Como dejé embarazada a una prostituta
Confesión en la que se relata la historia de cómo dejé embarazada a Samantha, una prostituta de 42 años rusa.
Todo comenzó una tarde de principios de junio, en la que salía de trabajar después de una jornada larguísima y muy dura, mucho más dura de lo que solían ser, recuerdo que conseguí sacar todo adelante generando en mí un enorme sentimiento de satisfacción muy parecido a cuando de joven, aprobaba un examen importante o me llegaban las primera nóminas. Era tal la satisfacción que tenía, que decidí darme un buen y merecido homenaje como hacía tiempo que no me daba. Me subí al coche y antes de poner rumbo a mi casa y, sabiendo que mi novia no estaba por la labor de satisfacer mis deseos carnales como antaño, busqué con el móvil chicas de compañía que me gustaran y que estuvieran disponibles para darme lo que me merecía. Tras unos minutos de búsqueda exhaustiva, encontré a Samantha, en su anuncio decía ser rusa y sus fotos de modelo me hicieron rezar porque estuviera disponible esa noche, así que, inmediatamente contacté con ella. Por teléfono, su acento la delataba, efectivamente era rusa, pero hablaba español perfectamente, sin ningún fallo. Su sensual voz me hacía saber que era la chica que buscaba para rematar aquella difícil y fantástica jornada, por lo que acordamos la cita y me puse rumbo al cielo.
Una vez llegué a sus inmediaciones, estacioné el coche en un parking en el que apenas había tres o cuatro coches más, cerca de unos adosados de dos plantas. Salí en busca de su puerta, la Nº34 me dijo. Tras unos segundos oteando el horizonte, allí la encontré, una casa como las de su alrededor, solo se diferenciaba en el color crema de la puerta principal y que era la única que tenía todas las persianas bajadas por completo. Subí las pequeñas escaleras que dan a la puerta y la golpeé levemente para evitar tocar el timbre. Tras unos segundos de espera, se abre la puerta tímidamente dejando ver la maravillosa criatura que detrás se hallaba. Una mujer de unos 40 años, de pequeña estatura, muy atractiva, ojos verdes, pelo corto moreno y con mechas rubias, vestida con lencería muy apretada de color negro que resaltaban sus ya de por sí grandes pechos, y unas medias altas enganchadas al liguero que a cualquier persona le haría humedecer los pantalones de inmediato. Aquella mujer era una mala bestia tal cual estaba vestida, pero se le notaba el paso del tiempo y quizás, la escasa oportunidad de ir al gimnasio, lo que hacía que se notaran pequeñas dunas que desbordaban la tela por las partes que más apretaban.
Tras unos segundos alelado por haber descubierto aquel tesoro, me invitó a subir al segundo piso y a tomar algo, esto último lo rechacé. Mientras me guiaba hacia la segunda planta por unas escaleras estrechas e interminables, su culo bien definido por la suave lencería me hacía sentir un cosquilleo en el estómago digno de un quinceañero apunto de perder la virginidad con el que cree ser el amor de su vida. Una vez llegamos arriba, me llevó a una oscura y gran habitación, con una pequeña luz tenue roja tirando a morada, se enfrentó a mí y posó sus manos delicadamente sobre mis hombros, pidiéndome un baño juntos, a lo que rápidamente accedí.
Dentro de la ducha comenzaron los magreos, y solo puedo resaltar, cómo me agarró el miembro y lo posó en su preciosa mano izquierda de magníficas uñas largas y rojas, como si agarrara un cachorro para acariciarlo. Me echó un gel azul que olía a lavanda a lo largo del miembro y, con la misma mano que me la estaba sosteniendo, cerró el puño y comenzó a oscilarla en un sensual intento por dejar todo bien limpio, hasta que ambos miembros quedaron completamente escondidos bajo la blanca y aromática espuma. Un poco más tarde, decidió salir de la ducha para secarse y se fue del baño, segundos más tarde salí yo y me sequé con la misma toalla que ella se había secado.
