. Había dado completamente la imagen de una zorra. De esas que sólo salen en las películas porno. Mañana sería la comidilla de internet y por supuesto en "emule" estaría su foto y su video. Desde luego que la gente ya no la iba a mirar de otra manera. Notaría las miradas sucias de sus compañeros y las de desprecio (y hasta de envidia) de más de una compañera.

Pero a pesar de todo se sentía orgullosa porque había sabido salir adelante de cuantas pruebas le había dispuesto Él, y no pudo dejar de pensar, en el placer que Él estaría sintiendo en cada una de las órdenes y viendo como se ejecutaban perfectamente. Y lo que era mejor, había notado su presencia en la Universidad. Tan cerca...

Sabía que cada día que pasaba, era un paso más que los acercaba y cada vez deseaba estar más en sus manos, sintiéndose una muñeca, un trapo que se usaba y se tiraba.

"Joder, si al menos me pudiera meter de nuevo el consolador en el coño".