Como descubrí el placer de dominar
Soy buen trabajador, padre y esposo. En la intimidad me consideraba un hombre normal, pero descubri que mi verdadero instinto era el placer de dominar.
I
Soy Ingeniero Agrícola, tengo 32 años. Estoy casado y tengo dos hijos. Mis valores más importantes son la familia y el trabajo. No soy un religioso practicante, pero creo en lo espiritual. Me asombran Sócrates, Netzahualcóyotl, Rulfo, Chelo Silva, Joaquín Sabina, B.B King, Stravinsky, Dostoievky y Kieslowsky. No me gusta la carne de cerdo, mido 1.76, peso 75, disfruto estar en el campo o en playas solitarias, mi deporte es correr, no fumo, nunca he consumido otra droga más que tequila, uso botas y sombrero, no acostumbro desodorante y no me gusta mentir. Me considero un hombre normal, pero últimamente estoy viviendo algo poco usual.
Por mi trabajo de asesoría viajo con frecuencia. Hace un año, en otra ciudad conocí a M., ella es secretaria de uno de mis clientes, al que debo visitar cada tres o cuatro semanas. Es blanca, alta, de tetas y culo grande, ojos pequeños, cara bonita y con una gran cabellera castaña y está casada. Honestamente, a mi me gustan las mujeres pequeñas, y lo único que me atrajo de ella fue el tono blanquísimo de su piel y su abundante y largo cabello. Un día me dijo que deseaba hablar conmigo, me confesó que yo le gustaba y pidió que le permitiera estar cerca de mi. De la manera más amable le explique, que yo no era la persona adecuada, que yo ya tenía una familia, que me sentía realizado con mi mujer; además, que mi forma de ser era demasiado ruda, mi carácter egoísta y mi temperamento excesivamente dominante, que ella necesitaba alguien tierno que la cuidara y le ofreciera cariño, que requería un hombre generoso y considerado.
Después de eso, rechacé varias invitaciones que me hizo para salir juntos, antes de que, por casualidad, una tarde coincidiéramos en una comida que organizó mi cliente y que se prolongó durante varias copas. De salida, me pidió que la acercara a su casa, yo había bebido algo, me sentía excitado y en mi auto me la lleve a un camino solitario fuera de la ciudad. Tenía algunos días sin relaciones sexuales, por lo que esa noche no pude reprimirme y liberé todo el instinto acumulado. Mi propia naturaleza, el alcohol, y la continencia hicieron que me comportara como un semental en celo. La besé primitivamente, la desnudé completamente, apreté con fuerza sus senos, mordí salvajemente su espalda y dentro del coche, la penetré en forma animal sin ninguna consideración. Ella, no opuso ninguna resistencia, por el contrario, se entregó dócilmente y no solo soportó mi modo agresivo de hacer el amor, sino que llegó rápidamente al orgasmo. Esa fue mi primera sorpresa, ya que debo de confesar, que aunque mi mujer me adora, con frecuencia se queja de mi falta de consideración; le molesta que no controle mi "instinto animal", dice ella; incluso algunas veces debo de masturbarme porque su temperamento es menos apasionado que el mío. Ésta en cambio, no solo no se quejó sino que pareció disfrutarlo. Mi segunda sorpresa fue cuando llegó al orgasmo, porque cuando eso ocurrió, su vagina se puso a palpitar y aprisionó mi sexo intensamente, succionando y apretando de un modo anormalmente fuerte, provocándome un placer increíble. Cuando terminamos, regresamos a la ciudad. Pensé que era una mujer aburrida de su relación de pareja, que para salir de la rutina había buscado sexo conmigo, por ser un forastero sin nexos sentimentales y que sería una sola vez.
II
En la siguiente supervisión que realicé, me confesó que se había enamorado de mi, que quería que volviéramos a salir, que me pedía solo una oportunidad para demostrarme su amor. Yo contesté que la relación con mi esposa me satisfacía por completo, que no era mi tipo y que no sentía nada por ella. Sin embargo, cada vez que tenía que visitar a mi cliente, ella me repetía lo mismo. En realidad me satisfacía plenamente la relación sexual con mi esposa, pero varias noches mientras le hacía el amor, recordaba lo ocurrido dentro del coche en el camino solitario, sus gemidos de excitación cuando mis dedos apretaron con fuerza sus pezones, en el placer que mostró cuando la penetré con fuerza y llegué hasta el fondo de su vagina y cuando terminó, el modo en que succionó mi sexo como una bomba. El solo pensar en esas cosas, bastaba para excitarme eyacular dos y hasta tres veces intensamente.
Y así, cada vez que volvía a su ciudad, ella insistía en lo mismo y aunque seguía sin gustarme, aumentó mi curiosidad insana: ¿hasta donde, una mujer enamorada está dispuesta a hacer por un hombre? De verdad haría todo lo que yo le pidiera?.
