Como disfruté de mi madre en las escaleras
Lo que la ocurrió a mi madre por ir a comprar el pan un día caluroso de agosto, y como yo la disfruté en las escaleras del edificio donde vivíamos
Esta historia transcurrió hace bastantes años, yo debía tener unos 21 y mi madre unos 43.
Era unos diez centímetros más baja que yo, algo menos de un metro sesenta y cinco, pelo castaño, quizá algo rellenita pero con buenas tetas, buen culo y piernas largas, torneadas y fuertes.
Debía ser el mes de agosto, porque la ciudad estaba prácticamente vacía.
Además la situación de ciudad vacía era todavía más acusada al ser sábado, un sábado en el que mi padre había aprovechado para ir a ver a su madre que vivía en un pueblo cercano.
El incidente que estoy narrando ocurrió poco antes de las 3 de la tarde, con la mesa puesta para comer solamente mi madre y yo, cuando se dio cuenta que no teníamos pan, así que bajó de prisa y corriendo a la calle a por una barra antes de que cerraran la panadería, sin llevarse siquiera las llaves.
Pasaron unos pocos minutos cuando sonó el telefonillo de la puerta.
Era mi madre que, desde el portal, me llamó por el interfono para que le abriera la puerta de abajo. Eso hice y me dispuse a esperar a que llamara a la puerta de nuestra vivienda y así abrirla.
Pasaron los minutos y nada, que no venía, ¡qué raro!, ¡se habría entretenido hablando con alguien!, ¿pero a esta hora, sabiendo que la comida estaba ya preparada y que la estaba esperando para comer?
Así que abrí la puerta de la vivienda y la luz del pasillo estaba apagada, aunque se podía ver bastante bien debido a la luz del sol que entraba por las ventanas del pasillo.
No oía el ascensor ni voces ni prácticamente ningún ruido, ya que a esa hora los pocos que podían estar en su casa estarían comiendo.
Escuchando un poco más atentamente, sí que percibí alguna voz, quizá de mujer, quizá de mi madre, pero no estaba seguro, así que me dispuse a ver de dónde venía y si tenía algo que ver con la tardanza de mi madre.
Cogí las llaves de casa, me descalcé para no hacer ruido y, cerrando despacio la puerta de casa, me acerqué a las escaleras del edificio.
Silencio, ni ruido ni movimiento.
Me acerqué al hueco del ascensor, y miré hacia arriba y hacia abajo, pero no vi a nadie.
El ruido que antes me pareció escuchar me dio la impresión que venía de algún piso más abajo, así que empecé a bajar sigilosamente las escaleras.
Caminar descalzo por un espacio público, sintiendo, entre tanto calor, el fresquito de las baldosas del suelo en mis pies desnudos, me produjo una especie de excitación sexual, y me di cuenta que tenía una buena erección.
Como el hueco del ascensor estaba protegido por unos barrotes metálicos muy finos y bastante separados, según iba bajando podía ver lo que sucedía en el piso inmediatamente inferior.
Continúe bajando de puntillas, cada vez más excitado, por lo que como no veía a nadie ni arriba n¡ abajo, me paré un momento en el descansillo que había entre piso y piso, donde la luz no llegaba, y, bajándome un poco el pantalón, me saqué el cipote.
Se veía hermoso, tan erguido, tieso y sonrosado.
Me lo empecé a acariciar, cada vez con más insistencia y ya estaba a punto de eyacular cuando paré. Me parecía bastante torpe por mi parte echar a perder tan rápidamente una oportunidad como ésta de estar excitado sexualmente en un espacio público, así que me bajé totalmente el pantalón y el calzoncillo, sin dejar de mirar por si alguien podía verme, y me los quité. Luego hice lo mismo con mi camiseta, y dejé toda la ropa a mis pies. Acababa de cumplir un objetivo que poca gente podía hacer: Quedarse totalmente desnudo en un espacio público, aunque fuera dentro de mi propio edificio.
Me la menee un rato, pero todavía me parecía poco, así que dejando mi ropa en la escalera me dispuse a continuar bajando desnudo, siempre de puntillas y sin hacer ruido.
Llegue al piso debajo del nuestro, no salía ruido de las viviendas, así que, envalentonado cada vez más, continué bajando totalmente desnudo.
Ahora sí que percibí claramente un jadeo, unos jadeos de mujer. Me quedé paralizado, escuchando, venían del piso de más abajo, del primero. Los jadeos, aunque ahogados, ahora si los percibía claramente.
Continúe bajando muy despacio, hasta que descubrí el origen de los jadeos.
En el primer piso, algo se movía. Me puse en cuclillas mirando hacia abajo, para ver mejor y para poder esconder en lo posible mi desnudez, mis genitales y mi cipote totalmente empalmado.
¡Unas tetas enormes se agitaban como flanes! Estaban pegadas a los barrotes que separaban las escaleras del hueco del ascensor. ¡Era una mujer totalmente desnuda!
