Como en los viejos tiempos de soledad

Una noche en la que yo estaba justo en el día más candente de mi ciclo, y lo esperaba semidesnuda para hacer el amor desenfrenadamente, me llamó para anunciarme que esa noche, no dormiría conmigo... No había tenido la necesidad del “autoplacer” desde que conocí a mi hombre, pero ese día me hallaba yo sola, en mi habitación, excitada a expensas de la excitación ajena, y, naturalmente, sometida ante la gran necesidad de tocarme y estimularme yo misma...

COMO EN LOS VIEJOS TIEMPOS DE SOLEDAD

Siempre me han gustado los hombres que poseen ese estilo sexy y delatador de sus inagotables pasiones. No hablo de aquellos que se desviven por demostrar tras cada árbol que son unos vulgares mujeriegos. No. Me refiero a aquellos verdaderos hombres que saben perfectamente como seducir a una mujer desde que arrojan la primer mirada tentadora hacia los ojos mismos de su víctima. Es fascinante sentirse penetrada primero por unos bellos ojos retadores, antes de ser acribillada por el tórrido amigo de la entrepierna. Y, desde mi mucha o poca experiencia, considero que, la primera penetración (exitosa), garantiza que la segunda (tercera, cuarta, quinta...) valdrá realmente la pena.

Afortunadamente, he tenido la oportunidad de toparme con alguno de estos exquisitos especimenes humanos varones.

Cuando recibí mi primer sueldo trabajando como médico residente, en la especialidad de urgencias y medicina crítica, dentro de un reconocido hospital al sur de la ciudad, me vi en la necesidad -y en la posibilidad- de rentar un departamento en el octavo piso, a los alrededores de mi sitio de trabajo. Es difícil, en la ciudad en que vivimos, sobrevivir a las largas horas de trabajo en un centro de salud y combinarlas con la terrible espera en el tráfico para atravesar de lado a lado y llegar finalmente a refugiarse en el hogar.

Para ese entonces, yo había llevado una relación de casi cuatro años, con un chico encantador, apuesto, divertido y extremadamente sexual. Nuestra relación aun no estaba bien esclarecida; es decir, no había habido más declaraciones de interés y de cariño, que el tiempo que habíamos pasado juntos de esa manera, y bueno, algo de eso debía contar para que yo, sin objeciones, le hiciera una copia de la llave de mi primer departamento de soltera.

Cabe mencionar que para él también fue grata la adquisición, ya que trabajaba a tan solo a veinte minutos de mi nueva casa. Esto sugería que mi compañero pasaría más tiempo allí que yo misma, y por supuesto, no me molestaba en lo absoluto. Siempre habíamos vivido cada uno con sus respectivas familias y nunca pudimos contemplar como opción desbordar nuestras pasiones en su cama, o en la mía, así que, esta vez, nos resultaba bastante excitante tener un espacio fijo, sin horario y sin límites para poder realizar nuestras más ardientes fantasías sexuales, que desde que nos topamos, habían estado latentes.

Y así fue. Desde que prácticamente pasamos a vivir juntos, he disfrutado del sexo como nunca en mi vida. Jamás imaginé que un par de seres humanos pudieran ejercitarse diariamente y durante varias horas, de una manera tan extraordinariamente placentera y auténtica, como lo estábamos haciendo nosotros. Cada una de las veces que lo hacíamos, era maravillosa. Él tenía unas ideas exquisitas y siempre diferentes para hacer el amor; desde la típica crema chantilly, hasta la regadera, y la cocina. El toque mágico era que, a pesar de que ambos sabíamos en lo que íbamos a terminar, siempre empezábamos en el momento en el que menos nos lo imaginábamos. Esta situación era realmente adictiva.

Tal lo fue una noche en la que yo estaba justo en el día más candente de mi ciclo, y lo esperaba semidesnuda para hacer el amor desenfrenadamente. Me llamó para anunciarme que esa noche, no dormiría conmigo, que tenía que ir a casa por unos papeles que necesitaba en la oficina al día siguiente. Yo estaba como loca. Ese día en el hospital había tenido una carga de trabajo y estrés mayor que cualquier otro, y anhelaba con ansias encontrarlo en mi casa, desnudarlo, comerlo y montarlo como una yegua salvaje hasta depurar mi cuerpo de la más mínima pizca de tensión, y a la vez, disparar más alto mis niveles tan elevados de hormonas que llevaba corriendo por mi sangre, en un tremendo y reconfortante orgasmo.

