Cómo disfruté de mi madre toda la noche

Una madre de mediana edad que va a pasar toda la noche sola en casa y un hijo que lo sabe y desea follársela.

(CONTINUACIÓN DE LA TRILOGÍA “LAS VIOLACIONES DE MI MAMÁ EN CASA”)

Han pasado varios meses desde que disfruté viendo detenidamente como a mi madre se la follaban varios individuos, uno detrás de otro, en nuestra propia casa.

Por supuesto, yo también me la beneficié, aunque sin que ella se percatase, e incluso la serví bien abierta de piernas para goce de nuestros lujuriosos vecinos.

Horas después la policía la encontró mientras unos mendigos se la follaban en el parque.

Dicen que fue violada, pero, por lo que yo vi y participé, más bien diría que fue una violación consentida, que ella disfrutó tanto o más que los folladores.

Después de esta experiencia, estuvo mi madre varios meses en rehabilitación tanto física como psiquiátrica, dependiendo de médicos y  de pastillas, sin recordar nada de lo que la sucedió. O al menos es lo que querían hacernos creer a todos.

Pues bien, yo sí que recordaba todo, con todo lujo de detalles.

Innumerables veces me masturbé de forma convulsiva recordando aquel glorioso día, y estaba deseando volver a repetir la placentera experiencia, la de ver cómo se follaban a mi madre y follármela yo también.

Y no era yo el único.

El vecino de mediana edad que ya se la folló hace unos años en la cocina y que repitió en esta ocasión también estaba deseando.

Más de una vez me crucé con él en el portal y subí con él en el ascensor, y siempre que podía me lo recordaba sonriendo hipócritamente:

  • ¿Qué tal tu madre? ¿Ya está mejor? ¿Está ya recuperada? No te olvides de contar conmigo, que ya sabes que soy totalmente discreto, que nadie se va enterar de nada.

El muy cabrón que no solamente se la folló, sino que además la sodomizó y casi la come el culo a mordiscos, que buenas dentelladas dejó en sus carnes prietas y sonrosadas.

También deseaban volver a follársela los dos chicos que estaban alquilados en la vivienda frente a la nuestra, y en cuya puerta dejé a mi madre totalmente desnuda e indefensa, lista para ser follada. Desgraciadamente, aquel día no pude ver cómo se la tiraban, pero mi imaginación todavía fantasea con esos preciosos momentos.

Las miradas que me dirigían lo expresaban claramente:

  • Sabemos que fuiste tú el que nos dejaste a tu madre para que nos la folláramos, y queremos repetir.

Una vez que se enteraron que mi madre ya hacía vida normal, me sentí presionado e incluso amenazado.

  • Queremos follárnosla, y, si no nos ayudas, te lo haremos pagar.

Pero no era tan sencillo.

Mi madre todavía no estaba del todo bien, aunque estaba poco a poco recuperando el peso que perdió los meses siguientes a las violaciones.

Nunca salía sola de casa ni abría la puerta a nadie.

Aunque últimamente salía todos los días a la calle, siempre iba con mi padre, que parecía su guardaespaldas.

Prefería esperar a que estuviera totalmente recuperada antes de dejarla a merced de cuantos folladores quisieran penetrarla, ya que temía que cualquier recaída antes de estar del todo bien podría significar el cerrojazo final de su sexo, y no era cuestión de malgastar uno de las pocas cosas agradables que ofrece la vida, la de ver cómo se follan a tu propia madre, y, ya de paso, follártela.

Un indicador que marcaría el estado de mi madre era el primer polvo que la echara mi padre. En cuanto se la follara, yo la daría por recuperada y, por tanto, preparada para ser nuevamente violada.

Desgraciadamente, este hecho todavía no había ocurrido o al menos no tenía constancia de que hubiera ocurrido, ya que vigilaba estrechamente su alcoba cuando dormían juntos e incluso los seguí más de una vez en sus paseos diarios.

El tiempo iba pasando y mi madre estaba cada vez más hermosa y más radiante, dejando atrás sus temores del pasado.

Incluso diría yo que tenía las curvas más rotundas que cuando la violaron, aumentando sobre todo el perímetro de su culo y de sus tetas.

Cuanto más exuberante se ponía, más alegre me ponía yo, ansiando el esperado momento de que mi padre la echara un buen polvete.

Más de una vez intenté pillarla desnuda para ver sus turgentes carnes, pero bien que cerraba la puerta por dentro cuando se duchaba o bañaba.

Espiándola a través de la ventana de su dormitorio, más de una vez logré verla en ropa interior e incluso cuando se ponía o quitaba las medias, lo que me ponía a cien, pero de ahí no pasé.

Hasta que un día, un sábado de mayo, me enteré que mi abuela, la madre de mi padre, estaba hospitalizada y que esa noche mi padre iba a pasarla en el hospital con mi abuela. Por lo que mi madre iba a estar, al fin, sin guardaespaldas, sin mi padre, toda la noche.

Solamente de pensarlo alcanzaba casi el orgasmo y mi polla se ponía a cien pensando en las posibilidades que se me presentaban.

Pero si quería disfrutar de esa noche con mi madre, no debían pensar mis padres que yo estaba en casa. Cuanto más lejos pensaran que estaba, menos me relacionarían con lo que iba a suceder a mi madre.

Me inventé unos ejercicios para clase que un profesor perturbado nos había mandado como castigo para entregarlo el lunes, por lo que había quedado con unos compañeros para hacerlo en casa de alguno de ellos.

Se lo dije a media tarde a mi madre mientras me marchaba, sin posibilidad de réplica, y sin que mi padre me oyera. Ya se encargaría ella de comunicárselo, y cómo no iban a poder hablar conmigo hasta el día siguiente, darían por sentado que era verdad, que no iba a estar en casa esa noche.

Todavía no estaba preparada mi madre para que los ejercicios los hiciéramos en nuestra casa, siendo ella el objeto de todos nuestros esfuerzos, o al menos eso pensaba yo en esos momentos, pero todo llegaría.

Esa tarde no me fui muy lejos, de hecho estuve vigilando la puerta del portal, sabiendo que esa tarde iban a ir a misa, ya que mi madre era muy religiosa, de eso de ir a misa y escuchar aburrida las tonterías que soltaba el viejo cura loco.

Les observé como, después de dar un paseo, se metían en misa, y cómo, después de una media hora, se encaminaban hacia casa ya que la negrura de la noche nos estaba alcanzando.

Fui más rápido que ellos y entré en el edificio por la escalera de servicio, sin que ningún vecino se percatara de mi entrada.

Por supuesto, no había nadie en casa y la luz estaba apagada, así que me descalzándome, me metí debajo de mi cama, detrás de unas bolsas que había allí, esperando a que mi madre estuviera sola e indefensa.

No habían pasado más de diez minutos cuando oí como se abría la puerta de la calle.

Eran mis padres que volvían de misa.

Escuché como mi padre recorría todas las habitaciones, abriendo y cerrando las puertas, buscando posibles intrusos que quisieran follarse a su mujercita.

Por supuesto, no se le ocurrió mirar debajo de mi cama. A pesar de las apariencias, se estaban confiando y yo lo iba a aprovechar.

Le escuché despedirse de mi madre y decirla que cerrara la puerta de la calle con llave, que volvería a partir de las doce de la mañana siguiente, que es cuando estaba previsto que llegara su hermano para relevarle en el hospital.

La dijo que no la llamaría para no asustarla y que durmiera tranquila y segura, que no iba  a pasarla nada.

¡Ya vería el cabrón lo que iba a ocurrirla a la putita de su mujer!

Nada más escuchar cómo se cerraba la puerta de la calle, y ya estaba preparado para espiar a mi madre, para verla desnuda y, si es posible, disfrutar de sus más que evidentes encantos.

Descalzo y sin hacer ruido me desplacé sigilosamente de puntillas en la terraza a la que daba mi habitación y me acerqué a la ventana del dormitorio de mis padres.

Ahí estaba ella,  con su traje chaqueta negro, camisa blanca, zapatos de tacón y, por supuesto, medias negras de rejilla fina.

Sin tacones debía medir algo menos de un metro sesenta y cinco, pero de pecho y culo generosos, curvas rotundas que intentaban esconderse bajo su ropa, pero que no engañaban ni a mis ojos ni a mis recuerdos de aquel maravilloso día en el que disfrutamos de sus carnes.

Bien que recordaba sus tetas enormes, redondas y erguidas, con aureolas casi negras de las que emergían pezones negros como sabrosas cerezas maduras.

