Como el coco: Entre conchas (5: Final)

Yuri también entra en la fiesta, pero toda esta historia acaba tristemente.

Pasaron dos meses y medio y secretamente gracias a mi carácter discreto, al interior de ese hogar había una oleada de sexo incestuoso insospechada hasta por las propias protagonistas. Carla disfrutaba los domingos de largos y enérgicos polvos alimentados por mi morbo a sus adictivas tetas que pese a su inicial resistencia se convirtieron con el paso del tiempo en el receptor de mis eyaculaciones. Esther, mas tranquila que las demás disfrutaba de una buena verga cada vez que se le antojaba, puesto que teníamos intimidad cotidiana garantizada, mientras que con Lucy debía robarle las escasas oportunidades que el azar de los horarios cruzados de cada quien nos brindaba.

Así, me sorteaba y me desgastaba entre ese trío exquisitamente prohibido de mujeres necesitadas de un hombre que las consintiera, las acariciara, las halagara, les conversara cosas dulces al oído, las deseara y les hiciera sentirse amadas.

Esther, la más vivaz de las tres, me sorprendía a veces creativamente rompiendo las rutinas como la vez que me espero en babydoll, ligas y medias veladas negras. Su calzón rojo escarlata se dibujaba pleno y sexy. Al desnudarla me encuentro con la agradable sorpresa de su amplio chocho, pero afeitado. Lo había hecho por variar. Me sorprendí entonces de cuan exacta suele ser la genética a veces. En las afueras de esa concha, la más grande de todas las que hasta ahora he visto, estaba dibujado con sorprendente similitud el lunar marrón que Lucy, su hija tenía justo en el mismo sitio.

Esa vez tomé a mi tía, la senté en su cama con sus muslos abiertos y recogidos y dejé que mi lengua hiciera una fiesta prolongada en ese sexo que tanto lo merecía. Le chupé y lo chupé hasta el cansancio que solo a punto de rendirme fue que mi tía experimentó un fuerte y violento orgasmo.

Lucy fue por su parte la tierna aprendiz, ingenua y amorosa que me regaló los momentos mas sentidos. Hacíamos el amor en los rincones más impensables, siempre aprovechando las cortas ausencias de Yuri. No obstante tuvimos para nosotros varias veces algunos sábados por la tardes. En uno de ellos anduvimos jugando desnudos por todos los espacios de ese apartamento. Hicimos el amor como traviesos en la cocina, en el baño de Carla, en la cama de su madre sin sospechar si quiera que allí mismo también a su progenitora me la cogía, en su alcoba, en el sofá en el pasillo etc.

Esa tarde sobre la cama de su tía la coloqué a cuatro patas y la enseñé a disfrutar con creciente complacencia del sexo anal. Fue un sábado cumbre. Pues mi atracción hacia el sexo anal con mujeres de bonito culo se empezaba a cimentar.

Cualquier tarde de esas, sin intención previa, con Carla y Esther en sus labores y Lucy en el colegio, me hallé pronto como otras veces solo con Yuri.

No me atraía de a mucho, pero la promiscuidad exagerada al interior de ese hogar me había creado un vicio morboso y mental. Quería culear con todas. Quería alegrar a la triste Yuri de culo negado, de tetas indescifrables y rostro poco agraciado.

Lo intente de manera vulgar y descarada. Mas sin optimismo que otra cosa, pero inesperadamente la cosa resultó. Ella estaba picando cebollas en la cocina. Su falta larga y descocida llegaba hasta sus pantorrillas. Su blusa ancha y sin mangas se ajustaba de cualquier modo a su extraño cuerpo cuyas tetas apenas si resaltaban.

Había tomado un baño y me coloqué la misma sudadera de aquel domingo maravilloso en el que seduje a Carla. También sin calzoncillo esta vez. Me coloqué en el vano de la cocina a decirle piropos baratos a los que ella hacía caso omiso o apenas sonreía.

Me le acerqué y simplemente la abracé por su cintura desde atrás. Ella no musitaba palabra, ni hacía gestos de nada. Permanecía impasible como siempre. Detuvo su labor, colocó el cuchillo a un lado sus manos encebolladas se agarraron del filo del mesón. Fue el único indicio diciente de un “adelante”.