Una vez seco y con la herramienta limpia y lista para usar, salí del baño y volví hacia el tenue dormitorio que ahora tenía más luz, desde el que había entrado, y me encontré allí a Samantha sobre la cama, completamente desnuda, apoyada sobre sus pies en posición de sentadilla, con las piernas cerradas, su mano izquierda jugando tímidamente con sus pechos y su mano derecha sobre su muslo del mismo lado mirándome fijamente al paquete. Conforme me acercaba a ella dijo sensualmente, "Me pone muy cachonda saber que eso va a estar dentro de mí", con aquel dulce y sensual acento ruso mientras se mordía el labio. A continuación añadió "¿Quieres saber lo caliente que estoy, cariño?", y comenzó a separar lentamente sus muslos dejando ver lo que sería el plato fuerte de esta noche; Almeja depilada en su salsa. Me acerco lentamente entre el hueco que han dejado libre sus piernas mientras le digo "Si estas así de húmeda ahora, ya verás cuando te empiece a follar", me sonríe vacilante mientras acerco la cabeza a sus hermosos labios y comenzamos a comernos las bocas. Nuestras lenguas comenzaron a bailar al mismo compás y nuestros labios, atónitos, recogían toda la saliva que se desbordaba fruto del juego que habíamos creado. Segundos después de aquel baile, la empujo suavemente hacia atrás, dejándola caer sobre la cama. Una vez cayó, comencé un camino sinuoso con mis labios que empezó por su cuello, siguió por las tetas, los pezones, el abdomen y el ombligo, hasta finalmente, llegar a su vagina. Una vez allí, comencé a jugar lentamente con su clítoris, lamiéndolo, rozándolo, succionándolo como si de una pajita se tratase… y mientras tanto, con mi mano derecha, jugaba un poco con sus labios inferiores, sin llegar a penetrarla con ningún dedo, pues ese trabajo estaba reservado para otro miembro más importante de mi cuerpo. Mientras trabajaba en ella, se iba retorciendo y gimiendo levemente mientras me agarraba la cabeza con una mano a la par que con la otra no sabía qué hacer, se agarra de las tetas, de las sábanas, de mi cabeza... Pocos segundos más tardes comienza a tener sacudidas acompañadas de gemidos más sonoros, yo no paro, sé que la estoy llevando a un lugar del que no va a querer volver, pero parar no es una opción. Seguí haciendo movimientos más rápidos de lengua, y succiones aún más fuerte y profundas sobre su clítoris, de pronto, noté como se le tensaron todos los músculos de su majestuoso cuerpo durante unos instantes y finalmente explotó de pasión, comenzando a temblar erráticamente como si un pez se estuviese ahogándose fuera del agua.
Cansada de tantos movimientos involuntarios creados por la más pura de las emociones humanas, me suplicó que subiera a comerle la boca, a lo que accedí muy rápido, pues no encuentro nada más placentero tras comer un buen manjar, que recompensar a la chica que lo ha preparado, con su propio marinado. Una vez llegué hasta su boca, me atrapó con sus piernas alrededor de mi cintura y sus brazos sobre mi cuello, y me empezó a besar descontroladamente. Su lengua parecía tener vida propia y estaba descubriendo zonas de mi boca que nunca antes había notado que existieran. Poco después empecé a notar como movía su cintura como si algo se hubiese quedado atrapado entre la sábana y su desnuda espalda e intentara esquivarlo, se movía hacia arriba y hacia abajo, era un movimiento que noté muy extraño inmediatamente, y parecía que cada vez me besara más apasionadamente, incluso gimiendo, como intentando desviar mi atención, pero aquellos movimientos que hacía con la cintura no se podían pasar por alto. En uno de sus vaivenes, noté como mi pene, completamente lubricado por su saliva y todavía sin protección, penetró unos pocos centímetros en su vagina, acto seguido me intenté separar, pero me costó bastante ya que primero debía liberarme de sus brazos y sus piernas. Tras hacer un poco más de fuerza conseguí separarme y, ella, aparentemente sorprendida, espetaó"¿Pasa algo mi amor?", yo, con una furia que a los pocos segundos se convirtió en morbo por jugar con el peligro de aquella manera y sin saber si aquello fue a propósito, y, para evitar un mal trago, le dije "Ponme el condón ahora mismo, que como no me lo pongas, nos vamos a arrepentir toda la vida", ella se rió sarcásticamente, como si hubiera un interés oculto que no quisiera que se desvelara.
Tras ese momento agridulce me invitó a tumbarme en la cama, cogió un condón de la mesita que había al lado, y se acercó lentamente en dirección a mi miembro ya completamente erecto y húmedo por toda la trama sexual que habíamos experimentado. Comenzó a jugar con él, se lo pasó por la cara, lo olía, lo lamía de abajo a arriba sin dejarse un solo hueco sin humedecer por su suave lengua, rodeaba la punta con los labios mientras me miraba fijamente a los ojos y entrecerraba los suyos, y comenzó a bajar la cabeza lentamente. Al llegar abajo del todo, aguantó unos segundos y poco después le dio una arcada que le hizo sacársela inmediatamente de la boca. Mi polla, casi completamente llena de fluidos guturales, fue untada por completo con la ayuda de su mano mientras aprovechó para ejercer presión y masturbate lentamente, para, poco después, volver al ataque con su dichosa boquita durante un par de minutos más.