Y su culo, ¡qué decir de su culo!, redondo, macizo, levantado,  sin una pizca de celulitis ni de grasa, solo solomillo de primera.

¡Sus muslos fuertes y estilizados! ¡su coño, un verdadero sueño donde retozar eternamente!

Arriba un rostro redondeado y simétrico, de labios carnosos y sensuales, nariz pequeña y respingona. El rostro ideal para disfrutar mientras la echas un buen polvo o te hace una mamada increíble.

Mientras volaba mi imaginación, se quitó tranquilamente la chaqueta y la puso doblada sobre la cama.

Lucía una media melena de castaño claro que la llegaba hasta poco más debajo de los hombros.

Luego le tocó a su falda, que se la quitó con parsimonia, como con desgana, y la colocó también doblada también sobre la cama.

Su camisa de un blanco inmaculado la tapaba las bragas, por lo que no era posible verla los glúteos, aunque si sus hermosas piernas y sus muslos enfundados en unas medias negras prietas, pero enseguida procedió a desabrocharse uno a uno los botones, como pensando en otra cosa, como aburrida, haciéndose desear, hasta que una vez abierta la camisa, se la quitó y la colocó sobre la cama.

Tenía un cuerpo espectacular, con su sostén de encaje negro y unas pequeñas braguitas a juego, unas medias negras de rejilla muy finas que la cubrían, hasta la parte superior de sus muslos, sin necesidad de liguero, y unos zapatos de tacón fino.

Sus enormes tetas rebosaban el sostén, estando un pezón asomando por una de las copas.

Su culo redondo y respingón no había perdido ni un ápice su hermosura, erguido y macizo.

Bajo la delicada tela de sus bragas era posible ver  la fina línea de vello púbico que cubría su vulva.

Se paseó tranquilamente por la habitación, colocando sus joyas en el joyero y colgando su ropa en el armario, ajena a mis ojos que la comían sus torneadas piernas, su culo redondeado y fuerte, y sus grandes tetazas erguidas.

Dándome la espalda, se soltó el sostén por detrás y se lo quitó.

Al girarse exhibió sus enormes tetazas, bamboleándose, sin perder su redondez. Estaban todavía más sabrosas que cuando la violamos hace meses.

Dejando el sostén sobre una pequeña butaca, dio la espalda a la ventana desde donde yo la observaba, y se bajó las braguitas hasta las rodillas y de ahí, agachándose hacia delante, hasta los finos tobillos, mostrando su enorme culo macizo y respingón en toda su gloria, así como el sexo sobresaliendo entre sus piernas.

Con las bragas en la mano, se giró y pude ver de frente su vulva apenas cubierta por una fina franja de vello púbico de color castaño claro.

Aunque convaleciente, bien que se había cuidado de recortar el felpudo que la cubría el sexo, y me pregunté cuál era el motivo de que lo hiciera.  Quizá para estar bien aseada para el próximo que se la follara.

Paseando tranquilamente por la habitación, exhibiendo sus tetazas, culo y coño, disfruté de su hermosa figura y de su espléndida desnudez, a pesar de tener ya 39 años, a punto de cumplir los 40.

Aunque yo acababa de cumplir los 19, el cuerpo de mi madre me atraía como un imán, y solo deseaba volver a follármela desnuda.

Moviéndose por la habitación, me tenía hipnotizado el sensual balanceo de sus enormes tetas, redondas y erguidas de cuyas aureolas casi negras sobresalían unos pezones empitonados.

Mi mirada recorrió su vientre liso, sin una pizca de grasa, descendiendo por la V de su ingle, hasta su entrepierna, y al girarse, también goce de sus glúteos macizos, levantados y redondos, sin una sombra de celulitis.

Sentándose sobre los pies de la cama, dejó sus bragas al lado, y, agachándose, procedió a quitarse los zapatos negros de tacón, dejándolos a los pies de la cama.

Luego levantándose, se giró hacia la cama, colocando la pierna derecha sobre la cama, de puntillas, con sus piernas y glúteos en tensión, y poco a poco empezó a bajarse la media, despacito, desde la parte superior de su muslo, doblándola según se la iba quitando, suavemente, acariciándose el muslo, la pierna, delicadamente mientras iba bajándose lentamente la media, disfrutando de su propia desnudez, de su hermoso y deseable cuerpo, de su cálida y suave piel. Cuando acabó la tiró doblada sobre la cama y, bajando despacio la pierna, subió la otra, repitiendo la operación.

A punto de quitarse la última media, bajó la pierna y se tumbó lentamente, bocarriba sobre la cama, y levantando la pierna, me mostró la deseada sonrisa que escondía entre sus piernas, y tiró de la media hasta que acabó por quitársela, dejando junto a la otra sobre la cama.

Completamente desnuda sobre la cama, permaneció unos segundos sin moverse, como si descansara del esfuerzo de desnudarse.

Luego se movió en la cama hacia la cabecera, hasta que quedó tendida bocarriba, todo lo largo que era y dirigió su mano derecha a su pecho izquierdo y comenzó a acariciárselo despacio, con suavidad.

Pensé al principio si estaba buscando algún bulto, si estaba haciéndose una especie de revisión médica, pero enseguida lo descarte, al ver la cara de placer que tenía mi madre.

Con una erección descomunal, no me perdía ni un instante de lo que estaba viendo.

Los dedos de mi madre se concentraron con movimientos circulares en la aureola de su pecho y en su pezón.

Su otra mano ahora fue al otro pecho, acariciándoselo también.

De las caricias pasó a coger con los dedos de sus dos manos sus pezones, girándolos y tirando de ellos, despacio y suavemente al principio, con más intensidad luego, estirándolos.

Gemía, mezclando dolor con placer, y se agitaba sobre la cama, retorciéndose sobre sí mismo, mordiéndose los labios, con los ojos cerrados.

  • Oooooooooooooooohh! Hummmmmmmmmmm!

Estaba seguro que ella podía alcanzar el orgasmo simplemente sobándose las tetas.

Su mano derecha abandonó el pezón que apretaba, moviéndose ansiosa a su entrepierna, y comenzó a acariciarse su sexo, abriéndose de piernas lo suficiente para dejar expuesto totalmente su vulva.

Sus persistentes movimientos, lentos al principio, eran cada vez más rápidos, concentrándose en su clítoris y su otra mano fue también a su sexo, hurgando en la entrada a su vagina, hasta que al menos uno de sus dedos entró, y un sonoro suspiro inundó la habitación, festejando la entrada.

Metiendo y sacando los dedos de su vagina, sin descanso, simulaban que se la estaban follando, mientras los dedos de la otra mano se restregaban una y otra vez insistentemente sobre su clítoris.

No me podía creer lo que estaba viendo, como mi madre se masturbaba completamente desnuda sobre la cama.

De pronto, ¡un timbre estridente empezó a sonar!

Casi me da un infarto. No me lo esperaba, ni mi madre que pegó un bote en la cama.

¡El teléfono! ¡el puto teléfono!¡alguien llamaba e interrumpió la jugosa paja que se estaba regalando mi madre, que nos estaba regalando a los dos!.

¡Mi padre! ¡sería el gran cornudo de mi padre que nos estaba aguando la fiesta! Pero ¿no dijo que no la llamaría?, ¡puto mentiroso de mierda!

Mi madre se quedó quieta sobre la cama, sin continuar masturbándose, y, con cara de fastidio, se levantó y se dirigió rauda, más bien corriendo, totalmente desnuda, con las tetas botando como locas y sacudiendo frenéticamente los glúteos, al salón donde sonaba machaconamente el teléfono.

Caminando sin hacer ruido por la terraza, me acerqué a la ventana del salón y vi como mi madre lo cogía.

Por la cara que puso, me di cuenta enseguida que no era precisamente mi padre quien llamaba.

Era alguien que agradaba de alguna forma “picante” a mi madre y, sonriendo, le respondió con una voz excesivamente melosa.

  • ¡Ah! ¿Eres tú? ¡Qué susto me has dado! No me lo esperaba y casi se me salta el corazón del pecho.

Algo debió decir la persona que estaba al otro lado del teléfono, que provocó una risa pícara a mi madre.

¡Era un hombre y estaban flirteando! ¡Se la quería llevar a la cama, y ella también lo deseaba!

Se sentó sobre el brazo del sofá, totalmente desnuda, cruzándose de piernas y tapando, con una mano entre ellas, la vista que tenía yo de su deseado coñito.

Sus largas y torneadas piernas eran autopistas que conducían al paraíso que tenía entre sus piernas.

