Cómo domar a la fiera de mi madre
Mi madre se lo buscó y yo disfruté de ver como domaban a la fiera de mi madre. ¡Y cómo la domaron!. Historia real al 100%, ¿o no?
Esta historia transcurrió en verano cuando tenía unos 16 años.
Mi madre tenía unos 38 años, pelo castaño, algo menos de un metro sesenta y cinco, con un cuerpo escultural de buenas tetas, buen culo y piernas largas, torneadas y fuertes.
Estaba pasando unos días en la playa con mis padres, que habían alquilado un apartamento.
Después de estar varias semanas tomando el sol en la playa, mi madre estaba escandalosamente morena lo que realzaba todavía más su atractivo sexual.
Ese día habíamos pasado la mañana en la playa y, al ser más de las tres de la tarde, volvía caminando con mi madre, llevando la bolsa de la playa.
Mi padre hacía tiempo que se había ido de la playa y estaría tranquilamente en casa leyendo el periódico, esperándonos para comer.
Hacía un sol espléndido pero también mucho calor y, dada la hora que era, las calles estaban vacías.
Mi madre llevaba puesto solamente un bikini amarillo que la estaba muy apretado, que la marcaba sus pezones, la raja de su culo e incluso su vagina. No la gustaba ponerse un vestido cuando estaba mojada, por lo que estaba en la bolsa de playa que yo llevaba.
No recuerdo el motivo, pero veníamos caminando por la calle discutiendo acaloradamente.
La discusión se fue calentando y gritamos, por lo que mi madre estaba muy enfadada.
Delante en la calle por donde caminábamos había un hombre.
Tendría unos treinta y tantos años, delgado, bastante bajo, de un metro cincuenta y poco, vistiendo solamente un bañador azul corto, pegado al cuerpo, y unas sandalias.
Al ver a mi madre, una sonrisa de oreja a oreja cruzó su cara de oreja a oreja, y se puso a mirarla fijamente con ojos lujuriosos. Se la comía literalmente con unos ojos que recorrían su cuerpo, fijándose sobre todo en sus tetas.
Empezó a decirla cosas, barbaridades, lo que la haría, como lo haría, lo buena que estaba.
Mi madre que, ya estaba muy enfadada, le respondió de mala manera, se encaró con él, gritándole, llamándole cosas como hijo de puta o cabrón.
El hombre la grito, también enfadado, que por que iba conmigo, que si no vería lo que es un hombre, no como el cabrón de su marido, que se la follaría por todas partes.
Ella todavía se encrespó más, le increpó, discutieron.
Yo estaba callado, mirando estupefacto el mal cariz que tomaba la discusión que estaban teniendo, y que podían agredir a mi madre.
Mi madre le dijo que eso habría que verlo, que se fuera a follar a su puta madre.
Siguieron el intercambio de insultos y gritos, y, ante la insistencia del hombre de que si estuviera sola no hablaría así y ya vería lo que la pasaba, mi madre me gritó que me marchara, que me fuera a casa, que ahora iría ella.
No sé si la escasa estatura del sujeto, así como su escualidez, la envalentonó aún más, pero parecía decidida a acabar físicamente con él.
Intenté quedarme, llevarme a mi madre, pero ella furiosa insistió, me obligó a irme, empujándome incluso.
Caminé varios metros alejándome deprisa, sin dejar de mirar hacia atrás.
No me prestaban ninguna atención, como si ya no estuviera. Continuaban discutiendo de forma violenta, gesticulando, hasta que de pronto, el hombre se lanzó hacia mi madre y la pegó una terrible bofetada, más bien un puñetazo con la mano abierta, en la cara, que disparó a mi madre hacia atrás, sin tirarla al suelo.
Me quedé paralizado viendo como ahora el hombre se lanzaba otra vez sobre mi madre, y la daba otra enorme bofetada en la cara que la arrojó hacia atrás, desapareciendo detrás de la esquina de un edificio, fuera de mi vista.
Me acerqué corriendo para defender a mi madre y, al doblar la esquina, vi al hombre al lado de mi madre, que, de un tirón, la arrancó violentamente la parte superior del bikini, descubriendo sus tetas.
En ese momento algo cambió en mi mente, como si hubieran pulsado un botón cambiándome a otro estado totalmente distinto. La visión de las tetas de mi madre, me dejó conmocionado, paralizado, disfrutando en un instante de lo hermosas que eran, enormes, redondas, erguidas, con pezones rojizos como cerezas saliendo de aureolas casi negras.