Tras todo ese tiempo, decidí que era hora de estar dentro de ella como ya nos merecíamos, fue entonces cuando, con un movimiento digno del mejor mago prestidigitador del mundo, consiguió abrir el condón, metérselo en la boca y ponérmelo, a la par que me hacía la felación. Acto seguido, posó las rodillas a los lados de mi cintura, con su mano izquierda se apoyó en mi pecho, y con su mano derecha y por detrás de su espalda, ayudó a mi perdido y protegido pene erecto, a encontrar la entrada, y, una vez encarada, bajó lentamente su cuerpo mientras nuestros aparatos reproductores bien lubricados encajaban perfectamente. Mientras descendía, un mar de sensaciones por ambas partes se abalanzaba sobre nosotros. Ella, lo demostró abriendo la boca y cerrando los ojos por completo, como si estuviera degustando el mejor plato de su vida, acompañado la maniobra con un leve y sensual gemido, mientras que yo, no puede hacer otra cosa que mirar atónito su figura mientras sentía cada unos de los puntos donde rozaba con su piel. Tardamos poco en buscar desesperadamente nuestros labios en un intento por compartir de algún modo el placer que allí estábamos sintiendo, y comenzamos a besarnos desenfrenadamente mientras ella movía su cadera suavemente como lo haría una pareja de enamorados en cualquier escena erótica-romántica.
Una vez empezado el coito, y con nuestra excitación por las nubes, dejamos salir nuestros deseos y gustos más profundos, probando todo tipo de posturas y acciones que se nos iban ocurriendo. Finalmente, pasados unos largos y maravillosos minutos, con ella de nuevo encima, y yo viendo que la dinamita estaba a punto de estallar en la cueva, la agarré de un lateral y la empujé de forma brusca tirándola hacia la cama, una vez tumbada y boca arriba, me coloque sobre su pecho, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo, dejándole los brazos atrapados entre mis muslos y su busto a mi merced. Mirándola a la cara, me quité el condón lo más rápido que pude y ayudándome de unos ligeros movimientos, dejé salir toda la euforia y felicidad de un día tan duro como aquel, sobre sus pechos, cuello y preciosa cara.
Samantha, no debía estar acostumbrada a que la tratasen de aquella manera, pero pronto supe que le gustó cuando se comenzó a morder el labio de nuevo y con su delicada lengua recogió los pocos restos de semen que quedaron cerca de su boca para tragárselos mientras me miraba fijamente, acompañando aquella jugada maestra con la frase "Ojalá todos los hombres supieran tan bien como tú". Pocos segundos después de aquella escena, me aparté de ella, nos incorporamos levemente y tras un intercambio de elogios dignos de cualquier pareja de amantes que se precie, comenzamos a charlar sobre nuestras vidas, sobre cómo se vivía en Rusia, y sobre qué le había llevado a trabajar de esa manera. Fue entonces cuando descubrí que antaño era una chica que vino engañada desde Rusia y que, hasta casi los 30, fue víctima de trata de blancas, trabajando para algún capullo arrogante que abusaría de ella día sí día también. Asimismo, me confesó, que cuando por fin consiguió escapar de las garras de su amo, era muy vieja, que no tenía estudios y no tenía experiencia alguna en ningún trabajo, y que no sabía a qué dedicarse, por lo que con el poco dinero que tenía ahorrado, alquiló un piso y se dedicó a lo que por obligación, mejor se le daba. A pesar de que Samantha lo hablaba todo con especial soltura, yo no puede evitar sentir pena por ella, sentimiento que se incrementó muchísimo más cuando me comentó que desde hacía unos 10 años, desde que se convirtió en escort independiente, nunca había podido conocer a ningún hombre que la respetara por su trabajo y que fuese capaz de asumir que es lo único que sabe hacer y que desde que era muy muy joven, siempre quiso ser madre, que sería madre con 20 años de no haber sido esclavizada, y que con la edad que tiene ya, jamás será capaz de encontrar a alguien con el que compartir un hijo fruto de su vientre y que daría lo que fuera incluso por ser madre soltera.
Tras enterarme de lo dura que puede llegar a ser la vida de muchas mujeres, me vestí, le di lo que le correspondía y bajamos a la planta baja para encarar la salida. Samantha, todavía desnuda, abrió la puerta de la calle, se acercó a mí mordiéndose el labio y me dió un profundo y largo beso en la boca. Al acabar enunció, "Gracias por escucharme, amor'', ”Por cierto, ¿te gusta tu propio sabor?" junto a una sonrisilla pícara. "Vuelve cuando quieras, esta es tu casa... y tu coño" culminó, a lo que yo le respondí exaltado, "Te aseguró que estaré aquí más pronto de lo que tú y yo creemos".
