Como el coco: Entre conchas

Una desbordada historia de sexo entre el sobrino, las tias y la sobrina.

Como el coco: entre conchas (I)

A los 22 años había fantaseado y vivido muchas cosas en el sexo, pero un incesto, nunca. Eso era algo inconcebible en mi cabeza. Pero la vida errática nos enfrenta aveces a situaciones que despedazan lo prejuicios.

Lo que voy a narrar ocurre en un período de de cinco meses y quince días en el que viví en el apartamento estrecho, caluroso y cómodo de mi tía Carla, quien para mi sorpresa no habitaba sola, como yo pensaba, sino que además allí vivían mi tía Ester, mi primita Lucy y Yuri, la empleada que trabaja de lunes a sábados de 6 de la mañana a 5 de la tarde. Viví, entonces rodeado de mujeres. Como diría un amigo: “vives como el coco: entre conchas”.

El apartamento era bonito y constaba de solo tres alcobas. Una de Ester, otra de Lucy y la última de la reina de ese hogar: Carla. Había un baño principal interno en la alcoba de ella y otro externo para los demás.

Fui bien recibido como el hombre de la casa, aunque nunca pensé que esa denominación iba a ser tan literal con el pasar de las semanas. Nadie, incluido yo le vio algo de malo el que durmiera en la misma alcoba con mi tía Ester, pues era la única que tenía dos camas y Lucy adoraba tener su propia alcoba y por nada del mundo me la dejaría a mi para irse a dormir con su madre. Ester incluso se alegró argumentando que por ser miedosa se sentiría mas tranquila con alguien en su cuarto, pues se había cansado de rogarle a Lucy que durmieran juntas.

Las primeras tres semanas transcurrieron sin mayores novedades. Me adapté un poco al temperamento cambiante y disímil de cada una de las mujeres que me rodeaban, sorteándome entre mis duras clases de finanzas en la universidad. Carla, mi tía mayor con mal contados 42 años en ese entonces, divorciada e imposibilitada para parir era en ocasiones mal geniada, seca y directa para decir las cosas, aunque por lo general bastante racional y por momentos dulce. Ester, la baby de mi abuelo, tenía 34 y era alegre, festiva y descomplicada. Una madre soltera vagabunda, pero juiciosa. Mi prima Lucy, hija de Ester tras una aventura loca de aquella a sus 20, por su parte, era la ternura en pasta que empezaba a sus 14 añitos a vivenciar cambios en sus hormonas. Yuri, tranquila, lenta y triste, era una madre soltera, algo fea que sin embargo se las arreglaba para ser simpática de vez en cuando.

Era entonces un cuadro de solitarios con el deseo bullendo en silencio. Silencio que empezaría lentamente a resquebrajarse por el lado más fácil: el del contacto visual.

Acostumbradas a vivir solas, era muy difícil que de buenas a primeras cambiaran su código de comportamiento solo porque un varón de la familia llegara a casa. Carla solía permanecer en sus acostumbradas camisolas de un solo color, de encajes que se ajustaban a su bien tenido cuerpo. Dejaba al descubierto el 40 por ciento de sus carnosos senos desmesurados que se constituyeron desde su pubertad en objeto de deseo, chistes y burlas. A veces yo me refería a ella como “mi tía la tetona”. Era la única que había heredado el tamaño jugoso de senos de su madre. Se colocaba esa prenda cuando llegaba del trabajo a las seis de la tarde y sabía que no tenía que volver a salir.

Ester, mas resuelta todavía, se colocaba una franela blanca de algodón que apenas si le cubría parte de sus exagerados muslos y que con cualquier movimiento de sus brazos se le alzaba regalándome a menudo una vista plena de sus graciosos pantys juveniles que ni su hija usaba; de florecitas, ositos, barbies o de piolín con el trasfondo oscuro de su espeso pelambre.