No podía ver su cara pero estaba inclinada un poco hacia adelante, mientras detrás un hombre la sujetaba por las caderas, mientras la embestía una y otra vez.
¡Se la estaba follando! ¡se la estaba follando allí mismo, en mitad de las escaleras!
En ese momento la mujer movió la cabeza y la vi su cara, ¡era mi madre! ¡se estaban follando a mi madre!
¡Me quedé paralizado, conmocionado, pero sin poder apartar la mirada! ¡Poco a poco fui recuperando la conciencia, sin dejar de mirar esas tetazas que no paraban de bambolearse! ¡Y detrás el hombre follándosela sin descanso!
Ahora mi madre gemía, gemía de placer, muy bajito para que ningún vecino se enterara y pudiera parar el placer que sentía.
Me apoyé en la pared situada detrás de mí, al amparo de la oscuridad, para poder ver con todo detalle cómo se follaban a mi madre.
No sabía quién era el hombre, posiblemente un desconocido que se estaba aprovechando de que la ciudad, de que la casa, estaba vacía, para follarse a placer a mi madre, para violarla.
Empecé nuevamente a acariciarme el cipote, sin perderme detalle de lo que estaba viendo.
Poco a poco las caricias fueron más insistentes, hasta que de pronto, el hombre dejó de moverse y yo, expectante, con él. Había eyaculado, pero yo no.
La desmontó, pero impidió que se moviera, reteniéndola contra los barrotes.
Se agachó y cogió algo del suelo, era una barra de pan, ¡la barra de pan que acababa de comprar mi madre!.
Poco a poco empezó a metérsela a mi madre por el coño. Ella se agitó al principio, pero claudicó, como había hecho antes, y el hombre comenzó a metérsela y a sacársela, a metérsela y a sacársela. ¡Se la estaba follando con la barra de pan!
Pero ella no gritaba de dolor, ¡estaba disfrutando nuevamente!
De pronto, ¡oí el ruido de una puerta al abrirse, en el piso superior al que yo estaba!
El hombre también lo oyó, se paró y levantó la vista, viéndome en el preciso momento en que yo, sorprendido por la nueva situación, salía sin darme cuenta de las penumbras del pasillo.
No sé quién se asustó más, él o yo, porque salió corriendo despavorido escaleras abajo, no sin coger antes su ropa que estaba tirada en el suelo.
Arriba se oían los pasos de un hombre que, después de cerrar de un portazo la puerta de su vivienda, caminaba rápidamente por el pasillo.
En ese momento no sabía qué hacer. Si subía a por mi ropa, el vecino me pillaría totalmente desnudo en el rellano de su piso. Así que, sin pensármelo más empecé yo también a bajar corriendo por las escaleras, encontrándome de frente con mi madre, que al ver bajar a un hombre desnudo con la verga tiesa como un palo, se echó también a correr por las escaleras hacia abajo, posiblemente pensando que yo también quería violarla.
Yo iba detrás corriendo, oyendo al vecino pisándonos los talones, quizá sin vernos, pero yo sí que veía los glúteos macizos de mi madre, como se bamboleaban, mientras bajaba a la carrera las escaleras.
Oí al violador de mi madre que abría la puerta del portal y salía corriendo a la calle, pensando posiblemente que le perseguíamos por lo que había hecho.
Mi madre fue la primera en llegar al portal en el preciso instante en el que la puerta del portal se cerraba dando un portazo.
Vi dudar a mi madre si salir a la calle desnuda pero optó por darse la vuelta, casi chocando conmigo, para meterse rápidamente por un pasillo del piso bajo. Yo la seguí totalmente empalmado, no sé si huyendo del vecino que venía detrás o persiguiendo al culo de mi madre, que ejercía sobre mí una atracción magnética.
Delante de nosotros el pasillo, sin ventanas, estaba oscuro, y mi madre corriendo por allí se metió y yo, como un poseso, sin pensármelo, me metí detrás.
Rodeado de oscuridad, oí que mi madre chocaba contra algo y aminoré la marcha, pero no lo suficiente.
Choqué violentamente contra ella, mis genitales contra su culo macizo, y, si no la empalé, fue porque no acerté con el agujero, produciéndome un gran dolor de huevos que me obligó a abrazarme a ella, empujándola contra la pared.
Hizo un amago de gritar, pero se lo impedí al taparla la boca con mi mano.
Me quedé abrazado a ella, que se había quedado muy quieta, mientras escuchábamos en silencio como el vecino ya en el portal, se movía dudando si salir a la calle o meterse por el pasillo por donde nos metimos.
Oí como se abría la puerta del portal, pero no era el vecino que salía sino una vecina que entraba.
Les oí saludarse y la mujer, muy parlanchina, tenía ganas de hablar con alguien, que como estaba, que si hacía mucho tiempo que no le veía, que como estaba, qué tal la familia, el trabajo, los estudios, que si no tomaba vacaciones, y bla bla bla.
Era una vecina que vivía sola en el quinto, de más de setenta años, y que era el terror del vecindario por lo mucho que hablaba.