Días después, y tras darle muchísimas vueltas a aquella noche con Samantha, noté que por alguna razón, me sentía en deuda con ella, solo podía pensar en pagar por sus servicios semanalmente para ayudarle con su economía, y fue entonces cuando me surgió la idea, ¿y si la dejase embarazada? La clave sería que jamás debería saber que fui yo, porque yo no quiero mantener a ningún hijo ni a ninguna mujer, que para eso ya tengo a la mía. Que no se enterase no era muy difícil debido al elevado número de personas que debían de gozar de sus servicios al día y teniendo en cuenta que dejar embarazada a una mujer no es nada fácil, me surgía la siguiente duda ¿como lo haría? ¿Cómo podría quitarme el codón y correrme dentro de ella sin que lo notara y sin que sepa que fui yo? Lo suyo sería meterle muy poca cantidad de semen en algún momento determinado sin que se diese cuenta, pero ¿cómo?
Tras unos cuantos días buscando la manera, finalmente se me ocurrió una, así que al día siguiente de idear y preparar el plan, esperé a acabar la jornada laboral y salir del trabajo a las 20:00 para volver a pedir cita con la fantástica Samantha e intentar concederle, desde las sombras, su mayor deseo que tantos años ha estado pidiendo y que nunca se le ha cumplido.
Allí estaba yo, otra vez, observando la puerta Nº34 como un león acechando a una gacela, inquieto pero seguro, sentía que se lo debía a Samantha y que era lo correcto. Me acerqué a la puerta, toqué con los nudillos suavemente y me abrió. Se alegró mucho de verme, me dijo, que sabía que la volvería a visitar, que tenía un presentimiento. De nuevo subí por aquellas escaleras, pero esta vez, en vez de meternos en la ducha le pedí amablemente la copa que aquella vez rechacé ya que tenía que preparar mi plan. Una vez se fue de la habitación, saqué de mi bolsillo izquierdo una aguja de costura muy pequeña pero afilada, y la clavé en un lateral de la cama, directamente en el colchón, la aguja no se veía, solo se notaba al pasar la mano y solo yo sabía dónde hallarla. Cuando regresó, traía consigo un par de pequeñas copas de vino, de uno bastante malo por cierto, pero que me tuve que beber a la fuerza, y que esperaba no lamentar al llegar a casa. Y durante un rato, estuvimos charlando sobre cosas completamente intrascendentes.
Una vez apuradas las copas, nos dimos una ducha rápida. A Samantha, esta vez se le notaba más cansada que en el primer encuentro y no se aseguró de lavarme el pene como la primera vez. De nuevo, nos secamos y volvimos a la cama, esta vez ella estaba tumbada sobre su costado, pero se le notaba más distante que la última vez, como apagada. Me ví forzado a preguntarle qué le sucedía y, tras dudar, me contestó que estaba recordando la conversación que tuvimos aquella noche y que jamás tendría a un hombre como yo, que llegara de casa después de trabajar, cansado o con ganas de follársela, pero que ella quería a un hombre... en realidad, lo que quería era una familia.
Aquellas palabras suyas me dieron el último empujón que necesitaba para intentar realizar la misión, y fue entonces cuando me decidí a hacerlo. Me acerqué a ella, apoyé las rodillas en la cama, frente a su cabeza, y automáticamente comenzó a hacerme una felación, su cabeza no tenía mucho ángulo así que la ayudé con mi cintura, a veces entraba demasiado y le daban arcadas y a veces se quedaba corta, mientras tanto, mi mano izquierda se perdía en sus esféricas ubres. Estuve un buen rato recibiendo placer, pues la misión requería que alcanzara el punto inmediatamente anterior al clímax lo antes posible. Al cabo de los minutos de felación que ella misma acompañaba con la mano, y estando ya muy cerca de culminar, le invité a ponerme el condón, pero le dije que lo hiciera con suavidad, pues no quería acabar en sus bellas manos mientras me lo ponía. Samantha debía estar atónita por no haberle dado ni una pizca de placer en comparación con la primera vez. Sus dudas pronto se desvanecerían cuando la agarré suavemente de las piernas y la arrastré al borde de la cama, cerca de donde estaba la aguja de costura que previamente había escondido, le separé los muslos que quedaron suspendidos en el aire y con leves movimientos me fui agachando hasta arrodillarme en el suelo para degustar nuevamente aquel manjar que guardaban caprichosamente sus piernas. Una vez en pleno cunilingus, y mientras se retorcía de placer, delicadamente tanteé la cama hasta encontrar la aguja y la deslicé hacia afuera, y, en un momento dado, con la otra mano agarré la punta del condón y me aseguré de atravesarla con muchísima suavidad de lado a lado, una vez hecho esto, la volví a clavar en el mismo sitio.