Lucy, sin malicia alguna, usaba ropaje muy similar al de su madre siendo más frecuentes sus tanguitas e hilos algo atrevidos aunque más por moda que con intención alguna de exhibirse.

Yuri por su parte fue siempre reservada con sus faldonas grises y sus franelas sin mangas poco o nada me regalaba durante las 11 horas que permanecía en casa.

Ese conjunto de visiones diarias que en un principio me incomodaron, sin darme cuenta se fueron convirtiendo lentamente en elementos sugestivos que inevitablemente me hacían fantasear un poco. Inicialmente eliminaba mentalmente a mis tías de mi cabeza masturbándome ávidamente a nombre de mis amigas de universidad. Era a ellas a quien imaginaba en ese ropaje ligero que a diario contemplaba en ese espacio tan estrecho. Pero a medida que pasaban los días ya eran mis propias tías las protagonistas de las películas que me inventaba mientras bajo la ducha mi mano necia agitaba mi pene con el frenesí del orgasmo. Luego de ver mi semen escurrirse por la rejilla del sifón del piso me sentía sucio y con un sentimiento de culpa. Pero me era difícil ser indiferente a los semidesnudos diarios de tres simpáticas mujeres. Los pechos gordos y morenos de Carla me entusiasmaban, el culo exagerado de Ester me embrutecía y la belleza y frescura de mi primita Lucy me embelesaba. Hasta la grisácea Yuri, sin culo, pero de tetas grandes y caídas me invocaba malos pensamientos. No había nada que hacer. Esa era mi realidad. Mis masturbaciones se cuadriplicaron en frecuencia. Lo hacía casi dos veces al día y sentía que enloquecía. Empecé secretamente a oler los calzones sucios de ellas que por descuido dejaban tirados de cualquier manera en los rincones más inverosímiles debido a los afanes de sus deberes. El aroma a orín y jugos vaginales vencidos me enloquecían. Las que más descuidaban sus ropas íntimas eran Carla en primer lugar, dejándolos tirados en su cama desordenada y Lucy a veces por ir tarde al colegio los olvidaba en cualquier gancho del baño o de su alcoba. Eso enriquecía mi delirio fantasioso y mi semen se derramaba a borbollones mientras mi nariz inhalaba viciosamente el vaho exquisito y femenino de una adulta y de una púber.

Dormía separado de Ester apenas por un metro de vacío entre las dos camas. Ella dormía por lo general boca abajo con sus piernas abiertas como compás geométrico. Pocas veces se arropaba.  Su corta franela se replegaba desnudándole su trasero y parte de su baja espalda. Aunque la penumbra no me dejaba ver yo llegué al punto de medio abrir la puerta de la habitación, encender la luz del pasillo para que difusamente se filtrara y obtener panorama hacia las nalgas grandes que apenas cabían en los ajustados calzoncitos infantiles de Ester. Las contemplaba un poco hasta excitarme tanto que me iba al baño de madrugada a darme una paja desesperada y loca.

En la cuarta semana de mi nuevo hogar, una noche de un martes a la una y veinte de la madrugada hice lo anterior descrito pero llegando al colmo de masturbarme allí mismo, sentado al borde de mi cama con los pies en el suelo frío y  mirando ese culo grande explayado a escasos metro con treinta de mis ojos como si solo en el mundo estuviera. Me saqué la picha dura y me hice la paja sin remordimiento alguno y sin quitar mis ojos un solo instante del trasero de mi tía. Esa noche extrañamente ella tenía una tanga color violeta que no dejaba casi nada a la imaginación y su espalda tersa estaba casi completamente desnuda. Eyaculé en el suelo delirando con ese par de lomas carnosas y con las medias sucias del día anterior limpie el semen. Me levanté con sumo cuidado, apagué la luz del baño y dormí como un angelito. No sospeché en ningún momento que Ester, mi tía querida, había contemplado todo. Eso sentenciaría mi futuro sexual durante el resto de estancia en esa casa y por el resto de mi vida

A la mañana siguiente a la hora del desayuno coincidí en la mesa con Ester. Mientras ella devoraba un huevo revuelto con panecillos yo esperaba a que Yuri me sirviera. Cuando estuvimos algo solos en la mesa una pregunta de Ester me dejó estupefacto. Quedé petrificado de susto y vergüenza, pero luego ella ayudó a disuadir un poco con una sonrisa pícara:

-“Ya lavaste las medias?”

