Como el coco: Entre conchas (4)

Por fin Carla cae.

Para estar otra vez con Lucy echa mujer, tuve que ansiosamente esperar cuatro largos días. Fue hora y media no más entre cinco y seis y media de la tarde que estuvimos solos otra vez por cosas del azar. No desaprovechamos la oportunidad. Decidimos hacerlo en el baño, por si sorpresivamente alguien llegaba. Solo era cuestión de que uno de los dos saliera mandado para la alcoba y listo.

Así que desnudos en el baño y un par de toallas listas y tiradas en el suelo de cualquier manera era el escenario. Lucy se sentó en el inodoro sobre el peluche del forro decorativo de la tapa. Sus piernas bien abiertas me ofrecieron su capullito recién desvirgado. Ese chochito inmensamente provocador adornado por ese curioso lunar me despertaba todos los instintos. Mi lengua juguetona saboreó las mieles suaves de sus jugos que pronto inundaron los repliegues labiales. Exquisitez abundante. Su pepita endurecida reafirmaba su loca excitación que expresaba con gemidos profundos con su voz aún de niña. Vencida y ansiosa, me pidió con un quebrado “cógeme primito” que la penetrara, pero yo deseaba jugar con ella hasta el mismo desespero. Le pedí que se arrodillara frente al inodoro y fui yo quien se sentó.

Le ofrecí mi pene parado y comprendió que debía mamar primero. Lo hizo con mayor confianza que la vez anterior. Su rostro hermoso con el ceño fruncido y de cejas encogidas iba y venía a lo largo de mi miembro. Lo mamaba con un gusto único. La tomé luego por el par de moños de su abundante cabello y la forzaba a mi ritmo y con cierta violencia a mamar y mamar mi falo.

La sentí agotada, así que decidí que ya era hora de darle de comer a su desesperado chocho.

La cogí desde atrás, en pose de perrita. Así como estaba de rodillas a cuatro patas. La tomé por las caderas y con la visión hermosa de sus nalgas blancas y suaves, desfondé en su chochito suavemente. Tenía ganas de encularla pero era demasiado aún para esta niña. Todo a su paso mejor. Le ardió la concha al principio, pero luego mi verga dura entró toda en su raja estrecha. Mientras se acostumbró a su calibre, Lucy se quejó un poco. Luego ella misma impuso su ritmo yendo y viniendo hacia delante y hacia atrás metiéndose y sacándose mi verga. Fue una delicia ese momento sentirla mujer. Mirar esos moños de niña grande, esa espalda tersa y desnuda que resolvía mas abajo en un bonito culo juvenil.

Ella gozaba tanto y deje que se acostumbrara al vaivén de mi vara en su sexo. Decidí entonces darle su primera ración real de verga tal como se las doy a mi tía.

Me senté en el inodoro y le ensarté la chucha con ella sentada encima de mí. Sus preciosos senos en mi rostro, su barriga contra la mía, mi pelo púbico arrastrándose contra la parte externa de sus sexo, sus muslos apoyados en los míos, y mis manos en sus nalgas para ayudarla a bajar a subir. Mi sexo estaba totalmente tragado en el suyo. Las sensaciones de éxtasis, de calor, de estrechez, de humedad eran tal que mi ansioso cuerpo pidió pronto mas ritmo.

La deje cabalgar a su inexperto ritmo mientras me deleitaba con sus pezones en mi boca, pero luego la besé en su boquita salada y la forcé a bajar y subir con rapidez sorpresiva. El mete y saca le sacudía el cuerpo y sus tetas se meneaban como gelatinas. Sus gemidos se hicieron fuertes y descontrolados. Su rostro desencajado evidenciaba el primer gozo real del sexo. Hasta ese momento supo que significaba “levantar a verga” a una mujer. No la dejé descansar ni un segundo.

Luego la tiré en el suelo sobre el tapete y me encimé en su cuerpo. Tomé el control absoluto. Mis manos en sus batatas mantenían sus piernas abiertas y alzadas para tener plena vista de mi palo entrando hasta las venas en su depilada chuchita de niña grande.

Mi primita estaba rica  hermosa. Estaba entregada y su cuerpo se contraía hasta la locura. Su gemido fue tan hondo y lujurioso que temí que se pudiera oír en los apartamentos vecinos. Era su primer orgasmo.

Aumenté el ritmo del mete y saca hasta los limites de la violencia. Con mis brazos apoyados en el piso a lado y lado de su cuerpo tumbado tenía palanca para ensartar con fuerza en su sexo. Mi pelvis golpeaba fuertemente contra su vientre en un clap clap clap audible a varios metros.