Sus redondas y erguidas tetazas eran enormes montañas que deseaban ser escaladas, y sus pezones empitonados amenazaban en salir disparados hacia el techo como si fueran flechas.

Y oculto entre sus muslos, su sabroso coñito, el dulce tesoro que todos deseaban poseer y que esta noche sería mío.

Conforme iba escuchando, apretaba más y más un muslo contra otro, de forma que la pierna de arriba se enroscaba sobre la otra, presionando su coñito y excitándose cada vez más.

  • ¿Qué piensas tú que llevo puesto?
  • ¡Frío, frío!
  • ¡Frío, frío!
  • Y ¿cómo me calentarías? ¿cómo te gustaría calentarme?
  • ¡Ah, síííííííííííí! Y ¿qué me harías?

Más risitas, después de cada respuesta una risita de niñita traviesa o de madre perversa.

  • ¿Qué más? ¿Solo eso? Pensaba que tenías más imaginación.

Una estruendosa carcajada soltó mi madre que retumbó en toda la habitación, haciendo que casi se cayera del sofá al suelo, por lo que descruzó sus piernas, abriéndolas lo suficiente para que pudiera ver su hermosa sonrisa vertical.

¡Joder con la enfermita! ¡Vaya si estaba recuperada, la muy zorra! ¡Mucho ir a misa y darse golpes de pecho para luego ser un putón verbenero!

Oía como el hombre la gritaba emocionado algo por teléfono, pero no llegué a entenderlo, aunque el mensaje estaba bien diáfano: deseaba follársela y quería convencerla para hacerlo.

Mi madre, riéndose, le respondió chillando divertida y cachonda.

  • ¡Eso habrá que verlo! ¡Mucho hablar pero luego todos, cuando llega el momento, no se les levanta! ¡Acojonaos, que sois todos unos acojonaos!

¡No la reconocía! ¿Era realmente mi madre la que estaba ahí? ¿la que se había estado masturbando frenéticamente, la que desnuda encendía el cipote  a un tipo calenturiento?

Si antes quería violar a mi madre por católica puritana, ahora quería hacerlo por puta calentorra. Tanta hipocresía merecía que la castigaran, se la follaran por todos sus agujeros, y yo iba a ser su castigador, al menos hoy uno de ellos.

¡Gracias a Dios no había vecinos en los pisos próximos que pudieran oírla! Al ser una semana con varios días festivos, los pocos vecinos que vivían en la casa estaban fuera o eran ancianos sordos y achacosos. Incluso esa mañana vi partir a los dos vecinos que se la habían tirado hace meses. Seguro que ella no había caído en la cuenta que no había nadie que pudiera escucharla, pero yo, pobre estúpido, me acababa de dar cuenta, pero bien que iba a disfrutar del descubrimiento.

Más voces salían del teléfono, y mi madre, sonriendo perversamente, le respondió:

  • ¿Le has hecho todo eso  también a tu mujer?

Así que el tío que gritaba obscenidades por teléfono a mi madre estaba casado. ¡Puto adúltero cabrón!

Pero la perversa de mi madre continuaba dándole caña, respondiéndole, azuzándole una y otra vez, riéndose como una zorra calentorra, y tomándose su tiempo para escuchar las respuestas.

  • ¿Qué chillaba siempre que hacía el amor?¡Despertaría a todo el mundo!
  • ¿A tu ex?
  • ¿Se dejó que la hicieras todo eso?
  • Pero ¿qué me dices? ¿Se la follaron todos?
  • ¿Dónde? ¿en la casa de quien dices?
  • ¿Juan? ¡No me lo creo! ¿Dejaste que también él se la tirara?
  • ¿También por el culo?
  • ¡Triple penetración!
  • ¿Un pepino? ¿Utilizaríais alguna crema?
  • ¿A ella le gustó?
  • ¿Qué no fue lo único que la metisteis?
  • ¡No me lo puedo creer! ¡imposible!
  • ¿Quién dices que se quedó con sus bragas? ¿Nacho?
  • ¡No me creo que luego la dejaras desnuda en la carretera!
  • No me extraña que te dejara.
  • ¿Qué fue por venganza? ¿Qué la pillaste follando con tu mejor amigo?
  • ¿No creerás que me voy a acostar contigo después de lo que me estás contando?
  • ¡Qué conmigo va a ser distinto! ¡Qué solo me vas a follar tú!
  • ¡Venga cuenta, cuenta! No te interrumpo. ¡Qué te dejo que me lo cuentes, que te estoy escuchando!

Y se quedó escuchando lo que la contaba, pero el teléfono pasó de su mano derecha a la izquierda, para llevar su mano libre a meterse entre sus piernas, a su sexo, y comenzó nuevamente a masturbarse, restregando sin prisas pero sin pausas sus dedos por su clítoris.

Con los ojos cerrados y con una hermosa lengua sonrosada recorriendo sus carnosos labios, la respiración de mi madre era cada vez más pesada, más profunda. Estaba disfrutando masturbándose nuevamente, tomándose su tiempo.

De pronto, el tío dijo algo y cortó la comunicación, dejando a mi madre una vez más sin acabar.

Mi madre mirando el teléfono exclamo:

  • ¡Su mujer!

Y se rió con malicia, colgando el teléfono.

Se levantó del sofá, dejando que contemplara una vez más su hermosa figura, sin obstáculos, y se dirigió de nuevo a su dormitorio, bamboleando sus caderas desnudas.

Lo primero que hizo al entrar fue acercarse al armario, abriéndolo, y se puso de puntillas, buscando algo en el estante superior bajo las sábanas.

Una toalla cayó del estante al suelo, y mi madre se agachó para cogerlo, dejando ver por detrás la vulva e incluso vislumbrar el sensual agujero del culo.

Como no encontraba lo que quería, con la toalla en la mano, acercó una silla que estaba al lado y se subió de pies encima, continuando de puntillas buscando debajo de la ropa.

Sus glúteos y la parte posterior de sus muslos se contraían en los movimientos que los imprimían, así como los gemelos.

Encontró lo que buscaba, y bajándose de la silla, la puso donde estaba, cerrando el armario y de un grácil salto se subió sin esfuerzo a la cama, caminando por ella hacia la cabecera, donde se tumbó bocarriba, colocando sus pies sobre la pared donde se apoyaba la cabecera de la cama.

Pronto descubrí lo que había estado buscando, un vibrador con forma de pene negro enorme, que enseguida puso en marcha y se lo llevó al sexo. Mediante suaves movimientos circulares, se lo fue restregando lentamente por toda la vulva, sin dejar de suspirar y jadear, hasta que, después de varias pasadas, encontró la entrada a la vagina, y mediante movimientos circulares, se lo fue metiendo poco a poco.

Tenía los ojos cerrados y se mordía y chupaba los labios, recorriéndolos con su lengua sonrosada, mientras de sus hinchados pechos salían unos pezones que apuntaban orgullosamente al techo.

Los jadeos dejaron paso a chillidos de placer, en los que podía oír claramente:

  • ¡Métemela, oh si, si, si, si, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, métemela, métemela,  fóllame, no pares, no pares, fóllame, fóllame!

Con voz entrecortada por el placer continuaba chillando.

  • ¡No pares, César, métemela, métemela hasta el fondo!, ¡fóllame! ¡fóllame! ¡fóllame!

¿César? ¿Quién coño era César? ¿El tío que la había llamado? Mi padre no se llama así, ¿Quién es este tipo al que mi madre desea que se la folle, el de antes? Supuse que sí.

Las caderas de mi madre subían y bajaban, una y otra vez, simulando una espectacular cópula, sin dejar de chillar como una gata en celo y exclamar obscenidades sin ningún pudor.

Un chillido más agudo y potente me indicó que había terminado, que había tenido un riquísimo orgasmo.

Dejando caer el vibrador sobre la cama, casi cinco minutos permaneció tumbada sin moverse, disfrutando del momento y quizá esperando que entrara alguien a follársela.

Dudando que hacer, permanecí disfrutando de la visión de su cuerpo, y, cuando ya estaba a punto de entrar para meterme entre sus piernas, se levantó ágil de la cama y, sin pensárselo, se metió rápido en el baño, cerrando la puerta.

El deseo venció al temor y entré en el dormitorio, acercándome a la puerta del baño.

Estirando mi brazo, iba a girar el pomo de la puerta para abrirla cuando oí como mi madre echaba por dentro el seguro de la puerta, y el pomo ya no giró.