Mi madre chilló, intentando cubrirse las tetas con las manos, pero el hombre la empujó entre unos coches aparcados y la agarró la parte inferior del bikini, tirando de él y arrancándoselo, dejando la vulva de mi madre al descubierto.
La nueva visión me dejó nuevamente aturdido, y noté como mi cipote se ponía inmediatamente tieso y rígido como empujado por un resorte hasta ponerse totalmente erecto.
Una fina tira rectangular de vello corto en la zona del pubis dejaba entrever la entrada a su vagina.
El hombre la volvió a empujar hacia uno de los coches aparcados, obligándola a tumbarse boca arriba encima de su capó.
Impidió que juntara sus piernas, las abrió aún más, y se colocó entre ellas, sujetándola para que no se moviera, bajándose a continuación su bañador de un tirón.
Mi madre chilló desesperada algo así como un “¡No!”, pero enseguida dio paso a un grito, que me pareció una mezcla de dolor y de placer.
El hombre, de espaldas a mí, comenzó a moverse adelante y atrás con rapidez, mientras sujetaba a mi madre que intentaba escaparse.
Desde donde estaba solamente veía parte de las piernas de mi madre, estando el resto oculto por los glúteos blancos y fibrosos del hombre que no paraban de moverse adelante y atrás.
Ya no quería ayudar a mi madre, sino disfrutar del espectáculo de ver como se la follaban desnuda.
Detrás de donde yo estaba, había una escalera que subía a una plataforma, desde la que podría ver todo sin que me vieran.
Subí rápido por la escalera y me acerqué sin hacer ruido al lugar.
¡Cuánto más me acercaba, mejor se oían los chillidos que daba mi madre!
Llegue al borde de la terraza y me agaché con cuidado, pasando la cabeza por debajo de la barandilla metálica, y miré con cuidado hacia abajo.
Unos tres metros debajo de donde yo estaba, vi otra vez al hombre, de pies, moviéndose adelante y atrás.
¡Y a mi madre, totalmente desnuda, tumbada boca arriba sobre el capó del coche!
¡Sus tetas se bamboleaban adelante y atrás, adelante y atrás, por las brutales embestidas del hombre! ¡Tenía sus tetas al aire, totalmente expuestas a mi mirada! ¡Enormes, nada las cubría, solo se movían! ¡y como se movían! Me quedé como hipnotizado mirándolas, ¡cómo se movían!.
¡El hombre se la estaba follando! ¡Su cipote aparecía y desaparecía dentro del coño de mi madre!
Ahora él también estaba desnudo, entre las piernas de mi madre, moviéndose rítmicamente adelante y atrás, adelante y atrás, ¡follándosela!
¡Las tetas eran enormes, muy morenas aunque blancas próximas a los pezones!, ¡me hipnotizaban, no podía dejar de mirarlas, como se movían, se bamboleaban!
¡Sus pezones parecían cerezas que salían de aureolas grandes y oscuras!
Me fijé en su cara, con los ojos cerrados y la boca medio abierta. No paraba de gritar de placer.
Él jadeaba, sudando, mientras la sujetaba por las caderas para follársela mejor, resoplando en cada entrada y salida de su cipote.
Había un ruido que me costó comprender de donde venía, ¡era el producido por los cojones del hombre golpeando con el perineo de mi madre!
La levantó las piernas, se las puso sobre los hombros, una a cada lado de la cabeza, y atrayéndola más hacia él, continúo follándosela cada vez con más energía y rapidez.
Una de sus manos, la derecha, soltó la cadera de mi madre y la agarró una teta, sobándosela con ganas, sin dejar de follársela, pero enseguida volvió a agarrarla la cadera para volver a follársela más rápido.
Sus embestidas eran cada vez más rápidas y enérgicas.
Las tetazas de mi madre se movían cada vez más, adelante y atrás, adelante y atrás, se bamboleaban como flanes sin perder su redondez, su consistencia maciza.
De pronto, paró de follársela, emitió una especie de gruñido y su cara cambio, mordiéndose los labios. ¡Había tenido un fuerte orgasmo!
Todavía con la polla dentro, la miró con una sonrisa feroz a la cara, luego bajo su mirada a las tetas y al coño, y la desmontó.