Y mientras tanto yo y mi madre totalmente desnudos, abrazados, con mi polla dura y tiesa apoyada sobre sus glúteos macizos.
Una de mis manos la tapaba la boca y la otra la sujetaba, presionándola su vientre, pero percibiendo la inmovilidad de mi madre, empecé a tantear su cuerpo, moviendo las manos despacio, con cuidado.
La mano que tapaba su boca, acarició con la yema de los dedos sus labios carnosos e introdujo suavemente varios dedos en su boca, jugueteando con su lengua.
La otra mano descendió hacia sus muslos, prietos, que los sobó despacio, con insistencia, moviéndose hacia sus glúteos, dándoles otro buen sobo, para continuar otra vez a sus muslos y a su entrepierna, pero sus piernas estaban cerradas con fuerza y tuve que contentarme en sobarla lo que pude.
Desde la boca mi mano recorrió su cuello y su escote para posarse en sus tetas, duras, macizas, enormes, acariciándolas, magreándolas.
La mano que estaba ocupada intentando entrar en su sexo, subió lentamente, sobando su vientre, también a sus tetas.
Ahora cada una de mis manos sobaba una de las tetas de mi madre, y mi cipote tieso y duro se apoyaba cada vez con más fuerza sobre sus nalgas, mientras la echaba mi aliento en su oreja y nuca izquierda.
Varios besos y lametones en su oreja y en su cuello, motivaron que a mi madre se la pusiera la carne de gallina y jadeara.
Notando que sus barreras iban cayendo, bajé una de mis manos a su sexo, encontrando las piernas más relajadas y abiertas, por lo que metí mi mano entre sus muslos, en su entrepierna.
Mis dedos tantearon su sexo, su clítoris hinchado, sus labios abiertos y jugosos, la entrada deseada. Las caricias fueron cada vez más insistentes y mi madre poco a poco fue cediendo, sus piernas aflojando, y yo, viendo que llegaba mi momento, dejé que mi mano abandonará sus tetas y guiará mi polla inhiesta hacia la entrada a su vagina empapada.
Un jadeo de mi madre celebró la ansiada penetración, pero mi mano rápidamente voló de su vagina a su boca, ahogando su gemido casi antes de que naciera.
Empecé poco a poco a balancearme adelante y atrás, adelante y atrás, sintiendo como mi pene entraba y salía de su vagina, entraba y salía, escuchando los gemidos ahogados de mi madre.
Mis manos la sujetaban con fuerza, una por la cadera y la otra por las tetas.
Cada vez mi cabalgada fue, aunque silenciosa, más rápida, apreciando un espasmo en mi montura, un espasmo de placer.
Noté como iba llegando mi orgasmo, y lo disfruté con intensidad, paladeando cada instante.
Nos quedamos quietos en la oscuridad, con mis manos sobre sus tetas.
Algo húmedo se deslizaba por sus muslos, por nuestros muslos.
El vecino por fin pudo librarse de la vecina petarda, y oímos como salía en estampida, abriendo bruscamente la puerta del portal, dándonos por perdidos.
Al rato fue la vecina la que tomaba el ascensor, oyéndose como subía hacia su vivienda.
Ahora estábamos solos, mi madre y yo, desnudos y abrazados en la oscuridad, satisfechos, al menos yo, después de haber copulado.
Pero ¿ahora qué?.
No podíamos esperar así eternamente a la llegada de nuevos vecinos que nos descubran en situación tan comprometida.
No me imaginaba diciendo a mi madre que era yo, su hijo, el que se la había follado en la oscuridad, el que, de cierta forma, la había vuelto a violar.
Poco a poco fui aflojando mi abrazo, y, una vez libre, la dejé allí, desnuda y bien follada, en la oscuridad y subí corriendo por las escaleras hacia casa, sin esperarla y sin decirla nada.
En el primer piso encontré su vestido y su ropa interior esparcidos por el suelo, así como la barra que había sido utilizada con ella como juguete sexual. Así como lo vi, lo dejé y seguí subiendo para, una vez recogida mi ropa, entrar en mi vivienda, cerrando la puerta, sin hacer ruido, detrás de mí.
No tardó mucho mi madre en llamar al timbre de casa.
La abrí como si no hubiera pasado nada, y, casi sin mirarla, la recriminé suavemente que hubiera tardado tanto tiempo en traer la barra de pan.
Sus ropas lucían sucias y arrugadas, así como su cabellera despeinada, pero solo me dijo, también como si no hubiera pasado nada, que tardó en encontrar una panadería abierta.
Se metió en el baño, y la oí ducharse.
La barra de pan era del tipo bollo, muy blanda, por lo que al utilizarla como juguete sexual no la produjo ningún daño, solo placer.
Aunque me costó comer el pan, no podía dejar de comerlo para no despertar sospechas en mi madre, pero la verdad es que, aunque arrugado y deteriorado, estaba buenísimo, con un toque digamos especial, y es que mi madre estaba buenísima, estaba tan buena como para mojar pan.