¿Cómo era posible que muchas veces lo hiciéramos durante mi periodo en donde mis hormonas no me daban más que para una vez; y ahora que estaba dispuesta a bebérmelo todito, no iba a estar ahí para complacer mi lujuria?

No me quedó más que resignarme.

Colgué el teléfono, me fui a la cama y encendí el televisor. Estaba bastante molesta y comencé a cambiar de canal descontroladamente y sin prestar atención. De pronto, algo que emanó de los costados del televisor, entre un piquete de botón y otro, me hizo saltar y retroceder canales. Siguiendo aquello que me llamó la atención, me detuve en uno; apareció frente a mis ojos la imagen ideal que amenazaba con quitarme el mal humor: una chica, totalmente desnuda, recostada sobre su espalda, con las piernas abiertas como alas de mariposa, dejándose penetrar con un tremendo juguetote en las manos de otra chica, también desnuda y que estaba siendo lengüeteada en su jugosa vulva por un caballero a quien la toma no enfocaba más. No bastando con eso, deliciosos gemidos y quejidos de placer se dejaron venir a mis oídos hasta conectarse con mis músculos perineales y provocar riquísimas contracciones.

Estaba sintiendo una tormenta de excitación. Las contracciones vaginales me hicieron sudar, y emanar, en pocos minutos, la suave y dulce lubricación entre mis piernas, mientras continuaba concentrada en la cinta pornográfica que había hallado en tan apreciado día.

No había tenido la necesidad del "autoplacer" desde que conocí a mi hombre (yo tenía 22 entonces), y daba la casualidad de que 4 años más tarde me hallaba yo sola, en mi habitación, excitada a expensas de la excitación ajena, y, naturalmente, sometida ante la gran necesidad de tocarme y estimularme yo misma.

-Pues bien.- Me dije. –Como en los viejos tiempos de soledad-

Me levanté de la cama. Traía puesto un lindo y muy corto camisón de seda y encaje con el que me disponía a seducir a mi chico esa noche. Caminé en dirección al espejo y me miré. Tenía los pezones más duros y abultados que nunca; una tenue sombra tras el encaje los hacían extremadamente apetecibles. Entonces pasé una mano sobre una de mis tetas, suavemente, apenas tocándola. Tras el estimulante roce sentí una contracción más fuerte en mi vagina que me hizo cerrar los ojos y exhalar un espontáneo y corto suspiro.

Voltee a ver en qué iban mis virtuales compañeras de cuarto: una de ellas estaba en "cuatro", el caballero se la tiraba de una manera increíblemente excitante y ella gritaba desesperadamente del placer...

Tomé el control de la TV y aumenté 2 niveles el volumen.

Me miré de nuevo en el espejo, esta vez, directamente a los ojos un par de segundos. Luego avancé hasta el apagador de la luz, dejándome iluminar tan solo por los movimientos rítmicos y efusivos de las pieles de mis amigas extasiándose en la televisión. Fui a donde el cajón y extraje dos velas aromáticas, de sándalo y de jazmín; coloqué una sobre un buró y otra, sobre la cómoda. Las encendí.

Jalé una silla que estaba a la mano y la coloqué frente al espejo, que por cierto, abarcaba lo largo de la pared y lo ancho suficiente como para reflejarme a mí, a mis compañeras y a las tiernas velas encendidas. Me senté muy despacio sobre la silla; el movimiento lento me hacia sentir más fuerza erótica y mucha sensualidad. Entonces, solté mi cabello pardo y lacio hasta la espalda baja. Me sentía muy excitada, pero con la calma necesaria como para poder hacerlo todo muy despacio, hasta que desesperara y me decidiera a explotar.

Abrí un poco las piernas. En el espejo se observó una sombra encantadora que incitaba a hurgar... Pasé mis manos a lo largo de mis muslos en dirección a mi, hasta dejar ver mis pantys de encaje blanco y el debido trasfondo más oscuro y misterioso. No tenía en la cara algún gesto diferente al de lujuria y placer; mordía mis labios de cuando en cuando para liberar mi boca del beso que no daba a alguien en ese momento. Apresurada por mi rápida respiración y etéreos suspiros, metí los dedos índices de ambas manos tras los delgados hilos que sostenían las pantys en mi cadera, y de un solo movimiento, tiré hacia abajo hasta que un rollito de tela quedó esposando mis pies. Las hice a un lado.

Era increíble como la tenue luz de las velas, le daban tanto poder y tan perfecta iluminación a lo que yo quería mirar: Ahí estaba; jugosa y bella, indefensa y ansiosa, hambrienta, roja, exquisita, contráctil y cerrada, la entrada a todo mi placer.