Sonriente y sin dejar de mordisquear su desayuno continuó ante mi atónita mirada:

-“No te preocupes, eso es normal. Yo de joven también me masturbaba de vez en cuando. Claro que no ensuciaba nada jajaja”.

Y continuó diciendo con tranquilidad mientras yo me consumía de vergüenza.

  • “Hacía mucho tiempo que no miraba a un hombre hacerlo. Gracias por el show. Es bueno saber que todavía provoco a un joven como tu, aunque mi sobrino seas. De veras no te preocupes que hasta me pareció agradable”

No sabía que hacer o que decir. No sabía si darle crédito a las palabras de Ester. Era mi propia tía. No se si lo dicho era ironía, sarcasmo, u honestidad a ultranza. Prácticamente, lejos de ofenderse me estaba dando a entender que todo le había agradado y que me daba permiso para hacerlo. Era increíble. Apenas si la miré a los ojos y balbuceé una disculpa tenue. Me levanté sin probar bocado alguno y me marché a la alcoba para recoger mis libros.

Antes de marcharme Ester, lista para irse al trabajo y vestida con su uniforme bonito de color café, me tomó por mi brazo. Y me dijo en la puerta:

“Cariño, es en serio lo que te he dicho. No tienes por que sentirte mal. Las malas somos nosotras dándote espectáculo todos los días. Es duro para un hombre estar con tantas mujeres y no sentir cosquillitas. Yo te entiendo precioso. No te avergüences. No has hecho nada malo. Además, me…eh…bueno…debo confesarte que… me gustó mucho.”

Me guiñó el ojo y  dejo marcharme.

No pude concentrarme en las clases más que rememorando todo lo que había pasado. Primero, las imágenes del culo de Ester y luego en mis oídos retumbaba el sonido de su voz dulce diciendo “me gustó mucho” acompañados de cierta picardía en la mirada. Uahoo, estaba anonadado. Mi propia tía no se había ofendido con tamaña cosa, sino que estaba  encantada. Era increíble. Me sentí mas tranquilo luego, pero excitado con la situación. Que pasaría esta noche?  No sabría como comportarme. De todas maneras tenía vergüenza y me sentí estúpido por dejarme pillar así.

Casi de noche luego de la última clase tomé el autobús para regresar. Estaba asustado y estimulado con tanta carga emocional por todo lo que había pasado. Me bajé en la esquina y cuando atravesaba el parque vi que Lucy patinaba con otro par de amiguitas de su edad. La contemplé unos minutos y dimensioné cuán hermosa era. Esa niña, casi mujer estaba en la cúspide de su belleza y mis deseos hacia ella se aumentaban cada día. Tenía puesta una blusita de tirantas bien ajustadas y un pantaloncito rosado de lycra cortito para patinar cómodamente. Curiosamente no tenía nada exagerado. No era culona ni piernona ni caderona como su madre, tampoco tetona como su tía. Era más bien delicada y bien proporcionada con esa piel trigueña y tierna de jovencita iniciándose. Pronto salí de mi ensoñación y continué. Al abrir la puerta del apartamento escuché música disco de los años 70`s al fondo. Eso quería decir solo una cosa: Mi tía Ester estaba en casa. Vi el reloj que marcaba las 6 y 22 de la tarde. Me acordé que era martes y que Carla no vendría hasta las 7 pm pues tres veces a la semana iba a un gimnasio cercano. Yuri se había ya marchado, así que Ester y yo estábamos solitos. Mi corazón latía y no sabía como actuar ante la mirada y actitud para mi extraña de Ester. Todavía no me lo cría.