Oí como abría la ducha y, empalmado pero sin poder entrar, me imaginé el cuerpo desnudo de mi madre brillando bajo la ducha. El agua fluyendo por sus enormes tetazas, metiéndose entre sus piernas, mojando su sexo, cayendo en cascada desde sus nalgas, descendiendo por sus piernas.

Pero me contenté con acercarme a la ropa que mi madre había dejado sobre la cama. Cogí una de las medias y las bragas, todavía calientes, y las acerqué a mi nariz. Olían a gloria.

Luego cogí el vibrador, caliente, húmedo y pringoso que mi madre había dejado abandonado sobre la cama.

Bajé mi mano derecha con las bragas de mi madre a mi pene erguido y comencé a meneármela frenéticamente.

Pero ¿qué estaba haciendo? Estaba echando a perder un buen polvo, era mejor metérsela que meneármela.

En un momento, con las bragas en una mano y las medias y el vibrador en la otra, millones de planes pasaron a la velocidad de la luz por mi cabeza, y todos llegaron al mismo objetivo: el coño de mi madre, follarme a mi madre.

Sin decidirme por ninguno, pero temiendo que mi madre saliera del baño y me pillara así, como un gilipollas empalmado, decidí tomar la iniciativa, y eso pasaba por quitarme toda la ropa. Ya improvisaría sobre la marcha.

Eso hice, rápido y sin hacer ruido, dejando la ropa en el pasillo, formando un bulto pegado a la pared, cerca de la puerta de servicio, por si tenía que huir apresuradamente.

Luego fui a la puerta principal y la cerré con cerrojo, echando la cadena por si mi padre entraba y nos pillaba follando.

¡Y allí estaba, al lado de la puerta principal! ¡el interruptor de la luz!

Recordé en un instante que mi madre veía muy mal en la oscuridad, y yo, sin embargo, de maravilla, casi como si fuera la luz del día.

Escuché como dejaba de salir agua y como corría la cortina de la ducha, mi madre ya estaba lista para ser follada y yo para follármela.

Bajé el interruptor de la luz y, con un “click” característico, todo quedó sumido en la oscuridad.

Algo exclamó  mi madre, pero no se oyó nada más. Estaba escuchando y pensando que hacer, lo mismo que yo, aunque de forma distinta. Era el eterno juego del ratón y el gato, pero el ratón, en este caso ratita calentorra, todavía no lo sabía.

Pasó el tiempo y escuché a mi madre que volvió otra vez a moverse, tenía menos paciencia que yo, la paciencia del cazador que aguardaba a su presa al amparo de la oscuridad, en el pasillo cerca del dormitorio.

Escuché como salía de la ducha, cómo cogía la toalla y se secaba con ella.

Se tomó su tiempo en secarse, posiblemente pensando que hacer y si volvería pronto la luz.

Por fin corrió el cerrojo y abrió la puerta del baño, saliendo despacio, titubeando, con las manos extendidas al vacío, y giró hacia la puerta del dormitorio, caminando hacia la puerta de entrada a nuestra casa, donde estaba el interruptor de la luz y donde yo la esperaba desnudo y con la polla bien tiesa, preparado para follármela sin descanso, sin perdón.

Acostumbrado a la oscuridad, vi cómo se perfilaba su figura por la luz que entraba por la ventana que estaba a su espalda.

No debió atarse bien la toalla a su cuerpo, porque en un momento se soltó y se deslizó al suelo, sin que ella pudiera evitarlo.

No hizo ademán de agacharse a recogerla, posiblemente porque no la veía, y continúo caminando, después de una breve parada.

Observando su contorno tenía la certeza de que iba completamente desnuda y, por el ruido que hacía al caminar, me di cuenta que iba también descalza.

Era evidente que deseaba que se la follaran y yo deseaba hacerlo, estaba allí listo para hacerlo. Todo encajaba como encajaría mi polla tiesa y dura en su coño abierto y jugoso. Ella lo sabía y yo lo sabía, solamente hacía falta que se hiciera realidad.

Se acercaba poco a poco a donde yo estaba, sin ver y apoyando sus manos en las paredes y en el vacío, iba  directamente hacia mi polla.

Estaba ya a menos de medio metro de mí, podía oír su respiración y percibir su cálido aliento,

Su vientre tropezó con mi polla erecta, y quedándose quieta, bajó su mano tocando mi miembro.

Extrañada, sin saber qué es lo que tenía en su mano, lo manoseo con cuidado, descendiendo la otra mano para agarrarlo también, recorriéndolo desde la punta hasta que llegó a mis cojones, y extrañada los sobó una y otra vez.

Su respiración era cada vez más agitada, se estaba empezando a dar cuenta que estaba sobando la polla a un hombre, a un desconocido que estaba desnudo y empalmado en su casa.

Sin saber todavía que hacer, cada vez más asustada, una de sus manos continuaba sujetándome la polla, mientras que la otra ascendió de mis genitales por el vientre hasta mi pecho y mi cara, donde se detuvo y la recorrió con los dedos y con la palma.

Por miedo a que intentara atacar mis ojos, la retiré con mi mano la suya para colocar a continuación las dos mías sobre sus glúteos y de un tirón la acerqué hacia mí, chocando con mi verga tiesa.

En ese momento fue cuando gritó aterrada, histérica, y, sin soltarla los glúteos, la levanté del suelo, intentando metérsela allí mismo, pero no atiné.

Se agitó histérica de forma descontrolada y, para que no escapara, la empuje y la llevé en volandas hacia la pared opuesta, apoyando su espalda contra la pared, intentando otra vez meterla el rabo en la vagina, pero, por más que se la restregaba, no lograba que entrara.

Tanto se movía aterrada, que se me soltó, y nada más apoyar los pies en el suelo, intentó escapar corriendo, pero al no ver, chocó con la pared, dificultando su huida.

Encontró la entrada a su dormitorio y se metió dentro, conmigo detrás.

La agarré por detrás, por las tetas, reteniéndola, atrayéndola hacia mí, y, restregando mi polla por su culo, intenté nuevamente metérsela, sin conseguirlo.

Entre el impulso que llevábamos y la fuerza que le dio el pánico, caímos sobre la cama, bocabajo, yo encima.

Aproveché para sujetarla sobre la cama con mi peso, y meterme entre sus piernas.

Chilló de terror, viéndose atrapada y violada, sin poder escapar.

Tantee con una de mis manos entre sus piernas y, al encontrar la entrada a su vagina, dirigí hacia allí mi cipote, y con la ayuda de mis dedos se lo introduje.

En cuanto se la metí, jadeó, y comencé a mover mi culo arriba y abajo, arriba y abajo, a cabalgar sobre ella, con un mete-saca frenético.

Sus chillidos de terror dieron paso a jadeos y gemidos de placer, y yo, poco a poco, fue aminorando el ritmo para disfrutar del momento, y sobarla, como pude, las tetas, aprisionadas bajo nuestros cuerpos.

Las amasé y noté como se la ponían duros los pezones. Gemidos de placer y dolor brotaron de su boca.

No quería follármela así, eyacular a oscuras y huir como un pobre ladrón, como un desgraciado violador, con un subnormal degenerado.

Tenía que disfrutar del hermoso cuerpo de mi madre con todos los sentidos, también con el de la vista. Ver sus tetas, su culo, sus piernas, su coño, su cara, su todo, como se movían, que expresión tenían, mientras me la follaba una y otra vez por todos sus agujeros.

La agarré por los antebrazos y llevé sus brazos hacia atrás, sin hacerla daño pero lo suficiente para que estuvieran juntas sus muñecas y las até, a su espalda, con una media que encontré sobre la cama.

Luego con la otra media la tapé los ojos, haciendo un doble nudo en la parte de atrás de su cabeza, teniendo cuidado que no pudiera ver a través de ella ni se moviera dejando libre alguno de sus ojos.

La desmonté y me levanté de la cama, dejándola bocabajo, yendo rápido a la puerta principal y, levantando el interruptor, encendí la luz, para volver otra vez al dormitorio.

Se había movido, estaba incorporándose torpemente de la cama y se iba como si fuera el juego de la gallinita ciega, dando tumbos hacia la puerta de la terraza, dando la espalda a donde yo me encontraba.

Contemplando embelesado el balanceo que daba a sus glúteos, mi madre estaba a punto de salir por la puerta, pero no atinó con el hueco y chocó de tetas contra la pared, rebotando y yendo hacia donde yo me encontraba.

La atrapé antes de que cayera de espaldas, sujetándola por las tetas y clavando mi verga tiesa entre sus prietas nalgas, pero sin atinar en ninguno de sus agujeros.