Me acomodé un poco hacia atrás, apoye mi mano derecha sobre la esquina de la silla y subí mi pié izquierdo acomodándolo en contraesquina, en el afortunado asiento. Al fin pude deleitarme con un par de labios carnosos, deliciosamente rosados y brillantes que se separaban dejando ver una línea más profunda y oscura que me pedía agritos ser llenada. Accediendo a su deseo, coloque la yema de un dedo en el borde posterior de la jugosa fruta, para deslizarlo lenta y suavemente sin introducirlo aun, hasta el borde anterior. Así empecé a acariciarme de atrás hacia delante, apenas tocando y apenas soportando tanta electricidad y devastadora seducción. Había un mar de dulce fluido verdaderamente antojable e inevitable... Se me corto la respiración cuando di el primer empujoncito de mi dedo hacia adentro, y tuve que echar mi cabeza hacia atrás para magnificar el toque mágico y deleitarlo memorablemente. Poco a poco fui metiendo la punta de mi dedo y lo sacaba para darme ese espacio entre la desesperación y el placer.

Mhhhhh! Ahhhhh! Si!

Era lo único que podía decir.

Así, rendida ante tanta excitación, metí dos de mis dedos estratégicamente para estimular el maravillosos punto G: las yemas de mis dedos apretujaban con ligeros golpeteos el tercio proximal de la pared anterior de mi vagina, mientras que con el pulgar presionaba mi pequeño, pero erecto clítoris, haciéndome soltar un tremendo gemido que nada le pidió a mis amigas de la tele.

Ahhhhhhhh! Mhhhhhhh! Si!

Así, nene!

Mis ojos se ponían en blanco y mi respiración se entrecortaba con mayor rapidez. Mordía mis labios de la excitación y del gozo. No podía evitar imaginarme a mi chico succionando mi miel... meneando su lengua en mi vagina... mordiendo mi clítoris como sólo él lo sabe hacer...

  • Así, bebé! Así! Así! Ahhhhh! Más! Más, nene!

La silla se tambaleaba de tal forma que pude haber caído hacia atrás. Y yo necesitaba más... Así que saque mis dedos completamente enmielados y decidí irme a la cama.

Allí, me coloque justo en el centro, hincada, haciendo rozar mi vulva y mis labios mojados con las rugosas telas del acojinado edredón. Una vez más estalle en un gemido.

– Mhhhhhh!!!

La sensación de que fuera algo distinto a mis dedos lo que me penetraría me hacia ir de arriba abajo sobre mis piernas...

Tomé los tirantes del camisón y dejé que la gravedad hiciera su trabajo, un poco vencida cuando la prenda enlenteció al resbalar sobre mis pezones, y al fin quedó postrada la seda alrededor de mi cintura. Sentí mis tetas con la parte interna de los antebrazos, la sensación fue doble por ambas zonas erógenas. Eran dos masas firmes del tamaño de una naranja... o quizá un poco más grandes, pero duras; y elásticas a la vez. Mis pezones apuntaban ya hacia arriba y se contraían cada vez más mientras los frotaba entre mis dedos. Que dulce sensación...

Una conexión directa desde tales trufas hasta mi vagina me hicieron pegar un grito corto y exhalar una nube de lujurioso aliento. Mis ojos entreabiertos, mi lengua jugueteando, mis pezones erguidos, mi vagina haciendo llorar a mis muslos... Mi cuerpo, extraviando los sentidos...

Me disponía ya a provocarme el orgasmo, cuando de repente un par de manos ajenas tomaron y estrujaron suavemente mis senos desde atrás. Pude identificar, por la manera de tocarme, que mi hombre había vuelto.

No supe cuando y cómo entro a la habitación, y mucho menos supe como fue que ya estuviera de tras de mi , completamente desnudo y con su miembro totalmente erecto. No importaba mucho... Así que lo miré de reojo y le dije con la voz agitada y entrecortada:

¡Penétrame, nene! ¡Hazlo ya!

Entonces él me hizo a un lado el cabello, se acerco a mi cuello, pasó su lengua sobre mi oreja y me susurró:

¡Siéntela nena!

En ese momento empujo mi espalda hacia el frente para que yo quedara en cuatro, me cogió de las caderas y acomodó su precioso y duro pene en la entrada de mi vagina. Y empujó.

Me moría del placer... Tomé el edredón entre mis manos y lo apretuje hasta arrugarlo; gemí deliciosamente y me mordí los labios del placer: de un solo movimiento me lo metió hasta el fondo.