Con morbosa agonía retiré mi pene mojado de su túnel para dejarlo vomitar libremente encima de su pancita. Hasta yo mismo me sorprendí de la cantidad de semen retenido que salió de mi cuerpo.

Nos relajamos en el suelo con un beso eterno. Hasta nos dio tiempo de bañarnos calmadamente y luego vestirnos. Nadie nos interrumpió

A la mañana siguiente tuve ganas de cogerme a Esther. Me levanté temprano y con grotesca alegría me saqué la verga aún flaccida para darle golpecitos en su rostro y despertarla. Trataba de hacer literal lo que a veces ella me decía: “a mi me gusta que me despierten a punta de verga”

Se despertó, me la chupó aún en su entresueño. Mi verga se agrandó en su boca. Luego de darme una dulce mamada me acomodé para quitarle el calzón. Le tenté el bulto de su enorme chocho y me di cuenta de que había mucho más bultito del normal.

-“Amorcito, estoy en semáforo rojo. Prohibida la entrada por estos días. El periodo me   llegó anoche, o sea que no podremos culear hasta el sábado o domingo. Lo siento precioso. Ven papito pajeate en mis tetas”

Me encime con mis rodillas hundidas en la almohada y me la cogí por la boca. Mi verga ansiosa y frustrada de no sentir el calor húmedo y único de su conchota generosa entraba y salía de su boca complaciente a manera de culo.

Luego me acomodé un poco más hacia atrás y me masturbé con fuerza hasta derramarme entre sus pequeños senos. A ella le fascinaba sentir el nectar caliente. Luego me dijo con irónica burla y voz gruesa de recién despertada:

  • “Te va tocar cogerte a la señora amargada estos días, ja ja ja”

Se refería a Carla.

  • “En serio, a esa le falta una buena verga, pa` que se le quite el mal genio”

Yo en mi interior deseando que eso fuera posible. Le dije entonces a Ester con mi verga ya ablandada entre sus senos mojados y con gesto chistoso:

  • “Tendré que sedarla y amarrarla primero ja ja ja”
  • “Que va!. No es tan difícil, ella con unos traguitos del vino se pone blandita. Las barreras están en tu cabeza solamente.  O acaso tu Imaginaste antes que podías cogerme como puta?

Me parecía increíble que mi propia tía mojada con mi semen a las cinco  y cuarenta y dos de la mañana me estuviera exhortando a que me cogiera a su hermana mayor. Eso rebasaba los límites. Pero tenía razón. Carla, amaba los vinos y eso no se me había ocurrido. Las amarras están en la mente. Yo deseaba a Carla y podía intentarlo, porque no?

Esa idea se convirtió en mi nueva obsesión tras haber conquistado Esther y luego a Lucy. Porque no a la distante Carla cuyos senos me hacía soñar?. Porque no a esa cuarentona atractiva que lleva años sin compañero de cama?. Por que no si ella es otra mujer como cualquier otra con deseos, impulsos y frustraciones y yo otro hombre dispuesto a satisfacerla. Tal vez su amargura era por falta de sexo.

Fui al supermercado ese mismo martes por la tarde después de clases y compré dos botellas de vino blanco que sé que tanto le gusta.

Durante esos días no hubo sexo. Esther impedida y sin momentos a solas para estar con Lucy me alejaron de los chochos. Auné vigor y fuerza mental para el domingo seducir a Carla, ni yo mismo me creía estar en semejante plan. Había perdido toda vergüenza, pudor y temor después de haber evolucionado en mis instintos incestuosos con mi tía y su hija. Vaya si había cambiado. Ni yo me reconocía.

Como se había planeado, desde el sábado por la tarde Esther y Lucy se fueron al pueblo a visitar a mis abuelos y no regresarían sino hasta el domingo por la tarde. Eso me dejaba solito con Carla, pues Yuri trabajaba los sábados medio día y descansaba los domingos.

Llegó el anhelado sábado. Seis y veinte de la tarde. Me tomé un baño, me lavé y me perfumé hasta las bolas. Me coloqué un pantalón de sudadera con los que suelo trotar de vez en cuando y dejé mis calzoncillos guardados. Me quedé sin camisa. Carla, estaba en su alcoba con la puerta abierta. También se había acabado de bañar como lo suele hacer los sábados por la nochecita.

Aburrida y resignada al televisor. Sus piernas desnudas y explayadas sobre la cama se veían esa noche más provocativas. Tenía puesto un short de lycra bien corto y cómodo de esos que usan los ciclistas color blanco. Una blusita de algodón escotada y de tirantas delgadas bien pegada a su cuerpo apretujaba los senos grandes y sin brazier.