Su verga, aún después de haber descargado, era enorme, totalmente desproporcionada en relación al tamaño del sujeto, inundada de venas anchas y azules que se extendían a lo largo y ancho del enorme pollón. Además la tenía llena de esperma amarillento y espeso que incluso goteaba por el polvazo que acababa de echar.
Entonces todavía sonriendo ferozmente, dijo, con tono despectivo, a mi madre:
- Tú te lo buscaste, zorra. Te dije lo que te iba a hacer y no me creíste.
Cogió del suelo las bragas del bikini de mi madre, se limpió con él la verga, sin perder su sonrisa de suficiencia, tirándolo a continuación. Luego cogió su ropa y se la puso.
Mi madre mientras tanto continuaba tumbada boca arriba sobre el capó del coche, sin moverse, con los ojos cerrados y las piernas totalmente abiertas, mostrando su coño recién follado.
La entrada a su vagina totalmente abierta, rebosaba del esperma del hombre que la acababa de follar.
Ya vestido, el hombre tiró de los brazos de mi madre e hizo que se levantara del capó del coche. Estaba entregada, no oponía resistencia. ¿Dónde estaba la mala leche que tenía hace un momento?
En ese momento se volvió a dirigir a mi madre diciéndola:
- Todavía no he acabado contigo, zorra. Esas tetazas que tienes bien merecen más atención.
Me volví a fijar en los melones de mi madre, que lucían espléndidos, y en sus pezones que parecían pitones.
Una vez puso a mi madre de pies, el hombre la asió por la cintura con una mano y con la otra comenzó a sobarla las tetas, los pezones.
Una de sus manos bajó de su cadera a sus nalgas, agarrándolas con fuerza, sosteniéndola para que no se cayera, más que para que no huyera.
Luego bajó su boca a una de las tetas y comenzó a besarla, a lamerla, a restregarse una y otra vez en ella.
El hombre deslizó la mano que le acariciaba las tetas a los glúteos y los cogió con fuerza, pasando su boca de una teta a otra sin dejar de lamerlas y besarlas.
Ahora estaba frente a ella, hundiendo su cabeza en las tetas de mi madre, restregándose sobre ellas y lamiéndoselas con ansia, con sus dos manos agarrándola los glúteos, magreándoselos con fuerza.
Las tetazas estaban brillantes y chorreando de las babas del enano que la comía las tetas.
Mi madre reaccionó, reflejando en su cara que la encantaba como la comía las tetas. Tenía las mejillas encendidas y sus ojos semicerrados, mientras se mordía sus gruesos y sonrosados labios, disfrutando del momento.
El culo de mi madre exhibía sobre su blancura las marcas coloradas que la dejaban los dedos y las manos del magreo al que la estaban sometiendo.
De pronto, la hizo girarse y la puso boca abajo sobre el mismo capó del coche donde se la había follado, poniéndola con el culo en pompa. Con una mano la sujetó para que no se moviera mientras que con la otra comenzó a azotarla los glúteos.
Los azotes sonaban con fuerza y mi madre comenzó a lanzar pequeños grititos, aumentando su volumen en cada azote que recibía.
Sus nalgas habían adquirido un intenso color rojo por los azotes que estaba recibiendo.
El hombre estaba sudando otra vez, y de pronto dejó de darla de azotes, se bajó nuevamente el bañador y la metió de un solo golpe todo el cipote por el culo.
Mi madre chilló como una auténtica cerda en celo en un matadero, y se revolvió violentamente intentando quitarse la taladradora que la perforaba por detrás, pero el enano la sujetó con fuerza las caderas y la espalda, y empezó a bombear enérgicamente, una y otra vez, hasta que de pronto el hombre paró su ritmo frenético, y, más que gritar, rugió como si fuera un león que se acabara de tragar un antílope, hembra por supuesto. ¡Se había vuelto a correr, el muy hijo de puta, y dentro del culo de mi madre!
Aún con la polla dentro, se agachó y la dio un buen magreo en las tetas, para luego soltarla y desmontarla, cogiendo del suelo las dos piezas del bikini de mi madre para marcharse tranquilamente con una sonrisa de satisfacción en los labios, no sin antes decirla con desprecio:
- Ahora sabes, zorra, por qué me llaman Pepito el rompeculos. No te olvides, y cuéntale, con detalle, al cabrón de tu marido como perdió tu culo su virginidad.
Mi madre se dejó caer al suelo, sentándose acurrucada al lado del coche donde la habían violado, sodomizado y azotado, y la oí llorar amargamente.