Sujetándola por los melones, babee sobre ellos al verlos desde arriba, pero se movía tanto, intentando huir, que tuve que soltarla una de las ubres y darla un buen par de azotes en una de sus nalgas.

Se soltó de mi agarre y cayó sobre la cama, rebotando y cayendo al suelo bocarriba, mostrándome la boca de su coño bien abierta.

Babeando, me quedé absorto mirándola entre las piernas, imaginando como sería metérsela por ahí, por lo que ella girándose, empezó a levantarse del suelo.

Antes de que lo hiciera, aprovechando que estaba desorientada, la agarré y la tumbé bocarriba sobre la cama, con la intención de metérsela ahora mismo, pero, una vez sobre la cama, me entretuve mirándola las tetas y sobándoselas, y  ella, doblando las piernas contra mi cuerpo, me empujó con ellas, catapultándome como un pelele contra la pared.

Rebotando de la pared caí al suelo dolorido, pero el frenesí del momento hizo que me levantara al momento.

¡Con esas piernas tan fuertes y torneadas no era de extrañar que contuvieran tanta fuerza!

Ella se giró sobre la cama, dándome la espalda y, con una rodilla sobre la cama, intentó subirse a la cama, poniendo su culo en pompa, distrayendo mi mirada que se dirigió rápidamente a sus glúteos macizos, relamiéndome de lo que veía.

Una de mis manos voló a sus nalgas, dándola un fuerte azote, al que respondió con un gemido, cayendo hacia adelante sobre la cama.

Yo, detrás de ella, puse mis manos sobre las nalgas calientes y duras, abriéndolas y viendo los dos agujeros que deseaba perforar.

Intentó levantarse, pero mi peso y mis manos la retenían. La escuché decir:

  • ¡No, por favor, no!

Esperaba que la sodomizara allí mismo, pero en su lugar bajé mi cara y la besé las nalgas, duras como piedras, una y otra vez, en toda su extensión, aquí y allá, ahí y allí, en todas partes.

Luego las mordisquee y en cada mordisco que la daba, lanzaba un pequeño gritito, que más que de dolor, sonaba a placer, a morbo, al de ella y al mío.

De pronto, empezó a lloriquear, a llorar, y fue entonces cuando volví a separarla los glúteos y zambullí mi cara entre ellos, chupando y lamiendo ansioso como un perro en celo tan sabrosos agujeros.

Estaban húmedos y calientes, con sabor a lima y mandarina, como el gel que ella utilizaba y que tan verraco me ponía siempre.

Gimió y se agitó, sin dejar de lloriquear, suplicando culpable:

  • ¡No, no, no!

Culpable de sentir placer cuando la lamían el culo y el coño, cuando se la follaban, cuando mamaba vergas, cuando eyaculaban dentro de ella, en su cara, en sus tetas, en su culo.

Deseaba, la muy hipócrita, que se la follaran, que la violaran, pero intentaba disimularlo, pero, a mí, a su hijo, no me engañaba.

Mientras jugaba con mis labios y con mi lengua sobre su culo y sobre su sexo, mis dedos la acariciaban insistentemente los dos agujeros, el clítoris  y el ano, metiendo mis dedos dentro, dilatándolos.

Gemía, sin dejar de llorar, y yo tenía la polla como una olla, deseando volver a metérsela.

Me incorporé y, agarrándola por las caderas, tire de ellas y la levanté el culo, haciendo que se pusiera de rodillas, con el culo en pompa.

Coloqué las almohadas bajo sus tetas para sujetarla en una posición lo más cómoda posible. Quería tirármela pero no lesionarla el cuello ni la espalda.

Y entonces, fue cuando, poniendo una de mis rodillas sobre la cama, se la metí nuevamente por el coño, sujetándola por las caderas.

Jadeo y dejó de gemir, al sentirse perforada nuevamente, pero fue empezar a bombear, y ella se puso nuevamente a gemir y llorar.

No por ello, dejé de moverme adelante y atrás, adelante y atrás, sin soltarla las caderas y viendo como mi polla entraba y salía, entraba y salía, una y otra vez.

Podía ver cómo se agitaban sus glúteos por las embestidas que les daba cada vez que se la metía, y, entre meter y sacar, más de un azote la pegue en sus duras nalgas que me excitaron todavía más.

Sus llantos dejaron paso a gemidos y chillidos de placer.

La llorona dejó paso a la putita a la que la encantaba que se la follaran.

Cabalgando cada vez más rápido y con más energía sobre mi madre, una marea de placer me llegó de muy dentro y explotó fuera en una cascada de esperma que derramé dentro de ella.

Aminoré el ritmo conforme me iba llegando hasta parar finalmente disfrutando del momento.

Con la polla dentro aguanté un rato gozando de la vista del culo y espalda de mi madre.

Luego la desmonté y me levanté, dejándola ahí sobre la cama, de rodillas, con su cara y tetas sobre las almohadas y con el culo en pompa.

Se dejó caer de lado sobre la cama, y se quedó quieta en posición fetal.

Tenía ganas de continuar con mi jueguecito, así que esperé para ver qué hacía.

Después de unos momentos de confusión, se puso de pies, y, sin saber qué hacer ni donde estaba yo, se subió torpemente encima de la cama, intentando escapar por la otra parte de la cama y de allí a la puerta principal.

Pero yo, sin perderme un instante lo que hacía, ya estaba en la otra parte de la cama, esperándola con la polla otra vez bien tiesa.

Una risotada me delató y ella paró su vuelo y se quedó quieta encima de la cama, escuchando, con las piernas dobladas, en tensión, preparada para huir de mi cipote que la quería perforar.

Me estaba encantando el jueguecito, el del gato y el ratón, el de la gallinita ciega, aunque en este caso era el del hijo perverso que se calienta para disfrutar a la calentorra de su madre desnuda y atada.

Esta radiante, totalmente desnuda, con el pelo alborotado y las tetas coloradas de mis sobes, completamente iluminada por la luz de las potentes bombillas que iluminaban toda la habitación, así como su cuerpo.

Me agaché y cogí del suelo el vibrador que se había caído de la cama. Lo puse en marcha para ver si no se había roto, si funcionaba, y ¡vaya si funcionaba!

Empezó a vibrar la enorme verga mecánica y mi madre al escucharlo se tambaleó y casi se cae de la cama, chocando su hombro con la pared.

Se turbó más todavía, aunque la palabra exacta debía ser más turbó, masturbó, dada la función que le daba la putita y que seguro que solamente de recordarlo se corría de gusto.

Si aquel pollón enorme la entraba, todo podía entrarla. Lo comprobaría.

La miré entre las piernas, su vulva apenas tapada por una fina franja de vello púbico, y me lo imaginé perforado por este cipote bestial, metiéndolo y sacándolo, una y otra vez.

Me reí y baboseé de gusto al pensarlo y viendo la cara de terror que tenía mi madre.

Lo acerqué a mi polla tiesa y era evidente que el tamaño de aquel vibrador me superaba con creces, así que lo utilizaría también para no dar descanso a su coño.

Pensé si tendrían unos miembros de estas dimensiones los vecinos veinteañeros que la violaron la otra ocasión, o los mendigos que también se la follaron en el parque, o el maromo al que calentó mi madre por teléfono. Estaba claro que ni yo ni el vecino cuarentón ni los tres delincuentes que nos la tiramos tenían una polla de este tamaño. ¿O sí?. Me gustaría comprobarlo y, si es posible, follándose otra vez a mi madre.

Un ruido provocado por mi madre en la cama hizo que volviera mi atención a ella. Desnuda, atada las manos a la espalda y los ojos tapados, pero las piernas libres para intentar huir de mi polla, para hacer más divertida la caza de la zorrita, y como premio: follarme su coño y su culo.

Arrojé el vibrador hacia un lado de la cama, y mi madre, pensando que el ruido delataba mi presencia, se fue hacia el otro, cayendo en mis brazos, que la levantaron de la cama.

Chilló horrorizada, pateando al aire, mientras la cogía en volandas, pero se movía tanto, que se escurrió de mis brazos como si fuera una anguila, pero la atrapé nuevamente y, sentándome sobre la cama, la puse sobre mis rodillas bocabajo.

Sujetándola con una mano utilicé la otra para darla un fuerte y sonoro azote en el culo.

Lejos de aceptar su destino, el de ser follada una y otra vez, se rebeló con más fuerza, moviendo descontroladamente las piernas, por lo que la azoté nuevamente, varias veces, una detrás de otra, saboreando cada azote sobre esos glúteos fuertes, respingones y redondos.