No puso resistencia a mis intensiones. Seguí adelante. Mi palo endurecido lo recosté a sus escasas nalgas para que lo sintiera y con mis manos necias, mientras besaba su cuello sudado, agarraba sus tetas que sorpresivamente me resultaban jugosas. Ella musitó más con deseo que con control:

  • “No. No. Porque me haces esto? “

  • “Eres preciosa y me calientas”

  • “Mentiroso”

Entonces por toda respuesta me saqué la verga, tomé su mano sucia de cebolla y la puse a que me la agarrara. Se resistió al principio sin muchas ganas y luego abrazó mi estaca dura con sus cinco dedos sintiéndola palpitar.

  • “Y porque la tengo dura?. Hace rato te deseo mi amor”

Se giró y la tuve frente a mí. Su mirada avergonzada esquivaba la mía. La tomé por la barbilla y la besé. No respondía. Sus labios quietos se negaban a besarme, pero su mano acariciaba mi verga lentamente. Ese era su dilema: la indecisión. Insistí tanto y sin rudezas que pronto sus labios empezaron a responder y me sorprendió con un inusitado beso apasionante. Muy profundo y delicioso. Esta mujer tenía ternura para dar. Su mano tomó morbosa confianza y masturbaba mi verga con ímpetus de desespero.

Le fui quitando su blusa y mis ojos atónitos se embelezaron al ver sus senos tan jugosos y preciosos. Eran casi del mismo tamaño de los de Carla. Solo que mas claros y separados. Ella misma con ansias sobrevenidas de sus mas profundos deseos reprimidos por mucho tiempo como supe después, se quitó el sostén y dejó para mi deleite esas tetas grandes que nunca sospeché que tuviera por estar ocultas tras sus ropas anchas. Esparramadas a lado y lado, se mantenían deliciosamente erguidas con sus pezones pequeños y aureolas ovaladas y amplias de un bonito rosado. Que tetas!.

Las hice mía, no podía esperar, para eso no tenía paciencia. Mi boca saboreó el salado del sudor que resbalaba por ese par de lomas redondas y carnosas. Las apretujaba, las mordisqueaba con ansias renovadas mientras Yuri gemía por vez primera. Dios que goce, que disfrute. La fijación oral por las tetas grandes se me acrecentaba viciosamente.

  • “Yuri, que tetas tienes, corazoncito!”. Le exclamaba a menudo

Nos fuimos al sofá y allí sentada le puse mi verga para que la chupara. Me miró dudosa  Me dijo con voz vencida:

  • “Yo no soy experta en eso”

No le dije nada, solo permanecí impasible con mi verga parada a centímetros de su boca. Cerró los ojos, abrió su boca gruesa como de negra y engulló buena parte de mi falo. La que no era experta después no quería despegarse de chupar, chupar. Ni Esther con su obsesión resistía tanto chupando a ese ritmo. Yuri sacudía su melena en un vaivén a ratos violento. Su chupada estaba deliciosa y yo tocaba el cielo en un gozo exquisito. Vaya sorpresa con esta mujer que aparentemente no prometía nada. Chupaba como una verdadera puta, como la más famosa de las actrices porno. Me sentía como un actor novato frente a una gran puta veterana de mil películas.

Me iba a llegar y le avisé con anticipación.

-“Yuri, me voy a llegar, me vengo, me vengo, ahhhhh”

Las primeras oleadas de semen se fueron a lo profundo de su boca y solo los últimos y espesos escupitajos resbalaron entre sus sensuales senos. Vaya, no dejaba de sorprenderme. Esta mujer hacía de todo. Porqué no intenté seducirla antes. Que tal si fuera experta en eso.

Siguió lamiendo la verga sucia y hasta los huevos metía en su boca humectada. Que sensaciones tan ricas. Nos fuimos a la sala y me senté en el sofá contiguo a el que ella tomó a concentrar nuevas energías. Mi palo un poco mas blando, aún estaba lo suficientemente duro como para una cogida. Ella así lo comprendió. Me entretuve un rato con sus sorprendente senos de fantasía y luego le pedí que me cabalgara. De pié frente a mi se alzó la falda para que yo le bajara el calzón. Era una pieza envejecida de algodón color azul cielo. Al bajarla descubrí otro tesoro precioso. Un suave pelaje oscuro más redondo que triangular adornaba su sexo precioso. El olor a jugo vaginal era más fuerte que el de Esther, Carla y Lucy juntos. Tenía la chucha más estética de todas. Daba gusto contemplarla. No me contuve. No me imaginé chupando su chochota, pero ese olor me encantaba sumado a la belleza de ese sexo tierno. Mi lengua saboreó esos jugos penetrantes y un calor de horno invadió mi boca. Ella abrió un poco las piernas mientras yo arrodillado en el suelo como perrito pequinés oliendo el sexo de una perra grande le comía literalmente su concha deliciosa. Ella deliraba mientras sus jugos atiborraban mi barba y mi nariz se enredaba en sus suaves pelos.