A lo lejos oía silbar alegremente al hombre que acababa de violarla, mientras se alejaba paseando sin prisas por la calle.
Me di cuenta en ese momento que mantenía una fuerte erección que levantaba la tela delantera de mi bañador.
Después de unos minutos dejé de oír a mi madre, la vi incorporarse temerosa y medio agachada entre los coches, posiblemente tanto de dolor como de vergüenza, y mirar a todas partes. No se veía a nadie.
¿Qué es lo que pensaba hacer? ¿Pedir ayuda o irse totalmente desnuda a casa recorriendo las cuatro o cinco calles que faltaban para llegar a nuestra casa?
La vi recuperar sus zapatillas que estaban tiradas por el suelo, una aquí, otra allá, y que, milagrosamente, no se las había llevado como a su bikini.
Se puso en marcha hacia nuestra casa, al principio con paso titubeante, mirando recelosa a todas partes, cubriéndose las tetas y la vagina con sus manos, hasta que, ante lo desiertas que estaban las calles, comenzó a ir poco a poco más rápido, incluso corriendo, exhibiendo su coño y sus enormes tetazas bamboleándose sin pudor.
Viendo cómo se marchaba, bajé de la plataforma donde estaba y me dispuse a seguirla, entre excitado sexualmente y alegre por que la hubieran humillado y bajado los humos.
Quería disfrutar hasta el final, sin que mi madre lo supiera, de la excitante humillación que estaba sufriendo, incluso ahora al correr desnuda por las calles expuesta a la vista de todo el mundo.
Corrí detrás de ella para no perderme detalle, sin dejar de fijarme en sus glúteos, como los movía, como se bamboleaban y mentalmente volví a ver cómo, hace un rato, la daban de azotes y la taladraban, lo que me entonó todavía más.
La vi desnuda cruzando la calle, corriendo, moviendo las caderas frenéticamente, y fui detrás como pude, ya que la fuerte erección que tenía dificultaba mis movimientos.
Para ser una mujer a la que acababan de violar y sodomizar, se movía pero que muy bien. Debería tenerlo bastante dilatado, no era la primera vez que se la metían.
Me crucé con un hombre que salía de un portal, y al ver la enorme erección que tenía me miró asombrado, y me dijo:
- Pero ¿a dónde vas así chaval?
Y se alejó a mis espaldas, sin haber visto a mi madre, pero yo no la perdía de vista.
Sus glúteos, parte morenos y parte blancos, brillaban sudorosos al sol, mientras seguía corriendo, atravesando otra calle.
Un coche venía en sentido contrario por la misma calle que mi madre corría desnuda.
Un par de chicos jóvenes lo conducían.
Les oí que gritaban a mi madre:
- ¡Tía buena! ¿Adónde vas? ¡Vente con nosotros, que te llevamos!
Me vieron también a mí que corría detrás de ella y a la enorme erección que tenía, por lo que me gritaron:
- ¡Corre, chaval, corre! ¡Que ya es tuya! ¡Vaya polvazo la vas a echar!
Tanta excitación les despistó y el coche se desvió dando de refilón contra otro coche que estaba aparcado, para seguir su marcha sin detenerse.
Mi madre continúo corriendo, sin pararse ni mirar atrás. Yo detrás, a varios metros, olvidando ya que me podía ver, que podía ver a su hijo persiguiéndola con el cipote tieso como un palo entre las piernas.
Un borracho, sentado en la acera, miraba perplejo como pasaba mi madre a su lado corriendo desnuda y la dijo balbuceando:
- ¡Señora, que se ha olvidado la ropa en casa!
Mascullando excitado a continuación:
- ¡Vaya tetas! ¡Vaya culo! ¡Vaya chocho! ¡Están para comérselos!
La siguiente calle era la de nuestra casa.
¿Qué iba ella a hacer al llegar al portal? ¿llamar al telefonillo de nuestra vivienda para que mi padre la abriera? ¿qué le diría cuando mi padre la viera desnuda al abrir la puerta? ¿qué había perdido el bikini por el camino y no se había dado cuenta hasta que mi padre abrió la puerta?
De pronto, vi que se paraba y se agachaba agazapada, en cuclillas, entre dos coches aparcados, mirando atentamente hacia nuestro portal.