Ya había cumplido el primer objetivo con rotundo éxito, solo quedaba depositar mi ocultamente deseado polen dentro de su maravilloso estigma. Así pues, tras unos segundos de indecisión y estando realmente al límite de explotar, me incorporé de repente sin ni tan siquiera asegurarme de haberla llevado al orgasmo, y una vez en pie, me incliné hacia ella apoyando las manos a cada lado de su cuerpo y la penetré ipsofacto para evitar posibles comprobaciones innecesarias del artilugio manipulado. Comencé a follarla en aquella misma posición, en el borde de la cama y con las piernas en el aire, observando como con cada embestida las tetas describían preciosas ondas al rebotar. Mientras asediaba sus muros internos con mi ariete, le comía la boca y la miraba a los ojos pues estaba muy cerca de correrme y quería mirar a sus espejos del alma cuando fuese a culminar. La eyaculación estaba cada vez más cerca, y el morbo se incrementaba cuanto más pensaba que estaba a punto de, quizás, dejarla embarazada de mí, con mi propio semen, que iba a marcar la vida de esta mujer para bien. Finalmente llegó el clímax, el orgamos que tanto deseaba yo y que tanto deseaba ella pero que no sabía, y empecé a soltar la carga sin parar dentro de ella, literalmente. No solo no se la quería sacar, sino que la empujaba con todas mis fuerzas contra ella para intentar que el condón se estirara y así saliera todo el semen que habría acumulado en la punta por pequeños agujeritos que debía de haber. Sin sacarla de ella todavía, me acerqué de nuevo a sus labios y comencé a besarla durante un breve periodo de tiempo para intentar desplegar la mayor cantidad de soldados en el campo de batalla. Finalmente tuve que sacarla, pues ya no le veía sentido a seguir morreándola, pero esta vez, fui yo quien retiró el condón de mi usado pene y lo tiró a una pequeña papelera que había en el baño. Antes de tirarlo, pude ver cómo, efectivamente, la cantidad de esperma que en la punta se hallaba, era muchísimo menor de lo habitual. Fue entonces cuando entendí que la misión se había completado con éxito.
Al regresar a la habitación, ella seguía en la cama, abierta de piernas y extrañada, pues fue una follada de “aquí te pillo aquí te mato” sin mucha conversación ni placer hacia ella. Me preguntó si tenía prisa, a lo que le conteste vagamente y sin mucha ilusión, pues estaba inquieto y nervioso por lo que acababa de hacer. Me senté sobre la aguja y mientras me vestía la saqué de la cama y me la volví a guardar en el pantalón. Acabamos los protocolos post-servicio, y dejé atrás aquella casa, llegué al coche y durante unos minutos me quedé pensando sobre lo que había hecho aquella noche, sobre los riesgos que corrí y que correría si realmente se llegara a quedar embarazada de mí. Las enfermedades que podría haber pillado por estar roto el condón no me importaban, pues ella siempre tomaba precauciones con sus clientes y aparentemente se cuidaba, pero ¿sería padre en 9 meses?
La cosa no quedó ahí, estuve visitando a Samantha y nutriéndome de sus servicios semanalmente y sin falta, durante 3 meses y 2 semanas, osea, 14 intentos más, siendo un total de 15 veces las que intenté dejarla embarazada. A los 3 meses y 3 semanas, cuando volví a pedir cita con ella, me dijo que no estaba disponible, que se había ido de viaje, no era la primera vez que no estaba disponible uno o dos días, pero nunca antes se había ido de viaje, así que fue la primera semana que no puede estar con ella. La situación me alarmó cuando se demoró más de dos semanas, porque siempre que contactaba con ella me decía que seguía de viaje, pero nunca me decía a dónde. Yo me temía que se hubiese hartado de mí, que hubiese hecho algo malo o que ya no le atrajese como cliente, así que, con una tremenda desilusión por lo que podría haber sido y no fue, decidí dejarla tranquila y no volver a molestarla.
Al cabo de 4 meses, recibí una llamada de Samantha, me decía que ya había vuelto del viaje, de su supuesto viaje, ese viaje que se ha demorado más de 4 meses, pensé para mí, y me decía que ya estaba disponible para quedar con ella cuando quisiera... Así que eso mismo hice. Y al fin, al fin tras casi 5 meses sin saber nada, podría volver a intentar preñarla, sabía que es lo que ella siempre había querido, y para mí ya más que una meta o un objetivo que cumplir, era una obsesión, no iba a parar jamás hasta dejarla embarazada, aquella chica era un cielo, un amor de persona, se lo merecía todo y más, y sobre todo que por una vez en la vida algo le saliese bien, así que de nuevo me preparé, y fui en su búsqueda.
Allí estaba yo, de nuevo, tras tantos meses sin saber nada de ella, aparcado en aquel solitario parking, observando detenidamente la puerta Nº34, nervioso como el primer día, pensando sobre si su viaje era real y en el caso de no serlo, en por qué me ha evitado todo este tiempo. Me dirigí por decimosexta vez a su puerta color crema y otra vez más, como de costumbre, toqué la puerta con los nudillos.