Botando en la cama en cada azote, el vibrador vino a mí, deseando también participar del folleteo a mi madre.

Lo cogí, y abriendo de piernas a mi madre, se lo puse en el coño y, empujándolo hacia dentro mediante movimientos circulares, se lo fui poco a poco metiendo.

Sus gritos aumentaron de intensidad al notarse penetrada, pero una vez dentro, fueron sustituidos, como por arte de magia, por gemidos y chillidos de placer. Estaba claro que la gustaba el mete-saca más que a un niño un caramelo.

Viendo el efecto tranquilizante que hacía en ella, aproveché para sacárselo y metérselo varias veces, como si estuviera follándomela.

No tardó mucho en alcanzar el orgasmo y, viendo la calma que alcanzó, logré incorporarla y tumbarla bocarriba sobre la cama sin encontrar la más mínima resistencia.

Parecía que al fin había comprendido su destino: ser follada y requetefollada por mi verga insaciable.

Tumbada bocarriba, la abrí las piernas, viendo su vulva hinchada y la entrada dilatada a su vagina.

Desee comérmela, así que me puse de rodillas entre sus piernas, colocándolas sobre mis hombros  y comencé a lamerla el coño.

Sabía a gloria, a una mezcla de solomillo poco hecho y a mandarina y lima.

Dándola largos lengüetazos, mi lengua recorría toda su vulva, como si fuera un dulce helado, de abajo arriba, una y otra vez, disfrutando de su sabor y de lo que estaba viendo.

La escuchaba gemir y al levantar mi mirada, gozaba también de la visión de sus tetazas enormes, congestionadas, con unos pezones de un rojo oscuro que parecían a punto de reventar.

Se mordía sus labios húmedos y sonrosados, mientras su lengua los recorría humedeciéndolos aún más, y desee comerme también esa boca, esos labios, meter mi lengua y sondearla en profundidad, follármela también por la boca, que esos labios me comieran mi verga hinchada, y saborearán mi néctar de la pasión.

Mis labios, mi boca, dejaron su sexo y subieron al ombligo, mientras me iba incorporando, y desde ahí, sin dejar de lamer, a sus tetas y me tumbé sobre ella, concentrándome en los pechos, duros y enormes, en sus aureolas, oscuras y grandes, en sus pezones, negros y rígidos.

Mis manos se unieron a mi boca, y la magree despacio, deleitándome de cada centímetro, de cada milímetro de piel, y la bese en la boca, en sus labios turgentes y sonrosados.

Estaba a mi merced y lo sabía. Se dejó llevar y jugué con su boca, con su lengua, con la mía.

Sin quererlo me devolvía los besos, los chupetones, y, así estuvimos un buen rato, hasta que mi verga palpitante me recordó que no había comido lo suficiente y que volvía a tener hambre.

Me levanté de la cama y, volviéndome a poner de pies entre las piernas de ella, las coloqué sobre mis hombros y comencé a restregar mi cipote tieso y duro por su húmeda y rosada vulva.

Encontré la entrada a su vagina y se la metí un poquito, la punta, la volvía sacar, a restregar para metérsela otro poco más, y así hasta que poco a poco se la fui metiendo, metiendo y sacando, despacito, sin prisas, mirándola el sexo, las tetas, la cara de vicio que ponía, sus labios mientras me la follaba.

Los jadeos y gemidos fueron dejando paso a chillidos de placer, y mis movimientos de mete-saca fueron cada vez más enérgicos, más rápidos.

Sus tetas se bamboleaban descontroladas, mientras mis manos la sujetaban por las caderas.

Sus hermosos pies, estirados, apuntaban al techo y sus piernas en tensión mostraban unos bellos músculos en muslos y gemelos.

No pudiendo controlarme, detuve mis movimientos de folleteo, y la bese un pie, lo acaricié con mi cara, con mis labios, con mi lengua..

Quité la mano derecha de sus caderas y la acaricié despacio los muslos, por fuera y por dentro, los gemelos, las espinillas, hasta llegar a sus pies, suaves, delicados. Tomé uno de ellos y lo besé, chupé su planta y la lamí con largos lametones, sus dedos, y vi cómo se estremecía, como se le ponían los muslos con la carne de gallina, y lo volví a acariciar.

Volví a imprimir a mis caderas un lento y suave movimiento de folleteo, y mi verga volvió a entrar y salir, a entrar y salir, y ella volvió a gemir, a gemir y a retorcerse, mientras no dejaba de acariciarla las piernas.

Bajando mi mano por sus piernas, alcancé su cadera y, sujetándola nuevamente, aceleré poco a poco mis acciones.

Sus pechos volvieron a bailar, al ritmo de mis entradas y salidas.

Sus gritos de placer eran cada vez más intensos, hasta que por fin volví nuevamente a explotar, descargando lo que me quedaba de esperma dentro de ella.

Gocé de mi placer y, mirándola, descubrí que también ella había tenido su recompensa.

Sus tetas descansaban sobre su pecho, que subía y bajaba después del esfuerzo realizado.

Estuve mirándola, quizá más de un minuto, sin sacar mi polla, disfrutando de la belleza de su desnudez y del placer que sentía.

Luego sacando mi verga, bajé con cuidado sus piernas y dejé a mi madre descansando, tumbada bocarriba sobre la cama.

Sin dejar de escuchar cualquier ruido que provocara mi madre, fui a la cocina a por cinta aislante para evitar que ella se liberara y, recordando mi máquina digital de fotos, la cogí para poder masturbarme en el futuro con las imágenes de mi madre desnuda y follada.

Al volver al dormitorio, la encontré como la había dejado. No se había movido y la tomé varias fotos: de sus melones descansando sobre su pecho, de su coño bien abierto y recién follado, de todo.

Luego la voltee para que se quedara bocabajo sobre la cama, y la fotografié el culo redondo y respingón y la vulva hinchada y turgente.

Me subí a la cama y arrastré a mi madre hacia la cabecera de forma que se tumbara totalmente sobre la cama.

Poniéndome de rodillas sobre la cama, desaté sus manos que estaban a su espalda y los volví a atar a la cabecera de la cama, reforzando el agarre con cinta aislante. Luego revisé el pañuelo que tenía sobre los ojos y, aunque los tapaba bien, lo reforcé también con cinta.

En ningún momento se movió ni opuso ningún tipo de resistencia.

Ahora más tranquilo, pensé que debía recuperar fuerzas antes de volver a follármela, así que me fui a la cocina a comer y beber algo.

Encontré pollo asado en la nevera. El pollo frío siempre había sido mi comida favorita, aunque ahora había sido desplazado al segundo lugar. La primera era el coño jugoso de mi madre.

Con un muslo de pollo en la mano, fui a ver a mi madre mientras me lo comía. Seguía tumbada sin moverse, parecía que dormía.

La miré los muslos, fuertes, firmes, sensuales, y pensé que seguro que estaban mucho más sabrosos que los que me estaba comiendo.

Recordé al vecino que la dio varios bocados en las nalgas y lo comprendí perfectamente: Las de mi madre lucían espléndidas, con forma de manzana.

Si las manzanas del paraíso fueran como los glúteos de mi madre, seguro que hubiera sido Adán el que las daría el primer bocado, él que se las hubiera comido el primero.

Pero todavía no me veía devorando literalmente a mi madre, pero nadie sabe lo que nos depara el futuro.

Sin dejar de masticar el muslo de pollo, me fui al teléfono y miré en el aparato el número con el que mi madre había hablado. No estaba registrado en la memoria del dispositivo, pero lo memoricé. No tendría ningún problema en localizar quien era el tipo que se quería follar a mi madre, aunque no era el único.

Me senté en el sofá y puse la televisión, eliminando el sonido. Recorrí todos canales, buscando alguna película porno que me animara parra volver cuanto antes a follarme a mi madre, pero no había nada que pudiera superarla, así que me levanté y me encaminé nuevamente al dormitorio, aunque eso sí, lavándome antes las manos, que el sexo no tiene que ser necesariamente sucio.

Seguía sin moverse, aunque ahora estaba tumbada de lado en la cama.

Vi las bragas de mi madre en el suelo y las recogí, oliéndolas y chupándolas con placer.

Recordé las bragas que solía llevar mi madre, todas o casi todas excesivamente grandes y mojigatas para ese culo tan espectacular que tenía.

Tenía una colección de bragas que no la merecían.

¡Había que deshacerse de todas las que no me gustaran!