Una tarde, luego de llevar varios días fuera de casa, estando en el hotel me sentí más caliente que nunca y la llamé. Le pregunté si todavía estaba dispuesta a entregarse a mi y a hacer lo que yo quisiera, me contestó: póngame a prueba, estoy dispuesta obedecer cualquier cosa que me ordene. Le dije que si en verdad quería estar conmigo, esa tarde debería acudir a mi hotel, pero sin ropa interior.
La esperé en el hall, llegó en cuarenta y cinco minutos, no la conduje a la habitación por el ascensor del hotel, sino que la llevé por las escaleras. En un rellano, me detuve para comprobar si traía ropa interior, cuando vi que bajo el vestido estaba totalmente en cueros, me saqué el sexo y le ordené: cómetela. Inmediatamente se hincó, como poseída se puso a chupármela y a metérsela hasta el fondo de su garganta. Me calenté tanto, que no resistí mas, la levanté y ahí mismo, le di vuelta, le levanté el vestido y de un solo golpe le ensarté por completo mi palpitante miembro.
Todo era excitante: que hubiera acatado mi orden, la sorpresa de que gozara tanto haciéndome el sexo oral, el peligro que significaba estar en la escalera, penetrarla sin rienda como semental en celo y escucharla gemir cada vez que le enterraba por completo mi sexo hinchado. No se si no tenía relaciones con su marido o le resultaban poco placenteras, pero ese día estaba tan caliente, que al penetrarla le bastaron menos de 30 segundos para venirse. Entramos a la habitación y pasé toda esa tarde haciéndoselo y convenciéndome que de verdad aceptaba hacer cualquier cosa que yo le pidiera. Toqué su cuerpo del modo que quise, pedí que me acariciara de las maneras mas obscenas que se me ocurrieron, no dudaba ni preguntaba, solo obedecía. A veces por mi gran excitación, la penetraba fuerte y la lastimaba, pero ella solo gemía, y me decía que no me detuviera, que le gustaba que lo hiciera así, que disfrutaba ese tipo de dolor.
III
A partir de ese día inicié una relación con reglas especiales, le aclaré que no la amaba y que mi relación con mi pareja era lo más importante de mi vida, que no debía hablarme mientras estuviera de supervisión en su oficina, que la llamaría únicamente cuando quisiera hacer algo que realmente me excitara. Ella aceptó así y desde entonces, cuando estoy en su ciudad, y se me ha ocurrido algo fuera de serie, que sea difícil de cumplir, o que esté más allá de las reglas morales, la llamo. Ella siempre acude al cuarto de mi hotel e invariablemente cumple su promesa de obedecerme. Ha aceptado que la lleve en el carro, por la calle principal de la ciudad, desnuda, mientras va besándome el sexo. La he enviado a una sex-shop, a comprar un látigo de cuero con el que he castigado su trasero. Le he llevado a burdeles a ver putas desnudas, show de stripers y trasvestis. La he penetrado en el campo, en un parque público; en casa de su marido; dentro un cine porno; a horas de trabajo en su oficina. He fotografiado y filmado mientras la penetro. Acepta satisfacerme con la boca y besa cualquier sitio de mi cuerpo que le pido. Deja que le cubra los ojos, que la amordace, que la ate de manos y pies, que castigue sus nalgas y que le marque la espalda con mis dientes.
Aunque para cualquiera esto puede parecerle algo terrible, para mi es una relación que me da tranquilidad y satisfacción. Tranquilo porque cuando estoy con mi mujer puedo hacer el amor de un modo suave y tierno como a ella le gusta. Y satisfacción porque mi amante se comporta totalmente dócil, tan sumisa que puedo comportarme sin fingir, descargando mi instinto animal dominante e incluso un poco violento. Disfruto enormemente verla obedeciendo hasta el más pequeño de mis caprichos, cumpliendo cada una de mis fantasías. En cada encuentro es tan caliente, que el pene me dura doliendo tres o cuatro días. Pero en realidad, lo que más me excita, no es que me obedezca, sino ver cuanto disfruta haciéndolo. Ha obtenido orgasmos, mientras estoy mordiéndole los pezones o la estoy masturbando con el pié. Se calienta tanto, que ha llegado a correrse cuando me la está mamando. Una de las experiencias que más la excitan, es que orine encima de su cuerpo, pero cuando hago eso mismo adentro de su culo, se pone como poseída, y tengo que taparle la boca para que los empleados del hotel no escuchen sus gritos de placer.
Sin embargo, la relación esta a punto de terminar, debido a que no se me ha ocurrido ninguna cosa excitante para hacer con ella y desde hace seis semanas ya no la he buscado. Si leyendo esto, a ti se te ha ocurrido alguna y me la envías de inmediato, te compensaré con media docena de fotos que le he tomado, para que la conozcas.
Armando García: volcandecolima@hotmail.com