Había dos matrimonios de mediana edad hablando en la puerta de nuestro portal. Uno de los matrimonios eran unos vecinos que nos saludaban y conversaban frecuentemente con mis padres, por lo que conocían a mi madre y seguro que también la reconocerían desnuda.
Esta vez la había dado vergüenza que la vieran desnuda. ¿Será que iba despeinada con tanta corrida?
Yo estaba parado en la acera a varios metros detrás de mi madre, disfrutando de la visión excitante de sus nalgas, sin que ella notara mi presencia.
Me dieron ganas de bajarme allí mismo el bañador y hacerme una paja descomunal, pero el miedo a que alguien me viera y me denunciara era mayor, por lo que me reprimí a duras penas.
La conversación entre los dos matrimonios estaba llegando a su fin, y estaban a punto de despedirse y marcharse, cuando de repente, apareció en escena un perro, un gran danés enorme, y solamente mi madre se dio cuenta de su existencia cuando la montó por detrás, justamente en el momento en que estaba con el culo en pompa a punto de salir corriendo hacia nuestro portal.
Mi madre se cayó hacia delante por la embestida del perro, poniéndose a cuatro patas, lo que aprovechó el perro para metérsela por detrás, provocando que mi madre chillara de dolor y de sorpresa.
Nada más metérsela, el perro empezó a moverse muy rápido adelante y atrás, adelante y atrás, sujetándola con las patas delanteras para que no escapara.
El chillido de mi madre alertó a las dos parejas del portal que fueron a ver que sucedía.
Nada más ver al perro follándose a mi madre, gritaron asombrados, pero no por ello dejaron de disfrutar de la escena, se quedaron pasmados viendo como el perro montaba a mi madre.
Por donde había llegado el perro apareció su dueño, buscando al animal, y al ver el espectáculo se quedó paralizado durante unos segundos, exclamando a continuación:
- ¡Ya decía yo que corría tras una perra en celo!
Mi madre intentaba en vano quitarse al perro de encima cuyo peso la mantenía a duras penas a cuatro patas sin poder levantarse.
Algún vecino se asomó a la ventana para ver qué ocurría en la calle, avisando enseguida a voces al resto de la casa para que vinieran a ver como un perro se tiraba a una mujer.
Las voces retumbaron en todo el vecindario y enseguida casi todas, por no decir todas las viviendas, tenían a gente mirando por la ventana. Incluso mi padre se asomó en la terraza mirando hacia abajo.
El perro poco a poco dejó de moverse adelante y atrás, permaneciendo enganchado a mi madre sin moverse y sin dejar que se levantara.
Alguien comentó de desmontar al chucho, pero nadie se atrevía a hacerlo dado el enorme tamaño del animal, por lo que miraron al dueño incitándole para que actuara, pero el hombre, encogiéndose de hombros, dijo muy docto y serio:
- Hay que esperar a que se suelte él. Si forzamos nosotros haremos un daño irreparable a la mujer y al perro. Además el perro seguro que nos muerde, y con la fuerza que tiene, puede hasta matarnos.
El argumento de que el perro mordiera a alguien fue el que impidió que se actuara.
Pues nada, nos pusimos todos a esperar a que el perro descargara todo lo que tenía dentro de mi madre. No sin dejar de disfrutar del espectáculo, sobre todo de las tetazas de mi madre que en esa posición colgaban como melones maduros.
Un montón de curiosos, de todas las edades y condiciones, se fueron acercando al lugar para ver en vivo y en directo el espectáculo. Más de uno tomó fotos y algún otro preguntó si era un caballo lo que la estaba montando.
Entre el público había un chaval de unos doce años que se sacó su polla erecta y empezó a masturbarse sin ningún pudor, pero enseguida le recriminaron, obligándole a dejar de hacer lo que más de uno quería hacer en ese momento: meneársela.
Un par de personas de unos veintitantos años se abrieron paso entre la gente hasta colocarse al lado de mi madre y del perro. Eran un hombre con una cámara y una mujer muy delgada con un micrófono. Querían grabar el polvo y entrevistar a mi madre, verdadera protagonista de esta historia, ya que suponían que el perro no iba a decirles mucho.
Se agacharon al lado de mi madre y la entrevistadora la preguntó:
- Buenas tardes, señora. Es para el Canal Sur Televisión. Queríamos hacerla unas preguntas, y espero que sea tan amable de respondernos.
Lo primero que queríamos preguntarla, es ¿cómo ha llegado a esta situación? ¿qué ha pasado?