Se abrió y comenzó a abrir lenta y tímidamente la puerta. Primero vi sus ojos, estaban brillantes, llenos de ilusión y alegría, como en todos nuestros encuentros no los había visto, su boca, mostraba una sonrisa que casi llegaba de oreja a oreja, iba vestida con un camisón ancho, negro y suave, que dejaba ver el color rojo del sostén y su forma, y más tarde me daría cuenta de que en el lugar donde debía de estar tanga, había una maraña de pelos púbicos que nunca antes vi en ella. Me fijé en su brazo derecho, lo tenía recogido de una forma extraña, al final de él, estaba su mano, apoyada sobre su vientre que parecía bastante más grande de lo normal, enseguida me di cuenta ¡Estaba embarazada! No me lo podía creer ¿Finalmente lo había logrado? No podía ser, estaba eufórico, pero inexpresivo, por dentro tenía una alegría que jamás había tenido, pero por fuera estaba frío, inmóvil, y solo pude decir “Estás embarazada, qué noticia más importante debe ser para ti ¿Al final has encontrado a alguien?” Samantha me invitó a pasar al salón, esta vez no me llevó a la planta de arriba, me sentó en un sofá azul marino y ella se sentó a mi lado. Me dijo “No”, a lo que yo le contesté “¿Cómo que no?”, hubo un silencio de unos segundos y culminó “No tengo novio, ni marido, ni nada, voy a ser madre soltera...”. Yo cada vez lo tenía más claro, era mi hijo, seguro, “¿Entonces cómo ha podido pasar? ¿No usabas ningún método anticonceptivo además de los preservativos?”, le pregunté, a lo que ella contestó, “Desde hace más de 2 año que no uso nada más...”, osea que ella también lo estaba intentando por si algún preservativo fallaba, supuse, en aquel momento me pregunté si ella misma habría pinchado alguno como hice yo y mientras pensaba confesó “Además, cuando veía chicos jóvenes como tú, intentaba ponerlos muy cachondos para que me follaran sin condón, pero muy pocos han caído y los que sí lo han hecho nunca han acabado dentro, solo me han follado un rato y luego se han arrepentido y me han pedido el condón.” En aquel momento me temía que el hijo no fuese mío y que hubiera perdido tanto tiempo y dinero en ella para nada, a pesar de que en numerosas ocasiones me regalaba el servicio, de todas formas, me sentía mal y utilizado. Fue entonces cuando le pregunté si en algún momento se le ocurrió pinchar los preservativos, a lo que rápida y tajantemente contestó “¡NO! Jamás haría eso, no quería que nadie fuese padre contra su voluntad, por eso les invitaba indirectamente a follarme a pelo, porque en caso de que se corrieran dentro hubiese sido por decisión propia”. Empecé a respirar tranquilo mientras miraba su vientre ya que cada vez veía más probable que el hijo fuese finalmente mío...
Seguimos un buen rato hablando sobre todo en general, el embarazo, a lo que se dedicaría en un futuro, sobre que jamás estuvo de viaje y que era la excusa que le dió a todos los cliente que pedían cita con ella para no desvelar que estaba embarazada… La conversación se volvió aún más interesante cuando le pregunté a Samathan sobre quién creía que era el padre, y sobre cómo creyó finalmente que pudo quedar embarazada, y su respuesta fue “No sé, creo que algún preservativo ha debido de estar en mal estado, lo que me aterroriza es que el hijo sea de unos de mis clientes malos”, “¿Malos?”, le pregunté, “Bueno, los que no son atractivos y no me tratan bien”, yo seguía mirando hacia su enorme barriga de 5 meses y cada vez tenía más ganas de tranquilizarla y decirle que no se preocupase, que con casi toda probabilidad el hijo era mío, pero no podía, era incapaz de desvelar aquella información que podría ocasionar un tsunami de problemas...