Él también exclamó un gemido a su manera y empezó a excitarme mucho más porque al compás de su entrar y salir de mi, me decía lo sexy que me veía masturbándome; me decía cuánto le encantaba tirarme, y cuánto yo lo había excitado mientras se desvestía espiando tras la puerta.

Y así, cada vez más fuerte, desde la punta hasta la raíz, su pene se deleitaba frotándose entre mis calidas y lubricadas paredes vaginales.

Yo ya no podía más. ¡Pero quería más! Y se lo gritaba:

Así, bebé! Más! Todo! Si, así!!

Si! Si! Si! Ahhhh!

Y él aumentaba la velocidad. Volteé hacia un lado y me percaté de que una parte de mí se alcanzaba a reflejar en el espejo: no tardé en focalizar mi vientre abultado que se expandía cuando mi chico me penetraba. Volví la vista hacia mi placer. Estaba a punto de explotar en un orgasmo que... había empezado ya.

Ahhhh! Cariño! Me estoy viniendo!!!

Ahhhh! Si! Si! Si! Ahhhhh.........!

El edredón de entre mis manos se retorcía. Mi vagina hambrienta se quería deglutir el pene de mi amante que la ultrajaba una y otra vez.... Me sentí viajar hacia lo más extraño y delicioso de mis emociones... Se detuvo mi respiración.... Solté mis ojos....

Luego de un largo exhalo, brotaron un par de lágrimas de mis ojos y balbuceé a mi chico:

Cariño... Eres increíble

Me erguí de nuevo sobre mis rodillas para que mi espalda rozara con el peludo pecho de mi amante. Él aun seguía adentro, y muy duro, así que di un paso hacia delante para liberar al ganador y buen merecedor de todos mis besos de la noche. Me voltee hacia él. Tomé su pene con una mano y comencé a frotar; con la otra mano tomé su cuello y su barbilla y le besé tiernamente. Su pene estaba completamente lubricado y eso hacia muy fácil que yo deslizara mi mano alrededor de él. Le pedí rápidamente que se recostara, a lo cual accedió sin titubeo. Sin dejar de frotar su pene un solo momento, me monté sobre él a nivel de sus rodillas, me agaché un poco llevando mis senos hacia su pene y lo coloqué entre mis golosas tetas, cobijándolo y apretándolo mientras las hacía subir y bajar. Él me miraba con la cabeza recargada en la cabecera y de cuando en cuando cerraba los ojos para intensificar su placer. Emitió excitantes pero cortos gemidos y exhalos.

Nena, eres magnifica!

Me encanta como lo haces!

Apenas podía decirlo de corrido.

Entonces intercambié la posición: le di un lugar más húmedo y caliente a mi querido amiguito lujurioso. Lo tomé entre mis manos fijándolo suavemente y di el primer lenguetazo sobre su pequeño ojo japonés, procurando meter apenas la punta de mi lengua en su delicada rendija. Seguí deleitando el manjar como si fuese un delicioso helado de chocolate en barquillo. Mi amante estaba loco de placer, me tomó la cabellera sin lastimarme y empujaba mi cabeza para que me lo comiera completito.

Espera cariño, tranquilo, no tengo prisa... Dije a mi querido vuelto loco.

Y aumentando su sufrir le peque una muy suave mordidita .

  • Nena!!! Exclamó.

Entonces pensé que ya era tiempo de ceder un poco. Abrí mi boca y lo dejé deslizarse hasta mi garganta mientras que con mi lengua y mis labios lo apretujaba al subir y bajar. Siempre me había sabido delicioso tal pedazo de carne y podría pasar horas enteras dándole placer. Entonces tomé sus testículos entre mi mano y entre una escapada también pude besarlos. Con la mano libre tomé su miembro cada vez más erecto y gordo, y lo envolví haciendo un poco de presión: lento... arriba....abajo.... Y ahora, más rápido, más rápido, más rápido...

Así nena! Así!

Y después de un espasmo impresionante de todo su cuerpo, salpicó mi cara su dulce semen el cual me deleitaba gustosa.

Se quedó dando pequeños exhalos y jadeos, mientras yo terminaba de esparcir su leche en mis pechos.

Levantó la cabeza y me sonrió pícaramente. Luego me llamó a su lado. Tomé el control de la televisión, que ya habíamos olvidado, y presioné el indicador del OFF. Me acomodé en su pecho y luego... el silencio.

Me tenía trazando líneas con sus dedos en mi hombro, y yo, en su pecho. Con los ojos cerrados los dos, apenas pude hablar:

¿No que no ibas a venir?

Mmmm, me gusta sorprenderte, aunque, esta vez.... la sorpresa fue para mí.

K.O.