Irrumpí en su alcoba con la botella de vino blanco y dos copas. Yo sonreí con nerviosismo y ella extrañada y sorprendida quedó en silencio observándome. Le expliqué que yo solo quería compartir agradecidamente con ella. Que se lo merecía. Que nunca yo como huésped no había tenido detalle alguno con ella etc.

Luego de convencerla se vino con migo algo sonriente para la sala de estar. Allí empezamos a conversar de muchas cosas mientras la primera botella se iba consumiendo. Puse a sonar un  cd de salsa romántica que tanto le gusta y animada por los tragos empezó felizmente a tararear las melodías y a mover su cuerpo sentada en el sofá frente a mí.

Lentamente la fui seduciendo con piropos cada vez más recurrentes y a veces pasaditos de tono: “qué bonita está”, “su cara es bonita cuando sonríe”, “lástima que soy su sobrino”, “con ese cuerpo no tiene nada que envidiarle a las amigas de Lucy”, “Tía, sus pechos son tan hermosos que apuesto que todos sus alumnos en el colegio fantasean con ellos”, “que privilegio estar a solas con usted”,  etc.

Esther tenía razón. Como de blanda era Carla con tragos encima, pues a todos esos comentarios, a veces obscenos ella sonrojaba y sonreía con un tímido “gracias” entre sus labios.

Yo paciente esperé hasta que la primera botella quedó vacía. Yo estaba oreja caliente con las copas de vino, pero tenía la percepción de mi Carla lo estaba un poco menos que yo. De todos modos ya nos sentimos desinhibidos.

Destapamos la segunda botella y fue cuando me atreví a sacarla a bailar. Yo no amaba la salsa, pero ante una mujer así ni que pensar.

Ella aceptó gustosa y feliz. No dejaba de sentirse sorprendida por tantos halagos. Empezamos a bailar separados moviéndonos desprevenidamente. Era inevitable contemplarla. Se veía tan sensual y seductora a la vez. Sus pechos rebotaban el uno contra el otro de manera espléndida y mi morbo se me iba a la cabeza. Creo que ella se daba cuenta de que tanto yo se los miraba. Sus pezones se dibujaban tan claramente sobre el algodón de esa tela mágica.

Sonó luego de más de cinco canciones una lenta bachata que tanto le gusta. La repetimos varias veces y fue el acabose. Nuestros cuerpos se juntaron lujuriosamente con el detonante de sentirnos un tanto hebreos. Mi pene se endureció y al no estar represado por calzoncillo alguno salió a flote inflando el algodón de mi sudadera gris. La abracé más fuertemente. Ella reclinó su cabeza en mi hombro y sus masas se apretaban contra mi bajo pecho. Su panza recibía la dureza de mi pene y mis manos empezaron a  no quedarse quietas mientras acariciaban su espalda.

Todo estaba a punto de pasar. Era evidente que ella notaba mi erección, y no me había prohibido acariciar su espalda.

Mi boca buscó su oreja y con mi lengua le lamí por detrás del pabellón. Una corriente electrizó su piel que se puso de gallina y un suave y gutural gemido me indicó deseo de su parte. No fueron necesarias las palabras. Todo estaba servido. Las nueve y treinta y dos de la noche marcaba el reloj de pared.

Mi rostro encontró el suyo y dos miradas cómplices y silenciosas se dijeron un si mutuo. El beso inevitable, largo, profundo y pecaminoso sobrevino por la inercia del deseo que desconocía tabúes en ese momento. Nos entregamos como si fuera el último beso.

Nuestros pies se detuvieron y en la soledad de ese apartamento que se nos hizo gigante nuestras mentes se comunicaban a otro nivel. Solo había espacio para el goce de ese beso que sellaba otra etapa.

Mis manos bajaron hasta sus escasas nalgas y las de ella se arrasaban con ansiedad desbordada sobre mi espalda desnuda. Sus caricias firmes eran tan cálidas.

Metí mis manos entre el telar de su lycra y la desnudez de su piel y me sorprendí al hallarla también si prenda íntima. Sus nalgas cálidas y suaves me embelesaban.

Ella se sentó en el sofá a contemplar mi abultada erección. Tomó las tirantas de mi sudadera y lentamente y mirando fijamente a mis ojos me despojó de mi única prenda. Mi verga la tuvo apuntando a su boca que no hizo esperar.