Tras 1 hora hablando cómodamente con Samantha, y en la que parecía una relación más profunda que la de cliente-prostituta, me ví en la necesidad de preguntarle qué por qué de todos los clientes que tenía me eligió a mí para desvelar su embarazo y para confesar tales secretos de su vida, a lo que dijo “Desde que nos vimos por primera vez, me caiste muy bien, eras el único hombre que se preocupó realmente por mí, que me escuchaba... y que se aseguraba de llevarme al orgasmo”, dijo entre carcajadas, añadió ”Es cierto, siempre me has tratado fenomenal. En las decenas de veces que nos hemos visto, siempre me has tratado como a una mujer de verdad, con cariño y con respeto, había semanas que deseaba que me llamaras para volver a verte” se acercó y me cogió la mano con suavidad, y me confesó “Cariño mío, durante estos más de 4 meses y medio he estado rezando para que el hijo sea tuyo, porque de ser así, sería tan buena persona como su padre, pero eso jamás lo sabremos...” se acercó aún más y comenzó a besarme, la separé rápidamente y le dije “Espera Samantha, apenas sabes nada de mi vida, tengo novia desde hace mucho tiempo…”, “No me importa cari, estoy acostumbrada a que los hombres tenga una vida doble” me dijo, sus intenciones eran claras, quería que me hiciera cargo del niño a pesar de que ella no sabía si era mío, a lo que le respondí “Pero Samantha... tú te mereces a alguien mejor que yo”, y respondió tajantemente “Jamás encontraré a nadie que se parezca ni un poco a ti”, volvió a acercar su boca y de nuevo me besó, pero esta vez no me quise apartar, sus palabras habían llegado a lo más profundo de mi corazón, sinceramente, mi novia era una arpía, no me daba sexo y casi no nos aguantabamos y comencé a ver en Samathna una oportunidad de rehacer mi vida sentimental.
Tras un largo beso que significaba su declaración por mí, se subió encima con movimientos torpes colocando una rodilla a cada lado, me miró a los ojos y me dijo, “¿Quieres tocarme la barriga y sentir a mi hijo?” rápidamente respondí afirmativamente, pues tenía muchas ganas de sentir a mi propio hijo. Dejó caer suavemente los tirantes del camisón bajo los hombros, mostrando el sujetador y justo después dejó ver su enorme vientre que había hecho desaparecer su figura, me agarró la mano y me la guió hasta su barriga, “¿Te gusta?” dijo suavemente, “Es el mejor regalo que la vida me ha podido dar, llevaba tanto tiempo deseándolo...”, pronto encaminé la otra mano hacia el mismo lugar, pues su piel completamente tersa por la presión de mi hijo sobre su vientre me hacía sentir en conexión con una parte de mi.
Samantha casi tan absorta como yo, me miró y con su común sentido del humor, dijo “¿Crees que es una bola mágica?” y comenzó a reírse tiernamente, al parar, se mordió el labio y enunció “Por cierto, no solo me ha crecido el vientre” y comenzó a quitarse el sujetador lentamente hasta dejar al aire libre sus dos preciosos senos, tan redondos como siempre pero evidentemente más hinchados y con los pezones mucho más duros de lo habitual, inmediatamente separé las manos de mi hijo y las llevé sin vacilaciones a sus desnudos senos... “¡Cuidado! Los tengo muy sensibles” dijo Samantha cuando los acaricié, tras unos segundos disfrutando de ellos, Samantha me dió un beso y con su mano derecha buscó y encontró con dificultad mi paquete que de nuevo estaba listo, pues aquella situación hubiese excitado hasta al más aburrido. Tras unos magreos sobre el pantalón, se echó a un lado sin poder disimular su evidente excitación, me bajó los pantalones como pudo, y comenzó a jugar con mi erecto pene. Primero con la mano, después con sus maravillosos labios y finalmente con la lengua. Al cabo de unos segundos y una lubricación rápida, me miró y dijo “¿Quieres estar más cerca de mi hijo?”, yo no podía creerlo, aquella situación no me la imaginé jamás y me estaba poniendo más cachondo que nunca. Se incorporó torpemente de nuevo para ponerse sobre mí, con las rodillas a ambos lados, y una vez encima, se agarró de la cabecera del sofá y suavemente me comenzó a besar de nuevo. Aquella situación me superaba, me había llevado a un punto de excitación que jamás había alcanzado antes, en aquel momento caí en que no llevaba puesto el condón y en que no le vi a ella cogerlo de ningún sitio, pero no me importaba, estaba tan cachondo que mi mente se había nublado por completo.
Muy suavemente y con dificultad, Samantha levantó su cintura para encontrar mi ya salivada polla que, como por arte de magia, encontró la entrada a su vagina sin ninguna dificultad. Samantha ya no podía aguantar más el equilibrio en aquella posición debido a su peso añadido, y de golpe, se soltó cayendo fuertemente sobre mis piernas penetrando de golpe su estrecho y peludo coñito embarazado hasta lo más profundo con mi polla completamente desnuda y sin protección. Ella, gimió como nunca antes la había escuchado hacerlo, y yo, tras una leve respiración profunda y habiéndome quedado muy al borde de eyacular, le dije “Samantha, me has montado a pelo y estoy a punto de correrme”, ella de nuevo, mordiéndose el labio respondió “¿Ah sí? ¿Eso importa ya?”, la verdad es que no importaba en lo más mínimo, si estaba embarazada de casi 5 meses significaba que debía estar completamente sana. Comenzó a moverse en círculos muy despacio mientras me miraba fijamente a los ojos en un intento de controlar mi eyaculación y de controlarme a mí, usando la varita de control que todo hombre tiene. Mientras tanto, le pregunté suave y tímidamente, “¿Dónde has estado toda mi vida? Eres lo que siempre he buscado pero nunca he encontrado”, a lo que ella, mientras se movía, y entre leves gemidos y besos apasionados contestó susurrando al oído “Pues no busques más”. Aquellas palabras me llevaron a un punto de excitación por encima de lo que creía posible, y justo cuando cerré los ojos y creía que iba a eyacular, súbitamente dejó de moverse en círculos quedándose completamente quieta, y tras una sonrisa malvada e irónica, espetó “¿Ya te quieres correr dentro de mí? ¿Y si me dejas embarazada?”, aquella frase tonta e inocente, las ganas que tenía de correrme y sobre todo de confesarle que aquel era mi hijo, me obligó a responderle entre una risa pícara y un morbo absoluto “No te puedo dejar embarazada dos veces”.