Como mi madre no decía nada, solamente tenía la vista fija en el suelo, sin atreverse a mirar a nadie, la entrevistadora volvió a preguntarla:
- ¿El perro es suyo?
A esta respuesta respondió el dueño indicando muy orgulloso que era de él.
La entrevistadora echo una ojeada sin interés al dueño, y siguió concentrada en mi madre, volviéndola a preguntar:
- ¿La ha violado el perro o ha sido con el consentimiento de usted?
Mi madre seguía callada, sin levantar la cabeza para mirar, por lo que después de unos instantes, volvió a preguntar:
- ¿Dónde está su ropa? ¿Ha salido desnuda a la calle? ¿Se la ha quitado alguien?
Como seguía sin contestar, pasó a la siguiente pregunta:
- ¿Acostumbra a mantener relaciones sexuales con animales?
No obtuvo respuesta, por lo que soltó irritada una retahíla de preguntas:
- ¿Se encuentra usted bien? ¿está sorda? ¿no puede hablar? ¿entiende lo que la digo? ¿habla mi idioma? ¿es extranjera? ¿de dónde viene?
Como el silencio por parte de mi madre continuaba siendo absoluto, la locutora ya hastiada, apagó el micrófono y dijo de muy mala leche:
- ¡Será puta, la jodida! ¡Jode en pelota picada con un perro en público y ni se digna a contestar, la muy puta!
En eso que llego también un par de policías municipales, un hombre y una mujer, que metiéndose entre la gente, se colocaron atónitos en primera fila, mirando fijamente a mi madre sin saber qué ocurría ni qué hacer.
Enseguida les explicaron lo que estaba pasando y lo nada recomendable que era separar a la parejita.
Como no sabían que hacer, la primera decisión que tomaron fue intentar despejar el lugar, obligando a la gente que se marchara. No todos lo hicieron, pero los que lo hicieron, fue poco a poco, no sin quejarse y echando siempre más de una mirada expectante a la feliz pareja.
La mujer policía trajo una manta sarnosa del coche policía y cubrió, como pudo, el feliz acoplamiento.
Apuntaron en sus libretas datos del dueño del perro y de varios asistentes, entre los que se encontraban los vecinos que conocían a mi madre, y que no tuvieron ningún problema en decir su nombre y donde vivía, señalándolo incluso con la mano.
Todavía tardó poco más de un minuto el perro en desengancharse, y lo hizo tan tranquilo, como si no pasara nada, levantando la pata y meando en la rueda del coche aparcado más próximo para irse a continuación con su dueño.
El todavía largo y colorado pene del perro causó murmullos y silbidos de asombro y envidia entre el público asistente e incluso se oyó algún aplauso desde las terrazas cercanas dirigido al perro.
Oí algún comentario que decía:
- ¡Vaya cacho rabazo tiene el chucho y la ha metido todo ese solomillo por el coño a la tía! ¡Debe tenerlo como una caverna para que entre algo así! ¡Seguro que no es la primera vez que la meten esos rabazos enormes!
La mujer policía ayudó a mi madre a incorporarse, que, a pesar de estar tapada con la manta, exhibía unas tetazas enormes y un coño bien abierto con tanta follada. Tanto los espectadores como el hombre policía se la comían con los ojos.
Se oyeron voces, sobre todo de mujeres, que la decían cosas, que era una calentorra, una puta, una viciosa asquerosa de la peor especie. Unos hombres riéndose la decían que si quería un buen rabo que les llamara. Otros preferían llamarla tía buena, que querían más, entre risas.
Mi madre, muy digna, sin decir una sola palabra y mirando siempre al suelo, fue conducida hasta el coche policía y se fueron con ella, luego me enteré, a la comisaría.
La quisieron encarcelar por escándalo público, pero al final se retiraron todas las denuncias y salió de “rositas”, aunque eso sí, a mi madre no la quitaron los polvazos que la echaron ni la vergüenza que paso.
Fue noticia en televisión y salió en los periódicos, con fotografías incluidas y detalles escabrosos que no correspondían exactamente a la realidad ya que la ponían como exhibicionista y depravada sexual a la que la gustaba mantener relaciones sexuales con las bestias.
No volvimos a esa playa ninguna vez más, pero guardo un muy buen recuerdo de ese verano, un recuerdo muy excitante, al menos sexualmente, aunque posiblemente mi madre no sea de la misma opinión, ¿o sí?.