Dejé que las cosas pasaran. Decidí como siempre entrar a “nuestra” alcoba, como si nada hubiera ocurrido. Abrí la puerta y allí estaba Ester como siempre con su franela blanca raída que dejaba adivinar un estrecho calzoncito amarillo tenue y los pezones amplios en la cima de sus escasos senos. La hallé acostada en su cama leyendo una revista de modas. La salude con un besito en la mejilla como suelo hacerlo pretendiendo actuar con suma normalidad aunque por dentro me consumía de una mezcla, de excitación, intriga y vergüenza. Tomé mi pantaloneta negra  del Juventus y me fui al baño a vestirme. Cuando ingresé nuevamente a la alcoba mi tía estaba sentada en su cama en posición parecida al yoga. De repente me dijo:

-“Sobrino, cariño. Insisto en que te relajes. Ven siéntate que tu tía quiere que la complazcas en algo”

Obediente me senté al borde de la cama, justo en la misma pose en la que hacía 16 horas había sido pillado masturbándome.

-“No importa lo que yo haga ahora. Solo quédate allí sentado. Hagamos un ejercicio de… umm…bueno como le llamaríamos…de..ehhh…digamos…”rompe  prejuicios”. Cierra los ojos un momento y no los abras hasta que yo te diga.

Intrigado y obediente hice lo que pidió. Cerré bien los ojos y unos segundos después escuché la orden de poder abrirlos. Lo hice y lo que vi me hizo saltar el corazón. Mi tía estaba con su franela recogida hasta su panza, y con sus piernas bien abiertas dándome visión plena a su sexo que apenas si lo cubría un estrecho calzón en cuyo triángulo central estaba un inocente Piolín estirado y oscurecido por el negro azabache que de trasfondo formaban los pelos espesos de esa chuchota generosa. Grotescamente los pelos desbordados se asomaban sin ninguna estética por los lados de las tirantas finales del delicado e infantil calzón. Ester me miró a los ojos y cuando intenté, mas por vergüenza que por ganas, apartar mi vista de tamaño espectáculo, ella me incitó con su convincente voz a que la contemplara.

-“Acuérdate que es un ejercicio. No te asustes”

La miré asustado y turbado de excitación. Era Ester una bendecida de Dios, puesto que le había regalado abundante carnosidad en su sexo. Mi verga empezó a despertar poco a poco y no adivinaba a donde llegaría esto. Su voz me sacó de mi estado anonadado.

-“Si ves?. Se que te gusta mi chocho. No lo mires como el chocho de tu tía, sino como el chocho de una mujer cualquiera que deseas cogerte. Quita ese prejuicio de tu cabeza. Mirémonos como hombre y mujer y verá que nada de malo tiene.”

Mi tía había llegado lejos. Me estaba invitando a que la mirara como mujer. Vaya. Deseaba que la cogiera? . No lo podía creer.

-“Vamos quédate quietito y mira a tu tía. No te inquietes”

Lentamente se bajó el calzón allí sentada en su cama frente a mí. Lo bajó hasta poco más arriba de sus rodillas. Abrió las piernas y esa imagen sugestiva de su concha peluda a todo dar, explayada ante mis ojos medio oculta por la tiranta amarilla atravesada de pierna a pierna que formaba su calzón a medio quitar, desbordó mi excitación. Mi verga estaba prieta bajo el telar de mi calzón  y la pantaloneta de futbolista evidenciaba el bulto. Ester lo miró y me expresó:

-“Ves? . Te gusta mucho mi chocho. Tu cuerpo ya respondió. La tienes durita. Vas a reventar tu calzoncillo.  Ahora deja que tu mente goce. No la envenenes con prejuicios.”

Vaya. Esto si que era una clase clínica de psicología.