Ella desesperada por fin dijo algo contundente en medio de su ardiente goce desesperado:

  • “Por favor. Ya. Cógeme. Penétrame. Quiero sentirlo dentro!”

No la torturé más. Me senté en el sofá con mi estaca recuperada y palpitante. Ella casi de un brinco se ensartó el hoyo de un golpe. Mi verga se fue toda en su gruta y su pelaje se enredó con el mío. La cabalgada fue briosa, violenta y reflejaba su ansiedad. Sus enormes senos bamboleaban frente a mis ojos al sacudirse ella en un mete y saca sin precedentes. Su concha estaba muy caliente, casi calcinaba mi pene. Su calor infernal recorría mi cuerpo y el disfrute desbocado me hicieron ser consciente de que un segundo polvo no demoraría mucho en concretarse.

Yuri casi gritaba. De la silenciosa y gris mujer no quedaba ni rastro. Ésta era la Yuri amando hasta el cansancio. Su represión de catorce meses tras haber sido abandonada por su marido, como me contaría después, la estaba expulsando a raudales. Yo me complacía con mi goce y viéndola a ella gozar en una locura increíble.

Mi verga iba a estallar otra vez. Ya era inevitable y lo sentía venir. El calor de ese horno carnoso me estremecía. Con mis manos en sus nalgas la impulsé hacía arriba para liberar mi pene ardiente de ese calor de cueva, pero ella lo impidió con el argumento urgente de que se le había ido el período hacía dos días y no estaba fértil. Entonces liberé mis ansias y me corrí dentro en esa cueva. Se la inundé de crema tibia al tiempo que ella contraía hasta su sombra sumida en un fuerte orgasmo espasmódico.

Fue maravilloso el haber hecho moñona en esa casa. Con Yuri en las tardes de diligencias de Carla tuve garantizado en las últimas semanas de mi estancia en ese hogar una intimidad capitulada en polvos de ensueños

Toda esa magia culminaría pronto para infortunio mío. Los celos de mujeres heridas son peligrosos. Pueden tumbar imperios enteros. Todo el castillo de naipes sexual que había tejido a lo largo de esos cinco meses se vino abajo en un solo día.

Lucy y yo cometimos un error un viernes tras haberse ido Yuri. Convencidos de que estábamos solos en el apartamento nos arrebatamos a darnos sexo desenfrenadamente. En el pasillo ella con sus tetas al aire y arrodillada se metió media verga en su boquita. Me la estaba mamando rico mientras yo, elevado en un inconsciente mundo de fantasías, me apoyaba en la pared entre gemidos y risotadas. Nos divertíamos en desbordada travesura. De pronto Carla, como una nube gris nos apareció en escena atraída y extrañada al escuchar desde su alcoba los jadeos y los gemidos. Vio ese cuadro fatal para ella. Su sobrina en calzones y sin sostenedores arrodillada y sacudiendo su cabeza, tragándose la misma verga que ella tanto gozó el domingo anterior.

Por un momento el tiempo se congeló y mis ojos atónitos solo se fijaron en los de ella llenitos de horror. Sentí que hasta el corazón me dejó de latir. Lucy soltó mi estaca y se levantó de un brinco posándose detrás de mi tremendamente asustada y avergonzada. Tanto Lucy como yo creímos estar completamente solos, y como fantasma y de la nada Carla nos cogió a Lucy literalmente con las manos en la masa.

Fue una pena que los celos y la indignación de Carla la dominaran, bofeteó a su sobrina, llamándola puta, perra, zorra, etc., mientras a mi me corría de su casa. Jugaba con la doble moral. Yo defendí a mi primita asumiendo toda la responsabilidad, pero eso no le bastó. Mas tarde lo contó a Esther mientras yo hacía mis maletas. Esta última, indignada por que le tocaron a su hija, también me condenó al exilio, aunque fue más racional y reposada. Castigó a Lucy de muchas cosas, de patinar, jugar y hasta de tener salir por varios meses.

Me daba pesar con mi primita, pues quedó como la mala de la película, cuando todas habían comido del mismo pastel. Yo solo me resigne y pedí disculpas. Luego me marché. Pasaron años para volver a pisar ese edificio.

El largo tiempo haría que las cosas se arreglaran un poco, aunque nunca nada llegó a ser igual. Pasarían también otras cositas ricas aisladas que tal vez se las narre en otra historia.

Espero les haya gustado éste relato. Muchas gracias por todo.