Tiré encima de la cama la que tenía en la mano y abrí el cajón del mueble donde las guardaba.

Miré varias y no me gustaron, dejándolas caer al suelo, pero me cansé de mirar y decidí que ninguna era digna de mi madre, así que cogí todas y me fui con ellas a la terraza, tirándolas todas a la calle.

Me imaginaba a los amantes de la noche viendo cómo les llovían bragas. Pensarían que era una señal de Dios y que esa noche pillaban seguro.

Mi madre casi siempre iba con falda, pues bien ahora iría con falda y sin bragas. Seguro que alguno la vería el coño, cuando subiera las escaleras, cuando se sentara en el autobús, en cualquier situación habría un mirón comiéndola el coño con los ojos.

Pero volviendo a mi madre, parecía que dormía tumbada de lado sobre la cama.

Me resultaba extraño, pero mirando el reloj me di cuenta que era bastante avanzada la noche y la mayoría de las veces mi madre a esa hora ya estaba dormida.

Apagué todas las luces de la casa, menos las de una lamparita del dormitorio donde estábamos y me tumbé en la cama al lado de ella, a sus espaldas.

La toqué el culo, se lo manosee. Estaba caliente y en esta ocasión no tan duro como antes. Estaba claro que se había relajado, no como mi polla que estaba otra vez despertando.

Me acerqué más a ella, pegando mi rabo a su culo, y moviendo mi culo y mis caderas, restregué mi miembro durante un buen rato.

Mi madre parecía que se había vuelto una seguidora de Gandhi, por eso de la resistencia pasiva, ya que no reaccionaba lo más mínimo.

Sin dejar de tocarla el culo, me arrastré un poco hacia los pies de la cama, la levanté una pierna y la puse sobre mi cadera.

Ahí estaba otra vez su sexo, se lo sobé un poco y estaba calentito y húmedo.

Ayudado por mi mano derecha, la fui metiendo poco a poco mi cipote tieso y duro por la entrada a su vagina, pero ella seguía sin inmutarse.

Una vez dentro empecé a balancearme suavemente adelante y atrás, adelante y atrás, a follármela otra vez más, pero ahora sin prisas, con tranquilidad, con tanta tranquilidad que yo también me estaba durmiendo.

Y me dormí dulcemente, con la polla dentro de la vagina de mi madre.

No sé qué hora era, pero ya era de día.

Mi polla descansaba fuera del coño de mi madre y recordé la obligación que me había impuesto: follarme a mi madre.

Así que me puse bocarriba sobre la cama y me sobé la polla durante un buen rato hasta que estuvo otra vez lista para la acción.

Me volví a tumbar de lado y volviendo a colocar la pierna de mi madre sobre mi cadera, apunté otra vez con mi rabo a mi madre, pero esta vez no era a su sexo, sino al agujero de su culo.

Poco a poco fui empujando y se la fui metiendo.

Mi madre despertó bruscamente, saliendo de su inmovilismo, y se agitó dolorida, chillando, pero mis manos la impidieron escapar hasta que se la metí hasta el fondo.

Como cada vez chillaba más, encontré sus bragas sobre la cama y se las metí en la boca, ahogando sus gritos, y la cabalgué sin piedad, como si fuera una yegua salvaje, hasta que volví a tener un sabroso orgasmo.

Más relajado, la saqué mi rabo de su culo, y, al ver que ella ya no chillaba ni se convulsionaba, la quité las bragas de la boca.

Dejó escapar un fuerte sollozo y gruesos lagrimones resbalaron por su rostro.

En ese momento la dije, distorsionando mi voz para que no me reconociera:

  • ¿Quién es César?

Dejó por un momento de emitir ningún ruido, pero, sin responder, volvió a sollozar, y la volví a repetir la pregunta.

  • ¿Quién es César?

Continuaba sin responder, por lo que la amenacé.

  • Responde o te meto el palo de la escoba por el culo.

Haciendo pucheros, la oí decir entrecortadamente por el llanto.

  • No conozco a ningún César.
  • No me mientas. Si me mientes te meteré el paraguas por el culo y lo abriré.

Y la metí dos dedos por el culo, provocándola que chillara otra vez, y haciendo que me respondiera angustiada y dolorida.

  • El frutero.
  • ¿Es el que hablaste esta noche por teléfono?
  • No.
  • ¿Con quién hablaste por teléfono?
  • Un compañero de trabajo de mi marido.
  • ¿Cómo se llama?
  • Luis. Luis Jiménez.
  • ¿Te has acostado con él?
  • No.
  • ¿Nunca te ha follado?
  • Nunca.
  • ¿Nunca lo ha intentado?
  • Sí. Una vez casi lo consigue.
  • Cuéntame con detalles cómo fue.
  • Era una fiesta de navidad del trabajo de mi marido. Hará casi dos años. Fui al baño y cuando salí, me encontré a Luis que había entrado al baño de las mujeres. Había bebido y estaba ebrio. Me empujó dentro del reservado y cerró la puerta del baño. Empezó a magrearme y a arrancarme la ropa. Cuando me arrancó las bragas y sacó su miembro, chillé, intentando que no me violara. Entró una mujer al baño y al oír mis gritos, avisó al servicio de seguridad. Antes de que llegaran, Luis se marchó corriendo, llevándose mis bragas. Nunca se lo dije a mi marido.
  • Y ¿con César? ¿nunca te has acostado con él? ¿nunca te ha follado? ¿nunca te ha metido el frutero su enorme plátano?
  • No.
  • ¿No lo ha intentado nunca?
  • No, nunca. Solamente me dice piropos verdes, me mira las tetas y, cuando puede, me soba el culo. Un par de veces me ha dado un azote en el culo.
  • ¿Le gustaría a César acostarse contigo?
  • No lo sé. Sí, sí, creo que sí.
  • Escucha atentamente. Quiero que los dos te follen. Te llamaré algún día por teléfono para decírtelo. Cuando te llame por teléfono y te diga la frase “Quiero que te folles a César”, tienes que ir a ver a César para que te folle. Cuando diga “Quiero que te folles a Luis”, quiero que llames a Luis y quedes con él para que te folle. ¿Has entendido bien? ¿Quieres que te lo repita?

Se quedó en silencio, sin decir nada, y comenzó nuevamente a llorar.

  • ¿Los has entendido? ¿Quieres que te lo repita?
  • He entendido, he entendido.
  • Si no lo haces, tu marido sabrá todo y te abandonará, todo el mundo sabrá todo y quedarás marcada de por vida, y mi venganza será terrible. Te haré daño, mucho daño, mucho más que el que has sentido hasta ahora. ¿Me has entendido?
  • Sí, sí.
  • Cuando te llamé para que te follen, te daré instrucciones muy precisas sobre qué ropa llevaras, que harás, donde irás, todo.

Lo que yo quería era disfrutar viendo cómo se follaban a mi madre y tenía que tomar las medidas oportunas para que pudiera verlo.

Ahora quería preguntarla por la vez que la violamos en casa.

  • ¿Recuerdas lo que te ocurrió hace meses? Cuando te violamos en esta casa.

Se quedó un rato pensativa, y la apremié.

  • ¡Responde o te la volveré a meter por el culo!
  • Recuerdo algo.
  • ¿Qué recuerdas?
  • Venía de misa con mi hijo y tres hombres nos obligaron a entrar en casa y me violaron.
  • ¿Quiénes te violaron?
  • Los tres, los tres hombres me desnudaron y me violaron.
  • ¿Te gustó lo que te hicieron?
  • No.
  • No me mientas. Tuviste varios orgasmos. ¿No lo recuerdas?
  • Lo recuerdo, pero me obligaron a tenerlos. Me violaron.
  • Y ¿tu hijo? ¿No hizo nada para evitarlo?
  • No pudo, lo ataron.
  • ¿Vio cómo te violaban?
  • No. Le taparon los ojos.
  • ¿Qué paso después de que se marcharan los hombres?
  • Yo tenía también los ojos y los oídos tapados. No veía ni oía nada. No sé cuándo se marcharon.
  • ¿Qué pasó cuando tenías los ojos y los oídos tapados?
  • Me volvieron a violar.
  • ¿Quiénes?
  • No lo sé, no podía verlo.
  • ¿Cuántas veces?
  • Muchas, no sé cuántas.
  • ¿Te la metieron por el culo? ¿Te follaron por el culo?
  • Si, si lo hicieron.
  • ¿Te mordieron el culo?
  • Creo que sí, no podía verlo y me hicieron mucho daño.
  • ¿Te comieron el coño?
  • ¿Cómo?
  • ¿Te lamieron el sexo?
  • Sí, sí que lo hicieron.
  • ¿Te gustó?
  • Sí, pero fue contra mi voluntad.