Tras soltar aquella frase, de pronto sentí una presión muy fuerte en el pecho, como si alguien estuviera de pie sobre mis costillas y quedé a la espera de su reacción. Samantha completamente inmóvil, se quedó mirándome fijamente durante unos segundos, yo no sabía que iba a suceder ya que no conocía su cara cuando estaba cabreada, ni mucho menos. Sin embargo, entrecerró los ojos y de nuevo se mordió el labio, me agarró por el cuello lentamente, elevó unos centímetros su cintura sobre mis muslos y se dejó caer cuatro veces seguidas a la par que decía “Lo, sa, bí,a” y apoyó su frente sobre la mía, al acabar de decirlo comencé a correrme. Buscaba desesperadamente seguir estimulando mi pene para culminar el orgasmo, pero ella, supongo que a modo de venganza, no me dejaba, se quedó sentada sobre mí, sin dejar que me moviera ni un centímetro mientras mi pene completamente desnudo eyaculaba sin control dentro de ella, mientras tanto, lo único que hacíamos era intercambiar nuestros alientos. Tras unos segundos de espasmos involuntarios y tras haberme arruinado el orgasmo, me besó de nuevo asegurándose de meterme la lengua hasta lo más profundo de mi garganta y me susurró de nuevo al oído “Que esta sea la última mentira que nos contamos” culminó la frase con un suave beso en los labios y se levantó lentamente derramando por sus piernas parte del semen que me había robado y se apartó a un lado para volver a sentarse en el sofá, manchado éste de semen con su todavía supurante vagina.
Pasaron unos segundos inciertos mientras le daba mil y una vuelta a la cabeza hasta que finalmente me decidí a preguntar “¿Cómo lo has sabido?”, Samantha rápidamente contestó “Una de las primeras veces que quedamos, al despedirnos e ir a asearme para el siguiente cliente, noté que me goteaba algo por las piernas, cuando fui a comprobarlo, supe rápidamente que era semen, el color, el olor y el sabor eran evidentes. Entonces fui corriendo a comprobar el preservativo, que por cierto, siempre te encargabas tú de tirar...” dijo dándome pequeños golpecitos con el codo “Lo examiné a fondo y efectivamente tenía dos pequeños agujeros. Era la primera vez que me pasaba eso en mi vida, así que se me pasaron un montón de cosas por la cabeza, pero simplemente deduje que se trataba de un error de diseño o algo así y no fue hasta un par de encuentros contigo más tarde, que volví a notar lo mismo, y al comprobar de nuevo el condón, tenía dos agujeritos casi iguales. Desde entonces comprobaba todos los condones que usaba contigo y efectivamente estaban pinchados.”, la miré y le pregunté “¿Y por qué no me dijiste nada?”, “Tenía miedo de que por vergüenza o lo que sea, no siguieras haciéndolo o que no quisieras volver a quedar conmigo. Y no te dije nada hasta ahora porque si lo hacías a escondidas era porque no querías hacerte cargo, pero no me he podido aguantar las ganas… Te amo, de verdad que te amo y te necesito a mi lado…”, nos miramos fijamente durante unos segundos y añadió “Si te sirve de consuelo, desde que supe lo que hacías, no volví a quedar con ningún cliente, tengo bastante dinero ahorrado y sentía que te estaba poniendo los cuernos, por eso también dejé de cobrarte las últimas veces que nos veíamos...” en aquel momento me quedé a cuadros, los dos queríamos e intentábamos tener un hijo pero ninguno quería decirlo. Éramos como una pareja, pero que solo se veía una vez por semana, 4 veces al mes.
Aquel día estuvimos hablando largo y tendido durante toda la noche y gran parte de la madrugada mientras que todo lo referente a mi novia, incluido ella, pasó a un segundo plano. Ya no me importaba en lo más mínimo, pues delante de mí tenía a mi mujer y a mi hijo.