Fue un instante increíble. Su mano delicada masturbó mi miembro y de un solo golpe lo entró en su boca cálida. Su mamada era elegante, suave y firme como ella. Ni Esther me la había mamado así. Una onda de energía incalculable recorría mi cuerpo mientras aún incrédulo miraba Carla meter y sacar mi sexo de su boca. Bendito incesto. Bendita mi tía. Era el cielo.

Alzó sus brazos y el momento cumbre llegó. Me pidió ayuda para que le quitara la blusa. La tomé por la costura y de un tirón suave la tuve en mis manos. Lancé la prenda hacia un lado y mis ojos desorbitados tuvieron un orgasmo visual al deleitarse con la fantasía de sus senos. Eran mucho mas hermosos y estéticos de lo que mi morbosamente los había podido imaginar. Las aureolas perfectamente redondas y oscuras culminaban en un pezón erecto y seductor de belleza indefinible. Esas tetas morenas y jugosas se mantenían sorprendentemente paraditas como de jovencita.

Me arrodillé y como niño hambriento posé mi boca sobre los senos más hermosos del mundo y que hasta estos días ningunos otros han superado. Mamé, lamí, chupé, succioné y mordiqué hasta el cansancio con la complacencia de Carla que era totalmente consciente de que tan deseoso era yo de sus masas.

Ella los apretujaba el uno contra el otro para que yo me deleitara en ellos. Me puse de pié y mi verga entró en el canal generoso que forma ese bello entre seno. Ella con sus manos apretaba sus tetas aplastándolas contra mi verga hambrienta que se deslizaba morbosamente entre ellos. A veces la metía en su boca para humedecerla. Luego mi vaivén se concentraba entre sus tetas. La llamada paja rusa era la primera vez que la experimentaba de veras con un par de senos que alcanzaba para arropar completamente mi miembro.

Satisfecho de cumplir un sueño y evitando llegarme tan pronto. Decidimos tácitamente irnos a la alcoba. Nos fuimos como novios tomados de la mano sin musitar palabra alguna. Se quitó la lycra y el olor a concha mojada inundó el espacio. Al igual que Esther, la tenía peludita aunque mas recogida y estrecha. Sus pelos negros formaban un triángulo delgado y bien definido. Ella deseaba ser cogida. Su actitud y su mirada no me daban espera.

Se acostó en su cama doble boca arriba con sus muslos abiertos en postura de parto y sus senos humedecidos apuntando al techo. Simplemente me acosté encima y ensarté hasta lo más hondo mi verga en su concha. Me sorprendió cuán caliente y deliciosa se sentía. No se si era cosa de los tragos y el delirio.

Empecé un mete y saca violento y Carla por fin gimió con ganas y sin cohibirse. Luego musitaba:

  • “así, así, así, dale duro, duro, cógeme duro, dame así, hmmmmm”

Sus palabras fueron subiendo de volumen y luego de algunos minutos mi tía solo gritaba unos “ays, ayyss, ahhhss”  fuertes que se silenciaron en un expresivo y convulsivo orgasmo. Sus uñas arañaron un poco mi espalda y sus piernas encogidas como tenazas apretaron mi cadera obligándome a quedarme quieto. Ello aceleró mi delirio y la eyaculación fue inevitable. Me vine dentro en su chucha vencida. Mi orgasmo aunado al de ella hicieron de ese instante uno de los momentos cumbres en mi vida sexual.

Hicimos el amor como a las dos de la mañana y el domingo entero fue nuestro.

Sobrios y conscientes nos sinceramos y juramos secretamente seguir amándonos. Me confesó que sentía celos de Esther, pues yo dormía con ella.

  • “Te la has cogido?”

  • “No, tía, nunca.”, Le mentí.

No dejó de dudar y sentirse avergonzada por haber tenido sexo con su sobrino. Pero yo la convencí de que tan solo éramos hombre y mujer y que después que todo fuera un secreto y fuéramos sinceros nada de malo tenía. Fuimos conscientes de que la vida seguiría su curso y que tarde que temprano eso acabaría, pero que mientras tanto disfrutáramos.

En días postreros su ánimo cambió y todos se extrañaban. Esther insistentemente me preguntaba si yo me estaba culeando y mentirosamente le dije una y mil veces que no, fiel a la promesa a Carla.

Institucionalizamos el domingo como día para el sexo. Le esperábamos ansiosamente para desbordarnos.

No me cambiaba por nadie.

CONTIUNARÁ

Les estoy profundamente agradecido por esos comentarios que me alientan a continuar escribiendo. Mis muy sentidos agradecimientos a todos. Créanme que haré lo posible para no defraudarlos. MUCHAS GRACIAS.