Mi madre y su sentimiento de culpabilidad fruto de tantos años de comeduras de coco con los curas casposos y la absurda religión.

  • Te movías mucho para que todo fuera contra tu voluntad. También participaste chupando pollas y moviéndote para que te follaran bien.
  • Me hicieron daño y no quería que me hicieran más daño.
  • Te encontraron en el parque. Varios mendigos te estaban follando. ¿Lo recuerdas? No llevabas entonces nada que te impidiera ver u oír. Dime si lo recuerdas.
  • No recuerdo nada de eso. Alguien me lo comentó después, pero no recuerdo nada. Solo recuerdo el hospital y la cama.
  • ¿Recuerdas que alguien te ató un pañuelo alrededor del cuello te obligó caminar desnuda con zapatos de tacón?
  • Algo recuerdo, sí.
  • ¿Qué pasó luego?
  • Me volvieron a violar. Varias veces.
  • ¿También te violaron por el culo?
  • Sí.
  • ¿No recuerdas si te hicieron algo más?
  • Me chuparon y me mordieron los pechos. También el culo, mi sexo, mis piernas. Me lamieron y mordieron todo el cuerpo. También recuerdo que me metieron en agua, en una bañera quizá, y allí también me violaron. Casi me ahogo, tragué mucha agua.

Mi madre ya no paraba. Para no recordar, no paraba de hablar de lo que recordaba y lo hablaba con pasión, como si la hubiera gustado.

  • Me obligaron a chuparles sus penes y su culo. Eyacularon encima de mí y me obligaron a tragarme todo el esperma. Todo era asqueroso y vomité.

Tomaba aliento y continuaban fluyendo palabras por su boca.

  • Me desataron las manos que tenía atadas a mi espalda y me las volvieron a atar con una cuerda, obligándome a ponerlas en alto. Me quitaron los tapones de los oídos y pude oír, pero no me dejaron ver. Tiraron de la cuerda, levantándome del suelo y me obligaron a estar de puntillas. Soportando todo mi peso sobre las puntas de los dedos de los pies, y entonces me azotaron el culo, las tetas, todo. Debían utilizar alguna especie de vara o de fusta. Yo chillaba y chillaba, pero ellos no paraban, se reían y se burlaban de mí. Me metieron algo en la vagina, quizá una fruta, un plátano tal vez, y me follaron con él. Luego me obligaron a comerlo. Después me violaron otra vez, por delante y por detrás, a la vez y esta vez fue con sus miembros. A partir de ahí no recuerdo nada, quizá me desmayé. Lo primero que recuerdo después fue el hospital y los médicos.

¡Joder con los vecinos! ¡Unos auténticos sádicos! Y yo que pensaba que eran en el fondo unas mosquitas muertas, que lo único que hacían era masturbarse pensando en mi madre.

En ese momento pensé que se estaba haciendo muy tarde y mi padre podía volver y pillarme con su mujer en la cama.

Miré el reloj y ya eran casi las once y media de la mañana. Mi padre pensaba en volver a casa a partir de las doce y solo faltaba una media hora. Se había hecho muy tarde, pero lo había disfrutado con intensidad. Lástima que no tuviera el suficiente vigor para echar millones de polvos por segundo, como si mi verga fuera una jodida ametralladora.

Ahora solo me quedaba despedirme de mi madre, y que mejor forma de hacerlo que volver a follármela.

Empujé despacio su hombro derecho y la tumbé bocarriba sobre la cama.

La besé suavemente el pezón de una teta, luego de la otra y por último en la boca, recreándome en sus labios, en su lengua y, sorprendentemente, me devolvió los besos, entrelazando nuestras lenguas e intercambiando fluidos.

Mi mano derecha acarició su pecho izquierdo, su pezón, y tiré de él, haciendo que gimiera de placer.

Mi mano bajo a su sexo y lo acaricié insistentemente, sin dejar de besarla.

Gemía de placer y me susurró, ansiosa, en voz baja:

  • Métemela, métemela, fóllame, por favor, fóllame.

Dejé de besarla y cogí la máquina de fotos que estaba sobre la mesilla de noche y me coloqué de rodillas entre las piernas de ella.

Puse la máquina de fotos en modo vídeo y, apuntando al rostro de mi madre, empecé a grabar.

Ella nuevamente me apremió viciosa:

  • Métemela, por favor, métemela, fóllame, fóllame.

Su imagen así como su voz quedó grabada en la máquina. Ahora tendría otra prueba más por si necesitaba obligarla a cumplir mis deseos.

Desde su rostro bajé a sus tetas, sin dejar de grabar, y una de mis manos la magreo las tetas, cogiendo uno de sus pezones que estaba duro como una piedra.

Ella no paraba de ronronear como una gatita en celo, suplicándome que me la follara.

Desde sus tetas fui grabando lentamente a su vulva, y mi cipote bien tieso restregándose arriba y abajo por sus labios, hasta que, en una de las pasadas, llegué a la entrada a su vagina, y poco a poco, se la fui metiendo.

Ella suspiró ruidosamente y exclamó jadeando.

  • ¡Sí, sí, fóllame, fóllame!

Me cipote entraba un poco dentro de su vagina, saliendo  casi del todo a continuación, se lo volvía a meter un poco más, sacándolo casi del todo otra vez. Poco a poco me la fui follando, hasta mi verga que entró hasta el fondo, una y otra vez.

Mi ritmo de folleteo fue aumentando y los gemidos de mi madre se convirtieron en chillidos de placer.

Grabé también sus tetazas, como se agitaban descontroladas por las embestidas de mi verga dentro de su coño, y la cara de placer y vicio que ponía mientras me la tiraba.

Tanto frenesí puse que acabé eyaculando nuevamente dentro de ella.

Dejé de embestirla pero ella, viciosa, todavía no había tenido el orgasmo, por lo que sus caderas empezaron a moverse arriba y abajo, adelante y atrás, queriendo acabar.

Me chillaba ansiosa:

  • ¡Acabalo, acabalo, fóllame, fóllame otra vez!

¡Joder con la puta de mi madre! ¡Es insaciable!

No tenía fuerzas para volver a follármela, así que cogí el pene gigante que utilizaba como vibrador, y se lo metí en la vagina, vibrando a máxima intensidad.

Mi madre parecía que la estaba poseyendo el mismísimo diablo, botando y chillando como una loca encima de la cama, lo que me produjo auténtico terror.

Pero enseguida, acompañado de un potente chillido, tuvo su orgasmo, su diabólico orgasmo, provocando la salida de fluidos de su vagina.

Se quedó quieta en la cama, agotada, después del exorcismo de polvos que había tenido.

Mirando la hora, salté de la cama y me duché en un momento.

Al salir del baño, la encontré como la dejé, tumbada bocarriba sobre la cama.

Me vestí y salí por la puerta de servicio, sin cerrarla. Llamé al ascensor y cuando llegó, abrí la puerta dejándola bloqueada para que no me lo cogieran.

Entre nuevamente en casa y acercándome a la cama, la dije con mi voz simulada:

  • No te olvides. Te llamaré y harás lo que te ordeno. S i no lo haces, lo pasarás muy muy mal. ¿Lo has entendido?

Me respondió, como adormilada:

  • Sí, sí, te lo juro, pero desátame para que mi marido no me pille así.

Arranqué la cinta aislante de sus muñecas y aflojé el pañuelo que las aprisionaba para liberar una de sus manos, saliendo a continuación a la carrera de la casa, sin olvidar la cámara de fotos que había utilizado.

Bajando en el ascensor de servicio, miré la hora, era casi la una de la tarde. Por suerte mi padre se retrasó, porque si hubiera sido puntual me habría pillado follando a su mujercita.

Me reí  recordando excitado la maravillosa experiencia que había tenido con mi madre, y desee volver a follármela.

Estaba seguro que mi madre no diría nada a mi padre, pero habría que ver si cumplía lo que había jurado, dejarse follar por el que yo la dijera.

Tenía ahora muchos planes y muchos candidatos para follarla, habría que ver cómo me organizaba.

Al salir a la calle me di cuenta que me dolía mucho el culo y tenía el pene escocido de tantos polvos que había echado a mi madre. Siempre que me masturbaba mucho me dolía la raja del culo y esta era una de las ocasiones.

¡Estaba deseando volver a follar a mi madre! ¡Deseando ver cómo se la follaban!