-“Sácala”

La verga?. Mi tía me pedía que me encuerara ?. No. Había escuchado mal seguramente

-“Anda saca tu palito. Quiero verlo. Goza. Mastúrbate como esta madrugada. Te doy permiso. Se que tienes ganas de hacerlo. Anda. Hazlo. Tu tía quiere verte. No la hagas desprecios”

Vaya si que era cierto. Mi tía me pedía que sacara mi verga. Atontado, obediente y sentado al borde de mi cama me bajé el calzón y la pantaloneta hasta verla caer al piso alrededor de mis pies. Mi verga enhiesta, crecida y latente pronto se convirtió en el punto de foco de la mirada lujuriosa y perversa de la hermana menor de mi padre. Sin quitar mí vista de ese chocho peludo y provocador me hice la paja más rica de mi vida. Ester me exhortaba con sus palabras:

“Así, anda, date duro. Pélate ese banano rico. Anda pajeate así, hmmm como le gusta a tu tía. Anda hazlo a nombre de este chochito tuyo. Caliéntame asi. Hmm…que rico….ahhh…que vergota…..ahhh…si sobrino…uyyy…”

Hasta que finalmente los chorros de leche en curvas parabólicas empaparon el borde del colchón de su cama, el madero del larguero y el piso. Ella se divertía y gozaba contemplando las palpitaciones de mi verga cuando exhausto me incliné un poco hacia atrás y la deje libre a su vista. Los últimos chorritos sin fuerza brotaban y se deslizaban por el tronco de mi pene hasta mojarme mis bolas. Ester se incorporó y por primera vez sentí sus manos temblorosas y suaves acariciarla levemente. Con un dedo recorrió mi falo para recoger el semen espeso que caía. Lo acercó a su nariz y luego con ademán de puta pornográfica lo restregó alrededor de su  dilatado chocho. Incluso empezó a masturbarse.

Yo estaba extasiado, aún sin reponerme de semejante ensoñación. Ester se restregaba con notable habilidad el dedo por su botoncito. Se fue calentando tanto que balbuceaba banalidades incoherentes. Luego, más por desespero que por otra cosa me pidió que me la cogiera.

.-”Anda, no te quedes allí, ven...ahhh...necesito tu verga..hmmm…dame verga.”

Me levanté de mi letargo con la vara reendurecida por nuevos bríos y me acomodé en su cama con desespero evidente. Ella, complaciente y con ansiedad de perra en calor acostada boca arriba dobló las piernas encogiéndolas y abriéndolas como alas de mariposa ofreciendo otro rostro de su chocha peluda.

Justo cuando deslizaba mi glande sobre esos pelos abundantes, oscuros suaves y la vez espesos, justo cuando la puntita de mi palo  olió el calor húmedo de los repliegues de esos labios mayores carnosos y se disponía a hurgar hacia el fondo de esa gruta, escuchamos el chasquido inconfundible de la puerta de acceso principal del apartamento al cerrarse. Carla había llegado con su perfume de jazmín exagerado y sus inseparables tacones altos que usaba para simular si baja estatura. Apenas si hubo tiempo de medio vestirse, aunque fuera una sola pieza cada uno y encender la T.V. Cuando dijo “Buenas noches”, y se asomo bajo el vano de la habitación ya cada uno estaba en su cama. Pareció no haber notado nada raro. Y la verdad nada raro había, solo uno olor penetrante a sexo reciente que gracias a Dios por el afán no percibió.

El ejercicio dio resultado. Ahora solo podía pensar en cogerla. No me importaba que fuera mi tía. Era solo una mujer que deseaba y me deseaba.

Era entonces un comienzo ineludible. El sexo incestuoso con Ester era un hecho consumado. Era solo cuestión de esperar y el acceso carnal se consagraría.

CONTIUNARÁ

Por favor agradezco todos sus comentarios.

Gracias y hasta pronto.